miércoles, 30 de noviembre de 2016

2º Domingo de Adviento – Ciclo A (2010).


1 2º Domingo de Adviento – Ciclo A (2010). Jesucristo es también juez. El Juicio final es una llamada a la conversión “a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia”. La perspectiva del juicio ha influido en los cristianos desde los primeros tiempos, como criterio para ordenar la vida presente, como llamada a su conciencia, como esperanza en la justicia de Dios Cfr. Domingo 2º de Adviento, Ciclo A, 5 diciembre 2010; Isaías 11, 1.10; Romanos 15, 4-9; Mateo 3, 1-12; Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Anno A, Piemme novembre 1995, pp. 14-19 Isaías: 11,1-10: 1 Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. 2Reposará sobre él el espíritu de Yahveh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh. 3 Y le inspirará en el temor de Yahveh. No juzgará por las apariencias, ni sentenciará de oídas. 4 Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra. Herirá al hombre cruel con la vara de su boca, con el soplo de sus labios matará al malvado. 5 Justicia será el ceñidor de su cintura, verdad el cinturón de sus flancos. 6 Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá. 7 La vaca y la osa pacerán, juntas acostarán sus crías, el león, como los bueyes, comerá paja. 8 Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano. 9 Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte, porque la tierra estará llena de conocimiento de Yahveh, como cubren las aguas el mar. 10 Aquel día la raíz de Jesé que estará enhiesta para estandarte de pueblos, las gentes la buscarán, y su morada será gloriosa. Mateo 3, 1-12: 1 Por aquellos días aparece Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: 2 «Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos.» 3 Este es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: = Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas. = 4 Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre. 5 Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, 6 y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. 7 Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? 8 Dad, pues, fruto digno de conversión, 9 y no creáis que basta con decir en vuestro interior: "Tenemos por padre a Abraham"; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham. 10 Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. 11 Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. 12 En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga.» 1. En la liturgia de hoy la figura principal es Cristo, Rey, Juez y Salvador o Rey. Primera Lectura: el vástago de la estirpe de David que reinará • cfr. Sagrada Biblia, Libros proféticos, Eunsa 2002, Is 11, 1-9: Jesé es el padre de David, de cuya estirpe nacerá un vástago que reinará en Israel. “Regirá al pueblo no con el despotismo de los monarcas de la época sino con el dinamismo carismático que le viene de Dios. Las cualidades o dones del Espíritu son seis, enumerados de dos en dos: la sabiduría e inteligencia se refieren a la destreza y prudencia para no errar en el juicio, a ejemplo de Salomón (cfr 1 R 5, 26); el consejo y la fortaleza son propias del buen estratega como David; el conocimiento y el temor de Dios son de orden religioso para que el rey no olvide que representa a Dios en el pueblo”. • El árbol de Jesé es el nombre que recibe el árbol genealógico de Cristo, a partir de Jesé, padre del rey David. o Juez. En el Evangelio Junto al «rostro» de ese rey que reina, aparece el «rostro» del juez: en Cristo hay una dimensión de juicio (vv. 10 y 12 del Evangelio). • Cfr. Ravasi, o.c. p. 16: Su palabra se transforma en hacha que corta el árbol que no da frutos (v. 10); se 2 transforma en bieldo, instrumento agrícola para bieldar, es decir, para aventar con el bieldo las mieses, legumbres, etc. trilladas, par separar el grano de la paja. (v. 12). “El Mesías desenmascará el mal escondido bajo las hipocresías humanas y hará una radical purificación de las conciencias, limpiando y quemando las escorias y los desechos del mal” (Ravasi, p. 16). Descubrir el rostro de la justicia de Dios, significa también “hacer surgir de las cenizas de una religión incolora, inodora y sin sabor, una fe laboriosa y tensa”. • También aparece el rostro de juez en la primera Lectura: No juzgará por las apariencias, ni sentenciará de oídas. Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra. Herirá al hombre cruel con la vara de su boca, con el soplo de sus labios matará al malvado … o Salvador En el Catecismo Se enseña que Cristo es el Señor, Juez y Salvador: su juicio es salvador. • n. 679: Cristo es Señor de la vida eterna. El pleno derecho de juzgar definitivamente las obras y los corazones de los hombres pertenece a Cristo como Redentor del mundo. «Adquirió» este derecho por su Cruz. El Padre también ha entregado «todo juicio al Hijo» (Jn 5, 22) (Cf Juan 5, 27; Mateo 25, 31; Hechos 10, 42; 17, 31; 2 Timoteo 4, 1). Pues bien, el Hijo no ha venido para juzgar sino para salvar (Cf Juann 3, 17) y para dar la vida que hay en él (Cf Juan 5, 26). Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que cada uno se juzga ya a sí mismo (Cf Juan 3, 18; 12, 48); es retribuido según sus obras (Cf 1 Corintios 3, 12-15) y puede incluso condenarse eternamente al rechazar el Espíritu de amor (Cf Mateo 12, 32; Hebreos 6, 4-6; 10, 26-31). o El mensaje del Juicio: es una llamada a la conversión. • Catecismo n. 1041: El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a los hombres todavía «el tiempo favorable, el tiempo de salvación» (2 Corintios 6, 2). Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de Dios. Anuncia la «bienaventurada esperanza» (Tito 2, 13) de la vuelta del Señor que «vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan creído» (2 Tesalonicenses 1, 10). Por la conversión el hombre renuncia al pecado, se vuelve hacia Dios e inicia una vida nueva. • Catecismo n. 1431: La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron «animi cruciatus» (aflicción del espíritu), «compunctio cordis» (arrepentimiento del corazón) (Cf Cc. de Trento: DS 1676-1678; 1705; Catech. R. 2, 5, 4). • Biblia de Jerusalén Mt 3,2: “La metánoia, etim. «cambio de mente», designa una renuncia al pecado, una «penitencia». Este pesar, que mira hacia el pasado va acompañado normalmente de una «conversión», (verbo griego epistréfein), por la que el hombre se vuelve hacia Dios e inicia una vida nueva. Estos dos aspectos complementarios de un mismo movimiento del alma no se distinguen siempre en el vocabulario (ver Hechos 2,38+; 3,19+). Penitencia y conversión son la condición necesaria para recibir la salvación que trae el Reino de Dios. La llamada a la penitencia lanzada por Juan el Bautista (ver también Hechos 13,24; 19,4), será repetida por Jesús (Mateo 4,17p; Lucas 5,32; 13, 3.5), por sus discípulos (Marcos 6,12; Lucas 24,47), y por Pablo (Hechos 20,21; 26,20).” o El rostro de Cristo • Como veremos enseguida, a causa de los abusos de la imagen popular sobre el Juicio, el hablar de Cristo como juez puede infundir temor. Cristo no nos llama a su tribunal para hacer un ajuste de cuentas. La misión de Cristo como juez - lo mismo que la de Señor de nuestras vidas – es la de conducirnos a nuestro último destino según el plan salvador de Dios. El rostro de Cristo que los cristianos deseamos descubrir con su gracia es único, pero se manifiesta de modo diverso según nuestras necesidades: rostro misericordioso, de juez, transfigurado, etc. etc. El juicio, más que una sentencia divina, es una revelación del interior de los corazones humanos. • Es importante, por otra parte, que todos conozcamos cuál es nuestra actitud con referencia al Señor. 3 Porque no es que Jesucristo haya venido al mundo para juzgar al mundo, sino para salvarlo (Juan 3,17; 8,15s). Deberemos tener en cuenta que, como se ha escrito, «el juicio se opera ya por la actitud que cada cual adopte para con El. Quien no cree ya está juzgado por haber rechazado la luz (Juan 3,18ss). El juicio, más que una sentencia divina, es una revelación del interior de los corazones humanos: «Éste está puesto - dirá Simeón- para caída y elevación de muchos, como señal de contradicción, a fin de que se manifiesten las intenciones de muchos corazones» (Lucas 2, 34-35). Aquellos cuyas obras son malas prefieren las tinieblas a la luz (Juan 3,19) y Dios no hace más que dejarles en la ceguera con la que creen ver claro, satisfechos en su jactancia. En cuanto a los que reconocen su ceguera, Jesús les abre los ojos (Juan 9,39), para que actuando en la verdad lleguen a la luz (Juan 3,21)». Cristo Juez forma parte de la fe cristiana • Compatiblemente con el hecho de que entendamos en la fe con mayor o menor profundidad el hecho, en este domingo de adviento recordamos que la espera del retorno de Cristo como juez de vivos y muertos forma parte de la fe cristiana. En el Credo, que es el Símbolo de la fe de la Iglesia, confesamos que Jesús ascendió a los cielos y «Desde allí vendrá con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos». san Agustín: quien confiesa a Cristo como salvador no lo teme como juez Pues nuestro Señor estuvo sobre la tierra, está ahora en el cielo y vendrá en gloria como Juez de vivos y muertos. Vendrá, en efecto, como ascendió, según el testimonio de los Hechos de los Apóstoles (He 1,11) y también del Apocalipsis: «Esto dice El que es, El que fue y El que vendrá» (1,8). « De allí vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos». ¡Confesémosle ahora como salvador, para no temerlo entonces como Juez¡ A quien ahora cree en El y le ama no le hará palidecer el miedo, cuando El llame a juicio a «los vivos y a los muertos» (2 Timoteo 4,1; 1 Pedro 4,5). Lejos de temerlo, anhelará su venida. ¿Puede haber mayor felicidad que la llegada del Amado y Deseado (Cant 2,8)? No temamos, porque es nuestro Juez: Abogado nuestro ahora (1 Juan 1,8-9; 2,1; Hebreos 7,22; 9,24), entonces será nuestro Juez. Supongamos que te hallas en la situación de ser juzgado por un juez. Nombras un abogado, quien te acoge benévolo y, haciendo cuanto le sea posible, defiende tu causa. Si antes del fallo recibes la noticia de que este abogado ha sido nombrado juez tuyo, ¡qué alegría tener por juez a tu mismo defensor! Pues bien, Jesucristo es quien ahora ruega e intercede por nosotros (1 Juan 1,2), ¿vamos a temerlo como juez? Tras haberle enviado nosotros delante para interceder en favor nuestro, ¡esperemos sin miedo que venga a ser nuestro Juez! (De Fide et Symbolo VIII,15; Sermón 213,6.) 2. El juicio en la vida cristiana El Juicio de Cristo Benedicto XVI, Encíclica SPE SALVI La perspectiva del juicio ha influido en los cristianos desde los primeros tiempos, como criterio para ordenar la vida presente, como llamada a su conciencia, como esperanza en la justicia de Dios. 41. La parte central del gran Credo de la Iglesia, que trata del misterio de Cristo desde su nacimiento eterno del Padre y el nacimiento temporal de la Virgen María, para seguir con la cruz y la resurrección y llegar hasta su retorno, se concluye con las palabras: « de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos ». Ya desde los primeros tiempos, la perspectiva del Juicio ha influido en los cristianos, también en su vida diaria, como criterio para ordenar la vida presente, como llamada a su conciencia y, al mismo tiempo, como esperanza en la justicia de Dios. El Juicio final de Cristo se ha entendido como imagen de la responsabilidad respecto a la propia vida, en lo cotidiano. La fe en Cristo nunca ha mirado sólo hacia atrás ni sólo hacia arriba, sino siempre adelante, hacia la hora de la justicia que el Señor había preanunciado repetidamente. Este mirar hacia adelante ha dado la importancia que tiene el presente para el cristianismo. En la configuración de los edificios sagrados cristianos, que quería hacer visible la amplitud histórica y cósmica de la fe en Cristo, se hizo habitual representar en el lado oriental al Señor que vuelve como rey –imagen de la esperanza–, mientras en el lado occidental estaba el Juicio final como imagen de la responsabilidad respecto a nuestra vida, una representación que miraba y acompañaba a los fieles justamente en su retorno a lo cotidiano. Sin embargo, en la iconografía se ha dado cada vez más relieve al aspecto amenazador y lúgubre del Juicio. En el desarrollo de la iconografía, sin embargo, se ha dado después cada vez más relieve al aspecto amenazador y lúgubre del Juicio, que obviamente fascinaba a los artistas más que el esplendor de la esperanza, el cual quedaba con frecuencia excesivamente oculto bajo la amenaza. La imagen del Juicio final no es en primer lugar una imagen terrorífica, sino una imagen de esperanza; quizás la imagen decisiva para nosotros de la esperanza, pero que exige la responsabilidad. 4 44. La protesta contra Dios en nombre de la justicia no vale. Un mundo sin Dios es un mundo sin esperanza (cf. Ef 2,12). Sólo Dios puede crear justicia. Y la fe nos da esta certeza: Él lo hace. La imagen del Juicio final no es en primer lugar una imagen terrorífica, sino una imagen de esperanza; quizás la imagen decisiva para nosotros de la esperanza. ¿Pero no es quizás también una imagen que da pavor? Yo diría: es una imagen que exige la responsabilidad. (…) Al comparecer ante el Juez, si hemos permanecidos firmes sobre Jesucristo, este fundamento resiste y no se nos puede quitar ni siquiera en la muerte, y seremos capaces de ser definitivamente de Dios, aunque sea necesario atravesar el «fuego» que purifica. 46 (…) ¿Qué sucede con estas personas cuando comparecen ante el Juez? Toda la suciedad que ha acumulado en su vida, ¿se hará de repente irrelevante? O, ¿qué otra cosa podría ocurrir? San Pablo, en la Primera Carta a los Corintios, nos da una idea del efecto diverso del juicio de Dios sobre el hombre, según sus condiciones. Lo hace con imágenes que quieren expresar de algún modo lo invisible, sin que podamos traducir estas imágenes en conceptos, simplemente porque no podemos asomarnos a lo que hay más allá de la muerte ni tenemos experiencia alguna de ello. Pablo dice sobre la existencia cristiana, ante todo, que ésta está construida sobre un fundamento común: Jesucristo. Éste es un fundamento que resiste. Si hemos permanecido firmes sobre este fundamento y hemos construido sobre él nuestra vida, sabemos que este fundamento no se nos puede quitar ni siquiera en la muerte. Y continúa: « Encima de este cimiento edifican con oro, plata y piedras preciosas, o con madera, heno o paja. Lo que ha hecho cada uno saldrá a la luz; el día del juicio lo manifestará, porque ese día despuntará con fuego y el fuego pondrá a prueba la calidad de cada construcción. Aquel, cuya obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa, mientras que aquel cuya obra quede abrasada sufrirá el daño. No obstante, él quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego » (3,12-15). En todo caso, en este texto se muestra con nitidez que la salvación de los hombres puede tener diversas formas; que algunas de las cosas construidas pueden consumirse totalmente; que para salvarse es necesario atravesar el « fuego » en primera persona para llegar a ser definitivamente capaces de Dios y poder tomar parte en la mesa del banquete nupcial eterno. Ese fuego que arde y a la vez salva, es Cristo mismo, Juez y Salvador. Somos purificados en el encuentro con Él; nos cura a través de una transformación que ciertamente es dolorosa. Es un dolor bienaventurado, como llama que permite que seamos totalmente de Dios. En el dolor de ese encuentro con Cristo está la salvación. 47. Algunos teólogos recientes piensan que el fuego que arde, y que a la vez salva, es Cristo mismo, el Juez y Salvador. El encuentro con Él es el acto decisivo del Juicio. Ante su mirada, toda falsedad se deshace. Es el encuentro con Él lo que, quemándonos, nos transforma y nos libera para llegar a ser verdaderamente nosotros mismos. En ese momento, todo lo que se ha construido durante la vida puede manifestarse como paja seca, vacua fanfarronería, y derrumbarse. Pero en el dolor de este encuentro, en el cual lo impuro y malsano de nuestro ser se nos presenta con toda claridad, está la salvación. Su mirada, el toque de su corazón, nos cura a través de una transformación, ciertamente dolorosa, « como a través del fuego ». Pero es un dolor bienaventurado, en el cual el poder santo de su amor nos penetra como una llama, permitiéndonos ser por fin totalmente nosotros mismos y, con ello, totalmente de Dios. (…) Los contenidos esenciales de la nueva evangelización: se debe anunciar que Dios está presente en la historia para hacer justicia. Josef Ratzinger, 10 de diciembre de 2000 • El 10 de diciembre de 2000, Josef Ratzinger indicaba en una conferencia a catequistas y profesores de religión, con motivo del año jubilar, los contenidos esenciales de la nueva evangelización: la conversión, el reino de Dios, Jesucristo y la vida eterna. Dentro del apartado de la vida eterna indicaba expresamente el juicio en los términos siguientes, que nos avisan acerca de la importancia de reflexionar en Cristo como Juez de acuerdo con la liturgia de este domingo de adviento. Se debe anunciar que Dios está presente en la historia para hacer justicia. El anuncio del juicio y de nuestra responsabilidad. El hombre no puede hacer o dejar de hacer lo que le apetezca. Será juzgado. Debe rendir cuentas. Un último elemento central de toda verdadera evangelización es la vida eterna. Hoy, en la vida diaria, debemos anunciar con nueva fuerza nuestra fe. Aquí quisiera sólo aludir a un aspecto a menudo descuidado actualmente de la predicación de Jesús: el anuncio del reino de Dios es anuncio del Dios presente, del Dios que nos conoce, que nos escucha; del Dios que entra en la historia para hacer justicia. Por eso, esta predicación es anuncio del juicio, anuncio de nuestra responsabilidad. El hombre no 5 puede hacer o dejar de hacer lo que le apetezca. Será juzgado. Debe rendir cuentas. Esta certeza vale tanto para los poderosos como para los sencillos. Si se respeta, se trazan los límites de todo poder de este mundo. Dios hace justicia, y en definitiva sólo él puede hacerla. Nosotros lograremos hacer justicia en la medida que seamos capaces de vivir en presencia de Dios y de comunicar al mundo la verdad del juicio. Así el artículo de fe del juicio, su fuerza de formación de las conciencias, es un contenido central del Evangelio y es realmente una buena nueva. Lo es para todos los que sufren por la injusticia del mundo y piden justicia. Así se comprende también la conexión entre el reino de Dios y los "pobres", los que sufren y todos los que viven las bienaventuranzas del sermón de la Montaña. Están protegidos por la certeza del juicio, por la certeza de que hay justicia. Este es el verdadero contenido del artículo del Credo sobre el juicio, sobre Dios juez: hay justicia. Las injusticias del mundo no son la última palabra de la historia. Hay justicia. Sólo quien no quiera que haya justicia puede oponerse a esta verdad. Si tomamos en serio el juicio y la grave responsabilidad que de él brota para nosotros, comprenderemos bien el otro aspecto de este anuncio, es decir, la redención, el hecho de que Jesús en la cruz asume nuestros pecados; que Dios mismo en la pasión de su Hijo se convierte en abogado de nosotros, pecadores, y así hace posible la penitencia, la esperanza al pecador arrepentido, esperanza expresada de modo admirable en las palabras de san Juan: "Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo" (Jn 3, 20). Ante Dios tranquilizaremos nuestra conciencia, independientemente de lo que nos reproche.

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