domingo, 11 de diciembre de 2016

La evangelización. El apostolado.


1 La evangelización. El apostolado. Todos los bautizados tenemos que ocuparnos de ello; y nadie tiene la exclusiva. No debemos tener envidia porque los demás evangelicen de muy diversos modos: “Muchas son las formas de apostolado con que los seglares edifican la Iglesia y santifican el mundo, animándolo en Cristo”. Cfr. 26 tiempo ordinario Ciclo B 30 septiembre 2012 Números 11, 25-29; Marcos 9, 38-43.45.47-48Salmo 18,8;10; 12-13;14 1ª Lectura (Números 11,25-29) 25 En aquellos días, el Señor descendió de la nube y habló con Moisés. Tomó del Espíritu que reposaba sobre Moisés y se lo dio a los setenta ancianos. Cuando el Espíritu se posó sobre ellos, se pusieron a profetizar. 26 Se habían quedado en el campamento dos hombres: uno llamado Eldad y otro, Medad. También sobre ellos se posó el Espíritu, pues aunque no habían ido a la reunión, eran de los elegidos y ambos comenzaron a profetizar en el campamento. 27 Un muchacho corrió a contarle a Moisés que Eldad y Medad estaban profetizando en el campamento. 28 Entonces Josué, hijo de Nun, que desde muy joven era ayudante de Moisés, le dijo: "Señor mío, prohíbeselo". 29 Pero Moisés le respondió: "¿Crees que voy a ponerme celoso? Ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera sobre todos ellos el Espíritu del Señor". Salmo responsorial (18) R. Los mandamientos del Señor alegran el corazón. L. La ley del Señor es perfecta del todo y reconforta el alma; inmutables son las palabras del Señor y hacen sabio al sencillo /R. L. La voluntad de Dios es santa y para siempre estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos /R. L. Aunque tu servidor se esmera en cumplir tus preceptos con cuidado, ¿quién no falta, Señor, sin advertirlo? Perdona mis errores ignorados /R. L. Presérvame, Señor, de la soberbia, no dejes que el orgullo me domine; así, del gran pecado tu servidor podrá encontrarse libre /R. 2ª Lectura (Santiago 5,1-6) 1 Ahora, vosotros, los ricos, llorad a gritos por las desgracias que os van a caer. 2 Vuestra riqueza está podrida, y vuestros vestidos consumidos por la polilla; 3 vuestro oro y vuestra plata están enmohecidos, y su moho servirá de testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes como fuego. Habéis atesorado para los últimos días. 4 Mirad: el salario que habéis defraudado a los obreros que segaron vuestros campos, está clamando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. 5 Habéis vivido lujosamente en la tierra, entregados a los placeres, y habéis cebado vuestros corazones para el día de la matanza. 6 Habéis condenado y habéis dado muerte al justo, sin que él os ofreciera resistencia. Evangelio (Marcos 9,38-43.45.47-48) En aquel tiempo, 38 Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros.» 39 Pero Jesús dijo: «No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. 40 Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros.» 41 «Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa.» 42 «Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar. 43 Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga. 45Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo. Más vale que entres cojo en la Vida que, con los dos pies, ser arrojado a la gehenna. 47 Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo. Más vale que entres con un solo ojo en el Reino de Dios que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna, 48 donde su gusano no muere y el fuego no se apaga. 1. Primera lectura del libro de los Números (11, 25-29) y Evangelio (Marcos 9, 38-42) o a) Antecedentes del texto de los Números: vv. 1-15 - el pueblo de Israel se lamenta continuamente ante Moisés, cuando están atravesando el desierto camino hacia la tierra prometida, después de haber dejado Egipto: 2 [1 El pueblo profería quejas amargas a los oídos de Yahveh, y Yahveh lo oyó. ... 5 ¡Cómo nos acordamos del pescado que comíamos de balde en Egipto, y de los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos! 6 En cambio ahora tenemos el alma seca. No hay de nada. Nuestros ojos no ven más que el maná.»] - Y Moisés se dirige al Señor, cansado a causa del trabajo que debe soportar para llevar a cabo la misión que Yahveh le había confiado: [10 Moisés oyó llorar al pueblo, cada uno en su familia, a la puerta de su tienda. Se irritó mucho la ira de Yahveh. A Moisés le pareció mal, 11y le dijo a Yahveh: «¿Por qué tratas mal a tu siervo? ¿Por qué no he hallado gracia a tus ojos, para que hayas echado sobre mí la carga de todo este pueblo? 12 ¿Acaso he sido yo el que ha concebido a todo este pueblo y lo ha dado a luz, para que me digas: "Llévalo en tu regazo, como lleva la nodriza al niño de pecho, hasta la tierra que prometí con juramento a sus padres?" 13 ¿De dónde voy a sacar carne para dársela a todo este pueblo, que me llora diciendo: Danos carne para comer? 14 No puedo cargar yo solo con todo este pueblo: es demasiado pesado para mí. 15 Si vas a tratarme así, mátame, por favor, si he hallado gracia a tus ojos, para que no vea más mi desventura.»] - El Señor responde a Moisés diciéndole que reúna 70 ancianos del pueblo para que le ayuden (vv. 16-17; 24-39) e infunde sobre ellos el espíritu de Moisés; y promete que tendrían carne en abundancia (vv. 18-23; 31-34). Los ancianos ayudarían a Moisés con su palabra (ayudando al pueblo de Israel a entender el designio de Dios) y con su ejemplo. o b) La petición de Josué a Moisés y la respuesta de éste: vv. 28-29 - Pero resultó que, como hemos escuchado en la primera lectura de hoy, hubo dos hombres que estaban en el campamento y no fueron a la reunión de los ancianos y también profetizaban. Josué pidió a Moisés que se lo prohibiese a estos dos; y la respuesta de Moisés fue muy clara y tajante: "¿Crees que voy a ponerme celoso? Ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera sobre todos ellos el Espíritu del Señor". o c) Evangelio. La petición del apóstol Juan y la respuesta de Jesús: vv. 38-41 - 38 Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros.» 39 Pero Jesús dijo: «No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. 40 Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros.» 2. No hay exclusivismos en la evangelización; en la Iglesia católica no se debe dar el espíritu de partido único. • Los dos episodios que hemos visto - del Evangelio y del libro de los Números – nos indican en primer lugar que el Espíritu “sopla donde quiere” (Juan 3,8). Dios ha escogido, en el AT y en el NT, instrumentos para manifestarse; ha querido que hubiese instituciones que fuesen lugar de encuentro y de acción privilegiados de su Espíritu (para nosotros: Iglesia, sacramentos, jerarquía, sacerdocio), pero no se ha ligado a ellos exclusivamente, no ha dado en monopolio ni como contrato el Espíritu a ninguno, “precisamente porque es tal la libertad de Dios que ninguna realidad creada la puede expresar completamente o gestionarla” 1 . • Nuevo Testamento, Eunsa 2004, nota Marcos 9, 33-50: “A propósito del que expulsaba demonios en nombre de Cristo, el Señor les enseña a tener amplitud de miras en el crecimiento del Reino de Dios (vv. 38-40) y les previene - a ellos y a nosotros - contra el exclusivismo y el espíritu de partido único”. o Unidad y diversidad en la edificación del reino de Dios, en el apostolado 1 Cfr. Raniero Cantalamessa, La parola e la vita, Città Nuova, Anno B, XXVI domenica, IX edizione giugno 2005 3 Todos tenemos que ocuparnos del reino de Dios: • Conc. Vat. II Apostolicam actuositatem (Decreto sobre el apostolado de los laicos), n. 3: «se impone a todos los cristianos la dulcísima obligación de trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y aceptado por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra». De diferentes modos: individualmente o unidos a otros en diversísimas formas • Conc. Vat. II, Decreto sobre el apostolado de los laicos .... nn. 15 y 16: «Los seglares pueden ejercer su acción apostólica como individuos o reunidos en varias comunidades o asociaciones» (n. 15); «Muchas son las formas de apostolado con que los seglares edifican la Iglesia y santifican el mundo, animándolo en Cristo» (nn. 16, 19); «Todas las formas de apostolado han de ser debidamente apreciadas» (n. 21). • Por lo tanto, hay muchos modos de trabajar, diversos ... Lo que se nos pide a todos es que estemos unidos a los Obispos y al Papa. En la Iglesia, son los Obispos en comunión con el Papa y el mismo Papa quienes garantizan que todos – aún por los caminos más diversos – hagamos la cosas correctamente. Y es bueno que haya diversidad, y nos alegramos cuando encontramos muchas personas que – aunque sea de modo diverso – están trabajando por el Señor. 3. La humildad de Moisés le lleva a no tener envidia de los dones que Dios dio a los demás. • Se ha señalado la respuesta que Moisés dio a Josué para explicar su humildad “que llega hasta no sentir ninguna envidia por el don profético de los demás (Números 11,25-29)” 2 • Como veremos a continuación, la envidia es uno de los vicios capitales que generan otros pecados y puede conducir a las peores fechorías. Al proceder con frecuencia del orgullo, el bautizado ha de esforzarse por vivir en la humildad. Juan Pablo II habla de una profunda libertad interior de Moisés, motivada por la confianza en Dios. Homilía, 27 de septiembre de 2003 • "El que no está contra nosotros, está a favor nuestro" (Marcos 9,40). Así dice Jesús en el pasaje evangélico de este domingo, haciéndose eco de la primera lectura, que presenta a Moisés en actitud de profunda libertad interior, motivada por la confianza en Dios (cf. Números 11,29). o Algunos números del Catecismo de la Iglesia Católica sobre la envidia De la envidia nacen muchos males. - CEC 1866 Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o también pueden ser comprendidos en los pecados capitales que la experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a S. Juan Casiano y a S. Gregorio Magno (mor. 31, 45). Son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios. Entre ellos soberbia, avaricia, envidia, ira, lujuria, gula, pereza. - CEC 2539: La envidia es un pecado capital. Manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en forma indebida. Cuando desea al prójimo un mal grave es un pecado mortal: S. Agustín veía en la envidia el «pecado diabólico por excelencia» (Catech. 4, 8.). «De la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad» (S. Gregorio Magno, mor. 31, 45.). - CEC 2317: Las injusticias, las desigualdades excesivas de orden económico o social, la envidia, la desconfianza y el orgullo, que existen entre los hombres y las naciones, amenazan sin cesar la paz y causan las guerras. Todo lo que se hace para superar estos desórdenes contribuye a edificar la paz y evitar la guerra: En la medida en que los hombres son pecadores, les amenaza y les amenazará hasta la venida de Cristo, el peligro de guerra; en la medida en que, unidos por la caridad, superan el 2 P. Stefani, Moisés, en Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, Ed. Paulinas 1990, 2152. 4 pecado, se superan también las violencias hasta que se cumpla la palabra: «De sus espadas forjarán arados y de sus lanzas podaderas. Ninguna nación levantará ya más la espada contra otra y no se adiestrarán más para el combate» (Is 2, 4) (Gaudium et spes 78, 6) La envidia puede conducir a las peores fechorías. - CEC 2538: El décimo mandamiento exige que se destierre del corazón humano la envidia. Cuando el profeta Natán quiso estimular el arrepentimiento del rey David, le contó la historia del pobre que sólo poseía una oveja, a la que trataba como una hija, y del rico que, a pesar de sus numerosos rebaños, envidiaba al primero y acabó por robarle la cordera (Cf 2 S 12, 1-4.). La envidia puede conducir a las peores fechorías (Cf Gn 4, 3-7; 1 R 21, 1-29.). La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo (Cf Sb 2, 24.). Luchamos entre nosotros, y es la envidia la que nos arma unos contra otros... Si todos se afanan así por perturbar el Cuerpo de Cristo, ¿a dónde llegaremos? Estamos debilitando el Cuerpo de Cristo... Nos declaramos miembros de un mismo organismo y nos devoramos como lo harían las fieras (S. Juan Crisóstomo, hom. in 2 Cor 28, 3-4.). La envidia procede con frecuencia del orgullo. - CEC 2540: La envidia representa una de las formas de la tristeza y, por tanto, un rechazo de la caridad; el bautizado debe luchar contra ella mediante la benevolencia. La envidia procede con frecuencia del orgullo; el bautizado ha de esforzarse por vivir en la humildad: ¿Querríais ver a Dios glorificado por vosotros? Pues bien, alegraos del progreso de vuestro hermano y con ello Dios será glorificado por vosotros. Dios será alabado -se dirá- porque su siervo ha sabido vencer la envidia poniendo su alegría en los méritos de otros (S. Juan Crisóstomo, hom. in Rom 7, 3.). - CEC 2553: La envidia es la tristeza que se experimenta ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de apropiárselo. Es un pecado capital. Cómo se combate la envidia. - CEC 2554: El bautizado combate la envidia mediante la benevolencia, la humildad y el abandono en la providencia de Dios. 4. Hay muchos dones de Dios presentes en los miembros de Cristo que constituyen la Iglesia. Cfr. San Agustín, Sermón 162 A, 4-6 o A cada miembro se le han concedido los dones adecuados y no puede darse que todos posean el mismo. Que nadie tenga envidia de los dones del otro Cualquier cosa que posea mi hermano, si no siento envidia de ello y lo amo, es mío. No lo tengo personalmente, pero lo tengo en él; no sería mío, si no formásemos un solo cuerpo bajo una misma cabeza. El mismo apóstol Pablo habló, enumerándolos, de muchos dones de Dios presentes en los miembros de Cristo que constituyen la Iglesia, diciendo que a cada uno se le han concedido los dones adecuados y que no puede darse que todos posean el mismo. Pero ninguno quedará sin su don: apóstoles, profetas, doctores, intérpretes, habladores de lenguas, poseedores del poder de curación, de auxilio, de gobierno, distintas clases de lenguas. Éstos son los mencionados; pero vemos que hay otros muchos en las distintas personas. Que nadie, pues, se apene porque no se le ha concedido lo que ve que se concedió a otro: tenga la caridad, no sienta envidia de quien posee el don y poseerá con quien lo tiene lo que él personalmente no tiene. En efecto, cualquier cosa que posea mi hermano, si no siento envidia de ello y lo amo, es mío. No lo tengo personalmente, pero lo tengo en él; no sería mío, si no formásemos un solo cuerpo bajo una misma cabeza. Si, por ejemplo, la mano izquierda tiene un anillo y no la derecha, ¿acaso está ésta sin adorno? Mira las dos manos y verás que una lo tiene y la otra no; mira el conjunto del cuerpo al que se unen ambas manos y advierte que la que no tiene adorno lo tiene en aquella que lo tiene. Los ojos ven por donde se ha de ir, los pies van por donde los ojos ven; ni los pies pueden ver, ni los ojos caminar. Pero el pie te responde: «También yo tengo luz, pero no en mí, sino en 5 el ojo, pues el ojo no ve sólo para sí y no para mí». Dicen igualmente los ojos: «También nosotros caminamos, no por nosotros, sino por los pies; pues los pies no se llevan sólo a sí mismos y no a nosotros». De esta manera, cada miembro, según los oficios distintos y peculiares que se les han confiado, ejecutan lo que les ordena la mente; no obstante eso, todos constituyen un solo cuerpo y forman una unidad; y no se arrogan lo que tienen otros miembros en el caso de que no lo posean ellos, ni piensan que les es ajeno lo que todos tienen al mismo tiempo en el único cuerpo. Si a algún miembro del cuerpo le sobreviene alguna molestia, ¿cuál de los restantes miembros le negará su ayuda? Finalmente, hermanos, si a algún miembro del cuerpo le sobreviene alguna molestia, ¿cuál de los restantes miembros le negará su ayuda? ¿Qué cosa hay en el hombre más en el extremo que el pie? Y en el mismo pie, ¿qué más en el extremo que la planta? Y en la misma planta, ¿qué otra cosa que la misma piel con que se pisa la tierra? Así y todo, esta extremidad del cuerpo forma tal parte del conjunto que, si en ese mismo lugar se clava una espina, todos los miembros concurren a prestar su ayuda para extraerla: al instante se doblan las rodillas; se dobla la espina -no la que hirió, sino la que sostiene todo el dorso-; se sienta, para sacar la espina; ya el mismo hecho de sentarse para sacar la espina es obra del cuerpo entero. ¡Cuán pequeño es el lugar que sufre la molestia! Es tan pequeño cuanto la espina que lo punzó; y, sin embargo, el cuerpo en su totalidad no se desentiende de la molestia sufrida por aquel extremo y exiguo lugar; los restantes miembros no sufren dolor alguno, pero todos lo sienten en aquel único lugar. De aquí tomó el Apóstol un ejemplo de la caridad, exhortándonos a amarnos mutuamente como se aman los miembros en el cuerpo. Dice él: Si sufre un miembro, se compadecen también los otros, y si es glorificado uno solo, se alegran todos. Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros (1 Cor 12,26-27). Si así se aman los miembros que tienen su cabeza en la tierra, ¡cómo deben amarse aquellos que la tienen en el cielo! Es cierto que tampoco se aman si se apartan de su cabeza; pero cuando esa cabeza de tal manera lo es, de tal manera ha sido exaltada y de tal manera colocada a la derecha del Padre, que, no obstante, se fatiga aquí en la tierra; no en sí misma, sino en sus miembros, hasta el punto de decir al final: tuve hambre, tuve sed, fui huésped cuando se le pregunte: ¿ Cuándo te vimos hambriento o sediento?, como si respondiera: « Yo estaba en el cielo en cuanto Cabeza; pero en la tierra los miembros tenían sed», a esta cabeza no nos unimos si no es por la caridad. Cada miembro, en su competencia, realiza su tarea propia. Las funciones son distintas, pero la salud es única. Así, pues, hermanos, vemos que cada miembro, en su competencia, realiza su tarea propia, de forma que el ojo ve, pero no obra; la mano, en cambio, obra, pero no ve; el oído oye, pero ni ve ni obra; la lengua habla, pero ni ve ni oye; y aunque cada miembro tiene funciones distintas y separadas, unidos en el conjunto del cuerpo tienen algo común entre todos. Las funciones son distintas, pero la salud es única. En los miembros de Cristo la caridad es lo mismo que la salud en los miembros del cuerpo. El ojo está colocado en el lugar mejor, el lugar destacado, puesto como consejero en la fortaleza, para que desde ella mire, vea y muestre. Gran honor el de los ojos por su ubicación, por su agilidad y por cierta fuerza que no tienen los demás miembros. De aquí que los hombres juran por sus ojos con más frecuencia que por cualquier otro miembro. Nadie ha dicho a otro: «Te amo como a mis oídos», a pesar de que el sentido del oído es casi igual y está cercano a los ojos. ¿Qué decir de los restantes? A diario dicen los hombres: «Te amo como a mis propios ojos». Y el Apóstol, indicando que se tiene mayor amor a los ojos que a los restantes miembros, para mostrarse amado por la Iglesia de Dios, dice: Doy testimonio en favor vuestro de que, si os hubiera sido posible, hubiérais sacado vuestros ojos y me los habríais dado a mí (Gál 4,15). Nada hay, por tanto, en el cuerpo más sublime y más respetado que los ojos y nada hay quizá más en la extremidad del cuerpo que el dedo meñique del pie. Aun siendo así, conviene que en el cuerpo haya dedos y que estén sanos, antes que sean ojo cubierto de legañas por alguna afección, pues la salud, común a todos los miembros, es más preciosa que las funciones de cada uno de ellos. Así ves que en la Iglesia un hombre tiene un don pequeño, y, con todo, tiene la caridad; quizá veas en la misma Iglesia otro más eminente, con un don mayor, que, sin embargo, no tiene caridad; sea el primero el dedo más alejado, y el segundo el ojo. El que pudo obtener la salud, ése es el que más aporta al conjunto del cuerpo. Es molestia para el cuerpo entero el miembro que enferma Finalmente, es molestia para el cuerpo entero el miembro que enferma, y, en verdad, todos los miembros aportan su colaboración para que sane el enfermo y la mayor parte de las veces sana. Pero si no hubiera sanado y la podredumbre engendrada indicase la imposibilidad de ello, de tal modo se mira por el bien de todos, que se le separa de la unidad del cuerpo. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

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