martes, 10 de enero de 2017

2015/03/08 - III Domingo de Cuaresma

Monseñor Agrelo (Arzobispo de Tánger)



III DOMINGO DE CUARESMA




8 de Marzo del 2015







¿Buscas a Dios? Búscalo en sus pobres

Los responsables del templo piden a Jesús credenciales de la autoridad con que ha expulsado del recinto sagrado a los vendedores:

¿Qué signos nos muestras para obrar así?”

Piden una prueba de credibilidad, y Jesús se la da:

Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”.

¿Quién entiende a Jesús? Si habla de nacer de nuevo, imaginamos imposibles retornos al vientre materno; si nos ofrece su agua, entendemos que ya no habrá que volver con el cántaro a la fuente; si multiplica su pan, soñamos que se ha eliminado el gasto en la panadería; y si habla de “destruir y levantar” templos, pensamos como obreros de la construcción, y le replicamos que él no puede entregar en el plazo señalado la obra que se ha comprometido a hacer.

Destruid este templo”, dice Jesús.

No se trata de un farol, de un juego, de una apuesta, de una bravata, o de una salida ingeniosa para una situación difícil. Son palabras que describen algo que a la vista de todos se estaba haciendo: “destruir el templo”; y declaran lo que Jesús hará, si aquel proceso de destrucción no se detiene: “levantarlo”.

El templo, que Jesús llama “la casa de mi Padre”, se destruye cuando alguien lo convierte en “casa de emporio”, cuando se cambia Padre por mercado.

Pero las palabras de Jesús sobre la destrucción remiten sobre todo al templo que es “su cuerpo”, al sacramento de la presencia real de Dios que es Jesús mismo, al proceso de destrucción que desembocará en su cruz y en su muerte. Jesús dice a quienes lo interrogan y le piden signos: «Continuad vuestra obra de demolición, y cuando la hayáis consumado, yo levantaré lo demolido».

A quienes no tenemos la pretensión de pedir signos, la fe nos abre el camino para entender los signos que la gracia de Dios nos regala, también éste del templo destruido y levantado, es decir, de Cristo crucificado y resucitado.

Los creyentes no vamos buscando milagros para creer, sino crucificados a quienes amar, pobres a quienes levantar. Por eso conocemos de cerca la verdad de la destrucción y de la resurrección, de la pasión y de la Pascua.

Iglesia de fe humilde y confiada, si alguien te pide signos, invítalo a acercarse a los pobres del mundo, a los explotados, a los esclavos, a los desechados por los que saben y pueden; muéstrale a tu Cristo destruido y amado… y levantado. Y no te canses de amar lo que encuentras destruido, y de levantar lo que amas.

Tú, experta de cuaresmas innumerables, pones esperanza de Pascua en el camino de los derrotados.


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