29 de Noviembre del 2015
Desde
la pobreza a la Navidad:
Nuestra
preparación para la Navidad la comenzamos suplicando: “A ti,
Señor, levanto mi alma”.
Suplicando,
nos disponemos a escuchar la palabra del evangelio: “Muéstranos,
Señor, tu misericordia y danos tu salvación”.
Y
al comulgar, el Cuerpo de Cristo, que nos recibe y recibimos, es
certeza de que nuestra súplica ha sido escuchada, de que “el Señor
nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto”, pues hemos
comulgado la divina misericordia, hemos recibido la salvación.
No
habrá Navidad para mí si no la pido. No le abriré al Señor la
puerta de mi vida si no deseo que entre en ella. No me inundará la
alegría de su presencia si no he experimentado el vacío de su
ausencia.
Los
enfermos, los parados, los desahuciados, los emigrantes, los
sobrantes, los hambrientos de pan y de justicia, los sedientos de
misericordia y de perdón, los que han visto amenazadas por el exceso
del dolor la fe y la esperanza, ésos son humanidad para el Adviento,
humanidad necesitada de Navidad, de que venga para ella con la
justicia la paz, humanidad abierta al anuncio de la gran alegría que
se llama Jesús.
Fuera
de la pobreza no hay Adviento. Fuera de la pobreza no habrá Navidad.
Con
lo cual queda dicho que, si no conozco por mi propia condición las
angustias de los pobres, habré de conocerlas necesariamente por
comunión con quienes las padecen. Es éste un gran misterio: si
quiero comulgar con Cristo, si quiero desear su venida, si quiero
abrirle las puertas de mi casa, tendré que abrirlas de par en par a
los pobres, comulgar con ellos, y desear con ellos que ilumine
nuestras vidas la luz de la Navidad.
Feliz
Adviento.
P.
S.: Para los que habitan en tinieblas de humillación y de muerte, el
Adviento es tiempo de esperanza, la Navidad es aurora de
enaltecimiento y de vida.
Ven,
Señor Jesús.
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