viernes, 6 de enero de 2017

La gestación de un niño no es en absoluto un fenómeno pasivo por parte de éste; antes bien, es una asombrosa secuencia de eventos activos a través de los cuales un ser personal, que es tanto como decir un protagonista, va moldeando su propia realidad asistido siempre por una inteligencia humana que sabe a dónde quiere llegar y conoce el camino, su propio camino; porque el camino de cada niño es perfectamente diferenciable del de otros niños existentes y posibles.



1 La gestación de un niño no es en absoluto un fenómeno pasivo por parte de éste; antes bien, es una asombrosa secuencia de eventos activos a través de los cuales un ser personal, que es tanto como decir un protagonista, va moldeando su propia realidad asistido siempre por una inteligencia humana que sabe a dónde quiere llegar y conoce el camino, su propio camino; porque el camino de cada niño es perfectamente diferenciable del de otros niños existentes y posibles. Cfr. Alvaro Sierra, La afectividad, Eslabón perdido de la educación, Ediciones Universidad de Navarra, Universidad de La Sabana (Colombia), Mayo 2008, Primera parte, Los fundamentos de la afectividad, pp. 21-24 1 . CUANDO LA EDAD NO SE MIDE EN TIEMPO SINO EN DESTREZAS Nunca olvidaré la expresión de mi mujer una mañana de agosto del año 1980. Juntos hacíamos el aseo de la casa cuando ella súbitamente se detuvo, lanzó una exclamación y cuando me volví a mirarla su cara se había enrojecido y sus ojos tenían un brillo especial. Para entonces llevábamos cuatro meses de casados y ella contaba con cuatro meses de embarazo. Temí que algo malo le estuviera sucediendo y en tal sentido la interrogué. Cuál no sería mi sorpresa al ver que sonreía con una mano sobre su vientre, mientras exclamaba como hablando consigo misma: «Se movió!». Cuando entendí a qué se refería, solo atiné a decirle: «bueno, ¿por qué te ruborizas con el primer movimiento que sientes del niño?». Entonces ella, con una emoción que jamás sentiremos los padres y con lágrimas en los ojos, me dijo: «Es que cuando se movió creí que todo el mundo se había dado cuenta». Y es verdad, todo el mundo se da cuenta, porque si hasta el tenue vuelo de una mariposa es percibido en la totalidad del cosmos; cuanto más el primer movimiento de un niño en el vientre materno, ha de ser un suceso digno de ser consignado en los anales de la humanidad. A partir de este primer movimiento, el discurrir temporal de un nuevo ser no es una monótona sucesión de días, meses y años que van dejando su huella en la realidad del sujeto. Desde entonces, el tiempo es ante todo historia personal, porque es la persona quien hace el tiempo, su tiempo, y no al contrario, siendo sus destrezas, su actuación evidenciable, los hitos que marcan el paso del tiempo en un nuevo protagonista que se hace a sí mismo desde su intimidad, con ayudas. Para quienes creen que los largos meses que un niño pasa confinado en el claustro materno son tiempo que transcurre pasivamente en una secuencia aburrida de divisiones celulares que dan masa y volumen al nuevo ser, es conveniente advertir que la gestación de un niño no es en absoluto un fenómeno pasivo por parte de éste; antes bien, es una asombrosa secuencia de eventos activos a través de los cuales un ser personal, que es tanto como decir un protagonista, va moldeando su propia realidad asistido siempre por una inteligencia humana que sabe a dónde quiere llegar y conoce el camino, su propio camino; porque el camino de cada niño es perfectamente diferenciable del de otros niños existentes y posibles. La realidad demuestra que cada embarazo es diferente, y que las madres que han gestado varias criaturas pueden desde el inicio del embarazo apuntar diferencias que «personalizan» el producto de la gestación con características que le son propias. Asignar al niño o niña que va a nacer un nombre, aunque sea tentativamente, obedece justamente a la necesidad sentida por los padres de personalizar el trato con un nuevo sujeto, diferente de ellos, que desde el inicio de su existencia los interpela como un interlocutor que genera cambios radicales en sus progenitores y reclama respuestas de fondo. Los que hoy son solo esposos, novios o amantes, mañana por obra y gracia de una gestación se convierten en padres y esta nueva condición que imprime carácter en la persona, los pone frente a frente con esa presencia del hijo que los acompaña desde ahora y por siempre, pase lo que pasare, logrando cambiar sus vidas en una forma ineludible y determinante. Qué duda cabe: el fenómeno no es solamente la constatación de dos, ocho, dieciséis o cuarenta billones de células que se reproducen a partir de un específico código genético. Es el misterio de la vida humana que exige a quien se le acerca humildad, respeto y contemplación devota porque su ocurrencia es mucho más que un accidente y su complejidad supera infinitamente los recovecos de la fisico-química y la genética. Cuando líneas arriba se afirmó que un embarazo es algo más que un cúmulo de células que se multiplican y agrupan diferenciándose en órganos y tejidos, a partir de un exclusivo código genético que 1 Alvaro Sierra es padre de familia y médico. 2 direcciona e individualiza, pretendemos hacer justicia a un nuevo ser que posee entidad propia e identidad, aunque en apariencia la afirmación pueda parecer redundante. Esa pequeña explosión celular de los comienzos, posee un principio de vida personal, una inteligencia de vida ordenadora, un origen y un destino, una historia inscrita en el tiempo y un proyecto vital que irá madurando con lógica humana y proyección sobrenatural, muy al contrario de lo que ocurre con células tumorales o cultivos de tejidos. De un tubo neural y un promontorio cefálico, irán diferenciándose glándulas y vísceras, músculos y tendones, brazos y piernas. En una maravillosa sintonía de eventos perfectamente sincronizados que posibilitarán luego el llanto o la risa, el agraciado movimiento de la bailarina de ballet o el cansino andar de un anciano. Caminar puede ser para algunos un acto trivial, inconsciente y fácil que el ser humano integra en la rutina de la cotidianidad. Para el niño que apenas inicia la marcha es la prueba reina de su integridad neurológica. Para lograrlo requiere cincuenta y cuatro músculos que trabajando en forma sincrónica dan fe de varios millones de años de evolución hasta llegar al Horno erectus, de una integridad neurológica y muscular, de un proceso de aprendizaje inteligente, de una autonomía en pleno desarrollo y, en fin, de un protagonismo que no deja lugar a las dudas. Para confirmarlo están los padres y las personas que cuidan a los niños «caminadores» que al final del día se derrumban en sus camas después de depositar al pequeño explorador en su cuna con un suspiro de alivio. Son justamente estos hijos los que hacen que los padres no narren la historia familiar en función de fechas sino en clave de destrezas de sus hijos; cuando Pedrito empezó a voltearse en la cama, cuando Marianita se sentó sola, cuando fuimos concientes de que Camilito nunca caminaría por su propia cuenta... para entonces, Pedrito, Marianita o Camilo ya tienen un lugar en el mundo y se han labrado un sitio en el corazón de sus padres, hermanos, parientes y conocidos, comenzando desde cero y a partir del instante en que entraron a la vida. www.parroquiasantamonica.com

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