viernes, 17 de febrero de 2017

Domingo 7º del Tiempo Ordinario. Año A (19 de febrero de 2017). La misericordia y el perdón.




Domingo 7º del Tiempo Ordinario. Año A (19 de febrero de 2017). La misericordia y el perdón.

Conversión a Dios y descubrimiento de su misericordia. Jesucristo resume y compendia toda la historia de la misericordia divina. El hombre está llamado a «usar misericordia» con los demás. El mundo de los hombres puede hacerse cada vez más humano, únicamente si introducimos en el ámbito pluriforme de las relaciones humanas y sociales, junto con la justicia, el «amor misericordioso» que constituye el mensaje mesiánico del evangelio. El sacramento de la confesión renueva en nuestra vida la gracia de la misericordia que Jesús nos ha adquirido (Audiencia de Papa Francisco en el Año Jubilar).

Cfr. 7ª semana del Tiempo Ordinario, Ciclo A, 19 de febrero de 2017

Levítico 19, 1-2.17-18; Salmo 102; 1 Corintios 3, 16-23; Mateo 5, 38-48

Levítico 19, 1-2.17-18: 1 Habló Yahveh a Moisés, diciendo: 2 Habla a toda la comunidad de los israelitas y diles: Sed santos, porque yo, Yahveh, vuestro Dios, soy santo. 17 No odies en tu corazón a tu hermano, pero corrige a tu prójimo, para que no te cargues con pecado por su causa. 18 No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor.
Salmo responsorial – Salmo 102, 1-2.3-4. 8 y 10. 12-13. Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; el rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas. Como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el señor ternura por sus fieles.
Mateo 5, 38-48: 38 Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. 39 Pero yo os digo: No repliquéis al malvado; por el contrario, si alguien te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la otra. 40 Al que quiera entrar en pleito contigo para quitarte la túnica, déjale también la capa. 41 A quien te fuerce a andar una milla, ve con él dos. 42 A quien te pida, dale; y no rehúyas al que quiera de ti algo prestado. 43 Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. 44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persigan, 45 para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los Cielos, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos y pecadores. 46 Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? ¿Acaso no hacen eso también los publicanos? 47 Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿Acaso no hacen eso también los paganos? 48 Sed, pues, vosotros perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto.

Señor, yo confío en tu misericordia: alegra mi corazón con tu auxilio
y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho.
(Salmo 12, 6 – Antífona de entrada)
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
(Salmo Responsorial de este domingo102, 1-4, 8-10)

1. La conversión a Dios consiste siempre en descubrir su misericordia

a) La conversión a Dios consiste siempre en descubrir su misericordia.

  San Juan Pablo II, Dives in misericordia, 13.
La Iglesia profesa y proclama la conversión. La conversión a Dios consiste siempre en descubrir su
 misericordia, es decir, ese amor que es paciente y benigno (Cfr. 1 Corintios 13, 4) a medida del Creador y Padre: el amor, al que « Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo » (2 Corintios 1, 3) es fiel hasta las últimas consecuencias en la historia de la alianza con el hombre: hasta la cruz, hasta la muerte y la resurrección de su Hijo. La conversión a Dios es siempre fruto del « reencuentro » de este Padre, rico en misericordia.
Catecismo de la Iglesia Católica, 277: (…) Dios manifiesta su omnipotencia convirtiéndonos de
nuestros pecados y restableciéndonos en su amistad por la gracia (…) - "Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia… " - : MR, colecta del Domingo XXVI).

b) La misericordia es revelada en la cruz.

  San Juan Pablo II, Dives in misericordia, 7

o Creer en el Hijo crucificado significa « ver al Padre » (Cfr. Juan 14, 9), significa creer que el amor está presente en el mundo y que este amor es más fuerte que toda clase de mal, en que el hombre, la humanidad, el mundo están metidos. Creer en ese amor significa creer en la misericordia.

(...) Creer en el Hijo crucificado significa « ver al Padre » (Cfr. Juan 14, 9), significa creer que el amor está presente en el mundo y que este amor es más fuerte que toda clase de mal, en que el hombre, la humanidad, el mundo están metidos. Creer en ese amor significa creer en la misericordia. En efecto, es ésta la dimensión indispensable del amor, es como su segundo nombre y a la vez el modo específico de su revelación y actuación respecto a la realidad del mal presente en el mundo que afecta al hombre y lo asedia, que se insinúa asimismo en su corazón y puede hacerle « perecer en la gehenna » (Mateo 10, 28).

c) La misericordia de Jesús no es solamente un sentimiento, es mucho más. ¡Es una fuerza que da vida, que resucita al hombre!

Papa Francisco, 09 de junio de 2013. Rezo del Ángelus con los fieles.
La misericordia de Jesús no es solamente un sentimiento, es mucho más. ¡Es una fuerza que da vida, que resucita al hombre! Lo dice también el evangelio de hoy, en el episodio de la viuda de Nain (Lc 7,11-17).Jesús con sus discípulos está llegando justamente a Nain, un pueblo de Galilea, en el momento mismo en que se está realizando un funeral: cargan a un joven para enterrarlo, hijo único de una mujer viuda. La mirada de Jesús se fija en seguida sobre la madre en lágrimas.
Dice el evangelista Luca: “Al verla el Señor fue tomado de gran compasión por ella” (v.13). Esta “compasión es el amor de Dios por el hombre, es la misericordia, o sea la actitud de Dios hacia la miseria humana, hacia nuestra indigencia, en el sufrimiento, en la angustia. El término bíblico “compasión” llama a las vísceras maternas: la madre de hecho, tiene una reacción particular delante del dolor de los hijos. Así nos ama Dios, dice la escritura.
¿Y cuál es el fruto de este amor? ¡Es la vida! Jesús le dijo a la viuda de Nain: “¡No llores!”, y entonces llamó al joven muerto y lo despertó como de un sueño (cfr vv. 13-15).
La misericordia de Dios le da la vida al hombre, lo resucita de la muerte. El Señor nos mira siempre con misericordia, nos espera con misericordia. ¡No tengamos temor de acercarnos a Él! ¡Hay un corazón misericordioso! Si le mostramos nuestras heridas interiores, nuestros pecados, ¡Él siempre nos perdona. Es pura misericordia!

d) Jesucristo resume y compendia toda la historia de la misericordia divina.

               San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, Homilía «La Vocación cristiana», n. 7
(…)
Ahora, que se acerca el tiempo de la salvación, consuela escuchar de los labios de San Pablo que después que Dios Nuestro Salvador ha manifestado su benignidad y amor con los hombres, nos ha liberado no a causa de las obras de justicia que hubiésemos hecho, sino por su misericordia (Tit III,5).
Si recorréis las Escrituras Santas, descubriréis constantemente la presencia de la misericordia de Dios: llena la tierra (Ps XXXII, 5), se extiende a todos sus hijos, super omnem carnem (Ecclo XVIII,12); nos rodea (Ps XXI, 10), nos antecede (Ps LVIII,11), se multiplica para ayudarnos (Ps XXXIII,8), y continuamente ha sido confirmada (Ps CXVI, 2). Dios, al ocuparse de nosotros como Padre amoroso, nos considera en su misericordia (Ps XXIV, 7): una misericordia suave Ps CVIII, 21), hermosa como nube de lluvia (Ecclo XXV, 26).
Jesucristo resume y compendia toda esta historia de la misericordia divina: bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mt V,7). Y en otra ocasión: sed misericordiosos, como vuestro Padre celestial es misericordioso (Lc VI, 36). Nos han quedado muy grabadas también, entre otras muchas escenas del Evangelio, la clemencia con la mujer adúltera, la parábola del hijo pródigo, la de la oveja perdida, la del deudor perdonado, la resurrección del hijo de la viuda de Naím (Lc VII, 1-17). ¡Cuántas razones de justicia para explicar este gran prodigio! Ha muerto el hijo único de aquella pobre viuda, el que daba sentido a su vida, el que podía ayudarle en su vejez. Pero Cristo no obra el milagro por justicia; lo hace por compasión, porque interiormente se conmueve ante el dolor humano.
¡Qué seguridad debe producirnos la conmiseración del Señor! Clamará a mí y yo le oiré, porque soy misericordioso (Ex XXXII, 27). Es una invitación, una promesa que no dejará de cumplir. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para que alcancemos la misericordia y el auxilio de la gracia en el tiempo oportuno (Heb 4, 16). Los enemigos de nuestra santificación nada podrán, porque esa misericordia de Dios nos previene; y si —por nuestra culpa y nuestra debilidad— caemos, el Señor nos socorre y nos levanta. Habías aprendido a evitar la negligencia, a alejar de ti la arrogancia, a adquirir la piedad, a no ser prisionero de las cuestiones mundanas, a no preferir lo caduco a lo eterno. Pero, como la debilidad humana no puede mantener un paso decidido en un mundo resbaladizo, el buen médico te ha indicado también remedios contra la desorientación, y el juez misericordioso no te ha negado la esperanza del perdón (S. Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, 7).

e) El hombre está llamado a «usar misericordia» con los demás.

  Juan Pablo II, Enc. Dives in misericordia, n. 14
Jesucristo ha enseñado que el hombre no sólo recibe y experimenta la misericordia de Dios, sino
que está llamado a « usar misericordia » con los demás: « Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia » (Mateo 5,7). La Iglesia ve en estas palabras una llamada a la acción y se esfuerza por practicar la misericordia. Si todas las bienaventuranzas del sermón de la montaña indican el camino de la conversión y del cambio de vida, la que se refiere a los misericordiosos es a este respecto particularmente elocuente. El hombre alcanza el amor misericordioso de Dios, su misericordia, en cuanto él mismo interiormente se transforma en el espíritu de tal amor hacia el prójimo.

o Ello constituye todo un estilo de vida, una característica esencial y continua de la vocación cristiana.

Este proceso auténticamente evangélico no es sólo una transformación espiritual realizada de una vez para siempre, sino que constituye todo un estilo de vida, una característica esencial y continua de la vocación cristiana. Consiste en el descubrimiento constante y en la actuación perseverante del amor en cuanto fuerza unificante y a la vez elevante: —a pesar de todas las dificultades de naturaleza psicológica o social—se trata, en efecto, de un amor misericordioso que por su esencia es amor creador. (…)

o La misericordia se hace elemento indispensable para plasmar las relaciones mutuas entre los hombres, en el espíritu del más profundo respeto de lo que es humano y de la recíproca fraternidad.

La misericordia se hace elemento indispensable para plasmar las relaciones mutuas entre los hombres, en el espíritu del más profundo respeto de lo que es humano y de la recíproca fraternidad. Es imposible lograr establecer este vínculo entre los hombres si se quiere regular las mutuas relaciones únicamente con la medida de la justicia. Esta, en todas las esferas de las relaciones interhumanas, debe experimentar por decirlo así, una notable « corrección » por parte del amor que—como proclama san Pablo—es « paciente » y « benigno », o dicho en otras palabras lleva en sí los caracteres del amor misericordioso tan esenciales al evangelio y al cristianismo. (…)
§ El mundo de los hombres puede hacerse cada vez más humano, únicamente si introducimos en el ámbito pluriforme de las relaciones humanas y sociales, junto con la justicia, el «amor misericordioso» que constituye el mensaje mesiánico del evangelio.
Si Pablo VI indicó en más de una ocasión la « civilización del amor » (Pablo VI. Enseñanzas al Pueblo de Dios (1975), p. 482) como fin al que deben tender todos los esfuerzos en campo social y cultural, lo mismo que económico y político, hay que añadir que este fin no se conseguirá nunca, si en nuestras concepciones y actuaciones, relativas a las amplias y complejas esferas de la convivencia humana, nos detenemos en el criterio del « ojo por ojo, diente por diente » (Mt 5, 38) y no tendemos en cambio a transformarlo esencialmente, superándolo con otro espíritu. Ciertamente, en tal dirección nos conduce también el Concilio Vaticano II cuando hablando repetidas veces de la necesidad de hacer el mundo más humano,(Cfr. Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et Spes, 40) individúa la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo precisamente en la realización de tal cometido. El mundo de los hombres puede hacerse cada vez más humano, únicamente si introducimos en el ámbito pluriforme de las relaciones humanas y sociales, junto con la justicia, el « amor misericordioso » que constituye el mensaje mesiánico del evangelio.

o El mundo de los hombres puede hacerse « cada vez más humano », solamente si en todas las relaciones recíprocas que plasman su rostro moral introducimos el momento del perdón, tan esencial al evangelio.

El mundo de los hombres puede hacerse « cada vez más humano », solamente si en todas las relaciones recíprocas que plasman su rostro moral introducimos el momento del perdón, tan esencial al evangelio. El perdón atestigua que en el mundo está presente el amor más fuerte que el pecado. El perdón es además la condición fundamental de la reconciliación, no sólo en la relación de Dios con el nombre, sino también en las recíprocas relaciones entre los hombres. Un mundo, del que se eliminase el perdón, sería solamente un mundo de justicia fría e irrespetuosa, en nombre de la cual cada uno reivindicaría sus propios derechos respecto a los demás; así los egoísmos de distintos géneros, adormecidos en el hombre, podrían transformar la vida y la convivencia humana en un sistema de opresión de los más débiles por parte de los más fuertes o en una arena de lucha permanente de los unos contra los otros. (…)
¡Cuántas veces repetimos las palabras de la oración que El mismo nos enseñó, pidiendo: « perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores », es decir, a aquellos que son culpables de algo respecto a nosotros (Mateo 6, 12)! (…) La conciencia de ser deudores unos de otros va pareja con la llamada a la solidaridad fraterna que san Pablo ha expresado en la invitación concisa a soportarnos « mutuamente con amor » (Efesios 4, 2; cfr. Gálatas 6, 2). (…)
Es obvio que una exigencia tan grande de perdonar no anula las objetivas exigencias de la justicia.
Es obvio que una exigencia tan grande de perdonar no anula las objetivas exigencias de la justicia. La justicia rectamente entendida constituye por así decirlo la finalidad del perdón. En ningún paso del mensaje evangélico el perdón, y ni siquiera la misericordia como su fuente, significan indulgencia para con el mal, para con el escándalo, la injuria, el ultraje cometido. En todo caso, la reparación del mal o del escándalo, el resarcimiento por la injuria, la satisfacción del ultraje son condición del perdón.

2. Amar es compadecer. Es tener el corazón compasivo por la miseria del otro. Quien

ama tiene «corazón», «entrañas» para la desgracia y para la miseria del amado.

Cfr. Ricardo Yepes Stork, Fundamentos de Antropología, Un ideal de la excelencia humana. Eunsa 1996, 7 Relaciones interpersonales, 7.4.2 La afirmación del otro. pp. 193-94
Quien ama tiene «corazón», «entrañas», para la desgracia y la miseria del amado, se compadece de él. Esto es «tener el corazón compasivo por la miseria de otro». Los clásicos lo llamaban misericordia, y es un «sentimiento que nos compele a socorrer, si podemos»1, por cuanto «nos entristecemos y sufrimos por la miseria ajena en cuanto la consideramos como nuestra»2. Cuanto más amado es quien la sufre, más nos compadecemos. Amar es compadecer, padecer–con y tener una compasión o misericordia. Si el amado está triste, le damos consuelo y aliento en el sufrimiento (16.2): amar es consolar.

3. Cuando, arrepentidos, nos confesamos, encomendándonos a Él, estamos seguros de ser perdonados. No debemos temer nuestras miserias.
Cfr. Papa Francisco, Catequesis, Audiencia General del 6 de abril de 2016, durante el Año Jubilar.

o ¡El sacramento de la Reconciliación hace actual para cada uno la fuerza del perdón que sale de la Cruz y renueva en nuestra vida la gracia de la misericordia que Jesús nos ha adquirido!

§ El poder del amor del Crucificado no conoce obstáculos y no se agota nunca.
Y cuando nosotros nos confesamos arrepentidos encomendándonos a Él, estamos seguros de ser perdonados. ¡El sacramento de la Reconciliación hace actual para cada uno la fuerza del perdón que sale de la Cruz y renueva en nuestra vida la gracia de la misericordia que Jesús nos ha adquirido! No debemos temer nuestras miserias: el poder del amor del Crucificado no conoce obstáculos y no se agota nunca.
Queridos, en este Año Jubilar pidamos a Dios la gracia de hacer experiencia del poder del Evangelio: Evangelio de la misericordia que transforma, que hace entrar en el corazón de Dios, que nos hace capaces de perdonar y mirar al mundo con más bondad. Si acogemos el Evangelio del Crucificado Resucitado, toda nuestra vida es plasmada por la fuerza de su amor que renueva”.



Vida Cristiana




1  Agustín de Hipona, La ciudad de Dios, C. 5
2 Tomás de Aquino, Summa Theologica, II-II, q. 30, a. 2.

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