domingo, 2 de abril de 2017

5º domingo de cuaresma - Ciclo A 2 de abril de 2017



Ø     5º Domingo de Cuaresma (2 de abril de 2017). En la  segunda lectura de hoy  se explican las dosmaneras en las que se puede vivir en este mundo. La vida según el espíritu, con arreglo a la cual se busca a Dios por encima de todas las cosas y se lucha, con su gracia, contra las inclinaciones de la concupiscencia. La segunda es la vida según la carne, por la que el hombre se deja vencer por las pasiones. No olvidemos jamás que para todos - para cada uno de nosotros, por tanto - sólo hay dos modos de estar en la tierra: se vive vida divina, luchando para agradar a Dios; o se vive vida animal, más o menos humanamente ilustrada, cuando se prescinde de Él. Dos modos de nacer, de vivir y de morir. La vida sobrenatural de los hijos de Dios.  Se trata de la vida según el Espíritu no según la precariedad de la condición humana (vivir según la carne).

v     Cfr. 5º domingo de cuaresma - Ciclo A  2 de abril de 2017

               Ezequiel 37, 12-14; Romanos 8, 8-11; Juan 11, 1-45
Romanos 8, 8-11:  8 Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.9 Ahora bien vosotros no vivís según  la
 carne, sino según  el espíritu, si es  que el Espíritu de Dios habita en vosotros. Si alguien no tiene el Espíritu de Cristo ese no es de él. 10 Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto a causa del pecado, pero el Espíritu tiene vida a causa de  la justicia. 11 Y si el Espíritu de Aquel  que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el mismo que resucitó de entre los muertos a Cristo dará vida  también a vuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que habita en vosotros.
Juan 11, 1-45: 1 Había caído enfermo un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana. 2 María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro. 3 Las hermanas le mandaron recado a Jesús diciendo: «Señor, el que tú amas está enfermo». (…) 11 Dicho esto, añadió: «Lázaro, nuestro amigo, está dormido: voy a despertarlo». 12 Entonces le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, se salvará». 13 Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural. 14 Entonces Jesús les replicó claramente: «Lázaro ha muerto, 15 y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su encuentro». (…) 17 Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. (…)  21 Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. 22 Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá». 23 Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». 24 Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección en el último día». 25 Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; 26 y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?». 27 Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». (…) 38 Jesús, conmovido de nuevo en su interior, llegó a la tumba. Era una cavidad cubierta con una losa. 39 Dijo Jesús: «Quitad la losa». Marta, la hermana del muerto, le dijo: «Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días». 40 Jesús le replicó: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?». 41 Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; 42 yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». 43 Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, sal afuera». 44 El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar». La condena a muerte de Jesús por el Sanedrín 45 Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

«Yo soy la Resurrección y la Vida»

(Evangelio, Juan 11,25).

Nacer, vivir y morir según la carne o según el Espíritu.


Vosotros no vivís según  la  carne, sino según  el espíritu,
si es  que el Espíritu de Dios habita en vosotros.
(Segunda lectura, Romanos 8, 9)
1. Introducción

v     Dos imágenes de los dos domingos anteriores: Jesús, agua y luz. En este domingo: Jesús es la vida.

·         En los dos domingos anteriores de la Cuaresma (3º ciclo A y 4º ciclo A), el Evangelio nos habla del agua y de la luz,
refiriéndolos  al Señor Jesús y a la vida cristiana. Se hablaba de dos tipos de agua y de dos tipos de luz, la física y la que trae Jesús. Hoy la liturgia nos habla de la vida física (que devuelve Jesús a Lázaro por medio de un milagro, pues había muerto), y de otra vida, diferente a la biológica, a la que alude Jesús cuando dice «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre (Juan 11, 25)».
2. Dos maneras en la que se puede vivir en este mundo.

v     En la  segunda lectura de hoy  (Romanos 8, 8-11) se explican las dos maneras en las que se puede vivir en este mundo.

·         Nuevo Testamento, Eunsa 2004, Romanos 8, 1-13: “San Pablo especifica dos maneras en las que puede vivir en
este mundo (vv. 5-8). La primera es la vida según el espíritu, con arreglo a la cual se busca a Dios por encima de todas las cosas y se lucha, con su gracia, contra las inclinaciones de la concupiscencia. La segunda es la vida según la carne, por la que el hombre se deja vencer por las pasiones. La vida según el Espíritu, que tiene su raíz en la gracia, no se reduce al mero estar pasivo y a unas cuantas prácticas piadosas. La vida según el Espíritu es un vivir según Dios que informa la conducta del cristiano: pensamientos, anhelos, deseos y obras se ajusta a lo que Dios pide en cada instante y se realizan al impulso de las mociones del Espíritu Santo”.
·         Cfr. Nuevo Testamento ibídem ..., 8,14-30“Gracias al Espíritu, el cristiano puede participar en la vida de Cristo,
Hijo de Dios por naturaleza. Esta participación viene a ser entonces una «adopción filial» (v. 15) y por eso puede llamar individualmente a Dios: «¡Abbá, Padre!», como lo hacía Jesús. Al ser, por adopción, verdaderamente hijo de Dios, el cristiano tiene – por decirlo así – un derecho a participar también en su herencia: la vida gloriosa en el Cielo (vv. 14-18). (…) El sentido de la filiación divina nos hace descubrir que los acontecimientos de nuestra vida están dirigidos por la amable Voluntad de Dios y nos llena de esperanza y paz”.
·         San Pablo señala con fuerza que la vida según el Espíritu que inhabita en los cristianos es la verdadera y única
vida, contrapuesta a la vida según la carne, que es una vida sólo aparente, o que, más bien, es muerte. Con la palabra «carne» no habla de cuerpos mortales, sino de los vicios y del pecado, que alejan de Dios única fuente de la vida. “Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8,8). “Ahora bien, vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros” (Romanos 8, 9). (cfr. 1 Corintios 3,16; 1 Juan 3,24).
·         En otra carta (Gálatas 2, 20), San Pablo afirma que no se trata de salir de la condición mortal sino de vivir en la fe: “Vivo,
pero ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Y la vida que vivo ahora en la carne  la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí”.  Y en la misma carta (5, 16-24), hace una alusión explícita a los frutos de la carne y los del Espíritu: “Andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne, pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal que no hacéis lo que quisierais. En cambio, si os guía el espíritu, no estáis bajo el dominio de la Ley. Las obras de la carne están patentes: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, envidias, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, discordias, borracheras, orgias y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os previne, que los que así obran no heredarán el Reino de Dios. En cambio, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí. Contra esto no va la Ley. Y los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y sus deseos» (Ga 5, 16-24)”.  
·         Es interesante observar, a propósito de cuanto dice san Pablo en este texto (Gálatas 2,20), lo que comenta la
Biblia de Jerusalén: “(a) Por la fe  (Romanos 1,16), Cristo se convierte, en cierto sentido, en sujeto de todas las acciones vitales del cristiano (Romanos 8, 10-11+; Filipenses 1,21; ver Colosenses 3,3+). (b) Aunque todavía «en la carne» (Romanos 7,5+), la vida del cristiano está ya espiritualizada por la fe (ver Ef 3,17); sobre esta condición paradójica, ver Rm 8, 18-27).”
·         Amigos de Dios, 206: No olvidemos jamás que para todos - para cada uno de nosotros, por tanto - sólo hay dos
modos de estar en la tierra: se vive vida divina, luchando para agradar a Dios; o se vive vida animal, más o menos humanamente ilustrada, cuando se prescinde de El. Nunca he concedido demasiado peso a los santones que alardean de no ser creyentes: los quiero muy de veras, como a todos los hombres, mis hermanos; admiro su buena voluntad, que en determinados aspectos puede mostrarse heroica, pero los compadezco, porque tienen la enorme desgracia de que les falta la luz y el calor de Dios, y la inefable alegría de la esperanza teologal.
Un cristiano sincero, coherente con su fe, no actúa más que cara a Dios, con visión sobrenatural; trabaja en
mundo, al que ama apasionadamente, metido en los afanes de la tierra, con la mirada en el Cielo. Nos lo confirma San Pablo: quæ sursum sunt quærite; buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios; saboread las cosas del Cielo, no las de la tierra. Porque muertos estáis ya - a lo que es mundano, por el Bautismo-, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Colosenses 3, 1-3).

2.      Evangelio: Yo soy la  Resurrección y la Vida (v. 25)

·         Jesús es la Resurrección porque su victoria sobre la muerte es causa de la resurrección de todos los hombres.
Es la Vida no solamente porque abre la puerta a la vida eterna, sino también porque concede la gracia al hombre viador. Ciertamente está hablando de la vida en Él, de la vida según el Espíritu Santo, de la vida de los Hijos de Dios, que Él concede por medio de nuestra fe y del Bautismo. En la segunda lectura S. Pablo dice a los Romanos, en el capítulo 8 dedicado a la vida del creyente en el Espíritu: “vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros”, v. 9). La palabra «espíritu» “designa o bien la misma persona del Espíritu Santo (más claramente en el v.9), o bien el espíritu del hombre renovado por esta presencia (ver 5,5+ y 1,9+)” (Biblia de Jerusalén, Romanos 8,2).
·         La resurrección de Lázaro es un «signo» muy preciso. Lázaro morirá de nuevo, y podemos estar seguros de que
el milagro  realizado por Jesús no tenía como finalidad garantizar a Lázaro algún mes o algunos años más de vida en esta tierra, sino la de atraer  a todos  hacia la fe en el Mesías.
·         El Espíritu Santo, que Jesús nos envía para que vivamos como Hijos de Dios, hace  - si no ponemos obstáculos
- que vivamos la vida cristiana en esta tierra, que es preludio, incoación de la vida eterna. «La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo» (Prefacio de Difuntos, en el Misal Romano).

v     Algunas afirmaciones en el Catecismo de la Iglesia Católica

·         La fe es ya comienzo de la vida eterna (cfr. CEC 163).
·         CEC 168: (...) Por medio de la Iglesia recibimos la fe y la vida nueva en Cristo por el bautismo. En el Ritual
Romano, el ministro del bautismo pregunta al catecúmeno: «¿Qué pides a la Iglesia de Dios?» Y la respuesta es: «La fe». «¿Qué te da la fe?» «La vida eterna».  
·         CEC 265: Por la gracia del bautismo «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» somos
llamados a participar en la vida de la Bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la luz eterna (Cf Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 9).
·         CEC 1709: (...) La vida moral, madurada en la gracia, culmina en vida eterna, en la gloria del cielo.
·         CEC 1996: (...) La gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a
ser hijos de Dios (46), hijos adoptivos (47), partícipes de la naturaleza divina (48), de la vida eterna (Cf Juan 17, 3).
·         CEC 2820: Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre el crecimiento del Reino de
Dios y el progreso de la cultura y la promoción de la sociedad en las que están implicados. Esta distinción no es una separación. La vocación del hombre a la vida eterna no suprime, sino que refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz (Cf Gaudium et spes, 22; 32; 39; 45; Evangelii nuntiandi, 31).

3.  La vida sobrenatural de los hijos de Dios.  ¿De qué vida se trata?: de la vida según el Espíritu no según la precariedad de la condición humana (vivir según la carne).

v     Estar o vivir en el Espíritu, equivale en la práctica estar o vivir «en Cristo». Carne y Espíritu: dos modos de nacer, de vivir y de morir

            Cfr. Raniero Cantalamessa, El misterio de Pentecostés, Edicep 1998, pp. 85-92:
“El apóstol Pablo, en sus cartas, nunca expone el misterio cristiano, sin que el anuncio vaya seguido de la exhortación práctica, y el kerygma de la parénesis. En el caso del Espíritu santo, el paso del kerygma a la parénesis y del don al deber, es admirablemente resumido por el Apóstol con estas palabras: Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu (Ga 5, 25). El primer verbo está en indicativo e indica lo que Dios ha «hecho» por nosotros, esto es, indica el don de la vida nueva en el Espíritu, o también el «estado» en que nos encontramos gracias al bautismo. El segundo verbo es un subjuntivo exhortativo e indica «lo que hay que hacer» por parte nuestra; con él se nos exhorta a comportamos de manera coherente con lo que hemos llegado a ser. Es como si el Apóstol se dirigiera al cristiano, diciéndole: «sé aquello en lo que te has convertido». El don se convierte en norma. El Espíritu Santo, vida nueva, se convierte también en la nueva ley del cristiano.
San Pablo se sirve de la oposición carne-Espíritu para delinear una visión completa de la vida cristiana, esto es, para trazar un primer esbozo de antropología teológica. En particular, dicha oposición sirve para explicar los tres hechos fundamentales de la existencia: el nacimiento, la vida, la muerte. En otras palabras, hay dos modos de nacer, según la palabra de Dios: de la carne y del Espíritu; dos modos de vivir: según la carne y según el Espíritu; y dos resultados finales: la muerte o la vida eterna: Pues las tendencias de la carne -dice- son muerte;  mas las del Espíritu, vida y paz (Rm 8, 6).

v     Clarificación del significado de los dos términos carne y Espíritu. Uso cotidiano y uso bíblico. (pp. 86-88)

Tratemos de clarificar, ante todo, el significado de los dos términos carne y Espíritu, En el uso cotidiano «carne» indica el componente corporal del hombre, con una referencia concreta a la esfera sexual; mientras que «espíritu» indica la razón, o el alma, esto es, el componente espiritual del hombre. En este sentido se habla, por ejemplo, de los placeres o pecados de la carne, o también de cultivar el propio espíritu. Este uso ha ensombrecido a menudo el genuino significado bíblico de los dos términos. En la Biblia, la oposición carne-espíritu, aun incluyendo este primer significado, no queda limitado a él, sino que es mucho más radical. Carne indica tanto el cuerpo como el alma, esto es, la inteligencia y la voluntad del hombre en cuanto  realidades puramente naturales, marcadas, además, por la experiencia del pecado que los hace proclives al mal. En otras palabras, carne indica a todo el hombre en su precariedad, tanto física como moral, en cuanto infinitamente distante de Dios que es Espíritu (cfr. Jn 4,24). Para utilizar una expresión moderna, carne indica las «condición humana». Decir que el Verbo se ha hecho carne (Jn 1,14), significa decir que se ha hecho hombre, que ha asumido la condición humana. ¿Y qué indica, entonces, la palabra Espíritu? Indica la realidad divina, la gracia y todo aquello que el hombre es y hace cuando está movido por este principio nuevo y superior. En la contraposición carne-Espíritu, Espíritu indica siempre, directa o indirectamente, al Espíritu Santo, y por ello debería escribirse con letra mayúscula.
            Para hacernos una idea de la diversidad de usos – el común y el bíblico -, basta decir que el acto que normalmente es considerado como el más «carnal» de todos, puede ser, en la visión bíblica, un acto psíquicamente espiritual, un gesto según el Espíritu, si se realiza en el seno del matrimonio, con amor y en el respeto a la voluntad del Creador. Por el contrario, el acto que se considera como el más espiritual de todos – el filosofar -, juzgado con el patrón de la Biblia, es una obra de la carne, si uno lo realiza siguiendo una lógica egoísta, para exaltarse a sí mismo o sus propias dotes, o si con él se enseña el error y la mentira. San Pablo denomina a todo esto, en efecto, «sabiduría de la carne» (Rm 8,7). Por otra lado, sabemos que lo que se entiende normalmente con la palabra «espíritu», cuando se habla del «espíritu de los tiempos», o del «espíritu del mundo», es exactamente eso que la Biblia llamaría «carne».
                En la oposición carne-Espíritu de la Biblia no está, pues, en juego tan sólo la oposición entre instintos y razón, o entre cuerpo y alma, sino también aquella otra más radical entre naturaleza y gracia, entre lo humano y lo divino, entre lo terreno y lo eterno, entre el egoísmo y el amor. Carne y Espíritu indican dos mundos y dos esferas distintas de acción. Aclarado este significado diverso de los términos, podemos ahora ilustrar la afirmación hecha más arriba de que según la Biblia existen dos modos de nacer: de la carne o del Espíritu; dos modos de vivir: según la carne o según el Espíritu; dos modos de concluir la vida: con  la muerte o con la vida eterna.

v     Dos modos de nacer (pp. 88-90)

o        Nacimiento natural

Dos modos de nacer. La Biblia designa de distintos modos el nacimiento natural del padre o de la madre. Lo llama nacimiento «de la carne» (Jn 3, 6), «de sangre, de voluntad de la carne o de deseo del hombre» (Jn I, 13), «de germen corruptible» (I P 1,23). Es necesario prestar atención para no ver en ello ningún juicio negativo, o de condenación del acto de engendrar o del nacimiento humano en sí mismo. La Biblia no ignora que, a fin de cuentas, también el nacimiento natural viene de Dios que creó al hombre, macho y hembra, precisamente para que fueran fecundos y llenaran la tierra. Venir al mundo es un don, no una condena, como pensaban en la antigüedad  platónicos y gnósticos. Si hay un matiz negativo en aquellas expresiones, no se debe tanto a lo que el nacimiento humano es en sí mismo, cuanto a lo que no es; se debe no tanto a lo que posee cuanto a lo que le falta todavía La mejor confirmación de ello es que también de Jesús se dice que nació «del linaje de David, según la carne» (Rm 1,3). Ni siquiera  la fe en el pecado original anula este valor fundamentalmente positivo de la vida humana y, por tanto, del nacimiento natural. Por otra  parte, en las fuentes bíblicas, el pecado original nunca está tan estrechamente ligado al modo de transmisión de la vida por generación sexual, como lo estará más tarde, a partir de san Agustín.

o        Nacimiento según el Espíritu. (pp. 89-90)

                Y vayamos al nacimiento según el Espíritu. También el nacimiento del Espíritu es designado con expresiones distintas: «de Dios» (Jn 1, 13), « de lo alto» (Jn 3,3,d « de un germen incorruptible, por medio de la palabra de Dios» (1 P 1,23). Este nacimiento,  o renacimiento, tiene lugar por iniciativa y voluntad de Dios Padre, que lo obra mediante el Espíritu. La vida que se da como resultado de este nuevo nacimiento es vida «en Cristo», o vida «en el Espíritu». El «germen» con el que se transmite dicha nueva vida es la palabra de Dios, acogida mediante la fe. El nuevo nacimiento está siempre vinculado a la fe: «Todo el que cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios» (1 Jn 5,1). Esto mismo se dice, también, de otro modo: no somos nosotros los que en realidad nacemos de nuevo, sino que es Cristo quien es concebido y nace en nosotros «por obra del Espíritu Santo». Pero, en realidad, es lo mismo, visto desde un ángulo distinto. Todo ello se realiza concretamente en el bautismo, por eso el nuevo nacimiento es denominado «de agua y de Espíritu» (Jn 3,5). Quien pasa a través de esta experiencia , llamada de iniciación, es llamado «nueva criatura» y, del mismo modo en que por el nacimiento natural somos hijos de hombre, hijos de un padre y de una madre, así también, con este renacimiento, llegamos a ser hijos de Dios (Rm 8,14; 1 Jn 3,1).

v     Dos modos de vivir (pp. 90-91)

Dos modos de vivir. En continuidad con estos dos tipos de nacimiento – de la carne o del Espíritu -, la Biblia habla también de dos formas o estilos distintos de vida, que define, respectivamente, vida según la carne y vida según el Espíritu. San Pablo nos ofrece una descripción con el estilo de las «vidas paralelas»: Los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el espíritu, lo espiritual. Pues las tendencias de la carne son muerte; mas las tendencias del espíritu, vida y paz, ya que las tendencias de la carne llevan al odio a Dios: no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden; así, los que están en la carne, no pueden agradar a Dios (Rm 8, 5-8).

o        Vivir según la carne.

Vivir según la carne significa vivir a un nivel natural, sin la fe. Viven según la carne aquellos que viven según la naturaleza, pero no la naturaleza originaria, creada buena y gobernada por Dios que todavía hace oir su voz, por debilitada que esté, a través de la conciencia; sino la naturaleza corrompida por el pecado, que se expresa a través de las distintas concupiscencias y, sobre todo, mediante el egoísmo. Las manifestaciones típicas de una vida planteada de este modo, son las así llamadas «obras de la carne»: «fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes» (Ga 5,19).

o        Vivir según el Espíritu

Vivir según el Espíritu significa, por el contrario, pensar, querer y obrar, movidos interiormente por ese principio de vida nueva que en el bautismo es introducido en nosotros, que es el Espíritu de Jesús. Vivir según el Espíritu equivale por ello a imitar a Cristo. Las manifestaciones propias de esta vida nueva son los así llamados «frutos del Espíritu»: «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Ga 5, 22).

v     Dos modos de morir (pp. 91-92)

o        Según la carne y según el Espíritu

Dos modos de morir. Y llegamos, finalmente, a los dos resultados a los que dan lugar respectivamente el vivir según la carne o el vivir según el Espíritu: la muerte o la vida: Si vivís según la carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis (Rm 8,13). Si uno vive según la carne, esto es, en una perspectiva puramente natural y terrena – ya que la «carne» es, por definición, lo perecedero, lo corruptible, aquello que tiene un comienzo, un desarrollo y un final -, el horizonte último de una vida así no puede ser más que la muerte. Toda carne – dice la Biblia – es hierba y todo su esplendor como flor del campo. La flor se marchita (Is 40, 6-8). Desde este punto de vista, tiene mucha razón aquel filósofo que definió al hombre como un «ser – para – la – muerte»; alguien que acaba de nacer y que ya empieza a morir (M. Heidegger, El ser y el Tiempo, 51. Fondo Cultura Económica, México 1974, 275-278). No se va más allá de este horizonte: el hombre nace y vive para morir.
                Pero si uno vive según el Espíritu – dado que el Espíritu es, por definición, lo que no se corrompe, lo eterno – el horizonte, en este caso, no se cierra con la muerte. La vida nueva del Espíritu tiene un comienzo, pero no tiene un final: El que siembra en su carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembra en el Espíritu, del Espíritu cosechará la vida eterna (Ga 6,8). Visto desde una perspectiva «espiritual», el hombre ya no aparece como un ser – para – la – muerte, sino más bien como un ser – para – la – eternidad. Ni siquiera la carne, ciertamente, acabará para siempre en la corrupción, en virtud de la resurrección de los muertos. Pero esto – es decir, devolverle la vida también a nuestro cuerpo, al final de los tiempos – será, precisamente, la última gran obra del Espíritu: Si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros (Rm 8,11). 

4. La vida divina, una nueva experiencia, una visión luminosa de la existencia por la que estaban dispuestos los primeros cristianos a dar testimonio público hasta el final”

Cfr. Francisco, Encíclica Lumen fidei, 29 de junio de 2013

o        En los primeros cristianos: una nueva experiencia de la que están dispuestos a dar testimonio.

·         n. 5: “La convicción de una fe que hace grande y plena la vida, centrada en Cristo y en la fuerza de su gracia, animaba la
misión de los primeros cristianos. En las Actas de los mártires leemos este diálogo entre el prefecto romano Rústico y el cristiano Hierax: « ¿Dónde están tus padres? », pregunta el juez al mártir. Y éste responde: « Nuestro verdadero padre es Cristo, y nuestra madre, la fe en él »[5]. Para aquellos cristianos, la fe, en cuanto encuentro con el Dios vivo manifestado en Cristo, era una « madre », porque los daba a luz, engendraba en ellos la vida divina, una nueva experiencia, una visión luminosa de la existencia por la que estaban dispuestos a dar testimonio público hasta el final”.
§        La fe nos transforma interiormente, y nos da la luz que ilumina el origen y el final de la vida.
·         n. 20: “La fe sabe que Dios se ha hecho muy cercano a nosotros, que Cristo se nos ha dado como un gran don
que nos transforma interiormente, que habita en nosotros, y así nos da la luz que ilumina el origen y el final de la vida, el arco completo del camino humano”.

5. La psique que anima el cuerpo humano, es principio natural. El Espíritu Santo es principio sobrenatural. Los dos son principios diferentes de vida: cada uno transmite la vida que posee.

·         Biblia de Jerusalén, 1 Corintios 15,44: “Para Pablo, como para la tradición bíblica, la psijê (hebr.
Nefeš: ver Gen 2,7) es el principio vital que anima el cuerpo humano (1 Co 15,45). Es su vida (Romanos 16,4; Filipenses 2,30; 1 Tesalonicenses 2,8; ver Mateo 2,20; Marcos 3,4; Lucas 12,20; Juan 10,11; Hechos 20,10, etc.), su alma viviente (2 Corintios 1,23), y puede servir para designar al hombre entero (Romanos 2,9; 13,1; 2 Corintios 12,15; Hechos 2, 41.43,etc.). Pero no es más que un principio natural (1 Corintios 2,14; ver Judas 19), que ha de desaparecer ante el  pneuma  para que el hombre encuentre de nuevo la vida divina. Esta sustitución, que se inicia ya durante la vida mortal por el don del Espíritu (Romanos 5,5+; ver 1,9+), consigue la plenitud de su efecto después de la muerte. Mientras que la filosofía griega esperaba una supervivencia inmortal de sólo el alma superior (nus), liberada finalmente del cuerpo, el cristianismo sólo concibe la inmortalidad como restauración íntegra del hombre, es decir, como la resurrección del cuerpo por el Espíritu, principio divino que Dios había retirado del hombre a consecuencia del pecado (Génesis 6,3), y que se lo devuelve por la unión con Cristo resucitado (Romanos 1,4+; 8,11+), hombre celeste y Espíritu vivificante (1 Corintios 15, 45-49). De natural o psíquico el cuerpo se hace entonces pneumático, incorruptible, inmortal (1 Corintios 15, 53), glorioso (1 Corintios 15,43; ver Romanos 8,18; 2 Corintios 4,17; Filipenses 3,212; Colosenses 3,4), liberado de las leyes de la materia terrestre (Juan 20, 19.26), y de sus apariencias (Lucas 24,16).  – En un sentido más amplio, la psyjê  puede designar, en contraposición al cuerpo, (Mateo10, 28), la sede de la vida moral y de los sentimientos (Filipenses 1,27; Efesios 6,6; Colosenes 3,23; ver Mateo  22,37p; 26,38p; Lucas 1, 46; Juan 12,27; Hechos 4,32; 14,2; 1 Pedro 2,11, etc.), y aun el alma espiritual e inmortal (Hechos 2,27; Santiago 1,21; 5,20; 1 Pedro 1,9; Apocalipsis 6,9, etc.; 15,45). Es decir un ser dotado de vida por su psyjê, pero de una vida puramente natural, y sometida a las leyes del desgaste y de la corrupción”.

6. Los cristianos están en la carne, pero no viven según la carne.

·         CEC, n. 2796: Cuando la Iglesia ora diciendo «Padre nuestro que estás en el cielo», profesa que somos el Pueblo de
Dios «sentado en el cielo, en Cristo Jesús» (Efesios 2, 6), «ocultos con Cristo en Dios» (Colosenses 3, 3), y, al mismo tiempo, «gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celestial» (2 Corintios 5, 2) (Cf Filipenses 3, 20; Hebreos 13, 14):
Los cristianos están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan su vida en la tierra, pero son ciudadanos del cielo (Epístola a Diogneto 5, 8-9).

Vida Cristiana                                                                                             


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