domingo, 30 de abril de 2017

 Domingo 3º de Pascua, Ciclo A. El significado de la fracción del Pan (2017). El encuentro de Jesús con los dos discípulos de Emaús, en la Palabra y en la Eucaristía. Evangelio: Lucas 24, 13-35.




Ø Domingo 3º de Pascua, Ciclo A. El significado de la fracción del Pan (2017). El encuentro de Jesús con los dos discípulos de Emaús, en la Palabra y en la Eucaristía. Evangelio: Lucas 24, 13-35. 


Sentado a la mesa con ellos,
tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio.
A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.
(Lucas 24, 30-31)

1. Significado del gesto: «partió el pan». No sólo distribución, también  inmolación. El pan de la obediencia y de amor por el Padre

Cfr. R. Cantalamessa, La Eucaristía, nuestra santificación, Edicep 1999, pp. 20-23 [1].

v     Haced esto en memoria mía: ofreced vuestro cuerpo – ofreceos a vosotros mismos - en sacrificio, como yo he hecho. Nosotros somos su cuerpo. pp. 20-21

o     Ofreceos también vosotros como sacrificio vivo y agradable a Dios.

·         “En la epístola a los Romanos leemos estas palabras del Apóstol: «Os exhorto, pues hermanos, por la
misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual» (Rom 12,1). Pero estas palabras, irremediablemente, nos recuerdan a las pronunciadas por Jesús en la última cena: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo que se entrega por vosotros». Por ello, cuando san Pablo nos exhorta a ofrecer nuestros cuerpos en sacrificio, es como si dijera: haced también vosotros lo mismo que hizo Jesucristo; haceos también vosotros eucaristía para Dios. Él se ofreció a Dios como sacrificio de suave perfume; ofreceos también vosotros como sacrificio vivo y agradable a Dios.
            Pero no sólo es el apóstol Pablo quien nos exhorta a obrar así, sino el mismo Jesús. Cuando Jesucristo, al instituir la eucaristía, dio el mandato: «Haced esto en memoria mía» (Lc 22,19), no sólo quería decir: haced exactamente los gestos que yo he hecho, repetid el rito que he realizado; sino que con aquellas palabras quería expresar también lo más importante: haced la esencia de lo que yo he realizado; ofreced vuestro cuerpo en sacrificio como habéis visto que yo he hecho. «Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros» (Jn 13,15). Aún más, hay algo todavía más urgente y doloroso en aquel mandato de Jesús. Nosotros somos «su» cuerpo, «sus» miembros (cfr. 1 Co 12, 12ss); por ello es como si Jesús nos dijera: Permitidme ofrecer al Padre mi propio cuerpo que sois vosotros; no me impidáis ofrecerme a mí mismo al Padre; yo no puedo ofrecerme totalmente al Padre hasta que no haya ni un solo miembro de mi cuerpo que se resista a ser ofrecido conmigo. Completad, pues, lo que falta a mi ofrenda; haced plena mi alegría.

o     Significado del gesto: «partió el pan». No sólo distribución, también  inmolación. El pan de la obediencia y de amor por el Padre.  pp. 21-22

Miremos, pues, con nuevos ojos el momento de la consagración eucarística, porque ahora sabemos - como decía san Agustín – que «sobre la mesa del Señor está el misterio que sois vosotros mismos» (San Agustín, Sermones, 272). He dicho que para celebrar de verdad la eucaristía es necesario «hacer» también nosotros lo mismo que hizo Jesús. ¿Qué hizo Jesús aquella noche? Ante todo, realizó un gesto: partió el pan; todos los relatos de la institución resaltan este gesto, tanto es así, que  la eucaristía tomó, bien pronto, el nombre de «fracción del pan» (fractio panis).
Pero el significado de aquel gesto, quizás, no lo hemos comprendido todavía plenamente. ¿Por qué Jesús partió el pan? ¿Sólo para darle un trozo a los discípulos, es decir, sólo por consideración hacia ellos? Es evidente que no. Aquel gesto, ante todo, tenía un significado sacrificial que se consumaba entre Jesús y el Padre; no indicaba solamente repartición, sino también inmolación. El pan es el propio Jesús; al partir el pan, se «partía» a sí mismo, en el sentido con el que Isaías había hablado del Siervo de Yahvé: ha sido molido (attritus) por nuestras culpas (cfr. Isaías 53, 5). Una criatura humana  - que, sin embargo, es el mismo Hijo eterno de Dios – se parte a sí mismo ante Dios, es decir, «obedece hasta la muerte» para reafirmar los derechos de Dios violados por el pecado; para proclamar que Dios es Dios y basta.
Es imposible explicar con palabras la esencia del acto interior que acompaña a este gesto de partir el pan. A nosotros nos parece un acto duro, cruel, y, en cambio, es el acto supremo de amor y de ternura que nunca antes se había realizado o que pueda llegar a realizarse alguna vez en la tierra. Cuando, en la consagración sostengo entre las manos la frágil hostia, y repito las palabras «partió el pan...», me parece intuir algo de los sentimientos que, en aquel momento, albergaba el corazón de Jesús: cómo su voluntad humana se entregaba por entero al Padre, venciendo toda resistencia, y repetía para sí las bien conocidas palabras de la Escritura: Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron, pero me has preparado un cuerpo; he aquí que te ofrezco este cuerpo que me has dado: vengo a hacer, oh Dios, tu voluntad (cfr. Hebreos 10, 5-9). Lo que Jesús da de comer a sus discípulos es el pan de su obediencia y de su amor por el Padre.

o     Hacer yo lo mismo que hizo Jesús: «partirme» a mí mismo, decir «sí» a lo que Dios me pide.  pp. 22-23

Entonces comprendo que para «hacer» también yo lo que hizo Jesús aquella noche, debo ante todo «partirme» a mí mismo, es decir, deponer todo tipo de resistencia ante Dios, toda rebelión hacia él o hacia los hermanos; debo someter mi orgullo, doblegarme y decir «sí» hasta el final, sí a todo aquello que Dios me pide; debo repetir también yo aquellas palabras: ¡He aquí que vengo a hacer, oh Dios, tu voluntad! Tú no quieres muchas cosas de mí; me quieres a mí y yo te digo «sí». Ser eucaristía como Jesús significa estar totalmente abandonado a la voluntad del Padre.”

2. Acoger, invitar al Señor.

v     Cfr. S. Agustín, 354-430, Sermón 235, 1-4

o     Le reconocieron en la fracción del pan. Jesús premia la hospitalidad, la acogida.

El Señor Jesús, después de haber  resucitado de los muertos, encontró en el camino dos de sus discípulos, que conversaban sobre los hechos del día, y les dijo: "Qué son estos discursos que vais haciendo entre de vosotros, y por qué estáis tristes"?, etcétera; el hecho es contado sólo por el evangelista Lucas. Marcos se limita a decir que se apareció a dos discípulos a lo largo del  camino (cf. Mc 16,12.13), pero omitió lo que ellos dijeron al Señor, y también lo que éste les dijo. ¿Cristo con los discípulos por "camino". ¿Qué cosa nos ha aportado esta lección? Algo grande, si procuramos comprender. Jesús apareció: fue visto con los ojos, pero no fue reconocido. (...) 
"Nosotros", dicen ellos, "esperábamos que habría realizado la redención de Israel". O discípulos, vosotros esperabais; es decir, ¿ya no esperáis más? ¡He aquí que Cristo vive, mientras la esperanza ha muerto en vosotros! Ciertamente Cristo vive. Y Cristo vivo encontró muertos los corazones de los discípulos: a sus ojos apareció y no apareció; y fue visto y se escondió. (...) Sin duda lo vieron, pero no lo reconocieron. "Sus ojos, en efecto, estaban pesados y eran incapaces de reconocerlo", como hemos sentido. No dice que fueron incapaces de ver, sino que fueron incapaces de reconocerlo. 
"Por qué Cristo quiso ser reconocido en la fracción del pan. ¿Fue  el premio de la hospitalidad". Ánimo, hermanos, ¿dónde quiso ser reconocido el Dios? En la fracción del pan. Estemos seguros, si partimos el pan conoceremos al Señor. Él sólo ha querido ser conocido allí. (...) Aquellos dos, cuando hablaba con ellos el Señor, no tenían fe: porque no creían que había resucitado,  no esperaban que pudiera resurgir. Habían perdido la fe,  habían  perdido la esperanza. Caminaban muertos junto a la misma vida. Caminaba con ellos la vida, pero, en sus corazones,  la vida todavía no había sido reclamada. 
También tú, por lo tanto, si quieres tener la vida, haz lo que ellos hicieron, para que tú conozcas al Señor. Ellos le ofrecieron hospitalidad. El Señor, en efecto, era como alguien que quiere continuar su camino, pero ellos lo retuvieron. Y después de haber llegado al lugar donde se dirigían, le dijeron: "Quédate aquí con nosotros, ya que está atardeciendo, y el día se está acabando". Acoge al huésped, si quieres conocer al Salvador. Lo que se llevó la infidelidad, lo devolvió la hospitalidad. El Señor, pues, se hizo conocer en la fracción del pan.

v     Cfr. San Gregorio Magno (Papa, 540-604) , Hom. 23.

o     Vivir la caridad para reconocer al Señor. Invitaron al Señor con sentido de la hospitalidad, con insistencia, como peregrino.

Habló con ellos, los regañó por su dureza en entender, les explicó los secretos de la Sagrada Escritura que se referían a él; y, sin embargo, ya que en sus corazones todavía era peregrino en cuanto a la fe, fingió ir más lejano. (...) Quiso probar si ellos, que no lo amaban todavía como Dios, al menos podían quererlo como peregrino. Pero como no podían ser extraños a la caridad aquellos con los que caminó la misma Verdad, he aquí que lo invitaron hospitalariamente como peregrino. Pero ¿por qué decimos lo "invitaron", cuando está escrito: "Lo obligaron"? De este  ejemplo se entiende que los peregrinos no  sólo tienen que ser invitados, sino atraídos con insistencia. Pusieron la mesa, ofrecieron la comida, y al partir el pan reconocen aquel Dios que no reconocieron mientras explicó la Sagrada Escritura. 
            Escuchando, pues, las preceptos de Dios no fueron iluminados, mientras que lo fueron  cuando los  llevaron a la práctica, ya que está escrito: "No son  justos ante Dios los que oyen la Ley, sino los que cumplen la Ley: éstos son los que serán justificados" (Romanos 2,13). Por tanto, quién quiere comprender las cosas oídas, se apresure a llevar a la práctica las que ya ha entendido. He aquí que el Señor no fue conocido mientras hablaba, y se dignó hacerse conocer mientras era servido en la mesa. Amad, pues, la hospitalidad, queridos hermanos, amad las obras de la caridad. A este propósito, en efecto, Pablo nos dice: "Mantened el amor fraterno. No olvidéis la hospitalidad, gracias a la cual algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles" (Hebreos 13, 1-2). Pedro dice: "Sed hospitalarios unos con otros, sin quejaros" (1 Pedro 4,9). Y la misma Verdad afirma: "Era peregrino y me acogisteis" (Mateo 25,35).

3. El Espíritu Santo nos hace vivir la vida de Cristo resucitado.

    Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica

v     Actúa de múltiples maneras: por la Palabra de Dios, por los sacramentos, etc. Es quien nos hace vivir la vida de Cristo resucitado.

·         CEC 798: El Espíritu Santo es «el principio de toda acción vital y verdaderamente saludable en todas
las partes del cuerpo» (Pío XII, enc. «Mystici Corporis»: DS 3808). Actúa de múltiples maneras en la edificación de todo el Cuerpo en la caridad (Cf Ef 4, 16): por la Palabra de Dios, «que tiene el poder de construir el edificio» (Hch 20, 32), por el Bautismo mediante el cual forma el Cuerpo de Cristo (Cf 1 Co 12, 13); por los sacramentos que hacen crecer y curan a los miembros de Cristo; por «la gracia concedida a los apóstoles» que «entre estos dones destaca» (LG 7), por las virtudes que hacen obrar según el bien, y por las múltiples gracias especiales [llamadas «carismas»] mediante las cuales los fieles quedan «preparados y dispuestos a asumir diversas tareas o ministerios que contribuyen a renovar y construir más y más la Iglesia» (LG 12; cf AA 3).
·         CEC 737: (…) El Espíritu Santo prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia
Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su Muerte y su Resurrección. Les hace presente el Misterio de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la Comunión con Dios, para que den «mucho fruto» (Jn 15, 5. 8. 16).

4. El icono de Emaús como clave de lectura del presente y del futuro.

     Cfr. Francisco, Discurso en el Encuentro con el Episcopado Brasileño, Jornada
     Mundial de la Juventud en Río, 27 de julio de 2013..

v     No hay que ceder al desencanto, al desánimo, a las lamentaciones. Hemos trabajado mucho, y a veces nos parece que hemos fracasado, y tenemos el sentimiento de quien debe hacer balance de una temporada ya perdida, viendo a los que se han marchado o ya no nos consideran creíbles, relevantes.

o     Los dos discípulos huyen de Jerusalén. Se alejan de la «desnudez» de Dios. Están escandalizados por el fracaso del Mesías en quien habían esperado y que ahora aparece irremediablemente derrotado, humillado, incluso después del tercer día (Lucas 24,17-21).

§         El misterio difícil de quien abandona la Iglesia; de aquellos que, tras haberse dejado seducir por otras propuestas, creen que la Iglesia —su Jerusalén— ya no puede ofrecer algo significativo e importante.
Ante todo, no hemos de ceder al miedo del que hablaba el Beato John Henry Newman: «El mundo cristiano se está haciendo estéril, y se agota como una tierra sobreexplotada, que se convierte en arena».[3] No hay que ceder al desencanto, al desánimo, a las lamentaciones. Hemos trabajado mucho, y a veces nos parece que hemos fracasado, y tenemos el sentimiento de quien debe hacer balance de una temporada ya perdida, viendo a los que se han marchado o ya no nos consideran creíbles, relevantes.
Releamos una vez más el episodio de Emaús desde este punto de vista (Lc 24, 13-15). Los dos discípulos huyen de Jerusalén. Se alejan de la «desnudez» de Dios. Están escandalizados por el fracaso del Mesías en quien habían esperado y que ahora aparece irremediablemente derrotado, humillado, incluso después del tercer día (vv. 24,17-21). Es el misterio difícil de quien abandona la Iglesia; de aquellos que, tras haberse dejado seducir por otras propuestas, creen que la Iglesia —su Jerusalén— ya no puede ofrecer algo significativo e importante. Y, entonces, van solos por el camino con su propia desilusión. Tal vez la Iglesia se ha mostrado demasiado débil, demasiado lejana de sus necesidades, demasiado pobre para responder a sus inquietudes, demasiado fría para con ellos, demasiado autorreferencial, prisionera de su propio lenguaje rígido; tal vez el mundo parece haber convertido a la Iglesia en una reliquia del pasado, insuficiente para las nuevas cuestiones; quizás la Iglesia tenía respuestas para la infancia del hombre, pero no para su edad adulta.[4] El hecho es que actualmente hay muchos como los dos discípulos de Emaús; no sólo los que buscan respuestas en los nuevos y difusos grupos religiosos, sino también aquellos que parecen vivir ya sin Dios, tanto en la teoría como en la práctica.

o     Necesitamos una Iglesia que sepa dialogar con aquellos discípulos que, huyendo de Jerusalén, vagan sin una meta, solos, con su propio desencanto, con la decepción de un cristianismo considerado ya estéril, infecundo, impotente para generar sentido.

Ante esta situación, ¿qué hacer?
Hace falta una Iglesia que no tenga miedo a entrar en la noche de ellos. Necesitamos una Iglesia capaz de encontrarlos en su camino. Necesitamos una Iglesia capaz de entrar en su conversación.
Necesitamos una Iglesia que sepa dialogar con aquellos discípulos que, huyendo de Jerusalén, vagan sin una meta, solos, con su propio desencanto, con la decepción de un cristianismo considerado ya estéril, infecundo, impotente para generar sentido. (…)

o     Muchos han buscado atajos, porque la «medida» de la gran Iglesia parece demasiado alta. Hay aún los que reconocen el ideal del hombre y de la vida propuesto por la Iglesia, pero no se atreven a abrazarlo.

Y como no hay quien los acompañe y muestre con su vida el verdadero camino, muchos han buscado atajos, porque la «medida» de la gran Iglesia parece demasiado alta. Hay aún los que reconocen el ideal del hombre y de la vida propuesto por la Iglesia, pero no se atreven a abrazarlo. Piensan que el ideal es demasiado grande para ellos, está fuera de sus posibilidades, la meta a perseguir es inalcanzable. Sin embargo, no pueden vivir sin tener al menos algo, aunque sea una caricatura, de eso que les parece demasiado alto y lejano. Con la desilusión en el corazón, van en busca de algo que les ilusione de nuevo o se resignan a una adhesión parcial, que en definitiva no alcanza a dar plenitud a sus vidas. (…)

o     Ante este panorama hace falta una Iglesia capaz de acompañar, de ir más allá del mero escuchar. Jesús le dio calor al corazón de los discípulos de Emaús.

Ante este panorama hace falta una Iglesia capaz de acompañar, de ir más allá del mero escuchar; una Iglesia que acompañe en el camino poniéndose en marcha con la gente; una Iglesia que pueda descifrar esa noche que entraña la fuga de Jerusalén de tantos hermanos y hermanas; una Iglesia que se dé cuenta de que las razones por las que hay gente que se aleja, contienen ya en sí mismas también los motivos para un posible retorno, pero es necesario saber leer el todo con valentía. Jesús le dio calor al corazón de los discípulos de Emaús.

v     ¿Somos una Iglesia que pueda hacer volver a Jerusalén? ¿De acompañar a casa?

Quisiera que hoy nos preguntáramos todos: ¿Somos aún una Iglesia capaz de inflamar el corazón? ¿Una Iglesia que pueda hacer volver a Jerusalén? ¿De acompañar a casa? En Jerusalén residen nuestras fuentes: Escritura, catequesis, sacramentos, comunidad, la amistad del Señor, María y los Apóstoles... ¿Somos capaces todavía de presentar estas fuentes, de modo que se despierte la fascinación por su belleza? (…)
Quieren olvidarse de Jerusalén, donde están sus fuentes, pero terminan por sentirse sedientos. Hace falta una Iglesia capaz de acompañar también hoy el retorno a Jerusalén. Una Iglesia que pueda hacer redescubrir las cosas gloriosas y gozosas que se dicen en Jerusalén, de hacer entender que ella es mi Madre, nuestra Madre, y que no están huérfanos. En ella hemos nacido. ¿Dónde está nuestra Jerusalén, donde hemos nacido? En el bautismo, en el primer encuentro de amor, en la llamada, en la vocación.[5] Se necesita una Iglesia que vuelva a traer calor, a encender el corazón.
Se necesita una Iglesia que también hoy pueda devolver la ciudadanía a tantos de sus hijos que caminan como en un éxodo.
Vida Cristiana




[1] Cfr. Félix M. Arocena, En el corazón de la liturgia, Palabra 1999, pp. 190-192.

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