domingo, 30 de abril de 2017

Domingo 3º Pascua Ciclo A 30 de abril 2017


Ø     Domingo 3º de Pascua (2017). Emaús: un encuentro de Jesús con dos discípulos, en la Palabra yen la Eucaristía. Este encuentro es fruto de la acción del Espíritu Santo. La conversación con Jesús reanima a los discípulos, el reconocimiento del Señor cambia su vida y van a Jerusalén para contar a los demás lo que les había sucedido.

v     cfr. Domingo 3º Pascua Ciclo A  30 de abril 2017

Lucas 24, 13-35; 1 Pedro 1, 17- 21; Hechos 2, 14.22-28
Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Anno A, Piemme III Edizione, noviembre 1995, pp. 108-113.
Lucas 24, 13-35: 13 Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; 14 iban comentando todo lo que había sucedido. 15 Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. 16 Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. 17 Él les dijo: -«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?» Ellos se detuvieron preocupados. 18Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: -«¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?» 19 El les preguntó: -«¿Qué?» Ellos le contestaron: -«Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; 20 cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. 21 Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. 22 Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, 23 no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. 24 Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron. » 25 Entonces Jesús les dijo: ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! 26 ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria? »  27 Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.  28 Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; 29 pero ellos le retuvieron, diciendo: -«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.» Y entró para quedarse con ellos. 30 Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. 31 A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. 32 Ellos comentaron: -«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» 33 Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, 34 que estaban diciendo: -«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.» 35 Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

EMAÚS: UN ENCUENTRO DE JESUCRISTO CON DOS DE SUS DISCÍPULOS

Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre,
a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo
o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él,
de intentarlo cada día sin descanso.
(Francisco, Evangelii  gaudium, n. 3)
La Iglesia es comunión con Jesús.
Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su vida.
(Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n.  787)

1. Una conversación con Jesús, que reanima a esos dos discípulos, y que acaba con el reconocimiento del Señor que cambia su vida.


v     Algunos puntos que se pueden contemplar

·         El inicio de esa conversación es una iniciativa del Señor.
v. 15: “Mientras conversaban y discutían, el propio Jesús se acercó y se puso a caminar con ellos. Jesús
va de camino con todos nosotros, aunque, misteriosamente, no se dé a conocer de entrada.
·         v. 16: “Sus ojos eran incapaces de reconocerlo”
Biblia de Jerusalén: “En las apariciones referidas por Lucas y Juan, los discípulos no reconocen al Señor
a la primera, sino sólo a consecuencia de una palabra o de un signo (Lucas 24,30s.35.37 y 39-43; Juan 20, 14.16.20; 21, 4 y 6-7: comp. Mateo 28,17). Y es que, aun manteniéndose idéntico a sí mismo, el cuerpo del Resucitado se encuentra en un estado nuevo que modifica su figura exterior (Marcos 16,12), y lo libra de las condiciones sensibles de este mundo (Jn 20,19). Sobre el estado de los cuerpos gloriosos, ver 1 Corintios 15,44+.”
·         v. 25: Jesús les reprende: “¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas!”; y v. 27:
“y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura”.
·         El corazón de esos discípulos quedó afectado por las palabras de Jesús y “le retuvieron
diciendo: quédate con nosotros” (v. 29); y más tarde comentaron: “¿no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?”(v. 32).
·         Se les abren los ojos y le reconocen  en la fracción del pan (vv. 30-31 y 35).
      Biblia de Jerusalén, v. 35: “Lucas, al emplear aquí este término técnico que repetirá en los Hechos (2, 42+), piensa sin duda en la Eucaristía”.
·         Cambia su vida, y vuelven a Jerusalén para referir lo que les había sucedido: Y levantándose al
momento se volvieron a Jerusalén (v. 33) y contaron lo que les había pasado por el camino (v 35).  

v     Otros comentarios


o     A.  “Iban caminando … mientras conversaban y discutían … Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos … pero no eran capaces de reconocerlo”  (vv. 13-16) [1]

§         Jesús va de camino con todos nosotros, aunque, misteriosamente, no se dé a conocer de entrada.
- “Es un retrato vivísimo de la crisis de fe, de la desilusión, de la vana discusión para llenar un vacío que se hace siempre más angustioso. Pero se enciende una pequeña luz: hay otro hombre con quien hablar”. (Ravasi, o.c. p. 108). 
- “Aquel Cristo en el que habían esperado era “un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante el pueblo (v. 19), pero ha acabado en un fracaso” (vv. 19-20), al máximo en una desilusión de mujeres” (vv. 22-23).
- “El extraño, a través de un «viaje» por la Escrituras, les propone el Credo cristiano (v. 27), y, ante sus palabras, el corazón de los dos discípulos vuelve a «arder» (v. 32).
- “No es todavía la fe pero es como revivir los sentimientos de aquel día en el que habían oído hablar de Jesús de Nazaret por primera vez” (Ravasi, o.c. p. 109). Además invitan a Jesús a que se quede con ellos (vv. 29, 32).

o     B. Se les abren los ojos, lo reconocen en la fracción del pan, y van a Jerusalén para contar a los demás lo que les había sucedido. (vv. 31-33)

- Biblia de Jerusalén (v. 35): “Lucas, al emplear aquí este término técnico que repetirá en los Hechos (2, 42+), piensa sin duda en la Eucaristía”.
- Cambia su vida, y vuelven a Jerusalén para referir lo que les había sucedido:  Y al instante se levantaron
y regresaron a Jerusalén (v. 33)  .... y se pusieron a contar lo que había pasado en el camino (v 35).
- Ravasi , o.c., p. 109: “La chispa que había comenzado a «arder» durante el viaje, ahora es como un incendio. Ellos no pueden tener entre los muros de su casa y de su conciencia la experiencia vivida y «levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén» para anunciar  también a Jerusalén su alegría”.  
- Francisco, Evangelii gaudium, n. 8: “Sólo gracias a ese encuentro –o reencuentro– con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?”.  

o     C. Emaús se convierte en un grande símbolo de nuestro encuentro con nuestro Señor.

§         Las apariciones de Jesús son, sobre todo, acontecimientos de fe.
Cristo actúa, se pone en camino a nuestro lado, y el hombre puede reconocerle, acogerle con fe.
- Ravasi, o.c. pp. 112-113: “Emaús se convierte en un grande símbolo del continuo encuentro de la Iglesia con su Señor. Un encuentro que se realiza también en este domingo a través de la escucha de la Biblia y de la Eucaristía. Un encuentro que tal vez florece después de una semana de incertidumbres y de desánimos, de sombras y de esperas. Las apariciones de Jesús, como sabemos, lejos de ser experiencias mágicas o parapsicológicas, son, sobre todo, acontecimientos de fe.  Ciertamente, es necesario no reducirlas a puro evento subjetivo, interior, personal. (…) Por una parte hay una acción externa al hombre y es la de Cristo que se pone en el camino de Emaús, también cuando el hombre no lo busca o no espera ya en él. Por otra parte, hay una acción interna del hombre que «reconoce» al Señor, es decir, lo acoge en la fe. Son dos los componentes indispensables, la acción del Yo de Cristo y la reacción del yo del hombre. Las apariciones son, precisamente, estos encuentros misteriosos pero reales entre dos libertades, la del Resucitado y la del hombre. Esas libertades imprimen un cambio eficaz en la vida, como sucedió a Cleofás y al desconocido compañero de viaje y como sucederá a Saulo de Tarso.
            » También nosotros podemos ser protagonistas de este acontecimiento porque Cristo se hace presente  continuamente en nuestras vidas llamando a nuestra puerta. Depende de nosotros el saber «reconocerle» y acogerle. Podemos identificarnos todos en aquel discípulo anónimo de Emaús”.

o      D. Jesús se hace presente primero con sus palabras y, después, con el gesto de partir el pan.

Cfr. Benedicto XVI, Exhortación apostólica «Verbum Domini», 30/09/2010, nn. 54-55

- “El relato de Lucas sobre los discípulos de Emaús nos permite una reflexión ulterior sobre la unión entre la escucha de la Palabra y el partir el pan (cf. Lc 24,13-35). Jesús salió a su encuentro el día siguiente al sábado, escuchó las manifestaciones de su esperanza decepcionada y, haciéndose su compañero de camino, «les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura» (24,27). Junto con este caminante que se muestra tan inesperadamente familiar a sus vidas, los dos discípulos comienzan a mirar de un modo nuevo las Escrituras. Lo que había ocurrido en aquellos días ya no aparece como un fracaso, sino como cumplimiento y nuevo comienzo. Sin embargo, tampoco estas palabras les parecen aún suficientes a los dos discípulos. El Evangelio de Lucas  nos dice que sólo cuando Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, «se les abrieron los ojos y lo reconocieron» (24,31), mientras que antes «sus ojos no eran capaces de reconocerlo» (24,16). La presencia de Jesús, primero con las palabras y después con el gesto de partir el pan, hizo posible que los discípulos lo reconocieran, y que pudieran revivir de un modo nuevo lo que antes habían experimentado con él: « ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» (24,32)”.

o     E. Nosotros nos encontramos con Jesús en la Escritura y en la fracción del Pan, gracias a la acción del Espíritu Santo.  

Cfr. Benedicto XVI, Exhortac. Ap. Verbum Domini, nn. 15-16
§         No se comprende auténticamente la revelación cristiana sin tener en cuenta la acción del Paráclito en la historia en la historia de la salvación y, en particular, en la vida de Jesús.
15. (…) No se comprende auténticamente la revelación cristiana sin tener en cuenta la acción del Paráclito. (…)  Por lo demás, la Sagrada Escritura es la que nos indica la presencia del Espíritu Santo en la historia de la salvación y, en particular, en la vida de Jesús, a quien la Virgen María concibió por obra del Espíritu Santo (cf. Mt 1,18; Lc1,35); al comienzo de su misión pública, en la orilla del Jordán, lo ve que desciende sobre sí en forma de paloma (cf. Mt 3,16); Jesús actúa, habla y exulta en este mismo Espíritu (cf. Lc10,21); y se ofrece a sí mismo en el Espíritu (cf. Hb 9,14).
            Cuando estaba terminando su misión, según el relato del Evangelista Juan, Jesús mismo pone en clara relación el don de su vida con el envío del Espíritu a los suyos (cf. Jn 16,7). Después, Jesús resucitado, llevando en su carne los signos de la pasión, infundió el Espíritu (cf. Jn 20,22), haciendo a los suyos partícipes de su propia misión (cf. Jn 20,21). El Espíritu Santo enseñará a los discípulos y les recordará todo lo que Cristo ha dicho (cf. Jn 14,26), puesto que será Él, el Espíritu de la Verdad (cf. Jn 15,26), quien llevará los discípulos a la Verdad entera (cf. Jn 16,13). Por último, como se lee en los Hechos de los Apóstoles, el Espíritu desciende sobre los Doce, reunidos en oración con María el día de Pentecostés (cf. 2,1-4), y les anima a la misión de anunciar a todos los pueblos la Buena Nueva. [2]
(…) El mismo Espíritu que actúa en la encarnación del Verbo, en el seno de la Virgen María, es el mismo que guía a Jesús a lo largo de toda su misión y que será prometido a los discípulos. El mismo Espíritu, que habló por los profetas, sostiene e inspira a la Iglesia en la tarea de anunciar la Palabra de Dios y en la predicación de los Apóstoles; es el mismo Espíritu, finalmente, quien inspira a los autores de las Sagradas Escrituras.
§         Sin la acción eficaz del «Espíritu de la Verdad» no se pueden comprender las palabras del Señor.
16. (…) Sin la acción eficaz del «Espíritu de la Verdad» (Juan 14,16) no se pueden comprender las palabras del Señor. Como recuerda san Ireneo: «Los que no participan del Espíritu no obtienen del pecho de su madre (la Iglesia) el nutrimento de la vida, no reciben nada de la fuente más pura que brota del cuerpo de Cristo».[3] Puesto que la Palabra de Dios llega a nosotros en el cuerpo de Cristo, en el cuerpo eucarístico y en el cuerpo de las Escrituras, mediante la acción del Espíritu Santo, sólo puede ser acogida y comprendida verdaderamente gracias al mismo Espíritu.  
§         El testimonio de grandes escritores de la tradición cristiana sobre la función del Espíritu Santo en la relación de los creyentes con las Escrituras.
            Los grandes escritores de la tradición cristiana consideran unánimemente la función del Espíritu Santo en la relación de los creyentes con las Escrituras. San Juan Crisóstomo afirma que la Escritura «necesita de la revelación del Espíritu, para que descubriendo el verdadero sentido de las cosas que allí se encuentran encerradas, obtengamos un provecho abundante». [4] También san Jerónimo está firmemente convencido de que «no podemos llegar a comprender la Escritura sin la ayuda del Espíritu Santo que la ha inspirado». [5]  San Gregorio Magno, por otra parte, subraya de modo sugestivo la obra del mismo Espíritu en la formación e interpretación de la Biblia: «Él mismo ha creado las palabras de los santos testamentos, él mismo las desvela». [6] Ricardo de San Víctor recuerda que se necesitan «ojos de paloma», iluminados e ilustrados por el Espíritu, para comprender el texto sagrado. [7]
§         El testimonio de los textos litúrgicos: oraciones que invocan al Espíritu Santo antes de la proclamación de las Escrituras.
Quisiera subrayar también, con respecto a la relación entre el Espíritu Santo y la Escritura, el testimonio significativo que encontramos en los textos litúrgicos, donde la Palabra de Dios es proclamada, escuchada y explicada a los fieles. Se trata de antiguas oraciones que en forma de epíclesis  invocan al Espíritu antes de la proclamación de las lecturas: «Envía tu Espíritu Santo Paráclito sobre nuestras almas y haznos comprender las Escrituras inspiradas por él; y a mí concédeme interpretarlas de manera digna, para que los fieles aquí reunidos saquen provecho». Del mismo modo, encontramos oraciones al final de la homilía que invocan a Dios pidiendo el don del Espíritu sobre los fieles: «Dios salvador… te imploramos en favor de este pueblo: envía sobre él el Espíritu Santo; el Señor Jesús lo visite, hable a las mentes de todos y disponga los corazones para la fe y conduzca nuestras almas hacia ti, Dios de las Misericordias».[55] De aquí resulta con claridad que no se puede comprender el sentido de la Palabra si no se tiene en cuenta la acción del Paráclito en la Iglesia y en los corazones de los creyentes.

5. Emaús es el mundo entero, porque el Señor ha abierto los caminos divinos de la tierra.

Cfr. San Josemaría, Amigos de Dios, nn. 313 -314.

o     Jesús, en el camino: nos busca en nuestro ajetreo diario, sin ningún signo exterior de su gloria.

313. Me gusta hablar de camino, porque somos viadores, nos dirigimos a la casa del Cielo, a nuestra Patria. Pero mirad que un camino, aunque puede presentar trechos de especiales dificultades, aunque nos haga vadear alguna vez un río o cruzar un pequeño bosque casi impenetrable, habitualmente es algo corriente, sin sorpresas. El peligro es la rutina: imaginar que en esto, en lo de cada instante, no está Dios, porque ¡es tan sencillo, tan ordinario!
                Iban aquellos dos discípulos hacia Emaús. Su paso era normal, como el de tantos otros que transitaban por aquel paraje. Y allí, con  naturalidad, se les aparece Jesús, y anda con ellos, con una conversación que disminuye la fatiga. Me imagino la escena, ya bien entrada la tarde. Sopla una brisa suave. Alrededor, campos sembrados de trigo ya crecido, y los olivos viejos, con las ramas plateadas por la luz tibia.
                Jesús, en el camino. ¡Señor, qué grande eres siempre! Pero me conmueves cuando te allanas a seguirnos, a buscarnos, en nuestro ajetreo diario. Señor, concédenos la ingenuidad de espíritu, la mirada limpia, la cabeza clara, que permiten entenderte cuando vienes sin ningún signo exterior de tu gloria.

o     Jesús no se impone nunca, quiere que le roguemos que se quede con nosotros.

314. Se termina el trayecto al encontrar la aldea, y aquellos dos que - sin darse cuenta - han sido heridos en lo hondo del corazón por la palabra y el amor del Dios hecho Hombre, sienten que se vaya. Porque Jesús les saluda con ademán de continuar adelante (Lc 24, 28). No se impone nunca, este Señor Nuestro. Quiere que le llamemos libremente, desde que hemos entrevisto la pureza del Amor, que nos ha metido en el alma. Hemos de detenerlo por fuerza y rogarle: continúa con nosotros, porque es tarde, y va ya el día de caída (Lc 24, 29), se hace de noche.
Así somos: siempre poco atrevidos, quizá por insinceridad, o quizá por pudor. En el fondo, pensamos: quédate con nosotros, porque nos rodean en el alma las tinieblas, y sólo Tú eres luz, sólo Tú puedes calmar esta ansia que nos consume. Porque entre las cosas hermosas, honestas, no ignoramos cuál es la primera: poseer siempre a Dios (S. Gregorio Nacianzeno, Epistolae, 212).
Y Jesús se queda. Se abren nuestros ojos como los de Cleofás y su compañero, cuando Cristo parte el pan; y aunque El vuelva a desaparecer de nuestra vista, seremos también capaces de emprender de nuevo la marcha – anochece -, para hablar a los demás de El, porque tanta alegría no cabe en un pecho solo.
Camino de Emaús. Nuestro Dios ha llenado de dulzura este nombre. Y Emaús es el mundo entero, porque el Señor ha abierto los caminos divinos de la tierra.

Vida Cristiana




[1] Biblia de Jerusalén: “En las apariciones referidas  por Lucas y Juan, los discípulos no reconocen al
Señor a la primera, sino sólo a consecuencia de una palabra o de un signo (Lucas 24,30s.35.37 y 39-43; Juan 20, 14.16.20; 21, 4 y 6-7: comp. Mateo 28,17). Y es que, aun manteniéndose idéntico a sí mismo, el cuerpo del Resucitado se encuentra en un estado nuevo que modifica su figura exterior (Marcos 16,12), y lo libra de las condiciones sensibles de este mundo (Juan 20,19). Sobre el estado de los cuerpos gloriosos, ver 1 Corintios 15,44+”.

[2] Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, 12
[3] Adversus haereses, III, 24,1
[4] Homiliae in Genesim, 22
[5] Epistula 120, 10
[6] Homiliae in Ezechielem, 1, 7,17
[7] «Oculi ergo devotae animae sunt columbarum quia sensus eius per Spiritum sanctum sunt illuminati et edocti, spiritualia sapientes… Nunc quidem aperitur animae talis sensus, ut intellegat Scripturas»: Ricardo de San Víctor, Explicatio in Cantica canticorum, 15: PL 196, 450 B. D.


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