domingo, 14 de mayo de 2017

El culto espiritual: el ofrecimiento a Dios de la propia vida. Catequesis de Benedicto XVI (7 de enero de 2009).


Ø     El culto espiritual: el ofrecimiento a Dios de la propia vida. Catequesis de Benedicto XVI (7 de enero de 2009).

1. El culto que los cristianos estamos llamados a rendir

v     Con ocasión del nuevo año, Reavivemos en nosotros el empeño de abrir a Cristo la mente y el corazón, para ser y vivir como verdaderos amigos suyos.

En esta primera audiencia general del año 2009, deseo formular a todos vosotros fervientes augurios para el nuevo año que acaba de empezar. Reavivemos en nosotros el empeño de abrir a Cristo la mente y el corazón, para ser y vivir como verdaderos amigos suyos. Su compañía hará que este año, aun con sus inevitables dificultades, sea un camino lleno de alegría y de paz. De hecho, sólo si permanecemos unidos a Jesús, el año nuevo será bueno y feliz.

v     El compromiso de unión con Cristo es el ejemplo que nos ofrece san Pablo: el culto que los cristianos estamos llamados a rendir.

El compromiso de unión con Cristo es el ejemplo que nos ofrece san Pablo. Prosiguiendo las catequesis dedicadas a él, nos detendremos hoy a reflexionar sobre uno de los aspectos importantes de su pensamiento, el culto que los cristianos están llamados a rendir. En el pasado se prefería hablar de una tendencia anti-cultual del Apóstol, de una "espiritualización" de la idea de culto. Hoy comprendemos mejor que san Pablo ve en la cruz de Cristo un cambio histórico, que transforma y renueva radicalmente la realidad del culto. Hay sobre todo tres textos de la Carta a los Romanos en los que se presenta esta nueva visión del culto. (…)

o     Romanos 12, 1. Honrar a Dios en la existencia cotidiana más concreta. El ofrecimiento a Dios de la persona entera: "sacrificio vivo, santo, agradable a Dios".

§         La exhortación a "ofrecer los cuerpos" se refiere a la persona entera.
Honrar a Dios en la existencia cotidiana más concreta.
·         El segundo texto del cual quisiera hablar hoy se encuentra en el primer versículo del capítulo 12 de la
Carta a los Romanos. Lo hemos escuchado y lo repito una vez más: "Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual". En estas palabras se verifica una paradoja aparente: mientras el sacrificio exige por norma la muerte de la víctima, Pablo hace referencia a la vida del cristiano. La expresión "presentar vuestros cuerpos", unida al concepto sucesivo de sacrificio, asume el esbozo cultual de "dar en oblación, ofrecer". La exhortación a "ofrecer los cuerpos" se refiere a la persona entera; de hecho, en Romanos 6, 13, invita a "presentaros a vosotros mismos". Por lo demás, la referencia explícita a la dimensión física del cristiano coincide con la invitación a "glorificar a Dios con vuestro cuerpo" (1 Corintios 6, 20): se trata de honrar a Dios en la existencia cotidiana más concreta, hecha de visibilidad relacional y perceptible.
            Un comportamiento de este tipo es calificado por Pablo como "sacrificio vivo, santo, agradable a Dios". Es aquí donde encontramos precisamente el vocablo "sacrificio". En el uso corriente este término forma parte de un contexto sacro y sirve para designar el degollamiento de un animal, del que una parte puede ser quemada en honor de los dioses y la otra consumida por los oferentes en un banquete. Pablo lo aplicaba en cambio a la vida del cristiano. De hecho califica un sacrificio así sirviéndose de tres adjetivos. El primero -"vivo" - expresa una vitalidad. El segundo -"santo" - recuerda la idea paulina de una santidad que no está ligada a lugares u objetos, sino a la persona misma del cristiano. El tercero -"agradable a Dios" - recuerda quizás la frecuente expresión bíblica del sacrificio "de suave olor" (Cf. Levítico 1,13.17; 23,18; 26,31; etc.).
§         Un culto espiritual en el que el hombre mismo en su totalidad de un ser dotado de razón, se convierte en adoración, glorificación del Dios vivo.
Inmediatamente después, Pablo define así esta nueva forma de vivir: éste es "vuestro culto espiritual". Los comentadores del texto saben bien que la expresión griega (ten logiken latreían) no es fácil de traducir. La Biblia latina traduce: "rationabile obsequium". La misma palabra "rationabile" aparece en la primera Plegaria eucarística, el Canon Romano: en él se reza para que Dios acepte esta ofrenda como "rationabile". La tradicional traducción italiana "culto espiritual" no refleja todos los detalles del texto griego (y ni siquiera del latino). En todo caso no se trata de un culto menos real, o incluso solamente metafórico, sino de un culto más concreto y realista, un culto en el que el hombre mismo en su totalidad de un ser dotado de razón, se convierte en adoración, glorificación del Dios vivo.
Los profetas y muchos Salmos critican fuertemente los sacrificios cruentos del templo.
            Esta fórmula paulina, que aparece de nuevo en la Plegaria eucarística romana, es fruto de un largo desarrollo de la experiencia religiosa en los siglos que preceden a Cristo. En esta experiencia se encuentran desarrollos teológicos del Antiguo Testamento y corrientes del pensamiento griego. Quisiera mostrar al menos algunos elementos de este desarrollo. Los profetas y muchos Salmos critican fuertemente los sacrificios cruentos del templo. Dice por ejemplo el salmo 50 (49), en el que es Dios quien habla: "Si hambre tuviera, no habría de decírtelo, porque mío es el orbe y cuanto encierra. ¿Es que voy a comer carne de toros, o a beber sangre de machos cabríos? Ofrece a Dios sacrificio de acción de gracias..." versículos 12-14) En el mismo sentido dice el salmo siguiente, 51 (50): ".... pues no te agrada el sacrificio, si ofrezco un holocausto no lo aceptas.

o     El sacrificio a Dios es un espíritu contrito; un corazón contrito y humillado.

El sacrificio a Dios es un espíritu contrito; un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias" (versículo 18 y siguientes). En el Libro de Daniel, en el tiempo de la nueva destrucción del templo por parte del régimen helenístico (II siglo a. C.) encontramos un nuevo paso en la misma dirección. En medio del fuego - es decir, en la persecución, en el sufrimiento - Azarías reza así: "Ya no hay, en esta hora, príncipe, profeta ni caudillo, holocausto, sacrificio, oblación ni incienso ni lugar donde ofrecerte las primicias, y hallar gracia a tus ojos. Mas con alma contrita y espíritu humillado te seamos aceptos, como holocaustos de carneros y toros... tal sea hoy nuestro sacrificio ante ti, y te agrade que plenamente te sigamos" (Daniel 3,38ss). En la destrucción del santuario y del culto, en esta situación de privación de todo signo de la presencia de Dios, el creyente ofrece como verdadero holocausto el corazón contrito, su deseo de Dios.
                Vemos un desarrollo importante, hermoso, pero con un peligro. Existe una espiritualización, una moralización del culto: el culto se convierte sólo en algo del corazón, del espíritu. Pero falta el cuerpo, falta la comunidad. Así se entiende por ejemplo que el Salmo 51 y también el libro de Daniel, a pesar de criticar el culto, deseen la vuelta al tiempo de los sacrificios. Pero se trata de un tiempo renovado, en una síntesis que aún no era previsible, que aún no podía pensarse.
§         El mismo hombre se convierta en gloria de Dios, adoración viviente con todo su ser.
Volvamos a san Pablo. Él es heredero de estos desarrollos, del deseo del culto verdadero, en el que el mismo hombre se convierta en gloria de Dios, adoración viviente con todo su ser. En este sentido dice a los Romanos: "Ofreced vuestros cuerpos como una víctima viva... tal será vuestro culto espiritual" (Romanos 12,1). Pablo repite así cuanto ya había señalado en el capítulo 3: El tiempo de los sacrificios de animales, sacrificios de sustitución, ha terminado. Ha llegado el tiempo del culto verdadero.
§         Vivimos ahora con Cristo, por Cristo, en Cristo. En esta unión - y sólo así - podemos ser en Él y con Él "sacrificio vivo", ofrecer el "culto verdadero".
Pero también aquí se da el peligro de un malentendido: se podría interpretar fácilmente este nuevo culto en un sentido moralista: ofreciendo nuestra vida hacemos nosotros el culto verdadero. De esta forma el culto con los animales sería sustituido por el moralismo: el hombre lo haría todo por sí mismo con su esfuerzo moral. Y esta ciertamente no era la intención de san Pablo. Pero persiste la cuestión. ¿Cómo debemos interpretar por tanto este "culto espiritual razonable"? Pablo supone siempre que hemos llegado a ser "uno en Cristo Jesús" (Gálatas 3,28), que hemos muerto en el bautismo (Cf. Romanos 1) y vivimos ahora con Cristo, por Cristo, en Cristo. En esta unión - y sólo así -  podemos ser en Él y con Él "sacrificio vivo", ofrecer el "culto verdadero". Los animales sacrificados habrían debido sustituir al hombre, el don de sí del hombre, y no podían. Jesucristo, en su entrega al Padre y a nosotros, no es una sustitución, sino que comporta realmente en sí al ser humano, nuestras culpas y nuestro deseo; nos representa realmente, nos asume en sí mismo. En la comunión con Cristo, realizada en la fe y en los sacramentos, nos convertimos, a pesar de nuestras deficiencias, en sacrificio vivo: se realiza el "culto verdadero".
Esta síntesis está en el fondo del Canon Romano en el que se reza para que esta ofrenda sea "rationabile", para que se realice el culto espiritual. La Iglesia sabe que en la Santísima Eucaristía la autodonación de Cristo, su sacrificio verdadero, se hace presente. Pero la Iglesia reza para que la comunidad celebrante esté realmente unida con Cristo, sea transformada; reza para que nosotros mismos lleguemos a ser aquello que no podemos ser con nuestras fuerzas: ofrenda "rationabile" que agrada a Dios. Así la Plegaria eucarística interpreta de modo adecuado las palabras de san Pablo. San Agustín aclaró todo esto de forma maravillosa en el décimo libro de su Ciudad de Dios. Cito solo dos frases: "Este es el sacrificio de los cristianos: aun siendo muchos somos un solo cuerpo en Cristo"... "Toda la comunidad (civitas) redimida, es decir, la congregación y la sociedad de los santos, es ofrecida a Dios mediante el Sumo Sacerdote que se ha entregado a sí mismo (10,6: CCL 47, 27 ss). (…)

Vida Cristiana

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