viernes, 26 de mayo de 2017

Familia. Papa Francisco, Catequesis sobre la familia (14), 22 de abril de 2015. Varón y mujer los creó (2). El segundo relato: Génesis, capítulo 2. El Espíritu Santo, que inspiró toda la Biblia, sugiere por un momento la imagen del hombre solo —le falta algo—, sin la mujer. Cuando finalmente Dios crea a la mujer y la presenta al varón, éste reconoce exultante que aquella criatura, y solo ella, es parte de él: «hueso de mis huesos, carne de mi carne» (2,23). El pecado de los dos: la desobediencia al mandato Dios. El pecado engendra desconfianza y división entre el hombre y la mujer. La relación entre los dos se verá socavada de mil formas de prevaricación y de sometimiento, de seducción engañosa y de prepotencia humillante, hasta las más dramáticas y violentas. La historia muestra sus huellas. ¡Debemos devolver el honor al matrimonio y a la familia! La Biblia dice una cosa bonita: el hombre encuentra a la mujer, se encuentran… y el hombre debe dejar algo para hallarla plenamente. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para irse con ella. ¡Es bonito! Eso significa comenzar un camino. El hombre es todo para la mujer y la mujer es toda para el hombre.



1 Familia. Papa Francisco, Catequesis sobre la familia (14), 22 de abril de 2015. Varón y mujer los creó (2). El segundo relato: Génesis, capítulo 2. El Espíritu Santo, que inspiró toda la Biblia, sugiere por un momento la imagen del hombre solo —le falta algo—, sin la mujer. Cuando finalmente Dios crea a la mujer y la presenta al varón, éste reconoce exultante que aquella criatura, y solo ella, es parte de él: «hueso de mis huesos, carne de mi carne» (2,23). El pecado de los dos: la desobediencia al mandato Dios. El pecado engendra desconfianza y división entre el hombre y la mujer. La relación entre los dos se verá socavada de mil formas de prevaricación y de sometimiento, de seducción engañosa y de prepotencia humillante, hasta las más dramáticas y violentas. La historia muestra sus huellas. ¡Debemos devolver el honor al matrimonio y a la familia! La Biblia dice una cosa bonita: el hombre encuentra a la mujer, se encuentran… y el hombre debe dejar algo para hallarla plenamente. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para irse con ella. ¡Es bonito! Eso significa comenzar un camino. El hombre es todo para la mujer y la mujer es toda para el hombre. Cfr. Papa Francisco, Catequesis sobre la familia (14), 22 de abril de 2015 Dios crea al varón y a la mujer como ayuda idónea para él (2). En la anterior catequesis sobre la familia me detuve en el primer relato de la creación del ser humano, en el primer capítulo del Génesis, donde está escrito: Dios creó al hombre a su imagen: a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó (1,27). Hoy quisiera completar la reflexión con el segundo relato, que encontramos en el segundo capítulo. Ahí leemos que el Señor, tras haber creado el cielo y la tierra, formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente (2,7). Es el culmen de la creación. Pero falta algo. Luego Dios pone al hombre en un bellísimo jardín para que lo cultivase y protegiese (cfr. 2,15). El Espíritu Santo, que inspiró toda la Biblia, sugiere por un momento la imagen del hombre solo —le falta algo—, sin la mujer. Y sugiere el pensamiento de Dios, como el sentimiento de Dios que lo mira, que observa a Adán solo en el jardín: es libre, es señor,… pero está solo. Y Dios ve que eso no es bueno: es como una falta de comunión, le falta una comunión, una falta de plenitud. No es bueno que el hombre esté solo —dice Dios, y añade— le haré ayuda idónea para él (2,18). Entonces Dios presenta al hombre todos los animales; el hombre da a cada uno de ellos su nombre —y esta otra imagen del señorío del hombre sobre la creación—, pero no encuentra en ningún animal a nadie semejante a él. El hombre sigue solo. Cuando finalmente Dios presenta a la mujer, el hombre reconoce exultante que aquella criatura, y solo ella, es parte de él: hueso de mis huesos, carne de mi carne (2,23). Por fin hay un reflejo, una reciprocidad. Y cuando una persona — es un ejemplo para entenderlo bien— quiere dar la mano a otra, debe tener a otro delante: si uno extiende la mano y no hay nadie, la mano está ahí, pero falta reciprocidad. Así estaba el hombre, le faltaba algo para llegar a su plenitud, le faltaba reciprocidad. La mujer no es una réplica del hombre; viene directamente del gesto creador de Dios. La imagen de la costilla no expresa en absoluto inferioridad o subordinación, sino, al contrario, que hombre y mujer son de la misma sustancia y son complementarios, y tienen esa reciprocidad. Y el hecho de que —siempre en la parábola— Dios forme a la mujer mientras el hombre duerme, subraya precisamente que ella no es en modo alguno una criatura del hombre, sino de Dios. Y también sugiere otra cosa: para encontrar a la mujer —podemos decir para encontrar el amor en la mujer— el hombre primero debe soñarla y luego la encuentra. La confianza de Dios en el hombre y en la mujer, a los que confía la tierra, es generosa, directa y plena. Se fía de ellos. Pero entonces el maligno introduce en su mente la sospecha, la incredulidad, la desconfianza. Y finalmente, llega la desobediencia al mandato que les protegía. 2 Caen en aquel delirio de omnipotencia que contamina todo y destruye la armonía. También nosotros lo sentimos dentro tantas veces. El pecado engendra desconfianza y división entre el hombre y la mujer. Su relación se verá socavada de mil formas de prevaricación y de sometimiento, de seducción engañosa y de prepotencia humillante, hasta las más dramáticas y violentas. La historia muestra sus huellas. Pensemos, por ejemplo, en los excesos negativos de las culturas patriarcales. Pensemos en las múltiples formas de machismo donde la mujer era considerada de segunda clase. Pensemos en la instrumentalización y mercantilismo del cuerpo femenino en la actual cultura mediática. Y pensemos también en la reciente epidemia de desconfianza, de escepticismo, e incluso de hostilidad que se difunde en nuestra cultura —en particular a partir de una comprensible desconfianza de las mujeres— respecto a una alianza entre hombre y mujer que sea capaz, al mismo tiempo, de afinar la intimidad de la comunión y de proteger la dignidad de la diferencia. Si no encontramos una oleada de simpatía para esta alianza, capaz de poner a las nuevas generaciones al reparo de la desconfianza y la indiferencia, los hijos vendrán al mundo cada vez más desarraigados de ella desde el seno materno. La devaluación social de la alianza estable y generativa del hombre y la mujer es ciertamente una pérdida para todos. ¡Debemos devolver el honor al matrimonio y a la familia! La Biblia dice una cosa bonita: el hombre encuentra a la mujer, se encuentran… y el hombre debe dejar algo para hallarla plenamente. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para irse con ella. ¡Es bonito! Eso significa comenzar un camino. El hombre es todo para la mujer y la mujer es toda para el hombre. La protección de esa alianza del hombre y la mujer, aunque pecadores y heridos, confusos y humillados, desconfiados e inciertos, es para los creyentes una vocación comprometida y apasionante, en la condición actual. El mismo relato de la creación y del pecado, al final, nos deja una imagen bellísima: El Señor Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de piel y los vistió (Gen 3,21). Es una imagen de ternura hacia aquella pareja pecadora que nos deja con la boca abierta: la ternura de Dios por el hombre y por la mujer. Es una imagen de protección paterna de la pareja humana. Dios mismo cuida y protege su obra maestra. www.parroquiasantamonnica.com Vida Cristiana

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