jueves, 25 de mayo de 2017

La capacidad de formar una nueva familia no se puede dar por descontada. Es necesario prepararse para ello. El amor verdadero no se improvisa.



La capacidad de formar una nueva familia no se puede dar por descontada. Es necesario prepararse para ello. El amor verdadero no se improvisa. Benedicto XVI, Discurso, Encuentro con los jóvenes en Cagliari, Domingo 7 septiembre 2008 (...) La capacidad de formar una nueva familia no se puede dar por descontada. Es necesario prepararse para ello. El 20 de octubre de 1985, el querido Papa Juan Pablo II, al encontrarse aquí en Cagliari con los jóvenes provenientes de toda Cerdeña, propuso tres valores importantes para construir una sociedad fraterna y solidaria. Son indicaciones muy actuales también hoy y quiero retomarlas de buen grado destacando en primer lugar el valor de la familia, que hay que conservar —dijo el Papa— como "herencia antigua y sagrada". Todos vosotros experimentáis la importancia de la familia, en cuanto hijos y hermanos; pero la capacidad de formar una nueva no se puede dar por descontada. Es necesario prepararse para ello. En el pasado, la sociedad tradicional ayudaba más a formar y conservar una familia. Hoy ya no es así, o lo es en teoría, pero en la realidad predomina una mentalidad diversa. Se admiten otras formas de convivencia; a veces se usa el término "familia" para uniones que, en realidad, no son familia. Sobre todo en nuestro contexto se ha reducido mucho la capacidad de los esposos de defender la unidad del núcleo familiar incluso a costa de grandes sacrificios. El amor verdadero no se improvisa. El amor no sólo consta de sentimiento, sino también de responsabilidad, de constancia y de sentido del deber. Queridos jóvenes, recuperad el valor de la familia; amadla, no sólo por tradición, sino por una elección madura y consciente: amad a vuestra familia de origen y preparaos para amar también la que, con la ayuda de Dios, vosotros mismos formaréis. Digo "preparaos", porque el amor verdadero no se improvisa. El amor no sólo consta de sentimiento, sino también de responsabilidad, de constancia y de sentido del deber. Todo esto se aprende con el ejercicio prolongado de las virtudes cristianas de la confianza, la pureza, el abandono en la Providencia y la oración. En este compromiso de crecimiento hacia un amor maduro os sostendrá siempre la comunidad cristiana, porque en ella la familia tiene su dignidad más alta. El concilio Vaticano II la llama "pequeña Iglesia", porque el matrimonio es un sacramento, es decir, un signo santo y eficaz del amor que Dios nos da en Cristo a través de la Iglesia.

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