martes, 27 de junio de 2017

Domingo 4 del tiempo ordinario. El amor de Cristo: la contradicción que encontró desde el inicio mismo de su misión. El amor verdadero se adquiere en la fatiga espiritual: crece y se desarrolla también entre contradicciones y resistencias internas y externas a nosotros; el amor es atrayente, pero también es difícil, exigente. Manifestaciones de la caridad según san Pablo. Jesús, signo de contradicción en el Catecismo de la Iglesia Católica.





1 Domingo 4 del tiempo ordinario. El amor de Cristo: la contradicción que encontró desde el inicio mismo de su misión. El amor verdadero se adquiere en la fatiga espiritual: crece y se desarrolla también entre contradicciones y resistencias internas y externas a nosotros; el amor es atrayente, pero también es difícil, exigente. Manifestaciones de la caridad según san Pablo. Jesús, signo de contradicción en el Catecismo de la Iglesia Católica. Cfr. Juan Pablo II, Homilía en la Parroquia de la Ascensión (3-II-1980), Domingo IV del Tiempo ordinario, Ciclo C. Jeremías 1, 4-5.17-19; Sal 70; 1 Corintios 12,31-13,13; Lucas 4, 21-30 A. Juan Pablo II. El amor de Cristo: características, exigencias y su crecimiento entre contradicciones y resistencias. o Para conocer qué es el amor verdadero, cuáles sus características y cualidades, es necesario mirar a Jesús, a su vida y a su conducta Ciertamente el mensaje de Jesús está destinado a “plantear problema” en la vida de cada uno de los seres humanos. Nos lo recuerdan también las lecturas de la liturgia de hoy, y sobre todo el texto del Evangelio de Lucas, que acabamos de oír. El nos induce a volver una vez más con el pensamiento (...) al momento de la Presentación de Jesús en el templo, que tuvo lugar a los 40 días de su nacimiento, el anciano Simeón pronunció sobre el Niño las siguientes palabras: “Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción” (Lucas 2:34). Hoy somos testigos de la contradicción que Cristo encontró al comienzo mismo de su misión - en su Nazaret -. Efectivamente: cuando, basándose en las palabras del profeta Isaías, leídas en la sinagoga de Nazaret, Jesús hace entender a sus paisanos que la predicción se refería precisamente a Él, esto es, que Él era el anunciado Mesías de Dios (el Ungido en la potencia del Espíritu Santo), surgió primero el estupor, luego la incredulidad y finalmente los oyentes “se llenaron de cólera” (Lucas 4,28), y se pusieron de acuerdo en la decisión de tirarlo desde el monte sobre el que estaba construida la ciudad de Nazaret... “Pero Él, atravesando por medio de ellos, se fue” (Lucas 4,30). Y he aquí que la liturgia de hoy - sobre el fondo de este acontecimiento - nos hace oír en la primera lectura la voz lejana del profeta Jeremías: “Ellos te combatirán, pero no te podrán, porque yo estaré contigo para protegerte” (Jeremías 1,19). Jesús es el profeta del amor, de ese amor que San Pablo confiesa y anuncia en palabras tan sencillas y a la vez tan profundas del pasaje tomado de la Carta a los Corintios. Para conocer qué es el amor verdadero, cuáles son sus características y cualidades, es necesario mirar a Jesús, a su vida y a su conducta. Jamás las palabras dirán tan bien la realidad del amor como lo hace su modelo vivo. Incluso palabras, tan perfectas en su sencillez, como la primera Carta a los Corintios, son sólo la imagen de esta realidad: esto es, de esa realidad cuyo modelo más completo encontramos en la vida y en el comportamiento de Jesucristo. o El amor no pasa jamás; otros carismas y virtudes acaban junto con la vida terrena, pero no el amor que es el fundamento esencial y el contenido de la vida eterna. No han faltado ni faltan, en la sucesión de las generaciones, hombres y mujeres que han imitado eficazmente este modelo perfectísimo. Todos estamos llamados a hacer lo mismo. Jesús ha venido sobre todo para enseñarnos el amor. El amor constituye el contenido del mandamiento mejor que nos ha dejado. Si aprendemos a cumplirlo, obtendremos nuestra finalidad: la vida eterna. Efectivamente, el amor, como enseña el Apóstol “no pasa jamás” (1 Corintios 13,8). Mientras otros carismas e incluso las virtudes esenciales en la vida del cristiano acaban junto con la vida terrena y pasan de este modo, el amor no pasa, no tiene nunca fin. Constituye precisamente el fundamento esencial y el contenido de la vida eterna. Y por esto lo más grande “es la caridad” (1 Corintios 13,13). 2 o Manifestaciones de la caridad El amor se adquiere en la fatiga espiritual: crece y se desarrolla también entre contradicciones y resistencias internas y externas a nosotros. Esta gran verdad sobre el amor, mediante la cual llevamos en nosotros la verdadera levadura de la vida eterna en la unión con Dios, debemos asociarla profundamente a la segunda verdad de la liturgia de hoy: el amor se adquiere en la fatiga espiritual. El amor crece en nosotros y se desarrolla también entre las contradicciones, entre las resistencias que se le oponen desde el interior de cada uno de nosotros, y a la vez “desde fuera”, esto es, entre las múltiples fuerzas que le son extrañas e incluso hostiles. La caridad es paciente Por esto San Pablo escribe que “la caridad es paciente”. ¿Acaso no encuentra en nosotros muy frecuentemente la resistencia de nuestra impaciencia, e incluso simplemente de la inadvertencia? Para amar es necesario saber “ver” al “otro”, es necesario saber “tenerle en cuenta”. A veces es necesario “soportarlo”. Si sólo nos vemos a nosotros mismos, y el “otro” “no existe” para nosotros, estamos lejos de la lección del amor que Cristo nos ha dado. La caridad es benigna “La caridad es benigna”, leemos a continuación: no sólo sabe “ver” al “otro”, sino que se abre a él, lo busca, va a su encuentro. El amor da con generosidad y precisamente esto quiere decir: “es benigno” (a ejemplo del amor de Dios mismo, que se expresa en la gracia). Y cuán frecuentemente, sin embargo, nos cerramos en el caparazón de nuestro “yo”, no sabemos, no queremos, no tratamos de abrirnos al “otro”, de darle algo de nuestro propio “yo”, sobrepasando los límites de nuestro egocentrismo o quizá del egoísmo, y esforzándonos para convertirnos en hombre, mujer, “para los demás”, a ejemplo de Cristo. o Al meditar sobre las características del amor tocamos nuestros problemas familiares y sociales Y así también, después, volviendo a leer la lección de San Pablo sobre el amor y meditando el significado de cada una de las palabras de las que se ha servido el Apóstol para describir las características de este amor, tocamos los puntos más importantes de nuestra vida y de nuestra convivencia con los otros. Tocamos no sólo los problemas familiares o personales, es decir, los que tienen importancia en nuestro pequeño círculo de relaciones interpersonales, sino que tocamos también los problemas sociales de actualidad primaria. o La humanidad vive “entre” el amor y el odio. Consecuencias de considerar superada la verdad evangélica del amor ¿Acaso no constituyen ya los tiempos en que vivimos una lección peligrosa de lo que puede llegar a ser la sociedad y la humanidad, cuando la verdad evangélica sobre el amor se la considera superada?, ¿cuando se la margina del modo de ver el mundo y la vida, de la ideología?, ¿cuando se la excluye de la educación, de los medios de comunicación social, de la cultura, de la política? Los tiempos en que vivimos, ¿no se han convertido ya en una lección suficientemente amenazadora de lo que prepara ese programa social? Y esta lección, ¿no podrá resultar más amenazadora todavía con el pasar el tiempo? A este propósito, ¿no son ya bastante elocuentes los actos de terrorismo que se repiten continuamente, y la creciente tensión bélica del mundo? Cada uno de los hombres - y toda la humanidad - vive “entre” el amor y el odio. Si no acepta el amor, el odio encontrará fácilmente acceso a su corazón y comenzará a invadirlo cada vez más, trayendo frutos siempre más venenosos. o El amor es atrayente, pero también es difícil, exigente: la misión de Jesús encuentra desde el primer momento la contradicción de los propios paisanos de Jesús. De la lección paulina que acabamos de escuchar es necesario deducir lógicamente que el amor es exigente. Exige de nosotros el esfuerzo, exige un programa de trabajo sobre nosotros mismos, así como, en la dimensión social, exige una educación adecuada, y programas aptos de vida cívica e internacional. El amor es exigente. Es difícil. Es atrayente, ciertamente, pero también es difícil. Y por eso encuentra resistencia en el hombre. Y esta resistencia aumenta cuando desde fuera actúan también programas en los que está presente el principio del odio y de la violencia destructora. Cristo, cuya misión mesiánica, encuentra desde el primer momento la contradicción de los propios paisanos en Nazaret, vuelve a afirmar la veracidad de las 3 palabras que pronunció sobre Él el anciano Simeón el día de la Presentación en el templo: “Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel, y para signo de contradicción” (Lc. 2,34). Estas palabras acompañan a Cristo por todos los caminos de su experiencia humana, hasta la cruz. Esta verdad sobre Cristo es también la verdad sobre el amor. También el amor encuentra la resistencia, la contradicción. En nosotros, y fuera de nosotros. Pero esto no debe desalentarnos. El verdadero amor -como enseña San Pablo- todo lo “excusa” y “todo lo tolera” (1 Cor 13,7). B. Catecismo de la Iglesia Católica. Jesús, signo de contradicción. Cfr.[Chiesa/Testi/Cristo/JesúsSignoContradicciónCEC] CEC n. 529: La Presentación de Jesús en el Templo (Cf Lucas 2, 22-39) lo muestra como el Primogénito que pertenece al Señor (Cf Éxodo 13, 2. 12-13). Con Simeón y Ana, toda la expectación de Israel es la que viene al Encuentro de su Salvador (la tradición bizantina llama así a este acontecimiento). Jesús es reconocido como el Mesías tan esperado, «luz de las naciones» y «gloria de Israel», pero también «signo de contradicción». La espada de dolor predicha a María anuncia otra oblación, perfecta y única, la de la Cruz que dará la salvación que Dios ha preparado «ante todos los pueblos». CEC n. 439: Numerosos judíos e incluso ciertos paganos que compartían su esperanza reconocieron en Jesús los rasgos fundamentales del mesiánico «hijo de David» prometido por Dios a Israel (Cf Mateo 2, 2; 9, 27; 12, 23; 15, 22; 20, 30; 21, 9. 15). Jesús aceptó el título de Mesías al cual tenía derecho (Cf Juan 4, 25-26; 11, 27), pero no sin reservas porque una parte de sus contemporáneos lo comprendían según una concepción demasiado humana (Cf Mateo 22, 41-46), esencialmente política (Cf Juan 6, 15; Lucas 24, 21). CEC 569: Jesús ha subido voluntariamente a Jerusalén sabiendo perfectamente que allí moriría de muerte violenta a causa de la contradicción de los pecadores. (Cf Hebros 12, 3) CEC 575: Muchas de las obras y de las palabras de Jesús han sido, pues, un «signo de contradicción» (Lucas 2, 34) para las autoridades religiosas de Jerusalén, aquéllas a las que el Evangelio de S. Juan denomina con frecuencia «los judíos» (Cf Juan 7, 48-49), más incluso que a la generalidad del pueblo de Dios (Cf Juan 7, 48-49). Ciertamente, sus relaciones con los fariseos no fueron solamente polémicas. Fueron unos fariseos los que le previnieron del peligro que corría (Cf Lucas 13, 31). Jesús alaba a alguno de ellos como al escriba de Marcos 12, 34 y come varias veces en casa de fariseos (Cf Lucas 7, 36; 14, 1). Jesús confirma doctrinas sostenidas por esta élite religiosa del pueblo de Dios: la resurrección de los muertos (Cf Mateo 22, 23-34; Lc 20, 39), las formas de piedad (limosna, ayuno y oración) (Cf Mateo 6, 18) y la costumbre de dirigirse a Dios como Padre, carácter central del mandamiento del amor a Dios y al prójimo (Cf Marcos 12, 28-34). CEC 587: Si la Ley y el Templo pudieron ser ocasión de «contradicción» (Cf Lucas 2, 34) entre Jesús y las autoridades religiosas de Israel, la razón está en que Jesús, para la redención de los pecados -obra divina por excelencia-, acepta ser verdadera piedra de escándalo para aquellas autoridades (Cf Lucas 20, 17-18; Salmo 118, 22). CEC 996: Desde el principio, la fe cristiana en la resurrección ha encontrado incomprensiones y oposiciones (Cf Hechos 17, 32; 1 Corintios 15, 12-13). «En ningún punto la fe cristiana encuentra más contradicción que en la resurrección de la carne» (S. Agustín, Psal. 88, 2, 5). Se acepta muy comúnmente que, después de la muerte, la vida de la persona humana continúa de una forma espiritual. Pero ¿cómo creer que este cuerpo tan manifiestamente mortal pueda resucitar a la vida eterna? 4 www.parroquiasantamonica.com

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