martes, 27 de junio de 2017

Domingo 5º de Cuaresma. «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto». El Señor interpreta todo su itinerario terrenal como el proceso del grano de trigo, que solamente mediante la muerte llega a producir fruto; en la perspectiva de la Santísima Eucaristía, su muerte es ofrecimiento de sí, su cuerpo es la nueva vida, alimento para la vida eterna. La imagen del grano de trigo es una fórmula básica de la vida cristiana. Es el camino de perderse a sí mismo, es decir, el camino del amor verdadero. Pedimos ayuda al Señor para que recorramos el camino de nuestra vida acompañándole con algo más que un momentáneo sentimiento de devoción, no sólo con nobles pensamientos, sino con pasos concretos de nuestra vida cotidiana. Que nosotros tengamos el valor de perder nuestra vida para encontrarla.


1 Domingo 5º de Cuaresma. «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto». El Señor interpreta todo su itinerario terrenal como el proceso del grano de trigo, que solamente mediante la muerte llega a producir fruto; en la perspectiva de la Santísima Eucaristía, su muerte es ofrecimiento de sí, su cuerpo es la nueva vida, alimento para la vida eterna. La imagen del grano de trigo es una fórmula básica de la vida cristiana. Es el camino de perderse a sí mismo, es decir, el camino del amor verdadero. Pedimos ayuda al Señor para que recorramos el camino de nuestra vida acompañándole con algo más que un momentáneo sentimiento de devoción, no sólo con nobles pensamientos, sino con pasos concretos de nuestra vida cotidiana. Que nosotros tengamos el valor de perder nuestra vida para encontrarla. Cfr. V DOMINGO DE CUARESMA (ciclo B) 25 de marzo de 2012 Jeremías 31, 31-34; Salmo 50; Hebreos 5, 7-9; Juan 12, 20-33 Juan 12, 20-33: 20 Había algunos griegos de los que subían a adorar en la fiesta. 21 Estos se dirigieron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaron: « Señor, queremos ver a Jesús. » 22 Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. 23 Jesús les respondió: « Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre. 24 En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. 25 El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. 26 Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará. 27 Ahora mi alma está turbada. Y ¿que voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! 28 Padre, glorifica tu Nombre. » Vino entonces una voz del cielo: « Le he glorificado y de nuevo le glorificaré. » 29 La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno. Otros decían: « Le ha hablado un ángel. » 30 Jesús respondió: « No ha venido esta voz por mí, sino por vosotros. 31 Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera. 32 Y yo cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí.» 33 Decía esto para significar de qué muerte iba a morir. Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna (Juan 24-25) Cfr. J. Ratzinger, Via Crucis, Viernes Santo del 2005 o El Señor interpreta todo su itinerario terrenal como el proceso del grano de trigo, que solamente mediante la muerte llega a producir fruto; en la perspectiva de la Santísima Eucaristía, su muerte es ofrecimiento de sí, su cuerpo es la nueva vida, alimento para la vida eterna. (Presentación) “El tema central de este Vía crucis se indica ya al comienzo, en la oración inicial, y después de nuevo en la XIV estación. Es lo que dijo Jesús el Domingo de Ramos, inmediatamente después de su ingreso en Jerusalén, respondiendo a la solicitud de algunos griegos que deseaban verle: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto» (Jn 12, 24). De este modo, el Señor interpreta todo su itinerario terrenal como el proceso del grano de trigo, que solamente mediante la muerte llega a producir fruto. Interpreta su vida terrenal, su muerte y resurrección, en la perspectiva de la Santísima Eucaristía, en la cual se sintetiza todo su misterio. Puesto que ha consumado su muerte como ofrecimiento de sí, como acto de amor, su cuerpo ha sido transformado en la nueva vida de la resurrección. Por eso él, el Verbo hecho carne, es ahora el alimento de la auténtica vida, de la vida eterna. El Verbo eterno –la fuerza creadora de la vida– ha bajado del cielo, convirtiéndose así en el verdadero maná, en el pan que se ofrece al hombre en la fe y en el sacramento. De este modo, el Vía crucis es un camino que se adentra en el misterio eucarístico: la devoción popular y la piedad sacramental de la Iglesia se enlazan y compenetran mutuamente. La oración del Vía crucis puede entenderse como un camino que conduce a la comunión profunda, espiritual, 2 con Jesús, sin la cual la comunión sacramental quedaría vacía. El Vía crucis se muestra, pues, como recorrido «mistagógico».” Aunque no haya que excluir el sentimiento, a esa visión se opone una concepción meramente sentimental. A esta visión del Vía crucis se contrapone una concepción meramente sentimental, de cuyos riesgos el Señor, en la VIII estación1 , advierte a las mujeres de Jerusalén que lloran por él. No basta el simple sentimiento; el Vía crucis debería ser una escuela de fe, de esa fe que por su propia naturaleza «actúa por la caridad» (Ga 5, 6). Lo cual no quiere decir que se deba excluir el sentimiento. Para los Padres de la Iglesia, una carencia básica de los paganos era precisamente su insensibilidad; por eso les recuerdan la visión de Ezequiel, el cual anuncia al pueblo de Israel la promesa de Dios, que quitaría de su carne el corazón de piedra y les daría un corazón de carne (cf. Ez 11, 19). La imagen del grano de trigo es una fórmula básica de la vida cristiana. Es el camino de perderse a sí mismo, es decir, el camino del amor verdadero. El Vía crucis nos muestra un Dios que padece él mismo los sufrimientos de los hombres, y cuyo amor no permanece impasible y alejado, sino que viene a estar con nosotros, hasta su muerte en la cruz (cf. Flp 2, 8). El Dios que comparte nuestras amarguras, el Dios que se ha hecho hombre para llevar nuestra cruz, quiere transformar nuestro corazón de piedra y llamarnos a compartir también el sufrimiento de los demás; quiere darnos un «corazón de carne» que no sea insensible ante la desgracia ajena, sino que sienta compasión y nos lleve al amor que cura y socorre. Esto nos hace pensar de nuevo en la imagen de Jesús acerca del grano, que él mismo trasforma en la fórmula básica de la existencia cristiana: «El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25; cf. Mt 16, 25; Mc 8, 35; Lc 9, 24; 17, 33): «El que pretenda guardarse su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará». Así se explica también el significado de la frase que, en los Evangelios sinópticos, precede a estas palabras centrales de su mensaje: «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16, 24). Con todas estas expresiones, Jesús mismo ofrece la interpretación del Vía crucis, nos enseña cómo hemos de rezarlo y seguirlo: es el camino del perderse a sí mismo, es decir, el camino del amor verdadero. Él ha ido por delante en este camino, el que nos quiere enseñar la oración del 1 Octava estación: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén. Lectura del Evangelio según San Lucas 23, 28-31. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: «dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado». Entonces empezarán a decirles a los montes: «Desplomaos sobre nosotros»; y a las colinas: «Sepultadnos»; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco? MEDITACIÓN: Oír a Jesús cuando exhorta a las mujeres de Jerusalén que lo siguen y lloran por él, nos hace reflexionar. ¿Cómo entenderlo? ¿Se tratará quizás de una advertencia ante una piedad puramente sentimental, que no llega a ser conversión y fe vivida? De nada sirve compadecer con palabras y sentimientos los sufrimientos de este mundo, si nuestra vida continúa como siempre. Por esto el Señor nos advierte del riesgo que corremos nosotros mismos. Nos muestra la gravedad del pecado y la seriedad del juicio. No obstante todas nuestras palabras de preocupación por el mal y los sufrimientos de los inocentes, ¿no estamos tal vez demasiado inclinados a dar escasa importancia al misterio del mal? En la imagen de Dios y de Jesús al final de los tiempos, ¿no vemos quizás únicamente el aspecto dulce y amoroso, mientras descuidamos tranquilamente el aspecto del juicio? ¿Cómo podrá Dios –pensamos– hacer de nuestra debilidad un drama? ¡Somos solamente hombres! Pero ante los sufrimientos del Hijo vemos toda la gravedad del pecado y cómo debe ser expiado del todo para poder superarlo. No se puede seguir quitando importancia al mal contemplando la imagen del Señor que sufre. También él nos dice: «No lloréis por mí; llorad más bien por vosotros... porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?» ORACIÓN: Señor, a las mujeres que lloran les has hablado de penitencia, del día del Juicio cuando nos encontremos en tu presencia, en presencia del Juez del mundo. Nos llamas a superar una concepción del mal como algo banal, con la cual nos tranquilizamos para poder continuar nuestra vida de siempre. Nos muestras la gravedad de nuestra responsabilidad, el peligro de encontrarnos culpables y estériles en el Juicio. Haz que caminemos junto a ti sin limitarnos a ofrecerte sólo palabras de compasión. Conviértenos y danos una vida nueva; no permitas que, al final, nos quedemos como el leño seco, sino que lleguemos a ser sarmientos vivos en ti, la vid verdadera, y que produzcamos frutos para la vida eterna (cf. Jn 15, 1-10). 3 Vía crucis. Volvemos así al grano de trigo, a la santísima Eucaristía, en la cual se hace continuamente presente entre nosotros el fruto de la muerte y resurrección de Jesús. En ella Jesús camina con nosotros, en cada momento de nuestra vida de hoy, como aquella vez con los discípulos de Emaús. o Pedimos ayuda al Señor para que recorramos el camino de nuestra vida acompañándole con algo más que un momentáneo sentimiento de devoción, no sólo con nobles pensamientos, sino con pasos concretos de nuestra vida cotidiana. (Oración inicial) Sin embargo, nosotros nos aferramos a nuestra vida. No queremos abandonarla, sino guardarla para nosotros mismos. Queremos poseerla, no ofrecerla Señor Jesucristo, has aceptado por nosotros correr la suerte del grano de trigo que cae en tierra y muere para producir mucho fruto (Jn 12, 24). Nos invitas a seguirte cuando dices: «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25). Sin embargo, nosotros nos aferramos a nuestra vida. No queremos abandonarla, sino guardarla para nosotros mismos. Queremos poseerla, no ofrecerla. Tú te adelantas y nos muestras que sólo entregándola salvamos nuestra vida. Mediante este ir contigo en el Vía crucis quieres guiarnos hacia el proceso del grano de trigo, hacia el camino que conduce a la eternidad. La cruz –la entrega de nosotros mismos– nos pesa mucho. Pero en tu Vía crucis tú has cargado también con mi cruz, y no lo has hecho en un momento ya pasado, porque tu amor es por mi vida de hoy. La llevas hoy conmigo y por mí y, de una manera admirable, quieres que ahora yo, como entonces Simón de Cirene, lleve contigo tu cruz y que, acompañándote, me ponga contigo al servicio de la redención del mundo. Ayúdame para que mi Vía crucis sea algo más que un momentáneo sentimiento de devoción. Ayúdanos a acompañarte no sólo con nobles pensamientos, sino a recorrer tu camino con el corazón, más aún, con los pasos concretos de nuestra vida cotidiana. Que nos encaminemos con todo nuestro ser por la vía de la cruz y sigamos siempre tus huellas. Líbranos del temor a la cruz, del miedo a las burlas de los demás, del miedo a que se nos pueda escapar nuestra vida si no aprovechamos con afán todo lo que nos ofrece. Ayúdanos a desenmascarar las tentaciones que prometen vida, pero cuyos resultados, al final, sólo nos dejan vacíos y frustrados. Que en vez de querer apoderarnos de la vida, la entreguemos. Ayúdanos, al acompañarte en este itinerario del grano de trigo, a encontrar, en el «perder la vida», la vía del amor, la vía que verdaderamente nos da la vida, y vida en abundancia (Jn 10, 10). o Jesús es puesto en el sepulcro. En el momento de la sepultura comienza a realizarse la palabra de Jesús: Él es el grano de trigo que muere. (Decimocuarta estación) Sobre el sepulcro de Jesús resplandece el misterio de la Eucaristía: del grano de trigo enterrado comienza la multiplicación del pan que dura hasta el fin de los tiempos. (Meditación) José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro. (...) En el momento de su sepultura, comienza a realizarse la palabra de Jesús: « Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto» (Jn 12, 24). Jesús es el grano de trigo que muere. Del grano de trigo enterrado comienza la gran multiplicación del pan que dura hasta el fin de los tiempos: él es el pan de vida capaz de saciar sobreabundantemente a toda la humanidad y de darle el sustento vital: el Verbo de Dios, que es carne y también pan para nosotros, a través de la cruz y la resurrección. Sobre el sepulcro de Jesús resplandece el misterio de la Eucaristía. Haz, Señor, que nosotros tengamos el valor de perder nuestra vida para encontrarla. (Oración) Señor Jesucristo, al ser puesto en el sepulcro has hecho tuya la muerte del grano de trigo, te has hecho el grano de trigo que muere y produce fruto con el paso del tiempo hasta la eternidad. Desde el sepulcro iluminas para siempre la promesa del grano de trigo del que procede el verdadero maná, el pan de vida en el cual te ofreces a ti mismo. La Palabra eterna, a través de la encarnación y la muerte, se ha hecho Palabra cercana; te pones en nuestras manos y entras en nuestros corazones para que tu Palabra crezca en 4 nosotros y produzca fruto. Te das a ti mismo a través de la muerte del grano de trigo, para que también nosotros tengamos el valor de perder nuestra vida para encontrarla; a fin de que también nosotros confiemos en la promesa del grano de trigo. Ayúdanos a amar cada vez más tu misterio eucarístico y a venerarlo, a vivir verdaderamente de ti, Pan del cielo. Auxílianos para que seamos tu perfume y hagamos visible la huella de tu vida en este mundo. Como el grano de trigo crece de la tierra como retoño y espiga, tampoco tú podías permanecer en el sepulcro: el sepulcro está vacío porque él –el Padre– no te «entregó a la muerte, ni tu carne conoció la corrupción» (Hch 2, 31; Sal 15, 10). No, tú no has conocido la corrupción. Has resucitado y has abierto el corazón de Dios a la carne transformada. Haz que podamos alegrarnos de esta esperanza y llevarla gozosamente al mundo, para ser de este modo testigos de tu resurrección. Cfr. Benedicto XVI, Discurso en la visita a la Iglesia Evangélica Luterana de Roma. 14 de marzo de 2010 El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna (Juan 24-25) o El significado de la indicación del Señor de “odiar” nuestra vida. Cuando escuchamos esto, en un primer momento no nos agrada. Lo que aquí, en esta parábola cristológica, el Señor dice de sí mismo, lo aplica a nosotros en otros dos versículos: "El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna" (Jn 12,25). Creo que, cuando escuchamos esto, en un primer momento no nos agrada. Quisiéramos decir al Señor: "Pero, ¿qué dices, Señor? ¿Debemos odiar nuestra vida, odiarnos a nosotros mismos? ¿Nuestra vida no es un don de Dios? ¿No hemos sido creados a tu imagen? ¿No deberíamos estar agradecidos y alegres porque nos has dado la vida?". Pero la palabra de Jesús tiene otro significado. Naturalmente, el Señor nos ha dado la vida, y por ello le estamos agradecidos. Gratitud y alegría son actitudes fundamentales de la existencia cristiana. Sí, podemos estar alegres porque sabemos que mi vida procede de Dios. No es una casualidad sin sentido. Soy querido y soy amado. Jesús se refiere a quien se considera a sí mismo como una propiedad suya, quiere vivirla sólo para sí. Cuando Jesús dice que deberíamos odiar nuestra propia vida, quiere decir algo muy diferente. Piensa en dos actitudes fundamentales. La primera es la de quien quiere tener para sí mismo su propia vida, de quien considera su vida casi como una propiedad suya, de quien se considera a sí mismo como una propiedad suya, por lo cual quiere disfrutar al máximo de esta vida, vivirla intensamente sólo para sí mismo. Quien actúa así, quien vive para sí mismo, y sólo piensa y se quiere a sí mismo, no se encuentra, se pierde. Y es precisamente lo contrario: no tomar la vida, sino darla. Esto es lo que nos dice el Señor. Y no es que tomando la vida para nosotros, la recibamos, sino dándola, yendo más allá de nosotros mismos, no mirándonos a nosotros mismos, sino entregándonos al otro en la humildad del amor, dándole nuestra vida a él y a los demás. Así nos enriquecemos alejándonos de nosotros mismos, liberándonos de nosotros mismos. Entregando la vida, y no tomándola, recibimos de verdad la vida. Nosotros sólo llegamos a ser nosotros mismos cuando nos entregamos. El seguimiento: estar con él. El Señor prosigue, afirmando en un segundo versículo: "Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre lo honrará" (Jn 12,26). Este entregarse, que en realidad es la esencia del amor, es idéntico a la cruz. En efecto, la cruz no es más que esta ley fundamental del grano de trigo que muere, la ley fundamental del amor: que nosotros sólo llegamos a ser nosotros mismos cuando nos entregamos. Sin embargo, el Señor añade que este entregarse, este aceptar la cruz, este alejarse de sí mismos, es estar con él, pues nosotros, yendo en pos de él y siguiendo el camino del grano de trigo, encontramos el camino del amor, que en un primer momento parece un camino de tribulación y de sufrimiento, pero precisamente por eso es el camino de la salvación. El seguimiento, el estar con él, que es el camino, la verdad y la vida, forma parte del camino de la cruz, que es el camino del amor, del perderse y del entregarse. Este concepto incluye también el hecho de que este seguimiento se realiza en el "nosotros", que ninguno de nosotros tiene su propio Cristo, su propio Jesús, sino que sólo lo podemos seguir si caminamos todos juntos con él, entrando en este "nosotros" y aprendiendo con él su amor que entrega. El seguimiento se realiza en este "nosotros". El "ser nosotros" en la comunidad de sus discípulos forma parte del ser cristianos.

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