martes, 27 de junio de 2017

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS. HABÍA UNA MUCHEDUMBRE INMENSA, “Y GRITABAN CON FUERTE VOZ: «LA SALVACIÓN ES DE NUESTRO DIOS, QUE ESTÁ SENTADO EN EL TRONO, Y DEL CORDERO»” (APOCALIPSIS 7,10) (...) “SON LOS QUE HAN LAVADO SUS VESTIDURAS Y LAS HAN BLANQUEADO CON LA SANGRE DEL CORDERO” (APOCALIPSIS 7,14).





1 SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS. HABÍA UNA MUCHEDUMBRE INMENSA, “Y GRITABAN CON FUERTE VOZ: «LA SALVACIÓN ES DE NUESTRO DIOS, QUE ESTÁ SENTADO EN EL TRONO, Y DEL CORDERO»” (APOCALIPSIS 7,10) (...) “SON LOS QUE HAN LAVADO SUS VESTIDURAS Y LAS HAN BLANQUEADO CON LA SANGRE DEL CORDERO” (APOCALIPSIS 7,14). Cfr. Solemnidad de Todos los Santos, 1 noviembre 2009, Año B. Apocalipsis 7, 2- 4.9-14; 1 Juan 3, 1-3; Mateo 5, 1-12. Cfr. Raniero Cantalamessa, La parola e la vita Anno A,Cittá Nuova XI edizione giugno 2001, festa di tutti i santi; Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno A, Piemme 3ª edizione novembre 1995; La Casa de la Biblia, Comentario al Nuevo Testamento, 6ª edición 1995. Apocalipsis 7, 2-4, 9-14. 2 Luego vi a otro Ángel que subía del Oriente y tenía el sello de Dios vivo; Con fuerte voz gritó a los cuatro ángeles a los que se les había encargado hacer dañó a la tierra y al mar, 3 diciéndoles: «No causéis daño ni a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los siervos de nuestro Dios.» 4 Y oí el número de los marcados con el sello: ciento cuarenta y cuatro mil sellados, de todas las tribus de los hijos de Israel. 9 Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. 10 Y gritaban con fuerte voz: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero.» 11 Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor del trono de los Ancianos y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios 12 diciendo: Amén. Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos, Amén» 13 Uno de los Ancianos tomó la palabra y me dijo: «Esos que están vestidos con vestiduras blancas quiénes son y de dónde han venido?» 14 Yo les respondí: «Señor mío, tu lo sabrás.» Me respondió: «Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la Sangre del Cordero.» 1 Juan 3, 1-3: 1 “Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios, ¡y lo somos!. Por eso el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él. 2 Queridísimos: ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como es. 3 Todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica para ser como él, que es puro.” Mateo 5, 1-12: 1 “Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. 2 Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: 3 «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. 4 Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.» ” 1. Primera Lectura, del Libro del Apocalipsis: “Había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos” (7,9). “Y gritaban con fuerte voz: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero»” (7,10) (...) “han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la Sangre del Cordero” ( 7,14). o Apocalipsis significa «revelación»: • Es «la revelación que Jesucristo resucitado y glorioso hace a su Iglesia a través del apóstol S. Juan». Entre otras cosas se refiere a “la exposición de los designios divinos relativos al futuro del mundo y de la Iglesia (4,1-22,21)”. Con un lenguaje simbólico (simbolismos del reino animal, de los números, de los astros, etc.). 2 o Algunas características de esa muchedumbre, según los versículos citados del capítulo 7. La muchedumbre es innumerable y universal • Se describen en este texto con precisión las características de esta muchedumbre: es innumerable, y universal: pertenece a todas las naciones, razas, lenguas ... Todos los comentadores de este texto afirman que es el “cumplimiento de la promesa hecha a Abrahán”, cuando Dios le promete que le colmará de bendiciones y acrecentará sus descendencia “como las estrellas del cielo y las arenas de la playa” (Cf Génesis 22, 15-18). La muchedumbre está de pie con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. • También se habla en este texto de varias actitudes de esa multitud: a) está de pié con vestiduras blancas, es decir, revestidos ya de la gloria de Cristo; b) está con palmas en sus manos: en señal de victoria contra el mal, esa muchedumbre participa ya de la resurrección de Cristo. • Juan Pablo II comenta así este pasaje (Homilía del 1 de noviembre de 1981): “Las personas vestidas de blanco, son los redimidos y constituyen una ‘muchedumbre inmensa’, cuyo número es incalculable y cuya proveniencia es variadísima. La sangre del cordero que se ha inmolado por todos, ha ejercitado en cada ángulo de la tierra su universal y eficacísima virtud redentora, aportando gracia y salvación a esa ‘muchedumbre inmensa’. Después de haber pasado por las pruebas y de ser purificados en la sangre de Cristo, ellos - los redimidos – están a salvo en el Reino de Dios y lo alaban y bendicen por los siglos”. Blancas, como representación de la divinidad. • Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno B, Piemme 1996. p. 393: “Han sido hechas blancas por un método a primera vista ``contradictorio’: «han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la Sangre del Cordero». (...) en el simbolismo cromático de el Apocalipsis el blanco es la representación de la divinidad, de la luz perfecta, de la eternidad. Ella es conseguida a través de la sangre, es decir, a través del martirio, de la fidelidad también en la ‘gran tribulación’, en la persecución, en la prueba, en las angustias. Así tenemos, por tanto, la celebración de los mártires y también la de todos aquellos que, con fidelidad, llevan ‘todos los días’ la cruz (Lucas 9, 23), recordando las palabras de Pablo a Bernabé (Hechos 14,22): «Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios». Las palmas, en señal de victoria. • Gianfranco Ravasi o.c. p. 393: “En el mundo romano se agitaba la palma con ocasión de los triunfos imperiales; era, por tanto, señal de victoria y de gloria. La felicidad es la meta de una existencia fiel; es la comunión con Dios que es el atracadero último de la vida del justo, como ya amonestaba el autor del libro de la Sabiduría (3, 2-3): 2 A los ojos de los insensatos pareció que habían muerto; se tuvo por quebranto su salida, 3 y su partida de entre nosotros por completa destrucción; pero ellos están en la paz. 4 Aunque, a juicio de los hombres, hayan sufrido castigos, su esperanza estaba llena de inmortalidad 5 por una corta corrección recibirán largos beneficios pues Dios los sometió a prueba y los halló dignos de sí; 6 como oro en el crisol los probó y como holocausto los aceptó. o Cristo quien nos ha redimido, es quien nos salva. La redención nos viene ante todo por la sangre de la Cruz, aunque toda la vida de Cristo es Redención. Carta a los Hebreos, 9, 11-22 • A través de su propia sangre - no de la sangre de machos cabríos y becerros – entró de una vez para siempre en el Santuario y consiguió una redención eterna (v. 12); • Si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo! (v. 13-14) • Sin derramamiento de sangre no hay remisión (v. 22) Un texto de San Pablo y otro de San Pedro • Toda la vida de Cristo es Redención y ésta nos viene ante todo por la sangre de la Cruz. Dos afirmaciones, entre otras, se pueden resaltar que se refieren a este hecho: San Pablo dice a los Efesios que “En él tenemos, por medio de su sangre, la redención” (1,7); San Pedro con tonos vibrantes expone a los primeros cristianos, ya desde el inicio de su primera Carta, que Cristo es el Redentor y que ha llevado a cabo esa redención con el derramamiento de su sangre: “Habéis sido rescatados de vuestra conducta vana, 3 heredada de vuestros mayores, no con bienes corruptibles, plata u oro, sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha” (1, 18-19). En el Catecismo de la Iglesia Católica: • CEC 517: Toda la vida de Cristo es Misterio de Redención. La Redención nos viene ante todo por la sangre de la cruz (Cf Efesios 1, 7; Colosenses 1, 13-14; 1 Pedro 1, 18-19), pero este misterio está actuando en toda la vida de Cristo: ya en su Encarnación porque haciéndose pobre nos enriquece con su pobreza (Cf 2 Co 8, 9); en su vida oculta donde repara nuestra insumisión mediante su sometimiento (Cf Lucas 2, 51); en su palabra que purifica a sus oyentes (182); en sus curaciones y en sus exorcismos, por las cuales «él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades» (Mateo 8, 17) (Cf Isaías 53, 4); en su Resurrección, por medio de la cual nos justifica (Cf Romanos 4, 25). • CEC 613: La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres (Cf 1 Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del «cordero que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29) (Cf 1 P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (Cf 1 Co 11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (Cf Ex 24, 8) reconciliándole con El por «la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados» (Mt 26, 28) (Cf Lv 16, 15-16). Constitución Gaudium et spes: • Gaudium et spes, 22: “Cordero inocente, Él, con su sangre libremente derramada, nos ha merecido la vida y, en Él, Dios nos ha reconciliado consigo y entre nosotros (Cf. 2 Co 5,18-19; Col 1, 20-22) ; nos liberó de la esclavitud de Satanás y del pecado, de suerte que cada uno de nosotros puede repetir con el Apóstol: El Hijo de Dios me amó y se entregó por mí (Gál 2,20).” o Murió por todos. • Ciertamente, nuestra colaboración es importante, pero lo decisivo es dejarse conducir por la gracia y el amor de Dios. El amor de Dios ha consistido en que “envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados” (1 Jn 4,10); en ese «nuestros pecados» se entiende que Cristo ha muerto por todos los hombres, sin excepción. Así es expuesto este punto de una manera breve y concisa en el Catecismo de la Iglesia Católica (CEC 605): “Jesús ha recordado al final de la parábola de la oveja perdida que este amor es sin excepción: «De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeños» (Mt 18, 14). Afirma «dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 28); este último término no es restrictivo: opone el conjunto de la humanidad a la única persona del Redentor que se entrega para salvarla (Cf Rm 5, 18-19). La Iglesia, siguiendo a los Apóstoles (Cf 2 Co 5, 15; 1 Jn 2, 2), enseña que Cristo ha muerto por todos los hombres sin excepción: «no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo» (Cc. Quiercy, año 853: DS 624).” 2. La sangre de Cristo – J. Ratzinger J. RATZINGER , Ser cristiano – Ed. Sígueme, Salamanca, 1967. Págs. 99-106 He aquí el madero de la Cruz MIRARÁN al que traspasaron» (Jn 19,37). (...) Mientras los corderos pascuales sangran en el templo, muere el Hijo de Dios, asesinado por los que creen honrar a Dios en el templo, y sustituye el culto infructuoso con la realidad de su amor Mientras los corderos pascuales sangran en el templo, muere un hombre fuera de la ciudad, muere el Hijo de Dios, asesinado por los que creen honrar a Dios en el templo. Dios muere como hombre; se entrega a sí mismo a los hombres, que no pueden dársele, sustituyendo así los cultos infructuosos con la realidad de su inmenso amor. (…) Lo que sucedió a los ojos del mundo como un hecho exclusivamente profano, como el juicio de un hombre condenado por seductor político, fue en realidad la única liturgia auténtica de la historia humana; la liturgia cósmica por la que Jesús, no en el limitado círculo de la actividad litúrgica —el templo—, sino ante todo el mundo, se presenta ante el Padre, a través de su muerte en el verdadero templo, sin necesitar la sangre de las víctimas, porque se entrega a sí mismo como corresponde al verdadero amor. La realidad del amor que se entrega a sí mismo termina con todos los sustitutivos. (…) La Iglesia nació del costado abierto de Cristo muerto. El costado abierto define a Cristo como al hombre que existe para los demás. 4 El segundo texto del Antiguo Testamento, incluido en la escena de la lanzada, deja más claro aún lo que hemos dicho, aunque es difícil de entender en sí mismo. Juan dice que un soldado abrió el costado de Jesús con una lanza (Juan, 19,34). (…) La Iglesia nació del costado abierto de Cristo muerto; dicho de otra forma menos simbólica: la muerte del Señor, la radicalidad de su amor, que alcanza hasta la entrega definitiva, es precisamente la que fundamenta sus frutos. Al no quererse encerrar en el egoísmo del que sólo vive para sí y se sitúa por encima de todos los otros, se abrió y salió de sí mismo a fin de existir para los demás, con lo que sus méritos se extienden a todas las épocas. El costado abierto es, pues, el símbolo de una nueva imagen del hombre, de un nuevo Adán; define a Cristo como al hombre que existe para los demás. Es posible que sólo a partir de aquí se comprendan las profundas afirmaciones de la fe sobre Jesucristo, igual que a partir de aquí resulta clara la misión inmediata del crucificado en nuestras vidas. Jesucristo existe para los demás; hacerse cristiano significa existir para los otros. (…) Precisamente porque existe para los demás es, totalmente, él mismo, meta de la verdadera esencia humana. Hacerse cristiano significa hacerse hombre, existir para los otros y existir a partir de Dios. El costado abierto del crucificado, la herida mortal del nuevo Adán, es el punto de partida del verdadero ser hombre del hombre. «Mirarán al que traspasaron». Brotaron sangre y agua o La mirada al costado abierto de Cristo nos mantendrá orientados en medio del laberinto de las callejuelas de la vida. La sangre y el agua que brotaron, que representan los sacramentos de la eucaristía y del bautismo, nos introducen en la vida de Cristo. Miremos de nuevo el costado abierto de Cristo crucificado, ya que esta mirada es el sentido íntimo del viernes santo, que desea apartar nuestra vista de los atractivos del mundo, de la Fata Morgana de sus ofrecimientos y promesas, y dirigirla hacia el verdadero punto que puede mantenernos orientados a través del laberinto de callejuelas que sólo sirven para hacernos dar vueltas. Juan piensa que la Iglesia, en el fondo, toma su origen del costado traspasado de Cristo, incluso de otra forma distinta a como se ha expresado hasta ahora. Indica que de la herida del costado brotaron sangre y agua. Sangre y agua representan para él los dos sacramentos fundamentales, eucaristía y bautismo, que, a su vez, significan el contenido auténtico de la esencia de la Iglesia. Bautismo y eucaristía son las dos formas como los hombres se introducen en el ámbito vital de Cristo. Significado del bautismo: la inmersión de mi vida en la de Cristo, que se convierte en ámbito de misericordia. Porque el bautismo significa que un hombre se hace cristiano, que se sitúa bajo el nombre de Jesucristo. Y este situarse bajo un nombre representa mucho más que un juego de palabras; podemos comprender su sentido a través del hecho del matrimonio y de la comunidad de nombres que se origina entre dos personas, como expresión de la unión de sus seres. El bautismo, que como plenitud sacramental nos liga al nombre de Cristo, significa, pues, un hecho muy parecido al del matrimonio: penetración de nuestra existencia por la suya, inmersión de mi vida en la suya, que se convierte así en medida y ámbito de misericordia. Significado de la eucaristía: al comer el cuerpo del Señor, nos saca de nosotros mismos y nos introduce en él. La eucaristía significa sentarse a la mesa con Cristo, uniéndonos a todos los hombres, ya que al comer el mismo pan, el cuerpo del Señor, no sólo lo recibimos, sino que nos saca de nosotros mismos y nos introduce en él, con lo que forma realmente su Iglesia. Juan relaciona ambos sacramentos con la cruz, los ve brotar del costado abierto del Señor y encuentra que aquí se cumple lo dicho por él en el discurso de despedida: me voy y vuelvo a vosotros (Juan 14, 28). (…) En la muerte del Señor se ha realizado el destino del grano de trigo que nos alimenta en la eucaristía, comunicación inagotable del amor de Jesucristo. De este modo, en la muerte del Señor se ha realizado el destino del grano de trigo (Juan 12,24). Si éste no cae a tierra queda solo; pero si cae en la tierra y muere produce gran fruto. Todavía nos alimentamos de este fruto del grano de trigo muerto: el pan de la eucaristía es la comunicación inagotable del amor de Jesucristo, suficientemente rico para saciar el hambre de todos los siglos y que, naturalmente, exige también nuestra cooperación en favor de esta multiplicación de los panes. El par de panes de cebada de nuestra vida puede parecer inútil, pero el Señor los necesita y los exige. Los sacramentos son frutos del grano de trigo muerto. Exigen de nosotros perdernos a nosotros mismos, sin lo cual es imposible encontrarse con Cristo. Los sacramentos de la Iglesia son, como ella misma, frutos del grano de trigo muerto. El recibirlos exige de nosotros que nos introduzcamos en ese movimiento del que ellos proceden. Exige de nosotros 5 ese perderse a sí mismo, sin el que es imposible encontrarse: «El que quiera guardar su vida la perderá; pero el que quiera perderla por mí y por el evangelio, la encontrará». Estas palabras del Señor son la fórmula fundamental de la vida cristiana. En definitiva, creer no es otra cosa que decir sí a esta santa aventura del perderse, lo que en su núcleo más íntimo se reduce al amor verdadero. De esta forma, la vida cristiana adquiere todo su esplendor a partir de la cruz de Jesucristo; y la apertura cristiana al mundo, de la que tanto oímos hablar hoy día, sólo puede encontrar su verdadera imagen en el costado abierto del Señor, expresión de aquel amor radical que es el único que puede salvarnos. Agua y sangre brotaron del cuerpo traspasado del crucificado. Así, lo que es primordialmente señal de su muerte, de su caída en el abismo, es, al mismo tiempo, un nuevo comienzo: el crucificado resucitará y no volverá a morir. De las profundidades de la muerte brota la promesa de la vida eterna. Sobre la cruz de Jesucristo brilla ya el resplandor glorioso de la mañana de pascua. Vivir con él de la cruz significa, pues, vivir bajo la promesa de la alegría pascual. 3. Cristo quiere asociarnos a su sacrificio redentor; el cristiano debe reproducir la vida de Cristo. Nos llama a tomar su cruz y a seguirle • Por otra parte, quiere asociarnos a su sacrificio redentor y nos llama a «tomar su cruz y a seguirle» (Mateo 16,24; Cf Lucas 9, 23), porque Él «sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas» (1 Pedro 2,21). Esto es lo que expresa San Pablo en su Carta de los Colosenses: «Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en beneficio de su cuerpo que es la Iglesia» (1,24). Con estas palabras, San Pablo no quiere indicar que la mediación de Cristo no sea perfecta - por el contrario, muchas veces en sus Cartas proclama la perfecta mediación de Cristo -, sino que tiene conciencia de que él, en su vida cristiana, debe reproducir la vida de Cristo. • Así lo explica el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 562): “Los discípulos de Cristo deben asemejarse a El hasta que El crezca y se forme en ellos. (Cf Gálatas 4, 19) «Por eso somos integrados en los misterios de su vida: con El estamos identificados, muertos y resucitados hasta que reinemos con El». (Lumen Gentium, 7)”. Dado que formamos con Cristo un Cuerpo místico y la cabeza de este Cuerpo ya ha sufrido para la salvación de todos, ahora los miembros debemos seguir su suerte. • Gaudium et spes, 22: “Al padecer por nosotros, no solamente dio ejemplo para que sigamos sus huellas (Cf. 1 Pedro 2,21; Mateo 16,24; Lucas 14,27), sino que también nos abrió un camino en cuyo recorrido la vida y la muerte son santificadas a la par que revisten un nuevo significado”. En los momentos duros de la vida, cuando Dios permita que saboreemos el dolor, la soledad, las contradicciones, las calumnias, difamaciones .... • San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, n. 302; cfr. n. 301: “Al admirar y al amar de veras la Humanidad Santísima de Jesús, descubriremos una a una sus Llagas. Y en esos tiempos de purgación pasiva, penosos, fuertes, de lágrimas dulces y amargas que procuramos esconder, necesitaremos meternos dentro de cada una de aquellas Santísimas Heridas: para purificarnos, para gozarnos con esa Sangre redentora, para fortalecernos. Acudiremos como las palomas que, al decir de la Escritura (Cfr. Cantar de los Cantares 2,14), se cobijan en los agujeros de las rocas a la hora de la tempestad. Nos ocultamos en ese refugio, para hallar la intimidad de Cristo: y veremos que su modo de conversar es apacible y su rostro hermoso (Cfr. Cantar de los Cantares 2, 14), porque los que conocen que su voz es suave y grata, son los que recibieron la gracia del Evangelio, que les hace decir: Tú tienes palabras de vida eterna. (S. Gregorio Niseno, In Canticum Canticorum homiliae, 5). 4. Nuestra esperanza está en la fuerza de la Redención: en el encuentro con Cristo • En esta solemnidad todos podemos fomentar nuestra esperanza de llegar a estar, al final de nuestra existencia en esta tierra, en esa “multitud numerosa”; y ello porque esperamos en la fuerza de la Redención, sabemos que, si nos acercamos al Señor, si nos encontramos con Cristo, todos podemos “lavar las vestiduras y blanquearlas con la sangre del Cordero”. Por tanto, la diferencia entre nosotros y los componentes de esa ‘muchedumbre numerosa’, es que ellos son bienaventurados porque ya poseen la gloria, y nosotros somos bienaventurados - felices, alegres – «en la esperanza» (Cf. Romanos 12,12). 6 o Lugares de encuentro con Cristo • Juan Pablo II señala (Exhortación Apostólica «Ecclesia in America, 22-I-1999, n. 12) tres lugares de encuentro con Cristo: en la lectura de la Sagrada Escritura; en los Sacramentos; en las personas, especialmente si están necesitadas. En primer lugar, « la Sagrada Escritura leída a la luz de la Tradición, de los Padres y del Magisterio, profundizada en la meditación y la oración ».(24) Se ha recomendado fomentar el conocimiento de los Evangelios, en los que se proclama, con palabras fácilmente accesibles a todos, el modo como Jesús vivió entre los hombres. La lectura de estos textos sagrados, cuando se escucha con la misma atención con que las multitudes escuchaban a Jesús en la ladera del monte de las Bienaventuranzas o en la orilla del lago de Tiberíades mientras predicaba desde la barca, produce verdaderos frutos de conversión del corazón. Un segundo lugar para el encuentro con Jesús es la sagrada Liturgia.(25) Al Concilio Vaticano II debemos una riquísima exposición de las múltiples presencias de Cristo en la Liturgia, cuya importancia debe llevar a hacer de ello objeto de una constante predicación: Cristo está presente en el celebrante que renueva en el altar el mismo y único sacrificio de la Cruz; está presente en los Sacramentos en los que actúa su fuerza eficaz. Cuando se proclama su palabra, es Él mismo quien nos habla. Está presente además en la comunidad, en virtud de su promesa: « Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos » (Mt 18, 20). Está presente « sobre todo bajo las especies eucarísticas ».(26) Mi predecesor Pablo VI creyó necesario explicar la singularidad de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, que « se llama “real” no por exclusión, como si las otras presencias no fueran “reales”, sino por antonomasia, porque es substancial ».(27) Bajo las especies de pan y vino, « Cristo todo entero está presente en su “realidad física” aún corporalmente ».(28) La Escritura y la Eucaristía, como lugares de encuentro con Cristo, están sugeridas en el relato de la aparición del Resucitado a los dos discípulos de Emaús. Además, el texto del Evangelio sobre el juicio final (cf. Mt 25, 31-46), en el que se afirma que seremos juzgados sobre el amor a los necesitados, en quienes misteriosamente está presente el Señor Jesús, indica que no se debe descuidar un tercer lugar de encuentro con Cristo: « Las personas, especialmente los pobres, con los que Cristo se identifica ».(29) Como recordaba el Papa Pablo VI, al clausurar el Concilio Vaticano II, « en el rostro de cada hombre, especialmente si se ha hecho transparente por sus lágrimas y por sus dolores, podemos y debemos reconocer el rostro de Cristo (cf. Mt 25, 40), el Hijo del hombre ».(30) o Vivimos la esperanza cristiana cuando vivimos como «pobres de espíritu» (cf Mt 5,3), que ponen toda su confianza en el Señor. • Vivimos esa esperanza cristiana cuando vivimos como “pobres de espíritu” (Cf. Mateo 5,3, Evangelio de hoy). El “pobre de espíritu” (`anawîm) no es solamente quien vive desprendido, sino el que pone toda su confianza en el Señor. Tiene mucho que ver con la infancia espiritual y con la verdadera humildad, necesarias para entrar en el Reino de los Cielos. Sobre el pobre se extiende el manto protector de Dios. En el Antiguo Testamento se dice que su abogado defensor es Dios mismo “padre de los huérfanos y defensor de las viudas” (Sal 68,6). Toda ofensa, abuso u opresión del pobre, es sacrilegio, blasfemia, pecado contra el Señor. “El grito del pobre atraviesa las nubes, hasta que no llega a su término él no se consuela. No desiste hasta que el Altísimo le atiende, juzga a los justos y les hace justicia” (Eclesiásico 35, 17-18). “Has visto la pena y la tristeza, las miras y las tomas en tu mano: el desvalido en ti se abandona, tú eres el auxilio del huérfano” (Sal 10,14). Este salmo es un simple ejemplo de lo que aparece en general en todos los salmos, por lo que se refiere al comportamiento del Señor con los “pobres de espíritu”: Dios protege, defiende, salva, rescata, no olvida, hace justicia, escucha, acoge, guía. o La debilidad y la fuerza de quien confía sólo en el poder de Dios. Cfr. Benedicto XVI, Audiencia general 29 octubre 2008 • Para san Pablo la cruz tiene un primado fundamental en la historia de la humanidad; representa el punto central de su teología, porque decir cruz quiere decir salvación como gracia dada a toda criatura. El tema de la cruz de Cristo se convierte en un elemento esencial y primario de la predicación del Apóstol: el ejemplo más claro es la comunidad de Corinto. Frente a una Iglesia donde había, de forma preocupante, desórdenes y escándalos, donde la comunión estaba amenazada por partidos y divisiones internas que ponían en peligro la unidad del Cuerpo de Cristo, san Pablo se presenta no con sublimidad de palabras o de sabiduría, sino con el anuncio de Cristo, de Cristo crucificado. Su fuerza no es el lenguaje persuasivo sino, paradójicamente, la debilidad y la humildad de quien confía sólo en el "poder de Dios" (cf. 1 Corintios 2, 1- 5). La cruz: escándalo (para los judíos) y necedad (para los griegos, los paganos, gentiles). • La cruz, por todo lo que representa y también por el mensaje teológico que contiene, es escándalo y necedad. Lo afirma el Apóstol con una fuerza impresionante, que conviene escuchar de sus mismas palabras: "La predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan —para 7 nosotros— es fuerza de Dios. (...) Quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación. Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles" (1 Corintios 1, 18-23). La lógica griega es también la lógica de nuestro tiempo: el anuncio cristiano es considerado insípido, irrelevante, en el plano de la lógica racional. • Para los paganos, el criterio de juicio para oponerse a la cruz es la razón. En efecto, para estos últimos la cruz es moría, necedad, literalmente insipidez, un alimento sin sal; por tanto, más que un error, es un insulto al buen sentido. San Pablo mismo, en más de una ocasión, sufrió la amarga experiencia del rechazo del anuncio cristiano considerado "insípido", irrelevante, ni siquiera digno de ser tomado en cuenta en el plano de la lógica racional. Para quienes, como los griegos, veían la perfección en el espíritu, en el pensamiento puro, ya era inaceptable que Dios se hiciera hombre, sumergiéndose en todos los límites del espacio y del tiempo. Por tanto, era totalmente inconcebible creer que un Dios pudiera acabar en una cruz. Y esta lógica griega es también la lógica común de nuestro tiempo. El concepto de apátheia indiferencia, como ausencia de pasiones en Dios, ¿cómo habría podido comprender a un Dios hecho hombre y derrotado, que incluso habría recuperado luego su cuerpo para vivir como resucitado? "Te escucharemos sobre esto en otra ocasión" (Hch 17, 32), le dijeron despectivamente los atenienses a san Pablo, cuando oyeron hablar de resurrección de los muertos. Creían que la perfección consistía en liberarse del cuerpo, concebido como una prisión. ¿Cómo no iban a considerar una aberración recuperar el cuerpo? En la cultura antigua no parecía haber espacio para el mensaje del Dios encarnado. Todo el acontecimiento "Jesús de Nazaret" parecía estar marcado por la más total necedad y ciertamente la cruz era el aspecto más emblemático. 5. Las bienaventuranzas (Evangelio de hoy): para saber cuál es el camino de la santidad, debemos subir con los Apóstoles a la montaña de las bienaventuranzas, acercarnos a Jesús y ponernos a la escucha de las palabras de vida que salen de sus labios. Cfr. Juan Pablo II, Homilía en la Solemnidad todos los Santos, 1 noviembre 2000: “Toda la liturgia de hoy habla de santidad. Pero para saber cuál es el camino de la santidad, debemos subir con los Apóstoles a la montaña de las bienaventuranzas, acercarnos a Jesús y ponernos a la escucha de las palabras de vida que salen de sus labios. También hoy nos repite: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. El Maestro divino proclama "bienaventurados" y, podríamos decir, "canoniza" ante todo a los pobres de espíritu, es decir, a quienes tienen el corazón libre de prejuicios y condicionamientos y, por tanto, están dispuestos a cumplir en todo la voluntad divina. La adhesión total y confiada a Dios supone el desprendimiento y el desapego coherente de sí mismo. Bienaventurados los que lloran. Es la bienaventuranza no sólo de quienes sufren por las numerosas miserias inherentes a la condición humana mortal, sino también de cuantos aceptan con valentía los sufrimientos que derivan de la profesión sincera de la moral evangélica. Bienaventurados los limpios de corazón. Cristo proclama bienaventurados a los que no se contentan con la pureza exterior o ritual, sino que buscan la absoluta rectitud interior que excluye toda mentira y toda doblez. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia. La justicia humana ya es una meta altísima, que ennoblece el alma de quien aspira a ella, pero el pensamiento de Jesús se refiere a una justicia más grande, que consiste en la búsqueda de la voluntad salvífica de Dios: es bienaventurado sobre todo quien tiene hambre y sed de esta justicia. En efecto, dice Jesús: "Entrará en el reino de los cielos el que cumpla la voluntad de mi Padre" (Mt 7, 21)”. Bienaventurados los misericordiosos. Son felices cuantos vencen la dureza de corazón y la indiferencia, para reconocer concretamente el primado del amor compasivo, siguiendo el ejemplo del buen samaritano y, en definitiva, del Padre "rico en misericordia" (Ef 2, 4). Bienaventurados los que trabajan por la paz. La paz, síntesis de los bienes mesiánicos, es una tarea exigente. En un mundo que presenta tremendos antagonismos y obstáculos, es preciso promover una 8 convivencia fraterna inspirada en el amor y en la comunión, superando enemistades y contrastes. Bienaventurados los que se comprometen en esta nobilísima empresa. Bienaventurados los misericordiosos. Son felices cuantos vencen la dureza de corazón y la indiferencia, para reconocer concretamente el primado del amor compasivo, siguiendo el ejemplo del buen samaritano y, en definitiva, del Padre "rico en misericordia" (Ef 2, 4). Bienaventurados los que trabajan por la paz. La paz, síntesis de los bienes mesiánicos, es una tarea exigente. En un mundo que presenta tremendos antagonismos y obstáculos, es preciso promover una convivencia fraterna inspirada en el amor y en la comunión, superando enemistades y contrastes. Bienaventurados los que se comprometen en esta nobilísima empresa. Los santos, a pesar de las pruebas, las sombras y los fracasos gozaron ya en la tierra de la alegría profunda de la comunión con Cristo. • Los santos se tomaron en serio estas palabras de Jesús. Creyeron que su "felicidad" vendría de traducirlas concretamente en su existencia. Y comprobaron su verdad en la confrontación diaria con la experiencia: a pesar de las pruebas, las sombras y los fracasos gozaron ya en la tierra de la alegría profunda de la comunión con Cristo. En él descubrieron, presente en el tiempo, el germen inicial de la gloria futura del reino de Dios. Esto lo descubrió, de modo particular, María santísima, que vivió una comunión única con el Verbo encarnado, entregándose sin reservas a su designio salvífico. Por esta razón se le concedió escuchar, con anticipación respecto al "sermón de la montaña", la bienaventuranza que resume todas las demás: "¡Bienaventurada tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá!" (Lc 1, 45). www.parroquiasantamonica.com

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