domingo, 18 de junio de 2017

Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Corpus Christi (2017).



Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Corpus Christi (2017). Además del hambre física, el hombre lleva en sí otra hambre que no puede ser saciada con el alimento ordinario. Es hambre de vida, hambre de amor, hambre de eternidad. Jesús nos da el alimento que sacia la profunda hambre que hay en el hombre: su Cuerpo. El Cuerpo de Cristo es el pan de los últimos tiempos, capaz de dar vida, y vida eterna, porque su esencia es el Amor. Hay muchas ofertas de alimento, que no vienen del Señor, y que aparentemente satisfacen más. Algunos se nutren con el dinero, otros con el éxito y la vanidad, otros con el poder y el orgullo. El alimento que da el Señor es distinto de los demás, y quizá no nos parezca tan apetitoso como los manjares que nos ofrece el mundo. Y soñamos, como los hebreos en el desierto, que añoraban la carne y las cebollas que comían en Egipto, olvidando que lo comían en la mesa de la esclavitud.


Juan 6, 51-58: En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: 51 -«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.» 52 Disputaban los judíos entre sí: -«¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» 53 Entonces Jesús les dijo: -«Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. 55 Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. 57 El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. 58 Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre. »
1Corintios 10, 16-17: 16 El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? 17 Puesto que el pan es uno, así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos participamos del mismo pan.

  • Cfr. Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo (2017)

Deuteronomio 8, 2-3.14-16; 1 Corintios 10, 16-17; Juan 6, 51-59;
18 de junio de 2017

La Eucaristía es alimento: el que me come vivirá por mí (Juan 6, 57).
Este alimento lleva consigo la comunión con Cristo
y la comunión de los cristianos entre sí (1 Corintios 10, 16-17).


  1. Además del hambre física, el hombre lleva en sí otra hambre que no puede ser

saciada con el alimento ordinario. Es hambre de vida, hambre de amor, hambre de eternidad.

Cfr. Francisco, Homilía en la Solemnidad del Corpus Christi 2014, en Roma. Jueves 19 de junio
de 2014
  • Jesús nos da el alimento que sacia la profunda hambre que hay en el hombre: su Cuerpo.

  • El Cuerpo de Cristo es el pan de los últimos tiempos, capaz de dar vida, y vida eterna, porque su esencia es el Amor.

Además del hambre física, el hombre lleva en sí otra hambre que no puede ser saciada con el alimento ordinario. Es hambre de vida, hambre de amor, hambre de eternidad. Y la señal del maná –como toda la experiencia del éxodo– contenía en sí esa dimensión: era figura del alimento que sacia la profunda hambre que hay en el hombre. Jesús nos da ese alimento; es más, Él mismo es el pan vivo que da la vida al mundo (cfr Jn 6,51). Su Cuerpo es el verdadero alimento, bajo la especie del pan; su Sangre es la verdadera bebida, bajo la especie del vino. No es un simple alimento para saciar el cuerpo, como el maná; el Cuerpo de Cristo es el pan de los últimos tiempos, capaz de dar vida, y vida eterna, porque su esencia es el Amor.
  • En la Eucaristía se comunica el amor del Señor por nosotros: un amor tan grande que nos nutre con Él mismo; amor gratuito, siempre a disposición de toda persona hambrienta y necesitada de reponer fuerzas.
Vivir la experiencia de la fe significa dejarse nutrir por el Señor y construir la propia existencia, no sobre bienes materiales, sino sobre la realidad que no perece: los dones de Dios, su Palabra y su Cuerpo.
En la Eucaristía se comunica el amor del Señor por nosotros: un amor tan grande que nos nutre con Él mismo; amor gratuito, siempre a disposición de toda persona hambrienta y necesitada de reponer fuerzas. Vivir la experiencia de la fe significa dejarse nutrir por el Señor y construir la propia existencia, no sobre bienes materiales, sino sobre la realidad que no perece: los dones de Dios, su Palabra y su Cuerpo.

  • Si miramos alrededor, nos daremos cuenta de que hay muchas ofertas de alimento, que no vienen del Señor, y que aparentemente satisfacen más.

  • Algunos se nutren con el dinero, otros con el éxito y la vanidad, otros con el poder y el orgullo.

  • El alimento que da el Señor es distinto de los demás, y quizá no nos parezca tan apetitoso como los manjares que nos ofrece el mundo. Y soñamos, como los hebreos en el desierto, que añoraban la carne y las cebollas que comían en Egipto, olvidando que lo comían en la mesa de la esclavitud.
Si miramos alrededor, nos daremos cuenta de que hay muchas ofertas de alimento, que no vienen del Señor, y que aparentemente satisfacen más. Algunos se nutren con el dinero, otros con el éxito y la vanidad, otros con el poder y el orgullo. Pero el alimento que de verdad nos nutre y nos sacia es solo el que nos da el Señor. Ese alimento es distinto de los demás, y quizá no nos parezca tan apetitoso como los manjares que nos ofrece el mundo. Y entonces soñamos con otras comidas, como los hebreos en el desierto, que añoraban la carne y las cebollas que comían en Egipto 1, pero olvidaban que los comían en la mesa de la esclavitud. En esos momentos de tentación, tenían memoria, pero memoria enferma, memoria selectiva: una memoria esclava, no libre.

  • Preguntémonos: ¿dónde quiero comer? ¿En la mesa del Señor? ¿O sueño con manjares apetitosos en la esclavitud?

  • Recuperemos la memoria y aprendamos a reconocer el pan falso, que engaña y corrompe.

Hoy, cada uno puede preguntarse: ¿Y yo, dónde quiero comer? ¿En qué mesa quiero alimentarme? ¿En la mesa del Señor? ¿O sueño con comer manjares apetitosos, pero en la esclavitud? Y también: ¿Cuál es mi memoria? ¿La del Señor que me salva o la del ajo y las cebollas de la esclavitud? ¿Con qué memoria sacio mi alma?
El Padre nos dice: «Te he alimentado con un maná que no conocías». Recuperemos la memoria. Esa es la tarea, recuperar la memoria. Y aprendamos a reconocer el pan falso, que engaña y corrompe, porque es fruto del egoísmo, de la autosuficiencia y del pecado. (…)

  1. Comer su carne, beber su sangre (Juan 6, 53-56)


  • Jesús habla no en sentido figurado, sino con fuerte realismo (el realismo sacramental)

  • La reacción de los judíos (¿Cómo puede éste ....? (v. 52), deja claro que han entendido las palabras del
Señor no como una metáfora sino como palabras que suscitan escándalo porque parecen absurdas e imposibles.
  • Sus palabras son de un realismo tan fuerte que excluyen cualquier interpretación en sentido figurado.

  • Los oyentes entienden el sentido propio y directo de las palabras de Jesús (v. 52), pero no creen que tal
afirmación pueda ser verdad. De haberlo entendido en sentido figurado o simbólico no les hubiera causado tan gran extrañeza ni se hubiera producido la discusión. De aquí también nace la fe de la Iglesia en que mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. ‘‘El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: ‘Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la sustancia de pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación’ (DS 1642)’’ (CEC 1376).” (Nuevo Testamento, eunsa, 1999).
  • Siempre que se celebra la Eucaristía, en el momento de la presentación de las ofrendas, se anuncia que el
pan y el vino serán “para nosotros pan de vida y bebida de salvación”. El pan y el vino son, en todas las culturas, “símbolos de comunión, de amistad, de intimidad”. En la Eucaristía el pan que da la vida es la carne-la vida de Cristo: «Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». (Jn 6, 51).
  • Como respuesta a la pregunta escandalizada de los oyentes (v. 52), Jesús no suaviza la expresión sino
que, por el contrario, la refuerza ulteriormente, añadiendo que también da su sangre para beber ... (vv. 53-56). No sólo la carne que da es «verdadera comida», sino que la sangre que derrama es «verdadera bebida».

  1. Cuando Jesús dice que quien come su carne y bebe su sangre “tiene la vida

eterna” (v. 54) o vivirá para siempre (v. 51), subraya la comunión vital que se establece entre Cristo, pan de vida, y aquél que come de Él. Nos transforma en Él: permanecemos en él, vivimos por él, etc.

  • La Eucaristía es un banquete: la comunión vital que se establece entre Cristo, pan de vida, y aquél que come de él.

  • San Juan Pablo II, 18-X-2000: (...) En el discurso pronunciado en la sinagoga de Cafarnaúm, Jesús
    dice explícitamente: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre" (Jn 6, 51). Todo el texto de ese discurso está orientado a subrayar la comunión vital que se establece, en la fe, entre Cristo, pan de vida, y aquel que come de él. En particular destaca el verbo griego típico del cuarto evangelio para indicar la intimidad mística entre Cristo y el discípulo, ménein, "permanecer, morar": "El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él" (Jn 6, 56; cf. 15, 4-9).
  • La participación en la Eucaristía es el culmen de la asimilación a Cristo, produce una íntima transformación del fiel.

  • San Juan Pablo II, 18-X-2000: La palabra griega de la "comunión", koinonìa, aparece asimismo en
la reflexión de la primera carta a los Corintios, donde san Pablo habla de los banquetes sacrificiales de la idolatría, definiéndolos "mesa de los demonios" (1 Co 10, 21), y expresa un principio que vale para todos los sacrificios: "Los que comen de las víctimas están en comunión con el altar" (1 Co 10, 18). El Apóstol aplica este principio de forma positiva y luminosa con respecto a la Eucaristía: "El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión (koinonìa) con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión (koinonìa) con el cuerpo de Cristo? (...) Todos participamos de un solo pan" (1 Co 10, 16-17). "La participación (...) en la Eucaristía, sacramento de la nueva alianza, es el culmen de la asimilación a Cristo, fuente de "vida eterna", principio y fuerza del don total de sí mismo" (Veritatis splendor, 21).
Por consiguiente, esta comunión con Cristo produce una íntima transformación del fiel. San Cirilo de Alejandría describe de modo eficaz este acontecimiento mostrando su resonancia en la existencia y en la historia: "Cristo nos forma según su imagen de manera que los rasgos de su naturaleza divina resplandezcan en nosotros a través de la santificación, la justicia y la vida buena y según la virtud. La belleza de esta imagen resplandece en nosotros, que estamos en Cristo, cuando con nuestras obras nos mostramos hombres buenos" (Tractatus ad Tiberium diaconum sociosque, II, Responsiones ad Tiberium diaconum sociosque, en In divi Johannis Evangelium, vol. III, Bruselas 1965, p. 590).
  • La comunión con Cristo capacita al cristiano a vivir la caridad en todas sus actitudes y comportamientos en la vida.
"Participando en el sacrificio de la cruz, el cristiano comulga con el amor de entrega de Cristo y se capacita y compromete a vivir esta misma caridad en todas sus actitudes y comportamientos de vida. En la existencia moral se revela y se realiza también el servicio real del cristiano" (Veritatis splendor, 107). Ese servicio regio tiene su raíz en el bautismo y su florecimiento en la comunión eucarística. Así pues, el camino de la santidad, del amor y de la verdad es la revelación al mundo de nuestra intimidad divina, realizada en el banquete de la Eucaristía.
Dejemos que nuestro anhelo de la vida divina ofrecida en Cristo se exprese con las emotivas palabras de un gran teólogo de la Iglesia armenia, Gregorio de Narek (siglo X): "Tengo siempre nostalgia del Donante, no de sus dones. No aspiro a la gloria; lo que quiero es abrazar al Glorificado (...). No busco el descanso; lo que pido, suplicante, es ver el rostro de Aquel que da el descanso. Lo que ansío no es el banquete nupcial, sino estar con el Esposo" (Oración XII).

  • La comunión con Cristo

«¿Qué es en realidad el pan? El Cuerpo de Cristo. ¿Qué se hacen los que comulgan? Cuerpo de Cristo». (San Juan Crisóstomo, In I Corinthios 24, ad loc).



Vida Cristiana

1 Nota de la redacción de VIDA CRISTIANA: la alusión de Francisco a las quejas del pueblo de Israel que añoraba las comidas en Egipto cuando vivía bajo la esclavitud se encuentra en el libro de los Números 11, 1-6: «1 El pueblo profería quejas amargas a los oídos de Yahveh, y Yahveh lo oyó. Se encendió su ira y ardió un fuego de Yahveh entre ellos y devoró un extremo del campamento. 2 El pueblo clamó a Moisés y Moisés intercedió ante Yahveh, y el fuego se apagó. 3 Por eso se llamó aquel lugar Taberá, porque había ardido contra ellos el fuego de Yahveh. 4 La chusma que se había mezclado al pueblo se dejó llevar de su apetito. También los israelitas volvieron a sus llantos diciendo: "¿Quién nos dará carne para comer? 5 ¡Cómo nos acordamos del pescado que comíamos de balde en Egipto, y de los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos! 6 En cambio ahora tenemos el alma seca. No hay de nada. Nuestros ojos no ven más que el maná."». Cfr. Antiguo Testamento, Eunsa 2000, comentarios a Números cap. 11: La protesta del pueblo de Israel “desemboca en lamentarse de haber salido de Egipto, querer echarse atrás del camino emprendido y desear volver a la esclavitud» (cfr. 11, 18-20) (Comentario a Números 11,1-12-16). En las tradiciones de Israel, el lugar de nombre Taberá está unido al relato de la queja del pueblo, desanimado en su camino, que encendió la ira del Señor. Lo que el pasaje viene a poner especialmente de relieve es la absoluta soberanía de Dios y de sus designios que el hombre debe secundar a pesar de las dificultades» (Cfr. ibídem, comentario a Números 11, 1-3). 

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