domingo, 9 de julio de 2017

14 domingo tiempo ordinario Ciclo A 9 de julio 2017




Ø     14 domingo del tiempo ordinario, Ciclo A (2017). La infancia espiritual es la adhesión total a Dios con confianza. Jesús propone el verdadero «pequeño» en nuestra civilización en la que se exalta al adulto “rampante o trepador” y arrogante, privado de escrúpulos y de moral. La infancia espiritual es la actitud que ve en toda circunstancia a Dios Padre, que se revela en Jesús como una invitación a estar de acuerdo con el cumplimiento de su voluntad, y equivale a alcanzar la madurez cristiana.   «Pequeño» se convierte en una expresión simbólica eficaz de la adhesión total a Dios en la confianza. No tanto por la supuesta «inocencia» del niño, que, en realidad, es siempre una criatura limitada, egoísta, prepotente, una miniatura del adulto, sino en tanto en cuanto el pequeño pone su mano con confianza en la mano de su padre.


v     Cfr. 14 domingo tiempo ordinario Ciclo A  9 de julio 2017

Zacarías 9, 9-10; Salmo 144; Romanos 8, 9.11-13; Mateo 11, 25-30
Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno A, Piemme  3 edizione novembre
1995, XIV domenica pp. 201-205

Mateo 11, 25-30: En aquel tiempo, exclamó Jesús: 25-«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla (a los pequeños).  26 Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. 27 Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. 28 Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. 29 Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y encontraréis vuestro descanso. 30 Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»

1 Introducción: la infancia espiritual; la gente sencilla, los pequeños


v     La infancia espiritual.

            Cfr. G. Ravasi o.c. pp. 203-205

«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra,
porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos
y las has revelado a la gente sencilla» [a los pequeños].
(Mateo 11,25)

o     La infancia espiritual es la adhesión total a Dios con confianza.

·         Cfr. G. Ravasi o.c. pp. 203-205: “Para nuestra reflexión, escogemos una sola  palabra,
que en la traducción suena  como «pequeños», en el griego original nèpioi, los destinatarios
privilegiados de la revelación de Jesús. Este vocablo inaugura ese filón de oro de la
espiritualidad cristiana que  lleva el nombre de «infancia espiritual» y que tiene su origen en
esa joya que es el salmo 131/130: «Como un niño en el regazo de su madre, como niño
satisfecho está mi alma»[1]. No se trata del abandono irracional y ciego como el del recién
nacido tranquilo y saciado después de haber mamado la leche del seno de su madre. En
efecto, el texto habla de un «niño destetado», probablemente llevado sobre la espaldas de su
madre, según el uso oriental. Ahora bien, en Oriente el destete oficial tenía lugar muy tarde,
alrededor de los tres años, y daba la ocasión para una gran fiesta de la tribu”.

o     «Pequeño» se convierte en una expresión simbólica eficaz de la adhesión total a Dios en la confianza. No tanto por la supuesta «inocencia» del niño, que, en realidad, es siempre una criatura limitada, egoísta, prepotente, una miniatura del adulto, sino en tanto en cuanto el pequeño pone su mano con confianza en la mano de su padre.

·         El niño, por tanto, es la criatura ligada a su madre por una relación consciente de  intimidad
que no es equiparable  a la simple necesidad fisiológica y al vínculo solamente generador. Bajo esta luz, «pequeño» se convierte en una expresión simbólica eficaz de la adhesión total a Dios en la confianza. Bajo esta luz, Jesús lo propone como modelo y no tanto por la supuesta «inocencia» del niño, que, en realidad, es siempre una criatura limitada, egoísta, prepotente, una miniatura del adulto, sino en tanto en cuanto el pequeño pone su mano con confianza en la mano de su padre y acoge todos sus dones y palabras. Por esto, si no os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos (Mateo 18,3).

o     «Pequeño» es sinónimo de «pobre», cuya única fuerza y sostén están en Dios.

·        Por tanto, «pequeño» se convierte en sinónimo de otra palabra clásica en la Biblia, los
«pobres», es decir, aquellos cuya única fuerza y sostén están en  Dios. A ellos es predicada la  «buena noticia» (Cf. Mt 11,5), y es a ellos a quienes está destinada la bienaventuranza sobre el Reino de los cielos (Mt 5,3).  Ya Isaías presentaba la antítesis  a  la que Jesús se refirió en su oración entre «pequeños»  y «sabios e inteligentes»: «Perecerá la sabiduría de los sabios y la prudencia de los prudentes quedará oculta ... Los humildes aumentarán su alegría en el señor, y los más pobres exultarán en el Santo de Israel» 29, 14.19). 

o     El verdadero discípulo es aquel que se abandona en Dios, descartando los cálculos, los intereses  mezquinos, los egoísmos, la altanería, la prepotencia, la violencia.

                        El verdadero discípulo es aquel que se abandona en Dios, descartando los cálculos, los intereses  mezquinos, los egoísmos, la altanería, la prepotencia, la violencia. (...) En el Oriente Antiguo, el niño no tenía todavía personalidad jurídica, era casi inexistente, un objeto; pues bien, Jesús lo transforma en un emblema para nosotros los adultos, invitándonos a ser «pequeños» para ser verdaderamente «grandes». Jesús nos invita, incluso, a usar el lenguaje sencillo y espontáneo de los niños cuando nos dirigimos a Dios: Abbá en aramaico significa,  como es sabido, «papá» y está en la raíz del original del Padre nuestro. Jesús nos invita a tener la transparencia y la confianza del pequeño para «conocer» verdaderamente al Padre: las elucubraciones de los sabios empalidecen, se paran ante la frontera del misterio, se transforman en especulaciones áridas y orgullosas. Es necesario pedir la sabiduría del corazón, el don que facilita penetrar en las «cosas escondidas», es decir, en el misterio de Dios”.

o    Jesús propone el verdadero «pequeño» en nuestra civilización en la que se exalta al adulto “rampante o trepador” y arrogante, privado de escrúpulos y de moral.  

En esta civilización en la que se exalta al adulto “rampante o trepador” y
arrogante, privado de escrúpulos y de moral, que pervierte al niño haciéndolo cada vez más egoísta y prepotente, incapaz de jugar auténticamente, de vivir el estupor propio de  su infancia, la oración de Jesús nos propone el verdadero «pequeño» que deberá ser el modelo de su discípulo.  Y si hemos perdido la infancia, recordemos lo que afirmaba el escritor francés Bernanos: «La infancia puede ser reconquistada por todos, pero sólo por medio de la santidad». La figura de Teresa de Lisieux es casi la síntesis de los miles y miles de discípulos de Cristo que han recorrido el camino de la sencillez, de la confianza y de la infancia espiritual Por esto nosotros repetimos hoy la conocida oración de P.L. De Grandmaison: «Santa Madre de Dios, conserva en mí un corazón de niño, puro y transparente como un manantial». 

2. La naturalidad y la sencillez hacen al hombre capaz de recibir el mensaje de Cristo.

·          Se dice que es sencilla la persona de carácter no complicado, exenta de artificio, que carece
de ostentación, que expresa naturalmente los conceptos y que, sin doblez ni engaño, dice lo que siente. Es la persona sin malicia. Los «sabios» y los «entendidos» en el contexto de este evangelio son los “maestros de la ley y los fariseos, que conocen la ley de Moisés, pero han rechazado a Jesús; en cambio los «sencillos» han sabido recibir la revelación de Jesús y la han acogido”.
·         Amigos de Dios, 90: “La naturalidad y la sencillez son dos maravillosas virtudes
humanas, que hacen al hombre capaz de recibir el mensaje de Cristo. Y, al contrario, todo lo enmarañado, lo complicado, las vueltas y revueltas en torno a uno mismo, construyen un muro que impide con frecuencia oír la voz del Señor. Recordad lo que Cristo echa en cara a los fariseos: se han metido en un mundo retorcido que exige pagar diezmos de la hierbabuena, del eneldo y del comino, abandonando las obligaciones más esenciales de la ley, la justicia y la fe; se esmeran en colar todo lo que beben, para que no pase ni un mosquito, pero se tragan un camello. (Cf. Mateo 23, 23-24)”.
·         Está clara en el Evangelio de hoy la intención de Jesús  de ayudarnos para sacar adelante los
problemas y dificultades  de la vida. “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados ….”.  Pero para recibir esa ayuda, se requiere, por nuestra parte, que no nos consideremos autosuficientes [2], en el sentido de presuntuosos o engreídos.
            Nuestra existencia tiene un valor  inconmensurable, porque es objeto del amor del Señor. Pero no se trata de vivir con autosuficiencia (que traiciona tarde o temprano), sino de  conocer la grandeza de nuestra condición/vocación: el ser humano es «la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma» (Conc. Vat. II,  Const. Gaudium et spes, n. 24). Creado a su imagen y semejanza, está llamado a llevar a plenitud esta imagen al identificarse cada vez más con Cristo por la acción de la gracia. “Habéis sino rescatados (…) no con bienes corruptibles, plata u oro, sino con la sangre preciosa de Cristo” ( 1 Pedro 1, 18-19). 
Es buena la  autoestima que crece al amparo de la humildad, “virtud que nos ayuda a conocer,
simultáneamente, nuestra miseria y nuestra grandeza” (Cfr. Amigos de Dios, 94), que permite conocernos como somos, e impulsa a buscar a Dios y sus dones, y el apoyo de los demás.

3. La oración de Jesús  como “adhesión amorosa de su corazón de hombre al misterio de  la voluntad del Padre”.

·        Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2603: Los evangelistas han conservado las dos
oraciones más explícitas de Cristo durante su ministerio. Cada una de ellas comienza precisamente con la acción de gracias. En la primera (Cf Mateo 11, 25-27 y Lucas 10, 21-23), Jesús confiesa al Padre, le da gracias y lo bendice porque ha escondido los misterios del Reino a los que se creen doctos y los ha revelado a los «pequeños» (los pobres de las Bienaventuranzas). Su conmovedor «¡Sí, Padre!» expresa el fondo de su corazón, su adhesión al querer del Padre, que fue un eco del «Fiat» de su Madre en el momento de su concepción y que preludia lo que dirá al Padre en su agonía. Toda la oración de Jesús está en esta adhesión amorosa de su corazón de hombre al «misterio de la voluntad» del Padre (Efesios  1, 9).
           

4. La infancia espiritual es la actitud que ve en toda circunstancia a Dios Padre que se revela en Jesús como una invitación a estar de acuerdo con el cumplimiento de su voluntad, y equivale a alcanzar la madurez cristiana.

Cfr. El Señor, Ed. Cristiandad, 2ª ed. 2005, pp. 328-334

v     Pero para poder llegar a esto hay que transformar todo lo que ocurre en la vida; del mero aherrojamiento en la existencia ha de surgir la sabiduría; del azar ha de brotar el amor.

·         “La infancia a la que se refiere Jesús es una apertura que responde a la paternidad de
Dios. Para el niño todo tiene relación con su padre y con su madre. Todo pasa por ellos. Están en todas partes. Son origen, norma y orden. Para el adulto, «padre y madre desparecen». Todo es mundo incoherente, hostil, complicado. Desaparecen el padre y la madre, y todo queda huérfano. Para el que se hace como niño surge un alguien paternal en todas partes: el Padre del cielo. Ciertamente, éste no puede ser un padre terrenal sobrehumano, sino el auténtico «Padre nuestro y del Señor Jesucristo» (1 Corintios 1,3), el que se revela en las palabras de Jesús como una invitación a estar de acuerdo con el cumplimiento de su voluntad.
            La infancia espiritual es la actitud que ve en toda circunstancia al Padre del cielo. Pero para poder llegar a esto hay que transformar todo lo que ocurre en la vida; del mero aherrojamiento en la existencia ha de surgir la sabiduría; del azar ha de brotar el amor. En realidad, esto es difícil; es «vencer al mundo» (1 Juan 5,4). Por consiguiente, hacerse niño en el sentido que Jesús dice equivale a alcanzar la madurez cristiana.”

5. La infancia espiritual, ser como niños, para recibir el consuelo de Dios.

     Papa Francisco, Homilía, en el Estadio M. Meskgi, Tiflis (Georgia), 1 de octubre de 2016

v     El consuelo que necesitamos, en medio de las vicisitudes turbulentas de la vida, es la presencia de Dios en el corazón.

o     Si queremos ser consolados, tenemos que dejar que el Señor entre en nuestra vida.

El consuelo que necesitamos, en medio de las vicisitudes turbulentas de la vida, es la presencia de Dios en el corazón. Porque su presencia en nosotros es la fuente del verdadero consuelo, que permanece, que libera del mal, que trae la paz y acrecienta la alegría. Por lo tanto, si queremos ser consolados, tenemos que dejar que el Señor entre en nuestra vida. Y para que el Señor habite establemente en nosotros, es necesario abrirle la puerta y no dejarlo fuera. Hay que tener siempre abiertas las puertas del consuelo porque Jesús quiere entrar por ahí: por el Evangelio leído cada día y llevado siempre con nosotros, la oración silenciosa y de adoración, la Confesión y la Eucaristía. A través de estas puertas el Señor entra y hace que las cosas tengan un sabor nuevo. Pero cuando la puerta del corazón se cierra, su luz no llega y se queda a oscuras. Entonces nos acostumbramos al pesimismo, a lo que no funciona bien, a las realidades que nunca cambiarán. Y terminamos por encerrarnos dentro de nosotros mismos en la tristeza, en los sótanos de la angustia, solos. Si, por el contrario, abrimos de par en par las puertas del consuelo, entrará la luz del Señor.

v     Pero Dios no nos consuela sólo en el corazón.

o     Cuando estamos unidos, cuando hay comunión entre nosotros obra el consuelo de Dios.

§         Podemos preguntarnos: Yo, que estoy en la Iglesia, ¿soy portador del consuelo de Dios? ¿Sé acoger al otro como huésped y consolar a quien veo cansado y desilusionado?
No está bien que nos acostumbremos a un «microclima» eclesial cerrado, es bueno que compartamos horizontes de esperanza amplios y abiertos, viviendo el entusiasmo humilde de abrir las puertas y salir de nosotros mismos.
Pero Dios no nos consuela sólo en el corazón; por medio del profeta Isaías, añade: «En Jerusalén seréis consolados» (66,13). En Jerusalén, en la comunidad, es decir en la ciudad de Dios: cuando estamos unidos, cuando hay comunión entre nosotros obra el consuelo de Dios. En la Iglesia se encuentra consuelo, es la casa del consuelo: aquí Dios desea consolar. Podemos preguntarnos: Yo, que estoy en la Iglesia, ¿soy portador del consuelo de Dios? ¿Sé acoger al otro como huésped y consolar a quien veo cansado y desilusionado? El cristiano, incluso cuando padece aflicción y acoso, está siempre llamado a infundir esperanza a quien está resignado, a alentar a quien está desanimado, a llevar la luz de Jesús, el calor de su presencia y el alivio de su perdón. Muchos sufren, experimentan pruebas e injusticias, viven preocupados. Es necesaria la unción del corazón, el consuelo del Señor que no elimina los problemas, pero da la fuerza del amor, que ayuda a llevar con paz el dolor. Recibir y llevar el consuelo de Dios: esta misión de la Iglesia es urgente. Queridos hermanos y hermanas, sintámonos llamados a esto; no a fosilizarnos en lo que no funciona a nuestro alrededor o a entristecernos cuando vemos algún desacuerdo entre nosotros. No está bien que nos acostumbremos a un «microclima» eclesial cerrado, es bueno que compartamos horizontes de esperanza amplios y abiertos, viviendo el entusiasmo humilde de abrir las puertas y salir de nosotros mismos.

Vida Cristiana





[1]  Libros poéticos y sapienciales, Eunsa 2001, Salmo 131, 2: “La palabra hebrea traducida por «niño» indica un niño de unos dos o tres años, ya destetado, que tiene conciencia de la seguridad que encuentra en su madre. Del mismo modo permanece tranquilo el orante”.
2. Cfr. Juan Pablo II,  Audiencia General del 12 de mayo de 2004, comentario al salmo 29.

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