sábado, 15 de julio de 2017

AÑO PAULINO Con ocasión de las celebraciones del bimilenario del nacimiento del Apóstol Pablo, se convoca del 28 de junio de 2008 al 29 de junio de 2009 el AÑO PAULINO.



1 AÑO PAULINO Con ocasión de las celebraciones del bimilenario del nacimiento del Apóstol Pablo, se convoca del 28 de junio de 2008 al 29 de junio de 2009 el AÑO PAULINO. SAN PABLO ALGO DE HISTORIA LOS VIAJES MISIONEROS Primer viaje Segundo viaje Tercer viaje 6. Damasco 7. Antioquía (en Siria) 8. Tarso 9. Chipre 10. Pafos 11. Derbe 12. Listra 13. Iconio 14. Laodicea y Colosas 15. Antioquía (en Pisidia) 16. Mileto 17. Patmos 18. Éfeso 19. Troas 20. Filipos 21. Atenas 22. Corinto 23. Tesalónica 24. Berea 25. Macedonia 26. Malta 27. Roma LA CONVERSIÓN A CRISTO LOS COMIENZOS DEL MINISTERIO HACIA GRECIA LAS PRIMERAS ESTRUCTURAS DE LA IGLESIA EL VIAJE DEL CAUTIVERIO EL MARTIRIO EN ROMA BENEDICTO XVI BENEDICTO XVI -AUDIENCIA GENERAL - Miércoles 8 de noviembre de 2006 Pablo - La centralidad de Cristo BENEDICTO XVI - AUDIENCIA GENERAL- Miércoles 15 de noviembre de 2006 Pablo - El Espíritu en nuestros corazones BENEDICTO XVI- AUDIENCIA GENERAL -Miércoles 22 de noviembre de 2006 Pablo - La vida en la Iglesia CELEBRACIÓN DE LAS PRIMERAS VÍSPERAS DE LA SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO Basílica papal de San Pablo extramuros -Jueves 28 de junio de 2007 Homilía del Papa en la apertura solemne del Año Paulino ROMA, lunes, 30 de junio de 2008 HOMELIA DEL PATRIARCA ECUMENICO BARTOLOMEO I Homilía del Papa en la Basílica de San Pedro durante la Solemnidad de San Pedro y San Pablo CIUDAD DEL VATICANO, lunes 30 de junio de 2008 Homilía del Patriarca Bartolomé I en la Basílica de San PedroCIUDAD DEL VATICANO, lunes 30 de junio de 2008 Evangelización y unidad de los cristianos, intenciones del Papa para el Año Paulino CIUDAD DEL VATICANO, lunes 30 de junio de 2008 El ambiente cultural y religioso de san Pablo: Primera catequesis del nuevo ciclo sobre el apóstol de las gentesCIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 2 julio 2008 2 ALGO DE HISTORIA El llamado “Apóstol de las gentes”, es decir, de las naciones, no conoció a Jesús durante su vida terrena en Jerusalén o por los caminos de Galilea, como los Doce apóstoles. Es el primero que tuvo como experiencia sólo la del Resucitado, la misma que tendrán luego todos los cristianos. Este judío nacido en Tarso (hoy Turquía oriental), que recibió del rabino Gamaliel el Viejo una enseñanza rigurosa de la Ley y que es un ciudadano romano, recibe como misión concreta la de ir a predicar la Palabra de Dios a todos los hombres: primero en Antioquía y en Asia menor, luego en Grecia y Roma. Con Pablo, en pocos años y de modo ardiente, “la ley sale de Sión y la palabra de Dios de Jerusalén”, como había profetizado Miqueas (4,2). Y “sale” con un doble sentido del término. Pablo va a dar testimonio de las enseñanzas de sus padres y de lo que ha experimentado: ¡Cristo ha resucitado! Pablo es el personaje mejor conocido de la primera generación cristiana, tanto por las Cartas que escribió (siete reconocidas como indudablemente auténticas en sentido estricto), como por la historia de su vida, que narra Lucas en los Hechos de los Apóstoles. Para nosotros, sus Cartas son una fuente excepcional. Su figura, sin embargo, sigue siendo algo misteriosa. Por una parte, estas Cartas conciernen solamente unos quince años de su vida. Por la otra, los Hechos que refieren su trayectoria fueron escritos veinte años después de su muerte, con el tono apologético de la época. Daremos, pues, preferencia a los datos que se hallan en las Cartas de Pablo y a su cronología, que coincide mayormente con la duración de sus desplazamientos (por ejemplo, la fecha del “Concilio de Jerusalén”). Es probable que Pablo tuviera unos diez años menos que Jesús. A continuación encontrarán los mapas relativos a los viajes de Pablo, con la narración de la vida del Apóstol en veinte cuadros. LOS VIAJES MISIONEROS Después de su “conversión”, en el camino de Damasco, Pablo atraviesa parte del Asia menor (la actual Turquía), de Siria y de Arabia (la actual Jordania), hasta Jerusalén, antes de dirigirse a Europa, primero a Grecia y luego a Roma. Razonablemente podemos fechar sus viajes en un intervalo de algunos años en torno al año 50. Primer viaje De Antioquía a Chipre y de aquí al sur de Anatolia (Perge, Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra y Derbe) Pablo y Bernabé predican con ardor en las sinagogas la Buena Nueva de la resurrección y salvación en Jesús, fundando algunas comunidades. Entonces los judíos de dividen y Pablo se dirige a los paganos. Segundo viaje El primer objetivo de Pablo, acompañado por Silas, es el de visitar las comunidades que él mismo había creado en el sur de Anatolia (en Listra conoce a Timoteo, que le acompañará en el viaje). Siguen hacia noroeste, hasta los Dardanelos, y llegan a Tróada, desde donde pasan a Grecia; Pablo funda Iglesias en Filipos, Tesalónica, Berea, Atenas y Corinto. Luego regresa a Antioquía, donde tenía su base, pasando por Éfeso y Cesarea.. En Antioquía, los creyentes fueron llamados “cristianos” por primera vez, Tercer viaje Es un viaje de consolidación. Pablo va a visitar las Iglesias que había creado en Anatolia y Grecia, con Timoteo y Tito. Se embarca de nuevo hacia Tiro, Cesarea y Jerusalén, donde fue arrestado. Viaje en cautiverio 3 El viaje del prisionero a Roma no es un viaje misionero, sin embargo, no cesa su actividad evangelizadora… 6. Damasco Jesús apareció a Saulo (Hech. 9:1–7). Después que Ananías le restauró la vista, Saulo se bautizó e inició su ministerio (Hech. 9:10–27). 7. Antioquía (en Siria) Allí se les llamó cristianos a los discípulos por primera vez (Hech. 11:26). Agabo profetizó una gran hambre (Hech. 11:27–28). Surgió una gran disensión en Antioquía en cuanto a la circuncisión (Hech. 14:26–28; 15:1–9). Pablo dio comienzo en Antioquía a su segunda misión con Silas, Bernabé y Judas Barsabás (Hech. 15:22, 30, 35). 8. Tarso Ciudad natal de Pablo, adonde le enviaron los líderes de la Iglesia para protegerlo (Hech. 9:29–30). 9. Chipre Después de ser perseguidos, algunos santos se marcharon a esta isla (Hech. 11:19). Pablo viajó por Chipre en su primer viaje misional (Hech. 13:4–5), y después lo hicieron Bernabé y Marcos (Hech. 15:39). 4 10. Pafos Pablo maldijo a un mago en este lugar (Hech. 13:6–11). 11. Derbe Pablo y Bernabé predicaron el Evangelio en esta ciudad (Hech. 14:6–7, 20–21). 12. Listra Cuando Pablo sanó allí a un hombre paralítico, él y Bernabé fueron aclamados como dioses. Pablo fue apedreado y dado por muerto, pero revivió y siguió predicando (Hech. 14:6–21). Lugar natal de Timoteo (Hech. 16:1–3). 13. Iconio Durante su primera misión, Pablo y Bernabé predicaron en este lugar y los amenazaron con apedrearlos (Hech. 13:51–14:7). 14. Laodicea y Colosas Laodicea era una de las ramas de la Iglesia que Pablo visitó y de las que recibió epístolas (Col. 4:16). Es también una de las siete ciudades que se mencionan en el libro del Apocalipsis (las restantes son Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis y Filadelfia; véase Apoc. 1:11). Colosas está a 18 km al este de Laodicea, y Pablo escribió a los santos que vivían allí. 15. Antioquía (en Pisidia) Durante su primera misión, Pablo y Bernabé enseñaron a los judíos que Cristo era descendiente de David. Pablo ofreció el Evangelio primero a Israel, luego a los gentiles. Él y Bernabé fueron perseguidos y expulsados (Hech. 13:14–50). 16. Mileto Mientras estuvo allí durante su tercera misión, Pablo advirtió a los ancianos de la Iglesia que “lobos rapaces” entrarían en el rebaño (Hech. 20:29–31). 17. Patmos Juan estaba cautivo en esta isla cuando recibió las visiones que componen el libro del Apocalipsis (Apoc. 1:9). 18. Éfeso Apolos predicó con poder en este lugar (Hech. 18:24–28). Durante su tercera misión, Pablo enseñó dos años en Éfeso y convirtió a mucha gente (Hech. 19:10, 18). Allí confirió el don del Espíritu Santo mediante la imposición de manos (Hech. 19:1–7) y efectuó muchos milagros, incluso la expulsión de espíritus malignos (Hech. 19:8–21). Los adoradores de Diana instigaron un tumulto contra Pablo (Hech. 19:22–41). Parte del libro del Apocalipsis iba dirigido a la Iglesia en Éfeso (Apoc. 1:11). 19. Troas Mientras Pablo se hallaba allí durante su segundo viaje misional, tuvo la visión de un hombre de Macedonia que pedía ayuda (Hech. 16:9–12). Durante su tercera misión en este lugar, Pablo levantó a Eutico de los muertos (Hech. 20:6–12). 20. Filipos Pablo, Silas y Timoteo convirtieron allí a una mujer llamada Lidia, echaron a un espíritu inmundo y fueron azotados (Hech. 16:11–23). Recibieron ayuda divina y escaparon de la cárcel (Hech. 16:23–26). 5 21. Atenas Durante su segunda misión a Atenas, Pablo predicó sobre el “dios no conocido” en la colina de Marte (el Areópago) (Hech. 17:22–34). 22. Corinto Pablo fue a Corinto durante su segunda misión y se quedó con Aquila y Priscila; allí predicó y bautizó a mucha gente (Hech. 18:1–18). Desde Corinto, Pablo escribió su epístola a los romanos. 23. Tesalónica Pablo predicó allí durante su segundo viaje misional, pero su grupo de misioneros tuvo que partir hacia Berea una vez que los judíos amenazaron su seguridad (Hech. 17:1– 10). 24. Berea Pablo, Silas y Timoteo hallaron almas nobles a las que enseñar durante el segundo viaje misional de Pablo. Los judíos de Tesalónica los siguieron y los persiguieron (Hech. 17:10–13). 25. Macedonia Pablo enseñó allí durante su segundo y tercer viaje (Hech. 16:9–40; 19:21). Alabó la generosidad de los santos macedonios, quienes compartieron sus ofrendas con él y con los santos pobres de Jerusalén (Rom. 15:26; 2 Cor. 8:1–5; 11:9). 26. Malta Pablo naufragó en esta isla de camino a Roma (Hech. 26:32; 27:1, 41–44). Resultó ileso después de la mordedura de una víbora y sanó a muchos que estaban enfermos en Malta (Hech. 28:1–9). 27. Roma Pablo predicó allí dos años cuando lo tuvieron arrestado en su propia casa (Hech. 28:16–31). Además, mientras estuvo preso en Roma escribió epístolas, o cartas, a los efesios, a los filipenses y a los colosenses, a Timoteo y a Filemón. Pedro escribió su primera carta desde “Babilonia”, que probablemente fuera Roma, poco después de las persecuciones de Nerón a los cristianos en el año 64. Por lo general, se cree que Pedro y Pablo padecieron el martirio allí. LA CONVERSIÓN A CRISTO 1. EL JUDÍO SAÚL ESTUDIA EN JERUSALÉN 2. EL PERSEGUIDOR 3. LA CONVERSIÓN / VOCACIÓN 1. EL JUDÍO SAÚL ESTUDIA EN JERUSALÉN Pablo nace poco antes del año 10 de nuestra era, en una familia judía de Tarso, en Cilicia (la actual Turquía oriental). Recibe el nombre bíblico de Saúl y el nombre romano de Pablo (su padre, quizás su padre, que había adquirido la ciudadanía romana, quiso manifestar su gratitud a la gens Paula). Fue educado en Jerusalén. “Instruido a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley de nuestros padres; estaba lleno de celo por Dios”. Según los Hechos , es “Fariseo, hijo de Fariseos” (Hch 23,6) y “circundado al octavo día” (Flp 3,5-6). 6 2. EL PERSEGUIDOR En el martirio de Esteban, “los testigos pusieron sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo… Saulo aprobaba su muerte. Aquel día se desató una gran persecución contra la Iglesia”. Saulo, que defendía con celo “las tradiciones de los padres” (Ga l1.14), pudo haber pertenecido al grupo de los zelotes (Hch 22,3), y esto explicaría la expedición a Damasco en busca de los misioneros helenistas que criticaban el Templo, como Esteban, para doblegarlos, incluso con la tortura. Esto arrojaría luz sobre dos episodios extraños: Pablo no se integró bien en la Iglesia de Jerusalén y tuvo que huir a causa de las amenazas de muerte (Hch 9, 26-30); más tarde, cuarenta judíos hicieron voto de matar a Pablo, entonces prisionero de los romanos (Hch 23,12-22), y es sabido que el partido zelota castigaba a quienes traicionaban su juramento. 3. LA CONVERSIÓN / VOCACIÓN Los Hechos refieren la célebre frase que oyó en el camino de Damasco: “Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?” La narración que el propio Pablo hace de la aparición del Resucitado refleja una gran inquietud interior, según las vocaciones/conversiones proféticas del Antiguo Testamento, portadoras también de una misión: “Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto…”(Ga 1,15-17). La “conversión” radical de Saulo no es para él un cambio de religión: se siente más judío que nunca, puesto que es el “Dios de los padres” quien lo envía a predicar el Evangelio. El evangelizador de los gentiles seguirá predicando a los judíos en la medida en que le sea posible, hasta su último llamamiento, en Roma. La conversión y el bautismo de Pablo significan que ha descubierto su justa y verdadera colocación en la vida de Israel. Se ignora la fecha de este acontecimiento capital; de la Carta a los Gálatas se pueden deducir los años 33-35, poco después de la constitución de la primera Iglesia, en Jerusalén, creada en torno a ”Pedro con los Once” (Hch 2,14). LOS COMIENZOS DEL MINISTERIO JERUSALÉN: EL ENCUENTRO CON PEDRO ANTIOQUÍA: COMIENZA LA AVENTURA MISIONERA FUNDACIÓN DE IGLESIAS EN ASIA MENOR… EL CONCILIO DE JERUSALÉN EL INCIDENTE DE ANTIOQUÍA JERUSALÉN: EL ENCUENTRO CON PEDRO “De allí a tres años”, Saulo va a Jerusalén para conocer a Cefas (de “Piedra”, en griego), con este nombre llamará siempre a Pedro, y permanece “quince días en su compañía”. No cabe duda de que Pedro le enseña la tradición oral relativa a Jesús que Pablo no conoce (cf. 1Co 11, 23-35), y también una interpretación cristológica de los profetas, según las enseñanzas del Maestro a sus discípulos. La visita es discreta: Pablo vio sólo a otro dirigente de la Iglesia, “Santiago, el hermano del Señor”. Pablo se enriquece espiritualmente junto a la Madre-Iglesia, sin embargo, no consigue integrarse, probablemente a causa de su pasado de zelote. Se salva incluso de un tentativo de asesinato organizado por los judíos de lengua griega. (Hch 9,29-30). Se dirige a Tarso, donde vuelve a su oficio de fabricar tiendas y sigue proclamando su fe en la sinagoga (Hch 18,3). Son años de madurez personal. 7 ANTIOQUÍA: COMIENZA LA AVENTURA MISIONERA A principios de la década de los 40 del siglo I, la Iglesia de Jerusalén envía Bernabé a Antioquía de Siria para que tome en mano esta Iglesia fundada por misioneros helenistas expulsados de Jerusalén. Sale hacia Tarso en busca de la ayuda de Pablo, quien se convierte en uno de los dirigentes de la comunidad, evangelizando con gran éxito. Por primera vez Pablo se aleja del ambiente de la sinagoga y predica también a los griegos. Se forma así una comunidad mixta. La “invención” del título de cristianos, usado por primera vez en Antioquía, representa uno de los frutos más hermosos de la predicación de Saulo en la ciudad. De ahora en adelante la Iglesia de Antioquía será el centro de difusión del Evangelio y vivirá independiente del Templo y de la vida Judea. Esta comunidad de Antioquía dispone de una formación y organización sólidas. Durante una asamblea de oración, la inspiración de la comunidad confirma la vocación personal. Se oye la voz del Espíritu Santo que dice: “Separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado”; entonces, la asamblea ora, ayuna, les impone las manos y los envía en misión. Bernabé y Pablo navegan hacia Chipre. Es el Espíritu Santo quien los envía en esta dirección. Anuncian el Evangelio en las sinagogas del este de la isla, en Salamina, y luego hacia el oeste, en Pafos. Desde este momento Lucas llamará a Saulo con su nombre romano: Pablo, subrayando así que posee todos los requisitos de su misión de ir a las “naciones”. FUNDACIÓN DE IGLESIAS EN ASIA MENOR… Inmersión en tierra pagana, más allá del Tauro, en cuatro ciudades estratégicas para Roma, en el camino de Sebaste. Lucas sitúa el primer importante discurso misionero de Pablo en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, nueva colonia romana. Ante la mala acogida que le dispensó la mayoría de los judíos, Pablo se dirige a los paganos. Pablo y Bernabé salen hacia Iconio, Listra y Derbe. Los dos Apóstoles consolidaron las jóvenes comunidades. Por una parte, animan la vida común entre creyentes procedentes del judaísmo y nuevos convertidos procedentes del paganismo, granjeándose la enemistad de los jefes de las sinagogas donde predican. Por la otra, designan “Ancianos”, según el modelo de la Iglesia de Jerusalén. Tras cumplir esta misión, vuelven a Antioquía de Siria. EL CONCILIO DE JERUSALÉN Hacia el año 48 se plantea en Antioquía el problema relativo a la circuncisión de los nojudíos, cuando los cristianos procedentes de Judea piden la “libertad alcanzada en Cristo Jesús”, que también invocan Pablo y Bernabé para no imponer este rito a los cristianos procedentes del paganismo. La comunidad decide entonces llamar en causa a los Apóstoles y a los Ancianos de Jerusalén y envía a Pablo y Bernabé, con su compañero griego Tito, acompañados por una delegación. Los Apóstoles y Ancianos de Jerusalén aceptan a Tito, “no circuncidado”, reconociendo de este modo la validez del anuncio de Pablo acerca de la libertad de la gracia. La Asamblea confirma también a los responsables principales de la Iglesia y reconoce la vocación misionera de Pedro para los circuncidados y de Pablo para los no circuncidados. De hecho, se da una forma de división del campo misionero: Santiago, Cefas y Juan hacia los judíos, mientras que Pablo y Bernabé hacia los paganos. EL INCIDENTE DE ANTIOQUÍA La controversia que tuvo lugar durante la visita de Pedro a Antioquía atestigua la rectitud de Pablo, para quien la verdad del Evangelio no admite adaptaciones. ¿Qué sucedió? Un cristiano judío circuncidado no podía, en aquel entonces, sentarse en la 8 mesa de un cristiano pagano sin incurrir en impuridad. Pues bien, en el contexto de Antioquía, Pedro es testigo de la supremacía de la fe en Cristo que llama a sí a todos los hombres, y se contrapone a este principio … hasta que llegan los cristianos enviados por Santiago, que preside la comunidad de Jerusalén, y oculta sus sentimientos. Pablo entonces se rebela: “Me enfrenté con él cara cara, porque era digno de represión”. El compromiso que se había tomado en Jerusalén aceptaba la existencia de las comunidades mixtas que Pablo había establecido en las jóvenes Iglesias de Asia Menor. Sin embargo, la comunión plena entre circuncidados y no circuncidados resultaba problemática. ¿Acaso ha de considerarse secundaria la salvación de Jesucristo? Pablo reivindica la nueva vida en la fe, el don del Espíritu y la supremacía de la promesa divina sobre la ley… La contraposición se da entre Santiago y la Iglesia de Jerusalén, con Pedro y Bernabé (dudosos, que se alían con Santiago), y la misma Iglesia de Antioquía que confirma este compromiso (Hch 15,40). Solo lo seguirá Silas. Tras este largo noviciado que duró 15 años se abre un nuevo periodo para Pablo. HACIA GRECIA LIDIA Y LA IGLESIA DE FILIPOS TESALÓNICA: LUGAR DE CULTO FAMILIAR ATENAS, LOS ÍDOLOS LIDIA Y LA IGLESIA DE FILIPOS En Tróade, Pablo tiene una visión en al que un macedonio le suplica: “Pasa a Macedonia y ayúdanos”. Inmediatamente se embarca hacia Grecia y se para en Filipos, ciudad comercial y colonia romana poblada de veteranos y campesinos latinos, donde el judaísmo ha recibido el influjo del helenismo. La casa de Lidia, vendedora de púrpura, que recibió el bautismo con toda su familia y da hospitalidad a los misioneros durante su estancia en la ciudad, se convierte en el centro de una comunidad que se forma rápidamente y que va a ser una de las más fieles a Pablo, y le ofrecerá afecto y ayudas materiales (2Co 11,8). Con esta comunidad quiere celebrar la Pascua unos años más tarde, antes de dejar definitivamente la región del mar Egeo. Las autoridades locales acusan pronto a Pablo de proselitismo. En esta época, no se distinguía bien el cristianismo del judaísmo. Si bien el judaísmo gozaba de un estatuto privilegiado, Pablo, por primera vez, fue encarcelado con Silas. Hacia la medianoche, mientras estaban en oración cantando himnos a Dios, un terremoto libra a los prisioneros; el carcelero al ver las puertas abiertas trató de matarse. Pero Pablo le gritó “Estamos todos aquí”. El carcelero se hizo bautizar con toda su familia. Pablo reivindica su ciudadanía romana para que le saquen de la cárcel no en secreto sino “en triunfo”, antes de regresar a la casa de Lidia. TESALÓNICA: LUGAR DE CULTO FAMILIAR Pablo, según su costumbre, va a la sinagoga de la ciudad y durante tres sábados discute con los judíos basándose en las Escrituras, explicándolas y demostrando que “Cristo tenía que padecer y resucitar de entre los muertos”. Pero le acusan de ir contra las leyes imperiales, lo que hizo que los hermanos lo enviaran a Berea. Cuando los judíos de Tesalónica se enteran de que Pablo había predicado en Berea van allí y agitan la población, por lo que Pablo se ve obligado a huir de nuevo y a toda prisa hacia Atenas, donde más tarde llegarán Silas y Timoteo. Poco después, la comunidad de Tesalónica recibe sus dos primeras Cartas de Pablo; en ellas se lee el fervor y las inquietudes de una Iglesia joven. 9 En Tesalónica, donde Jasón, así como en Filipos, donde Lidia, el lugar de culto y de religión era la casa, es decir, la familia, con todo su entorno: las relaciones sociales y el trabajo. ATENAS, LOS ÍDOLOS En la capital del helenismo, donde llegan de todo el Imperio romano para estudiar, Pablo encuentra la cultura griega, “interiormente indignado al ver la ciudad llena de ídolos”. Predica tanto en la sinagoga como en la plaza –incluso en el Areópago– suscitando de este modo la curiosidad de intelectuales, “epicúreos o estoicos”, pero poca adhesión a la fe cristiana. “He encontrado también una inscripción: ‘Al Dios desconocido’. Pues bien, lo que adorabais sin conocer, eso os vengo yo a anunciar”. (Pablo no cita este episodio. Este tipo de discurso evoca más bien la predicación de los primeros misioneros en las Iglesias griegas de finales del siglo I, ante paganos influidos por el estoicismo. El hecho de que no haya ninguna alusión a la cruz y a la salvación hace dudar de que Pablo lo pronunciase alguna vez). LAS PRIMERAS ESTRUCTURAS DE LA IGLESIA CORINTO ÉFESO: PRISCILA Y ÁQUILA DIRIGEN LA IGLESIA MILETO: LAS ESTRUCTURAS DE LA IGLESIA EN JERUSALÉN JERUSALÉN: UN JEFE DE LAS IGLESIAS DETENCIÓN EN EL TEMPLO DE JERUSALÉN EL TIEMPO DE LA PRISIÓN Y DE LOS PROCESOS: JERUSALÉN, CESAREA, ROMA CORINTO En esta ciudad cosmopolita donde florecía el culto de Afrodita, Pablo conoce a Áquila y a su mujer Priscila, un matrimonio judío que había sido expulsado de Roma en el 49 con el edicto del emperador Claudio, “porque los judíos eran una causa permanente de desórdenes a impulsos de un tal Crestos” (Suetonio, Claudio 25,11). Los volveremos a encontrar en Roma, después de la muerte de Claudio, en el 54, que esperan la llegada del Apóstol prisionero. Mientras tanto, lo acompañan a Éfeso, ocupándose de la Iglesia y evangelizando. Pablo, que desea trabajar como hacen los rabinos para asegurar la gratuidad de su servicio apostólico, se queda a trabajar con el matrimonio fabricando tiendas, pues eran de su mismo oficio. El sábado, en la sinagoga, trata de demostrar a los doctores de la ley el mesianismo de Jesús; el jefe de la sinagoga, Crispo, se hizo bautizar con toda su familia. La Iglesia de Corinto, que acoge también a los paganos, se desarrolla muy rápidamente y se convierte en su base ya que Roma es inaccesible por el decreto de expulsión de Claudio. Pablo permanece aquí 18 meses. Hay un problema que surge cada vez con más frecuencia: las autoridades de las sinagogas, que benefician de privilegios, no desean que se siga confundiendo a los cristianos con una secta judía disidente, aunque en realidad estos ya no dependen de ellos. Acabarán por acusar a Pablo de propaganda religiosa ilícita ante el procónsul Galión (hermano del filósofo Séneca). Tras oír las acusaciones, se niega a escuchar la defensa, declarándose incompetente, pues Pablo es judío y se trata de disputas relativas a su ley (Hch 18,12-16). Pablo se embarca rumbo a Antioquía con Priscila y Áquila. El matrimonio se queda en Éfeso y formará el núcleo de la futura comunidad. Muchos historiadores sitúan el “Concilio de Jerusalén” y el incidente de Antioquía al final de este segundo viaje, en el 52. 10 ÉFESO: PRISCILA Y ÁQUILA DIRIGEN LA IGLESIA Es el tercer lugar de difusión de la Palabra, según los Hechos. Pablo se queda en este gran centro de intercambios culturales, religiosos y comerciales entre Oriente y Occidente más de dos años y funda una Iglesia. La confrontación con el judaísmo cede el paso al encuentro con otras corrientes religiosas: Artemisa es la gran diosa de Éfeso. Priscila y Áquila dirigen la comunidad y enseñan con zelo. De este modo exponen “más exactamente el camino” a Apolo, que tendrá mucho éxito cono catequista en Éfeso y Corinto. MILETO: LAS ESTRUCTURAS DE LA IGLESIA De regreso a Jerusalén, Pablo, “encadenado en el Espíritu”, convoca a los Ancianos de la Iglesia de Éfeso. Predice su próximo fin, les exhorta a la vigilancia, al trabajo, a socorrer a los pobres y los débiles: “Mayor felicidad hay en dar que en recibir”. Por último, les deja como testamento la “construcción del edificio”, o mejor dicho, la encomienda al poder de la Palabra, “que tiene poder para construir”: la actividad de la Palabra es primaria, es ella quien construye la Iglesia. La escena termina con emoción: la asamblea se arrodilla, reza, y todos abrazan a Pablo; todos se encomienda a Dios y a su Palabra. Este episodio es importante para la historia institucional de la Iglesia: estos Ancianos o presbíteros convocados por Pablo y que el califica como pastores y obispos, encargados de alimentar y guiar espiritualmente, como vigilantes (es el sentido del nombre obispo) al pueblo de Dios, no reciben sus poderes de la asamblea de los fieles si no del Espíritu. Durante su ministerio “independiente” y ante situaciones inéditas, Pablo tenía que aportar innovaciones a nivel doctrinal con las que justificar sus llamamientos a los creyentes para que se reunieran en comunidades unidas. De hecho, Pablo consiguió crear, por los lugares donde pasó, Iglesias muy unidas que podían subsistir y desarrollarse fuera de las estructuras vinculadas a las sinagogas. EN JERUSALÉN JERUSALÉN: UN JEFE DE LAS IGLESIAS Pablo vuelve por tercera vez a Jerusalén para informar a los Ancianos sobre su misión entre los gentiles. Encabeza una delegación de gente que representa a las Iglesias fundadas por él, generalmente pagano-cristianos, pero también discípulos judíos, como Timoteo. Se ha convertido en un jefe reconocido (1Co 12-14) de un grupo de comunidades locales en contraposición con las sinagogas y que llevan una vida autónoma en medio de comunidades paganas. Les da el nombre de Iglesias, según la tradición deuteronómica, reivindicando para cada una la dignidad de asamblea del pueblo elegido por Dios reservada en primer lugar a la Iglesia de Jerusalén. Pablo ejerce la autoridad de un apóstol de Jesucristo (1Co 1-21; 2Co 1,1), título con el que se siente muy vinculado. Pero ahora, en la capital del judaísmo y ante la Iglesia de Jerusalén presidida por Santiago, donde “miles de judíos abrazaron la fe”, se le pide que demuestre su apego a los padres: “y todos comprenderán que te portas como un cumplidor de la Ley” Va al Templo, se purifica con un grupo de nazarenos y lo arrestan. Había escrito a los corintios “Me hecho todo a todos” (1Co 9,2).. DETENCIÓN EN EL TEMPLO DE JERUSALÉN Todo está listo para la explosión: el temor desencadenado por las predicaciones de Pablo en las sinagogas y el desarrollo de este cristianismo que amenaza las estructuras y las leyes. Las tensiones estallan a la llegada de Pablo al templo, el séptimo y último día de la purificación. Algunos judíos venidos de Asia Menor lo reconocen, lo acusan de 11 haber profanado el Templo por entrar con algunos griegos en él y alborotan a la gente, que lo arrastra fuera del Templo. Gracias a la llegada del tribuno con un tropel de soldados Pablo se salva de la muerte, y quiere aún hablar a la gente. “De pie sobre las escaleras…en medio de un gran silencio, les dirigió la palabra en lengua hebrea”: explica su fidelidad de judío formado en la escuela de Gamaliel, y el encuentro desconcertante en el camino de Damasco que gobierna e inspira su vida. Luego, frente a estos judíos de Jerusalén, añade: «Estando en oración en el Templo caí en éxtasis; y le vi al que me decía: “Date prisa y marcha inmediatamente de Jerusalén pues no recibirán tu testimonio acerca de mí….”» (Hch 22,17), y más adelante: “Marcha, porque yo te enviaré lejos, a los gentiles” (Hch 22,21). Estas últimas palabras hacen que la muchedumbre se desencadene de nuevo: significa, efectivamente, que la Alianza de Dios con los hijos de Israel está abierta a todos. EL TIEMPO DE LA PRISIÓN Y DE LOS PROCESOS: JERUSALÉN, CESAREA, ROMA El tribuno manda que metan a Pablo en el cuartel de Jerusalén para azotarle, pero se libra de la flagelación porque es ciudadano romano. Al día siguiente se celebra el primer proceso ante el sanedrín. A causa de una conjura de zelotas judíos que quieren matarle es traslado a Cesarea: segundo proceso ante el procurador Félix (años 57-59) ; Tercer proceso ante el nuevo procurador Festo, dos años después. Cuarto proceso ante Agripa II: “Este hombre no ha hecho nada digno de muerte o de prisión... Podía ser puesto en libertad si no hubiera apelado al César”. EL VIAJE DEL CAUTIVERIO EN MEDIO DE LA TEMPESTAD MALTA ROMA EN MEDIO DE LA TEMPESTAD Es la narración más fabulosa del Nuevo Testamento. De Cesarea a Roma, “la navegación era peligrosa” después de la fiesta de la Expiación –que introduce el otoño–. Efectivamente, la nave irá a la deriva durante quinte días desde Creta a Malta, no pudiéndose orientar “ni con las estrellas ni con el sol”. El prisionero Pablo se revela más libre que los 276 miembros de la tripulación, capitán, piloto, centurión y marineros. Estaba acostumbrado al mar y a la experiencia de tres naufragios (2Co 11,25) y, sobre todo, demuestra una seguridad que le viene de Dios: “Ninguna de vuestras vidas se perderán, solamente la nave”, dice a sus compañeros cuando todo parecía perdido, “Se me ha aparecido un ángel de Dios a quien pertenezco y a quien doy culto, y me ha dicho: No temas, Pablo… Dios te ha concedido la vida de todos los que navegan contigo”. MALTA Se salvan todo. Llegan a la isla, unos nadando y otros gracias a unos tablones y los despojos de la nave. Esta etapa sencilla e idílica (“los nativos nos mostraron una humanidad poco común; encendieron una hoguera”) simboliza la acogida que el mundo pagano dará al Evangelio. Tras el peligro y el naufragio, la escala maravillosa de Malta tiene para Lucas el gusto del alba de una resurrección. Una víbora muerde la mano de Pablo mientras echaba leña a la hoguera, pero él sacudió el animal sobre el fuego sin sufrir ningún daño… la gente lo tomó por un dios. Luego Pablo cura al padre de su anfitrión imponiéndole las manos, así como a los otros enfermos de la isla que acudieron 12 a él. En fin, tuvieron para con él toda suerte de consideraciones y al momento de la partida le proveyeron de lo necesario. ROMA Después va a Siracusa, Regio y Pozzuoli. Desde aquí toma el camino hacia Roma y tiene la alegría de ser recibido por los hermanos –que han recorrido a pie 50 kilómetros–, pues el Apóstol no es ningún desconocido: habían recibido, tres años antes, su gran Carta a los Romanos. En Roma, existía una comunidad de cristianos, cuyo origen se ignora y que Lucas describe como numerosa y célebre por su fe y sus obras. El cristianismo fue llevado a Roma muy pronto por mercaderes judíos y permaneció al lado de las sinagogas. Cuando Claudio murió Roma contaba con unos 50.000 judíos procedentes de regiones muy distintas, diseminados en las varias sinagogas de la capital del Imperio. Pablo, pues, llega a Roma en el 61 para ser juzgado. Después de dos años de residencia vigilada, en una casa particular en el centro de la ciudad, cerca del Tíber (el barrio judío de hoy), años que emplea para evangelizar y escribir, el proceso se desvanece por falta de acusadores. Pero después del incendio del 64 Nerón acusa a los cristianos de ser los autores del incendio y Pablo fue arrestado, encadenado en la cárcel Marmertina y condenado a la decapitación, que será ejecutada fuera de las murallas aurelianas, en la Vía Ostiense, probablemente entre el 65 y el 67. EL MARTIRIO EN ROMA LA APERTURA DE LA ALIANZA A TODOS LA APERTURA DE LA ALIANZA A TODOS El primer gesto de Pablo en la capital del Imperio y también sus últimas palabras, anotadas en los Hechos, fue hacer –una vez más – un llamamiento a los judíos. Tal y como había escrito a los romanos: “El Evangelio es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego” (Rm 1,16). De modo que, al final de su misión, aquel que el Señor quiso como Apóstol de los gentiles no quiso olvidarse ni siquiera del “más pequeño de mis hermanos” (Mt 25,40). “A causa de la esperanza de Israel llevo estas cadenas”. Lanza un último y vibrante llamamiento a la “conversión” de su pueblo, a la zozobra que ha conocido. En Cristo, la Alianza de Dios está de ahora en adelante abierta a todos. La palabra del final no es la muerte de Pablo, puesto que se trata por el contrario del desarrollo del cristianismo y de la Buena Nueva llevados a los largo y ancho por el gran testigo del Resucitado, convertido a su imagen en “luz de los gentiles” (Is 49,6; Hch 13,47). BENEDICTO XVI -AUDIENCIA GENERAL- Miércoles 25 de octubre de 2006 Pablo perfil del hombre y del apóstol Queridos hermanos y hermanas: Hemos concluido nuestras reflexiones sobre los doce Apóstoles, llamados directamente por Jesús durante su vida terrena. Hoy comenzamos a tratar sobre las figuras de otros personajes importantes de la Iglesia primitiva. También ellos entregaron su vida por el Señor, por el Evangelio y por la Iglesia. Se trata de hombres y mujeres que, como escribe san Lucas en los Hechos de los Apóstoles, "entregaron su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo" (Hch 15, 26). El primero de estos, llamado por el Señor mismo, por el Resucitado, a ser también él auténtico Apóstol, es sin duda Pablo de Tarso. Brilla como una estrella de primera magnitud en la historia de la Iglesia, y no sólo en la de los orígenes. San Juan 13 Crisóstomo lo exalta como personaje superior incluso a muchos ángeles y arcángeles (cf. Panegírico 7, 3). Dante Alighieri, en la Divina Comedia, inspirándose en la narración de san Lucas en los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 9, 15), lo define sencillamente como "vaso de elección" (Infierno 2, 28), que significa: instrumento escogido por Dios. Otros lo han llamado el "decimotercer apóstol" -y realmente él insiste mucho en que es un verdadero apóstol, habiendo sido llamado por el Resucitado-, o incluso "el primero después del Único". Ciertamente, después de Jesús, él es el personaje de los orígenes del que tenemos más información, pues no sólo contamos con los relatos de san Lucas en los Hechos de los Apóstoles, sino también con un grupo de cartas que provienen directamente de su mano y que, sin intermediarios, nos revelan su personalidad y su pensamiento. San Lucas nos informa de que su nombre original era Saulo (cf. Hch 7, 58; 8, 1 etc.), en hebreo Saúl (cf. Hch 9, 14. 17; 22, 7. 13; 26, 14), como el rey Saúl (cf. Hch 13, 21), y era un judío de la diáspora, dado que la ciudad de Tarso está situada entre Anatolia y Siria. Muy pronto había ido a Jerusalén para estudiar a fondo la Ley mosaica a los pies del gran rabino Gamaliel (cf. Hch 22, 3). Había aprendido también un trabajo manual y rudo, la fabricación de tiendas (cf. Hch 18, 3), que más tarde le permitiría proveer él mismo a su propio sustento sin ser una carga para las Iglesias (cf. Hch 20, 34; 1 Co 4, 12; 2 Co 12, 13-14). Para él fue decisivo conocer a la comunidad de quienes se declaraban discípulos de Jesús. Por ellos tuvo noticia de una nueva fe, un nuevo "camino", como se decía, que no ponía en el centro la Ley de Dios, sino la persona de Jesús, crucificado y resucitado, a quien se le atribuía el perdón de los pecados. Como judío celoso, consideraba este mensaje inaceptable, más aún, escandaloso, y por eso sintió el deber de perseguir a los discípulos de Cristo incluso fuera de Jerusalén. Precisamente, en el camino hacia Damasco, a inicios de los años treinta, Saulo, según sus palabras, fue "alcanzado por Cristo Jesús" (Flp 3, 12). Mientras san Lucas cuenta el hecho con abundancia de detalles -la manera en que la luz del Resucitado le alcanzó, cambiando radicalmente toda su vida-, él en sus cartas va a lo esencial y no habla sólo de una visión (cf. 1 Co 9, 1), sino también de una iluminación (cf. 2 Co 4, 6) y sobre todo de una revelación y una vocación en el encuentro con el Resucitado (cf. Ga 1, 15-16). De hecho, se definirá explícitamente "apóstol por vocación" (cf. Rm 1, 1; 1 Co 1, 1) o "apóstol por voluntad de Dios" (2 Co 1, 1; Ef 1, 1; Col 1, 1), como para subrayar que su conversión no fue resultado de pensamientos o reflexiones, sino fruto de una intervención divina, de una gracia divina imprevisible. A partir de entonces, todo lo que antes tenía valor para él se convirtió paradójicamente, según sus palabras, en pérdida y basura (cf. Flp 3, 7-10). Y desde aquel momento puso todas sus energías al servicio exclusivo de Jesucristo y de su Evangelio. Desde entonces su vida fue la de un apóstol deseoso de "hacerse todo a todos" (1 Co 9, 22) sin reservas. De aquí se deriva una lección muy importante para nosotros: lo que cuenta es poner en el centro de nuestra vida a Jesucristo, de manera que nuestra identidad se caracterice esencialmente por el encuentro, por la comunión con Cristo y con su palabra. A su luz, cualquier otro valor se recupera y a la vez se purifica de posibles escorias. Otra lección fundamental que nos da san Pablo es la dimensión universal que caracteriza a su apostolado. Sintiendo agudamente el problema del acceso de los gentiles, o sea, de los paganos, a Dios, que en Jesucristo crucificado y resucitado ofrece la salvación a todos los hombres sin excepción, se dedicó a dar a conocer este Evangelio, literalmente "buena nueva", es decir, el anuncio de gracia destinado a reconciliar al hombre con Dios, consigo mismo y con los demás. Desde el primer momento había comprendido que esta realidad no estaba destinada sólo a los judíos, a un grupo determinado de 14 hombres, sino que tenía un valor universal y afectaba a todos, porque Dios es el Dios de todos. El punto de partida de sus viajes fue la Iglesia de Antioquía de Siria, donde por primera vez se anunció el Evangelio a los griegos y donde se acuñó también la denominación de "cristianos" (cf. Hch 11, 20. 26), es decir, creyentes en Cristo. Desde allí en un primer momento se dirigió a Chipre; luego, en diferentes ocasiones, a las regiones de Asia Menor (Pisidia, Licaonia, Galacia); y después a las de Europa (Macedonia, Grecia). Más importantes fueron las ciudades de Éfeso, Filipos, Tesalónica, Corinto, sin olvidar Berea, Atenas y Mileto. En el apostolado de san Pablo no faltaron dificultades, que afrontó con valentía por amor a Cristo. Él mismo recuerda que tuvo que soportar "trabajos..., cárceles..., azotes; muchas veces peligros de muerte. Tres veces fui azotado con varas; una vez lapidado; tres veces naufragué. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias" (2 Co 11, 23-28). En un pasaje de la carta a los Romanos (cf. Rm 15, 24. 28) se refleja su propósito de llegar hasta España, el extremo de Occidente, para anunciar el Evangelio por doquier hasta los confines de la tierra entonces conocida. ¿Cómo no admirar a un hombre así? ¿Cómo no dar gracias al Señor por habernos dado un Apóstol de esta talla? Es evidente que no hubiera podido afrontar situaciones tan difíciles, a veces desesperadas, si no hubiera tenido una razón de valor absoluto ante la que ningún límite podía considerarse insuperable. Para san Pablo, como sabemos, esta razón es Jesucristo, de quien escribe: "El amor de Cristo nos apremia al pensar que (...) murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2 Co 5, 14- 15), por nosotros, por todos. De hecho, el Apóstol dio el testimonio supremo con su sangre bajo el emperador Nerón aquí, en Roma, donde conservamos y veneramos sus restos mortales. San Clemente Romano, mi predecesor en esta Sede apostólica en los últimos años del siglo I, escribió: "Por la envidia y rivalidad mostró Pablo el galardón de la paciencia. (...) Después de haber enseñado a todo el mundo la justicia y de haber llegado hasta el límite de Occidente, sufrió el martirio ante los gobernantes; salió así de este mundo y marchó al lugar santo, dejándonos el más alto dechado de perseverancia". Que el Señor nos ayude a poner en práctica la exhortación que nos dejó el apóstol en sus cartas: "Sed mis imitadores, como yo lo soy de Cristo" (1 Co 11, 1). BENEDICTO XVI -AUDIENCIA GENERAL - Miércoles 8 de noviembre de 2006 Pablo - La centralidad de Cristo Queridos hermanos y hermanas: En la catequesis anterior, hace quince días, traté de trazar las líneas esenciales de la biografía del apóstol san Pablo. Vimos cómo el encuentro con Cristo en el camino de Damasco revolucionó literalmente su vida. Cristo se convirtió en su razón de ser y en el motivo profundo de todo su trabajo apostólico. En sus cartas, después del nombre de Dios, que aparece más de 500 veces, el nombre mencionado con más frecuencia es el de Cristo (380 veces). Por consiguiente, es importante que nos demos cuenta de cómo Jesucristo puede influir en la vida de una persona y, por tanto, también en nuestra propia vida. En realidad, Jesucristo es el culmen de la historia de la salvación y, por 15 tanto, el verdadero punto que marca la diferencia también en el diálogo con las demás religiones. Al ver a san Pablo, podríamos formular así la pregunta de fondo: ¿Cómo se produce el encuentro de un ser humano con Cristo? ¿En qué consiste la relación que se deriva de él? La respuesta que da san Pablo se puede dividir en dos momentos. En primer lugar, san Pablo nos ayuda a comprender el valor fundamental e insustituible de la fe. En la carta a los Romanos escribe: "Pensamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley" (Rm 3, 28). Y también en la carta a los Gálatas: "El hombre no se justifica por las obras de la ley sino sólo por la fe en Jesucristo; por eso nosotros hemos creído en Cristo Jesús a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley, pues por las obras de la ley nadie será justificado" (Rm 2, 16). "Ser justificados" significa ser hechos justos, es decir, ser acogidos por la justicia misericordiosa de Dios y entrar en comunión con él; en consecuencia, poder entablar una relación mucho más auténtica con todos nuestros hermanos: y esto sobre la base de un perdón total de nuestros pecados. Pues bien, san Pablo dice con toda claridad que esta condición de vida no depende de nuestras posibles buenas obras, sino solamente de la gracia de Dios: "Somos justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús" (Rm 3, 24). Con estas palabras, san Pablo expresa el contenido fundamental de su conversión, el nuevo rumbo que tomó su vida como resultado de su encuentro con Cristo resucitado. San Pablo, antes de la conversión, no era un hombre alejado de Dios y de su ley. Al contrario, era observante, con una observancia fiel que rayaba en el fanatismo. Sin embargo, a la luz del encuentro con Cristo comprendió que con ello sólo había buscado construirse a sí mismo, su propia justicia, y que con toda esa justicia sólo había vivido para sí mismo. Comprendió que su vida necesitaba absolutamente una nueva orientación. Y esta nueva orientación la expresa así: "La vida, que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 20). Así pues, san Pablo ya no vive para sí mismo, para su propia justicia. Vive de Cristo y con Cristo: dándose a sí mismo; ya no buscándose y construyéndose a sí mismo. Esta es la nueva justicia, la nueva orientación que nos da el Señor, que nos da la fe. Ante la cruz de Cristo, expresión máxima de su entrega, ya nadie puede gloriarse de sí mismo, de su propia justicia, conseguida por sí mismo y para sí mismo. En otro pasaje, san Pablo, haciéndose eco del profeta Jeremías, aclara su pensamiento: "El que se gloríe, gloríese en el Señor" (1 Co 1, 31; Jr 9, 22 s); o también: "En cuanto a mí ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo!" (Ga 6, 14). Al reflexionar sobre lo que quiere decir justificación no por las obras sino por la fe, hemos llegado al segundo elemento que define la identidad cristiana descrita por san Pablo en su vida. Esta identidad cristiana consta precisamente de dos elementos: no buscarse a sí mismo, sino revestirse de Cristo y entregarse con Cristo, para participar así personalmente en la vida de Cristo hasta sumergirse en él y compartir tanto su muerte como su vida. Es lo que escribe san Pablo en la carta a los Romanos: "Hemos sido bautizados en su muerte. Hemos sido sepultados con él. Somos una misma cosa con él. Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús" (cf. Rm 6, 3. 4. 5. 11). Precisamente esta última expresión es sintomática, pues para san Pablo no basta decir que los cristianos son bautizados o creyentes; para él es igualmente importante decir que ellos "están en Cristo Jesús" (cf. también Rm 8, 1. 2. 39; 12, 5; 16,3. 7. 10; 1 Co 1, 2. 3, etc.). 16 En otras ocasiones invierte los términos y escribe que "Cristo está en nosotros/vosotros" (Rm 8, 10; 2 Co 13, 5) o "en mí" (Ga 2, 20). Esta compenetración mutua entre Cristo y el cristiano, característica de la enseñanza de san Pablo, completa su reflexión sobre la fe, pues la fe, aunque nos une íntimamente a Cristo, subraya la distinción entre nosotros y él. Pero, según san Pablo, la vida del cristiano tiene también un componente que podríamos llamar "místico", puesto que implica ensimismarnos en Cristo y Cristo en nosotros. En este sentido, el Apóstol llega incluso a calificar nuestros sufrimientos como los "sufrimientos de Cristo en nosotros" (2 Co 1, 5), de manera que "llevamos siempre en nuestro cuerpo por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo" (2 Co 4, 10). Todo esto debemos aplicarlo a nuestra vida cotidiana siguiendo el ejemplo de san Pablo, que vivió siempre con este gran horizonte espiritual. Por una parte, la fe debe mantenernos en una actitud constante de humildad ante Dios, más aún, de adoración y alabanza en relación con él. En efecto, lo que somos como cristianos se lo debemos sólo a él y a su gracia. Por tanto, dado que nada ni nadie puede tomar su lugar, es necesario que a nada ni nadie rindamos el homenaje que le rendimos a él. Ningún ídolo debe contaminar nuestro universo espiritual; de lo contrario, en vez de gozar de la libertad alcanzada, volveremos a caer en una forma de esclavitud humillante. Por otra parte, nuestra radical pertenencia a Cristo y el hecho de que "estamos en él" tiene que infundirnos una actitud de total confianza y de inmensa alegría. En definitiva, debemos exclamar con san Pablo: "Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros?" (Rm 8, 31). Y la respuesta es que nada ni nadie "podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rm 8, 39). Por tanto, nuestra vida cristiana se apoya en la roca más estable y segura que pueda imaginarse. De ella sacamos toda nuestra energía, como escribe precisamente el Apóstol: "Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (Flp 4, 13). Así pues, afrontemos nuestra existencia, con sus alegrías y dolores, sostenidos por estos grandes sentimientos que san Pablo nos ofrece. Si los vivimos, podremos comprender cuánta verdad encierra lo que el mismo Apóstol escribe: "Yo sé bien en quién tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día", es decir, hasta el día definitivo (2 Tm 1, 12) de nuestro encuentro con Cristo juez, Salvador del mundo y nuestro. BENEDICTO XVI - AUDIENCIA GENERAL- Miércoles 15 de noviembre de 2006 Pablo - El Espíritu en nuestros corazones Queridos hermanos y hermanas: Hoy, al igual que en las dos catequesis anteriores, volvemos a hablar de san Pablo y de su pensamiento. Nos encontramos ante un gigante no sólo por su apostolado concreto, sino también por su doctrina teológica, extraordinariamente profunda y estimulante. Después de haber meditado, la vez pasada, en lo que escribió san Pablo sobre el puesto central que ocupa Jesucristo en nuestra vida de fe, hoy veremos lo que nos dice sobre el Espíritu Santo y su presencia en nosotros, pues también en esto el Apóstol tiene algo muy importante que enseñarnos. Ya conocemos lo que nos dice san Lucas sobre el Espíritu Santo en los Hechos de los Apóstoles al describir el acontecimiento de Pentecostés. El Espíritu en Pentecostés impulsa con fuerza a asumir el compromiso de la misión para testimoniar el Evangelio por los caminos del mundo. De hecho, el libro de los Hechos de los Apóstoles narra una serie de misiones realizadas por los Apóstoles, primero en Samaría, después en la franja de la costa de Palestina, y luego en Siria. 17 Sobre todo se narran los tres grandes viajes misioneros realizados por san Pablo, como ya recordé en un anterior encuentro del miércoles. Ahora bien, san Pablo, en sus cartas nos habla del Espíritu también desde otra perspectiva. No se limita a ilustrar la dimensión dinámica y operativa de la tercera Persona de la santísima Trinidad, sino que analiza también su presencia en la vida del cristiano, cuya identidad queda marcada por él. Es decir, san Pablo reflexiona sobre el Espíritu mostrando su influjo no solamente sobre el actuar del cristiano sino también sobre su ser. En efecto, dice que el Espíritu de Dios habita en nosotros (cf. Rm 8, 9; 1 Co 3, 16) y que "Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo" (Ga 4, 6). Por tanto, para san Pablo el Espíritu nos penetra hasta lo más profundo de nuestro ser. A este propósito escribe estas importantes palabras: "La ley del Espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte. (...) Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!" (Rm 8, 2. 15), dado que somos hijos, podemos llamar "Padre" a Dios. Así pues, se ve claramente que el cristiano, incluso antes de actuar, ya posee una interioridad rica y fecunda, que le ha sido donada en los sacramentos del Bautismo y la Confirmación, una interioridad que lo sitúa en una relación objetiva y original de filiación con respecto a Dios. Nuestra gran dignidad consiste precisamente en que no sólo somos imagen, sino también hijos de Dios. Y esto es una invitación a vivir nuestra filiación, a tomar cada vez mayor conciencia de que somos hijos adoptivos en la gran familia de Dios. Es una invitación a transformar este don objetivo en una realidad subjetiva, decisiva para nuestro pensar, para nuestro actuar, para nuestro ser. Dios nos considera hijos suyos, pues nos ha elevado a una dignidad semejante, aunque no igual, a la de Jesús mismo, el único Hijo verdadero en sentido pleno. En él se nos da o se nos restituye la condición filial y la libertad confiada en relación con el Padre. De este modo descubrimos que para el cristiano el Espíritu ya no es sólo el "Espíritu de Dios", como se dice normalmente en el Antiguo Testamento y como se sigue repitiendo en el lenguaje cristiano (cf. Gn 41, 38; Ex 31, 3; 1 Co 2, 11-12; Flp 3, 3; etc.). Y tampoco es sólo un "Espíritu Santo" entendido genéricamente, según la manera de expresarse del Antiguo Testamento (cf. Is 63, 10-11; Sal 51, 13), y del mismo judaísmo en sus escritos (cf. Qumrán, rabinismo). Es específica de la fe cristiana la convicción de que el Señor resucitado, el cual se ha convertido él mismo en "Espíritu que da vida" (1 Co 15, 45), nos da una participación original de este Espíritu. Precisamente por este motivo san Pablo habla directamente del "Espíritu de Cristo" (Rm 8, 9), del "Espíritu del Hijo" (Ga 4, 6) o del "Espíritu de Jesucristo" (Flp 1, 19). Es como si quisiera decir que no sólo Dios Padre es visible en el Hijo (cf. Jn 14, 9), sino que también el Espíritu de Dios se manifiesta en la vida y en la acción del Señor crucificado y resucitado. San Pablo nos enseña también otra cosa importante: dice que no puede haber auténtica oración sin la presencia del Espíritu en nosotros. En efecto, escribe: "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene ―¡realmente no sabemos hablar con Dios!―; mas el Espíritu mismo intercede continuamente por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios" (Rm 8, 26-27). Es como decir que el Espíritu Santo, o sea, el Espíritu del Padre y del Hijo, es ya como el alma de nuestra alma, la parte más secreta de nuestro ser, de la que se eleva incesantemente hacia Dios un movimiento de oración, cuyos términos no podemos ni siquiera precisar. En efecto, el Espíritu, siempre activo en nosotros, suple nuestras carencias y ofrece al Padre nuestra adoración, junto con nuestras aspiraciones más profundas. Obviamente 18 esto exige un nivel de gran comunión vital con el Espíritu. Es una invitación a ser cada vez más sensibles, más atentos a esta presencia del Espíritu en nosotros, a transformarla en oración, a experimentar esta presencia y a aprender así a orar, a hablar con el Padre como hijos en el Espíritu Santo. Hay, además, otro aspecto típico del Espíritu que nos enseña san Pablo: su relación con el amor. El Apóstol escribe: "La esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5). En mi carta encíclica Deus caritas est cité una frase muy elocuente de san Agustín: "Ves la Trinidad si ves el amor" (n. 19), y luego expliqué: "El Espíritu es esa potencia interior que armoniza su corazón (de los creyentes) con el corazón de Cristo y los mueve a amar a los hermanos como él los ha amado" (ib.). El Espíritu nos sitúa en el mismo ritmo de la vida divina, que es vida de amor, haciéndonos participar personalmente en las relaciones que se dan entre el Padre y el Hijo. De forma muy significativa, san Pablo, cuando enumera los diferentes frutos del Espíritu, menciona en primer lugar el amor: "El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz..." (Ga 5, 22). Y, dado que por definición el amor une, el Espíritu es ante todo creador de comunión dentro de la comunidad cristiana, como decimos al inicio de la santa misa con una expresión de san Pablo: "La comunión del Espíritu Santo (es decir, la que él realiza) esté con todos vosotros" (2 Co 13, 13). Ahora bien, por otra parte, también es verdad que el Espíritu nos estimula a entablar relaciones de caridad con todos los hombres. De este modo, cuando amamos dejamos espacio al Espíritu, le permitimos expresarse en plenitud. Así se comprende por qué san Pablo une en la misma página de la carta a los Romanos estas dos exhortaciones: "Sed fervorosos en el Espíritu" y "No devolváis a nadie mal por mal" (Rm 12, 11. 17). Por último, el Espíritu, según san Pablo, es una prenda generosa que el mismo Dios nos ha dado como anticipación y al mismo tiempo como garantía de nuestra herencia futura (cf. 2 Co 1, 22; 5, 5; Ef 1, 13-14). Aprendamos así de san Pablo que la acción del Espíritu orienta nuestra vida hacia los grandes valores del amor, la alegría, la comunión y la esperanza. Debemos hacer cada día esta experiencia, secundando las mociones interiores del Espíritu; en el discernimiento contamos con la guía iluminadora del Apóstol. BENEDICTO XVI- AUDIENCIA GENERAL -Miércoles 22 de noviembre de 2006 Pablo - La vida en la Iglesia Queridos hermanos y hermanas: Concluimos hoy nuestros encuentros con el apóstol san Pablo, dedicándole una última reflexión. No podemos despedirnos de él sin considerar uno de los elementos decisivos de su actividad y uno de los temas más importantes de su pensamiento: la realidad de la Iglesia. Tenemos que constatar, ante todo, que su primer contacto con la persona de Jesús tuvo lugar a través del testimonio de la comunidad cristiana de Jerusalén. Fue un contacto turbulento. Al conocer al nuevo grupo de creyentes, se transformó inmediatamente en su fiero perseguidor. Lo reconoce él mismo tres veces en diferentes cartas: "He perseguido a la Iglesia de Dios", escribe (1 Co 15, 9; Ga 1, 13; Flp 3, 6), presentando su comportamiento casi como el peor crimen. La historia nos demuestra que normalmente se llega a Jesús pasando por la Iglesia. En cierto sentido, como decíamos, es lo que le sucedió también a san Pablo, el cual encontró a la Iglesia antes de encontrar a Jesús. Ahora bien, en su caso, este contacto fue contraproducente: no provocó la adhesión, sino más bien un rechazo violento. 19 La adhesión de Pablo a la Iglesia se realizó por una intervención directa de Cristo, quien al revelársele en el camino de Damasco, se identificó con la Iglesia y le hizo comprender que perseguir a la Iglesia era perseguirlo a él, el Señor. En efecto, el Resucitado dijo a Pablo, el perseguidor de la Iglesia: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" (Hch 9, 4). Al perseguir a la Iglesia, perseguía a Cristo. Entonces, Pablo se convirtió, al mismo tiempo, a Cristo y a la Iglesia. Así se comprende por qué la Iglesia estuvo tan presente en el pensamiento, en el corazón y en la actividad de san Pablo. En primer lugar estuvo presente en cuanto que fundó literalmente varias Iglesias en las diversas ciudades a las que llegó como evangelizador. Cuando habla de su "preocupación por todas las Iglesias" (2 Co 11, 28), piensa en las diferentes comunidades cristianas constituidas sucesivamente en Galacia, Jonia, Macedonia y Acaya. Algunas de esas Iglesias también le dieron preocupaciones y disgustos, como sucedió por ejemplo con las Iglesias de Galacia, que se pasaron "a otro evangelio" (Ga 1, 6), a lo que él se opuso con firmeza. Sin embargo, no se sentía unido de manera fría o burocrática, sino intensa y apasionada, a las comunidades que fundó. Por ejemplo, define a los filipenses "hermanos míos queridos y añorados, mi gozo y mi corona" (Flp 4, 1). Otras veces compara a las diferentes comunidades con una carta de recomendación única en su género: "Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los hombres" (2 Co 3, 2). En otras ocasiones les demuestra un verdadero sentimiento no sólo de paternidad, sino también de maternidad, como cuando se dirige a sus destinatarios llamándolos "hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros" (Ga 4, 19; cf. 1 Co 4, 14-15; 1 Ts 2, 7-8). En sus cartas, san Pablo nos ilustra también su doctrina sobre la Iglesia en cuanto tal. Es muy conocida su original definición de la Iglesia como "cuerpo de Cristo", que no encontramos en otros autores cristianos del siglo I (cf. 1 Co 12, 27; Ef 4, 12; 5, 30; Col 1, 24). La raíz más profunda de esta sorprendente definición de la Iglesia la encontramos en el sacramento del Cuerpo de Cristo. Dice san Pablo: "Dado que hay un solo pan, nosotros, aun siendo muchos, somos un solo cuerpo" (1 Co 10, 17). En la misma Eucaristía Cristo nos da su Cuerpo y nos convierte en su Cuerpo. En este sentido, san Pablo dice a los Gálatas: "Todos vosotros sois uno en Cristo" (Ga 3, 28). Con todo esto, san Pablo nos da a entender que no sólo existe una pertenencia de la Iglesia a Cristo, sino también una cierta forma de equiparación e identificación de la Iglesia con Cristo mismo. Por tanto, la grandeza y la nobleza de la Iglesia, es decir, de todos los que formamos parte de ella, deriva del hecho de que somos miembros de Cristo, como una extensión de su presencia personal en el mundo. Y de aquí deriva, naturalmente, nuestro deber de vivir realmente en conformidad con Cristo. De aquí derivan también las exhortaciones de san Pablo a propósito de los diferentes carismas que animan y estructuran a la comunidad cristiana. Todos se remontan a un único manantial, que es el Espíritu del Padre y del Hijo, sabiendo que en la Iglesia nadie carece de un carisma, pues, como escribe el Apóstol, "a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común" (1 Co 12, 7). Ahora bien, lo importante es que todos los carismas contribuyan juntos a la edificación de la comunidad y no se conviertan, por el contrario, en motivo de discordia. A este respecto, san Pablo se pregunta retóricamente: "¿Está dividido Cristo?" (1 Co 1, 13). Sabe bien y nos enseña que es necesario "conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz: un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados" (Ef 4, 3-4). Obviamente, subrayar la exigencia de la unidad no significa decir que se debe uniformar o aplanar la vida eclesial según una manera única de actuar. En otro lugar, san Pablo invita a "no extinguir el Espíritu" (1 Ts 5, 19), es decir, a dejar generosamente espacio 20 al dinamismo imprevisible de las manifestaciones carismáticas del Espíritu, el cual es una fuente de energía y de vitalidad siempre nueva. Pero para san Pablo la edificación mutua es un criterio especialmente importante: "Que todo sea para edificación" (1 Co 14, 26). Todo debe ayudar a construir ordenadamente el tejido eclesial, no sólo sin estancamientos, sino también sin fugas ni desgarramientos. En una de sus cartas san Pablo presenta a la Iglesia como esposa de Cristo (cf. Ef 5, 21- 33), utilizando una antigua metáfora profética, que consideraba al pueblo de Israel como la esposa del Dios de la alianza (cf. Os 2, 4. 21; Is 54, 5-8): así se pone de relieve la gran intimidad de las relaciones entre Cristo y su Iglesia, ya sea porque es objeto del más tierno amor por parte de su Señor, ya sea porque el amor debe ser recíproco, y por consiguiente, también nosotros, en cuanto miembros de la Iglesia, debemos demostrarle una fidelidad apasionada. Así pues, en definitiva, está en juego una relación de comunión: la relación ―por decirlo así― vertical, entre Jesucristo y todos nosotros, pero también la horizontal, entre todos los que se distinguen en el mundo por "invocar el nombre de Jesucristo, Señor nuestro" (1 Co 1, 2). Esta es nuestra definición: formamos parte de los que invocan el nombre del Señor Jesucristo. De este modo se entiende cuán deseable es que se realice lo que el mismo san Pablo dice en su carta a los Corintios: "Por el contrario, si todos profetizan y entra un infiel o un no iniciado, será convencido por todos, juzgado por todos. Los secretos de su corazón quedarán al descubierto y, postrado rostro en tierra, adorará a Dios confesando que Dios está verdaderamente entre vosotros" (1 Co 14, 24-25). Así deberían ser nuestros encuentros litúrgicos. Si entrara un no cristiano en una de nuestras asambleas, al final debería poder decir: "Verdaderamente Dios está con vosotros". Pidamos al Señor que vivamos así, en comunión con Cristo y en comunión entre nosotros. CELEBRACIÓN DE LAS PRIMERAS VÍSPERAS DE LA SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO Basílica papal de San Pablo extramuros -Jueves 28 de junio de 2007 HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI Señores cardenales; venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio; queridos hermanos y hermanas: En estas primeras Vísperas de la solemnidad de San Pedro y San Pablo recordamos con gratitud a estos dos Apóstoles, cuya sangre, junto con la de tantos otros testigos del Evangelio, ha fecundado la Iglesia de Roma. En su recuerdo, me alegra saludaros a todos vosotros, queridos hermanos y hermanas: al señor cardenal arcipreste y a los demás cardenales y obispos presentes, al padre abad y a la comunidad benedictina a la que está encomendada esta basílica, a los eclesiásticos, a las religiosas, a los religiosos y a los fieles laicos aquí reunidos. Dirijo un saludo particular a la delegación del Patriarcado ecuménico de Constantinopla, que devuelve la visita de la delegación de la Santa Sede a Estambul, con ocasión de la fiesta de San Andrés. Como dije hace unos días, estos encuentros e iniciativas no constituyen sólo un intercambio de cortesía entre Iglesias, sino que quieren expresar el compromiso común de hacer todo lo posible para apresurar el tiempo de la plena comunión entre el Oriente y el Occidente cristianos. Con estos sentimientos, saludo con deferencia a los metropolitas Emmanuel y Gennadios, enviados por el querido hermano Bartolomé I, al que dirijo un saludo agradecido y cordial. Esta basílica, donde han tenido lugar acontecimientos de profundo significado ecuménico, nos recuerda cuán importante es orar juntos para implorar el don 21 de la unidad, la unidad por la que san Pedro y san Pablo entregaron su vida hasta el supremo sacrificio de su sangre. Una antiquísima tradición, que se remonta a los tiempos apostólicos, narra que precisamente a poca distancia de este lugar tuvo lugar su último encuentro antes del martirio: los dos se habrían abrazado, bendiciéndose recíprocamente. Y en el portal mayor de esta basílica están representados juntos, con las escenas del martirio de ambos. Por tanto, desde el inicio, la tradición cristiana ha considerado a san Pedro y san Pablo inseparables uno del otro, aunque cada uno tuvo una misión diversa que cumplir: san Pedro fue el primero en confesar la fe en Cristo; san Pablo obtuvo el don de poder profundizar su riqueza. San Pedro fundó la primera comunidad de cristianos provenientes del pueblo elegido; san Pablo se convirtió en el apóstol de los gentiles. Con carismas diversos trabajaron por una única causa: la construcción de la Iglesia de Cristo. En el Oficio divino, la liturgia ofrece a nuestra meditación este conocido texto de san Agustín: "En un solo día se celebra la fiesta de dos apóstoles. Pero también ellos eran uno. Aunque fueron martirizados en días diversos, eran uno. San Pedro fue el primero; lo siguió san Pablo. (...) Por eso, celebramos este día de fiesta, consagrado para nosotros por la sangre de los Apóstoles" (Disc. 295, 7. 8). Y san León Magno comenta: "Con respecto a sus méritos y sus virtudes, mayores de lo que se pueda decir, nada debemos pensar que los oponga, nada que los divida, porque la elección los hizo similares, la prueba semejantes y la muerte iguales" (In natali apostol., 69, 6-7). En Roma, desde los primeros siglos, el vínculo que une a san Pedro y san Pablo en la misión asumió un significado muy específico. Como la mítica pareja de hermanos Rómulo y Remo, a los que se remontaba el nacimiento de Roma, así san Pedro y san Pablo fueron considerados los fundadores de la Iglesia de Roma. A este propósito, dirigiéndose a la ciudad, san León Magno dice: "Estos son tus santos padres, tus verdaderos pastores, que para hacerte digna del reino de los cielos, edificaron mucho mejor y más felizmente que los que pusieron los primeros cimientos de tus murallas" (Homilías 82, 7). Por tanto, aunque humanamente eran diversos, y aunque la relación entre ellos no estuviera exenta de tensiones, san Pedro y san Pablo aparecen como los iniciadores de una nueva ciudad, como concreción de un modo nuevo y auténtico de ser hermanos, hecho posible por el Evangelio de Jesucristo. Por eso, se podría decir que hoy la Iglesia de Roma celebra el día de su nacimiento, ya que los dos Apóstoles pusieron sus cimientos. Y, además, Roma comprende hoy con mayor claridad cuál es su misión y su grandeza. San Juan Crisóstomo escribe: "El cielo no es tan espléndido cuando el sol difunde sus rayos como la ciudad de Roma, que irradia el esplendor de aquellas antorchas ardientes (san Pedro y san Pablo) por todo el mundo... Este es el motivo por el que amamos a esta ciudad... por estas dos columnas de la Iglesia" (Comm. a Rm 32). Al apóstol san Pedro lo recordaremos particularmente mañana, celebrando el divino sacrificio en la basílica vaticana, edificada en el lugar donde sufrió el martirio. Esta tarde nuestra mirada se dirige a san Pablo, cuyas reliquias se custodian con gran veneración en esta basílica. Al inicio de la carta a los Romanos, como acabamos de escuchar, saluda a la comunidad de Roma presentándose como "siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación" (Rm 1, 1). Utiliza el término siervo, en griego doulos, que indica una relación de pertenencia total e incondicional a Jesús, el Señor, y que traduce el hebreo 'ebed, aludiendo así a los grandes siervos que Dios eligió y llamó para una misión importante y específica. San Pablo tiene conciencia de que es "apóstol por vocación", es decir, no por autocandidatura ni por encargo humano, sino solamente por llamada y elección divina. En su epistolario, el Apóstol de los gentiles repite muchas veces que todo en su vida es fruto 22 de la iniciativa gratuita y misericordiosa de Dios (cf. 1 Co 15, 9-10; 2 Co 4, 1; Ga 1, 15). Fue escogido "para anunciar el Evangelio de Dios" (Rm 1, 1), para propagar el anuncio de la gracia divina que reconcilia en Cristo al hombre con Dios, consigo mismo y con los demás. Por sus cartas sabemos que san Pablo no sabía hablar muy bien; más aún, compartía con Moisés y Jeremías la falta de talento oratorio. "Su presencia física es pobre y su palabra despreciable" (2 Co 10, 10), decían de él sus adversarios. Por tanto, los extraordinarios resultados apostólicos que pudo conseguir no se deben atribuir a una brillante retórica o a refinadas estrategias apologéticas y misioneras. El éxito de su apostolado depende, sobre todo, de su compromiso personal al anunciar el Evangelio con total entrega a Cristo; entrega que no temía peligros, dificultades ni persecuciones: "Ni la muerte ni la vida —escribió a los Romanos— ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rm 8, 38-39). De aquí podemos sacar una lección muy importante para todos los cristianos. La acción de la Iglesia sólo es creíble y eficaz en la medida en que quienes forman parte de ella están dispuestos a pagar personalmente su fidelidad a Cristo, en cualquier circunstancia. Donde falta esta disponibilidad, falta el argumento decisivo de la verdad, del que la Iglesia misma depende. Queridos hermanos y hermanas, como en los inicios, también hoy Cristo necesita apóstoles dispuestos a sacrificarse. Necesita testigos y mártires como san Pablo: un tiempo perseguidor violento de los cristianos, cuando en el camino de Damasco cayó en tierra, cegado por la luz divina, se pasó sin vacilaciones al Crucificado y lo siguió sin volverse atrás. Vivió y trabajó por Cristo; por él sufrió y murió. ¡Qué actual es su ejemplo! Precisamente por eso, me alegra anunciar oficialmente que al apóstol san Pablo dedicaremos un año jubilar especial, del 28 de junio de 2008 al 29 de junio de 2009, con ocasión del bimilenario de su nacimiento, que los historiadores sitúan entre los años 7 y 10 d.C. Este "Año paulino" podrá celebrarse de modo privilegiado en Roma, donde desde hace veinte siglos se conserva bajo el altar papal de esta basílica el sarcófago que, según el parecer concorde de los expertos y según una incontrovertible tradición, conserva los restos del apóstol san Pablo. Por consiguiente, en la basílica papal y en la homónima abadía benedictina contigua podrán tener lugar una serie de acontecimientos litúrgicos, culturales y ecuménicos, así como varias iniciativas pastorales y sociales, todas inspiradas en la espiritualidad paulina. Además, se podrá dedicar atención especial a las peregrinaciones que, desde varias partes, quieran acudir de forma penitencial a la tumba del Apóstol para encontrar beneficio espiritual. Asimismo, se promoverán congresos de estudio y publicaciones especiales sobre textos paulinos, para dar a conocer cada vez mejor la inmensa riqueza de la enseñanza contenida en ellos, verdadero patrimonio de la humanidad redimida por Cristo. Además, en todas las partes del mundo se podrán realizar iniciativas análogas en las diócesis, en los santuarios y en los lugares de culto, por obra de instituciones religiosas, de estudio o de ayuda que llevan el nombre de san Pablo o que se inspiran en su figura y en su enseñanza. Por último, durante la celebración de los diversos momentos del bimilenario paulino, se deberá cuidar con singular atención otro aspecto particular: me refiero a la dimensión ecuménica. El Apóstol de los gentiles, que se dedicó particularmente a llevar la buena nueva a todos los pueblos, se comprometió con todas sus fuerzas por la unidad y la concordia de todos los cristianos. Que él nos guíe y nos proteja en esta celebración 23 bimilenaria, ayudándonos a progresar en la búsqueda humilde y sincera de la plena unidad de todos los miembros del Cuerpo místico de Cristo. Amén. ZS08063008 - 30- 06-2008 Homilía del Papa en la apertura solemne del Año PaulinoROMA, lunes, 30 de junio de 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció Benedicto XVI en la tarde del sábado, durante las primeras vísperas de la solemnidad de los Santos apóstoles Pedro y Pablo, en la Basílica de San Pablo Extramuros, inauguración del del Año Paulino, con la participación del patriarca ecuménico de Constantinopla, Su Santidad Bartolomé I. * * * Santidad y delegados fraternos Señores cardenales, venerados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, Queridos hermanos y hermanas, Estamos reunidos ante la tumba de san Pablo, quien nació, hace dos mil años, en Tarso de Cilicia, en la actual Turquía. ¿Quien era este Pablo? En el templo de Jerusalén, frente a la multitud agitada que quería matarlo, el se presenta a sí mismo con estas palabras: «Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley de nuestros padres; estaba lleno de celo por Dios.... Al final de su camino dirá de sí: "yo he sido constituido heraldo y apóstol, maestro de los gentiles en la fe y en la verdad. Maestro de los gentiles, apóstol y pregonero de Jesucristo, así él se caracteriza a sí mismo en una mirada retrospectiva del recorrido de su vida. Pero con ello, la mirada no va sólo hacia el pasado. "Maestro de los gentiles- esta palabra se abre hacia el futuro, hacia todos los pueblos y todas las generaciones. Pablo no es para nosotros una figura del pasado, que recordamos con veneración. Él es también nuestro maestro, apóstol y anunciador de Jesucristo también para nosotros. Por lo tanto, estamos reunidos no para reflexionar sobre una historia pasada, irrevocablemente superada. Pablo quiere hablar con nosotros, hoy. Por esto he querido convocar este especial "Año paulino": para escucharlo y tomar ahora de èl, como nuestro maestro, en la fe y la verdad, en la cual están radicadas las razones de la unidad entre los discípulos de Cristo. En esta perspectiva he querido encender, para este bimilenario del nacimiento del Apóstol, una especial "Llama paulina", que permanecerá encendida durante todo el año, en un especial bracero colocado en el pórtico de la basílica. Para solemnizar esta recurrencia he inaugurado también la llamada "Puerta Paulina", a través de la cual he entrado en la basílica acompañado por el patriarca de Constantinopla, el cardenal Arcipreste y por otras autoridades religiosas. Es para mi motivo de una íntima alegría que la apertura del Año paulino asuma un particular carácter ecuménico por la presencia de numerosos delegados y representantes de otras iglesias y Comunidades eclesiales, que acojo con el corazón abierto. Saludo en primer lugar a Su santidad el patriarca Bartolomé I y a los miembros de la delegación que los acompaña, así como al nutrido grupo de laicos de varias partes del mundo que han venido a Roma para vivir con Él y con todos nosotros estos momentos de oración y de reflexión. Saludo a los Delegados Fraternos de las Iglesias que tienen un vínculo particular con el apóstol Pablo- Jerusalén, Antioquia, Chipre, Grecia- y que forman el ambiente geográfico de la vida del Apóstol antes de su llegada a Roma. Saludo cordialmente a los Hermanos de las diversas Iglesias y Comunidades eclesiales de Oriente y de Occidente, junto a todos ustedes he querido tomar parte de este solemne inicio del Año dedicado al Apóstol de los gentiles. 24 Estamos, entonces, reunidos para interrogarnos sobre el gran Apóstol de los gentiles. Nos preguntamos, no solo: ¿Quién era Pablo? Nos preguntamos sobretodo: ¿Quién es Pablo?, ¿Qué me dice? En esta hora, del inicio del Año paulino que estamos inaugurando, quisiera elegir de del rico testimonio del Nuevo testamento tres textos, en los cuales aparece su fisonomía interior, lo específico de su carácter. En la Carta a los Gálatas, él nos ha donado una profesión de fe muy personal, en la cual abre su corazón frente a los lectores de todos los tiempos y revela cual es el resorte más íntimo de su vida "Vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí". Todo aquello que hace Pablo, parte de este centro. Su fe es la experiencia del ser amado por Jesucristo de manera totalmente personal; es la conciencia del hecho que Cristo ha enfrentado la muerte no por algo anónimo, sino por amor a él- a Pablo- y que, como resucitado, lo ama todavía, que Cristo se ha donado por él. Su fe es el ser alcanzado por el amor de Jesucristo, un amor que lo perturba hasta lo más íntimo y lo transforma. Su fe no es una teoría, una opinión sobre Dios o sobre el mundo. Su fe es el impacto del amor de Dios sobre su corazón. Y así, esta misma fe es amor por Jesucristo. Por muchos, Pablo es presentado como un hombre combativo que sabe manejar la espada de la palabra. De hecho, sobre su camino de apóstol no faltaron las disputas. No buscó una armonía superficial. En su primera carta, aquella dirigida a los tesalonicenses, el mismo dice: "tuvimos la valentía de predicaros el Evangelio de Dios entre frecuentes luchas....Nunca nos presentamos, bien lo sabéis, con palabras aduladoras, ni con pretextos de codicia..". La verdad era para él demasiado grande para estar dispuesto a sacrificarla en vista de un éxito exterior. La verdad que había experimentado en el encuentro con el Resucitado ameritaba para él la lucha, la persecución, el sufrimiento. Pero lo que lo motivaba en lo más profundo, era el ser amado por Jesucristo y el deseo de transmitir a otros este amor. Pablo era alguien capaz de amar, y todo su obrar y sufrir se explica a partir de este centro. Los conceptos fundados en su anuncio se comprenden únicamente en base a esto. Tomemos solamente una de sus palabras claves: la libertad. La experiencia del ser amado hasta el final por Cristo le había abierto los ojos sobre la verdad y sobre el camino de la existencia humana -esa experiencia abrazaba todo. Pablo era libre como hombre amado por Dios que, en virtud de Dios, estaba en capacidad de amar junto con Él. Este amor es ahora la "ley" de su vida y justamente así es la libertad de su vida. Él habla y actúa movido por la responsabilidad del amor, el es libre, y dado que es uno que ama, el vive totalmente en la responsabilidad de este amor y no toma la libertad como pretexto para el albedrío y el egoísmo. En el mismo espíritu Agustín ha formulado la frase luego famosa: ama y has lo que quieras. Quien ama a Cristo como lo ha amado Pablo, puede verdaderamente hacer lo que quiere, porque su amor está unido a la voluntad de Cristo, y por ende, a la voluntad de Dios; porque su voluntad está anclada en la verdad y porque su voluntad no es más que simplemente su voluntad, arbitrio de su yo autónomo, sino que está integrada a la libertad de Dios y de ella recibe el camino que recorrer. En la búsqueda de la fisonomía interior de San Pablo, quisiera, en segundo lugar, recordar la palabra que Cristo resucitado le dirige sobre el camino de damasco. Antes el Señor le pregunta: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?» El respondió: «¿Quién eres, Señor?» Y le es dada la respuesta: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues".Persiguiendo a la Iglesia, Pablo persigue al mismo Jesús. "Tu me persigues". Jesús se identifica con la Iglesia en un solo sujeto. En esta exclamación del resucitado, que transformó la vida de Saúl, en el fondo está contenida toda la doctrina sobre la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Cristo no se ha retirado en el Cielo, dejando sobre la tierra una secuela de seguidores que llevan adelante su causa. La Iglesia no es una asociación que quiere promover una cierta causa. En ella no se trata de una causa. En ella se trata de la persona de Jesucristo, que también como Resucitado permaneció "carne". Él tiene carne y huesos", lo afirma en Lucas el Resucitado frente a los discípulos que lo habían considerado un fantasma. Èl tiene un cuerpo. Está personalmente presente en la Iglesia, "Cabeza y 25 Cuerpo" forman un único sujeto, diría Agustín. "¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?, escribe pablo a los Corintios. Y agrega: como según el Libro del Génesis, el hombre y la mujer se hacen una sola carne, así Cristo con los suyos se hace un sólo espíritu, un único sujeto en el mundo nuevo de la resurrección. En todo esto, se visualiza el misterio eucarístico, en el cual Cristo dona continuamente su Cuerpo y hace de nosotros su Cuerpo: "el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan". Con estas palabras se dirige a nosotros, en este momento, no sólo Pablo, mas el Señor mismo: ¿Cómo habéis podido lacerar mi Cuerpo? Frente al rostro de Cristo, esta palabra se convierte al mismo tiempo en una petición urgente: Vuelve a juntarnos de todas las divisiones. Haz que hoy se haga nuevamente realidad: Hay un sólo pan, por lo tanto, nosotros, a pesar de ser mucho, somos un sólo cuerpo. Para pablo la palabra Iglesia como Cuerpo de Cristo no es un parangón cualquiera. Va mucho más allá de un parangón. "¿Por qué me persigues?. Continuamente Cristo nos atrae hacia su Cuerpo, edifica su Cuerpo a partir del centro eucarístico, que para Pablo es el centro de la existencia cristiana, en virtud del cual todos, como también cada individuo puede de manera totalmente personal experimentar: Él me ha amado y ha se ha dado por mí. Quisiera concluir con una palabra tardía de San Pablo, una exhortación a Timoteo desde la prisión, frente a la muerte. "Soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio" dice el Apóstol a su discípulo. Esta palabra, que está al final de los caminos recorridos por el apóstol como un testamento, nos lleva hacia atrás, al comienzo de su misión. Mientras, después del su encuentro con el resucitado, pablo se encontraba ciego en su habitación en Damasco, Anania recibió el encargo de ir donde el perseguidor temido e imponerle las manos, para que recuperara la vista. A la objeción de Anania que este Saúl era un perseguidor peligroso de los cristianos, le es dada la respuesta: Este hombre debe llevar mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre". El encargo del anuncio y la llamada al sufrimiento por Cristo van inseparablemente juntas. La llamada a ser el maestro de las gentes es al mismo tiempo e intrínsecamente una llamada al sufrimiento en la comunión con Cristo, que nos ha redimido mediante su Pasión. En un mundo en el que la mentira es potente, la verdad se paga con el sufrimiento. Quien quiere esquivar el sufrimiento, tenerlo alejado de sí, tiene alejada la vida misma y su grandeza; no puede ser servidor de la verdad y así servidor de la de. No hay amor sin sufrimiento, sin el sufrimiento de la renuncia de sí mismos, de la transformación y purificación del yo por la verdadera libertad. Allí donde no hay nada que valga que por ello se sufra, también la misma vida pierde su valor. La eucaristía -el centro de nuestro ser cristianos- se funda en el sacrificio de Jesús por nosotros, ha nacido del sufrimiento del amor que en la Cruz encontró su culmen. Nosotros vivimos de este amor que dona. Eso nos da la valentía y la fuerza de sufrir con Cristo y por él, de este modo, sabiendo que justamente así nuestra vida se hace grande, madura y verdadera. A la luz de todas las cartas de san Pablo vemos como en su camino de maestro de las gentes se ha cumplido la profecía de ananay en la ora de la llamada: "Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre". Su sufrimiento lo hace creíble como maestro de verdad, que no busca su propio provecho, la propia gloria, el placer personal, mas se empeña pro Aquel que nos ha amado y nos se ha dado a sí mismo por todos nosotros En esta hora en la que agradecemos al Señor, porque ha llamado a Pablo, haciéndolo luz de las gentes y maestro de todos nosotros, oramos: Danos también hoy el testimonio de la resurrección, tocado por tu amor y capaces de llevar la luz del Evangelio en nuestro tiempo. San Pablo ora por nosotros. Amen. [Traducción de "Radio Vaticano"] 26 HOMELIA DEL PATRIARCA ECUMENICO BARTOLOMEO I Santità, amato Fratello in Cristo, e voi tutti, fedeli nel Signore, Animati da una gioia colma di solennità, ci troviamo, per la preghiera dei Vespri, in questo antico e splendido tempio di San Paolo fuori le Mura, in presenza di numerosi e devoti pellegrini venuti da tutto il mondo, per la lieta inaugurazione formale dell’Anno di San Paolo, Apostolo dei Gentili. La radicale conversione ed il kerygma apostolico di Saulo di Tarso hanno "scosso" la storia nel senso letterale del termine ed hanno scolpito l’identità stessa della cristianità. Questo grande uomo ha esercitato un influsso profondo sui Padri classici della Chiesa, come San Giovanni Crisostomo, in Oriente, e Sant’Agostino di Ippona, in Occidente. Sebbene non avesse mai incontrato Gesù di Nazaret, San Paolo ricevette direttamente il Vangelo «per rivelazione di Gesù Cristo» (Gal 1, 1112). Questo sacro luogo fuori le Mura è senza dubbio quanto mai appropriato per commemorare e celebrare un uomo che stabilì un connubio tra lingua greca e mentalità romana del suo tempo, spogliando la cristianità, una volta per tutte, da ogni ristrettezza mentale, e forgiando per sempre il fondamento cattolico della Chiesa ecumenica. Auspichiamo che la vita e le Lettere di San Paolo continuino ad essere per noi fonte di ispirazione «affinché tutte le genti obbediscano alla fede in Cristo» (cfr. Rom 16,27). ZS08063013 - 30-06-2008 El “abrazo” del martirio de Pedro y Pablo en Roma muestra la comunión de la única Iglesia Homilía del Papa en la Basílica de San Pedro durante la Solemnidad de San Pedro y San PabloCIUDAD DEL VATICANO, lunes 30 de junio de 2008 (ZENIT.org) Ofrecemos la homilía pronunciada ayer por el Papa Benedicto XVI, en presencia del Patriarca Ecuménico de Costantinopla Bartolomé I, durante la Misa celebrada en la Basílica de San Pedro, durante la cual se hizo entrega del Palio a los Arzobispos Metropolitanos nombrados este año: Señores Cardenales, Venerados Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, Queridos hermanos y hermanas Desde los tiempos más antiguos la Iglesia de Roma celebra las solemnidad de los grandes Apóstoles Pedro y Pablo como única fiesta en el mismo día, el 29 de junio. A través de su martirio, se han convertido en hermanos; juntos son fundadores de la nueva Roma cristiana. Como tales los canta el himno de las Segundas Vísperas que se remonta a Paulino de Aquileia (+806): “O Roma felix – Roma feliz, adornada de púrpura por la sangre preciosa de Príncipes tan grandes. Tu superas toda belleza del mundo, no por tu mérito, sino por el mérito de los santos que has matado con la espada sanguinaria”. La sangre de los mártires no invoca venganza, sino que reconcilia. No se presenta como acusación, sino como “luz áurea” según las palabras del himno de las Primeras Vísperas: se presenta como fuerza del amor que supera el odio y la violencia, fundando así una nueva ciudad, una nueva comunidad. Por su martirio ellos -Pedro y Pablo- forman ahora parte de Roma: mediante el martirio también Pedro se ha convertido en ciudadano romano para siempre. Mediante el martirio, mediante su fe y su amor, los dos Apóstoles indican dónde está la verdadera esperanza, y son fundadores de un nuevo tipo de ciudad, que debe formarse siempre de nuevo en medio de la vieja ciudad humana, que está amenazada por las fuerzas contrarias del pecado y del egoísmo de los hombres. 27 En virtud de su martirio, Pedro y Pablo están en relación recíproca para siempre. Una imagen preferida por la iconografía cristiana es el abrazo de los dos Apóstoles de camino hacia el martirio. Podemos decir: su mismo martirio, en lo más profundo, es la realización de un abrazo fraterno. Ellos mueren por el único Cristo y, en el testimonio por el que dan la vida, son una cosa sola. En los escritos del Nuevo Testamento podemos, por así decirlo, seguir el desarrollo de su abrazo, este hacer unidad en el testimonio y en la misión. Todo comienza cuando Pablo, tres años después de su conversión, va a Jerusalén, “para consultar a Cefas” (Gal 1, 18). Catorce años después, sube de nuevo a Jerusalén, para exponer “a las personas más respetables” el Evangelio que él predica, para no encontrarse en el riesgo “de correr o de haber corrido en vano” (Gal 2, 1s). Al final de este encuentro, Santiago, Cefas y Juan le dan la mano derecha, confirmando así la comunión que les une en el mismo Evangelio de Jesucristo (Gal 2,9). Un bello signo de este abrazo interior creciente, que se desarrolla no obstante la diversidad de los temperamentos y de los cometidos, lo encuentro en el hecho de que los colaboradores mencionados al final de la Primera Carta de san Pedro -Silvano y Marco- son colaboradores también estrechos de san Pablo. En la unión de los colaboradores se hace visible de forma muy concreta la comunión de la única Iglesia, el abrazo de los grandes Apóstoles. Al menos en dos ocasiones Pedro y Pablo se encontraron en Jerusalén; al final el recorrido de ambos desemboca en Roma. ¿Por qué? ¿Es esto quizás algo más que una pura casualidad? ¿Contiene quizás un mensaje duradero? Pablo llegó a Roma como prisionero, pero al mismo tiempo como ciudadano romano que, tras el arresto en Jerusalén, precisamente en cuanto tal había hecho recurso al emperador, a cuyo tribunal fue llevado. Pero en un sentido aún más profundo, Pablo vino voluntariamente Roma. Mediante la más importante de sus cartas, se había acercado interiormente a esta ciudad: a la Iglesia en Roma había dirigido el escrito que más que cualquier otro constituye la síntesis de su anuncio entero y de su fe. En el saludo inicial a la Carta dice que la fe de los cristianos de Roma habla a todo el mundo y que esta fe, por tanto, es percibida en todas partes como ejemplar (Rm 1, 8). Y escribe: “No quiero por tanto que ignoréis, hermanos, que muchas veces me he propuesto de ir a vosotros, pero hasta ahora he sido impedido” (1, 13). Al final de la Carta retoma este tema hablando ahora de su proyecto de llegar hasta España. “Cuando vaya a España espero, de paso, veros y ser ayudado por vosotros para llegar hasta esa región, tras haber gozado un poco de vuestra presencia” (15,24). “Y sé que, llegando adonde vosotros, vendré con la plenitud de la bendición de Cristo” (15,29). Son dos cosas que se hacen evidentes: Roma es para Pablo una etapa en el camino hacia España, es decir -según su concepto del mundohacia el borde extremo de la tierra. Considera su misión la realización del deber recibido de Cristo de llevar el Evangelio hasta los extremos confines del mundo. En este trayecto está Roma. Mientras Pablo solía ir solamente a los lugares en los que el Evangelio no ha sido aún anunciado, Roma constituye una excepción. Allí encuentra una Iglesia de cuya fe habla el mundo. El ir a Roma forma parte de la universalidad de su misión como enviado a todos los pueblos. El camino hacia Roma, que ya antes de su viaje externo él recorrió antes con su Carta, es parte integrante de su deber de llevar el Evangelio a todos los pueblos -de fundar la Iglesia católica universal. El ir a Roma es para él expresión de la catolicidad de su misión. Roma debe hacer visible la fe en todo el mundo, debe ser el lugar de encuentro en la única fe. ¿Pero por qué Pedro va a Roma? Sobre esto el Nuevo Testamento no se pronuncia de forma directa. Con todo, nos da alguna indicación. El Evangelio de San Marcos, que podemos considerar un reflejo de la predicación de san Pedro, está íntimamente orientado hacia el momento en que el centurión romano, frente a la muerte en cruz de Jesucristo, dice: “¡Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (15,39). Junto a la Cruz se desvela el misterio de Jesucristo. Bajo la Cruz nace la Iglesia de los gentiles: el centurión del pelotón romano de ejecución reconoce en Cristo al Hijo de Dios. Los 28 “Hechos de los Apóstoles” describen como etapa decisiva para la entrada del Evangelio en el mundo de los paganos el episodio de Cornelio, el centurión de la cohorte italica. Tras un mandato de Dios, manda a alguien a coger a Pedro y éste, siguiendo también él una orden divina, va a casa del centurión y predica. Mientras esta hablando, el Espíritu Santo desciende sobre la comunidad doméstica reunida y Pedro dice: “¿Acaso se puede prohibir que sean bautizados a estos que han recibido el Espíritu santo igual que nosotros?” (Hch 10,47). Así, en el Concilio de los Apóstoles, Pedro se convierte en el intercesor para la Iglesia de los paganos, los cuales no tienen necesidad de la Ley, porque Dios ha “purificado sus corazones con la fe” (Hch 15,9). Ciertamente, en la Carta a los Gálatas Pablo dice que Dios ha dado a Pedro la fuerza para el ministerio apostólico entre los circuncidados, a él, Pablo, en cambio para el ministerio entre los paganos (2,8). Pero esta asignación podía estar en vigor sólo mientras que Pedro estaba con los Doce en Jerusalén en la esperanza de que todo Israel se adhiriera a Cristo. Frente al ulterior desarrollo, los Doce reconocieron la hora en la que también ellos debían encaminarse hacia el mundo entero, para anunciarles el Evangelio. Pedro, según la orden de Dios, había abierto el primero la puerta a los paganos, ahora deja la presidencia de la Iglesia judeo-cristiana a Santiago el Menor, para dedicarse a su verdadera misión: al ministerio para la unidad de la única Iglesia de Dios formada por judíos y paganos. El deseo de san Pablo de ir a Roma subraya -como hemos visto- entre las características de la Iglesia sobre todo la palabra “catholica”. El camino de san Pedro hacia Roma, como representante de los pueblos del mundo, está sobre todo bajo la palabra “una”: su tarea es la de crear la “unidad” de la “catholica”, de la Iglesia formada por judíos y paganos, de la Iglesia de todos los pueblos. Y es ésta la misión permanente de Pedro: hacer que la Iglesia no se identifique nunca con una sola nación, con una cultura o con un Estado. Que sea siempre la Iglesia de todos. Que reúna a toda la humanidad más allá de cualquier frontera y, en medio de las divisiones de este mundo, haga presente la paz de Dios, la fuerza reconciliadora de su amor. Gracias a la técnica igual en todas partes, gracias a la red mundial de informaciones, como gracias a la unión de intereses comunes, existen hoy en el mundo nuevos modos de unidad, que sin embargo hacen surgir también nuevos contrastes y dan nuevo ímpetu a los viejos. En medio de esta unidad externa, basada en las cosas materiales, tenemos cada vez más necesidad de la unidad interior, que procede de la paz de Dios -unidad de todos aquellos que mediante Jesucristo han llegado a ser hermanos y hermanas. Y esta misión permanente de Pedro es también la tarea particular confiada a la Iglesia de Roma. ¡Queridos hermanos en el Episcopado! Quisiera ahora dirigirme a vosotros que habéis venido a Roma para recibir el Palio como símbolo de vuestra dignidad y de vuestra responsabilidad de Arzobispos en la Iglesia de Jesucristo. El palio ha sido tejido con lana de las oveja que el Obispo de Roma bendice cada año en la fiesta de la Cátedra de San Pedro, poniéndolas de esta forma, por así decirlo, aparte para que se conviertan en un signo para el rebaño de Cristo, que vosotros presidís. Cuando tomamos el palio en los hombres, este gesto nos recuerda al Pastor que toma sobre sus hombros a la oveja perdida, que por sí sola no encuentra el camino a casa, y la devuelve al establo. Los Padres de la Iglesia han visto en esta ovejita la imagen de toda la humanidad, de la entera naturaleza humana, que se ha perdido y no encuentra el camino a casa. El Pastor que la devuelve a casa sólo puede ser el Logos, la Palabra eterna de Dios mismo. En la encarnación Él nos ha tomado a todos -la ovejita “hombre”- sobre sus hombros. Él, la Palabra eterna, el verdadero Pastor de la humanidad, nos lleva; en su humanidad nos lleva a cada uno de nosotros sobre sus hombros. En el camino de la Cruz nos ha llevado a casa, nos lleva a casa. Pero Él quiere también hombres que “lleven” junto con él. Ser Pastor de la Iglesia de Cristo significa participar en esta tarea, del que el Palio hace memoria. Cuando lo llevamos puesto, Él nos pregunta: “¿Llevas conmigo a aquellos que me pertenecen? ¿Los traes hacia mí, hacia Jesucristo?” Y entonces nos viene a la mente la narración del envío de Pedro por parte del Resucitado. El Cristo resucitado une el 29 mandato: “Apacienta a mis ovejas”, inseparablemente a la pregunta: “¿Me quieres, me quieres tu más que éstos?”. Cada vez que llevamos el Palio del Pastor del rebaño de Cristo debemos escuchar esta pregunta: “¿Tu me quieres?” y deberemos dejarnos interrogar sobre ese “más de amor” que él espera del Pastor. Así el Palio se convierte en símbolo de nuestro amor por el Pastor Cristo y de nuestro amor junto con Él – se convierte en símbolo de la llamada a amar a los hombres como Él, junto con Él: aquellos que están en búsqueda, que se hacen preguntas, los que están seguros de sí mismos y los humildes, los sencillos y los grandes; se convierte en símbolo de la llamada a amar a todos con la fuerza de Cristo y en vista de Cristo, de modo que puedan encontrarle, y en Él, a sí mismos. Pero el palio, que recibís “desde” la tumba de san Pedro, tiene aún un segundo significado, inseparable del primero. Para comprenderlo, puede ser de ayuda una palabra de la Primera Carta de San Pedro. En su exhortación a los presbíteros de apacentar al rebaño de forma justa, él -san Pedro- se califica a sí mismo synpresbýteros, co-presbítero (5,1). Esta fórmula contiene implícitamente una afirmación del principio de la sucesión apostólica: los Pastores que se suceden son Pastores como él, lo son en unión con él, pertenecen al común ministerio de los Pastores de la Iglesia de Jesucristo, un ministerio que continúa en ellos. Pero este “con” tiene aún dos significados más. Expresa también la realidad que indicamos hoy con la palabra “colegialidad” de los Obispos. Todos nosotros somos copresbíteros. Ninguno es Pastor por sí solo. Estamos en la sucesión de los Apóstoles solo gracias a estar en la comunión del colegio, en la que encuentra su continuación el colegio de los Apóstoles. La comunión, el “nosotros” de los Pastores forma pàrte del ser Pastores, porque el rebaño es uno solo, la única Iglesia de Jesucristo. Y finalmente, este “con” remite también a la comunión con Pedro y con su sucesor como garantía de la unidad. Así el Palio nos habla de la catolicidad de la Iglesia, de la comunión universal de Pastor y rebaño. Y nos remite a la apostolicidad: a la comunión con la fe de los Apóstoles, sobre la cual está fundada la Iglesia. Nos habla de la ecclesia una, catholica, apostolica y naturalmente, uniéndonos a Cristo, nos habla precisamente del hecho que la Iglesia es sancta y que nuestro obrar es un servicio a su santidad. Esto nos hace volver, en fin, de nuevo a san Pablo y a su misión. Él ha expresado lo esencial de su misión, como también la razón más profunda de su deseo de ir a Roma, en el capítulo 15 de la Carta a los Romanos en una frase extraordinariamente bella. Él se sabe llamado a “servir como liturgo de Jesús para los gentiles, administrando como sacerdote el Evangelio de Dios, para que los paganos lleguen a ser una oblación grata, santificada por el Espíritu Santo” (15,6). Solo en este versículo Pablo utiliza la palabra “hierourgein” -administrar como sacerdote – junto con “leitourgós” - liturgo: él habla de la liturgia cósmica, en la que el mundo mismo de los hombres debe convertirse en adoración a Dios, oblación en el Espíritu Santo”. Cuando el mundo entero se haya convertido en liturgia de Dios, cuando en su realidad se haya convertido en adoración, entonces habrá llegado a su meta, entonces estará sano y salvo. Y este es el objetivo último de la misión apostólica de san Pablo y de nuestra misión. A este ministerio el Señor nos llama. Oremos en esta hora, para que Él nos ayude a llevarlo a cabo de forma justa, a convertirnos en verdaderos liturgos de Jesucristo. Amén (Traducción de Inmaculada Álvarez) ZS08063011 - 30-06-2008 El diálogo entre católicos y ortodoxos “avanza a pesar de las dificultades” Homilía del Patriarca Bartolomé I en la Basílica de San PedroCIUDAD DEL VATICANO, lunes 30 de junio de 2008 (ZENIT.org) Ofrecemos la homilía pronunciada ayer por el Patriarca Ecuménico de Costantinopla Bartolomé I, en la Misa presidida por el Papa en la Basílica de San Pedro: 30 Santidad, teniendo aún viva la alegría y la emoción de la personal y bendita participación de Vuestra Santidad en la Fiesta Patronal de Constantinopla, en la memoria de san Andrés Apóstol, el Primer Llamado, en noviembre de 2006, hemos venido “con paso exultante”, desde el Fanar de la Nueva Roma, para acudir donde Usted, para participar de Vuestra alegría en la Fiesta Patronal de la Antigua Roma. Y hemos venido a donde Usted “con la plenitud de la Bendición del Evangelio de Cristo” (Rom 15, 29), restituyendo el honor y el amor, festejando junto a nuestro predilecto Hermano en la tierra de Occidente, a “los seguros e inspirados heraldos, los Corifeos de los Discípulos del Señor, los Santos Apóstoles Pedro, hermano de Andrés, y Pablo -estas dos inmensas columnas centrales elevadas hacia el cielo, de toda la Iglesia, las cuales -en esta histórica ciudad- han dado también la última brillante confesión de Cristo y aquí han entregado su alma al Señor con el martirio, uno a través de la cruz y el otro por medio de la espada, santificándola. Saludamos por tanto, con profundísimo y devoto amor, de parte de la Santísima Iglesia de Constantinopla y de sus hijos dispersos por el mundo, a Vuestra Santidad, deseado Hermano, augurando de corazón “a cuantos son en Roma amados de Dios” (Rm 1,7) que gocen de buena salud, paz y prosperidad y de progresar día y noche hacia la salvación “fervientes en el espíritu, sirviendo al Señor, alegres en la esperanza, fuertes en la tribulación, perseverantes en la oración” (Rm 12, 11-12). En ambas Iglesias, Santidad, honramos debidamente tanto a aquél que dio una confesión salvífica de la Divinidad de Cristo, Pedro, cuanto al vaso de elección, Pablo, que proclamó esta confesión de fe hasta los confines del universo, en medio de las más inimaginables dificultades y peligros. Festejamos su memoria, desde el año de salvación 258 en adelante, el 29 de junio, en Occidente y en Oriente, donde en los días que preceden, según la tradición de la Iglesia antigua, en oriente nos hemos preparado también por medio del ayuno, observado en su honor. Para subrayar mayormente su igual valor, pero también por su peso en la Iglesia y en su obra regeneradora y salvadora durante los siglos, el Oriente los honra habitualmente también a través de un icono común, en la que o tienen en sus santas manos un pequeño velero , que simboliza la Iglesia, o se abrazan el uno al otro y se intercambian el beso en Cristo. Precisamente este beso santo hemos venido a intercambiar con Vos, Santidad, subrayando el ardiente deseo en Cristo y el amor, cosas estas que nos tocan vivir de cerca unos de otros. El Diálogo teológico entre nuestras Iglesias, “en fe, verdad y amor”, gracias a la ayuda divina, sigue adelante, más allá de las notables dificultades que subsisten y a las importantes problemáticas. Deseamos verdaderamente y rezamos mucho por esto; que estas dificultades sean superadas y que los problemas se desvanezcan, lo más rápidamente posible, para alcanzar el objeto de deseo final, para gloria de Dios. Tal deseo sabemos bien que es el Vuestro, como también estamos seguros de que Vuestra Santidad no dejará a medias trabajando personalmente, junto a sus ilustres colaboradores a través de un perfecto allanamiento del camino, hacia un positivo completamiento Dios mediante, de los trabajos del Diálogo. Santidad, hemos proclamado el año 2008, “Año del Apóstol Pablo”, así como también Vos hacéis desde hoy hasta el año próximo, en el cumplimiento de los dos mil años del nacimiento del Gran Apóstol. En el ámbito relativo a las manifestaciones por el aniversario, en el que también hemos venerado el lugar preciso de Su Martirio, programamos entre otras cosas una sagrada peregrinación a algunos monumentos de la actividad apostólica del Apóstol en Oriente, como Éfeso, Perge, y otras ciudades del Asia Menor, pero también Rodas y Creta, a la localidad llamada “Buenos Puertos”. Estad seguro, Santidad, de que en este sagrado trayecto estáis presente también Vos, caminando con nosotros en espíritu, y que en cada lugar elevaremos una ardiente 31 oración por Vos y por nuestros hermanos de la venerable Iglesia Romano-Católica, dirigiendo una fuerte súplica e intercesión del divino Pablo al Señor por Vos. Y ahora, venerando los padecimientos y la cruz de Pedro y abrazando la cadena y los estigmas de Pablo, honrando la confesión y el martirio y la venerada muerte de ambos por el Nombre del Señor, que trae verdaderamente a la Vida, glorifiquemos al Dios Tres Veces Santo y le suplicamos, para que la intercesión de sus Protocorifeos Apóstoles, nos conceda a nosotros y a todos los hijos de todas partes del mundo de la Iglesia Ortodoxa y Romano-Católica, aquí abajo la “unión de la fe y la comunión del Espíritu Santo” en el “vínculo de la paz” y allá arriba, en cambio, la vida eterna y la gran misericordia. Amén. (Traduccion de Inmaculada Álvarez) © Innovative Media, Inc. ZS08063009 - 30-06-2008 Evangelización y unidad de los cristianos, intenciones del Papa para el Año Paulino CIUDAD DEL VATICANO, lunes 30 de junio de 2008 Alocución con motivo del Ángelus (ZENIT.org) Publicamos la alocución que pronunció Benedicto XVI ayer domingo a mediodía al rezar la oración mariana del Ángelus junto a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano, tras la Misa en la que participó el Patriarca de Costantinopla, Bartolomeo I, en la Basílica de san Pedro: Queridos hermanos y hermanas, este año la fiesta de los Apóstoles Pedro y Pablo cae en domingo, así que toda la Iglesia, y no solo la de Roma, la celebra de forma solemne. Esta coincidencia es propicia también para dar mayor relieve a un acontecimiento extraordinario: el Año Paulino, que he abierto oficialmente ayer por la noche, ante la tumba del Apóstol de los gentiles, y que durará hasta el 29 de junio de 2009. Los historiadores colocan de hecho el nacimiento de Saulo, convertido después en Pablo, entre el 7 y el 10 después de Cristo. Por ello, al cumplirse alrededor de dos mil años, he querido convocar este jubileo especial, que naturalmente tendrá como baricentro Roma, en particular la Basílica de San Pablo Extramuros y el lugar del martirio, en Tre Fontane. Pero implicará a la Iglesia entera, a partir de Tarso, ciudad natal de Pablo, y desde el resto de lugares paulinos, meta de peregrinaciones en la actual Turquía, como también en Tierra Santa, y en la isla de Malta, donde el Apóstol atracó tras un naufragio y donde echó la semilla fecunda del Evangelio. En realidad, el horizonte del Año Paulino no puede dejar de ser universal, porque san Pablo ha sido por excelencia el apóstol de aquellos que respecto de los Hebreos eran “los alejados”, y que “gracias a la sangre de Cristo” se han convertido en “los cercanos” (cfr. Ef 2,13). Por esto también hoy, en un mundo cada vez más “pequeño”, pero donde muchísimos aún no han encontrado al Señor Jesús, el jubileo de san Pablo invita a todos los cristianos a ser misioneros del Evangelio. Esta dimensión misionera necesita ser acompañada siempre a la de la unidad, representada por san Pedro, la “roca” sobre la que Jesucristo ha edificado su Iglesia. Como subraya la liturgia, los carismas de los dos grandes Apóstoles son complementarios para la edificación del único Pueblo de Dios y los cristianos no pueden dar testimonio válido de Cristo si no están unidos entre ellos. El tema de la unidad hoy se pone de relieve por el tradicional rito del Palio, que durante la santa Misa he impuesto a los Arzobispos Metropolitanos nombrados durante el último año. Son 40, y otros dos lo recibirán en sus sedes. A ellos reitero mi saludo cordial. Además, en la solemnidad de hoy es para el Obispo de Roma motivo de especial alegría acoger al Patriarca Ecuménico de Costantinopla, en la querida persona de Su Santidad Bartolomeo I, al cual renuevo mi fraterno saludo extendiéndolo a la entera Delegación de la Iglesia Ortodoxa que le acompaña. 32 Año Paulino, evangelización, comunión en la Iglesia y unidad plena de todos los cristianos: recemos por estas grandes intenciones confiándolas a la celeste intercesión de María Santísima, Madre de la Iglesia y Reina de los Apóstoles. (en español dijo) Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los Arzobispos que hoy han recibido el Palio y a quienes los acompañan, venidos de Argentina, Colombia, Ecuador, España y Venezuela, así como a los grupos parroquiales de Málaga y Granada. En la solemnidad de San Pedro y San Pablo, invito a todos a imitar su firmeza en la fe en Cristo, que ellos transmitieron fielmente hasta dar la vida por ella. [Traducción del original italiano realizada por Inmaculada Alvarez © Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana] El ambiente cultural y religioso de san Pablo: Primera catequesis del nuevo ciclo sobre el apóstol de las gentesCIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 2 julio 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI en la audiencia general de este miércoles en la que, con motivo del Año Paulino (de 28 de junio de 2008 a 29 de junio de 2009), comenzó un nuevo ciclo de catequesis dedicado a profundizar en la figura y el pensamiento del apóstol de las gentes. En esta ocasión, profundizó en en su ambiente religioso-cultural. Queridos hermanos y hermanas: Hoy quisiera comenzar un nuevo ciclo de catequesis dedicado al gran apóstol san Pablo. A él, como sabéis, está consagrado este año que va desde la fiesta litúrgica de los santos Pedro y Pablo del 29 de junio de 2008 hasta la misma fiesta del año 2009. El apóstol Pablo, figura excelsa, casi inimitable, pero de todos modos estimulante, se nos presenta como un ejemplo de total entrega al Señor y a su Iglesia, así como de gran apertura a la humanidad y a sus culturas. Vale la pena, por tanto, que le dediquemos un lugar particular, no sólo en nuestra veneración, sino también que nos esforcemos por comprender lo que nos puede decir también a nosotros, cristianos de hoy. En nuestro primer encuentro, consideraremos el ambiente en el que vivió y actuó. Un tema así parecería que nos remonta muy atrás, dado que tenemos que introducirnos en el mundo de hace dos mil años. Y, sin embargo, esto es verdad sólo en apariencia y parcialmente, pues podremos constatar que, desde diferentes aspectos, el contexto sociocultural de hoy no es muy diferente al de entonces. Un factor primario y fundamental que hay que tener presente está constituido por la relación entre el ambiente en el que nace y se desarrolla Pablo y el contexto global en el que sucesivamente se integra. Procede de una cultura sumamente precisa y circunscrita, ciertamente minoritaria, la del pueblo de Israel y de su tradición. En el mundo antiguo, y particularmente dentro del imperio romano, como nos enseñan los expertos, los judíos debían ser alrededor del 10% de la población total. Aquí, en Roma, su porcentaje hacia mediados del siglo I era todavía menor, alcanzando al máximo el 3% de los habitantes de la ciudad. Sus creencias y su estilo de vida, como sucede todavía hoy, les caracterizaban claramente del ambiente circunstante. Esto podía tener dos resultados: o la ridiculización, que podría llevar a la intolerancia, o la admiración, que se expresaba en formas de simpatía, como en el caso de los "temerosos de Dios" o de los "prosélitos", paganos que se asociaban a la Sinagoga y compartían la fe en el Dios de Israel. Como ejemplos concretos de esta doble actitud podemos citar, por una parte, el duro juicio de un orador, como Cicerón, que despreciaba su religión e incluso la ciudad de Jerusalén (Cf. Pro Flacco, 66-69), y, por otra, la actitud de la mujer de Nerón, Popea, recordada por Flavio Josefo como "simpatizante" de los judíos (Cf. Antigüedades 33 judías 20,195.252; Vida 16), sin olvidar que Julio César les había reconocido oficialmente derechos particulares, que son referidos por el mencionado historiador judío Flavio Josefo (cfr ibídem, 14,200-216). Lo que es seguro es que el número de los judíos, tal y como sigue sucediendo hoy, era muy superior fuera de la tierra de Israel, es decir en la diáspora, que en el territorio que los demás llamaban Palestina. No sorprende, por tanto, el que el mismo Pablo sea objeto de este doble y contrastante juicio del que he hablado. Hay algo cierto: el carácter particular de la cultura y de la religión judía encontraba tranquilamente su lugar dentro de una institución que todo lo penetraba como era el Imperio Romano. Más difícil y sufrida será la posición del grupo de aquéllos, judíos o gentiles, que adherirán con fe a la persona de Jesús de Nazaret, en la medida en que se diferenciarán tanto de judaísmo como del paganismo imperante. En todo caso, dos factores favorecieron el compromiso de Pablo. El primero fue la cultura griega, o mejor helenista, que después de Alejandro Magno se había convertido en patrimonio común al menos en el Mediterráneo oriental y en Oriente Medio, aunque integrando en sí muchos elementos de las culturas de pueblos tradicionalmente considerados como bárbaros. Un escritor de la época afirma que Alejandro "ordenó que todos consideraran como patria toda la ecúmene.. y que el griego y el bárbaro dejaran de matarse" (Plutarco, De Alexandri Magni fortuna aut virtute, §§ 6.8). El segundo factor fue la estructura político-administrativa del imperio romano, que garantizaba paz y estabilidad, desde Bretaña hasta el sur de Egipto, unificando un territorio de dimensiones como nunca antes se habían visto. En este espacio era posible moverse con suficiente libertad y seguridad, disfrutando entre otras cosas de un sistema extraordinario de carreteras, y encontrando en cada punto de llegada características culturales básicas que, sin ir en detrimento de los valores locales, representaban de todos modos un tejido común de unificación super partes, hasta el punto de que el filósofo judío Filón de Alejandría, contemporáneo del mismo Pablo, alaba al emperador Augusto porque "ha unido en armonía a todos los pueblos salvajes... convirtiéndose en guardián de la paz" (Legatio ad Caium, §§ 146-147). La visión universalista típica de la personalidad de san Pablo, al menos del Pablo cristiano que surgió tras la caída en el camino de Damasco, debe ciertamente su impulso básico a la fe en Jesucristo, en cuanto la figura del Resucitado supera todo particularismo. De hecho, para el apóstol "ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gálatas 3, 28). Ahora bien, la situación histórico-cultural de su tiempo y ambiente también influyó en sus opciones y compromiso. Alguien ha definido a Pablo como "hombre de tres culturas", teniendo en cuenta su origen judío, su idioma griego y su prerrogativa de "civis romanus", como lo testimonia también el nombre de origen latino. Hay que recordar en particular la filosofía estoica, que era dominante en el tiempo de Pablo y que influyó, si bien de manera marginal, incluso en el cristianismo. En este sentido, no podemos dejar de mencionar algunos nombres de filósofos estoicos como los iniciadores Zenón y Cleantes, y después los de los más cercanos cronológicamente a Pablo, como Séneca, Musonio y Epicteto: en ellos se encuentran valores elevadísimos de humanidad y de sabiduría, que serán acogidos naturalmente por el cristianismo. Como escribe acertadamente un experto en la materia, "la Estoa... anunció un nuevo ideal, que ciertamente imponía deberes al hombre hacia sus semejantes, pero al mismo tiempo le liberaba de todos los lazos físicos y nacionales y hacía de él un ser puramente espiritual " (M. Pohlenz, La Stoa, I, Firenze 1978, pág. 565). Basta pensar, por ejemplo, en la doctrina del universo, entendido como un gran cuerpo armonioso y, por tanto, en la doctrina de la igualdad entre todos los hombres sin distinciones sociales, en la igualdad, al menos a nivel de principio, entre el hombre y la mujer, y en el ideal de la sobriedad, de la justa medida, y de ese dominio de sí mismo para evitar todo exceso. Cuando Pablo escribe a los Filipenses: "todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, 34 todo eso tenedlo en cuenta" (Filipenses 4,8), no hace más que retomar una concepción estrictamente humanista propia de la sabiduría filosófica. En tiempos de san Pablo tenía lugar también una crisis de la religión tradicional, al menos en sus aspectos mitológicos e incluso cívicos. Después de que Lucrecio, ya un siglo antes, sentenciara polémicamente que "la religión ha provocado tantas fechorías" (De rerum natura, 1,101), un filósofo como Séneca, superando todo ritualismo exterior, enseñaba que "Dios está cerca de ti, está contigo, está dentro de ti" (Cartas a Lucilio, 41,1). Del mismo modo, cuando Pablo se dirige a un auditorio de filósofos epicúreos y estoicos en el Areópago de Atenas, dice textualmente que "Dios... no habita en santuarios fabricados por manos humanas..., pues en él vivimos, nos movemos y existimos" (Hechos de los Apóstoles 17,24.28). De este modo, se hace ciertamente eco de la fe judía en un Dios que no puede ser representado en términos antropomorfos, pero se pone también en una longitud de onda religiosa que sus oyentes conocían bien. Además, tenemos que tener en cuenta el hecho de que muchos de los cultos paganos prescindían de los templos oficiales de la ciudad y se desarrollaban en lugares privados que favorecían la iniciación de los adeptos. Por tanto, no sorprendía el que también las reuniones cristianas (las ekklesíai), como testimonian sobre todo las cartas de san Pablo, tuvieran lugar en casas privadas. En aquellos momentos, por otra parte, no existía todavía ningún edificio público. Por tanto, las reuniones de los cristianos debían ser vistas por los contemporáneos como una simple variación de esta práctica religiosa más íntima. De todos modos, las diferencias entre los cultos paganos y el culto cristiano no son de poca importancia y afectan tanto a la conciencia de la identidad de los participantes como a la participación en común de hombres y mujeres, la celebración de la "cena del Señor" y la lectura de las Escrituras. En conclusión: de este rápido repaso del ambiente cultural del siglo I de la era cristiana queda claro que no es posible comprender adecuadamente a san Pablo sin enmarcarlo en su trasfondo, tanto judío como pagano de su tiempo. De este modo, su figura adquiere una hondura histórica e ideal, demostrando elementos compartidos y originales respecto al ambiente. Pero todo esto es igualmente válido para el cristianismo en general, del que el apóstol Pablo es un paradigma de primer plano, de quien todos tenemos todavía tanto que aprender y este es el objetivo del Año Paulino: aprender de San Pablo la fe, aprender de él quién es Cristo, aprender, en último término, el camino para una vida recta. [Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:] Queridos hermanos y hermanas: En este año paulino, apenas iniciado, abrimos un ciclo de catequesis dedicadas al Apóstol San Pablo, intentando comprender la actualidad de su mensaje. Hoy nos referimos al ambiente socio-cultural de aquella época, que ofrece muchas semejanzas con la nuestra. Pablo proviene de una cultura concreta, la del pueblo de Israel y su tradición, que se distinguía netamente del ambiente circundante. Por otra parte, la difusión de la cultura helenística y la estructura político-administrativa del Imperio Romano, que representaban un tejido cultural de base común, favorecieron en gran medida su actividad. Aunque la visión universal propia de San Pablo se debe sobre todo a su fe en Cristo, el contexto cultural de su tiempo, en el que destaca la filosofía estoica, con sus altos valores de humanidad y de sabiduría, ejerció también en él un gran influjo. A pesar de que la religión tradicional estaba en crisis, especialmente en sus aspectos mitológicos y cívicos, se estaba en busca de una verdad más auténtica sobre Dios. Así, pues, la predicación paulina, con toda la profunda originalidad del mensaje cristiano, sintoniza con la sensibilidad religiosa y el trasfondo cultural de su tiempo. 35 Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, al grupo de sacerdotes de la Diócesis de Tarazona, con su Obispo, Monseñor Demetrio Fernández, y a los Seminaristas de Toledo y de Terrassa. Saludo también a los peregrinos y grupos parroquiales venidos de Costa Rica, El Salvador, España, México, Uruguay, Venezuela y de otros países latinoamericanos. Que el ejemplo y la enseñanza de San Pablo os ayude a amar más a Cristo y a anunciarlo a los demás con vuestra vida y vuestra palabra. Que Dios os bendiga. [Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina] www.parroquiasantamonica.com

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