sábado, 8 de julio de 2017

PARA ACERCARNOS AL MISTERIO


AÑO XXXIII. N.º 330. DICIEMBRE 2012 AÑO XXXIII. N.º 330. DICIEMBRE 2012 JESÚS, JOSÉ Y MARÍA El primer belén de la historia lo preparó Dios, el segundo San Francisco de Asís. Desde entonces se han hecho belenes de todo tipo y condición. El del santo de Asís fue preparado en 1223; su intención era recordar al Niño que ha nacido en Belén y ver con mis ojos las difi cultades de su infancia necesitada, cómo reposaba en el pesebre y cómo, entre el buey y la vaca, fue recostado en la paja. El primero debió ser parecido, sólo que en lugar de una vaca es probable que hubiera un borriquillo, el que usaron para ir hasta Belén. La existencia del buey se supone porque sabemos que el Niño fue acostado en un pesebre y el buey era un animal frecuente para el trabajo del campo. En todo caso, lo esencial es la Sagrada Familia. Una Navidad sin Jesús, María y José es un contrasentido. LA NAVIDAD AHORA Al acercarse estas fechas, saldrán noticias en diversos medios de comunicación que muestran la negativa de poner un belén o historias similares. En realidad es como la primera Navidad, antes de poder ocupar el lugar que una familia les prestó recibieron numerosas negativas. José, descendiente del rey David que mil años antes había vivido en esa población, era un pobre artesano. En La navidad es un momento del año de diverso signifi cado; para unos el sentido religioso es el motivo de fondo para la alegría propia de esos días. Otros se limitan a verlo como una ocasión de reuniones familiares y no falta quien la ve con el temor de sentir el zarpazo de la soledad o de las ausencias. A todos, el Niño tiene algo que decir pero eso requiere acercarse y, como veremos, para entrar en la basílica de Belén hace falta la humildad de aceptar el Misterio, dejarse querer por el Niño. PARA ACERCARNOS AL MISTERIO Pero si tuviera que quedarme con dos relatos, escogería: El belén que puso Dios, de Enrique Monasterio en el que la fe y la razón se juntan para poder comprender la sencillez de la oración; otro libro, que no es propiamente navideño pero que refl eja su esencia: El gigante egoísta, de Oscar Wilde. Recomiendo su lectura; sólo la generosidad permite que llegue la primavera y la alegría en su jardín. Europa recuerda al jardín del gigante en invierno, cuando se niega la vida a tantos niños inocentes o se les impide una infancia feliz. En el portal de Belén faltaban muchas cosas, pero había mucho amor y, en consecuencia, alegría. LA HUMILDAD ANTE EL MISTERIO Alguien puede pensar que la Navidad es algo para los niños; efectivamente celebramos el nacimiento de un Niño que lleva por nombre Jesús y que era esperado en el mundo desde los años remotos de la prehistoria. Es comprensible que para algunos la Navidad sea un momento duro, pues es cuando más se notan las ausencias. En la primera navidad también había ausencias y, desde algunos países es común jugar a las posadas; el juego es sencillo: un niño pregunta: ¿hay sitio en la posada?, los otros deben responder por orden sucesivo: no hay sitio. Cuentan que en un lugar un niño, una y otra vez no respondía de la forma prevista. Cuando la maestra le reprendió y le dijo que lo que tenía que decir era: no hay sitio, el niño llorando dijo: pues en mi posada sí hay sitio. No hace muchos años que en muchas casas de países del centro de Europa, semanas antes de la Navidad, se ponía en un lugar visible una pequeña cuna y cada vez que alguno de los niños hacía una obra buena, podía colocar un pequeño trozo de algodón. Si el 24 de diciembre el resultado era el esperado, el Niño se colocaba sobre un lugar mullido, de lo contrario se colocaba la pequeña imagen sobre la madera. DESCUBRIR EL VALOR DE LOS INTANGIBLES La Navidad ha sido motivo de libros tan diversos como La caja de Navidad escrito por Evans, en el que tras un bello relato se recuerda el valor de lo esencial en la vida. Ante la Navidad se puede adoptar la postura que Dickens refl ejó en su Canción de Navidad, uno de los libros más amables del escritor británico, en la que un viejo usurero y descreído, tras una noche movida, percibe el falso planteamiento latente en su vida y puede enmendar sus errores. También hay, no podían faltar, relatos patéticos como el de Sastre cuando escribe Barioná, el hijo del trueno, en el que se percibe la amargura que late en su corazón. luego, la cena no debió ser como las frecuentes en nuestros días. Lo que se celebra en Navidad requiere renunciar a la prepotencia de quien se cree por encima de muchas cosas. Quizá por eso en la basílica de la Natividad en Belén la puerta mide metro y medio; hay que inclinarse para poder entrar al lugar del misterio –en realidad se hizo para evitar que algunos entraran a caballo–. El misterio forma parte de la vida humana y lo sucedido en Belén requiere contemplarlo con la sencillez de un corazón abierto. Quien se encierra en su dolor se encontrará como el gigante egoísta del cuento de Wilde. Hay otra forma errónea de celebrar la navidad; es la de aquellos que representan una comedia para alegrar a los niños. Entre poner el belén con los hijos, participando de su ilusión, a hacerlo aparentándola hay un abismo. El amor dilata las pupilas y quizá los niños a veces ven más que los adultos. La navidad es un buen momento para pedir perdón y para perdonar. Es difícil vivir una buena navidad sin limpiar el alma en el sacramento de la penitencia, sin pedir perdón a un hermano de quien nos hemos distanciado o sin la alegría del que acepta ser perdonado y celebra con alegría ese hecho. Una navidad sin generosidad es una antinomia. Quien no sepa ver a las personas necesitadas de pan o de cariño debiera leer el relato de Andersen titulado La cerillera, para recuperar la sensibilidad ante el dolor de un niño. ¡FELIZ NAVIDAD!, DE VERDAD Es la frase más manida en esos días. Desde unas tarjetas en las que no se ve nada y se habla de las fi estas de invierno u otras palabras que buscan omitir el uso de la palabra Navidad, hasta la carrera de los días previos para terminar trabajos, cenas de empresa, regalos en serie,... Es posible que a los adultos nos llegue el día 24 sin tiempo para habernos parado a pensar en nada que no sea si este año celebramos la cena en una u otra casa. Es comprensible, pero triste. Si el que haya niños en la casa ayuda a prepararla, aprovechemos la ocasión para hacerlo. En la cena de Nochebuena se pueden hacer muchas cosas, pero algo falla si el Niño no es ni siquiera recordado. Podríamos hablar de las vacaciones de invierno u otra denominación para celebrar algo en el que el Ausente ha sido el protagonista central durante siglos, el que dio motivo a que surgiera la fi esta. La alegría con contenido, la fi esta con sentido es para celebrar algo. Quien no tiene nada que celebrar, es posible que no supiera explicar bien la razón por que se han reunido. Recuperar el sentido cristiano de estas fi estas, suplir los euros con ingenio para buscar regalos menos costosos pero más valiosos; no tanto vida, respetando la vida y evitando que los nuevos herodes carguen sobre su conciencia con la culpa de una muerte y de una mujer atropellada o dejada a su suerte. Cada uno, lo mismo que se piensa dónde y cuándo se celebran las comidas familiares, debería pensar cómo preparar la Navidad para que no llegue por sorpresa después de unos días de agitación y termine con ganas de volver a lo ordinario en las comidas. La Navidad se la tiene que trabajar cada uno; quizá no tanto haciendo como dejando hacer a Dios en el alma. Lo mismo que los ángeles hablaron a los pastores y estos fueron presurosos a ver al Niño y corrieron la noticia por la comarca, a cada uno de nosotros Dios nos quiere decir algo en esos días dentro del Año de la Fe. Quizá que la fe sin caridad no tiene sentido y que la caridad sin fe se vuelve vacilante e inconstante. Lo que se nos pide para entrar en el Misterio no es, parafraseando a Chesterton, renunciar a la inteligencia, sino usarla para aprender a amar más y mejor. ¿Y los hijos? Cada uno recuerda la Navidad tal y como se celebró o no en su casa durante su infancia. Si vivimos bien la Navidad ya estamos dando una importante lección de vida. José Manuel Mañú Noain como la niña que regaló a su padre una cajita vacía y luego lloraba porque no estaban los besos que había colocado allí con cariño e ingenuidad. Es lógico celebrar el fi n y comienzo de año, no lo es, dedicar horas a pensar el disfraz que se usará en el cotillón. Es lógico que una adolescente esté ilusionada por asistir a su primera gala, siempre y cuando sepa ver algo más en esos días. Es natural celebrar fi estas, pues son tan necesarias como el trabajo, pero no lo es terminar el año arrastrado por el suelo cuando se debiera estar pendiente de cómo hacer más felices a las personas queridas. La Navidad debería ser una ocasión de disponer el alma, de leer en voz alta el contenido de lo sucedido en Belén, de acudir a Misa el día 25 o a la Misa de gallo la víspera. De pedir perdón y de perdonar, que las dos cosas nos vendrán bien. De estar sensibles ante aquellos que no tienen nada o nadie con quien celebrar estas fi estas. El no dejarse arrastrar por un consumismo que, visto con serenidad a cualquier persona sensata le parece un disparate, el saber comer y beber con moderación para que los sentidos no aletarguen el alma, de dejar en los niños de la familia no el recuerdo de unos regalos caros sino de unos días felices. Pero la felicidad no es una meta, es el resultado de darse a los demás, de buscar hacer felices a otros, de servir para que otros disfruten. De celebrar la

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