jueves, 5 de octubre de 2017

Cfr. Domingo 27 del Tiempo Ordinario, Año A, 8 de octubre de 2017





[Chiesa/Omelie1/RegnoDio/27A17ViñasAmoDiosHumanidadViñadoresInfielesUniónCristoBXVI]

Ø Domingo 27 del Tiempo Ordinario, Año A. (2017). La parábola de los viñadores infieles es imagen de la historia del amor de Dios con la humanidad. Cuando el hombre quiere convertirse en propietario prescindiendo de Dios, surge la injusticia. La uva buena son la justicia y la rectitud; los agraces son la violencia, el derramamiento de sangre y la opresión, que hacen gemir a la gente bajo el yugo de la injusticia. ¿Sucederá con nosotros como con la viña, de la que Dios dice en Isaías (1ª Lectura): «Esperó a que diese uvas, pero dio agraces»? La responsabilidad personal en la viña del Señor.


v  Cfr. Domingo 27 del Tiempo Ordinario, Año A, 8 de octubre de 2017


Isaías 5, 1-7: 1 Voy a cantar a mi amigo la canción de su amor  por su viña. Una viña tenía mi amigo en un fértil otero. 2 La cavó y despedregó, y la plantó de cepa exquisita. Edificó una torre en medio de ella, y además excavó en ella un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agraces. 3 Ahora, pues, habitantes de Jerusalén y hombres de Judá, venid a juzgar entre mi viña y yo: 4 ¿Qué más se puede hacer ya a mi viña, que no se lo haya hecho yo? Yo esperaba que diese uvas. ¿Por qué ha dado agraces? 5 Ahora, pues, voy a haceros saber, lo que hago yo a mi viña: quitar su seto, y será quemada; desportillar su cerca, y será pisoteada.6 Haré de ella un erial que ni se pode ni se escarde. crecerá la zarza y el espino, y a las nubes prohibiré llover sobre ella. 7 Pues bien, viña de Yahveh Sebaot es la Casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantío exquisito. Esperaba de ellos justicia, y hay iniquidad; honradez, y hay alaridos.
Mateo 21, 33-43: 33 Escuchad otra parábola. Cierto hombre que era propietario plantó una viña, la rodeó de una cerca y cavó en ella un lagar, edificó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó de allí. 34 Cuando se acercó el tiempo de los frutos, envió sus criados a  los labradores para percibir sus frutos. 35 Pero los labradores, agarrando a los criados, a uno lo golpearon, a otro lo mataron y a otro lo lapidaron. 36 De nuevo envió a otros criados en mayor número que los primeros, pero hicieron con ellos lo mismo. 37 Por último les envió a su hijo, diciéndose: A mi hijo lo respetarán. 38 Pero los labradores, al ver al hijo, dijeron entre sí: Este es el heredero. Vamos, matémoslo y nos quedaremos con su heredad. 39 Y, agarrándolo, lo echaron fuera de la viña y lo mataron. 40 Cuando venga el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? 41 Le contestaron: A esos malvados les dará una mala muerte, y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo. 42 Jesús les dijo: ¿Acaso no habéis leído en las Escrituras: La piedra que rechazaron los constructores, ésta ha llegado a ser piedra angular. Es el Señor quien ha hecho esto y es admirable a nuestros ojos? 43 Por esto os digo que os será quitado el Reino de Dios y será dado a un pueblo que rinda sus frutos.

La parábola de los viñadores homicidas:
“Al ver al hijo [del propietario de la viña],
dijeron entre sí [los viñadores contratados] :
éste es el heredero.
Vamos, matémoslo y nos quedaremos con su heredad”.
(Mateo 21, 38)

1. Un hecho que no era inverosímil en Palestina,  en tiempo de Jesús

En la Palestina del tiempo de Jesús, no era inverosímil que sucediese lo que cuenta la parábola. Ricos propietarios extranjeros compraban un terreno grande, lo arrendaban a labradores, se marchaban a su país y volvían al fin del año para exigir los frutos.
Dios envió a Israel frecuentemente sus enviados – los profetas - que tenían como misión amonestar, corregir a su pueblo, pero frecuentemente fueron maltratados e incluso matados (Cfr. Evangelio, vv. 35-36).  Finalmente envió a su Hijo, que fue matado  (ibídem, vv. 37-39).
Puede ser oportuno recordar que el mismo Señor, según aparece en el v.40, finaliza la narración con una pregunta que es similar a la que encontramos en los otros dos Evangelios sinópticos: “cuando venga el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? [1]

o   En el Concilio Vaticano II, se recuerda cómo la naturaleza de la Iglesia se manifiesta en la Escritura con diversas imágenes, y, entre ellas,  la de la viña.

·         Constitución “Lumen Gentium”, n. 6: “En el Antiguo Testamento la revelación del Reino
aparece frecuentemente en forma de figuras. De la misma manera se os manifiesta ahora la íntima naturaleza de la Iglesia también mediante diversas imágenes que, tomadas de la vida de los pastores, de la agricultura, de la construcción, incluso de la familia y del matrimonio, se encuentran esbozadas en los libros d los profetas.  (…) La Iglesia es labranza o campo de Dios (1 Corintios 3,9). (…) El labrador del cielo la plantó como viña selecta (cf. Mateo 21, 33-43) par.; cf. Isaías 5, 1 ss). La verdadera vida es Cristo, que da vida y fecundidad a los sarmientos, es decir, a nosotros, que permanecemos en Él por medio de la Iglesia y que sin Él no podemos hacer nada (cf. Juan 15, 1-5)”.

2. Las parábolas del  Reino de Dios: la viña es imagen de la historia del amor de Dios con la humanidad.


v  Cfr. Homilía Benedicto XVI, Inauguración del Sínodo de Obispos

            2 octubre 2005, Domingo 27 tiempo Ordinario Ciclo A.

o   A)  El vino y la vid son imagen del don del amor, en el que experimentamos una cierta experiencia del sabor del Divino. La viña, imagen de la historia del amor de Dios con la humanidad.

Las lecturas de este domingo, tomadas del profeta Isaías y del Evangelio, nos presentan una de las grandes imágenes de la Sagrada Escritura: la imagen de la viña. El pan representa en la Sagrada Escritura todo lo que el hombre necesita para su vida cotidiana. El agua da a la tierra la fertilidad: es el don fundamental, que hace posible la vida. El vino, por el contrario, expresa la exquisitez de la creación, nos da la fiesta en la que sobrepasamos los límites de la vida cotidiana: el vino «alegra el corazón». De este modo el vino y con él la vid se han convertido también en imagen del don del amor, en el que podemos lograr una cierta experiencia del sabor del Divino. Por eso, la lectura del profeta, que acabamos de escuchar, comienza como un cántico de amor: Dios puso una viña, imagen de su historia de amor con la humanidad, de su amor por Israel al que Él eligió.

o   B) Primer pensamiento: Dios ha infundido en el hombre la capacidad de amar y de amarle a Él mismo. Quiere que le amemos.

§  Nuestra vida cristiana, con frecuencia, ¿no es quizá más vinagre que vino? ¿Autocompasión, conflicto, indiferencia?
El primer pensamiento de las lecturas de hoy es éste: Dios ha infundido en el hombre, creado a su imagen, la capacidad de amar y, por tanto, la capacidad de amarle a Él mismo, su Creador. Con el cántico de amor del profeta Isaías, Dios quiere hablar al corazón de su pueblo y también a cada uno de nosotros. «Te he creado a mi imagen y semejanza», nos dice. «Yo mismo soy el amor y tú eres mi imagen en la medida en la que brilla en ti el esplendor del amor, en la medida en que me respondes con amor». Dios nos espera. Él quiere que le amemos: un llamamiento así, ¿no debería tocar nuestro corazón? Precisamente en esta hora, en la que celebramos la Eucaristía, en la que inauguramos el Sínodo sobre la Eucaristía, nos sale al encuentro, sale para encontrarse conmigo. ¿Encontrará una respuesta? ¿O sucederá con nosotros como con la viña, de la que Dios dice en Isaías: «Esperó a que diese uvas, pero dio agraces»? Nuestra vida cristiana, con frecuencia, ¿no es quizá más vinagre que vino? ¿Autocompasión, conflicto, indiferencia?

o   C) Segundo pensamiento. La grandeza de la creación de Dios y la grandeza de la elección, y el  fracaso del hombre. Uva buena y agraces; los viñadores que usurpan lo que han recibido en gestión. Cuando el hombre quiere convertirse en propietario prescindiendo de Dios, surge la injusticia.

§  La uva buena son la justicia y la rectitud; los agraces son la violencia, el derramamiento de sangre y la opresión, que hacen gemir a la gente bajo el yugo de la injusticia.
De este modo, hemos llegado al segundo pensamiento fundamental de las lecturas de hoy. Hablan ante todo de la bondad de la creación de Dios y de la grandeza de la elección con la que él nos busca y nos ama. Pero hablan también de la historia que sucedió después, el fracaso del hombre. Dios había plantado vides escogidas y sin embargo dieron agraces. ¿Qué son los agraces? La uva buena que se espera Dios, dice el profeta, habría consistido en la justicia y en la rectitud. Los agraces son por el contrario la violencia, el derramamiento de sangre y la opresión, que hacen gemir a la gente bajo el yugo de la injusticia. En el Evangelio, la imagen cambia: la vid produce uva buena, pero los viñadores arrendadores se quedan con ella. No están dispuestos a entregarla al propietario. Golpean y matan a sus mensajeros y matan a su Hijo. Su motivación es sencilla: quieren convertirse en propietarios; se apoderan de lo que no les pertenece. En el Antiguo Testamento, ante todo aparece la acusación de violación de la justicia social, el desprecio del hombre por parte del hombre. En el fondo, sin embargo, se ve que con el desprecio de la Torá, del derecho dado por Dios, se desprecia al mismo Dios; sólo se quiere gozar del propio poder. Este aspecto es subrayado plenamente en la parábola de Jesús: los arrendadores no quieren tener un patrón y estos arrendadores nos sirven de espejo a nosotros, hombres, que usurpamos la creación que se nos ha confiado en gestión. Queremos ser los dueños en primera persona y solos. Queremos poseer el mundo y nuestra misma vida de manera ilimitada. Dios nos estorba o se hace de Él una simple frase devota o se le niega todo, desterrándolo de la vida pública, hasta que de este modo deje de tener significado alguno. La tolerancia que sólo admite a Dios como opinión privada, pero que le niega el dominio público, la realidad del mundo y de nuestra vida, no es tolerancia, sino hipocresía. Ahora bien, allí donde el hombre se convierte en el único dueño del mundo y en propietario de sí mismo no puede haber justicia. Allí sólo puede dominar el arbitrio del poder y de los intereses. Es verdad, se puede expulsar al Hijo de la viña y matarlo para disfrutar egoístamente de los frutos de la tierra. Pero entonces la viña se transforma muy pronto en terreno sin cultivar, pisado por los jabalíes, como dice el salmo responsorial (Cf. Salmo 79, 14).

o   D) Tercer pensamiento. El juicio a la viña infiel.

§  También a nosotros se nos puede quitar la luz si no nos convertimos. Señor, refuerza nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor para que podamos dar buenos frutos.
Llegamos así al tercer elemento de las lecturas de hoy. El Señor, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, anuncia el juicio a la viña infiel. El juicio que Isaías preveía se ha realizado en las grandes guerras y exilios impuestos por los asirios y los babilonios. El juicio anunciado por el Señor Jesús se refiere sobre todo a la destrucción de Jerusalén, en el año 70. Pero la amenaza del juicio nos afecta también a nosotros, a la Iglesia en Europa, a la Iglesia de Occidente en general. Con este Evangelio el Señor grita también a nuestros oídos las palabras que dirigió en el Apocalipsis a la Iglesia de Éfeso: «Iré donde ti y cambiaré de su lugar tu candelero, si no te arrepientes» (2, 5). También se nos puede quitar a nosotros la luz, y haremos bien en dejar resonar en nuestra alma esta advertencia con toda su seriedad, gritando al mismo tiempo al Señor: «¡Ayúdanos a convertirnos! ¡Danos la gracia de una auténtica renovación! No permitas que se apague tu luz entre nosotros! ¡Refuerza nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor para que podamos dar buenos frutos!».

o   E) El final de la historia de la viña de Dios: de la muerte de Cristo surge la vida, una nueva viña.

§  Su sangre es don, es amor y por este motivo es el verdadero vino que se esperaba el Creador. De este modo, Cristo mismo se convirtió en la viña y esa viña da siempre buen fruto: la presencia de su amor por nosotros, que es indestructible.
Al llegar aquí nos surge la pregunta: «Pero, ¿no hay una promesa, una palabra de consuelo en la lectura y en la página evangélica de hoy? La amenaza, ¿es la última palabra?» ¡No! Hay una promesa y es la última palabra, la esencial. La escuchamos en el versículo del aleluya, tomado del Evangelio de Juan: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto» (Juan 15, 5). Con estas palabras del Señor, Juan nos ilustra el último, el auténtico final de la historia de la viña de Dios. Dios no fracasa. Al final, triunfa, triunfa el amor. Se da ya una velada alusión a esto en la parábola de la viña propuesta por el Evangelio de hoy y en sus palabras conclusivas. En ella, la muerte del Hijo no es el final de la historia, aunque no la cuenta directamente. Pero Jesús expresa esta muerte a través de una nueva imagen tomada del Salmo: «La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido…» (Mateo 21, 42; Salmo 117, 22). De la muerte del Hijo surge la vida, se forma un nuevo edificio, una nueva viña. En Caná, cambió el agua en vino, transformó su sangre en el vino del verdadero amor y de este modo transforma el vino en su sangre. En el cenáculo anticipó su muerte y la transformó en el don de sí mismo, en un acto de amor radical. Su sangre es don, es amor y por este motivo es el verdadero vino que se esperaba el Creador. De este modo, Cristo mismo se convirtió en la viña y esa viña da siempre buen fruto: la presencia de su amor por nosotros, que es indestructible.
§  En el misterio de la Eucaristía: Cristo nos atrae hacia  Él y nos convierte en sarmientos de la vid que es Él mismo. Si permanecemos unidos a Él daremos frutos: el buen vino de la alegría en Dios y del amor por el prójimo.
            Así, estas parábolas desembocan al final en el misterio de la Eucaristía, en la que el Señor nos da el pan de la vida y el vino de su amor, y nos invita a la fiesta del amor eterno. Celebramos la Eucaristía con la certeza de que su precio fue la muerte del Hijo, el sacrificio de su vida, que en ella sigue presente. Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos la muerte del Señor hasta que vuelva, dice san Pablo (cf. 1 Corintios 11, 26). Pero sabemos también que de esta muerte brota la vida, porque Jesús la transformó en un gesto de ofrenda, en un acto de amor, cambiándola así profundamente: el amor ha vencido a la muerte. En la santa Eucaristía, él, desde la cruz, nos atrae a todos hacia sí (cf. Juan 12, 32) y nos convierte en sarmientos de la vid, que es él mismo. Si permanecemos unidos a él, entonces daremos fruto también nosotros, entonces ya no produciremos el vinagre de la autosuficiencia, del descontento de Dios y de su creación, sino el vino bueno de la alegría en Dios y del amor al prójimo. Pidamos al Señor que nos conceda su gracia, para que en las tres semanas del Sínodo que estamos iniciando no sólo digamos cosas hermosas sobre la Eucaristía, sino que sobre todo vivamos de su fuerza. Invoquemos este don por medio de María, queridos padres sinodales, a quienes saludo con gran afecto, así como a las diversas comunidades de las que provenís y que aquí representáis, para que, dóciles a la acción del Espíritu Santo, podamos ayudar al mundo a convertirse, en Cristo y con Cristo, en la vid fecunda de Dios.
Amén.

3. La imagen de la viña en la Exhortac. Apostólica «Christifideles laici».

    Juan Pablo II, 30 de diciembre de 1988

o   La imagen de la Biblia sirve para expresar el misterio del Pueblo de Dios

- n. 8. La imagen de la viña se usa en la Biblia de muchas maneras y con significados diversos; de modo particular, sirve para expresar el misterio del Pueblo de Dios. Desde este punto de vista más interior, los fieles laicos no son simplemente los obreros que trabajan en la viña, sino que forman parte de la viña misma: "Yo soy la vid; vosotros los sarmientos" (Juan. 15, 5), dice Jesús. (…)
§  También es símbolo y figura de Jesús mismo.
El evangelista Juan nos invita a calar en profundidad y nos lleva a descubrir el misterio de la viña. Ella es el símbolo y la figura, no sólo del Pueblo de Dios, sino de Jesús mismo. El es la vid y nosotros, sus discípulos, somos los sarmientos; Él es la "vid verdadera" a la que los sarmientos están vitalmente unidos (cf. Juan. 15, 1 ss.).
§  La Iglesia misma es la viña evangélica
El Concilio Vaticano II, haciendo referencia a las diversas imágenes bíblicas que iluminan el misterio de la Iglesia, vuelve a presentar la imagen de la vid y de los sarmientos: "Cristo es la verdadera vid, que comunica vida y fecundidad a los sarmientos, que somos nosotros, que permanecemos en El por medio de la Iglesia, y sin El nada podemos hacer (Juan. 15, 1-5) (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 6)" La Iglesia misma es, por tanto, la viña evangélica. Es misterio porque el amor y la vida del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo son el don absolutamente gratuito que se ofrece a cuantos han nacido del agua y del Espíritu (cf. Jn. 3, 5), llamados a revivir la misma comunión de Dios y a manifestarla y comunicarla en la historia (misión): "Aquel día -dice Jesús- comprenderéis que Yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros" (Jn 14, 20).
Sólo dentro de la Iglesia como misterio de comunión se revela la "identidad" de los fieles laicos, su original dignidad. Y sólo dentro de esta dignidad se pueden definir su vocación y misión en la Iglesia y en el mundo.

4. La «canción de la viña»

      Libros proféticos, Eunsa 2002, comentario a Isaías 5, 1-7

o   La casa de Israel no dio los frutos esperados, a pesar de los cuidados recibidos del Señor

·         La «canción de la viña» es una obra maestra  de la poesía hebrea, que condensa un gran significado
simbólico y pedagógico. Bajo la imagen del labrador desencantado se descubre al Señor dolorido por la falta de frutos de justicia de su pueblo. En vv. 1-2 el autor asume el papel del amigo de Dios; en vv. 3-6 es el amado quien expone los prolongados cuidados con su pueblo, y en v. 7 el autor vuelve a tomar la palabra. La trama es fácil y rápida: tras mantener en suspenso el significado de su mensaje (vv. 1-6) - de modo semejante a la parábola que cuenta Natán de David (cfr. 2 Samuel 12, 1-15) – el autor los descubre de pronto: la viña es «la casa de Israel», que a pesar de los cuidados recibidos del amado, que es el Señor, no dio los frutos esperados, uvas selectas, sino «agraces». Israel habrá de reconocer su culpabilidad.
  

o   Actualmente, la Iglesia (todos los bautizados) es la viña del Señor.

·         Como continuación del antiguo pueblo de Israel, la Iglesia está también prefigurada en la historia
de la viña. Así lo hace notar el Concilio Vaticano II al recordar las figuras bíblicas de la Iglesia: «La Iglesia es labranza o campo de Dios (1 Corintios 3,9). (… La verdadera vid es Cristo, que da vida y fecundidad a los sarmientos, es decir, a nosotros, que permanecemos en Él por medio de la Iglesia y que sin Él no podemos hacer nada (Juan 15, 1-5)» (Lumen gentium, n. 6).

v  El hecho de que, actualmente, todos los bautizados somos la viña del Señor,  nos ayuda a vivir con responsabilidad personal.

Cfr. Raniero Cantalamessa, La parola e la vita, Riflessioni sulla Parola di Dio delle Domeniche e delle Feste
dell’anno, Anno A, Città Nuova XI Ediziine, giugno 2001, p. 262. [2]

o   Aleluya antes del Evangelio: Juan 15, 16: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca».

·         “El discurso es serio si lo aplicamos a cada uno de nosotros. Dios nos ha dado todo. Nos ha plantado en
la Iglesia, injertados en Jesucristo en el bautismo, nos ha podado y alimentado. Ahora, tiene el derecho de venir a pedirnos los frutos. Y viene, en efecto, aunque nosotros no nos damos cuenta de sus visitas. Viene como el dueño venía a buscar los higos de su árbol y solo encontraba hojas. «Todo sarmiento que en mí no da fruto lo corta, y todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto». (Juan 15, 2).
            La palabra de Dios se nos presenta hoy verdaderamente como la espada aguda, que penetra en nosotros y nos obliga a toma posición, nos pone en estado de decidir. ¿Qué queremos ser? ¿Un sarmiento unido a Cristo, a su palabra, a sus sacramentos, en estado de crecimiento (y, por tanto, de conversión), o un sarmiento inútil, rico solamente de hojarasca, es decir un cristiano de boquilla sin hechos?

Vida Cristiana




[1]  En Marcos la pregunta es: «¿Qué hará el dueño de la viña?» (12,9). Y en Lucas es: «¿Qué hará ahora con ellos el dueño de la viña?» (20,15).  Algunos autores afirman que en realidad  la pregunta quiere decir: ¿Qué es lo que merecen los viñadores homicidas? De este modo, el Señor invita a juzgar sobre lo que ha narrado, sobre la parábola, como invitando, de algún modo, a tomar parte en los hechos implicándose en esa “historia”. 

[2] Traducción de la Redacción de Vida Cristiana. 

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