sábado, 11 de febrero de 2017

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La medicina paliativa, ejercicio de ciencia y de humanidad. Cuando ya no se puede curar



1 La medicina paliativa, ejercicio de ciencia y de humanidad. Cuando ya no se puede curar Poco a poco la medicina paliativa va abriéndose camino como el modo más digno de tratar al enfermo terminal. Tan antiético es provocar la muerte con la eutanasia como ocasionar sufrimientos inútiles con el ensañamiento terapéutico. En cambio, la medicina paliativa es una especialidad que, como señala el Dr. Gonzalo Herranz en el presente artículo, necesita grandes dosis de ciencia y de humanidad. Firmado por Gonzalo Herranz – Aceprensa - Fecha: 1 Octubre 2008 La medicina paliativa pone singularmente de relieve dos aspectos nucleares de la ética médica: el respeto médico hacia los débiles y el reconocimiento del carácter finito de las intervenciones curativas del médico. La medicina paliativa se las ve con pacientes desahuciados, terminales. Unas veces, su ruina es prevalentemente física y marcada por el avance incontenible del fallo orgánico. Otras veces, lo más saliente es el deterioro de la vida de relación: la demencia, la lesión cerebral, el coma persistente. Los médicos, ante esas vidas irreversiblemente dañadas, ¿cómo han de hacerles frente? Algunos estiman que hay seres humanos tan estragados por la enfermedad y el sufrimiento que se les han de denegar no sólo las intervenciones curativas, ya inútiles, y los cuidados sintomáticos, sino también la alimentación y la hidratación. Más aún: a algunos de ellos se les debe aliviar por medio de la eutanasia, que es la única intervención médica que les puede beneficiar. Tal actitud, además de suponer una subversión total de la tradición ética del respeto a la vida, reniega del futuro, pues renuncia a extender el dominio de la medicina. La especial dignidad del débil Una de las ideas más fecundas y positivas, tanto para el progreso de la sociedad como para la educación de cada ser humano, consiste en comprender que los débiles son importantes. De esa idea nació precisamente la medicina. Pero, a pesar de dos milenios de cristianismo, el respeto a los débiles sigue encontrando resistencia en el interior de cada uno de nosotros y en el seno de la sociedad. Hoy el rechazo de la debilidad es aceptado y ejercido en una escala sin precedentes. Ser débil era, en la tradición médica cristiana, título suficiente para hacerse acreedor al respeto y a la protección. Hoy, en ciertos ambientes, la debilidad es un estigma que marca para la destrucción. La medicina no es inmune a esa nueva mentalidad. Aquélla no tendría ya por fin exclusivo curar al enfermo y, si eso no es posible, aliviar sus sufrimientos y consolarle, sino restaurar un nivel exigente, casi perfecto, de calidad de vida. El hospital se convierte así en un taller de reparaciones: o arregla los desperfectos o destina a la chatarra. Los médicos necesitan comprender que su primer deber ético, el respeto a la vida, toma de ordinario la forma de respeto a la vida debilitada. En toda medicina el respeto a la vida está unido de forma indisoluble a la aceptación de la vulnerabilidad, de la fragilidad esencial del hombre, de la inevitabilidad de la muerte. El médico no tiene que vérselas con los sanos y fuertes, sino con los enfermos y débiles, con gente que pierde su vigor físico, sus facultades mentales; la vida, en definitiva. Al médico se le plantea, en cada encuentro con sus pacientes incurables, una cuestión previa: la de reconocer, detrás de aquella apariencia dolorida o degradada, toda la dignidad de un hombre. La enfermedad terminal tiende a eclipsar la dignidad, a destruirla. La salud confiere, en cierto modo, la capacidad de alcanzar una humanidad plena; por el contrario, sufrir una enfermedad incurable supone, de mil modos diferentes, una limitación terrible de la capacidad de llegar a ser, o de seguir siendo, plenamente hombre. Porque una enfermedad seria o incapacitante, y mucho más si es terminal, no consiste sólo en graves y críticos trastornos musculares o celulares: constituye también, y principalmente, una amenaza a la integridad personal, que pone a prueba al enfermo en cuanto hombre. El buen médico no puede olvidarse de esto cuando está con sus enfermos y los atiende. 2 No discriminar Res sacra miser. Con esta denominación de origen cristiano-estoico, recuperada por Vogelsanger, se expresa de modo magnífico la especial dignidad del enfermo desahuciado. Traduce de maravilla la coexistencia de lo sagrado de toda vida humana con la ruina biológica causada por la enfermedad. Sólo si la situación del enfermo se considera a esta luz, se descubre no sólo que su vida es inviolable, sino que hay una obligada responsabilidad de los sanos de cuidarle, función que es delegada en el médico. La coexistencia, arriba aludida, de dignidad y decaimiento está en la raíz de la ética de toda medicina, pero en especial de la paliativa, con su obligación científica de observar el organismo enfermo, de cosificarlo, para estudiarlo mejor. El paciente terminal tiene derecho a la atención del médico, a su tiempo, a su capacidad, a sus habilidades. Lo tiene en la misma medida que el enfermo que puede ser curado y reintegrado a la normalidad. Existe la obligación de atender a cada uno tal como es, sin discriminaciones. Pero con demasiada frecuencia, el paciente terminal recibe menos atención y afecto. Por eso, el médico necesita revisar con frecuencia cuál es su conducta en relación con el principio ético de no-discriminar. Huir de las intervenciones fútiles Es esencial que el médico acierte a reconocer los límites prácticos y éticos de su poder: no le basta saber que, de hecho, ni es todopoderoso técnicamente ni lo puede arreglar todo. Debe tener presente que hay límites éticos que no puede sobrepasar porque su acción es inútil. Para ello, al médico le son necesarias dos cosas: la primera es tener una idea precisa de que sus medios de actuación son limitados, finitos; la segunda es comprender que ni la obstinación ni el abandono son respuestas éticas a la situación terminal: sí lo es la medicina paliativa. Se trabaja ahora activamente en definir, en términos éticos y en protocolos clínicos, la noción de futilidad médica. Hay una futilidad diagnóstica, lo mismo que hay una futilidad terapéutica. Junto al bien conocido ensañamiento terapéutico, hay también una obstinación diagnóstica, antiéticos uno y otra. La frontera entre la recta conducta paliativa y el error del celo excesivo no está clara en muchas situaciones clínicas. Tampoco se conoce exactamente el rendimiento de muchas intervenciones médicas. Siempre habrá una franja más o menos ancha de incertidumbre, en la que el médico tendrá que decidir en la indeterminación e inclinarse por ofrecer a su paciente el beneficio de la duda. El buen médico tendrá siempre presente que, inevitablemente, llegará a un punto en que las ganancias de sus intervenciones serán desproporcionadamente exiguas en relación con el perjuicio y sufrimiento que provocan o el gasto económico que originan. No puede olvidar el riesgo de que el remedio resulte peor que la enfermedad. Visión binocular Para no desorientarse en el complejo curso de su relación con el enfermo terminal, para no perder la perspectiva, el médico paliativo ha de observar a su paciente con una visión binocular. Ha de mantener constantemente despierta la conciencia de que su relación con el enfermo es, de un lado, una relación interpersonal: tiene delante a un ser humano, cuyas convicciones y deseos han de ser tenidos en cuenta y cumplidos en la medida de lo razonable. Esa relación personal ha de extenderse también a los allegados del enfermo. Eso ha de verlo el médico con su ojo sensible a lo humano y personal de su paciente. Pero, al mismo tiempo, ha de atender a las necesidades y límites de la precaria biología del paciente terminal, de la vida que se va apagando. Con el ojo científico, el médico ha de ver por debajo de la piel del paciente terminal un objeto biológico gravemente trastornado. El paciente no puede ser reducido nunca a un mero conjunto de moléculas desarregladas o de órganos desconcertados, a un sistema fisiopatológico caótico y desintegrado. Es esas cosas y, a la vez, una persona. La visión binocular del médico ha de integrar, superponer, la imagen de ese sistema fisiopatológico, trastornado más allá de toda posibilidad de arreglo, con la de ese ser humano al que no puede abandonar, al que ha de respetar y cuidar hasta el final. 3 Ahí está la grandeza y el riesgo de la medicina paliativa. Ver simultáneamente a las personas, para seguir a su lado, y ver su biología naufragada, para abstenerse de acciones fútiles. Siempre necesita el médico ver con esa visión binocular, pues lo exige su doble condición de cuidador de los hombres y de cultivador de la ciencia natural. En el curso de la relación médico-paciente, el médico ha de alternar los momentos en los que observa la relación principal yo-tú, de sujeto a sujeto, interpersonal, y los momentos en que la deja fuera de foco, para fijar su atención en el paciente-objeto, en los que el paciente es convertido en objeto de observación e intervención científico-natural, para determinar así la naturaleza del proceso patológico y del tratamiento correspondiente. Aliviar y consolar La evaluación clínica de los datos obtenidos mediante la exploración física, los análisis bioquímicos o la invasión instrumental, simboliza ese elemento objetivo en la relación médico-enfermo, que, por su propia naturaleza, exige el máximo desasimiento posible de toda consideración subjetiva, de toda vinculación emocional o afectiva. El médico no podría ser un buen médico si, en ese momento, no deja a un lado la compasión y la simpatía, y calcula fríamente cuáles han de ser los términos justos de su intervención. Llega, lamentablemente, el momento en que los indicadores científico-objetivos sentencian que el proceso es ya irreversible y que se ha iniciado la fase terminal de la enfermedad. El médico debe entonces abandonar la idea de curar y emplearse en el oficio, muy exigente de ciencia, de competencia y de humanidad, que consiste en aliviar y consolar. El reconocimiento de que ya nada curativo queda por hacer es una manifestación neta de humanidad, un acto ético elevado, lleno de solicitud. Puede ser una coyuntura psicológica difícil para todos: para el paciente, sus allegados y el médico, pues puede poner a prueba la confianza que aquéllos tienen en él. Pero la gente va entendiendo que hoy su confianza en el médico ya no se puede basar principalmente en la simpatía campechana e indulgente del doctor, en su humanidad en sentido popular. Esa confianza se apoya cada vez más en la objetividad científica del médico, en su competencia, en su familiaridad con los métodos de diagnóstico y tratamiento aceptados, en su templada renuncia a lo fútil, en su dominio de la medicina paliativa. La prueba de Ruskin A todos, médicos o no, nos conviene someternos a lo que suelo llamar la prueba de Ruskin. Es una piedra de toque para medir la firmeza de nuestro compromiso de no discriminar. Ruskin pidió, en una ocasión, a las enfermeras que participaban en un curso sobre “Aspectos psicosociales de la vejez” que describieran con sencillez cuál sería su estado de ánimo si tuvieran que asistir a casos como el descrito a continuación: Una paciente que aparenta su edad cronológica. No se comunica verbalmente, ni comprende la palabra hablada. Balbucea de modo incoherente durante horas, parece desorientada en cuanto a su persona, al espacio y al tiempo, aunque da la impresión de que reconoce su propio nombre. No se interesa ni coopera en su propio aseo. Hay que darle de comer comidas blandas, pues no tiene dentadura. Presenta incontinencia de orina y heces, por lo que hay que cambiarla y bañarla a menudo. Babea continuamente y su ropa está siempre manchada. No es capaz de andar. Su patrón de sueño es errático, se despierta frecuentemente por la noche y con sus gritos despierta a los demás. Aunque la mayor parte del tiempo parece tranquila y amable, varias veces al día, y sin causa aparente, se pone muy agitada y estalla en crisis de llanto inmotivado. Así son sus días y sus noches. 4 La respuesta que suelen ofrecer los alumnos es, en general, negativa. “Cuidar de un caso así sería devastador, un modo de dilapidar el tiempo de médicos y enfermeras. Casos como éste deberían estar en los asilos: no hay nada que hacer por ellos”, dicen unos. La Prueba de Ruskin termina haciendo circular entre los participantes la fotografía de la paciente referida: una preciosa criatura de seis meses de edad. Una vez que se sosiegan las protestas del auditorio por haber sido víctimas de un engaño, es el momento de considerar si el solemne y autogratificante compromiso de no discriminar puede ceder ante las diferencias de peso, de edad, de perspectiva vital, de sentimientos que inspira el aspecto físico de los distintos pacientes, o si, por el contrario, ha de sobreponerse a esos datos circunstanciales. Es obvio que muchos estudiantes y médicos han de cambiar su modo sentimental de ver a sus enfermos. Han de convencerse de que la paciente anciana es, como ser humano, tan digna y amable como la niña. Y los enfermos que están consumiendo los últimos días de su existencia, incapacitados por la demencia o el dolor, merecen el mismo cuidado y atención que los que están iniciando sus vidas en la incapacidad de la primera infancia. Gonzalo Herranz, catedrático de Anatomía Patológica, es profesor honorario en la Universidad de Navarra y miembro de la Academia Pontificia para la Vida. www.parroquiasantamonica.com

¿Mayor de 70? No hace falta reanimarlo - Una residencia de ancianos holandesa quería imponer límites de edad a la reanimación



¿Mayor de 70? No hace falta reanimarlo - Una residencia de ancianos holandesa quería imponer límites de edad a la reanimación Firmado por Carmen Montón - Aceprensa - Fecha: 10 Septiembre 2008 Ámsterdam. Una residencia de ancianos en Holanda propuso el pasado agosto a los residentes mayores de 70 años que firmaran una declaración diciendo que no querían ser reanimados en caso de sufrir algún tipo de ataque, a no ser que... (y ahí se detallaban las excepciones). La iniciativa de la residencia Sint Pieters en Amersfoort provocó que el Parlamento reaccionara en contra y las autoridades sanitarias anunciaron una investigación. Finalmente la residencia geriátrica retiró la propuesta, no sin afirmar que en un futuro próximo la impondría. El público que no estaba de vacaciones reaccionó con el conocido carácter bipolar que suelen provocar estas noticias, o bien asustado de que impusieran límites de edad a la posibilidad de seguir viviendo, o bien a favor de la medida, invocando el riesgo de ensañamiento terapéutico y la autonomía de la persona sobre su propia vida. En el semanario Elsevier, una columna relaciona esta medida con la pendiente moral resbaladiza que trajo la legalización de la eutanasia, al crear en el paciente el derecho a decidir por sí mismo el momento de la muerte o al considerar las medidas terapéuticas en función de sus costes y, más grave todavía en este caso, poniendo un límite de edad. Para entender en su contexto la medida hay que tener en cuenta que en Holanda existen residencias para ancianos, con diferentes ofertas de asistencia, según el nivel de dependencia, y otros hogares exclusivamente para ancianos muy enfermos. En estos últimos trabajan médicos con una especialidad que sólo existe en los Países Bajos. Y aquí ya funcionaba desde hace cuatro años y con el consentimiento de la subsecretaria de sanidad esta medida del “no deseo ser reanimado, a no ser que...”, aunque sin asociarla a la edad. Sin embargo, en el reciente intento de la residencia Sint Pieters en Blokland Gasthuis se trata de ancianos en principio sanos, aunque la vejez traiga siempre sus propios achaques. “La política de no reanimar a ancianos a partir de los 70 es una equivocación. Ancianos sanos viven con normalidad después de ser reanimados”, afirma el cardiólogo del hospital académico de la universidad de Ámsterdam, Ruud Koster, miembro del European Resuscitatium Council. Según él, en Holanda existe el margen legal para acogerse al deseo de no ser reanimado, pero también el derecho a ser ayudado en caso de necesidad y la obligación de ofrecer a todo individuo ayuda médica. La citada residencia iba a actuar en contra de la ley negando a sus residentes lo que la ley prevé. Koster añade porcentajes de reanimación con éxito a partir de una investigación realizada en la provincia de Holanda del Norte. También aboga por tener en cada centro una clara política de reanimación y dotar al personal de los conocimientos técnicos necesarios y utilizar los medios más modernos. “En la operación de reanimar –asegura Koster en una entrevista– la rapidez y la calidad de la ayuda son los primeros requisitos para el buen resultado.” www.parroquiasantamonica.com

Francia: rechazada la legalización de la eutanasia



Francia: rechazada la legalización de la eutanasia No debe admitirse la legalización de la eutanasia o del suicidio asistido, pero sí hay que mejorar las medidas de acompañamiento al enfermo terminal. Esta es la conclusión de una comisión de estudio del Parlamento francés, presidida por el diputado Jean Leonetti, que acaba de remitir su informe. Firmado por Aceprensa - Fecha: 9 Diciembre 2008 La comisión mantiene que no existe un “derecho a morir”, exigible ante la sociedad, que justificaría el suicidio asistido (proporcionando un producto letal) o la eutanasia (gesto activo para dar la muerte a petición de un paciente). En Francia existe desde 2005 una ley sobre el fin de la vida (cfr. Aceprensa 20-05-2005), también conocida como ley Leonetti por haber sido preparada bajo su inspiración. La ley reconoce el derecho del paciente a rehusar tratamientos considerados ya inútiles, prevé el “testamento vital”, admite tratar el dolor con riesgo de acortar la vida, y establece la obligación de crear camas para cuidados paliativos en los hospitales. Pero no reconoce la eutanasia. En los últimos años, hubo algunos casos que conmocionaron a la opinión pública, como el de Chantal Sébire, una enferma a la que un cáncer deformaba la cara. Sébire solicitó sin éxito la eutanasia, y después se suicidó (cfr. Aceprensa 14-04-08). A raíz de este caso se creó la comisión presidida por Leonetti, para evaluar la aplicación de la ley de 2005. Estaba formada por cuatro parlamentarios de distintos partidos, que escucharon el testimonio de 58 personas y visitaron cuatro países (Gran Bretaña, Holanda, Bélgica y Suiza) para estudiar su experiencia. Una parte del informe de la comisión se dedica, en cuarenta páginas muy argumentadas, a examinar los fundamentos éticos y psicológicos de la reivindicación del “derecho a morir”, así como sus previsibles consecuencias sobre la sociedad, la justicia y la medicina. Hace notar especialmente que la eutanasia o el suicido asistido no son una prolongación de los cuidados paliativos, sino que pertenecen a otra lógica y que minarían la relación esencial de confianza entre el médico y el enfermo. En vez de admitir un derecho a morir, la comisión Leonetti preconiza dar a conocer mejor, a pacientes y médicos, las posibilidades de la ley de 2005 que, a su juicio, permite abordar las situaciones trágicas. Propone precisar en el Código de Deontología Médica el modo de aplicar una sedación terminal cuando se han abandonado los tratamientos activos y el enfermo está inconsciente. Esto permitiría evitar las agonías dolorosas. Como las situaciones de fin de la vida pueden provocar incomprensiones entre las familias y los profesionales sanitarios, la comisión propone crear en cada departamento un médico de referencia en cuidados paliativos, que podría mediar en estas situaciones complejas. También preconiza reconocer un permiso laboral para el acompañamiento, a domicilio, de un familiar en situación terminal. Este permiso de 15 días podría ser remunerado por el seguro de enfermedad, aunque la incertidumbre sobre el coste de la medida aconsejaría hacer un estudio previo. Los diputados sugieren también crear un Observatorio de las prácticas médicas del fin de la vida, para conocer mejor las condiciones en que mueren los enfermos. Y recomienda, como ya hacía la ley de 2005, reforzar la formación de los médicos en los cuidados paliativos. o ¿La última libertad? En Francia, como en otros países, el debate sobre la legalización de la eutanasia es relanzado periódicamente a raíz de casos límite, que conmueven a la opinión pública y se instrumentalizan para reclamar un derecho a una “muerte digna”. Estos casos no justifican un cambio en la legislación, afirma Axel Kahn en un libro que acaba de publicar, ¿La última libertad? (Ed. Plon). Kahn es un científico genetista, que formó parte de 1992 a 2004 del Comité consultivo nacional de ética, y que ahora es presidente de la Universidad París Descartes. Kahn piensa que la ley francesa de 2005 ha conseguido un buen equilibrio, el mejor actual en Europa en este campo. A Kahn, que es agnóstico, le molesta que este debate se presente como si fuera una lucha entre librepensadores y creyentes, cuando hay razones no religiosas para rechazar la eutanasia. Se muestra particularmente crítico con la Asociación por el derecho a morir con dignidad (ADMD), a la que reprocha el uso que hace de esa palabra. El error sería creer que ella “representaría la parte ilustrada de la opinión que, apoyada por la prensa más valiente, levantaría la capa de plomo de las hipocresías nacionales. Axel Khan piensa que una modificación de la ley actual tendría el riesgo de llevar a Fracia por la pendiente resbalzadiza de Holanda, cuya evolución le parece “espantosa”. www.parroquiasantamonica.com

Eutanasia: catálogo de mitos



1 Eutanasia: catálogo de mitos Respuesta a los argumentos más frecuentes en favor de la eutanasia María Martínez López, Alfa y Omega n. 616, 20.-XI-2008 Los debates sobre la eutanasia suelen basarse en casos extremos, manipulación de sentimientos como la compasión, o el miedo al sufrimiento, y acusaciones infundadas a la Iglesia. Todo ello disfraza la verdadera naturaleza y las implicaciones de los argumentos pro-eutanasia Hay situaciones muy duras en las que una persona puede decidir que la vida así no es digna. ¿Quiere esto decir que la vida de todos los enfermos terminales es indigna y debe ser eliminada? Sería una afirmación muy cruda… Pero si la dignidad depende de la percepción del enfermo, entonces es subjetiva. Cualquiera podría decidir cuándo y en qué condiciones su vida es indigna. Por lo tanto, la sociedad debería dejar de intentar prevenir los suicidios y de luchar, por ejemplo, contra la anorexia, pues una persona podría decidir que su vida con cinco kilos de más es indigna, y suicidarse lentamente. Si alguien ha perdido la conciencia o la capacidad de deliberación, no hay vida específicamente humana. ¿Por qué una pérdida que se supone permanente de la conciencia hace que una vida deje de ser humana, y una pérdida temporal (durante el sueño, o tras un golpe), no? Mientras un ser humano vive, conserva la dignidad de todo ser humano. En una sociedad que presume de defender la dignidad humana y a los débiles, es una gran hipocresía defender que algunas vidas son más dignas que otras. Aquí ya no se habla de libertad del individuo, sino de poder de otros para eliminarlo. Legalizar la eutanasia no es aplicarla a todos, sino a quienes la elijan libremente. Uno de los principales defensores de la eutanasia en España, el doctor Luis Montes, llegó a declarar ante el juez que no había consultado a algunos de sus pacientes sobre la sedación terminal para no hacerlos sufrir. Difícil creer que con la eutanasia vaya a ser distinto. Un estudio de 1995, en Holanda, encontró que 900 eutanasias, de 4.500, se habían hecho sin consentimiento del paciente. En 1990, el informe Remmelink detectó un total de 8.100 actuaciones destinadas a acelerar la muerte, el 61% de ellas sin consentimiento del paciente. En Oregón, único Estado estadounidense (hasta ahora) donde estaba legalizado el suicido asistido, la ley exige que, ante la sospecha de que quien lo solicita sufra de algún trastorno psíquico, como la depresión (frecuente en enfermos terminales), se le remita a un especialista que evalúe si tiene capacidad de decidir libremente. Pero este mandato es ignorado, pues ninguna de las 46 personas que se suicidaron en 2007 fue evaluada, aunque una cuarta parte de ellos presentaba síntomas claros de depresión. Un estudio similar en Holanda descubrió que, al menos, el 50% de enfermos que habían solicitado la eutanasia estaban deprimidos. Claro, que no todos verán en esto un argumento en contra de la eutanasia, porque, si la depresión empeora la calidad de vida de los enfermos terminales -y no sólo de ellos-, siguiendo los argumentos pro-eutanasia, esa misma depresión justificaría la eutanasia. No se puede comparar la eutanasia con las prácticas nazis, porque aquéllas eran impuestas y la eutanasia es elegida libremente. Dejando aparte las dudas sobre la libertad al pedir la eutanasia, la comparación no se basa en que la eutanasia fuera voluntaria o no, sino en que cualquier eutanasia supone acabar con una vida porque se considera indigna. Si se admite que alguien pueda decidir eso sobre su propia vida, pronto pasarán a poder decidirlo los familiares, o los médicos. O los gestores del Gobierno, que quieren recortar gastos. Entonces morir se puede convertir en un deber, como pide la baronesa Warnock, bioeticista inglesa, para ancianos con demencia, que «malgastan la vida de la gente y los recursos» del sistema sanitario. El actor y activista de izquierdas Martin Sheen (protagonista de El ala oeste), ante el referéndum que ha legalizado el suicidio asistido en el Estado de Washington, advirtió en un anuncio de radio de que perjudicaría a las personas con 2 pocos ingresos, a los que, en vez de financiarles los tratamientos, «se animaría a elegir el suicidio asistido». Los enfermos con cáncer de Oregón están descubriendo que el sistema sanitario no cubre sus tratamientos, pero sí el suicidio asistido. Si la autonomía del paciente está regulada, es una contradicción que no se le permita ser autónomo hasta el final. Los derechos individuales no prevalecen siempre. Por ejemplo, el derecho a la propiedad cede ante un embargo e incluso ante una expropiación para realizar obras públicas. Cuánto más la autonomía del paciente, al entrar en conflicto con la propia vida, requisito previo de todos los demás bienes y derechos. Aunque algunos no la compartan, diversas organizaciones defensoras de la vida han defendido la legitimidad de la decisión de Hanna Jones, la menor que ha rechazado un transplante de corazón. ¿Qué diferencia hay entre eso y la eutanasia, por ejemplo, retirando un ventilador o la alimentación? No aplicar un tratamiento y aceptar la muerte es distinto a intervenir directamente para provocarla, ya sea con una inyección letal (eutanasia activa) o retirando la alimentación, hidratación, ventilación o higiene, que no son tratamientos médicos, sino cuidados básicos debidos a la dignidad humana (eutanasia pasiva). Aun en el caso de legalizarse, la eutanasia sólo se aplicaría en casos muy concretos y limitados. Una vez se abre la puerta a la eutanasia y/o al suicidio asistido, se entra en una pendiente deslizante, pues la sociedad se acostumbra a esta práctica y se reduce el umbral de tolerancia al sufrimiento. Cada vez se está aplicando más a enfermos no terminales, y se llega a casos extremos como el de la alemana Bettina Schardt, a quien un activista pro-eutanasia ayudó a morir porque le costaba cuidar de sí misma y no quería acabar en un asilo. En una carta al director en el diario El País, un lector justificaba la eutanasia como solución a la situación de tantos mayores desatendidos y solos como hay hoy en día, que «verían el cielo abierto». La eutanasia y el suicidio asistido son una respuesta al sufrimiento. El doctor Montes instauró en el servicio de Urgencias que dirigía la frase: «Hay que sedar [sedaciones terminales] por ética y por estética». La estética se refería a los pacientes en coma que, sin estar sufriendo, resultan desagradables de ver cuando tienen crisis epilépticas, se mueven o emiten sonidos. También son, claro, candidatos a la eutanasia. El sufrimiento es siempre un mal y todo está justificado, con tal de evitarlo. El sufrimiento es parte de la vida y, aunque se debe luchar por acabar con él, el fin no justifica los medios. «Me preocupa que, al defender el derecho a la sedación final definitiva, lo hagamos de tal forma que contribuya a fortalecer el miedo al sufrimiento y, como derivada, la intolerancia de cualquier situación que nos pueda parecer dolorosa. Porque entonces podemos legitimar socialmente actuaciones que obedezcan más a una cultura de anestesia que a una cultura de dignidad en el vivir». Lo afirmaba Milagros Pérez Oliva, especialista en temas de Sanidad de El País, en un seminario, aunque años después ha contribuido a lo que entonces criticaba. Es admirable que algunas personas muy enfermas o con graves discapacidades saquen su vida adelante, pero no se le puede exigir eso a todas. La sociedad tiene el deber de proteger a los grupos más vulnerables, como los discapacitados. Y estos colectivos han declarado en varias ocasiones el daño que les hace cada vez que se habla de eutanasia, cómo el mensaje que se transmite sobre la discapacidad es cada vez más negativo, e incoherente con la lucha por su integración. Se debe legalizar la eutanasia para evitar el encarnizamiento terapéutico. 3 La misma deontología médica que se opone a un exceso, se opone al otro. Hay que investigar esos casos y sancionarlos, en el caso de que realmente se den. De existir de verdad, seguramente los medios pro-eutanasia les darían publicidad, cosa que no ha ocurrido. La eutanasia es compatible y el complemento perfecto a los cuidados paliativos. En el hospital Severo Ochoa, de Leganés, a pesar de que, en el año 2003, se creó una Unidad de Cuidados Paliativos, se siguieron practicando las sedaciones terminales indebidas en Urgencias, lo que demuestra el divorcio que, en la realidad, existe entre los cuidados paliativos y otras prácticas que se intentan asimilar con ellos. El doctor Montes llegó a afirmar, en el periódico Diagonal, que «no hace falta que el enfermo haya pasado por una unidad de cuidados paliativos» antes de ser sedado terminalmente. Hay un clima de opinión que pide que se legalice la eutanasia. No es cierto. Ciertos sectores de la sociedad, con películas como Mar adentro (de argumento similar a una película de propaganda nazi), la manipulación política del caso Montes (que no consiguió impedir que el PP mejorara sus resultados electorales en Leganés y la Comunidad de Madrid en 2007) y las declaraciones periódicas del ministro Bernat Soria, pretenden que la eutanasia tenga una mayor presencia en los medios de la que realmente tiene en la calle o entre los profesionales sanitarios. Hasta la ex ministra de Sanidad socialista, Elena Salgado, declaró al poco de estrenarse Mar adentro que no existe «una demanda de este tipo, ni tan siquiera ese debate». Es mejor que la eutanasia se aplique en el ámbito sanitario, en vez de que la gente busque formas de suicidarse por su cuenta. Siempre habrá casos que no cumplan los requisitos, y los activistas son los primeros en aconsejar los métodos clandestinos. El activista Philip Nitschke, que explica su método de suicidio en conferencias y a través de Internet, recomendó a quienes crean que tienen alzheimer que busquen ayuda para suicidarse lo antes posible y no acudan al médico. La organización Dignitas enseñó a cuatro de sus clientes a suicidarse con helio para evitar los trámites legales. Para aclarar ideas Eutanasia: Acción u omisión, por parte del médico u otra persona, con la intención de provocar la muerte del paciente terminal o altamente dependiente, por compasión y para eliminarle todo dolor (si el fin es reducir gastos sería homicidio). Puede ser voluntaria (con el consentimiento del paciente), involuntaria (contra la voluntad del paciente) o no voluntaria (no consta el consentimiento). En la eutanasia pasiva se omiten cuidados (hidratación, alimentación, ventilación) o tratamientos indicados y proporcionados. No es eutanasia pasiva la omisión de tratamientos desproporcionados o fútiles, que es legítima. Encarnizamiento (obstinación o ensañamiento) terapéutico: Práctica, contraria a la deontología, de aplicar tratamientos inútiles o útiles, pero desproporcionadamente molestos, para el resultado que se espera. Ortotanasia: Reconociendo en todo momento la dignidad de la vida del paciente, permitir que la muerte natural llegue, con los máximos tratamientos paliativos y recurriendo a medidas razonables, y con asistencia psicológica y espiritual. Sedación terminal: Administración deliberada de fármacos para lograr el alivio, inalcanzable por otros medios, de un sufrimiento físico y/o psicológico, mediante la disminución suficientemente profunda y previsiblemente irreversible de la conciencia, en un paciente cuya muerte se prevé muy próxima, con el consentimiento explícito, implícito o delegado. No es relevante que, como efecto no buscado, se adelante la muerte, mientras no sea lo que se pretenda directamente y esté aplicada correctamente: cumpliendo los requisitos anteriores y empezando con la dosis mínima, que se subirá gradualmente hasta hacer remitir los síntomas. Suicidio asistido: Ayudar a quitarse la vida cuando la persona no sea capaz por sus propios medios. www.parroquiasantamonica.com

La dudosa libertad de la eutanasia. Informe de la comisión parlamentaria francesa sobre los derechos de los enfermos y el fin de la vida



1 La dudosa libertad de la eutanasia. Informe de la comisión parlamentaria francesa sobre los derechos de los enfermos y el fin de la vida Las propuestas de legalizar la eutanasia suelen apelar a la libertad del individuo, que debería decidir con autonomía sobre su muerte. Pero ¿hasta qué punto es real esa libertad en el enfermo? Y ¿cuáles serían las consecuencias de reconocer un derecho a morir exigible a la sociedad? Estas y otras cuestiones fueron estudiadas por una comisión de la Asamblea Nacional francesa, presidida por el diputado Jean Leonetti, encargada de evaluar la aplicación de la ley sobre los derechos de los enfermos terminales (1). Hemos seleccionado unos fragmentos del informe final (2). Fecha: 7 Enero 2009 - Aceprensa Los que defienden la legalización de la eutanasia hacen basar en un acto libre y voluntario la petición de ayuda para morir. Y esta petición crearía un derecho: el derecho a morir, universal y real, que es el que se reivindica. Pero si bien después de la Revolución Francesa se ha entendido que cada uno puede disponer de su propia vida y que el suicidio no debe ser objeto de una incriminación penal, la demanda del reconocimiento de un derecho a morir es algo muy distinto: éste compromete a la sociedad en cuanto el suicidio dejaría de ser un asunto privado y pasaría a negociarse públicamente, apelando a reglas tutelares de derechos que incluyen prestaciones ad hoc por parte del poder público. Pero ¿podría satisfacerse esta demanda a un nivel tan general –lo que haría que este derecho no pudiera negarse a nadie– cuando las debilidades y la complejidad de los motivos que están en la base de una petición de muerte denotan más la impotencia y la desesperación del individuo que el poder de elegir su destino? o ¿De qué libertad hablamos? Frente al peso del infortunio o de la enfermedad; frente, asimismo, a las consecuencias de las proezas técnicas que colocan a veces a los enfermos en situaciones de dependencia extrema, el reconocimiento de un derecho a morir vendría a ser el derecho a una libertad entendida como autodeterminación. (…). “Esto remite –explica [el médico y genetista] Axel Kahn– a la voluntad de controlar nuestro ser, nuestras decisiones, de conservar nuestra libertad hasta la muerte. Con este espíritu ha nacido el ideal de la última libertad: ser siempre dueños de nosotros mismos, de nuestra muerte, y no abandonarnos a la voluntad de terceros”. Pero un dominio semejante sobre nuestro destino no es posible más que bajo unas condiciones tan excepcionales que podríamos preguntarnos, como hace Kahn, si no se tratará más bien de una pura abstracción. En el caso de una petición de eutanasia, “la vida y la muerte no se presentan como dos opciones igualmente abiertas por el simple hecho de que la vida no puede contemplarse como una solución al dilema. La muerte, en realidad, se impone al ánimo del individuo, y éste, teniéndose por libre, se precipita hacia la única salida que tiene por delante”. “[La] petición [de muerte] – prosigue Axel Kahn– emana siempre de una persona para la que la vida se ha vuelto insoportable, y que estima que no tiene otra opción que la de interrumpirla. Es exactamente lo contrario de la libertad, y conviene, de una vez por todas, torcer el cuello a esta idea según la cual la demanda de la eutanasia consistiría en una de esas libertades gloriosas por las que estamos dispuestos a batirnos porque constituyen un ideal de vida. En absoluto se trata de eso”. (…) o Voluntad coaccionada La voluntad del enfermo que pide la muerte es engañosa. “De modo subrepticio o implícito –explica el sociólogo Patrick Baudry–, en las discusiones o en la construcción de imaginarios se usan palabras que se presentan como si procedieran de una perfecta evidencia. ¿Quién podría estar contra la idea de ser independiente, autónomo? Nadie. Pero ¿qué hay detrás?”. Detrás de esta afirmación de autonomía hay sobre todo la voluntad de un individuo solitario, aislado y abandonado, cuyas decisiones son más el efecto del desajuste de los vínculos sociales y de la debilidad de la solidaridad que la realización de una aspiración a una soberanía individual. El personal sanitario que ha participado aquí en representación de varias asociaciones ha confirmado este sentimiento de abandono en casi todos los pacientes que reclamaban morir. (…) Una petición de muerte no se formula jamás en los términos ideales de una voluntad a la que no coacciona ningún factor externo. Ésta se muestra, por el contrario, en tal situación, como la más constreñida de las voluntades, a la que el abandono social ha vuelto frágil hasta el punto de hacerla incapaz para oponer a la muerte cualquier valor de la vida; o sobre la cual han pesado las circunstancias de modo tan directo que la han anulado. (…) Escuchada por la comisión parlamentaria, Maryannick Pavageau ha testimoniado que las personas enfermas, como ella, de SLI (Síndrome de Locked-in, enclaustramiento), no formulan peticiones de muerte más que en momentos de desesperación. Esta desesperación está “ligada a un fenómeno de soledad”; soledad agravada, ha explicado Joël Pavageau, por el hecho de que “estas personas se consideran a veces un estorbo para quienes las rodean”. La enfermedad y la vejez son en efecto estados en los que resulta muy marcada la capacidad de la voluntad para ser influida por otros. Para las personas que se tienen por un estorbo para su familia o para el personal médico que las cuida, el derecho a morir corre el riesgo de ser interpretado como una obligación moral de desaparecer. o El temor a ser una carga “En la vida real –recuerda [la filósofa] Suzanne Rameix– hay personas muy frágiles que, en cualquier momento, podrían interiorizar el rechazo del que son objeto. Habrá entonces demandas de ayuda al suicidio que no serían en absoluto expresión de libertad, sino de presiones, directas –el maltrato, por ejemplo– o indirectas –el sentimiento de que se es una carga o la causa de muchos gastos, etc.–”. (…) La Dra. Marie-Hélène Boucand, coordinadora médica en la Asociación Francesa del Síndrome de Ehlers-Danlos, ha tenido ocasión de ilustrar esta vulnerabilidad de los pacientes mostrando el efecto de arrastre que tuvo la demanda de 2 muerte formulada por Chantal Sébire (3) sobre Clara Blanc, joven de 31 años enferma, como la Dra. Boucand, de un síndrome de Ehlers-Danlos. “La asociación ha señalado la repercusión involuntaria, pero ciertamente real, de estas demandas de suicidio asistido sobre los enfermos que sufren la misma enfermedad y que luchan a diario para que la vida sea posible y buena: los enfermos anónimos olvidados por la prensa que han escogido luchar por la vida, cualquiera que sea su nivel de dependencia, de enfermedad o de limitación. Desearía que en todos nuestros debates éticos pensásemos en ellos”. A este debilitamiento de la voluntad de la persona corre el riesgo de añadirse un debilitamiento de la determinación por parte de su entorno. En efecto, una obligación “moral” semejante podría ganar igualmente, de manera insidiosa, al cuerpo social. Según la Dra. Boucand, cuando el sufrimiento experimentado por el enfermo pasa a desesperar a su entorno o a la institución que lo tiene a cargo, “y el ‘no puedo más’ se convierte para todos en un ‘es insoportable’, la única salida lógica para la persona que sufre es, entonces, desaparecer. Es una elección que podría incluso imponerse progresivamente al entorno y a la sociedad, que, bajo el ambiguo argumento de la compasión, acabará aceptando o proponiendo que se suprima a la persona para suprimir su sufrimiento. Tentación que permitiría a todos no tener que ver más con el sufrimiento y con los que sufren.” Estas distintas llamadas de atención hechas en el curso de las declaraciones sobre la profunda aflicción en la que está sumida la persona que enfrenta la muerte, y sobre las fluctuaciones de su voluntad, hacen muy discutible la redacción de directrices sobre el modelo de la legislación belga, donde el enfermo podría pedir, de modo anticipado, que se le haga objeto de la eutanasia si se dan ciertas condiciones. (…) Cualesquiera que sean las circunstancias, pesará para siempre la sospecha de que esta “ayuda a morir” no haya sido en realidad sino el asesinato de una persona vulnerable. o La invencible finitud Suzanne Rameix, catedrática del departamento de ética médica de la Facultad de Medicina de Créteil, ha subrayado la diferencia entre el rechazo de un tratamiento por parte del enfermo y la petición de que se le suministre una sustancia mortal. “En el primer caso, se trata del rechazo a que un tercero haga algo sobre mí: en el segundo, se pide que un tercero haga algo sobre mí. Esta última demanda no sería un derecho-libertad, sino la exigencia de un derecho que me es debido”. Al formularse de este modo, el derecho a morir hace recaer sobre todos el deber de proporcionar los medios necesarios para su realización. Rameix se pregunta por la coherencia entre la autonomía que reivindican los que quieren ser los dueños de su propio final y los valores comunes que estructuran una sociedad. ¿Qué queda de estos últimos si toda la cuestión se resuelve en un problema de ejercicio de libertad individual y de igualdad de derechos? “(...) La libertad es una autodeterminación y deja de ser una autonomía: conserva la raíz ‘auto’, que quiere decir ‘por sí mismo’, pero no existe ya el ‘nomos’, esto es, la ley, lo que puede generalizarse, compartirse con los otros, universalizarse incluso. La misma dignidad se transforma en objeto de evaluación y de conveniencia personal”. En el caso de Diane Pretty, los jueces del Tribunal Europeo de Derechos Humanos han juzgado asimismo sin fundamento la tentativa de legitimación jurídica de semejante relativismo negándose a admitir que el derecho a la vida pueda “crear un derecho a la autodeterminación en el sentido de dar a todo individuo el derecho a escoger la muerte antes que la vida”. De manera más general, la reivindicación de la eutanasia parece ignorar singularmente la temática contemporánea a propósito de la responsabilidad colectiva. Como subraya Rameix: “Ahora es imposible pensar en el ejercicio de libertades individuales sin tener en cuenta sus consecuencias para los demás o para la naturaleza”. ¿Cuáles serían para los otros las consecuencias de la obligación de cometer un homicidio? El que reclama el derecho a morir ¿habrá medido los efectos que su demanda seguirá teniendo cuando él ya no esté? Es propio de la responsabilidad del individuo no hacer abstracción de la vulnerabilidad de la sociedad que quiere abandonar ni del futuro así debilitado de los seres de los que se separa. (...) ¿Con esta demanda no se pondrá acaso de manifiesto, de manera más profunda, una negación de las condiciones de existencia de todo ser mortal? “Es necesario tomar conciencia –recuerda la Sra. Rameix– de que el hombre no puede vencer la finitud; los impedimentos, la muerte, la angustia existencial, el duelo, la vejez pertenecen a la existencia humana. Salvo que se caiga en esa lógica de dominio que nos conducirá a suprimir al discapacitado, a precipitar la muerte, a gestionar el duelo, a preconizar la ‘vejez lograda’, etc. No hay que pedir a la medicina que produzca una forma de sobrehumanidad”. Creer que esto sea posible conduce de hecho a situaciones de la más extrema angustia. ----------------------------- NOTAS (1) Cfr. “Francia: se aprueba la ley sobre el fin de la vida” (Aceprensa, 20-04-2005) y artículos relacionados en www.aceprensa.com. (2) Texto completo en http://www.assemblee-nationale.fr/13/dossiers/mission_fin_vie.asp. Cfr. “Francia: Rechazada la legalización de la eutanasia” (Aceprensa, 9-12-2008) y resumen de una entrevista a Jean Leonetti en La Croix (“La búsqueda de sentido frente a la reivindicación de la eutanasia”, www.aceprensa.com, 10-11-2008). (3) Sobre este caso, ver “¿Derecho a morir? El principio y la excepción” (Aceprensa, 28-03-2008) y artículos relacionados. www.parroquiasantamonica.com

La búsqueda de sentido frente a la reivindicación de la eutanasia



La búsqueda de sentido frente a la reivindicación de la eutanasia Jean Leonetti, diputado francés El diputado francés Jean Leonetti, presidente de la comisión parlamentaria que preparó la Ley sobre los derechos de los enfermos y el fin de la vida aprobada en 2005, opina sobre las iniciativas que defienden la eutanasia como un derecho a morir con dignidad. Fuente: La Croix - Fecha: 10 Noviembre 2008 Entrevistado por La Croix (29-10-2008), las respuestas de Leonetti, cuya carrera política no le ha impedido el ejercicio activo de su profesión de cardiólogo, quieren clarificar un debate muchas veces confuso. Mientras que la Asociación por el Derecho a Morir con Dignidad (ADMD) presenta la eutanasia como un acto de valentía y de libertad, Leonetti observa que “no se trata de situaciones de libertad: los que piden morir lo hacen porque sufren enormemente o porque se sienten abandonados”. Dicho de otra forma, “estas personas están entre la ‘elección’ de vivir en un callejón sin salida o de huir hacia la muerte: esto no es lo que yo llamo libertad. Libertad sería la de poder cambiar de opinión, pero la eutanasia es irreversible. Una cifra resulta reveladora en este aspecto: tres de cada cuatro personas que intentan suicidarse y se salvan, no reinciden”. Advirtiendo contra la “estafa” que supone este tipo de reivindicaciones, Leonetti distingue entre dos tipos de situaciones. Por una parte está la situación del paciente terminal, cuando al enfermo solo le quedan unos pocos días o semanas de vida. En este caso, la ley francesa de 2005 sobre el fin de la vida responde a prácticamente todas las situaciones (cfr. Aceprensa 46/05). “Si la persona sufre –explica Leonetti–, pueden aumentarse las dosis de medicamentos, incluso aunque esto implique el efecto secundario de abreviar la vida. Se puede también dormirla con la ayuda de sedantes, o detener, si ella lo pide, un tratamiento que la mantenga viva artificialmente. La ley dice también que, en tales circunstancias, la calidad de la vida prima sobre su duración. En resumen, la legalización de la eutanasia resulta inútil en este supuesto”. Cuando la muerte no es inminente Otra segunda situación se da en casos de enfermedad grave e incurable, pero sin que la muerte resulte inminente, como ocurrió con Chantal Sébire (enferma francesa de cáncer que solicitó la eutanasia: cfr. Aceprensa 33/08). El diputado aclara: “Se trata de una situación en la que la persona reivindica su derecho a morir diciendo: ‘es mi elección, mi libertad, quiero morir, ayúdeme a hacerlo’. En esta hipótesis la persona puede suicidarse; es un ‘derecho libertad’, pero no es un derecho que pueda exigir ante la sociedad. En otras palabras, la sociedad no tiene que asumir ese gesto por ella. Chantal Sébire se suicidó, fue su elección personal respetable, pero la sociedad no tenía que erigirla en ley”. Frente al argumento según el cual, al dejar que las personas se las arreglen como puedan para suicidarse, se las priva de una muerte tranquila, Leonetti responde: “Seamos sinceros: con Internet, quienes quieran matarse sin brutalidad encuentran los medios. Además, según se ha visto durante los trabajos de la misión parlamentaria, mientras no haya provocación, ni incitación, ni manipulación, la asistencia al suicidio no es penalmente reprensible en Francia. En cierta manera, la excepción de eutanasia, sobre la que mucho se ha hablado tras el asunto de Sébire, existe ya de hecho: si en unas circunstancias completamente particulares hay trasgresión, y el autor la asume y rinde cuenta por ello ante el juez, éste instruirá, verificará y dará por terminado el asunto si comprueba que ha sido la solución menos mala”. Eutanasia y opinión pública Ante la posibilidad de que la opinión pública se adscriba al discurso favorable a la eutanasia por su supuesta “modernidad”, Leonetti señala que, en casos como el de Sébire, “por un lado estaba la simplicidad de la emoción y de la imagen del dolor; frente a ello, un razonamiento que acepta la complejidad de una situación particular. Pero la imagen es más fuerte que la razón”. Sin embargo, advierte que en nuestra sociedad discurren actualmente dos grandes movimientos: “de una parte, una demanda individual cada vez más fuerte, donde la reivindicación de cada cual se vive como un derecho; de la otra, una búsqueda de sentido: sentido de la vida, de la solidaridad, de la vinculación. No hay que subestimar este segundo movimiento, que es muy profundo”. “La eutanasia podría efectivamente aparecer como legítima si no hubiera respuesta para los sufrimientos atroces. La defensa de la eutanasia podría parecer moderna, pero con el desarrollo de los cuidados paliativos ya no lo es. El ‘ocuparse de otro’ es la verdadera actitud moderna. Es falso afirmar, como lo hace la ADMD, que los dos sistemas pueden coexistir. En realidad son incompatibles porque remiten a valores radicalmente distintos”. www.parroquiasantamonica.com

Hipótesis y realidades en el debate sobre la legalización de la eutanasia: el requisito de la libre decisión del paciente es mucho más difícil de comprobar que la renta real de un contribuyente.



Hipótesis y realidades en el debate sobre la legalización de la eutanasia: el requisito de la libre decisión del paciente es mucho más difícil de comprobar que la renta real de un contribuyente. Firmado por Rafael Serrano - Aceprensa - Fecha: 26 Mayo 1999 Los partidarios de legalizar la eutanasia insisten en que no pretenden levantar la veda de enfermos terminales. Unas estrictas condiciones estipuladas en la ley asegurarían que la eutanasia se practicase con las debidas garantías, respetando siempre la voluntad del interesado. A esto replican otros que legalizar la eutanasia la haría, en la práctica, incontrolable. Toda ley tiene agujeros, que se aprovechan para aplicarla a casos no previstos, como bien sabe el Fisco. Y en el caso de la eutanasia, el requisito de la libre decisión del paciente –susceptible, por su mismo estado, al desánimo y a insinuaciones ajenas– es mucho más difícil de comprobar que la renta real de un contribuyente. Sobre todo, añaden, se extendería la mentalidad de que la eutanasia es admisible, y –abatida la barrera de la prohibición absoluta– muchos ya no lo pensarían dos veces antes de aplicarla, y no serían rigurosos en el cumplimiento de las condiciones. Unos y otros argumentos llevan verbos en modo potencial. ¿No se puede verificarlos de alguna manera? Como en cualquier otro campo, el mejor método de predicción es tener en cuenta lo que ya ha pasado. En Río de Janeiro, un enfermero ha sido acusado de causar la muerte a 131 pacientes de un hospital. Él ha admitido cinco casos, y ha explicado así su conducta: "Lo hice por caridad". Sólo pretendía "paliar la angustia de los enfermos y de sus familias, que me producían un inmenso dolor" (El País, 9-V-99). La policía sospecha, además, que cobraba comisiones de empresas funerarias a las que comunicaba, antes que a nadie, los fallecimientos. Casos semejantes salen a la luz periódicamente. A principios de este año, varios médicos británicos fueron denunciados por cincuenta muertes –cuarenta de ellas en un mismo hospital– de pacientes con demencia senil (cfr. El Mundo, 7-I-99). Una enfermera francesa ha sido condenada por aplicar la eutanasia, por su cuenta y riesgo, a treinta pacientes (cfr. Le Monde, 24-IX-98). En 1997 se supo que una enfermera y un médico daneses habían hecho lo mismo con 22 ancianos de una residencia geriátrica (cfr. International Herald Tribune, 22-X-97). Todos ellos, como el acusado de Río, obraron sin preguntar. Si es real que hay gente como ellos, legalizar la eutanasia supone eliminar una barrera disuasoria. No es fácil creer que se dieran menos casos si la eutanasia no fuera ilícita por principio y, por tanto, hubiera más posibilidades de escapar a la justicia. Así lo muestra la experiencia de Holanda, donde sí está despenalizada la eutanasia, formalmente desde 1993 y de hecho desde varios años antes. Allí un enfermo puede lograr que los médicos le den muerte si manifiesta expresamente su deseo, como reclaman los partidarios de la legalización. Pero tales casos son unos 3.000 al año, según los datos oficiales, muchos menos que los 14.700 de eutanasia sin consentimiento del paciente registrados en el último recuento (ver servicio 171/94). Los partidarios de la eutanasia suelen argumentar con casos de tetrapléjicos y otros enfermos que insisten en su deseo de morir y protestan porque la ley no se lo permite. Pero hay que traer a la memoria también los otros casos, mucho más numerosos. Entonces se ve que los riesgos de legalizar la eutanasia no son hipotéticos. Rafael Serrano  Artículos relacionados Cada vez se practica más la eutanasia a pacientes que no han dado su consentimiento Antonio Pardo (21 Diciembre 94) www.parroquiasantamonica.com

Eutanasia y muerte digna: ¿Dónde termina la sedación y empieza la eutanasia?¿De qué hablamos cuando hablamos de muerte digna?



Eutanasia y muerte digna: ¿Dónde termina la sedación y empieza la eutanasia?¿De qué hablamos cuando hablamos de muerte digna? ¿Dónde termina la sedación y empieza la eutanasia? ¿Hasta dónde nos llevaría una legalización de prácticas eutanásicas? ¿De qué hablamos cuando hablamos de “muerte digna”? El Dr. Manuel González Barón es jefe del Servicio de Oncología Médica del Hospital Universitario La Paz y director de la Cátedra de Oncología Médica y Medicina Paliativa de la Universidad Autónoma (Madrid). En un artículo en el diario El Mundo (24-11-2008) advierte que legalizar la eutanasia supondría “un cambio de consecuencias incalculables”.  Fuente: El Mundo - Fecha: 24 Noviembre 2008 En Aceprensa, 27 noviembre 2008 o Diferencia entre la sedación, “éticamente aplicada”, y la eutanasia El Dr. González Barón señala la diferencia entre la sedación, “éticamente aplicada”, y la eutanasia. En la sedación, la intención y el resultado directo es aliviar el sufrimiento del enfermo mediante un fármaco sedante; con la eutanasia se pretende provocar la muerte del paciente administrándole un fármaco letal. o Descripción de "muerte digna" Sobre la “muerte digna”, González Barón sugiere una descripción que probablemente corresponde a la idea mayoritaria: “Morir sin dolor u otros síntomas mal controlados, morir a su tiempo natural sin que se acorte ni se prolongue de forma artificial el proceso de la muerte, morir rodeado del cariño de la familia y los amigos, morir con la posibilidad de haber sido informado adecuadamente, eligiendo –si se puede– el lugar (domicilio u hospital) y participando en todas las decisiones importantes que le afecten”. Legalizar la eutanasia sería “una solución innecesaria y peligrosa para un problema que todavía está pendiente de resolver en muchos lugares: el de las personas que mueren en malas condiciones sin una atención médica adecuada y en un ambiente deshumanizado”. A la vista de ello, legalizar la eutanasia sería “una solución innecesaria y peligrosa para un problema que todavía está pendiente de resolver en muchos lugares: el de las personas que mueren en malas condiciones sin una atención médica adecuada y en un ambiente deshumanizado”. Sería un error plantearse despenalizar la eutanasia cuando aún no se proporcionan cuidados paliativos a muchos pacientes. Sería un error plantearse despenalizar la eutanasia cuando aún no se proporcionan cuidados paliativos a muchos pacientes. Más bien habría que hacer como en Canadá, donde el Senado descartó debatir sobre la eutanasia hasta que todos los ciudadanos tuvieran acceso a unos cuidados paliativos de buena calidad. Si se admite la eutanasia para casos excepcionales, poco a poco se va aplicando también en casos no tan extremos Ahora bien, las propuestas de autorizar la eutanasia suelen presentarse como solución a casos extremos y con todas las cautelas legales para asegurar que no se cometerían abusos. “La experiencia, sin embargo, demuestra que si se admite la eutanasia para casos excepcionales, poco a poco se va aplicando también en casos no tan extremos”. Así ha sucedido en Holanda: los cuatro sucesivos informes oficiales publicados hasta ahora cuentan centenares de casos anuales en que los médicos aplican la eutanasia sin petición previa de los enfermos. La permisividad ha ido desvirtuando las garantías legales, y se dan hechos como el referido en 1997 en el Journal of the American Medical Association: “Una paciente holandesa con cáncer de mama a la que su médico aplicó la eutanasia sin su consentimiento, alegando que todavía podría haber vivido una semana más y él necesitaba esa cama libre”. Como la eutanasia, a diferencia del suicidio, requiere que intervenga un médico, legalizarla “significa reconocer a una persona (el médico) el derecho a disponer de la vida de otra persona (el enfermo que se la pide). Por otra parte, quienes alegan que “la eutanasia es un derecho de la autonomía individual (…) pierden de vista su incidencia en la protección del bien común”. Como la eutanasia, a diferencia del suicidio, requiere que intervenga un médico, legalizarla “significa reconocer a una persona (el médico) el derecho a disponer de la vida de otra persona (el enfermo que se la pide). Esto tiene unas consecuencias evidentes: una sociedad en la que los médicos no sólo curan y alivian sino que también matan, es una sociedad menos humana (y, desde luego, menos segura para muchos enfermos). Sería un cambio de unas consecuencias incalculables, pues modificaría la regla más básica de una sociedad civilizada: no matarnos unos a otros”.  Ver artículo original: Suicidio asistido y eutanasia... ¿muertes dignas? (de pago). www.parroquiasantamonica.com

Suicidio asistido y eutanasia... ¿muertes dignas?



1 Suicidio asistido y eutanasia... ¿muertes dignas?  EL MUNDO - TRIBUNA LIBRE - 24 NOVIEMBRE 2008 Manuel González Barón. Jefe del Servicio de Oncología Médica del Hospital Universitario La Paz y director de la Cátedra de Oncología Médica y Medicina Paliativa de la Universidad Autónoma de Madrid. En Aceprensa: 27 noviembre 2008 Cada vez con mayor frecuencia, oímos hablar en los medios de comunicación de suicidio asistido, eutanasia, muerte digna...; y no pocas veces se advierte una notable confusión entre quienes utilizan esos términos. Esa confusión contamina después necesariamente las encuestas que se hacen sobre estas cuestiones. Puede tener cierto interés, por tanto, empezar clarificando algunos conceptos. La Asociación Médica Mundial, en 1987, definió la eutanasia como «acto deliberado de poner fin a la vida de un paciente». Más explícita y completa me parece la definición que dio la Sociedad Española de Cuidados Paliativos en el año 2002: «Conducta (acción u omisión) intencionalmente dirigida a terminar con la vida de una persona que tiene una enfermedad grave e irreversible, por razones compasivas y en un contexto médico». ¿Cuál es la diferencia entre la eutanasia y el suicidio asistido? En la eutanasia, es el médico -u otro sanitario dirigido por él- quien administra la inyección letal que provoca la muerte del enfermo. En cambio, en el suicidio asistido, el paciente se causa a sí mismo la muerte, con la ayuda de alguien que le proporciona los medios; si quien le ayuda es un médico, se habla de suicidio médicamente asistido. Es preferible evitar el término eutanasia pasiva, pues sólo crea confusión. Interesa aclarar que no son conductas eutanásicas las siguientes: 1. El respeto por parte del médico al posible rechazo del paciente a unos tratamientos que éste considera desproporcionados para su situación. 2. La conducta del médico que evita aquellos tratamientos o pruebas diagnósticas que no considera indicados en un paciente, y que le ocasionarían más molestias que beneficios: es lo que se llama limitación del esfuerzo terapéutico (lo contrario sería caer en la obstinación terapéutica o diagnóstica). 3. La administración -cuando sea necesaria para el control del dolor o de otro síntoma molesto- de dosis elevadas de fármacos, aunque pudieran acortar secundariamente la vida del paciente. Una variante de esta actuación es la llamada sedación paliativa. Un documento de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos definía la sedación paliativa como la administración deliberada de fármacos, en las dosis y combinaciones requeridas, para reducir la consciencia de un paciente con enfermedad avanzada o terminal, tanto como sea preciso para aliviar adecuadamente uno o más síntomas refractarios y con su consentimiento explícito, implícito o delegado. Evidentemente no hay que confundir la sedación, éticamente aplicada, con la eutanasia. Como se explica en ese documento, ambas difieren en el objetivo, la indicación, el procedimiento, el resultado y el respeto a las garantías éticas. En la sedación, la intención es aliviar el sufrimiento del paciente, el procedimiento es la administración de un fármaco sedante y el resultado es el alivio de ese sufrimiento; en cambio, en la eutanasia la intención es provocar la muerte del paciente, el procedimiento es la administración de un fármaco letal y el resultado la muerte. No supone ningún problema ético -sino que es un deber para el médico- proceder a la sedación de un enfermo, con su consentimiento previo, cuando se llega a la conclusión de que es el único recurso para controlar algún síntoma físico o psíquico de entidad (por ejemplo, disnea, dolor, delirium o distrés emocional), que no responda a otros tratamientos. Además de ponderar la dosis y el fármaco adecuados, conviene que el médico reseñe en la historia clínica el motivo de la sedación, el modo en que se ha explicado al enfermo y la manera en la que ha prestado su consentimiento. El concepto de muerte digna está ya tan manido que no dice casi nada. En cualquier caso, para la mayoría de las personas seguramente incluye las siguientes condiciones: morir sin dolor u otros síntomas mal controlados, morir a su tiempo natural sin que se acorte ni se prolongue de forma artificial el proceso de la muerte, morir rodeado del cariño de la familia y los amigos, morir con la posibilidad de haber sido informado adecuadamente, eligiendo -si se puede- el lugar (domicilio u hospital) y participando en todas las decisiones importantes que le afecten. 2 Una vez aclarados esos conceptos, podemos ya adentrarnos en lo que supondría la posible legalización de la eutanasia. En mi opinión, dicha medida sería una solución innecesaria y peligrosa para un problema que todavía está pendiente de resolver en muchos lugares: el de las personas que mueren en malas condiciones sin una atención médica adecuada y en un ambiente deshumanizado. Me parece un dramático error plantearnos la posibilidad de despenalizar la eutanasia cuando todavía hay muchos enfermos en nuestro país que no tienen acceso real a unos Cuidados Paliativos de calidad. Sugiero que -en este terreno- sigamos el ejemplo de Canadá: hace unos años, una enferma de esclerosis lateral amiotrófica pidió la eutanasia a la Corte Suprema; se estudió el asunto a fondo en el Senado y la conclusión fue que no se debía debatir sobre la eutanasia hasta que todos los canadienses tuvieran acceso a unos buenos Cuidados Paliativos. Cuando se plantea la posibilidad de legalizar la eutanasia, se insiste en que será sólo para casos extremos y tomando medidas para evitar posibles abusos. La experiencia, sin embargo, demuestra que si se admite la eutanasia para casos excepcionales, poco a poco se va aplicando también en casos no tan extremos. Así en Holanda la Justicia se ha ido haciendo cada vez más permisiva con casos que no cumplen los requisitos legales. Veamos sólo algunos ejemplos: en 1994 el Tribunal Supremo no penalizó al Dr. Chabot, que ayudó a suicidarse a una mujer sana pero desesperada porque sus dos únicos hijos acababan de fallecer; en 1996 una médico facilitó la bebida letal a un paciente de 71 años sin ninguna enfermedad importante, y el fiscal no consideró necesario procesarla; en el año 2002 el Tribunal Supremo holandés no impuso ninguna pena al médico que practicó la eutanasia a Edward Brongersma, que -con 86 años pero físicamente sano- la solicitó alegando «no tener ganas de vivir». Aunque la ley holandesa no permitía inicialmente la eutanasia de menores de 12 años, en noviembre de 2005 se aprobó la eutanasia para niños de cualquier edad. En los cuatro estudios oficiales que se han ido publicando sobre la práctica de la eutanasia en Holanda se cuentan cada año por centenares los casos de eutanasias efectuadas por los médicos sin que hubieran sido solicitadas por los enfermos. Los médicos las justifican con razones como «baja calidad de vida», «facilitar la situación a la familia», «acortar los sufrimientos del paciente» o «poner fin a un espectáculo insoportable para médicos y enfermeras». En 1997 una prestigiosa revista médica (JAMA) publicó el caso de una paciente holandesa con cáncer de mama a la que su médico aplicó la eutanasia sin su consentimiento, alegando que todavía podría haber vivido una semana más y él necesitaba esa cama libre. En una carta de un grupo de minusválidos holandeses de Amersfoort se decía: «Sentimos que nuestras vidas están amenazadas... Nos damos cuenta de que suponemos un gasto muy grande para la comunidad... Mucha gente piensa que somos inútiles... Nos damos cuenta a menudo de que se nos intenta convencer para que deseemos la muerte». A este peligro se refirió el 18 de mayo de 2001 en el Parlamento alemán el entonces presidente federal Johannes Rau: «Cuando el seguir viviendo sólo es una de dos opciones legales, todo aquél que imponga a otros la carga de su supervivencia estará obligado a rendir cuentas, a justificarse». Por otra parte, numerosos estudios demuestran que en estos pacientes graves hay una alta incidencia de depresión, que en la mayoría de los casos no es diagnosticada ni tratada adecuadamente. También nos puede hacer reflexionar lo que escribía hace unos años un enfermo de esclerosis múltiple en el National Post de Toronto: «Si una persona sana presenta tendencias suicidas, recibe ayuda e incluso se la somete a un tratamiento psiquiátrico hasta que pase la crisis. (...) Pero si es un enfermo incurable o un discapacitado, la discusión gira automáticamente en torno a expresiones como 'muerte digna', 'libertad de elegir la propia muerte' o 'acto de autonomía y autodeterminación'. ¿Por qué esa diferencia?». Aunque parezca lo contrario, en la eutanasia la decisión definitiva no la toma el paciente sino el médico, que es quien juzga sobre la calidad de vida del enfermo y, por tanto, sobre si su petición es razonable o no. Algunos argumentan que la eutanasia es un derecho de la autonomía individual que no afecta a otras personas. En mi opinión, pierden de vista su incidencia en la protección del bien común. A diferencia del suicidio, en la eutanasia interviene necesariamente una tercera persona, que además es un médico. Legalizar la eutanasia significa reconocer a una persona (el médico) el derecho a disponer de la vida de otra (el enfermo que se la pide). Esto tiene unas consecuencias evidentes: una sociedad 3 en la que los médicos no sólo curan y alivian sino que también matan es una sociedad menos humana (y, desde luego, menos segura para muchos enfermos). Sería un cambio de unas consecuencias incalculables, pues modificaría la regla más básica de una sociedad civilizada: no matarnos unos a otros. Quienes tenemos larga experiencia en la atención de enfermos con cáncer sabemos que muchas peticiones de eutanasia son un gesto, una llamada, una petición de ayuda por la soledad, el miedo, la desatención, el dolor mal controlado, la falta de cariño o de compañía... Por eso suelo repetir que cuando un paciente dice «Doctor, no quiero vivir...», se trata de una frase inacabada cuya versión completa es: «Doctor, no quiero vivir... así». Ahí, en cambiar ese «así», es donde tienen su papel fundamental los Cuidados Paliativos. Y ahí es donde una sociedad verdaderamente solidaria debe centrar sus esfuerzos para ayudar a morir con dignidad a quien está llegando al final de su vida: cuidándolo de tal manera que no le quepa la menor duda de que, aunque esté muy deteriorado por la enfermedad que padece, no ha perdido ni un ápice de su dignidad. A ese empeño dedicó su vida Cicely Saunders -la pionera de los Cuidados Paliativos- y con unas palabras suyas quiero acabar este artículo: «Tú importas porque eres tú, y tú importas hasta el último momento de tu vida. Nosotros haremos todo lo que podamos, no sólo para ayudarte a morir apaciblemente, sino también para ayudarte a vivir hasta que mueras». Esto es mucho más digno para todos. www.parroquiasantamonica.com

viernes, 10 de febrero de 2017

Dichosos

Dichosos

Monseñor Agrelo (Arzobispo de Tánger)

Se habla del fuego y el agua, la muerte y la vida, la ley del Señor cumplida y su mandato ignorado. Y se dice: “Dichosos los que caminan en la voluntad del Señor”.

A todos se nos encuentra de acuerdo en la aspiración a ser felices, en el deseo de ser dichosos.

Pero ese acuerdo desaparece cuando se trata de discernir el camino que lleva a la dicha.

Eva creyó que encontraría la felicidad cogiendo el fruto del árbol prohibido y comiendo de él.

Y nosotros, como Eva, no dejamos de alargar la mano a lo que suponemos son nuestros árboles de la dicha: el poder, el dinero, el bienestar, el prestigio. También nosotros queremos ser como ese dios-ídolo que hemos esculpido a la medida de nuestros sueños de grandeza.

Pero la palabra de la revelación, con tenacidad que sólo tiene el amor de Dios, nos recuerda que a la dicha irá quien “camine en la voluntad del Señor, el que guardando sus preceptos lo busque de todo corazón”.

Puede que, dicho de la ley, en principio nos resulte difícil ver la relación que hay entre cumplirla y ser feliz.

Pero, si allí donde se habla del don de la ley divina, tú entiendes –y habrás entendido bien- el don de Dios, el don que es el Unigénito de Dios, el que trae al mundo la vida eterna, empezarás a intuir que en ese Hijo está todo lo que hubieras podido pedir a tu Dios, aún más, intuirás que en ese Hijo está todo lo que Dios nos puede dar: ¡Ese Hijo es la dicha que se ofrece a los que, caminando con él, caminan en la voluntad del Señor!

Ahora ya sólo habremos de “reconocer” el don de Dios. A la luz de la fe habremos de ver dónde está el Hijo que se nos ha dado. Pues la dicha, la vida, está en recibirlo a él, acogerlo, seguirlo, amarlo.

Sacramentos de ese Hijo, en el que todo bien se nos da, son para nosotros la palabra de Dios que escuchamos, la eucaristía que recibimos, los pobres con quienes compartimos nuestra vida.

Y tú sabes por experiencia personal que en ese Hijo está la dicha, una felicidad que nadie te puede quitar.

Feliz domingo.

La carne y el Espíritu Santo: dos modos de nacer, de vivir y de morir



[Chiesa/Testi/CarneEspírituNacimientoVidaMuerte/CarneEspírituNacimientoVidaMuerteDosModosCantal]

Cfr. La carne y el Espíritu Santo: dos modos de nacer, de vivir y de morir

  Cfr. Raniero Cantalamessa, El Misterio de Pentecostés, Edicep, febrero de 1998, pp. 85-92

o Dos modos de nacer.

  pp. 88-90
§ Nacimiento según la carne
  pp. 88-89
La Biblia designa de distintos modos el nacimiento natural del padre o de la madre. Lo llama «nacimiento de la carne» (Juan 3,6), «de sangre, de la voluntad de la carne o del deseo del hombre» (Juan 1, 13), «de germen corruptible» (1 Pedro 1, 23).
              Es necesario prestar atención para no ver en ello ningún juicio negativo, o de condenación del acto de engendrar o del nacimiento humano en sí mismo. La Biblia no ignora que, a fin de cuentas, también el nacimiento natural viene de Dios que creó al hombre, macho y hembra, precisamente para que fueran fecundos y llenaran la tierra. Venir al mundo es un don, no una condena, como pensaban en la antigüedad platónicos y gnósticos. Si hay un matiz negativo en aquellas expresiones, no se debe tanto a lo que el nacimiento humano en sí mismo, cuanto a lo que no es; se debe no tanto a lo que posee cuanto a lo que le falta todavía. La mejor confirmación de ello es que también de Jesús se dice que nació «del linaje de David, según la carne» (Romanos 1,3). Ni siquiera la fe en el pecado original anula este valor fundamentalmente positivo de la vida humana y, por tanto, del nacimiento natural. Por otra parte, en las fuente bíblicas, el pecado original nunca está tan estrechamente ligado al modo de transmisión de la vida por generación sexual, como lo estará más tarde, a partir de san Agustín.
§ Nacimiento según el Espíritu
  pp. 89-90
Y vayamos al nacimiento según el Espíritu. También el nacimiento del Espíritu es designado con expresiones distintas: «de Dios» (Juan 1,13), «de lo alto» (Juan 3,3), «de un germen incorruptible, por medio de la palabra de Dios» (1 Pedro 1, 23).
Este nacimiento, o renacimiento, tiene lugar por iniciativa y voluntad de Dios Padre, que lo obra mediante el Espíritu. La vida que se da como resultado de este nuevo nacimiento es vida «en Cristo», o «vida en el Espíritu». El «germen» con el que se transmite dicha nueva es la palabra de Dios, acogida mediante la fe. El nuevo nacimiento está siempre vinculado a la fe: «Todo el que cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios» (1 Juan 5,1). Esto mismo se dice también de otro modo: no somos nosotros los que en realidad nacemos de nuevo, sino que es Cristo quien es concebido y nace en nosotros, «por obra del Espíritu Santo». Pero en realidad, es lo mismo, visto desde un ángulo distinto. Todo ello se realiza concretamente en el bautismo, por eso el nuevo nacimiento es denominado «de agua y de Espíritu» (Juan 3,5). Quien pasa a través de esta experiencia, llamada de iniciación, es llamada nueva criatura y, del mismo modo en que por el nacimiento natural somos hijos de hombre, hijos de un padre y de una madre, así también, con este renacimiento, llegamos a ser hijos de Dios (Romanos 8, 14; 1 Juan 3, 1).

o Dos modos de vivir

  pp. 90-91
Dos modos de vivir. En continuidad con estos dos tipos de nacimiento – de la carne y del Espíritu -, la Biblia habla también de dos formas o estilos distintos de vida, que define, respectivamente, vida según la carne y vida según el Espíritu. San Pablo nos ofrece una descripción con el estilo de las vidas paralelas: Los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el Espíritu, lo espiritual. Pues las tendencias de la carne son muerte; mas las tendencias del espíritu, vida y paz, ya que las tendencias de la carne llevan al odio a Dios: no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden; así los que están en la carne, no pueden agradar a Dios (Romanos 8, 5-8).
§ Vivir según a carne
p. 90
Vivir según la carne significa vivir a un nivel natural, sin la fe. Viven según la carne aquellos que viven según la naturaleza, pero no la naturaleza originaria, creada buena y gobernada por Dios que todavía hacer oír su voz, por debilitada que esté, a través de la conciencia; sino la naturaleza corrompida por el pecado, que se expresa a través de las distintas concupiscencias y, sobre todo, por el egoísmo. Las manifestaciones típicas de una vida impostada de este modo, son las así llamadas «obras de la carne»: «fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes» (Gálatas 5, 19).
§ Vivir según el Espíritu
  p. 91
Vivir según el Espíritu significa, por el contrario, pensar , querer y obrar, movidos interiormente por ese principio de vida nueva que en el bautismo es introducido en nosotros, que es el Espíritu de Jesús. Vivir según el Espíritu equivale por ello a imitar a Cristo. Las manifestaciones de esta vida nueva son los así llamados «frutos del Espíritu»: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gálatas 5, 22).
 

o Dos modos de morir.

  pp. 91-92
Dos modos de morir. Y llegamos, finalmente, a los dos resultados distintos a los que dan lugar respectivamente el vivir según la carne o el vivir según el Espíritu: la muerte o la vida. Si vivís según la carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis (Romanos 8, 13).
§ Morir según la carne
  p. 91
              Si uno vive según la carne, esto es, en una perspectiva puramente natural y terrena – ya que la «carne» es, por definición, lo perecedero, lo corruptible, aquello que tiene un comienzo, un desarrollo y un final -, el horizonte último de una vida así no puede ser más que la muerte. Toda carne – dice la Biblia – es hierba y todo su esplendor como flor del campo. La flor se marchita (Isaías 40, 6-8). Desde este punto de vista, tiene mucha razón aquel filósofo que definió al hombre como un «ser-para-la-muerte»; alguien que acaba de nacer y que ya empieza a morir 1. No va más allá de este horizonte: el hombre nace y vive para morir.
§ Vivir según el Espíritu: la vida nueva en el Espíritu tiene un comienzo, pero no tiene un final.
El hombre ya no aparece como un ser-para-la-muerte, sino más bien como un ser-para-la-eternidad.
  pp. 91-92
              Pero si uno vive según el Espíritu – dado que el Espíritu es, por definición, lo que no se corrompe, lo eterno – el horizonte, en este caso, no se cierra con la muerte. La vida nueva en el Espíritu tiene un comienzo, pero no tiene un final: El que siembra en su carne, de la carne cosechará corrupción, el que siempre en el Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna (Gálatas 6, 8). Visto desde esta perspectiva «espiritual», el hombre ya no aparece como un ser-para-la-muerte, sino más bien como un ser-para-la-eternidad. Ni siquiera la carne, ciertamente, acabará para siempre en la corrupción, en virtud de la resurrección de los muertos. Pero esto – e decir, devolverle la vida también a nuestro cuerpo, al final de los tiempos – será precisamente, la última gran obra del Espíritu: Si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muerto habita en vosotros, aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros (Romanos 8, 11).


Vida Cristiana



1  M. Heidegger, El Ser y el tiempo, 51. Fondo Cultura Económica, México 1974, 275-278. 

Domingo 6ºdel tiempo ordinario, Año A (12 de febrero de 2017). La búsqueda de la vida eterna. Ya en esta vida.



[Chiesa/Testi/Vita/6AOrd17VidaBiológicaEterna]

Domingo 6ºdel tiempo ordinario, Año A (12 de febrero de 2017). La búsqueda de la vida eterna. Ya en esta vida.


Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único,
para que no perezca ninguno de los que creen en él,
sino que tengan vida eterna.
(Domingo 6º del Tiempo Ordinario, antífona de la comunión)
Ya en esta vida podemos participar de la vida eterna.


Antífona de entrada, Salmo 30, 3-4: Sé la roca de mi refugio, Señor, un baluarte donde me salve, tú que eras mi roca y mi baluarte; por tu nombre dirígeme y guíame.
Antífona de comunión, Juan 3,16: Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Salmo Responsorial 118, 1-2;4-5; 17-18;33-34:
1 Dichosos los de conducta íntegra,
los que caminan en la Ley del Señor.
2 Dichosos los que guardan sus preceptos
y le buscan de todo corazón.
4 Tú ordenaste tus mandatos
Para que se observen con cuidado.
5 Ojalá estén firmes mis caminos
para observar tus preceptos.
17 Favorece a tu siervo
para vivir y guardar tu palabra.
18 Abre mis ojos para contemplar
las maravillas de tu Ley.
33 Enséñame, Señor, el camino de tus decretos,
y lo seguiré hasta el fin.
34 Dame inteligencia para guardar tu Ley
y observarla de todo corazón.


1. VIDA BIOLÓGICA Y VIDA ETERNA


No es lícito al hombre despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios y que ha de resucitar en el último día.


  a) Para evitar desde el principio algún equívoco, recordemos lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica, sobre la persona humana: un ser a la vez corporal y espiritual.
  b) El hombre en su totalidad es querido por Dios
n. 362: La persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser a la vez corporal y espiritual.
El relato bíblico expresa esta realidad con un lenguaje simbólico cuando afirma que "Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente" (Génesis 2, 7). Por tanto, el hombre en su totalidad es querido por Dios.
c) El cuerpo del hombre participa de la dignidad de la "imagen de Dios"
364 El cuerpo del hombre participa de la dignidad de la "imagen de Dios": es cuerpo humano
precisamente porque está animado por el alma espiritual, y es toda la persona humana la que está destinada a ser, en el Cuerpo de Cristo, el Templo del Espíritu (cf. 1Corintios 6, 19  - 20; 1Corintios 15, 44 - 45):
"Uno en cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, reúne en sí los elementos del mundo material, de tal modo que, por medio de él, éstos alcanzan su cima y elevan la voz para la libre alabanza del Creador. Por consiguiente, no es lícito al hombre despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios y que ha de resucitar en el último día" (Gaudium et Spes 14, 1).

  d) Resumiendo otros números del Catecismo, podemos añadir:
la vida humana es sagrada: nn. 2258, 2319
sólo Dios es el Señor de la vida: n. 2258
e) De todo esto podemos sacar claras consecuencias sobre la importancia de la vida biológica (se podría decir vida fisiológica, etc.), del cuidado con el que, por designio de Dios, debemos rodearla, etc.
 

Pero, además, en la Antífona de comunión de hoy, se recuerda que estamos llamados a la vida eterna, y así lo recogen algunos números del Catecismo de la Iglesia Católica.


Antífona de comunión, Juan 3,16: Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.

- Así lo recogen algunos números del Catecismo de la Iglesia Católica
Dios quiere dar al hombre la vida eterna: n. 55;
El que come mi carne … tiene la vida eterna, nn. 1406, 1524;
La vida eterna como premio de los justos nn. 1038, 2002;
La vocación a la vida eterna como don gratuito de Dios, n. 1998
Etc.

2. EN VARIOS TEXTOS DEL EVANGELIO Y EN LA PRIMERA CARTA DE SAN JUAN SE PRECISA QUE YA EN ESTA VIDA PODEMOS PARTICIPAR DE LA VIDA ETERNA.


Es decir, quien cree tiene ya la vida eterna, como primicia o germen, que llega a la plenitud en la comunión plena y definitiva con Dios de los que se salvan.

a. Juan 3, 16: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Cf. CCE 458).
“La iniciativa procede de Dios (Jn 3,16), se realiza por medio del Hijo, que ha venido de su parte y que vuelve a él a través de la cruz-exaltación (Jn 3,14). El hombre se apropia de ella o la rechaza mediante la fe-incredulidad”. (La Casa de la Biblia, Nuevo Testamento, Nota a Jn 3, 1-21).

b. Juan 3,36. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.»
 “Lo importante para el hombre es aceptarlo en la fe. Hacerlo así significa entrar en unas relaciones con Dios, que llevará a la plena participación en su vida. No hacerlo así equivale a despreciar la oferta divina, auto-excluirse de la vida, auto-juzgarse como indigno de la misma (Jn 3,18). Es la decisión existencial la única respuesta que Dios exige al hombre” (La Casa de la Biblia, Comentario al Nuevo Testamento, 6ª ed. 1995, nota a Juan 3, 31-36)

c. Juan 5,24. En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que de la muerte pasa a la vida.
 “Debe esperarse para el futuro la consumación o confirmación final de lo que ya es presente. No sabemos, sin embargo, qué aportará esta consumación final. Dentro de la escatología del cuarto evangelio, nada esencial; la plenitud de lo que ya poseemos”. (La Casa de la Biblia, Comentario al Nuevo Testamento, 6ª ed. 1995, nota a Juan 5, 19-296)

d. Juan 6,47. En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna.
e. 1 Juan 4,9 «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él» (Cf CCE 458).

3. EL CONTENIDO DE ESA PARTICIPACIÓN EN LA VIDA ETERNA YA EN ESTA VIDA

o Vivir en comunión con las personas divinas; estar con Cristo es nuestra identidad …

§ El que cree en Cristo tiene la vida nueva en el Espíritu Santo.

- Cfr. CEC 259: «Toda la vida cristiana es comunión con cada una de las personas divinas»:
- Cfr. CEC 1025: Vivir en el cielo es estar con Cristo (cfr. Juan 14, 3; Filipenses 1, 23; 1 Tesalonicenses 4, 17). Los elegidos viven «en Él». aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (Cf. Apocalipsis 2, 17). (…)
- Cfr. CEC 1697:
En la catequesis es importante destacar con toda claridad el gozo y las exigencias del camino de Cristo 1. La catequesis de la "vida nueva" en él (Romanos 6, 4) será:
 - una catequesis del Espíritu Santo, Maestro interior de la vida según Cristo, dulce huésped del alma que inspira, conduce, rectifica y fortalece esta vida;
 - una catequesis de la gracia, pues por la gracia somos salvados, y por la gracia también nuestras obras pueden dar fruto para la vida eterna;
 - una catequesis de las bienaventuranzas, porque el camino de Cristo está resumido en las bienaventuranzas, único camino hacia la dicha eterna a la que aspira el corazón del hombre;
 - una catequesis del pecado y del perdón, porque sin reconocerse pecador, el hombre no puede conocer la verdad sobre sí mismo, condición del obrar justo, y sin la oferta del perdón no podría soportar esta verdad;
 - una catequesis de las virtudes humanas que haga captar la belleza y el atractivo de las rectas disposiciones para el bien;
 - una catequesis de las virtudes cristianas de fe, esperanza y caridad que se inspire ampliamente en el ejemplo de los santos;
 - una catequesis del doble mandamiento de la caridad desarrollado en el Decálogo;
 - una catequesis eclesial, pues es en los múltiples intercambios de los "bienes espirituales" en la "comunión de los santos" donde la vida cristiana puede crecer, desplegarse y comunicarse.
- Cfr. CEC 1698: La referencia primera y última de esta catequesis será siempre Jesucristo que es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6). Contemplándole en la fe, los fieles de Cristo pueden esperar que él realice en ellos sus promesas, y que amándolo con el amor con que él nos ha amado hagan las obras que corresponden a su dignidad. (…)
- Cfr. CEC 1715: El que cree en Cristo tiene la vida nueva en el Espíritu Santo. La vida moral, desarrollada y madurada en la gracia, culmina en la gloria del cielo.
Etc. etc.

En todas las circunstancias de la vida de cada uno


o Todos los caminos de la tierra pueden ser ocasión de un encuentro con Cristo, que nos llama a identificarnos con El, para realizar —en el lugar donde estamos— su misión divina.

§ Todos los hombres son amados de Dios, de todos ellos espera amor. De todos, cualesquiera que sean sus condiciones personales, su posición social, su profesión u oficio.
En las menudencias de la vida de familia y también a través de los grandes problemas.
- Es Cristo que pasa, 110: No es la vida corriente y ordinaria, la que vivimos entre los demás
conciudadanos, nuestros iguales algo chato y sin relieve. Es, precisamente en esas circunstancias, donde el Señor quiere que se santifique la inmensa mayoría de sus hijos.
Es necesario repetir una y otra vez que Jesús no se dirigió a un grupo de privilegiados, sino que vino a revelarnos el amor universal de Dios. Todos los hombres son amados de Dios, de todos ellos espera amor. De todos, cualesquiera que sean sus condiciones personales, su posición social, su profesión u oficio. La vida corriente y ordinaria no es cosa de poco valor: todos los caminos de la tierra pueden ser ocasión de un encuentro con Cristo, que nos llama a identificarnos con El, para realizar —en el lugar donde estamos— su misión divina.
Dios nos llama a través de las incidencias de la vida de cada día, en el sufrimiento y en la alegría de las personas con las que convivimos, en los afanes humanos de nuestros compañeros, en las menudencias de la vida de familia. Dios nos llama también a través de los grandes problemas, conflictos y tareas que definen cada época histórica, atrayendo esfuerzos e ilusiones de gran parte de la humanidad.
Vida Cristiana




1  Cfr. Juan Pablo II, Exhort. ap. Catechesi tradendae, 29
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