sábado, 5 de agosto de 2017

Domingo 18 del Tiempo Ordinario, Año A (6 de agosto de 2017). La compasión de Jesús.




Ø     Domingo 18 del Tiempo Ordinario, Año A (6 de agosto de 2017). La compasión de Jesús. En el Evangelio y en el Catecismo de la Iglesia Católica. En nuestra civilización, herida de anonimato y enferma de curiosidad malsana, es necesaria la mirada cercana para para contemplar, conmoverse y detenerse ante el otro cuantas veces sea necesario. Jesucristo resume y compendia toda la historia de la misericordia divina. La compasión en el lenguaje común.

 

v     Cfr. Domingo 18 del Tiempo Ordinario, Año A.

6 de agosto de 2017
Isaías 55, 1-3; Sal 144,8-9. 15-16. 17-18; Mateo 14, 13-21.

Mateo 14, 13-21: 13 Jesús, se alejó de allí en una barca hacia un lugar desierto él solo. Cuando se enteraron las multitudes le siguieron a pie desde las ciudades. 14 Al desembarcar vio una gran multitud y se llenó de compasión por ella y curó a los enfermos. 15 Al atardecer se acercaron sus discípulos y le dijeron: El lugar es desierto y ya ha pasado la hora; despide a la gente para que vayan a las aldeas a comprarse alimentos. 16 Pero Jesús les dijo: No tienen necesidad de ir, dadles vosotros de comer.17 Ellos le respondieron: No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces.
18 Él les dijo: Traédmelos aquí.19 Entonces mandó a la gente que se acomodara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, recitó la bendición, partió los panes y los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. 20 Comieron todos hasta que quedaron  satisfechos, y recogieron de los trozos sobrantes doce cestos llenos.21 Los que comieron eran como unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

Sal 144,8-9. 15-16. 17-18: R/. Abres tú la mano, Señor, y nos sacias de favores. El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. Los ojos de todos te están aguardando, tú les das la comida a su tiempo; abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente. El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente.

Jesús al desembarcar vio una gran multitud
y se llenó de compasión por ella y curó a los enfermos.
(Mateo 14, 14)

1. Sinónimos y antónimos de la compasión

·         Sinónimos: lástima, conmiseración, misericordia, piedad, caridad;
·         Antónimos: la  mofa, la impiedad, crueldad, la inhumanidad y la insensibilidad".

v     Salmo responsorial de hoy

o     El Señor es misericordioso, rico en piedad, bondadoso, está cerca de los que le invocan …

·         Sal 144,8-9. 15-16. 17-18: R/. Abres tú la mano, Señor, y nos sacias de favores. El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. Los ojos de todos te están aguardando, tú les das la comida a su tiempo; abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente. El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente.

2. Otros textos acerca de la compasión de Jesús en la Escritura y en el Catecismo de la Iglesia Católica


v     En el Evangelio

·         Mateo 9, 36-38: “Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban
vejados  y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies.»”.
·         Marcos 6, 31-34: “Él, entonces, les dice: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario,
para descansar un poco.» Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.” 
·         Marcos 8, 1-3: “Por aquellos días, habiendo de nuevo mucha gente y no teniendo qué comer,
llama Jesús a sus discípulos y les dice: «Siento compasión de esta gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Si los despido en ayunas a sus casas, desfallecerán en el camino, y algunos de ellos han venido de lejos.»”

v     En el Catecismo de la Iglesia Católica

(Resumen de los aspectos más interesantes)

o     Aspectos de la compasión de Jesús y lo que pide a sus discípulos

·         Con compasión, Cristo proclama que «es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una
vida  en vez de destruirla» (Marcos 3, 4) (2173).
·         La compasión de Cristo  hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos (n. 1503).
·         Jesús hace participar a sus discípulos  de su ministerio de compasión y de curación  (n. 1506).
·         Su mirada nos enseña a ver  todo a la luz de su verdad y de su compasión por  todos los hombres (n.
2715).
·         Aunque no está en nuestra mano no sentir  la ofensa y olvidarla, sin embargo el corazón que se ofrece al
Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión (n. 2843).
·         Por otra parte es notable la relación que establece el Catecismo entre el don de la oración y la
compasión: este don no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina (n. 2844).
·         “Bajo sus múltiples formas -indigencia material, opresión injusta, enfermedades físicas o psíquicas y, por
último, la muerte-, la miseria humana es el signo manifiesto de la debilidad congénita en que se encuentra el hombre tras el primer pecado y de la necesidad que tiene de salvación. Por ello, la miseria humana atrae la compasión de Cristo Salvador” (n. 2448).

3. En nuestra civilización, herida de anonimato y enferma de curiosidad malsana, es

necesaria  la mirada  cercana para contemplar, conmoverse y detenerse ante el otro

cuantas veces sea necesario.

     Cfr. Francisco, Evangelii gaudium

v     Con una mirada respetuosa y llena de compasión pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana.

·         n. 169:  En una civilización paradójicamente herida de anonimato y, a la vez obsesionada por los
detalles de la vida de los demás, impudorosamente enferma de curiosidad malsana, la Iglesia necesita la mirada cercana para contemplar, conmoverse y detenerse ante el otro cuantas veces sea necesario. En este mundo los ministros ordenados y los demás agentes pastorales pueden hacer presente la fragancia de la presencia cercana de Jesús y su mirada personal. La Iglesia tendrá que iniciar a sus hermanos –sacerdotes, religiosos y laicos– en este «arte del acompañamiento», para que todos aprendan siempre a quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del otro (cf. Ex 3,5). Tenemos que darle a nuestro caminar el ritmo sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana.
·         n. 179: (…)  “Así como la Iglesia es misionera por naturaleza, también brota ineludiblemente de
esa naturaleza la caridad efectiva con el prójimo, la compasión que comprende, asiste y promueve”.

4. Jesucristo resume y compendia toda la historia de la misericordia divina.

San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, Homilía La Vocación cristiana,  n. 7

v     En las Escrituras descubrimos constantemente la presencia de la misericordia de Dios.

·         (…) Ahora, que se acerca el tiempo de la salvación, consuela escuchar de los labios de San Pablo
que después que Dios Nuestro Salvador ha manifestado su benignidad y amor con los hombres, nos ha liberado no a causa de las obras de justicia que hubiésemos hecho, sino por su misericordia (Tito 3,5).
Si recorréis las Escrituras Santas, descubriréis constantemente la presencia de la misericordia de Dios: llena la tierra (Salmo 32, 5), se extiende a todos sus hijos, super omnem carnem (Eclesiástico  18,12); nos rodea (Salmo 21, 10), nos antecede (Salmo 58,11), se multiplica para ayudarnos (Salmo 33,8), y continuamente ha sido confirmada (Salmo 116, 2). Dios, al ocuparse de nosotros como Padre amoroso, nos considera en su misericordia (Salmo 24, 7): una misericordia suave (Salmo 108, 21), hermosa como nube de lluvia (Eclesiástico 25, 26).

v     Jesucristo resume y compendia toda esta historia de la misericordia divina.

Jesucristo resume y compendia toda esta historia de la misericordia divina: bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mateo 5,7). Y en otra ocasión: sed misericordiosos, como vuestro Padre celestial es misericordioso (Lucas 6, 36). Nos han quedado muy grabadas también, entre otras muchas escenas del Evangelio, la clemencia con la mujer adúltera, la parábola del hijo pródigo, la de la oveja perdida, la del deudor perdonado, la resurrección del hijo de la viuda de Naím  (Lucas 7, 1-17). ¡Cuántas razones de justicia para explicar este gran prodigio! Ha muerto el hijo único de aquella pobre viuda, el que daba sentido a su vida, el que podía ayudarle en su vejez. Pero Cristo no obra el milagro por justicia; lo hace por compasión, porque interiormente se conmueve  ante el dolor humano.

v     La conmiseración del Señor nos produce seguridad.

¡Qué seguridad debe producirnos la conmiseración del Señor! Clamará a mí y yo le oiré, porque soy misericordioso (Éxodo  32, 27). Es una invitación, una promesa que no dejará de cumplir. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para que alcancemos la misericordia y el auxilio de la gracia en el tiempo oportuno (Hebreos  4, 16). Los enemigos de nuestra santificación nada podrán, porque esa misericordia de Dios nos previene; y si —por nuestra culpa y nuestra debilidad— caemos, el Señor nos socorre y nos levanta. Habías aprendido a evitar la negligencia, a alejar de ti la arrogancia, a adquirir la piedad, a no ser prisionero de las cuestiones mundanas, a no preferir lo caduco a lo eterno. Pero, como la debilidad humana no puede mantener un paso decidido en un mundo resbaladizo, el buen médico te ha indicado también remedios contra la desorientación, y el juez misericordioso no te ha negado la esperanza del perdón (S. Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, 7).

5. La compasión en el lenguaje común

·         Es un movimiento interior que nos hace sensibles al mal que padece otro ser. Suele estar unido al
deseo de aliviar o bien de  reducir el sufrimiento del prójimo. Se considera también que la compasión es el motivo de la solidaridad. En su raíz, por tanto,  es contraria al individualismo que tan frecuentemente encontramos en la sociedad  actual desarrollada, por el que muchas personas son insensibles -  e incluso despiadadas – cuando contemplan el dolor ajeno.
·         Es un sentimiento humano que se manifiesta a partir y comprendiendo el sufrimiento de otro ser. Más
intensa que la empatía, la compasión es la percepción y comprensión del sufrimiento del otro, y el deseo de aliviar, reducir o eliminar por completo tal sufrimiento” (Wikipedia).


Vida Cristiana

Benedicto XVI, Angelus del 31 de julio de 2011, domingo 18 del tiempo ordinario. Compasión y eucaristía.




Ø     Compasión y Eucaristía. Palabras de Benedicto XVI en el  Angelus del 31 de julio de 2011,

Domingo 18 del tiempo ordinario, Ciclo A. El milagro de la  multiplicación de los panes.

 

Compasión y Eucaristía


v     Cfr. Benedicto XVI, Angelus del 31 de julio de 2011, domingo 18 del tiempo ordinario. Compasión y eucaristía.


Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de este domingo describe el milagro de la multiplicación de los panes, que Jesús realiza para una multitud de personas que lo seguían para escucharlo y ser curados de diversas enfermedades (cf. Mt 14, 14). Al atardecer, los discípulos sugieren a Jesús que despida a la multitud, para que puedan ir a comer. Pero el Señor tiene en mente otra cosa: «Dadles vosotros de comer» (Mt14, 16). Ellos, sin embargo, no tienen «más que cinco panes y dos peces». Jesús entonces realiza un gesto que hace pensar en el sacramento de la Eucaristía: «Alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos, y los discípulos se los dieron a la gente» (Mt 14, 19). El milagro consiste en compartir fraternamente unos pocos panes que, confiados al poder de Dios, no sólo bastan para todos, sino que incluso sobran, hasta llenar doce canastos. El Señor invita a los discípulos a que sean ellos quienes distribuyan el pan a la multitud; de este modo los instruye y los prepara para la futura misión apostólica: en efecto, deberán llevar a todos el alimento de la Palabra de vida y del Sacramento.
En este signo prodigioso se entrelazan la encarnación de Dios y la obra de la redención. Jesús, de hecho, «baja» de la barca para encontrar a los hombres. San Máximo el Confesor afirma que el Verbo de Dios «se dignó, por amor nuestro, hacerse presente en la carne, derivada de nosotros y conforme a nosotros, menos en el pecado, y exponernos la enseñanza con palabras y ejemplos convenientes a nosotros» (Ambiguum 33: PG 91, 1285 C). El Señor nos da aquí un ejemplo elocuente de su compasión hacia la gente. Esto nos lleva a pensar en tantos hermanos y hermanas que en estos días, en el Cuerno de África, sufren las dramáticas consecuencias de la carestía, agravadas por la guerra y por la falta de instituciones sólidas. Cristo está atento a la necesidad material, pero quiere dar algo más, porque el hombre siempre «tiene hambre de algo más, necesita algo más» (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 315). En el pan de Cristo está presente el amor de Dios; en el encuentro con él «nos alimentamos, por así decirlo, del Dios vivo, comemos realmente el “pan del cielo”» (ib., p. 316). Queridos amigos, «en la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios por cada hermano y hermana. Nace así, en torno al Misterio eucarístico, el servicio de la caridad para con el prójimo» (Sacramentum caritatis88). Nos lo testimonia también san Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, de quien hoy la Iglesia hace memoria. En efecto, Ignacio eligió vivir «buscando a Dios en todas las cosas, y amándolo en todas las criaturas» (cf. Constituciones de la Compañía de Jesús, III, 1, 26). Confiemos a la Virgen María nuestra oración, para que abra nuestro corazón a la compasión hacia el prójimo y al compartir fraterno.



Vida Cristiana

domingo, 30 de julio de 2017

No dejes de buscar a Cristo. Monseñor Agrelo (Arzobispo de Tánger)

El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo”. Con la palabra ‘tesoro’, no se indica sólo la abundancia y el valor inestimable de unos bienes, sino también el hecho de que esos bienes abundantes y preciosos están reunidos y guardados.
El Reino de Dios encierra bienes preciosos, riquezas incalculables, “lo que ojo nunca vio, ni oído oyó, ni hombre alguno ha imaginado”, cosas que Dios ha escondido a los sabios y entendidos, y ha revelado a la gente sencilla.
Si encuentras el tesoro del Reino, en comparación con él, todo lo demás que puedas poseer o desear te parecerá de valor insignificante.
Considera cuál es para el rey Salomón el tesoro deseado y pedido: “Un corazón dócil para gobernar al pueblo de Dios” es para el rey un tesoro más estimable que una vida larga, más que las riquezas, más que el sometimiento de los enemigos.
Considera cuál es el tesoro que en su vida ha reunido y guardado el salmista: “Mi porción es el Señor… mis delicias, tu voluntad… amo tus mandatos… tus preceptos son admirables”; y fíjate ahora en los bienes con los que compara su tesoro: “Más estimo yo los preceptos de tu boca que miles de monedas de oro y plata… Yo amo tus mandatos más que el oro purísimo”.
Ese mismo tesoro puede ser llamado Sabiduría: “Yo la amé y la rondé desde muchacho; la pretendí como esposa, enamorado de su hermosura… Si en la vida la riqueza es un bien deseable, ¿que cosa más rica que la Sabiduría que todo lo hace?”
No es éste un tesoro que cause preocupación o desasosiego, no es riqueza que cause temor, pues a sus bienes no llegan ni el ladrón ni la polilla.
Del tesoro que es Dios, su voluntad, sus promesas, proceden sabiduría e inteligencia, luz para gobernar, discernimiento para juzgar, consuelo en la aflicción, dicha en la adversidad, descanso en la fatiga.
Ahora sólo necesitamos descubrir dónde se halla el tesoro del Reino de los cielos.
Escucha las palabras del ángel del Señor a María de Nazaret: “Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin”. Escucha las palabras del mensajero celeste a los pastores del campo de Belén: “Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor”. Escucha las palabras del justo Simeón, cuando en el templo de Jerusalén, tomó en brazos al niño Jesús y bendijo a Dios, diciendo: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto tu sacramento de salvación”.
Si escuchas, entenderás que el tesoro que buscas está en Cristo Jesús. Para la Virgen María, para los pastores de Belén y para todo el pueblo, para el justo Simeón y para todos los que esperan la consolación de Israel, el tesoro de la salvación se halla escondido y revelado en Cristo Jesús. Quien encuentra a Jesús, encuentra al Hijo del Altísimo, al rey eterno, al ungido de Dios; quien encuentra a Jesús, encuentra la salvación que necesita y la alegría que es compañera inseparable de la salvación; quien encuentra por la fe a Jesús, ha encontrado en él la redención, la consolación y la paz.
Escucha todavía las palabras del Apóstol: En Cristo Jesús, “Dios nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales”; en Cristo “tenemos, por medio de su sangre, la redención, el perdón de los pecados”; en Cristo “fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa”. Es como si te dijese: En el campo que es Cristo hallarás todas las riquezas del Reino de los cielos.
Escucha finalmente al mismo Cristo Jesús: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva”; “yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí no tendrá nunca sed”; “yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida”; “yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas… Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí”; “yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre”.
Ya empiezas a intuir que en Cristo hallas todos los bienes de Dios porque Cristo es para ti todo bien y toda bendición. “El que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo”.
No te sorprendas de que, a propósito del tesoro que hallas en el campo, se te diga, “lo vuelve a esconder”, pues son muchas las cosas que en tu relación con Cristo pertenecen al “secreto del Rey”, son muchas las cosas que, al modo de la Virgen María, has de guardar cuidadosamente en tu corazón, son muchas las cosas que habrás de esconder y que sólo al Señor corresponde desvelar.
Ya sólo me queda, Iglesia amada del Señor, salir contigo al encuentro de quien es para nosotros el Reino de los cielos. Hoy, el tesoro que es Cristo lo encontramos en la palabra de Dios que nos ilumina, nos consuela y nos da vida.
Hoy, el tesoro que es Cristo lo encontramos en la asamblea eucarística reunida en el nombre del Señor, asamblea santa, pueblo sacerdotal, en quien el Señor ora, a quien el Señor ama, con quien el Señor camina.
Hoy, el tesoro que es Cristo lo encontramos en la Eucaristía que recibimos, pan de vida eterna y cáliz de eterna salvación.
Hoy, el tesoro que es Cristo lo encontramos en los enfermos que visitamos, en los emigrantes que acogemos, en los pobres que con amor acudimos.
Oh admirable comercio: Si das de tu pan a los pobres, habrás dado de tu pan a Cristo, y de Cristo recibirás la herencia del Reino que el Padre Dios ha preparado para ti desde antes de la creación del mundo.

Feliz comunión con Cristo y con los pobres. Feliz domingo.

Sabiduría. Capítulo 9 de Libro de la Sabiduría. Catequesis de san Juan Pablo II.


Ø     Domingo 17 del Tiempo Ordinario, Año A (2017). Sabiduría. Capítulo 9 de Libro de la Sabiduría. Catequesis de san Juan Pablo II. No es la simple inteligencia o habilidad práctica, sino más bien la participación en la mente misma de Dios, que "con su sabiduría formó al hombre". Es la capacidad de penetrar en el sentido profundo del ser, de la vida y de la historia, traspasando la superficie de las cosas y de los acontecimientos para descubrir en ellos el significado último, querido por el Señor.


v     Cfr. Domingo 17 del Tiempo Ordinario, Año A, 30  de julio 2017.


1ª Lectura, 1Re 3,5.7-12: 5 En Gabaón el Señor se apareció a Salomón en sueños durante la noche y le dijo: «Pide lo que quieras y yo te lo daré».  Y Salomón respondió: 7 Ahora bien, Señor, Dios mío, me has hecho rey a mí, tu  siervo, en lugar de mi padre, David; pero yo soy muy  joven y no sé cómo actuar.  8 Estoy al frente del pueblo  que te elegiste, pueblo numeroso, que no se puede contar  ni calcular por su multitud.  9 Concédeme un corazón  prudente para gobernar [otras traducciones: atento para juzgar] a tu pueblo y saber discernir entre  lo bueno y lo malo. Porque ¿quién, si no, podrá gobernar  a este tu pueblo tan grande?».  10 El Señor vio con buenos ojos que Salomón hubiese  pedido tal cosa,  11 y por eso le dijo: «Ya que me has  hecho esta petición, y no has pedido para ti una vida  larga, ni has pedido riquezas, ni has pedido la muerte de  tus enemigos, sino que me has pedido sabiduría para  gobernar con justicia,  12 hago lo que has dicho. Te doy  un corazón sabio y prudente, como no hubo antes de ti ni  lo habrá después.  

Concédeme discernir entre lo bueno y lo malo
(Primera Lectura 1 Reyes 3,9)
¡Señor, dame sabiduría!
Cfr. San Juan Pablo II, Catequesis en la Audiencia General 29 de enero de 2003.

1. El cántico que se nos propone hoy nos presenta la mayor parte de una amplia oración puesta en labios de Salomón, al que la tradición bíblica considera el rey justo y el sabio por excelencia. Se encuentra en el capítulo 9 del libro de la Sabiduría, un texto del Antiguo Testamento compuesto en griego, tal vez en Alejandría de Egipto, en los umbrales de la era cristiana. En él se refleja el judaísmo vivo y abierto de la diáspora hebrea en el mundo helenístico.

v     Las tres líneas de pensamiento teológico que nos propone el libro de la Sabiduría


            Son fundamentalmente tres las líneas de pensamiento teológico que este libro nos propone: la inmortalidad feliz, como meta final de la existencia del justo (cf. capítulos 1-5); la sabiduría como don divino y guía de la vida y de las opciones de los fieles (cf. capítulos 6-9); la historia de la salvación, sobre todo el acontecimiento fundamental del éxodo de la opresión egipcia, como signo de la lucha entre el bien y el mal, que desemboca en una salvación y redención plena (cf. capítulos 10-19).

v     Salomón pide a Dios un corazón prudente para discernir entre el bien y el mal


2. Salomón vivió aproximadamente diez siglos antes del autor inspirado del libro de la Sabiduría, pero ha sido considerado el fundador y el artífice ideal de toda la reflexión sapiencial posterior. La oración del himno puesto en sus labios es una invocación solemne dirigida al "Dios de los padres y Señor de la misericordia" (Sabiduría 9,1), para que conceda el don valiosísimo de la sabiduría.
            Es evidente en nuestro texto la alusión a la escena narrada en el primer libro de los Reyes, cuando Salomón, al inicio de su reinado, se dirige al alto de Gabaón, donde se alzaba un santuario, y, después de celebrar un grandioso sacrificio, durante la noche tiene un sueño-revelación. A Dios, que lo invita a pedirle un don, responde: "Concede, pues, a tu siervo, un corazón prudente para gobernar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal" (1 Reyes 3,9).

3. La idea que sugiere esta invocación de Salomón se desarrolla en nuestro cántico mediante una serie de peticiones dirigidas al Señor, para que conceda ese tesoro insustituible que es la sabiduría.
            En el pasaje, recortado por la liturgia de Laudes, encontramos estas dos imploraciones: "Dame la sabiduría. (...) Mándala de tus santos cielos, de tu trono de gloria" (Sabiduría 9,4; Sabiduría  9,10). El fiel es consciente de que sin este don carece de guía, de una estrella polar que le oriente en las opciones morales de la existencia: "Soy hombre débil y de pocos años, demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes. (...) Sin la sabiduría, que procede de ti, (el hombre) será estimado en nada" (Sabiduría 9, 5-6).

v     Sabiduría es la capacidad de penetrar en el sentido profundo del ser, de la vida y de la historia, traspasando la superficie de las cosas y de los acontecimientos para descubrir en ellos el significado último, querido por el Señor.



4. La sabiduría es como una lámpara que ilumina nuestras opciones morales de cada día y nos lleva por el camino recto, "para saber lo que es grato al Señor y lo que es recto según sus preceptos" (cf. Sabiduría 9,9). Por eso, la liturgia nos hace orar con las palabras del libro de la Sabiduría al inicio de una jornada, precisamente para que Dios, con su sabiduría, esté a nuestro lado y "nos asista en nuestros trabajos" de cada día (cf. Sabiduría 9, 10), mostrándonos el bien y el mal, lo justo y lo injusto.
            Cuando la Sabiduría divina nos lleva de la mano, nos adentramos con confianza en el mundo. A ella nos asimos, amándola con un amor esponsal, a ejemplo de Salomón, el cual, siempre según el libro de la Sabiduría, confesaba: "Yo la amé y la pretendí desde mi juventud; me esforcé por hacerla esposa mía y llegué a ser un apasionado de su belleza" (
Sabiduría 8,2).

v     Cristo es la sabiduría de Dios


5. Los Padres de la Iglesia identificaron a Cristo con la Sabiduría de Dios, siguiendo a san Pablo, que definió a Cristo "fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1Corintios 1,24).
            Concluyamos con una oración de san Ambrosio, que se dirige a Cristo así: "Enséñame las palabras llenas de sabiduría, porque tú eres la Sabiduría. Abre mi corazón, tú que abriste el Libro.
Ábreme la puerta del cielo, porque tú eres la Puerta. Si entramos por ti, poseeremos el reino eterno; si entramos por ti, no quedaremos defraudados, porque no puede equivocarse quien entra en la morada de la Verdad" (Commento al Salmo 118, 1: SAEMO 9, p. 377).



Vida Cristiana


 Domingo 17 del tiempo ordinario, Año A (2017). La sabiduría cristiana.



Ø     Domingo 17 del tiempo ordinario, Año A (2017). La sabiduría cristiana. Descubre en las cosas y en los acontecimientos  el significado último querido por el Señor. No se trata de la simple inteligencia o habilidad práctica.  Nos lleva por el camino recto, "para saber lo que es grato al Señor y lo que es recto según sus preceptos". Los Padres de la Iglesia, siguiendo a san Pablo, identificaron a Cristo con la Sabiduría de Dios. La sabiduría hace crecer a la persona desde dentro hacia la plena medida de la madurez; la plenitud de esa vida consiste en la amistad con Dios. Por la Sabiduría vale la pena renunciar a todo lo demás, porque sólo ella da pleno sentido a la vida, un sentido que supera incluso la muerte, pues pone en comunión real con Dios. La sabiduría actúa en el corazón, que es el centro espiritual de la persona. “Dejar” para “encontrar”: la renuncia para encontrar a Cristo, que es la sabiduría divina encarnada. La petición de Salomón: la sabiduría es discernimiento.


v     Cfr. Domingo 17 Tiempo ordinario Ciclo A, 30 de  julio 2017

                  Salmo 118, 57.72; 76-77; 127-128; 129-130; Mateo 13, 44-52

Mateo 13, 44-52: El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra. El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?» Ellos le contestaron: -«Sí.» Él les dijo: -«Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo. »

1ª Lectura, 1Re 3,5.7-12: 5 En Gabaón el Señor se apareció a Salomón en sueños durante la noche y le dijo: «Pide lo que quieras y yo te lo daré».  Y Salomón respondió: 7 Ahora bien, Señor, Dios mío, me has hecho rey a mí, tu  siervo, en lugar de mi padre, David; pero yo soy muy  joven y no sé cómo actuar.  8 Estoy al frente del pueblo  que te elegiste, pueblo numeroso, que no se puede contar  ni calcular por su multitud.  9 Concédeme un corazón  prudente para gobernar [otras traducciones: atento para juzgar] a tu pueblo y saber discernir entre  lo bueno y lo malo. Porque ¿quién, si no, podrá gobernar  a este tu pueblo tan grande?».  10 El Señor vio con buenos ojos que Salomón hubiese  pedido tal cosa,  11 y por eso le dijo: «Ya que me has  hecho esta petición, y no has pedido para ti una vida  larga, ni has pedido riquezas, ni has pedido la muerte de  tus enemigos, sino que me has pedido sabiduría para  gobernar con justicia,  12 hago lo que has dicho. Te doy  un corazón sabio y prudente, como no hubo antes de ti ni  lo habrá después.  

Salmo 119/118: 57 El Señor es mi heredad: he prometido guardar tus palabras. 72 Mejor es para mí la Ley de tu boca que montones de oro y plata. 76 Que tu misericordia me consuele, según la promesa que hiciste a tu siervo. 77 Que me alcance tu compasión, y viviré, porque tu Ley es mi deleite. 127 Por eso amo tus mandamientos más que el oro, que el oro puro. 128 Por eso estimo rectos tus mandatos, y detesto todo sendero falso. 129 Admirables son tus preceptos, por eso los guarda mi alma. 130 La revelación de tus palabras ilumina, da inteligencia a los sencillos 


Salomón pidió a Dios sabiduría
para gobernar con justicia.
(Primera Lectura, 1 Reyes 3, 9)
El Señor vio con buenos ojos que Salomón hubiese  pedido tal cosa,
y no una vida larga,
ni riquezas,
ni la muerte de sus enemigos.
(Primera Lectura, 1 Reyes 3, 10-11)

QUÉ ES LA SABIDURÍA: MANIFESTACIONES

1) Al ir más allá de los aspectos superficiales de las cosas y de los acontecimientos, descubre en ellos el significado último querido por el Señor. No se trata de la simple inteligencia o habilidad práctica. 

Cfr. Juan Pablo II, Audiencia general del 23 de abril de 2003

v     La capacidad de descubrir en las cosas y en los acontecimientos el significado último querido por Dios.

·         La idea que sugiere esta invocación de Salomón se desarrolla en nuestro cántico mediante una
serie de peticiones dirigidas al Señor, para que conceda ese tesoro insustituible que es la sabiduría.
            En el pasaje, recortado por la liturgia de Laudes, encontramos estas dos imploraciones: "Dame la sabiduría. (...) Mándala de tus santos cielos, de tu trono de gloria" (Sabiduría 9,4 Sg 9,10). El fiel es consciente de que sin este don carece de guía, de una estrella polar que le oriente en las opciones morales de la existencia: "Soy hombre débil y de pocos años, demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes. (...) Sin la sabiduría, que procede de ti, (el hombre) será estimado en nada" (vv. 5-6).

v     Nos lleva por el camino recto, "para saber lo que es grato al Señor y lo que es recto según sus preceptos"

·         La sabiduría es como una lámpara que ilumina nuestras opciones morales de cada día y nos lleva por el
camino recto, "para saber lo que es grato al Señor y lo que es recto según sus preceptos" (cf. v. 9). Por eso, la liturgia nos hace orar con las palabras del libro de la Sabiduría al inicio de una jornada, precisamente para que Dios, con su sabiduría, esté a nuestro lado y "nos asista en nuestros trabajos" de cada día (cf. v. 10), mostrándonos el bien y el mal, lo justo y lo injusto.
            Cuando la Sabiduría divina nos lleva de la mano, nos adentramos con confianza en el mundo. A ella nos asimos, amándola con un amor esponsal, a ejemplo de Salomón, el cual, siempre según el libro de la Sabiduría, confesaba: "Yo la amé y la pretendí desde mi juventud; me esforcé por hacerla esposa mía y llegué a ser un apasionado de su belleza" (
Sabiduría 8,2).

v     Los Padres de la Iglesia identificaron a Cristo con la Sabiduría de Dios.

·         Los Padres de la Iglesia identificaron a Cristo con la Sabiduría de Dios, siguiendo a san Pablo,
que definió a Cristo "fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1Corintios 1,24).
            Concluyamos con una oración de san Ambrosio, que se dirige a Cristo así: "Enséñame las palabras llenas de sabiduría, porque tú eres la Sabiduría. Abre mi corazón, tú que abriste el Libro. Ábreme la puerta del cielo, porque tú eres la Puerta. Si entramos por ti, poseeremos el reino eterno; si entramos por ti, no quedaremos defraudados, porque no puede equivocarse quien entra en la morada de la Verdad" (Commento al Salmo 118, 1: SAEMO 9, p. 377).

2) La sabiduría forma amigos de Dios, hace crecer hacia la madurez. La renuncia para encontrar a Cristo

Cfr. Benedicto XVI,  Homilía el 6 de mayo de 2006

v     La sabiduría hace crecer a la persona desde dentro hacia la plena medida de la madurez; la plenitud de esa vida consiste en la amistad con Dios.

o     Por la Sabiduría vale la pena renunciar a todo lo demás, porque sólo ella da pleno sentido a la vida, un sentido que supera incluso la muerte, pues pone en comunión real con Dios.

La primera lectura está tomada del libro de la Sabiduría, atribuido tradicionalmente al gran rey Salomón. Todo este libro es un himno de alabanza a la Sabiduría divina, presentada como el tesoro más valioso que el hombre puede desear y descubrir, el bien más grande, del que dependen todos los demás bienes. Por la Sabiduría vale la pena renunciar a todo lo demás, porque sólo ella da pleno sentido a la vida, un sentido que supera incluso la muerte, pues pone en comunión real con Dios. La Sabiduría —dice el texto— "forma amigos de Dios" (Sb 7,27), bellísima expresión que pone de relieve, por una parte, el aspecto "formativo", es decir, que la Sabiduría forma a la persona, la hace crecer desde dentro hacia la plena medida de su madurez; y, al mismo tiempo, afirma que esta plenitud de vida consiste en la amistad con Dios, en la armonía íntima con su ser y su querer.

v     La sabiduría actúa en el corazón, que es el centro espiritual de la persona.

El lugar interior en el que actúa la Sabiduría divina es lo que la Biblia llama el corazón, centro espiritual de la persona. Por eso, con el estribillo del salmo responsorial hemos rezado: "Danos, oh Dios, la sabiduría del corazón". El salmo 89 recuerda también que esta sabiduría se concede a quien aprende a "calcular sus años" (v. 12), es decir, a reconocer que todo lo demás en la vida es pasajero, efímero, caduco; y que el hombre pecador no puede y no debe esconderse delante de Dios, sino reconocerse como lo que es, criatura necesitada de piedad y de gracia. Quien acepta esta verdad y se dispone a acoger la Sabiduría, la recibe como don.

v     “Dejar” para “encontrar”: la renuncia para encontrar a Cristo, que es la sabiduría divina encarnada.

Así pues, por la sabiduría vale la pena renunciar a todo. Este tema de "dejar" para "encontrar" está en el centro del pasaje evangélico que acabamos de escuchar, tomado del capítulo 19 de san Mateo. Después del episodio del "joven rico", que no había tenido la valentía de separarse de sus "muchas riquezas" para seguir a Jesús (cf. Mateo 19,22), el apóstol san Pedro pregunta al Señor qué recompensa les tocará a ellos, los discípulos, que en cambio han dejado todo para estar con él (cf. Mateo 19,27). La respuesta de Cristo revela la inmensa generosidad de su corazón: a los Doce les promete que participarán en su autoridad sobre el nuevo Israel; además, asegura a todos que "quien haya dejado" los bienes terrenos por su nombre, "recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna" (Mateo 19,29).
Quien elige a Jesús encuentra el tesoro mayor, la perla preciosa (cf. Mateo 13,44-46), que da valor a todo lo demás, porque él es la Sabiduría divina encarnada (cf. Juan 1,14) que vino al mundo para que la humanidad tenga vida en abundancia (cf. Juan 10,10). Y quien acoge la bondad, la belleza y la verdad superiores de Cristo, en quien habita toda la plenitud de Dios (cf.  Colosenses 2,9), entra con él en su reino, donde los criterios de valor de este mundo ya no cuentan e incluso quedan completamente invertidos.
Una de las definiciones más bellas del reino de Dios la encontramos en la segunda lectura, un texto que pertenece a la parte exhortativa de la carta a los Romanos. El apóstol san Pablo, después de exhortar a los cristianos a dejarse guiar siempre por la caridad y a no dar escándalo a los que son débiles en la fe, recuerda que el reino de Dios "es justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo" (Romanos 14,17). Y añade: "Quien así sirve a Cristo, se hace grato a Dios y aprobado por los hombres.
Procuremos, por tanto, lo que fomente la paz y la mutua edificación" (Romanos 14,18-19). "Lo que fomente la paz" constituye una expresión sintética y perfecta de la sabiduría bíblica, a la luz de la revelación de Cristo y de su misterio de salvación. La persona que ha reconocido en él la Sabiduría encarnada y ha dejado todo lo demás por él se transforma en "artífice de paz", tanto en la comunidad cristiana como en el mundo; es decir, se transforma en semilla del reino de Dios, que ya está presente y crece hacia su plena manifestación.
Por tanto, desde la perspectiva del binomio Sabiduría-Cristo, la palabra de Dios nos ofrece una visión completa del hombre en la historia: la persona que, fascinada por la sabiduría, la busca y la encuentra en Cristo, deja todo por él, recibiendo en cambio el don inestimable del reino de Dios, y revestida de templanza, prudencia, justicia y fortaleza —las virtudes "cardinales"— vive en la Iglesia el testimonio de la caridad.

3) La petición de Salomón: la sabiduría es discernimiento.

·         Cuando el Señor dice a Salomón que le pida algo, éste con su petición  - «Concédeme un corazón
 prudente para gobernar a tu pueblo y saber discernir entre  lo bueno y lo malo»,  v. 9 -  demuestra que es consciente de la misión que Dios le ha concedido de gobernar a su pueblo, y pide lo que es más importante para realizar esa misión: el discernimiento para gobernar con sabiduría. Otras traducciones ponen un corazón «dócil», es decir un corazón «que escucha», lo que sería tanto como escuchar la Palabra de Dios en todas las realidades y acontecimientos de la vida. Salomón prefiere ese don a otros bienes tales como una larga vida, riquezas, etc.  
·         Hoy día los problemas económicos  ocupan uno de los lugares  preferentes en la vida, y esto es justo en
tanto en cuanto  que se busque el legítimo bienestar de la familia o bien la creación de bienes para mejorar la calidad de vida de todos, etc. Pero esto es diferente del hecho de que en el corazón entren las diversas idolatrías (del poder, del dinero, etc.), o la envidia, el deseo de venganza, los celos, etc.
Hemos de considerar como sumamente importante el que, con la gracia de Dios, deseemos el don de un corazón dócil, prudente, que sepa escuchar la voz del Señor y encontrar así el justo camino de la felicidad que no depende de bienes que se corrompen. En definitiva, nosotros también pediremos la sabiduría que proviene de Dios, de su Palabra: “amo tus mandamientos más que el oro”, “son admirables tus preceptos”, “estimo rectos tus mandatos”, la “revelación de tus palabras ilumina, da inteligencia a los sencillos”, tu “Ley es mi deleite” (cfr. Salmo Responsorial de hoy, n. 119/118).   


Vida Cristiana


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