viernes, 22 de diciembre de 2017

Cuarto domingo de Adviento. Santiago Agrelo.

Palabras de anunciación:

“Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo; ábrase la tierra y brote al Salvador”.
Con este texto del profeta Isaías empieza la liturgia eucarística de este domingo. Lo leí, lo pronuncié delante del Señor como si fuese algo mío. Las palabras del profeta se me hicieron de inmediato súplica en los labios. Me pregunto el porqué de esa transformación repentina.
“Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo; ábrase la tierra y brote al Salvador”.
Mi oración era expresión dolorosa de necesidad y de fe, de pobreza y de esperanza. Nacía en la oscuridad interior, allí donde Dios es deseo y ausencia, allí donde la fe es siempre pregunta y la esperanza es siempre abandono, el único lugar donde el hombre es radicalmente libre y siente al mismo tiempo el vértigo de la libertad.
“Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo; ábrase la tierra y brote al Salvador”.
¡Qué extraña petición! Para el hombre al que la soledad se le hace impertinente compañera de camino yo estaba pidiendo “el rocío”, “la justicia”, “la salvación”.
“El rocío” evoca sensaciones de alivio y refrigerio, y es signo de bendición divina y de abundancia.
“La justicia” es para el hombre una tierra de promisión siempre añorada, siempre deseada, siempre buscada, nunca alcanzada, siempre más allá de nuestro pobre horizonte. Al decir: “nubes, derramad la justicia”, en realidad estoy pidiendo la irrupción de la “fidelidad misericordiosa de Dios” en la aridez de mi desierto interior.
“¡La salvación!” Nada que no sea Dios mismo podrá ser llamado «salvación». ¡Nada! Y yo estaba pidiendo a la tierra que me diese a Dios.
Entonces caí en la cuenta de que las palabras del profeta no eran palabras para una oración, sino un mandato divino; no eran expresión del deseo del hombre, sino revelación del designio de Dios; no era yo quien pedía a los cielos o a las nubes o a la tierra un don que no podían hacerme; era Dios quien anunciaba lo que se disponía a realizar a favor de su pueblo. Aquel texto profético no era una oración, ¡era una anunciación! Y eso me pareció que era también en su conjunto la liturgia de este domingo de adviento: Una anunciación al rey David: “Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré grande y te daré una dinastía. Tu casa y tu reino durarán para siempre en mi presencia”. Una anunciación del misterio de Dios a los gentiles, misterio “dado a conocer para traer a todas las naciones a la obediencia de la fe”. Una anunciación a una virgen, que se llamaba María, y estaba desposada con un hombre llamado José: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús”. Una anunciación a la comunidad reunida en asamblea de fe para la celebración dominical: “Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo; ábrase la tierra y brote al Salvador”.
Una anunciación interpela necesariamente la fe de quien la recibe: Dios no entra en una casa sin llamar a la puerta y pedir permiso. Una anunciación interpela siempre la libertad: Dios no entrará en nuestra casa si no le decimos, «adelante».
Se lo podré decir con palabras de agradecimiento aprendidas en la escuela de los salmos: “Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades”.
Se lo puedo decir también con las palabras sencillas y austeras de la Virgen María: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra”.
La respuesta, nuestra respuesta de fe, ésa sí que es verdadera oración, humilde y eficaz. Nosotros decimos, “hágase”, y el rocío de Dios refrigera el desierto del alma, la justicia de Dios alcanza la oscuridad de nuestra vida, la salvación nos envuelve como nos envuelve Dios mismo, “en quien vivimos, nos movemos y somos”. Nosotros decimos, “hágase”, y abrimos la puerta de nuestra vida a Cristo Jesús, el Justo, el Salvador. Nosotros decimos, “hágase”, y decimos sí a la esperanza y el abandono, a la fe y a la pregunta, al abrazo y a la ausencia.
 “Hágase”. “¡Ven, Señor Jesús!”
Feliz domingo.



Aprendiendo la Navidad: Santiago Agrelo

A los fieles de la Iglesia de Tánger: PAZ Y BIEN.

Es Navidad: Un Sol, que nace de lo alto, sorprende con la claridad de su luz la noche del hombre.

La noche –el «hoy»- en que Dios nos saluda con la paz:
El saludo de Paz y Bien parece aprendido en la escuela de Navidad, en la bondad recién estrenada de la nueva creación.
El nacimiento de nuestro Señor Jesucristo trae a la tierra la paz que el cielo le puede ofrecer, todo el bien que Dios nos puede hacer.
A los que creéis y celebráis este misterio, es el Padre del cielo quien os saluda y os ofrece en su Hijo la Paz y el Bien: “Nuestro Salvador ha nacido en el mundo. Hoy, desde el cielo, ha descendido la paz sobre nosotros”.

La noche –el «hoy»- en que Dios nace hombre para servir al hombre:
Si entras en el misterio de ese nacimiento, la palabra de la revelación te dirá que tu noche se ha iluminado «hoy» con la luz de Dios, que tu Dios acreció tu alegría, aumentó tu gozo, quebrantó la vara del opresor, y se te regaló en un niño, que es maravilla de Consejero, Dios guerrero, Príncipe de la paz. Si entras en el misterio, se te dirá que Dios ha nacido para servirte.
Sólo del cielo puede venir ese mensaje, sólo un mensajero de Dios puede anunciar este evangelio: “Hoy os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor”.
Pero no te conformes con oír el anuncio. Ve, Iglesia amada de Dios, ve derecha a Belén a ver eso que ha pasado y se te ha comunicado.
Se te anunció una luz para los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. Si vas y ves ¡sólo encontrarás un niño!
Se te anunció una gran alegría que será para todo el pueblo. Si vas y ves, ¡sólo encontrarás un niño envuelto en pañales!
Se te anunció un Salvador, el Mesías, el Señor, un Dios que va a la guerra para ser Príncipe de la paz. Ve, Iglesia evangelizada en la noche de hoy, ¡sólo encontrarás un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre!
La luz, la alegría, el Salvador, el Mesías, el Señor, Dios, ¡es un Niño!
Lo que se te ha anunciado, lo que has visto, el misterio de la Palabra de Dios hecha carne, es revelación del poder de Dios en la debilidad del hombre, es epifanía de la grandeza de Dios en la pequeñez del hombre, es manifestación de la gloria de Dios en la pobreza y humildad del hombre.
Y porque a tu Señor, a tu Salvador, lo has visto así, ¡pequeño, pobre, humilde!, te has asombrado, te has alegrado, y has vuelto a tu mundo dando gloria y alabanza a Dios.
Has vuelto a tu mundo, ¡pero ya no es el mismo que habías dejado!
Ahora se ha hecho moradora de ese mundo una alegría que era del cielo; ahora se ofrece a los pobres la bienaventuranza, el consuelo a los que lloran; ahora se ha hecho posible saciar a los hambrientos de justicia; ahora se nos ha revelado el amor como ley que rige el universo; ahora empieza un mundo nuevo que es de los pequeños.
Escándalo o milagro, para ser hombre, Dios escogió el camino de la humildad: la debilidad, la caducidad, el abajamiento… ¡Dios abrazó la condición de esclavo!
Escándalo o milagro, la Navidad –el nacimiento del Hijo de Dios- es un paso primero y necesario en el camino de Dios hasta los pies de los pobres para lavarlos, hasta nuestras dolencias para sanarlas, hasta nuestra muerte para resucitarnos.
Escándalo o milagro, la Navidad es aparición de un mundo nuevo en el que Dios se ha hecho pequeño y de todos, último y crucificado: La Navidad es el primer paso de Dios hacia su entrega de amor en una cruz para entrar en la vida, para ser nuestra vida.

La noche –el «hoy»- en que, celebrando la Navidad, aprendemos a ser pequeños y de todos:
Queridos: es tiempo de creer, de admirar, de celebrar, de imitar la Navidad.
Contemplando el misterio, aprendemos que la razón de la Navidad es el hombre; el camino de la Navidad es el abajamiento hasta lo hondo de la condición humana; la meta de la Navidad es la paz para los amados de Dios y la gloria para Dios en el cielo.
El mundo necesita la verdad de la Navidad. El mundo necesita vuestra fe, vuestra Navidad aprendida, vuestra vida entregada en pobreza a los pobres.
No se turbe vuestro corazón. No tengáis miedo. No nos están llamando a la desdicha sino a la bienaventuranza. El Espíritu del Señor viene a vosotros, y lo que nacerá de vosotros es un mundo nuevo según el corazón de Dios.
Sólo se espera nuestro «hágase», nuestro «sí», a la verdad de la Navidad. Lo espera el cielo para llover su justicia. Lo espera la tierra para que brote la paz.
Feliz Navidad, hijos míos muy queridos.


Tánger, 22 de diciembre de 2017.






jueves, 21 de diciembre de 2017

Homilía del Papa Francisco en Santa Marta Martes, 19 de diciembre de 2017






Ø La fecundidad es siempre un don de Dios (2017). La fecundidad material y espiritual. Dar vida.

¡Ay de nosotros, si no somos fecundos con las buenas obras! El diablo quiere la esterilidad. Nuestro corazón es una cuna. ¿Está vacío, siempre vacío, o está abierto para recibir continuamente vida y dar vida?


LA FECUNDIDAD

v  Cfr. Homilía del Papa Francisco en Santa Marta

Martes, 19 de diciembre de 2017
            Las lecturas de hoy presentan  el anuncio del nacimiento de Sansón (Jueces 13,2-7.24- 25a) y de San Juan Bautista (Lucas 1,5-25) hecho por el ángel a dos mujeres estériles o demasiado avanzadas en años, como en el caso de Isabel. Una vergüenza, la esterilidad en aquellos tiempos; una gracia y un don de Dios el nacimiento de un hijo. En la Biblia hay muchas mujeres estériles, que desean ardientemente un hijo, o madres que lloran la pérdida del hijo porque se han quedado sin descendencia: Sara, Noemí, Ana, Isabel, etc.

o   La fecundidad es siempre un don de Dios

 “¡Llenad la tierra, sed fecundos!”, fue el primer mandamiento que Dios dio a nuestros padres. Donde está Dios, hay fecundidad. Me vienen a la mente, así de paso, algunos países que han elegido la vía de la esterilidad y padecen esa enfermedad tan fea que es el invierno demográfico. Los conocemos... No tienen hijos. “Es que el bienestar, es que esto, es que lo otro…”. Países vacíos
de niños, y eso no es una bendición. Pero eso es algo de paso. La fecundidad siempre es una bendición de Dios, la fecundidad material y espiritual. Dar vida.

o   ¡Ay de nosotros, si no somos fecundos con las buenas obras!

§  El diablo quiere la esterilidad
Una persona puede incluso no casarse, como los sacerdotes y los consagrados, pero debe vivir dando vida a los demás. ¡Ay de nosotros, si no somos fecundos con las buenas obras!
La fecundidad es un signo de Dios. Los profetas escogen símbolos bellísimos, como el desierto. Qué hay más estéril que un desierto; sin embargo, dicen que hasta el desierto florecerá, la aridez se llenará de agua. Es precisamente la promesa de Dios. Dios es fecundo. Es verdad, el diablo quiere la esterilidad, quiere que cada uno de nosotros no viva para dar vida, ni física ni espiritual, a
los demás; que viva para sí mismo: el egoísmo, la soberbia, la vanidad. Engrasar el alma sin vivir para los demás. El diablo es el que hace crecer la cizaña del egoísmo y no nos hace fecundos.

o   Es una gracia tener hijos que nos cierren los ojos en nuestra muerte.

Es una gracia tener hijos que nos cierren los ojos en nuestra muerte. Un anciano misionero de la Patagonia, con noventa años, decía que su vida se le había pasado en un soplo, pero tenía muchos hijos espirituales junto a sí en su última enfermedad.

o   Nuestro corazón es una cuna.

§  ¿Está vacío, siempre vacío, o está abierto para recibir continuamente vida y dar vida?
Aquí hay una cuna vacía, la podemos ver. Puede ser símbolo de esperanza porque vendrá el Niño, o puede ser un objeto de museo, vacía toda la vida. Nuestro corazón es una cuna. ¿Cómo es mi corazón? ¿Está vacío, siempre vacío, o está abierto para recibir continuamente vida y dar vida? ¿Para recibir y ser fecundo? ¿O será un corazón conservado como un objeto de museo que nunca estuvo abierto a la vida ni a dar la vida?
Os sugiero mirar esta cuna vacía y decir: “Ven Señor, llena la cuna, llena mi corazón y empújame a dar vida, a ser fecundo”.


Vida Cristiana

miércoles, 20 de diciembre de 2017

4º Domingo de Adviento, Año B, 24 de diciembre de 2017



Ø Domingo 4 de Adviento, Año B (24 de diciembre 2017). El Rey David quiere construir un templo a Dios. Después del 990 a.C. el Rey David consolidó su reinado, y pensó construir edificios que recordasen en el futuro esta consolidación. Y pensó erigir un templo al Señor. Pero, a través del profeta Natán, Dios declara que no quiere para sí una casa material; dará a David otra “casa”,  una estirpe (linaje, familia), una casa viva, en la que se hará presente con su palabra, su obra y su Mesías. Dios habita en el corazón del hombre vivo. Con la encarnación de Cristo María se convierte en la nueva Sion en cuyo interior no hay ya un templo de piedra y de leña de cedro, como el salomónico, sino el templo perfecto de la carne de Cristo. No busquemos a Dios en cielos lejanos y nebulosos sino dirijámonos a Cristo presente en medio de nosotros.

v  Cfr. 4º Domingo de Adviento,  Año B,  24 de diciembre de 2017

            2 Samuel 7, 1-5.8-12.14.16; Salmo 88; Romanos 16, 25-27; Lucas 1,26-38;


2 Samuel 7,1-5. 8b-12. 14a.16: Cuando el rey David se estableció en su palacio, y el Señor le dio la paz con todos los enemigos que le rodeaban, el rey dijo al profeta Natán: - «Mira, yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda.» Natán respondió al rey: «Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está contigo.» Pero aquella noche recibió Natán la siguiente palabra del Señor: «Ve y dile a mi siervo David: "Así dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella? Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. Yo estaré contigo en todas tus empresas, acabaré con tus enemigos, te haré famoso como a los más famosos de la tierra. Daré un puesto a Israel, mi pueblo: lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos, y en adelante no permitiré que los malvados lo aflijan como antes, cuando nombré jueces para gobernar a mi pueblo Israel. Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré grande y te daré una dinastía. Y, cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre."»

Lucas 1,26-38: 26 En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, 27 a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. 28 El ángel, entrando en su presencia, dijo: - «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú eres entre las mujeres.» 29 Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. 30 El ángel le dijo: - «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. 31 Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. 32 Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, 33 reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.» 34 Y María dijo al ángel: - «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?» 35  El ángel le contestó: - «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. 36 Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, 37 porque para Dios nada hay imposible.» 38 María contestó: - «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y la dejó el ángel.


1.    Primera Lectura. El Rey David quiere construir un templo material para el Señor.

v  Pero Dios tiene otro proyecto: en vez de una casa material (el Templo) construida por David, el mismo Dios le daría otra «casa», un reino  que se fundaría no en una casa material sino en un hijo que saldría de sus entrañas, que consolidaría el reino para siempre, en Jesús, que «reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».

Cfr. Gianfranco Ravasi, Los rostros de la Biblia, San Pablo 2008, pp. 154-156

o   Después del 990 a.C. el Rey David consolidó su reinado, y pensó construir edificios que recordasen en el futuro esta consolidación. Y pensó erigir un templo al Señor.

§  “El protagonista de la primera lectura de este cuarto domingo de Adviento es el profeta Natán (en hebreo
 «Dios ha dado». La forma completa sería «Natanael»), un personaje de la corte de David. Aparece en el capítulo 7 del segundo libro de Samuel: el rey lo llama para expresarle su deseo de erigir un templo al Señor [1] en la capital  recién conquistada, Jerusalén, con  el fin de tener junto a sí la protección y el aval divino. Lo mismo que los capellanes de la corte, Natán se pone inmediatamente de parte de su  soberano [2]. Pero hay un imprevisto: él no deja de ser un profeta y, por lo tanto, en último extremo, depende del Señor, el cual niega su autorización.

o   Dios declara que no quiere para sí una casa material; dará a David otra “casa”,  una estirpe (linaje, familia), una casa viva, en la que se hará presente con su palabra, su obra y su Mesías.

En una visión nocturna Dios declara que no quiere para sí una casa material. Será Él quien dé una casa viva a David, es decir, una estirpe, en la que el Señor se hará presente con su palabra, su obra y con su Mesías. Queda claro que Dios prefiere el tiempo al espacio, por ser la realidad más «humana», más íntima a nuestra condición de criaturas mortales. En hebreo es posible un juego de significados en torno a la misma palabra, porque bajit, significa «casa, palacio, templo», pero también «estirpe, descendencia». Ya sabemos que será Salomón, el hijo de David, el que después erija el tempo en  Sión. La verdad es que el primer templo será el de la «carne» de los hombres, es decir, la dinastía davídica (el «linaje», la estirpe de David): con esto tenemos una anticipación del tema cristiano de la Encarnación”.    

v  Por tanto, la tradición cristiana, a la luz del Evangelio, ha entendido lo que dijo el Señor a David de una manera precisa:

a) en vez de una casa  de Dios  material (el Templo), el mismo Dios daría a David otra «casa» también real: una estirpe, un linaje, una familia, una dinastía;  un reino que se fundaría no en una casa material sino en un hijo que saldría de sus entrañas, que consolidaría el reino para siempre....
b) Jesús, descendiente de David por medio de José, es el Hijo de Dios que pertenece a una estirpe real,
pero, sobre todo, será rey porque su Padre le ha dado toda potestad en los cielos y en la tierra .... el reino de Cristo será eterno, universal, indestructible ....  Lo vemos en el Evangelio de hoy, en las palabras que el ángel dirige a María: «Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.» [3]
       c) María es la nueva Arca de Dios [4]. La carne del Verbo es el nuevo templo de Dios entre los hombres: «Destruid este Templo y en tres días lo levantaré.(...) Pero él se refería al Templo de su cuerpo» (Juan 2, 19.21). Con la encarnación del Verbo de Dios, Dios realmente ha construido una tienda en medio de nosotros: «Y el Verbo se hizo carne y habitó (traducción del original: puso su tienda, su morada) entre nosotros" (Juan 1,14). El Señor, por tanto, no desea una casa/templo de piedras para vivir, sino algo muy diverso.

v  Dios habita en el corazón del hombre vivo

·         Benedicto XVI afirmó en la homilía de la Misa de la Inmaculada (8/10/05) sobre la Virgen: “En ella
habita el Señor, en ella encuentra el lugar de su descanso. Ella es la casa viva de Dios, que no habita en edificios de piedra, sino en el corazón del hombre vivo”.

v  Cfr. Hans Urs von Balthasar, Luz de la Palabra, Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones Encuentro, Madrid 1994, pág. 127 ss

o   Dios a David: una reprensión y una promesa

1.      La casa de David. En la primera lectura, el rey David, que habita en su palacio, tiene mala
conciencia de que, mientras él vive en casa de cedro, Dios tenga que conformarse con una simple tienda. Por eso decide, como hacen casi todos los reyes de los pueblos, construir una morada digna para Dios. Pero entonces el propio Dios interviene, y sus palabras son tanto una reprensión como una promesa. David olvida que es Dios el que ha construido todo su reino, desde el mismo instante en que, siendo David un simple pastor de ovejas, le ungió rey, acompañándole desde entonces en todas sus empresas. Pero la gracia llega aún más lejos: la casa que Dios ha comenzado, el mismo Dios la construirá hasta el final: en la descendencia de David y finalmente en el gran descendiente suyo con el que culminará la obra. Dios no habita en la soledad de los palacios, sino en la compañía de los hombres que creen y aman; éstos son sus templos y sus iglesias, y nunca conocerán la ruina. La casa de David «se consolidará y durará por siempre» en su hijo. Esto se cumple en el evangelio.

o   La Virgen elegida por Dios para ser un templo sin igual

2.      La Virgen desposada con un varón de la casa de David es elegida por Dios para ser un
templo sin igual. Su Hijo, concebido en su vientre por obra del Espíritu Santo, establecerá su morada en ella, y todo el ser de la Madre contribuirá a la formación del Hijo hasta convertirlo en un hombre perfecto. También aquí el trabajo de Dios no comienza sólo desde el instante de la Anunciación, sino desde el primer momento de la existencia de María. En su Inmaculada Concepción, Dios ha comenzado ya a actuar en su templo: sólo porque Dios la hace capaz de responderle con un sí incondicional, sin reservas, puede establecer su morada en ella y garantizarle, como a David, que esta casa se consolidará y durará por siempre. «Reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». El Hijo de María es mucho más que el hijo de David: «Es más que Salomón» (Mt 12,42). El propio David lo llama Señor (Mt 22,4S). Pero aunque Jesucristo edificará el templo definitivo de Dios con «piedras vivas» (1 P 2,5) sobre sí mismo como «piedra angular», nunca olvidará que se debe a la morada santa que es su Madre, al igual que procede de la estirpe de David por José. La maternidad de María es tan imperecedera que Jesús desde la cruz la nombrará Madre de su Iglesia: ésta procede ciertamente de su carne y sangre, pero su «Cuerpo místico», la Iglesia, al ser el propio cuerpo de Jesús, no puede existir sin la misma Madre, a la que él mismo debe su existencia. Y a los que participan, dentro de la Iglesia, en la fecundidad de María, él les da también una participación en su maternidad (Metodio, Banquete III, 8).

o   El templo que Dios se construye no se concluirá hasta que «todas las naciones» hayan sido traídas a la obediencia de la fe

3.      El templo que Dios se construye no se concluirá hasta que «todas las naciones» hayan sido
traídas a la obediencia de la fe. Eso es precisamente lo que se anuncia al final de la carta a los Romanos. Esta construcción definitiva es operada por los cristianos ya creyentes, que no se encierran dentro de su Iglesia, sino que están abiertos al «misterio» que les ha sido «revelado» por Dios y, en razón de la profecía de los "Escritos proféticos", en los que se habla de David y de la Virgen, creen que el «evangelio» no se limita exclusivamente a la Iglesia, sino que afecta al mundo en su totalidad. El templo construido por Dios remite siempre, más allá de sí mismo, a una construcción mayor que ha sido proyectada por Dios y que no concluirá hasta que «haga de los enemigos de Cristo estrado de sus pies» y Cristo «devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza» (1 Co 15,24s).

2.    Evangelio. «Para Dios no hay nada imposible» (Lucas 1, 37)

·         Esta expresión toma las palabras  que el Señor dirigió a Abrahán en Génesis 18,14, cuando prometió el
nacimiento inminente de Isaac. María, por tanto, tiene un vínculo con Abrahán, el padre de Israel, quien recibió la promesa en primer lugar, dando la vida al pueblo de la promesa; a esto hace alusión la Virgen en el Magnificat: «como había prometido  a nuestros padres, Abrahán y su descendencia para siempre». (Lucas 1,55).  
·         Sagrada Biblia, Nuevo Testamento, Eunsa 1999, Lucas 1, 26-38 : “El mensaje del ángel expresa la
acción singular, soberana y omnipotente de Dios al encarnarse para nuestra salvación. Esta acción divina (cfr. v. 35) evoca la creación (Génesis 1,2), cuando el Espíritu descendió sobre las aguas para dar vida; y la del desierto, cuando creó al pueblo de Israel y hacía notar su presencia con una nube que cubría el Arca de la Alianza (cfr. Exodo 40, 34-36).”.
·         Biblia de Jerusalén, Lucas 1,35: La concepción de Jesús se debe al poder del Espíritu Santo.  La
expresión «el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, “evoca la nube luminosa, señal de la presencia de Yahvé (ver Éxodo 13, 22+; 19,16+; 24,16+)”   

·         Éxodo 13, 21-22: “Yahvé marchaba delante de ellos: de día en columna de nube, para guiarlos por el
camino, y de noche en columna de fuego, para alumbrarlos, de modo que pudiesen marchar de día y de noche. No se apartó del pueblo ni la columna de nube por el día, ni la columna de fuego por la noche”. Biblia de Jerusalén, Éxodo 13,22: «En el Pentateuco se encuentran diversas manifestaciones de la presencia divina: la columna de nube y la columna de fuego (tradición yahvista); el nublado oscuro y la nube (tradición eloísta)».

3.  La cooperación de María a la Encarnación: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.

v  En el Catecismo de la Iglesia Católica

·         CCE 488: La predestinación de María - «Dios envió a su Hijo» (Gálatas 4, 4), pero para «formarle un
cuerpo» (Cf Hebreos 10, 5) quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo, a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a «una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María» (Lucas l, 26-27):
El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida (Lumen gentium  56; cf 61).
·         CCE 973: Al pronunciar el «fiat» de la Anunciación y al dar su consentimiento al Misterio de la Encarnación,
María colabora ya en toda la obra que debe llevar a cabo su Hijo. Ella es madre allí donde El es Salvador y Cabeza del Cuerpo místico.

v  El riesgo de la fe: la fe de María no ha consistido en el hecho de dar su asentimiento a un cierto número de verdades, sino en el hecho que ha se ha fiado de Dios.

Cfr. Raniero Cantalamessa, Famiglia Cristiana n. 51, 22/12/02:
·         “Se puede pensar que la fe de María fue fácil. Llegar a ser la madre del Mesías seguramente era el sueño
de  toda joven hebrea. Pero nos podemos equivocar. Su acto de fe ha sido uno de los más difíciles de la historia. ¿A quién  puede explicar María lo que ha sucedido en ella? ¿Quién la creerá cuando diga que el niño que porta en su seno es «obra del Espíritu Santo»? Esto no ha sucedido a nadie antes de ella, ni sucederá nunca después de ella. María conocía muy bien lo que estaba escrito en la Ley de Moisés: una joven que no fuese encontrada virgen el día de la boda, debía ser llevada enseguida fuera de su casa paterna y lapidada (cfr. Deuteronomio 22, 20ss).
            ¡María ha conocido «el riesgo de la fe»!. La fe de María no ha consistido en el hecho de dar su asentimiento a un cierto número de verdades, sino en el hecho que ha se ha fiado de Dios; ha dado su «fiat», con los ojos cerrados, creyendo que «nada es imposible a Dios». En realidad, María no ha dicho nunca «fiat», porque no hablaba ni latín ni griego. Lo que probablemente salió de sus labios es una palabra que todos conocemos y que repetimos frecuentemente. ¡Ha dicho «amén»!  Esta palabra era la palabra con la que un hebreo expresaba su asentimiento a Dios, la plena adhesión a su designio.
            María no ha dado su asentimiento con resignación melancólica, como diciéndose a sí misma: «Si no se puede hacer de otro modo, pues bien, hágase  la voluntad de Dios». La palabra que el evangelista  pone en la boca de María (genóito) es optativa, un modo que, en griego, se usa para expresar gozo, un deseo, con la impaciencia de que se dé  una cierta cosa. El «amén» de María fue como el “sí” total, gozoso, que la esposa dice al esposo el día de la boda”.

v  María es la nueva Sión, la ciudad que tenía en su interior el Templo.

            Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo la Scritture, anno B, Piemme settembre 1996, pp. 27-29.

o   No busquemos a Dios en cielos lejanos y nebulosos sino dirijámonos a Cristo presente en medio de nosotros.

·         “María aparece simbólicamente como la nueva Sión, la ciudad que tenía en su interior el Templo. En
ella, sin embargo, la presencia divina es plena y definitiva.  (…) Con la encarnación de Cristo María se convierte en la nueva Sion en cuyo interior no hay ya un templo de piedra y de leña de cedro, como el salomónico, sino el templo perfecto de la carne de Cristo: «Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros» [5], afirma san Juan en el prólogo de su Evangelio (1,14).  En el seno de María se revela en plenitud la presencia de Dios a través  del Hijo. Sobre ella, por tanto, se extiende la «sombra del Altísimo» (Evangelio de hoy, Lucas 1, 35). La protección amorosa de Dios ahora es total, directa, ya no está confiada a la señal del humo del sacrificio. En Maria está quien es verdaderamente refugio, reparo y fortaleza para la entera humanidad”.  (…)
            No busquemos a Dios en cielos lejanos y nebulosos sino dirijámonos a Cristo presente en medio de nosotros. El compromiso del cristiano se debe orientar hacia la historia y la humanidad que  ahora  no son  ya una masa de días y de personas entregadas hacia la muerte sino sede de una presencia santificadora de Dios. El hombre tiene ahora un hermano perfecto, que vive con él en la fragilidad y el sufrimiento de la carne. En la leyenda del monje oriental Epifanio está escrito  este bello testamento espiritual: «No busquéis nunca en Cristo el rostro de un solo hombre, sino buscad en todo hombre el  rostro de Cristo».  

v  María, por tanto, es la primera casa de Dios hecho hombre

·         Cristo viene al mundo, en su encarnación, por medio de María. Ella es la primera casa de Dios
hecho hombre. Por medio de María Dios se convierte en el Emanuel, es decir, el Dios con nosotros. Así se dice en la  Antífona de Comunión de hoy: “Le pondrán por nombre Emmanuel, que significa «Dios-con-nosotros» (Mateo 1, 23)”.   
·         En la Oración Colecta del 20 de diciembre se afirma que Dios, por obra del Espíritu Santo,
transformó a María en “templo de su divinidad”.


Vida Cristiana




[1]  «Mira, yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda.»  El pensamiento de David ciertamente estaba motivado por buenas intenciones: por el reconocimiento de la grandeza de Dios y por el malestar a causa de la desproporción entre su palacio y el lugar - la tienda - en que se conservaba el Arca de la Alianza. Pero le faltaban horizontes, como veremos enseguida. Dios le hace saber que tiene otros criterios. 
[2] «Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está contigo».
[3] Nota del Traductor. Cfr. Primera Lectura del libro de Samuel cap. 7, de las palabras del Señor a David refiriéndose a Jesús: “Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán para siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre”.
[4] La primera Arca – un cofre de madera de acacia recubierto de oro por dentro y por fuera – fue hecha construir por Dios para conservar en ella las tablas de la Alianza donde estaban escritos los preceptos del Decálogo: se llamó, en diversas épocas, Arca de Dios, Arca del Señor, Arca de la Ley, Arca del Testimonio. Era memorial del pacto entre Dios y su pueblo por contener las tablas de la Alianza. Y era, además, símbolo de la presencia de Dios  (Exodo 15, 22; 1 Samuel 4,4; 2 Samuel 6,2); Cfr. Éxodo 25, 10-16.
Cfr. Nota a Éxodo 25, 10-22, Eunsa agosto 2000; cfr. Catecismo de la Iglesia Católica n. 2058; cfr. n. 2676: «Llena de gracia, el Señor es contigo»: Las dos palabras del saludo del ángel se aclaran mutuamente. María es la llena de gracia porque el Señor está con ella. La gracia de la que está colmada es la presencia de Aquel que es la fuente de toda gracia. «Alégrate... Hija de Jerusalén... el Señor está en medio de ti» (So 3, 14. 17a). María, en quien va a habitar el Señor, es en persona la hija de Sión, el Arca de la Alianza, el lugar donde reside la Gloria del Señor: ella es «la morada de Dios entre los hombres» (Apocalipsis 21, 3). «Llena de gracia», se ha dado toda al que viene a habitar en ella y al que ella entregará al mundo.”  
[5] Equivale a “puso la tienda en medio de nosotros”.  
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