miércoles, 7 de febrero de 2018

La actitud ejemplar del leproso


y con sencillez su mal y pide con fe su curación. La escena debió de ser extraordinaria. Con su sinceridad se pone delante del Señor, e hincándose de rodillas, reconoce su enfermedad y pide que le cure.

La  actitud ejemplar del leproso


v  Cfr. Domingo 6 del tiempo ordinario Ciclo B.

                      [6B18LepraSímboloPeccadoAbsolucionEncuentroMisericordiaDios; 11 de febrero de 2018]


Marcos 1, 40-45: 40 En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: - «Si

quieres, puedes limpiarme.» 41 Sintiendo compasión, extendió la mano y lo tocó, diciendo:

«Quiero, queda limpio.»42 La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. 43 Enseguida le

conminó y le despidió. 44 Le dijo:  «No se lo digas a nadie; pero anda,  preséntate al sacerdote y

ofrece por tu curación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio». 45 Sin embargo, en

cuanto se fue, empezó a proclamar ya a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar

abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas

partes.


v  La  actitud ejemplar del leproso

Francisco Fernández Carvajal, Meditaciones para cada día del año, Ediciones Palabra,
tomo III, Sexto Domingo, Ciclo B

o   Reconoce claramente y con sencillez su mal y pide con fe su curación.

·         La tradición cristiana ha resaltado la actitud ejemplar del leproso que reconoce claramente y con
sencillez su mal y pide con fe su curación - «rogándole de rodillas le decía: Si quieres puedes curarme» -, para reflexionar sobre el hecho de que los hombres encontramos el perdón divino cuando recurrimos al Señor, confesando nuestros pecados. Se ha escrito mucho sobre las cualidades de ese reconocimiento de los propios pecados: claro, sencillo, confiado, etc. etc. 
Confesarse es “el gesto del hijo pródigo que vuelve al padre y es acogido por él con el beso de la paz; gesto de lealtad y de valentía; gesto de entrega de sí mismo, por encima del pecado, a la  misericordia que perdona” (Juan Pablo II, Reconciliatio et paenitentia, n. 31) 

o   La escena debió de ser extraordinaria

Francisco Fernández Carvajal, o.c.
·         “La escena debió de ser extraordinaria. Se postró el leproso ante Jesús, y le dijo: Señor, si quieres puedes
 limpiarme. Si quieres... Quizá se había preparado un discurso más largo, con más explicaciones..., pero al final todo quedó reducido a esta jaculatoria llena de sencillez, de confianza, de delicadeza: Si vis, potes me mundare, si quieres, puedes... En estas pocas palabras se resume una oración poderosa. Jesús se compadeció; y los tres Evangelistas que relatan el suceso nos han dejado el gesto sorprendente del Señor: extendió la mano y le tocó. Hasta ahora todos los hombres habían huido de él con miedo y repugnancia, y Cristo, que podía haberle curado a distancia –como en otras ocasiones–, no solo no se separa de él, sino que llegó a tocar su lepra. No es difícil imaginar la ternura de Cristo y la gratitud del enfermo cuando vio el gesto del Señor y oyó sus palabras: Quiero, queda limpio.
El Señor siempre desea sanarnos de nuestras flaquezas y de nuestros pecados. Y no tenemos necesidad de esperar meses ni días para que pase cerca de nuestra ciudad, o junto a nuestro pueblo... Al mismo Jesús de Nazaret que curó a este leproso le encontramos todos los días en el Sagrario más cercano, en la intimidad del alma en gracia, en el sacramento de la Penitencia. “Es Médico y cura nuestro egoísmo, si dejamos que su gracia penetre hasta el fondo del alma. Jesús nos ha advertido que la peor enfermedad es la hipocresía, el orgullo que lleva a disimular los propios pecados. Con el Médico es imprescindible una sinceridad absoluta, explicar enteramente la verdad y decir: Domine, si vis, potes me mundare (Mt 8, 2), Señor, si quieres –y Tú quieres siempre–, puedes curarme. Tú conoces mi flaqueza; siento estos síntomas, padezco estas otras debilidades. Y le mostramos sencillamente las llagas; y el pus, si hay pus” [1]; todas las miserias de nuestra vida”.

o   Con su sinceridad se pone delante del Señor, e hincándose de rodillas, reconoce su enfermedad y pide que le cure [2].

Francisco Fernández Carvajal, o.c.
·         “Hemos de aprender de este leproso: con su sinceridad se pone delante del Señor, e hincándose de
rodillas [3]  reconoce su enfermedad y pide que le cure.
Le dijo el Señor al leproso: Quiero, queda limpio. Y al momento desapareció de él la lepra y quedó limpio. Nos imaginamos la inmensa alegría del que hasta ese momento era leproso. Tanto fue su gozo que, a pesar de la advertencia del Señor, comenzó a proclamar y divulgar por todas partes la noticia del bien inmenso que había recibido. No se pudo contener con tanta dicha para él solo, y siente la necesidad de hacer partícipes a todos de su buena suerte.
Esta ha de ser nuestra actitud ante la Confesión. Pues en ella también quedamos libres de nuestras enfermedades, por grandes que pudieran ser. Y no solo se limpia el pecado; el alma adquiere una gracia nueva, una juventud nueva, una renovación de la vida de Cristo en nosotros. Quedamos unidos al Señor de una manera particular y distinta. Y de ese ser nuevo y de esa alegría nueva que encontramos en cada Confesión hemos de hacer partícipes a quienes más apreciamos, y a todos”.

v  ¡«Si quieres, puedes limpiarme»!

o   Cada día, el Señor purifica el alma de quien se lo suplica, lo adora y proclama con estas palabras: Señor, si quieres, me puedes purificar, sin mirar la cantidad de sus faltas. 

Cada día, el Señor purifica el alma de quien se lo suplica, lo adora y proclama con estas palabras: Señor, si quieres, me puedes purificar, sin mirar la cantidad de sus faltas.  Porque el que cree de todo corazón queda justificado. Debemos dirigir a Dios nuestras peticiones con toda confianza, sin duda de su poder. Esta es la razón porque el Señor responde al instante a la petición del leproso que le suplica y le dice: Quiero, queda limpio. Porque a poco que el pecador ore con fe, la mano del Señor limpia la lepra de su alma. Este leproso nos da un buen consejo acerca de nuestra manera de orar. No pone en duda la voluntad del señor, como si no creyera en su bondad. Sino que, consciente de la gravedad de sus faltas, no quiere presumir de esta voluntad. Diciendo «si quieres». Afirma que este poder pertenece  al Señor, al mismo tiempo que confiesa su fe.
            El apóstol Pedro habla de esta fe, sin duda alguna, cuando dice: Purificó sus corazones por medio de la fe.  La fe pura, vivida en el amor, mantenida por la perseverancia, paciente en la espera, humilde en la confesión, firme en la confianza, respetuosa en la oración, llena de sabiduría en lo que pide, escuchará con certeza en toda circunstancia esta palabra del Señor: Quiero. (San Pascasio Radberto [4] (En Magnificat, n. 171, febrero 2018, pp. 157-158).




Vida Cristiana





[1] Es Cristo que pasa, 93
[2] Sobre la confesión de los pecados, cfr.Julio Atienza-Pedro Jesús Lasanta,  La alegría del perdón, Edibesa 1998, pp.
  157-173
[3] Marcos 1, 40
[4] san Pascasio Radberto (Soissons, Aisne, Picardía, ca. 792 - Corbie, 26 de abril de 865) fue un monje benedictino, abad de la Abadía de Corbie e importante autor eclesiástico. Su memoria se celebra el 26 de abril​ y su sepulcro se conserva en Corbie inventariado como monumento histórico francés en 1907.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

Imprimir

Printfriendly