jueves, 1 de febrero de 2018

La eucaristía (2018). La Santa Misa (8). Liturgia de la Palabra. I. Diálogo entre Dios y su pueblo. Catequesis del Papa Francisco.


Ø La eucaristía (2018). La Santa Misa (8). Liturgia de la Palabra. I. Diálogo entre Dios y su pueblo.  Catequesis del Papa Francisco.  «Cuando en la Iglesia se lee la sagrada Escritura, Dios mismo habla a su pueblo y Cristo, presente en la palabra, anuncia el Evangelio». No es bueno hablar en ese momento de otras cosas, chismorrear. Debemos escuchar, abrir el corazón, porque es Dios mismo el que nos habla y no hay que pensar en otras cosas ni hablar de otras cosas. ¡Es muy importante escuchar! «No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4): la vida que nos da la Palabra de Dios. La Liturgia de la Palabra es la “mesa” que el Señor prepara para alimentar nuestra vida espiritual. Su sustitución por textos no bíblicos, está prohibida. Escuchamos la semilla de la divina Palabra con los oídos y pasa al corazón; no se queda en las orejas, debe ir al corazón. Y del corazón pasa a las manos, a las buenas obras.


v  Papa Francisco, Catequesis, Audiencia General

Miércoles, 31 de enero de 2018

La Santa Misa - 8. Liturgia de la Palabra: I. Diálogo entre Dios y su pueblo

o   «Cuando en la Iglesia se lee la sagrada Escritura, Dios mismo habla a su pueblo y Cristo, presente en la palabra, anuncia el Evangelio».

§  No es bueno hablar en ese momento de otras cosas, chismorrear. Debemos escuchar, abrir el corazón, porque es Dios mismo el que nos habla y no hay que pensar en otras cosas ni hablar de otras cosas.
Continuamos hoy las catequesis sobre la Santa Misa. Tras habernos detenido en los ritos de introducción, consideremos ahora la Liturgia de la Palabra, que es parte constitutiva porque nos reunimos precisamente para escuchar lo que Dios dijo y todavía quiere hacer por nosotros.
Es una experiencia que sucede “en directo” y no “de oídas”, porque «cuando en la Iglesia se lee la sagrada Escritura, Dios mismo habla a su pueblo y Cristo, presente en la palabra, anuncia el Evangelio» (Ordenación General del Misal Romano, 29; cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, 7; 33).
Y cuántas veces, mientras se lee la Palabra de Dios, se comenta: “Mira ese…, mira aquella…, mira qué pelos lleva esa: qué ridícula”. Y se empiezan a hacer comentarios. ¿No es verdad? ¿Se deben hacer comentarios mientras se lee la Palabra de Dios? [responden: “¡No!”]. No,
porque si chismorreas con la gente no escuchas la Palabra de Dios. Cuando se lee la Palabra de Dios en la Biblia –la primera Lectura, la segunda, el Salmo responsorial y el Evangelio– debemos escuchar, abrir el corazón, porque es Dios mismo el que nos habla y no hay que pensar en otras cosas ni hablar de otras cosas. ¿Entendido? Os explicaré qué es lo que sucede en esta Liturgia de la Palabra.

o   Es Dios quien, a través de la persona que lee, nos habla y nos interpela a nosotros. Es “palabra viva” pronunciada por Dios.

§  Para oír la Palabra de Dios también hay que tener el corazón abierto para recibir sus palabras en el corazón. ¡Es muy importante escuchar!
Las páginas de la Biblia dejan de ser un “escrito” para convertirse en “palabra viva”, pronunciada por Dios. Es Dios quien, a través de la persona que lee, nos habla y nos interpela a nosotros, que escuchamos con fe. El Espíritu «que habló por los profetas» (Credo) e inspiró a los autores sagrados, hace que «la palabra de Dios obre de verdad en los corazones lo que hace sonar en los oídos» (Leccionario, Introd., 9).
Pero para oír la Palabra de Dios también hay que tener el corazón abierto para recibir sus palabras en el corazón. Dios habla y nosotros le prestamos atención, para luego poner en práctica lo que hemos escuchado. ¡Es muy importante escuchar! Algunas veces quizá no comprendamos bien, porque hay algunas lecturas un poco difíciles. Pero Dios nos dice lo mismo de otro modo. ¡En silencio, escuchar la Palabra de Dios! No olvidéis esto: en Misa, cuando empiezan las lecturas, escuchamos la Palabra de Dios.

o   «No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4): la vida que nos da la Palabra de Dios.

§  La Liturgia de la Palabra es la “mesa” que el Señor prepara para alimentar nuestra vida espiritual.
Su sustitución por textos no bíblicos, está prohibida.
¡Necesitamos escucharlo! Es una cuestión vital, como bien recuerda la incisiva expresión que «no solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4): la vida que nos da la Palabra de Dios. En este sentido, hablamos de la Liturgia de la Palabra como de la “mesa” que el Señor prepara para alimentar nuestra vida espiritual. Es una mesa abundante la de la Liturgia, que se basa mayormente en los tesoros de la Biblia (cfr. SC, 51), tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, porque en ellos la Iglesia anuncia el único e idéntico misterio de Cristo (cfr. Leccionario, Introd., 5). Pensemos en la riqueza de las lecturas bíblicas propuesta por los tres ciclos dominicales que, a la luz de los evangelios sinópticos, nos acompañan a lo largo del año litúrgico: una gran riqueza.
Deseo recordar aquí también la importancia del Salmo responsorial, cuya función es favorecer la meditación de lo escuchado en la lectura que le precede. Es bueno que el Salmo sea enriquecido con el canto, al menos el estribillo (cfr. OGMR, 61; Leccionario, Introd., 19-22).

La proclamación litúrgica de las mismas lecturas, con los cánticos tomados de la Sagrada Escritura, expresa y favorece la comunión eclesial, acompañando el camino de todos y de cada uno. Así se entiende porqué algunas “opciones subjetivas”, como la omisión de lecturas o su sustitución por textos no bíblicos, estén prohibidas. He oído que alguno, si hay una noticia, lee el periódico,
porque es la noticia del día. ¡No! ¡La Palabra de Dios es la Palabra de Dios! El periódico lo podemos leer después, pero allí se lee la Palabra de Dios. Es el Señor quien nos habla. Sustituir esa Palabra por otras cosas empobrece y deteriora el diálogo entre Dios y su pueblo en oración. Al contrario, se requiere la dignidad del ambón y el uso del Leccionario, la disponibilidad de buenos
lectores y salmistas. Hay que buscar buenos lectores, de los que sepan leer bien, no esos que leen mal y no se entiende nada. ¡Es así: buenos lectores! Se deben preparar y hacer una prueba antes de la Misa para leer bien. Y esto crea un clima de silencio receptivo [1].

o   La Palabra del Señor es una ayuda indispensable para no desorientarnos en nuestra peregrinación terrena.

Sabemos que la Palabra del Señor es una ayuda indispensable para no desorientarnos, como bien reconoce el Salmista que, dirigido al Señor, confiesa: «Lámpara para mis pasos es tu palabra, luz en mi camino» (Salmo 119,105). ¿Cómo podríamos afrontar nuestra peregrinación terrena, con sus penas y pruebas, sin estar habitualmente alimentados e iluminados por la Palabra de Dios que resuena en la Liturgia?

o   Ciertamente no basta oír con los oídos.

§  Escuchamos la semilla de la divina Palabra con los oídos y pasa al corazón; no se queda en las orejas, debe ir al corazón.
Y del corazón pasa a las manos, a las buenas obras.
Ciertamente no basta oír con los oídos, sin acoger en el corazón la semilla de la divina Palabra, permitiéndole que dé fruto. Acordémonos de la parábola del sembrador y de los diversos resultados según los distintos tipos de terreno (cfr. Marcos 4,14-20). La acción del Espíritu, que hace eficaz la respuesta, necesita corazones que se dejen trabajar y cultivar, de modo que cuanto se escuche en Misa pase a la vida ordinaria, según la advertencia del apóstol Santiago: «Tenéis que ponerla en práctica y no sólo escucharla engañándoos a vosotros mismos» (Santiago 1,22).
La Palabra de Dios realiza un camino dentro de nosotros: la escuchamos con los oídos y pasa al corazón; pero no se queda en las orejas, debe ir al corazón; y del corazón pasa a las manos, a las buenas obras. Ese es el recorrido que hace la Palabra de Dios: de los oídos al corazón y a las
manos. Aprendamos estas cosas. Gracias.






Vida Cristiana



[1] «La Liturgia de la Palabra se debe celebrar de tal manera que favorezca la meditación; por eso hay que evitar en todo caso cualquier forma de apresuramiento que impida el recogimiento. Además, conviene que durante la misma haya breves momentos de silencio, acomodados a la asamblea reunida, gracias a los cuales, con la ayuda del Espíritu Santo, se saboree la Palabra de Dios en los corazones y, por la oración, se prepare la respuesta» (OGMR, 56).

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