miércoles, 28 de febrero de 2018

La Eucaristía (2018). La Santa Misa (9). II Evangelio y homilía. Cristo, mediante la lectura evangélica, hace sonar su eficaz palabra.



Ø La Eucaristía (2018). La Santa Misa (9). II Evangelio y homilía. Cristo,  mediante la lectura
evangélica, hace sonar su eficaz  palabra. Escuchamos el Evangelio para tomar conciencia de lo que Jesús hizo y dijo una vez. Estamos atentos, porque es un coloquio directo. Es el Señor quien nos habla. Si escuchamos el Evangelio, tenemos que dar una respuesta con nuestra vida. Cristo se sirve también de la palabra del sacerdote que, después del Evangelio, pronuncia la homilía. El contexto litúrgico «exige que la predicación oriente a la asamblea, y también al predicador, a una comunión con Cristo en la Eucaristía que transforme la vida». Quien escucha presta «la debida atención, con las correctas disposiciones interiores, sin pretensiones subjetivas, sabiendo que cada predicador tiene sus pros y sus contras. Si a veces hay motivos para aburrirse porque la homilía es larga o descentrada o incomprensible, otras veces, en cambio, el prejuicio hace de obstáculo».

v  Cfr. Papa Francisco, Catequesis, Audiencia General del 7 de febrero de 2018

La Santa Misa - 9. Liturgia de la Palabra. II. Evangelio y homilía

Continuamos con las catequesis sobre la Santa Misa. Habíamos llegado a las Lecturas. El diálogo entre Dios y su pueblo, realizado en la Liturgia de la Palabra de la Misa, alcanza su culmen en la proclamación del Evangelio. Lo precede el canto del Aleluya –o bien, en Cuaresma, otra aclamación– con el que «la asamblea de los fieles acoge y saluda al Señor, quien le hablará en el
Evangelio» 1
Como los misterios de Cristo iluminan toda la revelación bíblica, así, en la Liturgia de la Palabra, el Evangelio constituye la luz para comprender el sentido de los textos bíblicos que lo preceden, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. En efecto, «de toda la Escritura, como de toda la celebración litúrgica, Cristo es el centro y la plenitud» 2 . Siempre en el centro está Jesucristo, siempre.
Por eso, la misma liturgia distingue el Evangelio de las otras lecturas y lo rodea de particular honor y veneración 3. De hecho, su lectura se reserva al ministro ordenado, que termina besando el libro; nos ponemos de pie para escucharla y se hace la señal de la cruz en la frente, en la boca y en el pecho; las velas y el incienso honran a Cristo que, mediante la lectura evangélica, hace sonar su
eficaz  palabra.  

En esos signos la asamblea reconoce la presencia de Cristo que le dirige la “buena noticia” que convierte y transforma. Es un discurso directo el que sucede, como atestiguan las aclamaciones con que se responde a la proclamación: «Gloria a ti, Señor» y «Gloria a ti, Señor Jesús». Nos levantamos para escuchar el Evangelio: es Cristo quien nos habla ahí. Y por eso estamos atentos, porque es un coloquio directo. Es el Señor quien nos habla.
Así pues, en la Misa no leemos el Evangelio para saber cómo fueron las cosas, sino que escuchamos el Evangelio para tomar conciencia de lo que Jesús hizo y dijo una vez; y esa Palabra está viva, la Palabra de Jesús que está en el Evangelio está viva y llega a mi corazón. Por eso, escuchar el Evangelio es tan importante, con el corazón abierto, porque es Palabra viva. Escribe San Agustín que «la boca de Cristo es el Evangelio. Él reina en el cielo, pero no deja de hablar en la tierra» 4. Si es verdad que en la liturgia «Cristo sigue anunciando el Evangelio» 5, se entiende que, al participar en la Misa, debemos darle una respuesta: si escuchamos el Evangelio, tenemos que dar una respuesta con nuestra vida.
Para hacer llegar su mensaje, Cristo se sirve también de la palabra del sacerdote que, después del Evangelio, pronuncia la homilía 6. Recomendada vivamente por el Concilio Vaticano II como parte de la misma liturgia 7, la homilía no es un discurso de circunstancias –ni tampoco una catequesis como esta que estoy haciendo ahora–, ni una conferencia o una clase, la homilía es otra cosa.
¿Qué es la homilía? Es «un retomar ese diálogo que ya está entablado entre el Señor y su pueblo» 8, para que halle su cumplimiento en la vida. ¡La exégesis auténtica del Evangelio es nuestra vida santa! La palabra del Señor termina su curso haciéndose carne en nosotros, traduciéndose en obras, como ocurrió en María y en los Santos. Recordad lo que dije la última vez, la Palabra del Señor entra por los oídos, llega al corazón y va a las manos, a las buenas obras. Y también la homilía sigue a la Palabra del Señor y hace también ese recorrido, para ayudarnos a que esa Palabra del Señor llegue a las manos, pasando por el corazón.

Ya traté el tema de la homilía en la Exhortación Evangelii gaudium, donde recordaba que el contexto litúrgico «exige que la predicación oriente a la asamblea, y también al predicador, a una comunión con Cristo en la Eucaristía que transforme la vida» 9.

Quien predica la homilía debe cumplir bien su ministerio –el que predica, el sacerdote o el diácono o el obispo–, prestando un servicio real a todos los que participan en la Misa, pero también los que escuchan deben poner de su parte.
Sobre todo, prestando la debida atención, con las correctas disposiciones interiores, sin pretensiones subjetivas, sabiendo que cada predicador tiene sus pros y sus contras. Si a veces hay motivos para aburrirse porque la homilía es larga o descentrada o incomprensible, otras veces, en cambio, el prejuicio hace de obstáculo. Y quien dice la homilía debe ser consciente de que no está
haciendo algo proprio, está predicando, dando voz a Jesús, está predicando la Palabra de Jesús. ¡La homilía debe estar bien preparada y debe ser breve, breve!
Me decía un sacerdote que una vez fue a la ciudad donde vivían sus padres, y su padre le dijo: “¿Sabes una cosa? ¡Estoy contento, porque mis amigos y yo hemos encontrado una iglesia donde se dice la Misa sin homilía!”.
Cuántas veces vemos que en la homilía algunos se duermen, otros charlan o salen fuera a fumar un cigarrillo… Por eso, por favor, que sea breve la homilía, pero que esté bien preparada. ¿Y cómo se prepara una homilía, queridos sacerdotes, diáconos, obispos? ¿Cómo se prepara? Con la oración, con el estudio de la Palabra de Dios y haciendo una síntesis clara y breve: no debe
pasar de 10 minutos, por favor.
Concluyendo, podemos decir que, en la Liturgia de la Palabra, a través del Evangelio y la homilía, Dios dialoga con su pueblo, que escucha con atención y veneración y, al mismo tiempo, lo reconoce presente y activo. Así pues, si nos ponemos a la escucha de la “buena noticia”, seremos convertidos y transformados por ella y, por tanto, capaces de cambiarnos a nosotros mismos
y al mundo. ¿Por qué? Porque la Buena Noticia, la Palabra de Dios entra por los oídos, va al corazón y llega a las manos para hacer buenas obras.

1 Ordenación General del Misal Romano, 62.
2 Introducción al Leccionario, 5.
3 Cfr. Ordenación General del Misal Romano, 60 y 134.
4 Sermón 85, 1: PL 38, 520; cfr. también Tratado sobre el Evangelio de Juan, XXX, I: PL 35,
   1632; CCL 36, 289.
5 Const. Sacrosanctum Concilium, 33.
6 Cfr. Ordenación General del Misal Romano, 65-66; Introducción al Leccionario, 24-27.
7 Cfr. Sacrosanctum Concilium, 52.
8 Exhort. ap. Evangelii gaudium, 137.
Ibid., 138.




Vida Cristiana

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