martes, 13 de marzo de 2018

Benedicto XVI, Homilía V Domingo de Cuaresma, Ciclo B (2009).




Ø Domingo 5º de Cuaresma (2018). La sed de conocer a Cristo. Compartimos el misterio de la crucifixión, muerte y resurrección del Señor, nos asociamos a su misión si vivimos la imagen que el utilizó: la del grano de trigo que muere y da mucho fruto. Para llevar a cabo el plan divino de la salvación universal era necesario que muriera y fuera sepultado. No bastaba que el Hijo del hombre se hubiera encarnado. Podemos asociarnos a su  misión viviendo la imagen sencilla y sugestiva del grano de trigo. Aunque siente el peso de a prueba, mantiene su adhesión filial al plan divino. El itinerario en nuestra vida: dejar que la gracia transforme nuestra voluntad egoísta y la impulse a uniformarse a la voluntad divina. "El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna" (Jn 12,25). "Odiar" la propia vida es una expresión semítica fuerte que subraya muy bien la totalidad radical que debe caracterizar a quien sigue a Cristo y, por su amor, se pone al servicio de los hermanos: pierde la vida y así la encuentra.


v  Cfr. Benedicto XVI, Homilía V Domingo de Cuaresma, Ciclo B (2009).

29 de marzo de 2009, en la parroquia del santo Rostro de Jesús (Roma).

o   La sed de ver y conocer a Cristo que experimenta el corazón de todo hombre.

§  El Señor nos atrae a todos a la altura del amor que es la altura de la cruz.
En el pasaje evangélico de hoy, san Juan refiere un episodio que aconteció en la última fase de la vida pública de Cristo, en la inminencia de la Pascua judía, que sería su Pascua de muerte y resurrección. Narra el evangelista que, mientras se encontraba en Jerusalén, algunos griegos, prosélitos del judaísmo, por curiosidad y atraídos por lo que Jesús estaba haciendo, se acercaron a Felipe, uno de los Doce, que tenía un nombre griego y procedía de Galilea. "Señor —le dijeron—, queremos ver a Jesús" (Juan 12,21). Felipe, a su vez, llamó a Andrés, uno de los primeros apóstoles, muy cercano al Señor, y que también tenía un nombre griego; y ambos "fueron a decírselo a Jesús" (Juan 12,22).
En la petición de estos griegos anónimos podemos descubrir la sed de ver y conocer a Cristo que experimenta el corazón de todo hombre. Y la respuesta de Jesús nos orienta al misterio de la Pascua, manifestación gloriosa de su misión salvífica. "Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre" (Juan 12,23). Sí, está a punto de llegar la hora de la glorificación del Hijo del hombre, pero esto conllevará el paso doloroso por la pasión y la muerte en cruz. De hecho, sólo así se realizará el plan divino de la salvación, que es para todos, judíos y paganos, pues todos están invitados a formar parte del único pueblo de la alianza nueva y definitiva.
A esta luz comprendemos también la solemne proclamación con la que se concluye el pasaje evangélico: "Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Juan 12,32), así como el comentario del Evangelista: "Decía esto para significar de qué muerte iba a morir" (Juan 12,33). La cruz: la altura del amor es la altura de Jesús, y a esta altura nos atrae a todos.

o   Compartimos el misterio de la crucifixión, muerte y resurrección del Señor, nos asociamos a su misión si vivimos la imagen que el utilizó: la del grano de trigo que muere y da mucho fruto.

§  Para llevar a cabo el plan divino de la salvación universal era necesario que muriera y fuera sepultado. No bastaba que el Hijo del hombre se hubiera encarnado.
Muy oportunamente la liturgia nos hace meditar este texto del evangelio de san Juan en este quinto domingo de Cuaresma, mientras se acercan los días de la Pasión del Señor, en la que nos sumergiremos espiritualmente desde el próximo domingo, llamado precisamente domingo de Ramos y de la Pasión del Señor. Es como si la Iglesia nos estimulara a compartir el estado de ánimo de Jesús, queriéndonos preparar para revivir el misterio de su crucifixión, muerte y resurrección, no como espectadores extraños, sino como protagonistas juntamente con él, implicados en su misterio de cruz y resurrección. De hecho, donde está Cristo, allí deben encontrarse también sus discípulos, que están llamados a seguirlo, a solidarizarse con él en el momento del combate, para ser asimismo partícipes de su victoria.

o   Podemos asociarnos a su  misión viviendo la imagen sencilla y sugestiva del grano de trigo.

§  Aunque siente el peso de a prueba, mantiene su adhesión filial al plan divino.
El itinerario en nuestra vida: dejar que la gracia transforme nuestra voluntad egoísta y la impulse a uniformarse a la voluntad divina.
El Señor mismo nos explica cómo podemos asociarnos a su misión. Hablando de su muerte gloriosa ya cercana, utiliza una imagen sencilla y a la vez sugestiva: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Juan 12,24). Se compara a sí mismo con un "grano de trigo deshecho, para dar a todos mucho fruto", como dice de forma eficaz san Atanasio. Y sólo mediante la muerte, mediante la cruz, Cristo da mucho fruto para todos los siglos. De hecho, no bastaba que el Hijo de Dios se hubiera encarnado. Para llevar a cabo el plan divino de la salvación universal era necesario que muriera y fuera sepultado: sólo así toda la realidad humana sería aceptada y, mediante su muerte y resurrección, se haría manifiesto el triunfo de la Vida, el triunfo del Amor; así se demostraría que el amor es más fuerte que la muerte.
Con todo, el hombre Jesús, que era un hombre verdadero, con nuestros mismos sentimientos, sentía el peso de la prueba y la amarga tristeza por el trágico fin que le esperaba. Precisamente por ser hombre-Dios, experimentaba con mayor fuerza el terror frente al abismo del pecado humano y a cuanto hay de sucio en la humanidad, que él debía llevar consigo y consumar en el fuego de su amor. Todo esto él lo debía llevar consigo y transformar en su amor. "Ahora —confiesa— mi alma está turbada. Y ¿que voy a decir? ¿Padre, líbrame de esta hora?" (Juan 12,27). Le asalta la tentación de pedir: "Sálvame, no permitas la cruz, dame la vida". En esta apremiante invocación percibimos una anticipación de la conmovedora oración de Getsemaní, cuando, al experimentar el drama de la soledad y el miedo, implorará al Padre que aleje de él el cáliz de la pasión.
Sin embargo, al mismo tiempo, mantiene su adhesión filial al plan divino, porque sabe que precisamente para eso ha llegado a esta hora, y con confianza ora: "Padre, glorifica tu nombre" (Juan 12,28). Con esto quiere decir: "Acepto la cruz", en la que se glorifica el nombre de Dios, es decir, la grandeza de su amor. También aquí Jesús anticipa las palabras del Monte de los Olivos: "No se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lucas 22,42). Transforma su voluntad humana y la identifica con la de Dios. Este es el gran acontecimiento del Monte de los Olivos, el itinerario que deberíamos seguir fundamentalmente en todas nuestras oraciones: transformar, dejar que la gracia transforme nuestra voluntad egoísta y la impulse a uniformarse a la voluntad divina.
Los mismos sentimientos afloran en el pasaje de la carta a los Hebreos que se ha proclamado en la segunda lectura. Postrado por una angustia extrema a causa de la muerte que se cierne sobre él, Jesús ofrece a Dios ruegos y súplicas "con poderoso clamor y lágrimas" (Hebreos 5,7). Invoca ayuda de Aquel que puede liberarlo, pero abandonándose siempre en las manos del Padre. Y precisamente por esta filial confianza en Dios —nota el autor— fue escuchado, en el sentido de que resucitó, recibió la vida nueva y definitiva. La carta a los Hebreos nos da a entender que estas insistentes oraciones de Jesús, con clamor y lágrimas, eran el verdadero acto del sumo sacerdote, con el que se ofrecía a sí mismo y a la humanidad al Padre, transformando así el mundo.

o   "El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna" (Jn 12,25).

§  "Odiar" la propia vida es una expresión semítica fuerte que subraya muy bien la totalidad radical que debe caracterizar a quien sigue a Cristo y, por su amor, se pone al servicio de los hermanos: pierde la vida y así la encuentra.
Queridos hermanos y hermanas, este es el camino exigente de la cruz que Jesús indica a todos sus discípulos. En diversas ocasiones dijo: "Si alguno me quiere servir, sígame". No hay alternativa para el cristiano que quiera realizar su vocación. Es la "ley" de la cruz descrita con la imagen del grano de trigo que muere para germinar a una nueva vida; es la "lógica" de la cruz de la que nos habla también el pasaje evangélico de hoy: "El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna" (Jn 12,25). "Odiar" la propia vida es una expresión semítica fuerte y encierra una paradoja; subraya muy bien la totalidad radical que debe caracterizar a quien sigue a Cristo y, por su amor, se pone al servicio de los hermanos: pierde la vida y así la encuentra. No existe otro camino para experimentar la alegría y la verdadera fecundidad del Amor: el camino de darse, entregarse, perderse para encontrarse.
Queridos amigos, la invitación de Jesús resuena de forma muy elocuente en la celebración de hoy en vuestra parroquia, pues está dedicada al Santo Rostro de Jesús: el Rostro que "algunos griegos", de los que habla el evangelio, deseaban ver; el Rostro que en los próximos días de la Pasión contemplaremos desfigurado a causa de los pecados, la indiferencia y la ingratitud de los hombres; el Rostro radiante de luz y resplandeciente de gloria, que brillará en el alba del día de Pascua.
(…)
Queridos hermanos y hermanas de esta comunidad parroquial, el amor infinito de Cristo que brilla en su Rostro resplandezca en todas vuestras actitudes, y se convierta en vuestra "cotidianidad". Como exhortaba san Agustín en una homilía pascual, "Cristo padeció; muramos al pecado. Cristo resucitó; vivamos para Dios. Cristo pasó de este mundo al Padre; que no se apegue aquí nuestro corazón, sino que lo siga en las cosas de arriba. Nuestro jefe fue colgado de un madero; crucifiquemos la concupiscencia de la carne. Yació en el sepulcro; sepultados con él, olvidemos las cosas pasadas. Está sentado en el cielo; traslademos nuestros deseos a las cosas supremas".





Vida Cristiana

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