miércoles, 28 de marzo de 2018

La Eucaristía (2018). La Santa Misa (12). Liturgia eucarística: II. La Plegaría eucarística.




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Ø  La Eucaristía (2018). La Santa Misa (12).  Liturgia eucarística: II. La Plegaría eucarística.
Constituye el momento central , ordenado a la Comunión. «El sentido de esta oración es que toda la asamblea de los fieles se una con Cristo en la confesión de las maravillas de Dios y en la ofrenda del sacrificio». «El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son un único sacrificio». Elementos característicos de la Plegaria: primero está el Prefacio, que es una acción de gracias por los dones de Dios, en concreto por el envío de su Hijo como Salvador. Luego está la invocación al Espíritu para que, con su poder, consagre el pan y el vino. Invocamos al Espíritu para que venga, y en el pan y en el vino esté Jesús. Celebrando el memorial de la muerte y resurrección del Señor, la Iglesia ofrece al Padre el sacrificio que reconcilia cielo y tierra: ofrece el sacrificio pascual de Cristo ofreciéndose con Él y pidiendo, en virtud del Espíritu Santo, ser «en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu». Nadie es olvidado. Y si tengo alguna persona, parientes, amigos, que pasan necesidad o ya han pasado de este mundo al otro, puedo nombrarlos en ese momento, interiormente y en silencio o encargar que el nombre se diga. Esta Plegaria central de la Misa nos educa, poco a poco, a hacer de toda nuestra vida una “eucaristía”, o sea una acción de gracias.

v  Cfr. Audiencia general de Papa Francisco

 Miércoles, 7 de marzo de 2018
La Santa Misa - 12. Liturgia eucarística: II. Plegaria eucarística

Continuamos las catequesis sobre la Santa Misa y con esta catequesis nos detenemos en la Plegaria eucarística. Concluido el rito de la presentación del pan y del vino, comienza la Plegaria eucarística, que cualifica la celebración de la Misa y constituye el momento central, ordenado a la sagrada Comunión. Corresponde a lo que el mismo Jesús hizo, en la mesa con los Apóstoles en la
Última Cena, cuando «dio gracias» sobre el pan y luego sobre el cáliz del vino  cfr. Mt 26, 27; Mc 14, 23: Lc, 22,17.19; 1Cor 11,24): su agradecimiento revive en cada una de nuestras Eucaristías, asociándonos a su sacrificio de salvación.

Y en esta solemne Plegaria –la Plegaria eucarística es solemne– la Iglesia expresa lo que hace cuando celebra la Eucaristía y el motivo por el que la celebra, o sea estar en comunión con Cristo realmente presente en el pan y en el vino consagrados. Después de haber invitado al pueblo a levantar los corazones al Señor y darle gracias, el sacerdote pronuncia la Plegaria en voz alta, en nombre de todos los presentes, dirigiéndose al Padre por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo. «El sentido de esta oración es que toda la asamblea de los fieles se una con Cristo en la confesión de las maravillas de Dios y en la ofrenda del sacrificio» (Ordenación General del Misal Romano, 78).

Y para unirse debe comprender. Por eso, la Iglesia ha querido celebrar la Misa en la lengua que la gente entiende, de modo que cada uno pueda unirse a esta alabanza y a esta gran oración con el sacerdote. En realidad, «el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son un único sacrificio» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1367).

En el Misal hay varias fórmulas de Plegaria eucarística, todas constituidas por  elementos característicos, que quisiera ahora recordar (cfr. OGMR, 79; CCC, 1352-1354). Son bellísimas todas. Primero está el Prefacio, que es una acción de gracias por los dones de Dios, en concreto por el envío de su Hijo como Salvador. El Prefacio concluye con la aclamación del «Santo»,  normalmente cantada. Es bonito cantar el “Santo”: “Santo, Santo, Santo es el Señor”. Es bonito cantarlo. Toda la asamblea une su propia voz a la de los Ángeles y los Santos para alabar y glorificar a Dios.

Luego está la invocación al Espíritu para que, con su poder, consagre el pan y el vino. Invocamos al Espíritu para que venga, y en el pan y en el vino esté Jesús. La acción del Espíritu Santo y la eficacia de las mismas palabras de Cristo pronunciadas por el sacerdote, hacen realmente presente, bajo las especies del pan y del vino, su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido en la
cruz una vez por todas (cfr. CCC, 1375). Jesús en esto fue clarísimo. Hemos escuchado al inicio cómo San Pablo relata las palabras de Jesús: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”. “Esta es mi sangre, esto es mi cuerpo”. Jesús mismo fue quien lo dijo. No debemos tener pensamientos extraños: “Pero, cómo es posible que…”. ¡Es el cuerpo de Jesús, y se acabó! La fe: viene en nuestra ayuda la fe; con un acto de fe creemos que es el cuerpo y la sangre de Jesús. Es el «misterio de la fe», como decimos tras la consagración. El sacerdote dice: “Misterio de la fe” y respondemos con una aclamación.

Celebrando el memorial de la muerte y resurrección del Señor, en espera de su regreso glorioso, la Iglesia ofrece al Padre el sacrificio que reconcilia cielo y tierra: ofrece el sacrificio pascual de Cristo ofreciéndose con Él y pidiendo, en virtud del Espíritu Santo, ser «en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu» (PE III; cfr. Sacrosanctum Concilium, 48; OGMR, 79f). La Iglesia quiere unirnos a Cristo y ser, con el Señor, un solo cuerpo y un solo espíritu. Esa es la gracia y
el fruto de la Comunión sacramental: nos alimentamos del Cuerpo de Cristo para ser, nosotros que lo comemos, su Cuerpo vivo hoy en el mundo.

Misterio de comunión es esto: la Iglesia se une a la ofrenda de Cristo y a su intercesión y en esa luz, «En las catacumbas, la Iglesia es con frecuencia representada como una mujer en oración, los brazos extendidos en actitud de orante». Es bonito pensar que la Iglesia ora, reza. Hay un pasaje en el Libro de los Hechos de los Apóstoles; cuando Pedro estaba en la cárcel, y la comunidad
cristiana dice: “Oraba incesantemente por Él”. La Iglesia que ora, la Iglesia orante. Y cuando vamos a Misa es para hacer eso: hacer Iglesia orante. «Como Cristo que extendió los brazos sobre la cruz, por él, con él y en él, la Iglesia se ofrece e intercede por todos los hombres» (CCC, 1368).

La Plegaria eucarística pide a Dios que recoja a todos sus hijos en la perfección del amor, en unión con el Papa y el Obispo, mencionados por su nombre, signo que celebramos en comunión con la Iglesia universal y con la Iglesia particular. La súplica, como la ofrenda, es presentada a Dios por todos los miembros de la Iglesia, vivos y difuntos, en espera de la bienaventuranza esperanza de compartir la herencia eterna del cielo, con la Virgen María (cfr. CCC, 1369-1371).

Nadie ni nada es olvidado en la Plegaria eucarística, sino que todo se reconduce a Dios, como recuerda la doxología que la concluye. Nadie es olvidado. Y si tengo alguna persona, parientes, amigos, que pasan necesidad o ya han pasado de este mundo al otro, puedo nombrarlos en
ese momento, interiormente y en silencio o encargar que el nombre se diga. “Padre, ¿cuánto debo pagar para que mi nombre se diga ahí?”—“Nada”. ¿Está claro esto? ¡Nada! La Misa no se paga. La Misa es el sacrificio de Cristo, que es gratuito. La redención es gratuita. Si quieres hacer una ofrenda hazla, pero no se paga. Esto es importante entenderlo.

Esta fórmula codificada de plegaria quizá podemos sentirla un poco lejana –es verdad, es una fórmula antigua– pero, si comprendemos bien el significado, entonces seguramente participaremos mejor. Porque expresa todo lo que hacemos en la celebración eucarística; y además nos enseña a cultivar tres actitudes que nunca deberían faltar en los discípulos de Jesús. Las tres
actitudes: primera, aprender a “darte gracias, siempre y en todo lugar”, y no solo en ciertas ocasiones, cuando todo va bien; segunda, hacer de nuestra vida un don de amor, libre y gratuito; tercera, construir la concreta comunión, en la Iglesia y con todos. Así pues, esta Plegaria central de la Misa nos educa, poco a poco, a hacer de toda nuestra vida una “eucaristía”, o sea una acción de
gracias.



Vida  Cristiana


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