jueves, 8 de marzo de 2018

La Eucaristía (2018). La Santa Misa (11). Liturgia eucarística: I. Presentación de los dones



Ø La Eucaristía (2018). La Santa Misa (11).  Liturgia eucarística: I. Presentación de los dones. ¡El
pueblo de Dios lleva la ofrenda, el pan y el vino, la gran ofrenda para la Misa! En los signos del pan y del vino el pueblo fiel pone su propia ofrenda en manos del sacerdote. El compromiso de los fieles a hacer de sí mismos, obedientes a la divina Palabra, un sacrificio agradable a Dios Padre todopoderoso. En el pan y en el vino le presentamos la ofrenda de nuestra vida, para que sea transformada por el Espíritu Santo en el sacrificio de Cristo y sea con Él una sola ofrenda espiritual agradable al Padre. La espiritualidad del don de sí, que ese momento de la Misa nos enseña, pueda iluminar nuestras jornadas, las relaciones con los demás, las cosas que hacemos, los sufrimientos que encontramos.

v  Cfr. Papa Francisco, Catequesis, Audiencia General

Miércoles, 28 de febrero de 2018

La Santa Misa - 11. Liturgia eucarística: I. Presentación de los dones

Continuamos con la catequesis sobre la Santa Misa. A la Liturgia de la Palabra –en la que me detuve en las pasadas catequesis– sigue la otra parte constitutiva de la Misa, que es la Liturgia eucarística. En ella, a través de santos signos, la Iglesia hace continuamente presente el Sacrificio de la nueva alianza sellada por Jesús en el altar de la Cruz (cfr. Sacrosanctum Concilium,
47).

Fue el primer altar cristiano, el de la Cruz, y cuando nos acercamos al altar para celebrar la Misa, nuestra memoria va al altar de la Cruz, donde se hizo el primer sacrificio. El sacerdote, que en la Misa representa a Cristo, cumple lo que el Señor mismo hizo y confió a los discípulos en la Última Cena: tomó el pan y el cáliz, dio gracias, lo pasó a sus discípulos, diciendo: «Tomad, comed… bebed: este es mi cuerpo… este es el cáliz de mi sangre. Haced esto en conmemoración mía».

Obediente al mandato de Jesús, la Iglesia ha dispuesto la Liturgia eucarística  en momentos que corresponden a las palabras y a los gestos realizados por Él la vigilia de su Pasión. Así, en la preparación de los dones son llevados al altar el pan y el vino, o sea los elementos que Cristo tomó en sus manos. En la Plegaria eucarística damos gracias a Dios por la obra de la redención y las
ofrendas se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. Siguen la fracción del Pan y la Comunión, mediante la cual revivimos la experiencia de los Apóstoles que recibieron los dones eucarísticos de manos de Cristo mismo (cfr. Ordenación General del Misal Romano, 72).

Al primer gesto de Jesús: «tomó el pan y el cáliz del vino», corresponde pues la preparación de los dones. Es la primera parte de la Liturgia eucarística. Es bueno que sean los fieles quienes presenten al sacerdote el pan y el vino, porque significan la ofrenda espiritual de la Iglesia allí reunida para la Eucaristía. Es bonito que sean precisamente los fieles los que lleven al altar el pan y el vino. Aunque hoy «los fieles ya no lleven, como antes, su propio pan y vino destinados a la Liturgia, sin embargo el rito de la presentación de esos dones conserva su valor y significado espiritual» (ibíd., 73).

v  ¡El pueblo de Dios lleva la ofrenda, el pan y el vino, la gran ofrenda para la Misa!

o   En los signos del pan y del vino el pueblo fiel pone su propia ofrenda en manos del sacerdote.

§  El compromiso de los fieles a hacer de sí mismos, obedientes a la divina Palabra, un sacrificio agradable a Dios Padre todopoderoso.
Y al respecto es significativo que, al ordenar a un nuevo presbítero, el Obispo, cuando le
entrega el pan y el vino, dice: «Recibe las ofrendas del pueblo santo para el sacrificio eucarístico» (Pontifical Romano - Ordenación de obispos, de presbíteros y de diáconos). ¡El pueblo de Dios que lleva la ofrenda, el pan y el vino, la gran ofrenda para la Misa! Así pues, en los signos del pan y del vino el pueblo fiel pone su propia ofrenda en manos del sacerdote, quien la deposita en el altar o mesa del Señor, «que es el centro de toda la Liturgia eucarística» (OGMR, 73).

Es decir, el centro de la Misa es el altar, y el altar es Cristo; siempre hay que mirar al altar que es el centro de la Misa. En el «fruto de la tierra y del trabajo del hombre», viene por tanto ofrecido el compromiso de los fieles a hacer de sí mismos, obedientes a la divina Palabra, un «sacrificio agradable a Dios Padre todopoderoso», «para el bien de toda su santa Iglesia». Así «la vida de los fieles, su sufrimiento, su oración, su trabajo, están unidos a los de Cristo y a su ofrenda total, y de ese modo adquieren un valor nuevo» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1368).

v  Cristo nos pide poco, y nos da tanto.

o   En el pan y en el vino le presentamos la ofrenda de nuestra vida, para que sea transformada por el Espíritu Santo en el sacrificio de Cristo y sea con Él una sola ofrenda espiritual agradable al Padre.

§  La espiritualidad del don de sí, que ese momento de la Misa nos enseña, pueda iluminar nuestras jornadas, las relaciones con los demás, las cosas que hacemos, los sufrimientos que encontramos.
Ciertamente, es poca cosa nuestra ofrenda, pero Cristo necesita ese poco. Nos pide poco, el Señor, y nos da tanto. Nos pide poco. Nos pide, en la vita ordinaria, buena voluntad; nos pide corazón abierto; nos pide ganas de ser mejores para acogerle a Él que se ofrece a sí mismo a nosotros en la Eucaristía; nos pide esas ofrendas simbólicas que luego se convertirán en su cuerpo y su sangre.

Una imagen de este movimiento oblativo de oración la representa el incienso que, quemado en el fuego, libera un humo perfumado que sube a lo alto: incensar las ofrendas, como se hace en los días de fiesta, incensar la cruz, el altar, el sacerdote y el pueblo sacerdotal manifiesta visiblemente el vínculo oblativo que une todas esas realidades al sacrificio de Cristo (cfr. OGMR, 75). Y no olvidar: está el altar que es Cristo, pero siempre en referencia al primer altar que es la Cruz, y en al altar que es Cristo llevamos lo poco de nuestros dones, el pan y el vino que luego serán lo mucho: Jesús mismo que se da a nosotros.

Y todo esto es lo que expresa también la oración sobre las ofrendas. En ella el sacerdote pide a Dios que acepte los dones que la Iglesia le ofrece, invocando el fruto del admirable intercambio entre nuestra pobreza y su riqueza. En el pan y en el vino le presentamos la ofrenda de nuestra vida, para que sea transformada por el Espíritu Santo en el sacrificio de Cristo y sea con Él una sola ofrenda espiritual agradable al Padre. Mientras concluye así la preparación de los dones, nos disponemos a la Plegaria eucarística (cfr. ibíd., 77).

Que la espiritualidad del don de sí, que ese momento de la Misa nos enseña, pueda iluminar nuestras jornadas, las relaciones con los demás, las cosas que hacemos, los sufrimientos que encontramos, ayudándonos a construir la ciudad terrena a la luz del Evangelio.




Vida Cristiana

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