martes, 6 de marzo de 2018

La Eucaristía (2018). La Santa Misa (10). III Credo y oración universal.



Ø La Eucaristía (2018). La Santa Misa (10). III Credo y oración universal. Catequesis de Papa Francisco en la Audiencia general (14 de febrero de 2018). El rezo del Credo en la Misa hace que la asamblea litúrgica «vuelva a meditar y profese los grandes misterios de la fe, antes de su celebración en la Eucaristía». La Oración universal. «Pedid lo que queráis y se os concederá». “Se os concederá”; de uno u otro modo, pero “se os concederá”. “Todo es posible para el que cree”, dijo el Señor. Las intenciones por las que se invita al pueblo fiel a rezar deben dar voz a necesidades concretas de la comunidad eclesial y del mundo, evitando acudir a fórmulas convencionales y miopes.


v  Cfr. Papa Francisco,  Catequesis, Audiencia general, Miércoles 14 de febrero de 2018


La Santa Misa - 10. Liturgia de la Palabra. III. Credo y Oración universal

Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Buenos días, aunque el día está un poco feíllo. Pero, si el alma está contenta, siempre es un buen día. Así que, ¡buenos días! Hoy la Audiencia se hará en dos sitios: un pequeño grupo de enfermos está en al Aula, debido al tiempo que hace, y nosotros estamos aquí. Pero nosotros los vemos y ellos nos ven a través de las pantallas gigantes.
Los saludamos con un aplauso.

o   La escucha de las Lecturas bíblicas, prolongada en la homilía, responde a un derecho: el derecho espiritual del pueblo de Dios a recibir con abundancia el tesoro de la Palabra de Dios.

Continuamos con la Catequesis sobre la Misa. La escucha de las Lecturas bíblicas, prolongada en la homilía, ¿a qué responde? Responde a un derecho: el derecho espiritual del pueblo de Dios a recibir con abundancia el tesoro de la Palabra de Dios (cfr. Introducción al Leccionario, 45). Cada uno de nosotros, cuando va a Misa, tiene el derecho de recibir abundantemente la Palabra de Dios bien leída, bien dicha y luego, bien explicada en la homilía. ¡Es un derecho! Y cuando la Palabra de Dios no está bien leída, no está predicada con fervor por el diácono, por el sacerdote o por el obispo, se falta a un derecho de los fieles. Tenemos el derecho de escuchar la Palabra de Dios. El Señor habla para todos, Pastores y fieles. Llama al corazón de todos los que participan en la Misa, cada uno en su condición de vida, edad, situación. El Señor consuela, llama, suscita brotes de vida nueva y reconciliada. Y eso, por medio de su Palabra. ¡Su Palabra llama al corazón y cambia los corazones!
Por eso, después de la homilía, un tiempo de silencio permite asentar en el alma la semilla recibida, para que broten propósitos de unión a lo que el Espíritu haya sugerido a cada uno. El silencio después de la homilía; hay que hacer un breve silencio ahí, y cada uno debe pensar en lo que ha escuchado.

o   El rezo del Credo en la Misa hace que la asamblea litúrgica «vuelva a meditar y profese los grandes misterios de la fe, antes de su celebración en la Eucaristía».

Tras ese silencio, ¿cómo continúa la Misa? La respuesta personal de fe se incluye en la profesión de fe de la Iglesia, expresada en el “Credo”. Todos rezamos el “Credo” en la Misa. Rezado por toda la asamblea, el Símbolo manifiesta la respuesta común a todo lo que hemos escuchado juntos en la Palabra de Dios (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 185-197). Hay un nexo vital entre escucha y fe. Están unidas. Esta –la fe– no nace de la fantasía de mentes humanas sino, como recuerda san Pablo, «viene de la escucha y la escucha se refiere a la palabra de Cristo» (Rm 10,17). La fe se alimenta, pues, con la escucha y conduce al Sacramento. Así, el rezo del “Credo” hace que la asamblea litúrgica «vuelva a meditar y profese los grandes misterios de la fe,
antes de su celebración en la Eucaristía» (Ordenación General del Misal Romano, 67).

El Símbolo de fe vincula la Eucaristía al Bautismo, recibido «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo», y nos recuerda que los Sacramentos son comprensibles a la luz de la fe de la Iglesia. 

o   La respuesta a la Palabra de Dios recibida con fe se expresa luego en la súplica común, denominada Oración universal, porque abraza las necesidades de la Iglesia y del mundo.

§  «Pedid lo que queráis y se os concederá». “Se os concederá”; de uno u otro modo, pero “se os concederá”. “Todo es posible para el que cree”, dijo el Señor.
Las intenciones por las que se invita al pueblo fiel a rezar deben dar voz a necesidades concretas de la comunidad eclesial y del mundo, evitando acudir a fórmulas convencionales y miopes.
La respuesta a la Palabra de Dios recibida con fe se expresa luego en la súplica común, denominada Oración universal, porque abraza las necesidades de la Iglesia y del mundo (cfr. OGMR, 69-71; Introducción al Leccionario, 30-31). También se le llama Oración de los fieles.
Los Padres del Vaticano II quisieron recuperar esa oración tras el Evangelio y la homilía, especialmente los domingos y fiestas, para que «con la participación del pueblo, se hagan oraciones por la santa Iglesia, por los que nos gobiernan, por los que se hallan en varias necesidades, por todos los hombres y por la salvación de todo el mundo» (Sacrosanctum Concilium, 53; cfr. 1Tm 2,1-2). Por tanto, bajo la guía del sacerdote que introduce y concluye, «el pueblo, ejercitando su sacerdocio bautismal, ofrece a Dios oraciones por la salvación de todos» (OGMR, 69). Y después de cada intención, propuesta por el diácono o un lector, la asamblea une su voz invocando: «Escúchanos, Señor».
            Recordemos lo que nos dijo el Señor Jesús: «Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y se os concederá» (Jn 15,7). “Pero nosotros no creemos eso, porque tenemos poca fe”. Pues si tuviésemos fe –dice Jesús– como un grano de mostaza, lo habríamos recibido todo. “Pedid lo que queráis y se os concederá”. Y en ese momento de la oración universal después del Credo, es el momento de pedir al Señor las cosas más fuertes en la Misa, las cosas que necesitamos, lo que queremos. “Se os concederá”; de uno u otro modo, pero “se os concederá”. “Todo es posible para el que cree”, dijo el Señor. ¿Qué respondió aquel hombre al que el Señor se dirigió para decirle esas palabras: todo es posible para el que cree? Le dijo: “Creo Señor. Pero ayuda mi incredulidad”. También nosotros podemos decir: “Señor, yo creo, pero ayuda mi poca fe”. Y la oración debemos hacerla con este espíritu de fe: “Creo Señor, pero ayuda mi poca fe”.

Las pretensiones de la lógica mundana, en cambio, no despegan hacia el Cielo, igual que
quedan sin oír las peticiones autorreferenciales (cfr. St 4,2-3). Las intenciones por las que se invita al pueblo fiel a rezar deben dar voz a necesidades concretas de la comunidad eclesial y del mundo, evitando acudir a fórmulas convencionales y miopes. La oración “universal”, que concluye la liturgia de la Palabra, nos exhorta a hacer nuestra la mirada de Dios, que se preocupa de todos sus hijos.




Vida Cristiana

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