miércoles, 8 de agosto de 2018

Domingo 19 Tiempo Ordinario, Ciclo B, 12 agosto 2018



Ø Domingo 19 del tiempo ordinario, ciclo B (2018). La crisis de la fe de los oyentes de Jesús ante sus palabras, que se manifestó en «murmuración»: ¿cómo puede decir Jesús que ha «descendido del cielo» cuando es conocido en el registro civil como «hijo de José»? Para creer es necesario que nuestro corazón se abra a la atracción amorosa e interior del Padre: “Nadie puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo atrae”.  Las sorpresas de Dios con frecuencia revuelven nuestros criterios y opiniones.  Los efectos del Pan Eucarístico: la vida divina en nosotros. En el cuarto evangelio, «vida eterna» no indica pura y sencillamente la supervivencia después de la muerte, sino que es sinónimo de «vida divina»: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”. Toda vida cristiana es comunión con  las personas divinas, participación de la vida divina.


v  Cfr. Domingo 19 Tiempo Ordinario,  Ciclo B,  12 agosto 2018

1 Reyes 19, 4-8; Efesios 4,30-5,2; Juan 6, 41-51 

1 Reyes 19, 4-8: 4. Elías caminó por el desierto una jornada de camino, y fue a sentarse bajo una retama. Se deseó la muerte y dijo: « ¡Basta ya, Yahveh! ¡Toma mi vida, porque no soy mejor que mis padres! » 5 Se acostó y se durmió bajo una retama, pero un ángel le tocó y le dijo: «Levántate y come. » 6 Miró y vio a su cabecera una torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió y bebió y se volvió a acostar. 7 Volvió segunda vez el ángel de Yahveh, le tocó y le dijo: «Levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti » 8. Se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb.
Juan 6, 41-51: 41 Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: « Yo soy el pan que ha bajado del cielo. » 42 Y decían: « ¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo? » 43 Jesús les respondió: « No murmuréis entre vosotros. 44 «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. 45 Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí.46 No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre.47 En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. 48 Yo soy el pan de la vida. 49 Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; 50 este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. 51 Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo».

La crisis de la fe en Cristo:
el escándalo, la duda y la murmuración.
Para creer es necesaria la atracción de Dios.
La participación en la vida divina
no nace «de la sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre,
sino  de Dios» (Juan 1, 13).
Es dada al hombre por el Espíritu en Cristo.
(Cfr. Catecismo nn. 505, 760).
                            

1. La crisis de fe de los contemporáneos de Jesús

    Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Piemme IV edizione settembre 1996, XIX
    Domenica del tempo Ordinario, pp. 250-253

v  ¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir he bajado     del cielo cuando es conocido en el registro civil como «hijo de José»?

o   Para superar el escándalo, la duda y la murmuración, es necesario que el corazón se abra a la atracción del Padre, que la conciencia escuche la voz íntima de Dios.

·  p. 250: La crisis en la narración evangélica de Juan se expresa, sin embargo, a través de otra imagen, formulada con la palabra «murmurar» que es la palabra típica de la incredulidad de Israel en el desierto durante la marcha del éxodo. En este caso la incredulidad nace del escándalo proveniente de  la humanidad de Cristo: ¿cómo puede decir «descendido del cielo» cuando es conocido en el registro civil como «hijo de José»? La encarnación, expresión transparente del amor de Dios por el hombre, se transforma en una pantalla opaca que ofusca los ojos, hace dudar a la mente y «murmurar» a los labios. Para superar este escándalo Jesús responde que es necesario que el corazón se abra a la atracción del Padre, que la conciencia escuche la voz íntima de Dios, que el ser entero del hombre se deje envolver por la gracia. A quien vive esta experiencia, que es la experiencia de la fe, se le abre un horizonte extraordinario: «quien cree tiene la vida eterna»
§  Murmurar en el texto bíblico es expresión de la crisis de fe, de la duda, de la desconfianza, de la indiferencia y de la sospecha: no se afronta el riesgo de la fe. La raíz de la murmuración.
·  pp. 252-253: El verbo murmurar tiene poco que ver con el sentido que nosotros atribuimos a este término. En efecto, se repite diversas veces precisamente en la narración del maná: «Toda la comunidad murmuró contra Moisés ... El Señor ha escuchado vuestras murmuraciones con las que murmuráis contra él ... » (Éxodo 16,2.7.8). El vocablo se convierte, en el texto bíblico, en expresión de la crisis de fe, de la duda, de la desconfianza. Jesús siente alrededor suyo casi como un muro frío de hostilidad y de escepticismo Es la actitud del Israel incrédulo del desierto que ahora se renueva.
Y la raíz de esta «murmuración» está en el hecho de que el predicador, Jesús de Nazaret, que sigue ciertamente las reglas de la homilía judía, ha esbozado una extraña figura de sí mismo: «Yo soy el pan bajado del cielo». De este modo había afirmado un secreto y misterioso origen divino, había desvelado una potencia de salvación semejante a la del Dios de Israel, que había hecho surgir de la nada el alimento para su pueblo. Y todo esto contrastaba con su realidad de «hijo de José», de humilde ciudadano de una pobre aldea, de miembro de una modesta familia. El verbo «murmurar» recoge en sí todos los vocablos que se refieren a la incredulidad: apostasía, debilidad, indiferencia, frialdad, desconfianza, crisis, sospecha, mediocridad, duda, etc. Vocablos que se agarran a todo, también a la banalidad, con tal de no comprometerse en un camino arduo y exigente, con tal de no afrontar el riesgo de la fe.

2. Seremos enseñados por Dios (Juan 6, 45). La necesaria atracción de Dios para creer.

Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Piemme IV edizione settembre 1996, XIX
Domenica del tempo Ordinario, pp.253-254.

v  Es necesaria la atracción de Dios [1] para creer.

o   Se trata de una atracción amorosa e interior, como la chispa que se enciende cuando nace el amor entre dos personas: en la plenitud de los tiempos el Señor habría puesto la ley en el alma del hombre; la habría escrito en sus corazones

·  pp. 253-254: Pero Jesús no nos invita solamente a no «murmurar». Basándose siempre en la Biblia, como hacía el rabino, nos ofrece una ocasión positiva para la reflexión. El texto al que él se refiere es un pasaje, citado libremente, del profeta Isaías: Y serán todos enseñados por Dios[2]. También en este caso el verbo es significativo: es el de la lección, pero dada por un Maestro superior a todos los demás, Dios mismo. Inmediatamente son introducidos otros términos «escolásticos»: escuchar y aprender. Pero esta lección tan particular es llevada no según los cánones normales de la explicación externa, de la relación bastante alejada entre discípulo y maestro. En efecto, Jesús usa otro verbo importante, «atraer»: «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae» [cfr. Juan 6, 44]. Se trata de la atracción amorosa e interior; describe esa chispa que se enciende cuando nace el amor entre dos personas. No es por nada que en el profeta Jeremías se leía una frase tierna de Dios con relación a Israel: «Yo te he atraído con dulzura» (31,3).
§  El estupor de la fe: ésta no es un encargo externo, una inscripción oficial, un compromiso forzado, una elección motivada por intereses. Es, en cambio, como la chispa del amor de la que hablábamos antes, encendida por Dios en nuestro corazón.
Nos corresponde a nosotros no apagarla con la «murmuración», con la cerrazón del corazón, con el hielo del orgullo y de la superficialidad.
El mismo profeta había enseñado que en la plenitud de los tiempos el Señor habría «puesto la ley en el alma del hombre»; la habría «escrito en sus corazones» (31,33). Es entonces cuando Jesús ve que ha llegado el momento en que Dios entra en el corazón del hombre y lo conduce a la verdad y a Cristo. Con estas expresiones Jesús celebra el estupor de la fe. Ésta no es un encargo externo, una inscripción oficial, un compromiso forzado, una elección motivada por intereses. Es, en cambio, como la chispa del amor de la que hablábamos antes, encendida por Dios en nuestro corazón. Nos corresponde a nosotros no apagarla con la «murmuración», con la cerrazón del corazón, con el hielo del orgullo y de la superficialidad. Si es verdad que el discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún es un canto a la eucaristía, es también verdad que es la celebración del amor divino y de la fe del hombre.
§  Las sorpresas de Dios con frecuencia revuelven nuestros criterios y opiniones.
·  p. 254: Esta fe que ha brotado en nosotros no es como una fría perla que hemos de custodiar, es como una semilla que nos introduce en la eternidad. No es una presencia tranquila y descontada, es un acoger las grandes sorpresas de Dios que frecuentemente revuelven nuestros criterios y nuestras opiniones, y nos invitan a reconocer a Dios en la persona y en el momento menos esperados, como «el hijo de José». Un escritor inglés, Henri Dawson, ha afirmado justamente que «la fe no es una inquilina cómoda y tranquila dentro de nosotros. Pero las inquietudes del ángel son mil veces más dulces que la calma del bruto».
 

3. Los efectos del pan eucarístico: ya en esta vida nos introduce en la vida divina; Dios se comunica con el creyente, lo invade y lo transforma.

v  Vida eterna no indica pura y sencillamente la supervivencia después de la muerte, esa inmortalidad del alma muy celebrada por la filosofía griega, sobre todo por medio de las elevadas páginas de Platón.

Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Piemme IV edizione settembre 1996, XIX
Domenica del tempo Ordinario.

o   En el cuarto evangelio, «vida eterna» es sinónimo de «vida divina».  “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”.

·  pp. 250-251: El pan bajado del cielo y llevado por el ángel había evitado solamente la muerte temporal de Elías. El «pan vivo bajado del cielo» que nos ofrece ahora Cristo hace que, si alguno lo come «vivirá eternamente». En el evangelio de Juan, la vida eterna no indica pura y sencillamente la supervivencia después de la muerte, esa inmortalidad del alma muy celebrada por la filosofía griega, sobre todo por medio de las elevadas páginas de Platón. En el cuarto evangelio, «vida eterna» es sinónimo de «vida divina»: por medio del pan de vida  ofrecido por Cristo el creyente entra en la misma vida de Dios, participa de su ser, Dios se comunica con él, lo invade, lo transforma. Pensemos en la célebre frase de Pablo: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en  mí» (Gálatas 2,20). Es la experiencia exaltadora de la gracia y del amor divino derramado en nuestros corazones, es la irrupción de la paz que la eucaristía genera en la vida del fiel tal vez atormentado y angustiado, es la anticipación de la perfecta intimidad y de la alegría plena que tendremos cuando, pasado el umbral de la vida eterna, «estemos siempre con el Señor» (1 Tes 4,17).
Naturalmente, esta declaración de Jesús, aunque se refiere en primer lugar a la vida de la gracia y a la experiencia de la fe, introduce también una lectura diversa de la muerte física.  Ésta no es el arribo al abismo de la nada y del silencio, sino el encuentro con la vida sin límites, es el ingreso en el área infinita de Dios. Es un modo nuevo, por tanto, de interpretar y vivir esa fecha que todo llevamos ya impresa en nuestra carne y señalada sobre nuestras frentes. 

v  El hombre es un ser viviente capaz de ser divinizado

·         Cuando los Padres de la Iglesia definen la naturaleza del hombre, no dicen que «el hombre es un ser
racional» (Aristóteles), sino que «es un ser viviente capaz de ser divinizado» (San Gregorio Nacianceno, Discursos, XLV,7). (En “El Espíritu del Señor”, BAC Madrid 1997, Cap. III)

v  La vida Cristiana: el encuentro, la compenetración con Cristo

·         Es Cristo que pasa, n.134: Vivir según el Espíritu Santo es vivir de fe, de esperanza, de caridad; dejar
que Dios tome posesión de nosotros y cambie de raíz nuestros corazones, para hacerlos a su medida. Una vida cristiana madura, honda y recia, es algo que no se improvisa, porque es el fruto del crecimiento en nosotros de la gracia de Dios. En los Hechos de los Apóstoles, se describe la situación de la primitiva comunidad cristiana con una frase breve, pero llena de sentido: perseveraban todos en las instrucciones de los Apóstoles, en la comunicación de la fracción del pan y en la oración (Hechos 2, 42).
Fue así como vivieron aquellos primeros, y como debemos vivir nosotros: la meditación de la doctrina de la fe hasta hacerla propia, el encuentro con Cristo en la Eucaristía, el diálogo personal —la oración sin anonimato— cara a cara con Dios, han de constituir como la substancia última de nuestra conducta. Si eso falta, habrá tal vez reflexión erudita, actividad más o menos intensa, devociones y prácticas. Pero no habrá auténtica existencia cristiana, porque faltará la compenetración con Cristo, la participación real y vivida en la obra divina de la salvación.

v  La vida cristiana y la fe: una vida digna del Evangelio de Cristo

a) “Los cristianos, reconociendo en la fe su nueva dignidad, son llamados a llevar en adelante una «vida digna del  Evangelio de Cristo»” (Filipenses 1, 27) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1692).
b) El Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. “Cree verdaderamente el que en sus obras pone en práctica lo que cree” (S. Gregorio Magno, In Evangelium  homiliae, 26,9). (Cfr. César Izquierdo: Creo, creemos, ¿qué es la fe?, ed. Rialp, p. 212)

4. La vida divina en algunos puntos del Catecismo de la Iglesia Católica (Resumen)

a) Dios quiere comunicarnos su propia vida para hacer de nosotros hijos adoptivos; quiere hacernos capaces
    de  responderle, de conocerle y amarla más allá de lo que seriamos capaces por nuestras propias fuerzas
   (n. 52).  Toda vida cristiana es comunión con  las personas divinas, participación de la vida divina (nn. 259,
    249).
b) La participación en la vida divina no nace «de la sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino
    de Dios» (Juan 1, 13). Es dada al hombre por el Espíritu en Cristo. (nn. 505, 760); por el Espíritu
    participamos en la Pasión de Cristo, muriendo al pecado, y en su Resurrección, naciendo a una vida nueva
    (n. 1988).
c) Los sacramentos son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia,  por los
    cuales  nos es dispensada la vida divina si los recibimos con las disposiciones requeridas. (nn. 1131,
    1692).

Vida Cristiana





[1]  [Nota del traductor] Cfr. Raniero Cantalamessa, 2ª Meditación de Cuaresma 2009, a la Curia Romana: (…) "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5). Este amor es el amor con el que Dios nos ama y con el que, contemporáneamente, hace que le amemos a Él y al prójimo: amor quo Deus nos diligit et quo ipse nos dilectores sui facit [Tommaso d’Aquino, Commento alla Letrera ai Romani, cap. V, lez 1, n. 392]. Es una capacidad nueva de amar.
                (…) Existen dos modos según los cuales se puede inducir al hombre a hacer o no determinada cosa: por constricción o por atracción; la ley positiva le induce de la primera forma, por constricción, con la amenaza del castigo; el amor le induce en el segundo modo, por atracción.
                Cada uno, de hecho, es atraído por lo que ama, sin que sufra constricción alguna desde el exterior. Muestra nueces a un niño y verás que salta para tomarlas. ¿Quién le empuja? Nadie; es atraído por el objeto de su deseo. Muestra el Bien a un alma sedienta de verdad y se lanzará hacia él. ¿Quién la empuja? Nadie; es atraída por su deseo. El amor es como un "peso" del alma que atrae hacia el objeto del propio placer, en el que sabe que encuentra el propio descanso [Agostino, Commento al Vangelo di Gioavanni, 26, 4-5].
            Es en este sentido que el Espíritu Santo (…) crea en el cristiano un dinamismo que le lleva a hacer todo lo que Dios quiere, espontáneamente, sin siquiera tener que pensarlo, porque ha hecho propia la voluntad de Dios y ama todo lo que Dios ama. Podríamos decir que vivir bajo la gracia, gobernados por la ley nueva del Espíritu, es vivir como "enamorados", o sea, transportados por el amor. La misma diferencia que crea, en el ritmo de la vida humana y en la relación entre dos criaturas, el enamoramiento, la crea, en la relación entre el hombre y Dios, la venida del Espíritu Santo.
[2] Cfr. Isaías 54,13 (nota del traductor)

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