jueves, 2 de agosto de 2018

Los Mandamientos (1). Audiencia General de Papa Francisco (2018).

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Ø Los Mandamientos (1). Audiencia General de Papa Francisco (2018). Introducción: el deseo de una vida plena. ¿Cómo se encuentra la vida, la vida en abundancia, la felicidad? Jesús responde: «Ya conoces los mandamientos». Hemos de descubrir  en cada una de esas leyes, antiguas y sabias, la puerta abierta por el Padre que está en los cielos, para que el Señor Jesús, que la cruzó, nos conduzca a la vida verdadera. Su vida. La vida de los hijos de Dios.


v  Cfr. Papa Francisco, Catequesis sobre los Mandamientos (1) Introducción: el deseo de una vida plena.

Miércoles, 13 de junio de 2018

Hoy es la fiesta de San Antonio de Padua. ¿Quién de vosotros se llama Antonio?
Un aplauso a todos los “Antonios”. Empezamos hoy un nuevo itinerario de catequesis sobre el tema de los mandamientos, los mandamientos de la ley de Dios. Para introducirlo, partimos del texto recién escuchado: el encuentro entre Jesús y un hombre –un joven– que, de rodillas, le pregunta cómo puede heredar la vida eterna (cfr. Mc 10,17-21). Y en esa pregunta está el reto de toda existencia, también la nuestra: el deseo de una vida plena, infinita. Pero, ¿qué hacer para lograrla? ¿Qué sendero recorrer? ¡Vivir de verdad, vivir una existencia noble! Cuántos jóvenes intentan “vivir” y luego se destruyen yendo tras cosas efímeras.

Algunos piensan que es mejor apagar ese impulso –el impulso de vivir–, porque es peligroso. Me gustaría decir, especialmente a los jóvenes: nuestro peor enemigo no son los problemas concretos, por muy serios y dramáticos que sean: el peligro más grande de la vida es un mal espíritu de adaptación, que no es mansedumbre ni humildad, sino mediocridad, pusilanimidad [1].

¿Un joven mediocre es un joven con futuro o no? ¡No! Se queda ahí, no crece, no tendrá
éxito. ¡La mediocridad o la pusilanimidad! Esos jóvenes que tienen miedo de todo: “No, yo es que soy así…”. Esos jóvenes no saldrán adelante.

¡Mansedumbre, fuerza: nada de pusilanimidad, nada de mediocridad! El Beato Pier Giorgio Frassati   –que era joven–  decía que hay que vivir, no “ir tirando”[2]. Los mediocres van tirando. ¡Vivir con la fuerza de la vida! Hay que pedir al Padre celestial para los jóvenes de hoy el don de la sana inquietud. Porque, en casa, en vuestras casas, en las familias, cuando se ve un joven que está sentado todo el día, a veces la madre y el padre piensan: “Está enfermo, algo le pasa”, y lo llevan
al médico.

La vida del joven es ir adelante, estar inquieto, la sana inquietud, la capacidad de no contentarse con una vida sin belleza, sin color. Si los jóvenes no están hambrientos de vida auténtica, me pregunto, ¿adónde irá la humanidad? ¿Dónde acabará esta humanidad con jóvenes quietos y no inquietos?

La pregunta de aquel hombre del Evangelio que hemos oído está dentro de cada uno de nosotros: ¿cómo se encuentra la vida, la vida en abundancia, la felicidad? Jesús responde: «Ya conoces los mandamientos» (v. 19), y cita una parte del Decálogo. Es un proceso pedagógico, con el que Jesús quiere llevarle a un lugar preciso; porque está claro, por su pregunta, que aquel hombre no tiene la vida plena, busca más, está inquieto. Por tanto, ¿qué debe hacer? Dice: «Maestro,
todo eso lo he guardado desde mi juventud» (v. 20).

¿Cómo se pasa de la juventud a la madurez? Cuando se empiezan a aceptar las propias limitaciones. Se convierte en adulto cuando se relativiza y se es consciente de “lo que falta” (cfr. v. 21). Este hombre está obligado a reconocer que todo lo que puede “hacer” no supera un “techo”, no va más allá de la orilla.

¡Qué hermoso ser hombres y mujeres! ¡Qué preciosa en nuestra existencia! Sin embargo, hay una verdad que, en la historia de los últimos siglos, el hombre ha rechazado con frecuencia, con trágicas consecuencias: la verdad de sus limitaciones.

Jesús, en el Evangelio de hoy, dice algo que nos puede ayudar: «No creáis que he venido a abolir la Ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud» (Mt 5,17). El Señor Jesús regala el cumplimiento, vino para eso. Aquel hombre debía llegar al umbral de un salto, donde se abre la posibilidad de dejar de vivir de sí mismo, de las propias obras, de los propios bienes y –precisamente porque falta la vida plena– dejarlo todo para seguir al Señor [3]. Bien visto, en la invitación final de Jesús –inmensa, maravillosa– no está la propuesta de la pobreza, sino de la riqueza, la verdadera: «Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme» (v. 21).

¿Quien, pudiendo elegir entre un original y una copia, escogería la copia? Ese es el reto: encontrar el original de la vida, no la copia. ¡Jesús no ofrece sucedáneos, sino vida verdadera, amor verdadero, riqueza verdadera! ¿Cómo podrán los jóvenes seguirnos en la fe si no nos ven elegir el original, si nos ven adictos a la mediocridad? Es feo encontrar cristianos mediocres, cristianos –me permito la palabra– “enanos”; crecen hasta cierta estatura y luego ya no; cristianos con el corazón encogido, cerrado. Es feo encontrarse eso. Hace falta el ejemplo de alguien que me invite a un “más allá”, a un “más”, a crecer un poco. San Ignacio lo llamaba el “magis”, «el fuego, el fervor de la acción, que sacude a los somnolientos» [4] .

El camino de lo que falta pasa por lo que hay. Jesús no vino para abolir la Ley o los Profetas sino para dar cumplimiento. Debemos partir de la realidad para dar el salto a lo “que falta”.  Debemos escrutar lo ordinario para abrirnos a lo extraordinario.

En estas catequesis tomaremos las dos tablas de Moisés como cristianos, llevándonos de la mano de Jesús, para pasar de las ilusiones de la juventud al tesoro que está en el cielo, caminando tras Él. Descubriremos, en cada una de esas leyes, antiguas y sabias, la puerta abierta por el Padre que está en los cielos, para que el Señor Jesús, que la cruzó, nos conduzca a la vida verdadera.
Su vida. La vida de los hijos de Dios.



VIDA CRISTIANA


[1] Los Padres hablan de pusilanimidad (oligopsychìa). San Juan Damasceno la define como «el
temor de hacer una acción» (Exposición exacta de la fe ortodoxa, II, 15), y San Juan Clímaco añade que «la pusilanimidad es una disposición pueril, en un alma que ya no es joven» (La Escala,  X, 1,2).
[2] Cfr.Carta a Isidoro Bonini, 27-II-1925.

[3] «El ojo fue creado para la luz, el oído para los sonidos, cada cosa para su fin, y el deseo del alma para arrojarse en Cristo» (Nicola Cabasilas,La vida en Cristo, II, 90).
[4] Discurso a la XXXVI Congregación General de la Compañía de Jesús, 24-X-2016: «Se trata de magis, de ese plus que lleva a Ignacio a iniciar procesos, a acompañarles y a valorar su real incidencia en la vida de las personas, en materia de fe, o de justicia, o de misericordia y caridad».

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