domingo, 9 de septiembre de 2018

Domingo 23 del Tiempo Ordinario, Ciclo B (2018). Jesús: cura a un sordomudo.




[Chiesa/Omelie1/Parola Dio/23B18PalabraCristoCuraciónSorderaEspiritual]
  • Domingo 23 del Tiempo Ordinario, Ciclo B (2018). Jesús: cura a un sordomudo. Una palabra
relevante: «Effatá», ábrete. Ya la Iglesia primitiva había entendido que esa palabra no se refería sólo a la sordera física, sino también a la espiritual. En el rito del Bautismo: después de haber bautizado al niño, el sacerdote le toca los oídos y los labios, diciendo: «¡Effatá, ábrete!». Se pide no el milagro físico, sino que quien recibe el bautismo escuche la palabra de Dios y la comunique a los demás con sus labios y con su vida; se pide que no sea sordo para el Evangelio. El oído sordo es signo de un corazón pusilánime (indiferente, embotado, pesado, ofuscado) que no escucha la palabra de Dios. La acción del Espíritu Santo que convierte el corazón, haciéndolo capaz de escuchar la palabra de Dios.

  • Cfr. 23 Tiempo Ordinario Ciclo B, 9 de septiembre de 2018.

Isaías 35, 4-7; Santiago 2, 1-5; Marcos 7, 31-37

Is 35, 4-7: 4 Decid a los de corazón intranquilo [pusilánime]: ¡Animo, no temáis! Mirad que vuestro Dios viene vengador; es la recompensa de Dios, él vendrá y os salvará. 5 Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. 6 Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo. Pues serán alumbradas en el desierto aguas, y torrentes en la estepa, 7 se trocará la tierra abrasada en estanque, y el país árido en manantial de aguas. En la guarida donde moran los chacales verdeará la caña y el papiro.

Marcos 7, 31-37: 31 Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. 32 Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. 33 Él, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. 34 Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: «¡Abrete!» 35 Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. 36 Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban.37 Y se maravillaban sobremanera y decían «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»

Salmo 146 [145],7; 8-9ª; 9bc-10: 7 hace justicia a los oprimidos, da el pan a los hambrientos, Yahveh suelta a los encadenados. 8 Yahveh abre los ojos a los ciegos, Yahveh a los encorvados endereza. Ama Yahveh a los justos, 9 Yahveh protege al forastero, a la viuda y al huérfano sostiene, mas el camino de los impíos tuerce; 10Yahveh reina para siempre, tu Dios, Sión, de edad en edad.

Una palabra relevante del Señor:
«Effatá», que quiere decir: «¡Abrete!»
(Evangelio: Marcos 7, 34)
Ya la Iglesia primitiva entendió
que esa palabra se refería no sólo a la sordera física, sino también a la espiritual.

1. Una sencilla observación preliminar
  • Son las personas que acompañan al Señor quienes le presentan un sordo y le ruegan que le cure.

  • En primer lugar podemos observar, en el Evangelio de hoy, el papel fundamental de los demás
en nuestra vida. Como alguien ha hecho notar, no parece que el sordomudo se haya mostrado muy activo en esta historia que le toca a él personalmente. Son las personas que le acompañan quienes le acercan al Señor y le piden que le imponga la mano para curarle de lo que tenga necesidad 1.

2. Evangelio. La curación del sordomudo: la fuerza de la palabra de Jesús

  • El momento fundamental es cuando Jesús pronuncia en arameo, su idioma, una orden: «Effatá», «ábrete».

  • En el rito del Bautismo: después de haber bautizado al niño, el sacerdote le toca los oídos y los labios, diciendo: «¡Effatá, ábrete!».

  • Se pide no el milagro físico, sino que quien recibe el bautismo escuche la palabra de Dios y la comunique a los demás con sus labios y con su vida; se pide que no sea sordo para el Evangelio. Se trata no de la sordera física sino de la sordera espiritual.
  • Para hacer el milagro, Jesús sigue el ritual que entonces era común según la cultura de aquella época:
toca con saliva el órgano del cuerpo que está enfermo, según la mentalidad que atribuía un efecto terapéutico a la misma; lo mismo hizo con un ciego (Juan 9,6), aplicando fango hecho con saliva a los ojos.
  • En este caso del sordomudo, el momento fundamental es cuando Jesús pronuncia en arameo, su
idioma, una orden: Effetha, «ábrete». Es la palabra de Cristo, como la de Dios Padre, que obra y libera. Esa palabra que Jesús dijo en su lengua se conservó en el Evangelio.
  • En el rito del Bautismo: después de haber bautizado al niño, el sacerdote le toca los oídos y los labios,
diciendo: «¡Effatá, ábrete!». Como veremos en el número siguiente (n. 2), se pide no el milagro físico, sino que quien recibe el bautismo escuche la palabra de Dios y la comunique a los demás con sus labios y con su vida; se pide que no sea sordo para el Evangelio. Se trata no de la sordera física sino de la sordera espiritual.

3. Una palabra relevante: Effatá/Àbrete

  • Ya la Iglesia primitiva había entendido que esa palabra no se refería sólo a la sordera física, sino también a la espiritual.

Cfr. Raniero Cantalamessa, Di sabato insegnava, Piemme 1998, XXIII domenica del Tempo Ordinario Anno B
  • Ábrete a la escucha de la palabra de Dios, a la fe, a la alabanza, a la vida.

  • Nuestro corazón puede estar «abierto» o «cerrado».
El motivo del relieve dado a la palabra «Effatá» está en que ya la Iglesia primitiva había entendido que no se refería sólo a la sordera física, sino también a la espiritual. Por esto entró enseguida en el ritual del Bautismo, donde ha permanecido hasta nuestros días. Inmediatamente después de bautizar al niño, el sacerdote le toca los oídos y los labios, diciendo: Effatá. Ábrete, queriendo decir: ábrete a la escucha de la palabra de Dios, a la fe, a la alabanza, a la vida.
De repente descubrimos que el evangelio de hoy no se refiere solamente a los sordos-sordos, sino también a los sordos-oyentes, aquellos que, como en el caso de los ídolos, “tienen oídos pero no oyen; tienen ojos pero no ven” (Salmo 115, 5-6). También el corazón tiene sus oídos para oír y sus ojos para ver. Esto forma parte de las convicciones humanas más universales y se expresa también en algunos modos de decir comunes. ¿No decimos de una persona que tiene el corazón «abierto» o, por el contrario, que es «sorda de corazón»?, que está «cerrada» a toda compasión?
  • «Effatá». ¡Ábrete! es un grito dirigido a todos los hombres, no sólo al sordo.

  • Es aplicable las relaciones entre nosotros y a nuestras relaciones con Dios.
«Effatá». ¡Ábrete! Es, por tanto un grito dirigido a todos los hombres (no sólo al sordo) y a todo el hombre. Es una invitación a no cerrarse en sí mismo, a no ser insensible ante las necesidades de los demás; positivamente, a realizarse estableciendo relaciones libres, bellas y constructivas para las personas, dando y recibiendo de ellas. Si lo aplicamos a nuestras relaciones con Dios, ¡ábrete! es una invitación a escuchar la palabra de Dios transmitida por la Iglesia, a dejar entrar a Dios en nuestra vida.
En este sentido, un eco fuerte del Effatá de Cristo fue el grito de Juan Pablo II el día de la inauguración de su ministerio pontifical: «¡Abrid las puertas a Cristo!»
  • Una aplicación a la escucha de la palabra de Dios
San Pablo dice que «la fe viene de la predicación» (Romanos 10, 17). No hay fe posible sin esta profunda escucha del corazón. Muchos justifican el hecho de no creer, diciendo que la fe es un don y ellos, sencillamente, no han recibido ese don. Esto es verdad, pero antes de estar seguros de que se trate precisamente de esto, sería necesario preguntarnos si de verdad hemos dado a Dios la posibilidad de hablarnos. Si hemos dicho, como Samuel: «Habla, que tu siervo escucha» (1 Samuel 3, 10).
  • Algunos de los puntos del Catecismo que nos hablan de la necesidad y eficacia de la escucha de la palabra de Dios.

- n. 104: En la Sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su fuerza (Cf DV 24), porque, en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino lo que es realmente: la Palabra de Dios (Cf 1 Ts 2, 13). «En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos» (DV 21).
- n. 131: LA SAGRADA ESCRITURA EN LA VIDA DE LA IGLESIA - «Es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual» (108). «Los fieles han de tener fácil acceso a la Sagrada Escritura» (DV 22).
- n. 162: (...) Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la palabra de Dios.
- n. 543: (...) Para entrar en el Reino es necesario acoger la palabra de Jesús (...)
- n. 764: (...) Acoger la palabra de Jesús es acoger «el Reino» (...)
- n.1101: El Espíritu Santo es quien da a los lectores y a los oyentes, según las disposiciones de sus corazones, la inteligencia espiritual de la Palabra de Dios. (...)
- n. 2653: La Palabra de Dios - La Iglesia «recomienda insistentemente a todos sus fieles... la lectura asidua de la Escritura para que adquieran "la ciencia suprema de Jesucristo" (Flp 3, 8)... (...)

4. La auténtica finalidad de las curaciones [de los milagros] que hizo el Señor.

  • Al mismo tiempo que revelan la realidad de un Dios que ama, consiste en que los hombres descubran la realidad de la fe, se abran a ella y se identifiquen con ella.

Cfr. Romano Guardini, El Señor, Ed. Cristiandad 2ª edición 2005, p. 88
Las curaciones de Jesús son obra de Dios, revelación de Dios, camino hacia Dios. Sus milagros de curación están siempre en relación con la fe. En Nazaret no pudo hacer ningún milagro, porque sus compatriotas no creían. Imponer un milagro sería destruir su mismo sentido, pues siempre hace referencia a la fe (Lucas 4,23-30). Los discípulos no pueden curar al joven epiléptico porque tienen poca fe y la fuerza que debe actuar en virtud del Espíritu Santo se ve coartada (Mateo 17,14-21). (…)
Las curaciones de Jesús hacen referencia a la fe, igual que el anuncio del mensaje; y al mismo tiempo revelan la realidad de un Dios que ama. La auténtica finalidad de esas curaciones consiste en que los hombres descubran la realidad de la fe, se abran a ella y se identifiquen con ella.

5. En la Biblia, frecuentemente, las orejas sordas son presentadas como signo de un corazón pusilánime, indiferente, embotado, pesado, ofuscado.

  • El corazón pusilánime, embotado: es ni más ni menos que “vivir el presente como si fuese definitivo”.

  • En el diccionario de la lengua, pusilánime es un adjetivo que indica una falta de ánimo y valor para
tolerar las desgracias o para intentar cosas grandes. Es semejante a apocado, cohibido.
  • En la Biblia, las orejas sordas se consideran como signo de un corazón indiferente. El Señor habla
también de otro adjetivo, que es una realidad semejante: “Cuidad de que no se emboten vuestros corazones” [el corazón embotado, pesado].
  • Una de las causas para estar embotados son, según el Señor en el mismo texto, “las preocupaciones de la
vida” (Lucas 34), que es ni más ni menos que “vivir el presente como si fuese definitivo”.
  • Importancia del corazón en la vida humana

  • En la Escritura

  • Biblia de Jerusalén, nota a Sabiduría 1,3: El «corazón» se considera la sede de nuestra actividad
consciente, intelectual, así como de la afectiva.
  • Biblia de Jerusalén, nota a Génesis 8,21: “El corazón es lo interior del hombre como distinto de lo que
se ve, y sobre todo distinto de la «carne» (2,21+) 2. Es la sede de las facultades y de la personalidad, de la que nacen pensamientos y sentimientos, palabras, decisiones, acción. Dios lo conoce a fondo, sean cuales fueren las apariencias (1 S 16,7); Salmo 17,3; 44,22; Jr 11,20+). El corazón es el centro de la conciencia religiosa y de la vida moral (Salmo 51, 12.19; Jeremías 4,4+; 31, 31-33;+; Ezequiel 36,26). En su corazón busca el hombre a Dios (Deuteronomio 4,29; Sal 105,3; 119,2.10), le escucha (1 Reyes 3,9; Siracida 3, 29; Oseas 2,16; ver Deuteronomio 30,14); le sirve 1 Samuel 12,20.24; le alaba (Salmo 111,1); le ama (Dueteronomio 6,5). El corazón sencillo, recto, puro es aquel al que no divide ninguna reserva o segunda intención, ninguna hipocresía, con respecto a Dios o los hombres. Ver Efesios 1,18+. (...)”.
  • San Josemaría Escrivá

Es Cristo que pasa, n.164
  • Cuando hablamos de corazón humano no nos referimos sólo a los sentimientos, aludimos a toda la
persona que quiere, que ama y trata a los demás. Y, en el modo de expresarse los hombres, que han recogido las Sagradas Escrituras para que podamos entender así las cosas divinas, el corazón es considerado como el resumen y la fuente, la expresión y el fondo último de los pensamientos, de las palabras, de las acciones. Un hombre vale lo que vale su corazón, podemos decir con lenguaje nuestro.
Al corazón pertenecen la alegría: que se alegre mi corazón en tu socorro (Salmo 12,6); el arrepentimiento: mi corazón es como cera que se derrite dentro de mi pecho (Salmo 21,15); la alabanza a Dios: de mi corazón brota un canto hermoso (Salmo 44,2); la decisión para oír al Señor: está dispuesto mi corazón (Sal 56,8); la vela amorosa: yo duermo, pero mi corazón vigila (Cant 5,2). Y también la duda y el temor: no se turbe vuestro corazón, creed en mí (Juna 14,1).
El corazón no sólo siente; también sabe y entiende. La ley de Dios es recibida en el corazón (Cf Salmo 39,9), y en él permanece escrita (Cf Proverbios 7,3). Añade también la Escritura: de la abundancia del corazón habla la boca (Mateo 12,34). El Señor echó en cara a unos escribas: ¿por qué pensáis mal en vuestros corazones? (Mateo 9,4). Y, para resumir todos los pecados que el hombre puede cometer, dijo: del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias (Mateo 15,19).
Cuando en la Sagrada Escritura se habla del corazón, no se trata de un sentimiento pasajero, que trae la emoción o las lágrimas. Se habla del corazón para referirse a la persona que, como manifestó el mismo Jesucristo, se dirige toda ella —alma y cuerpo— a lo que considera su bien: porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón (Mateo 6,21).

6. Una petición necesaria al Espíritu Santo, para vivir la vida cristiana: la conversión del corazón.

  • El Espíritu santo habita en los corazones de los fieles como en un templo, y ahí desarrolla su acción.

  • Juan Pablo II, Enc. Dominum et vivificantem, n. 25: Como escribe el Concilio, «el Espíritu habita en
la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (cf. 1 Corintios 3, 16; 6,19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cf. Gálatas 4, 6; Romanos 8, 15-16.26). Guía a la Iglesia a toda la verdad (cf. Juan 16, 13), la unifica en comunión y misterio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cf. Efesios 4, 11-12; 1 Corintios 12, 4; Gálatas 15, 22) con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo ». (Juan Pablo II, Encíclica. Dominum et vivificantem, n.25)
  • Tal vez nos sintamos espiritualmente sordos, ciegos o cojos. Si no nos comportamos como nos pide el
Evangelio o lo hacemos con fatiga; si tenemos dificultad en perdonar o no ayudamos al prójimo, o no tomamos decisiones a la luz de la fe .... Todo ello tiene que ver con los límites del hombre, que tienen su raíz en la fatiga o dureza de corazón3
  • Pidamos a Jesús que - enviándonos su Espíritu - abra nuestros oídos para saber escuchar su Palabra, y
que libere nuestra lengua para que sepamos transmitir la fe que hemos recibido. Es necesaria la conversión - con frecuencia fatigosa (Cfr. Dominum et vivificantem, n. 45) - del corazón humano, que realiza el Espíritu Santo (cf. Dominum et vivificantem, n. 42).
Vida Cristiana

1 Cfr. También Marcos 8, 22-26.
2 Nota de la Redacción de Vida Cristiana: “Carne” en este caso es la exterioridad, las apariencias. “Carne” es también en la Escritura la condición de debilidad y de precariedad de nuestra existencia humana cuando no está enriquecida o transformada por la acción del Espíritu Santo. De ahí las expresiones “vivir según la carne” o “vivir según el Espíritu”.
3 Cf. Dominum et vivificantem, 47; Cf. Salmo 81 [80], 13; Jeremías 7, 24, Marcos 3, 5.

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