sábado, 15 de septiembre de 2018

Domingo 24 del tiempo ordinario, Año B. (16 de septiembre de 2018). La fe y las obras: ver la 2ª Lectura, de la carta de Santiago.




Ø    Domingo 24 del tiempo ordinario, Año B. (16 de septiembre de 2018). La fe y las obras: ver la  2ª Lectura, de la carta de Santiago. Nos salvamos por la fe en Jesucristo, y esta fe se manifiesta  - florece – en las obras. La fe sin obras está muerta, actúa por la caridad. La fe debe realizarse en la vida sobre todo en el amor al prójimo y particularmente con el compromiso con los pobres. La parábola del buen samaritano. La fe dio fruto en él mediante una buena obra. Dios, en quien creemos, nos pide obras semejantes. Estas son las obras de amor al prójimo. En el trabajo hemos de buscar el bien de los demás, el servicio al prójimo. El trabajo no es un medio para conseguir el triunfo personal: es –tiene que ser– una posibilidad de ayudar a los demás. La relación entre fe y caridad, entre la fe y las obras en san Pablo. ¿A qué se reduciría una liturgia que se dirigiera sólo al Señor y que no se convirtiera, al mismo tiempo, en servicio a los hermanos, una fe que no se expresara en la caridad?


v  Cfr. 24º domingo tiempo ordinario  Ciclo B

            16 septiembre 2018
Isaías 50, 5-9a; Salmo 114, 1-9; Santiago 2, 14-18; Marcos  8, 27-35

Marcos 8, 27-35. Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que soy yo?" Ellos le contestaron: "Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas". Él les preguntó: "Y vosotros, ¿quién decís que soy?" Pedro le contestó: "Tú eres el Cristo". Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: "El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días". Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: "¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!" Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará".

Santiago 2 14 ¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: « Tengo fe », si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? 15 Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, 16 y alguno de vosotros les dice: « Idos en paz, calentaos y hartaos », pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? 17 Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta. 18 Y al contrario, alguno podrá decir: « ¿Tú tienes fe?; pues yo tengo obras. Pruébame tu fe sin obras y yo te probaré por las obras mi fe.

La fe y las obras
La fe actúa por la caridad

1. Nos salvamos por la fe en Jesucristo, y esta fe se manifiesta  - florece – en las

   obras.

   Cfr. 2ª Lectura, de la Carta del Apóstol Santiago.

v  A. La fe y las obras en el Catecismo de la Iglesia Católica

o   La fe sin obras está muerta

·         n. 1815: (…): «la fe sin obras está muerta» (Santiago 2, 26): privada de la esperanza y de la caridad,
             la fe no une plenamente el fiel a Cristo ni hace de él un miembro vivo de su Cuerpo.
·         n. 2044: «El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu
             sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres a la fe y a Dios» (Concilio Vaticano II, Decreto
             Apostolicam Actuositatem,  6).
·         n. 162: (…)  la fe «debe «actuar por la caridad» (Gálatas 5, 6) (Cf Santiago 2, 14-26) (…)   cfr. n. 1814.
·         n. 1815: (…) «la fe sin obras está muerta» (Santiago 2, 26): privada de la esperanza y de la caridad, la fe no une plenamente el fiel a Cristo ni hace de él un miembro vivo de su Cuerpo.

v  B. La fe debe realizarse en la vida sobre todo en el amor al prójimo y particularmente con el compromiso con los pobres.

                  Cfr. Benedicto XVI, Catequesis, Audiencia General del 28 de junio de 2006
·         La carta de Santiago nos muestra un cristianismo muy concreto y práctico. La fe debe realizarse en la
vida sobre todo en el amor al prójimo y particularmente con el compromiso con los pobres. Este es el
trasfondo con el que se debe leer también la famosa frase: «Así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así
también la fe sin obras está muerta» (Santiago 2, 26). A veces, esta declaración de Santiago ha sido
contrapuesta a las afirmaciones de Pablo, según las cuales, no somos justificados ante Dios en virtud de
nuestras obras, sino gracias a nuestra fe (Cf. Gálatas 2, 16; Romanos 3,28). Sin embargo, las dos frases, que
aparentemente son contradictorias, en realidad, si se interpretan bien, son complementarias. San Pablo se
opone al orgullo del hombre, que piensa que no tiene necesidad del amor de Dios que nos previene, se opone
al orgullo de la autojustificación sin la gracia que simplemente es donada y no merecida. Santiago habla, por
el contrario, de las obras como fruto de la fe: «El árbol bueno da frutos buenos», dice el Señor (Mateo 7,17).
Y Santiago nos lo repite a nosotros.”

2. El servicio de la caridad brota, para el cristiano, de un sentimiento profundamente religioso.

San Juan Pablo II, Catequesis, 10 de enero de 2001

v  El compromiso por la justicia, la lucha contra toda opresión y la defensa de la dignidad de la persona no son para el cristiano expresiones de filantropía motivada sólo por la pertenencia a la familia humana.

·         El servicio de la caridad, coherentemente vinculado a la fe y a la liturgia (cf. Jc 2,14-17), el compromiso
por la justicia, la lucha contra toda opresión y la defensa de la dignidad de la persona no son para el cristiano expresiones de filantropía motivada sólo por la pertenencia a la familia humana. Al contrario, se trata de opciones y actos que brotan de un sentimiento profundamente religioso: son auténticos sacrificios en los que Dios se complace, según la afirmación de la carta a los Hebreos (cf. He 13,16). Particularmente incisiva es la advertencia de san Juan Crisóstomo: "¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No lo descuides cuando se encuentra desnudo. No le rindas homenaje aquí en el templo con vestidos de seda, para luego descuidarlo fuera, donde sufre frío y desnudez" (In Matthaeum hom. 50, 3).

3. La parábola del buen samaritano.

     Lucas 10, 29-37. Cfr. San Juan Pablo II, Homilía en la Celebración Eucarística en el Valle de Cochabamba
     (Bolivia). (11 de mayo de 1988).

La fe dio fruto en él mediante una buena obra.
Dios, en quien creemos, nos pide obras semejantes.

v  Una situación que puede plantearse en cualquier sitio del mundo.

            En esta parábola del Señor, el buen samaritano se distingue claramente de otras dos personas –una de ellas un sacerdote y la otra un levita– que, recorriendo el mismo camino de Jerusalén a Jericó, se cruzan con el hombre asaltado por los malhechores. Ninguno de los dos se detiene ante aquel pobre desdichado, víctima de los ladrones sino que al verlo dan un rodeo y pasan de largo (cf. Lucas 10, 31-32). Un samaritano, en cambio, refiere San Lucas, “llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima” (Ibíd. 10, 33), es decir, siente compasión. El desdichado lo necesitaba, porque no sólo había sido despojado, sino también tan herido que había quedado junto al camino medio muerto.
El samaritano –al contrario de los otros dos que habían pasado anteriormente junto al herido– no lo abandonó, sino que “se le acercó, le vendó las heridas..., lo llevó a una posada y lo cuidó” (Ibíd.10, 34). Y cuando tuvo que proseguir su viaje, lo dejó al cuidado del dueño de la posada, comprometiéndose a pagar cualquier gasto que fuese necesario.
¡Qué elocuente es esta parábola! Porque, aunque Jesús sitúe el relato en el camino de Jerusalén a Jericó, en Tierra Santa, la situación puede repetirse en cualquier sitio del mundo, ¡también aquí, en tierra boliviana! Y, ciertamente, se habrá repetido más de una vez.

o   “¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras?..., la fe, si no tiene obras, está muerta por dentro..., es inútil” (Santiago 2, 14.17.20).

El Señor Jesús quería aclarar con esta parábola la dificultad que le había planteado un letrado: “¿Quién es mi prójimo?” (Lucas 10,29). Después de escuchar el relato de Jesús, su interlocutor ya no encuentra ningún obstáculo para indicar quién era el que se había comportado como verdadero prójimo. Evidentemente es el samaritano, aquel que ha tenido compasión de otro hombre en la desgracia, aunque fuera un extraño y desconocido. Jesús le dice entonces: “Anda, haz tú lo mismo”. Con otras palabras el Apóstol Santiago pone de relieve la necesidad de la actitud del buen samaritano cuando escribe en su epístola: “¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras?..., la fe, si no tiene obras, está muerta por dentro..., es inútil” (Santiago 2, 14.17.20).
Sin duda alguna, los dos que pasaron de largo conocían los libros sagrados y se consideraban no sólo creyentes, sino también profundos “conocedores” de las verdades de fe. Sin embargo, no fueron ellos sino el samaritano quien dio una prueba ejemplar de su fe. La fe dio fruto en él mediante una buena obra. Dios, en quien creemos, nos pide obras semejantes. Estas son las obras de amor al prójimo.

o   La Palabra de Dios nos plantea a nosotros, los creyentes, una pregunta fundamental.

§  ¿Es fructuosa de veras nuestra fe?  La fe sin obras es inútil.
¿Es fructuosa de veras nuestra fe?, ¿fructifica realmente en obras buenas?, ¿está viva o, tal vez está muerta?
Esta pregunta deberíamos hacérnosla todos los días de nuestra vida; hoy y cada día, porque sabemos que Dios nos juzgará por las obras cumplidas en espíritu de fe. Sabemos que Cristo dirá a cada uno en el día del juicio: Cada vez que hicisteis estas cosas a otro, al prójimo, a mí me lo hicisteis; cada vez que dejasteis de hacer estas cosas con el prójimo, conmigo las dejasteis de hacer (cf. Mateo 25,40-45). Exactamente igual que en la parábola del buen samaritano.
Esto mismo hemos oído en la Epístola de Santiago: Si «un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y... uno de vosotros les dice: “Dios os ampare, abrigaos y llenaos el estómago”, y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué les sirve?...; la fe sin las obras es inútil» (Santiago 2, 15-16.20). (…)

o   La respuesta no podemos darla sólo con palabras; hay que darla con la propia vida.

La respuesta no podemos darla sólo con palabras; hay que darla con la propia vida. “Enséñame tu fe sin obras –acabamos de escuchar– y yo, por las obras, te probaré mi fe” (Santiago  2,18). Probaréis vuestra fe con esas obras que sirven para aliviar el sufrimiento físico –la enfermedad, el hambre, la desnudez, la falta de techo– y el sufrimiento moral –hambre de educación, de comprensión, de consuelo–. (…)

v  En el trabajo hemos de buscar el bien de los demás, el servicio al prójimo.

o   El trabajo no es un medio para conseguir el triunfo personal: es –tiene que ser– una posibilidad de ayudar a los demás.

Esta vocación de servicio, que abarca todas las dimensiones de la existencia humana, encuentra su cauce apropiado y fecundo en la realización de cualquier trabajo honrado. El trabajo no es un medio para conseguir el triunfo personal: es –tiene que ser– una posibilidad de ayudar a los demás. El verdadero bien que habéis de buscar siempre en el trabajo es el bien para los demás, el servicio al prójimo.

o   La misión de servicio del trabajo tiene algunas características singulares en algunas profesiones.

§  Quienes se dedican a los problemas de la salud
Sin embargo, para algunos, esta misión de servicio reúne unas características singulares. Su trabajo les lleva a estar cerca de los que sufren, asumiendo los problemas de la salud, procurando aliviar el dolor que llega hasta ellos, adoptando continuamente la actitud del buen samaritano.
Por desgracia, el dolor, la enfermedad, es algo que afecta a muchas personas en Bolivia. La desnutrición, el alto índice de mortalidad infantil, el mal de Chagas, el bocio y tantas otras dolencias, a la par que la falta de agua corriente y de otras condiciones sanitarias elementales, afectan a muchos hogares bolivianos. Los niños, esperanza de vuestra patria, son con frecuencia los más afectados. Resolver esta situación es un desafío para todos; pues, como escribía en la Carta Apostólica “Salvifici Doloris”: “La revelación por parte de Cristo del sentido salvífico del dolor no se identifica de ningún modo con una actitud de pasividad” (Salvifici Doloris, 30).
§  Dios quiere contar con nuestra colaboración para resolver los problemas. 
Dios quiere contar con nuestra colaboración para resolver esos problemas. Alabo y expreso mi gratitud a cuantos dedican sus conocimientos y esfuerzos a curar las enfermedades y dolencias de la población boliviana: médicos, enfermeras y enfermeros, asistentes sociales, religiosos y religiosas, y voluntarios laicos. Vosotros realizáis un trabajo que el Señor elogia en el buen samaritano: “Al verle..., acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él” (Lucas 10,33-34). Seguid viendo en los enfermos al mismo Cristo (cf. Mateo 25,40-45). No dejéis que la rutina cosifique vuestro trabajo y os haga insensibles al sufrimiento. Compensad la falta de medios con vuestro amor, vuestra disponibilidad y vuestro ingenio. Mejorad vuestra entrega a los demás con un constante perfeccionamiento técnico y científico. Y, sobre todo, ayudad siempre a los enfermos a comprender el significado del dolor dentro del plan salvífico de Dios.
§  La oración y la frecuencia de los sacramentos dan la fuerza necesaria para llevar adelante el compromiso con los que sufren.
No olvidéis nunca que el auténtico amor al prójimo es inseparable del amor a Dios con todo el corazón y con todas las fuerzas (cf. Lucas 10,27). La oración y la frecuencia de los sacramentos –especialmente la Penitencia y la Eucaristía– os darán la fortaleza necesaria para llevar adelante vuestro compromiso con los que sufren. Y, con esa fuerza, ayudaréis a los enfermos a permanecer unidos a Dios acercándoles a los sacramentos, a través de los cuales nos llega constantemente la gracia de Cristo. (…)

4. San Pablo subraya, junto a la gratuidad de la justificación, la relación entre fe y

    caridad, entre la fe y las obras.

     Cfr. Benedicto XVI, Catequesis, 26 de noviembre de 2008

v  En la misma carta a los Gálatas

·         Es importante que san Pablo, en la misma carta a los Gálatas, por una parte, ponga el acento de forma
radical en la gratuidad de la justificación no por nuestras obras, pero que, al mismo tiempo, subraye también la relación entre la fe y la caridad, entre la fe y las obras: "En Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen valor, sino solamente la fe que actúa por la caridad" (Gálatas 5,6). En consecuencia, por una parte, están las "obras de la carne" que son "fornicación, impureza, libertinaje, idolatría..." (cf. Gálatas 5,19-21): todas obras contrarias a la fe; y, por otra, está la acción del Espíritu Santo, que alimenta la vida cristiana suscitando "amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí" (Gálatas 5,22-23): estos son los frutos del Espíritu que brotan de la fe.
Al inicio de esta lista de virtudes se cita al agapé, el amor; y, en la conclusión, el dominio de sí. En realidad, el Espíritu, que es el Amor del Padre y del Hijo, derrama su primer don, el agapé, en nuestros corazones (cf. Romanos 5,5); y el agapé, el amor, para expresarse en plenitud exige el dominio de sí. Sobre el amor del Padre y del Hijo, que nos alcanza y transforma profundamente nuestra existencia, traté también en mi primera encíclica: Deus caritas est. Los creyentes saben que en el amor mutuo se encarna el amor de Dios y de Cristo, por medio del Espíritu.
Volvamos a la carta a los Gálatas. Aquí san Pablo dice que los creyentes, soportándose mutuamente, cumplen el mandamiento del amor (cf. Gálatas 6,2). Justificados por el don de la fe en Cristo, estamos llamados a vivir amando a Cristo en el prójimo, porque según este criterio seremos juzgados al final de nuestra existencia. En realidad, san Pablo no hace sino repetir lo que había dicho Jesús mismo.  (…), en la parábola del Juicio final.

v  El himno a la caridad en la primera carta a los Corintios

En la primera carta a los Corintios, san Pablo hace un célebre elogio del amor. Es el llamado "himno a la caridad": "Aunque hablara las lenguas de los hombre y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. (...) La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés..." (1 Corintios 13,1 1Co 13,4-5). El amor cristiano es muy exigente porque brota del amor total de Cristo por nosotros: el amor que nos reclama, nos acoge, nos abraza, nos sostiene, hasta atormentarnos, porque nos obliga a no vivir ya para nosotros mismos, encerrados en nuestro egoísmo, sino para "Aquel que ha muerto y resucitado por nosotros" (cf. 2 Corintios 5,15). El amor de Cristo nos hace ser en él la criatura nueva (cf. 2 Corintios 5,17) que entra a formar parte de su Cuerpo místico, que es la Iglesia.
Así pues, tanto para san Pablo como para Santiago, la fe que actúa en el amor atestigua el don gratuito de la justificación en Cristo. La salvación, recibida en Cristo, debe ser conservada y testimoniada "con respeto y temor. De hecho, es Dios quien obra en vosotros el querer y el obrar como bien le parece. Hacedlo todo sin murmuraciones ni discusiones (...), presentando la palabra de vida", dirá también san Pablo a los cristianos de Filipos (cf. Filipenses 2, 12-14.16).

v  Los malentendidos que caracterizaban a los cristianos de Corinto

o   Las consecuencias de una fe que no se encarna en el amor son desastrosas.

Con frecuencia tendemos a caer en los mismos malentendidos que caracterizaban a la comunidad de Corinto: aquellos cristianos pensaban que, habiendo sido justificados gratuitamente en Cristo por la fe, "todo les era lícito". Y pensaban, y a menudo parece que lo piensan también los cristianos de hoy, que es lícito crear divisiones en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, celebrar la Eucaristía sin interesarse por los hermanos más necesitados, aspirar a los carismas mejores sin darse cuenta de que somos miembros unos de otros, etc.
Las consecuencias de una fe que no se encarna en el amor son desastrosas, porque se reduce al arbitrio y al subjetivismo más nocivo para nosotros y para los hermanos. Al contrario, siguiendo a san Pablo, debemos tomar nueva conciencia de que, precisamente porque hemos sido justificados en Cristo, no nos pertenecemos ya a nosotros mismos, sino que nos hemos convertido en templo del Espíritu y por eso estamos llamados a glorificar a Dios en nuestro cuerpo con toda nuestra existencia (cf. 1Co 6,19). Sería un desprecio del inestimable valor de la justificación si, habiendo sido comprados al caro precio de la sangre de Cristo, no lo glorificáramos con nuestro cuerpo.
§  Nuestro culto "razonable" y al mismo tiempo "espiritual", por el que san Pablo nos exhorta a "ofrecer nuestro cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios".
¿A qué se reduciría una liturgia que se dirigiera sólo al Señor y que no se convirtiera, al mismo tiempo, en servicio a los hermanos, una fe que no se expresara en la caridad?
En realidad, este es precisamente nuestro culto "razonable" y al mismo tiempo "espiritual", por el que san Pablo nos exhorta a "ofrecer nuestro cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios" (cf. Rm 12,1). ¿A qué se reduciría una liturgia que se dirigiera sólo al Señor y que no se convirtiera, al mismo tiempo, en servicio a los hermanos, una fe que no se expresara en la caridad? Y el Apóstol pone a menudo a sus comunidades frente al Juicio final, con ocasión del cual todos "seremos puestos al descubierto ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba conforme a lo que hizo en su vida mortal, el bien o el mal" (2Co 5,10 cf. también Rm 2,16). Y este pensamiento debe iluminarnos en nuestra vida de cada día.
Si la ética que san Pablo propone a los creyentes no degenera en formas de moralismo y se muestra actual para nosotros, es porque cada vez vuelve a partir de la relación personal y comunitaria con Cristo, para hacerse realidad en la vida según el Espíritu. Esto es esencial: la ética cristiana no nace de un sistema de mandamientos, sino que es consecuencia de nuestra amistad con Cristo. Esta amistad influye en la vida: si es verdadera, se encarna y se realiza en el amor al prójimo.
Por eso, cualquier decaimiento ético no se limita a la esfera individual, sino que al mismo tiempo es una devaluación de la fe personal y comunitaria: de ella deriva y sobre ella influye de forma determinante. Así pues, dejémonos alcanzar por la reconciliación, que Dios nos ha dado en Cristo, por el amor "loco" de Dios por nosotros: nada ni nadie nos podrá separar nunca de su amor (cf. Romanos 8,39). En esta certeza vivimos. Y esta certeza nos da la fuerza para vivir concretamente la fe que obra en el amor.

Vida Cristiana

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