miércoles, 28 de febrero de 2018

Papa Francisco, Videomensaje, 8 de junio de 2013


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Ø Los diez mandamientos. Videomensaje de Papa Francisco a los participantes en la iniciativa “Diez lazas para diez mandamientos”. Son un don de Dios. Nos indican un camino a seguir, y constituyen también una especie de «código ético» para la construcción de sociedades justas, a medida del hombre. Iluminan y orientan a quien busca paz, justicia y dignidad. Indican un camino de libertad, que encuentra plenitud en la ley del Espíritu escrita no en tablas de piedra, sino en el corazón (cf. 2 Co 3, 3)

No son limitaciones, sino ¡indicaciones para la libertad! Ellos nos enseñan a evitar la esclavitud a la que nos reducen tantos ídolos que construimos nosotros mismos.

v  Cfr. Papa Francisco, Videomensaje, 8 de junio de 2013

¡Buenas tardes a todos!
Me complace unirme a vosotros que participáis, en las plazas principales de Italia, en esta relectura de los diez Mandamientos. Un proyecto denominado «Cuando el amor da sentido a tu vida...», sobre el arte de vivir a través de los diez Mandamientos que Dios dio no sólo a Moisés, sino también a nosotros, a los hombres y mujeres de todos los tiempos. Gracias a los responsables de la Renovación en el Espíritu Santo —son buenos estos de la Renovación en el Espíritu Santo, ¡felicidades!— que han organizado esta admirable iniciativa en colaboración con el Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización y con la Conferencia episcopal italiana. Gracias a todos aquellos que con generosidad contribuyen a la realización de este proyecto especial en el Año de la fe. Preguntémonos entonces: ¿Qué sentido tienen para nosotros estas diez palabras? ¿Qué dicen a nuestro tiempo inquieto y confundido que parece querer prescindir de Dios?
Los diez Mandamientos son un don de Dios. La palabra: «Mandamiento» no está de moda; al hombre de hoy le recuerda algo negativo, la voluntad de alguien que impone límites, que pone obstáculos en la vida. Lamentablemente la historia, incluso reciente, está marcada por tiranías, por ideologías, por lógicas que han impuesto y oprimido, que no han buscado el bien del hombre, sino el poder, el éxito, el beneficio. Pero los diez Mandamientos vienen de un Dios que nos ha creado por amor, de un Dios que ha establecido una alianza con la humanidad, un Dios que quiere sólo el bien del hombre. ¡Confiemos en Dios! ¡Fiémonos de Él! Los diez Mandamientos nos indican un camino a seguir, y constituyen también una especie de «código ético» para la construcción de sociedades justas, a medida del hombre. ¡Cuánta desigualdad en el mundo! ¡Cuánta hambre de comida y de verdad! ¡Cuánta pobreza moral y material se deriva del rechazo de Dios y de poner en su lugar a tantos ídolos! Dejémonos guiar por estas diez Palabras que iluminan y orientan a quien busca paz, justicia y dignidad.
Los diez Mandamientos indican un camino de libertad, que encuentra plenitud en la ley del Espíritu escrita no en tablas de piedra, sino en el corazón (cf. 2 Co 3, 3): ¡Aquí están escritos los diez Mandamientos! Es fundamental recordar cuando Dios da al pueblo de Israel, por medio de Moisés, los diez Mandamientos. En el mar Rojo el pueblo había experimentado la gran liberación; había tocado con su mano el poder y la fidelidad de Dios, del Dios que hace libres. Ahora, Dios mismo, en el Monte Sinaí indica a su pueblo y a todos nosotros el itinerario para permanecer libres, un camino que está grabado en el corazón del hombre, como una ley moral universal (cf. Ex 20, 1-17; Dt 5, 1-22). No debemos ver los diez Mandamientos como limitaciones a la libertad, no, no es esto, sino que debemos verlos como indicaciones para la libertad. No son limitaciones, sino ¡indicaciones para la libertad! Ellos nos enseñan a evitar la esclavitud a la que nos reducen tantos ídolos que construimos nosotros mismos —lo hemos experimentado muchas veces en la historia y lo experimentamos también hoy—. Ellos nos enseñan a abrirnos a una dimensión más amplia que la material, a vivir el respeto por las personas, venciendo la codicia de poder, de posesión, de dinero, a ser honestos y sinceros en nuestras relaciones, a custodiar toda la creación y nutrir nuestro planeta de ideales altos, nobles, espirituales. Seguir los diez Mandamientos significa ser fieles a nosotros mismos, a nuestra naturaleza más auténtica y caminar hacia la libertad auténtica que Cristo enseñó en las Bienaventuranzas (cf. Mt 5, 3-12.17; Lc 6, 20-23).
Los diez Mandamientos son una ley de amor. Moisés subió al monte para recibir de Dios las tablas de la Ley. Jesús realiza el camino opuesto: el Hijo de Dios se abaja, desciende en nuestra humanidad para indicarnos el sentido profundo de estas diez Palabras: Ama al Señor con todo el corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza y al prójimo como a ti mismo (cf. Lc 10, 27). Este es el sentido más profundo de los diez Mandamientos: el mandamiento de Jesús que lleva consigo todos los mandamientos, el Mandamiento del amor. Por ello digo que los diez Mandamientos son Mandamientos de amor. Aquí está el corazón de los diez Mandamientos: el Amor que viene de Dios y que da sentido a la vida, amor que nos hace vivir no como esclavos, sino como verdaderos hijos, amor que anima todas las relaciones: con Dios, con nosotros mismos —a menudo lo olvidamos— y con los demás. La verdadera libertad no es seguir nuestro egoísmo, nuestras ciegas pasiones, sino la de amar, escoger aquello que es un bien en cada situación. Los diez Mandamientos no son un himno al «no», se refieren al «sí». Un «sí» a Dios, el «sí» al Amor, y puesto que digo «sí» al Amor, digo «no» al no Amor, pero el «no» es una consecuencia de ese «sí» que viene de Dios y nos hace amar.
¡Redescubramos y vivamos las diez Palabras de Dios! Digamos «sí» a estos «diez caminos de amor» perfeccionados por Cristo, para defender al hombre y guiarle a la ¡verdadera libertad! Que la Virgen María nos acompañe en este camino. De corazón imparto mi Bendición a vosotros, a vuestros seres queridos y a vuestras ciudades. ¡Gracias a todos!




Vida Cristiana

3 domingo de Cuaresma Año B, 4 de marzo de 2018


Ø Domingo 3º de Cuaresma. Ciclo B (2018). Los mandamientos de la ley de Dios. Establecen los fundamentos de la vocación del hombre, y son luz para su conciencia y su vida. Antes de ser escritos en piedra fueron escritos en el corazón del hombre como ley moral universal. Guardarlos significa ser fieles a Dios, pero también a nosotros mismos, a nuestra verdadera naturaleza  y a  nuestras aspiraciones más profundas. Defienden nuestra libertad.


v  Cfr. 3 domingo de Cuaresma  Año B,  4 de marzo  de 2018

Éxodo 20, 1-7; Salmo 18; 1 Corintios 1, 22-25; Juan 2, 13-25

Éxodo 20, 1-17: 1 En aquellos días, el Señor pronunció las siguientes palabras: 2  «Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. 3 No tendrás otros dioses frente a mí. 4 No te harás ídolos, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra. 5 No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y biznietos, cuando me aborrecen. 6 Pero actúo con piedad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos. 7 No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso. 8 Fíjate en el sábado para santificarlo. 9 Durante seis días trabaja y haz tus tareas, 10 pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios: no harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el forastero que viva en tus ciudades. 11 Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra y el mar y lo que hay en ellos. Y el séptimo día descansó: por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó. 12 Honra a tu padre y a tu madre: así prolongarás tus días en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar. 13 No matarás. 14 No cometerás adulterio. 15  No robarás. 16 No darás testimonio falso contra tu prójimo. 17 No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él.»

El Decálogo es una luz ofrecida a la conciencia de todo hombre
para manifestarle la llamada y los caminos de Dios, y para protegerle contra el mal
(Catecismo … n. 1962)

A.   Los mandamientos de la Ley que Dios dio a Moisés (primera Lectura),

establecen los fundamentos de la vocación del hombre, y son luz para la conciencia del hombre y vida. Este decálogo, diez Palabras, ha sido conservado en Éxodo 20, 1-17 y Deuteronomio 5, 6-21.


v  1. “Decálogo” es una palabra griega que significa “diez palabras”

·         Deuteronomio 4, 13: [El Señor, vuestro Dios] «Os anunció una alianza, que os mandó
cumplir: las Diez Palabras que escribió en las dos tablas de piedra».

v  2. Los preceptos del Decálogo establecen los fundamentos de la vocación del

hombre, formado a imagen de Dios. Son una luz ofrecida a la conciencia del hombre.

  • CCE 1962: La Ley antigua es el primer estado de la Ley revelada. Sus prescripciones  morales están
resumidas en los Diez mandamientos. Los preceptos del Decálogo establecen los fundamentos de la vocación del hombre, formado a imagen de Dios. Prohiben lo que es contrario al amor de Dios y del prójimo, y prescriben lo que le es esencial. El Decálogo es una luz ofrecida a la conciencia de todo hombre para manifestarle la llamada y los caminos de Dios, y para protegerle contra el mal:
Dios escribió en las tablas de la Ley lo que los hombres no leían en sus corazones (S. Agustín, Sal. 57, 1).

v  3. Más allá de que sean el núcleo de la ética del Antiguo Testamento que mantiene

su valor su valor en el Nuevo Testamento (cfr. Lc 18,20) [1], los mandamientos  - «diez palabras» de Dios – son vida.

o   Algunos textos de la Revelación en los que se afirma que las palabras de Dios son vida con imágenes muy diversas

§  La palabra de Dios es como lluvia que hace germinar la tierra
·         Isaías 55, 10-11: Como la lluvia y la nieve desciende de los cielos y no vuelve allá, sino que
riegan la tierra, la fecundan, la hacen germinar, y dan simiente al sembrador y pan a quien ha de comer, así será la palabra que sale de mi boca …  Cfr. también:  Deuteronomio 32, 2 y Salmo 71,6
§  Son gozo, luz  y delicia del corazón
Jeremías 15, 16: Cuando me encontraba tus palabras, las devoraba. Tus palabras eran un gozo para mí, las delicias de mi corazón, porque yo llevo tu Nombre, Señor, Dios de los ejércitos.
- Salmo 19 (18), 11: Los preceptos del Señor son  rectos, alegran el corazón.  Los mandamientos del Señor son puros, dan luz a los ojos.
§  Son fuego que arde en el corazón
Lucas 24, 32: ¿No es verdad que ardía nuestro corazón dentro de nosotros, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?
§  Son martillo que hace añicos la roca
·         Jeremías 23, 29: ¿No es mi palabra como el fuego - oráculo del Señor – y como martillo que
hace añicos la roca?
§  Son semilla y fermento que hacen fructificar la tierra
·         Cfr. la parábola del sembrador, Mateo capítulo 13
§  Queman nuestras entrañas
Jeremías 5, 14: Yo pondré mis palabras en tu boca como fuego: este pueblo es leña y la devorará.
§  Cfr. el Salmo 119, que es muy largo (tiene 176 versículos)
·         Está compuesto para ser leído y meditado personalmente, más que para ser proclamado en
público, con el fin de estimular la reverencia y la piedad hacia la Ley de Dios. En él encontramos muchas imágenes sobre los preceptos, mandamientos, decretos, etc. de Dios. Los preceptos de Dios son gozo para el salmista, dilatan el corazón, con ellos el Señor da la vida, son dulces para el  paladar, etc. [2].
§  Las palabras del Señor son palabras de vida eterna
·         Juan 6, 69: Le respondió Simón Pedro: “Señor, ¿a quien iremos? Tú tienes palabras de vida
eterna.

v  4. Los mandamientos, si se miran en profundidad, son el medio que el Señor nos

da para defender nuestra libertad tanto de los condicionamientos internos de las pasiones como de los abusos externos de los malintencionados. Los «no» de los mandamientos son otros tantos «sí» al crecimiento de una auténtica libertad.
Cfr. Homilía de Benedicto XVI en la Santa Misa por el mundo del trabajo,  domingo, 19 de marzo 2006, III de Cuaresma

o   Significativa referencia a la liberación del pueblo de Israel. 

·         Hemos oído juntos una página famosa del Libro del Éxodo, aquella en la que el autor sagrado
relata la entrega a Israel del Decálogo de parte de Dios. Un detalle impacta inmediatamente: la enunciación de los mandamientos está introducida por una significativa referencia a la liberación del pueblo de Israel. Dice el texto: «Yo soy el Señor tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de la servidumbre» (Ex 20,2). El Decálogo, por lo tanto, quiere ser una confirmación de la libertad conquistada. En efecto, los mandamientos, si se miran en profundidad, son el medio que el Señor nos da para defender nuestra libertad tanto de los condicionamientos internos de las pasiones como de los abusos externos de los malintencionados. Los «no» de los mandamientos son otros tantos «sí» al crecimiento de una auténtica libertad.

o   El Decálogo es testimonio de un amor de predilección.

Hay una segunda dimensión en el Decálogo que también hay que subrayar: mediante la Ley dada por mano de Moisés, el Señor revela que quiere cerrar con Israel un pacto de alianza. La Ley, por lo tanto, más que una imposición es un don. Más que mandar lo que el hombre debe hacer, ella quiere hacer manifiesta a todos la elección de Dios: Él está de parte del pueblo elegido; lo ha liberado de la esclavitud y lo rodea con su bondad misericordiosa. El Decálogo es testimonio de un amor de predilección.

B. La Ley de Dios es ley de vida y de libertad. La obediencia liberadora.

     Cfr. Juan Pablo II, Homilía en la Celebración de la Palabra en el Monte Sinaí [3], 26 febrero

     2002

Los mandamientos salvan al hombre de la fuerza destructora del egoísmo,
del odio y de la mentira.
Señalan todos los falsos dioses que lo esclavizan:
el amor a sí mismo que excluye a Dios,
el afán de poder y placer que altera el orden de la justicia
y degrada nuestra dignidad humana y la de nuestro prójimo.
(San Juan Pablo II, Homilía, 26 de febrero d 2002)

v  1. También nosotros seremos verdaderamente libres si aprendemos a obedecer

como hizo Jesús

  • Hoy, con gran alegría y profunda emoción, el Obispo de Roma llega como peregrino al monte Sinaí,
atraído por este monte santo que se eleva como un monumento majestuoso a lo que Dios reveló aquí. ¡Aquí reveló su nombre! ¡Aquí dio su ley, los diez mandamientos de la Alianza!
(...) Aquí, en el monte Sinaí, la verdad de "quién es Dios" ha llegado a ser el fundamento y la garantía de la Alianza. Moisés entra en la "oscuridad luminosa" (Vida de Moisés, II, 164), y aquí recibe la ley "escrita por el dedo de Dios" (Ex 31, 18). ¿Qué es esta ley? Es la ley de la vida y de la libertad.
En el mar Rojo el pueblo experimentó una gran liberación. Vio el poder y la fidelidad de Dios; descubrió que él es el Dios que realmente libra a su pueblo, como había prometido. Pero ahora, en las alturas del Sinaí, este mismo Dios sella su amor estableciendo una Alianza, a la que jamás renunciará. Si el pueblo obedece a su ley, conocerá la libertad para siempre. El Éxodo y la Alianza no son solamente acontecimientos del pasado; son para siempre el destino de todo el pueblo de Dios.
El encuentro entre Dios y Moisés en este monte encierra en el corazón de nuestra religión el misterio de la obediencia liberadora, que llega a su culmen en la obediencia perfecta de Cristo en la encarnación y en la cruz (cf. Flp 2, 8; Hb 5, 8-9). También nosotros seremos verdaderamente libres si aprendemos a obedecer como hizo Jesús (cf. Hb 5, 8).

v  2. Los mandamientos, antes de ser escritos en piedra fueron escritos en el corazón

del hombre como ley moral universal, válida en todo tiempo y lugar

Los diez mandamientos no son una imposición arbitraria de un Señor tirano. Fueron escritos en la piedra; pero antes fueron escritos en el corazón del hombre como ley moral universal, válida en todo tiempo y en todo lugar. Hoy, como siempre, las diez palabras de la ley proporcionan la única base auténtica para la vida de las personas, de las sociedades y de las naciones. Hoy, como siempre, son el único futuro de la familia humana. Salvan al hombre de la fuerza destructora del egoísmo, del odio y de la mentira. Señalan todos los falsos dioses que lo esclavizan: el amor a sí mismo que excluye a Dios, el afán de poder y placer que altera el orden de la justicia y degrada nuestra dignidad humana y la de nuestro prójimo. Si nos alejamos de estos falsos ídolos y seguimos a Dios, que libera a su pueblo y permanece siempre con él, apareceremos como Moisés, después de cuarenta días en el monte, "resplandecientes de gloria" (san Gregorio de Nisa, Vida de Moisés, II, 230), envueltos en la luz de Dios.

v  3. Guardar los mandamientos significa ser fieles a Dios, pero también a nosotros mismos, a nuestra verdadera naturaleza  y a  nuestras aspiraciones más profundas.

Guardar los mandamientos significa ser fieles a Dios, pero también ser fieles a nosotros mismos, a nuestra verdadera naturaleza y a nuestras aspiraciones más profundas. El viento que aún hoy sopla en el Sinaí nos recuerda que Dios quiere ser honrado en sus criaturas y en su crecimiento: gloria Dei, homo vivens. En este sentido, ese viento lleva una insistente invitación al diálogo entre los seguidores de las grandes religiones monoteístas para el bien de la familia humana. Sugiere que en Dios podemos encontrar nuestro punto de encuentro: en Dios omnipotente y misericordioso, Creador del universo y Señor de la historia, que al final de nuestra existencia terrena nos juzgará con perfecta justicia.

 

B.   El decálogo nos revela a Dios, y a nuestro yo más profundo y al prójimo [4]


No estamos sólo ante una serie de nobles normas morales
sino ante un diálogo en el que Dios indica su voluntad
y el hombre adhiere con todo su ser.

v  1. Entrelazamiento entre dos libertades: la divina y la humana

  • Ravasi, pp. 79-80: “Las «diez palabras» no son una simple codificación de normas morales
universales. La obligación  humana, en efecto, se  inserta en el contexto de la Alianza entre Dios y el hombre, una realidad que es gracia, es don divino y revelación.
            No es casualidad que el texto comienza con una solemne autopresentación de Dios que se revela como el Salvador y el liberador de la esclavitud de Egipto[5]. No estamos sólo ante una serie de nobles normas morales sino ante un diálogo en el que Dios indica su voluntad y el hombre adhiere con todo su ser, ante un diálogo en el que se entrelazan dos libertades, la divina y la humana”.

v  2. Las diez palabras

                        [Además de Exodo 20, 1-17, los Diez mandamientos están recogidos en                                       Deuteronomio 5, 6-21]

o   La primera palabra: “no tendrás otro Dios fuera de mí”.

·         El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2083), la formula así: Jesús resumió los deberes del
hombre para con Dios en estas palabras: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente» (Mateo 22, 37) (Cf Lucas 10, 27). Estas palabras siguen inmediatamente a la llamada solemne: «Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor» (Deuteronomio 6, 4).
·         Pentateuco, Eunsa 2 ed. agosto 2000, Exodo 20, 3-6: En el Decálogo este precepto abarca
dos aspectos:  el monoteísmo (v. 3) y la obligación de no adorar ídolos ni imágenes del Señor (vv. 4-6).
§  Es en el rostro de nuestro hermano donde debemos buscar una huella del rasgo de Dios, y no en un objeto mágico
·         Ravasi, p. 80: “No se trata de una fría declaración filosófica de monoteísmo sino de una
calurosa proclamación de adhesión total a Dios. (…) La segunda formulación [el segundo aspecto, según Eunsa] tiene un corte pastoral; Israel no tendrá nunca estatuas de su Dios y combatirá contra toda representación idolátrica de la divinidad porque la imagen más semejante a Dios es precisamente el hombre viviente, «creado a imagen y semejanza de Dios» (Génesis 1,27). Es en el rostro de nuestro hermano donde debemos buscar una huella del rasgo de Dios, y no en un objeto mágico”. (…) La tercera declaración [formulación o aspecto, vv. 5-6] es litúrgica; como responderá Jesús  a satanás  citando la Biblia, «Al Señor tu Dios adorarás y solamente a Él darás culto» (Mateo 4,10). En estas tres proclamaciones del primer mandamiento, encontramos una acusación contra las idolatrías modernas cuyos ídolos se llaman tal vez poder, dinero, sexo; encontramos un ataque contra nuestros intereses y supersticiones; encontramos una invitación a descubrir siempre detrás del rostro débil del hermano el perfil del Creador; encontramos una llamada al culto y al conocimiento siempre nuevos y profundos del estupendo misterio de Dios”.
·         Un Dios celoso (vv. 5-6): “no se trata del “celo” en el sentido peyorativo (amor egoísta), sino en el
sentido de quien quiere custodiar celosamente la felicidad y la libertad del hombre (amor altruista). El hombre, para la Biblia, es feliz y libre en tanto en cuanto confía en Dios y acoge su proyecto de vida. Si confía en otros dioses, acogiendo sus proyectos, pierde la felicidad y la libertad. El riesgo de la idolatría es la esclavitud”. (cfr. Temi di predicazione – Omelie 1/2009, III Domenica di Quaresima, Tiziano Lorenzin p. 46)

o   Segunda palabra o mandamiento. «No tomarás el nombre del Señor, tu Dios, en vano». (v. 7)

·         Ravasi p. 80: “No es solamente una condenación de la blasfemia: la «vanidad» en la Biblia es
el ídolo y, por tanto, el segundo mandamiento condena toda reducción de la persona (el «nombre») de Dios a un subrogado para nuestras maniobras”.

o   Tercera palabra o mandamiento. Recuerda el día del sábado para santificarlo. (vv. 8-11).

·         Ravasi, pp. 80-81: El sábado es para Israel como un templo erigido en el tiempo. Nosotros
conducimos a este santuario interior las fatigas, las alegrías, las lágrimas de los seis días feriales para transformarlas en alabanza, en súplica, para consagrarlos a Dios. El séptimo día de la creación Dios ha vuelto a su esplendor de la santidad celeste después de haber pasado al mundo maravillas cósmicas. Así, también nosotros, en el día del Señor no debemos dominar más las cosas, sino descubrir su sentido participando en la vida divina y celeste. Por tanto, no son  horas de reposo inerte y vacío, sino para descubrir la paz interior. No  por nada la tradición judía pone en boca de Dios esta definición pintoresca del sábado: «Israel, yo poseo en mi tesorería un don precioso que quiero regalarte, el sábado».

o   Seis palabras o mandamientos, de la segunda tabla del Decálogo, que regulan las relaciones entre los hombres (vv. 12-17)

§  Cuarta palabra: Honra a tu padre y a tu madre (v. 12)
·         Ravasi  p. 81: “El Sirácida/Eclesiástico, sabio bíblico del II siglo a.C,  escribe (3,18):  «El
que abandona al padre es como un blasfemo; y es maldito del Señor quien exaspera a su madre». Pero el cuarto mandamiento es también una llamada a participar activamente en toda la vida de la familia y de la sociedad civil”.
§  Quinto mandamiento: No matarás  (v. 13)
·         Ravasi  p. 81: “El «no matar» puede ser entendido en positivo como la tutela de la vida en todas sus
manifestaciones”.
Pentateuco, Eunsa: Nuestro Señor ahondará en el sentido positivo de este mandamiento, explicando la obligación de practicar la caridad ( cfr Mt 5, 21-26). Cfr. CEC 2262: [rechazo absoluto de la ira, del odio y de la venganza. Más aún ...]
§  Sexto mandamiento: no cometerás adulterio (v. 14)
·         Ravasi  p. 81: Exalta la santidad del matrimonio y la transparencia de la donación del amor. 
§  Séptimo mandamiento: no robarás  (v. 15)
·         Ravasi p. 81: “En su sentido original  significaba «no cometer secuestro de persona»: es por tanto una
defensa de la libertad individual que puede ser destruida también cuando al hombre se le quitan los bienes para vivir y realizarse”.
·         CEC n. 2414: El séptimo mandamiento proscribe los actos o empresas que, por una u otra razón, egoísta
o ideológica, mercantil o totalitaria, conducen a esclavizar seres humanos, a menospreciar su dignidad personal, a comprarlos, a venderlos y a cambiarlos como mercancía. Es un pecado contra la dignidad de las personas y sus derechos fundamentales reducirlos por la violencia a la condición de objeto de consumo o a una fuente de beneficio. S. Pablo ordenaba a un amo cristiano que tratase a su esclavo cristiano «no como esclavo, sino... como un hermano... en el Señor» (Filemón 16).
·         CEC n. 2409: Toda forma de tomar o retener injustamente el bien ajeno, aunque no contradiga
las disposiciones de la ley civil, es contraria al séptimo mandamiento. Así, retener deliberadamente bienes prestados u objetos perdidos, defraudar en el ejercicio del comercio (Cf Deuteronomio 25, 13-16), pagar salarios injustos (Cf Deuteronomio 24, 14-15; Santiago 5, 4), elevar los precios especulando con la ignorancia o la necesidad ajenas (Cf Amós 8, 4-6).
            Son también moralmente ilícitos, la especulación mediante la cual se pretende hacer variar        artificialmente la valoración de los bienes con el fin de obtener un beneficio en            detrimento ajeno;         la corrupción mediante la cual se vicia el juicio de los que deben tomar decisiones conforme a derecho; la apropiación y el uso privados de los bienes sociales de una empresa; los trabajos mal           hechos, el fraude fiscal, la falsificación de cheques y facturas, los gastos excesivos, el despilfarro.       Infligir voluntariamente un daño a las propiedades privadas o públicas es contrario a la ley moral y exige reparación.
·         Eunsa, Pentateuco: Este mandamiento condena en primer lugar el rapto de personas para después
venderlas como esclavos (cfr. Deuteronomio 24,7); pero es indudable que abarca toda apropiación injusta de
bienes ajenos.
§  Octavo mandamiento: No darás falso testimonio contra tu prójimo  (v. 16)
·         Ravasi p. 81: La lucha contra el falso testimonio, fundamental en una sociedad «oral» y
basada sobre la palabra como es el caso del Antiguo Oriente, es la celebración del derecho al honor y a la dignidad de la persona en el ámbito público y procesal. 
§  Noveno/décimo mandamientos: No codiciarás los bienes de tu prójimo; ni codiciarás la mujer de tu prójimo ... (v. 17)
·         Pentateuco, Eunsa: La redacción de este precepto difiere de la del Deuteronomio: allí se distingue
entre el deseo de la mujer del prójimo y la codicia de sus bienes (crf. Deuteronomio 5,21). (...) Siguiendo la
tradición catequética católica, el noveno mandamiento proscribe la concupiscencia de la carne; el décimo
prohíbe la codicia del bien ajeno (CEC n. 2514).
·         La codicia conduce a distintas formas de robo. Así, lleva al comerciante a falsear las balanzas, a
especular y a hacer dinero de todo (Amós 8, 5-6; Sirácida 26, 29; 27, 1-2); al rico a hacer extorsiones y acaparar propiedades (Amós 5, 12; Isaías 5, 8; Miqueas 2, 2), a explotar a los pobres (Nehemías 5, 1-5; 2 Reyes 4, 1; Amós 2, 6), incluso negando el salario merecido (Jeremías 22, 13); al jefe y al juez a exigir cohechos (Isaías 33, 15; Mi 3, 1 1; Proverbios 28, 16), a violar el derecho (Is 1, 23; 5, 23; Miqueas 7, 3) (151).  La codicia, opuesta al amor del prójimo La codicia es directamente opuesta al amor del prójimo y, sobre todo, de los pobres, a los que la ley debe proteger (Exodo 20, 17; 22, 24; Deuteronomio 24, 10-21). Mientras que Yahvé prescribe: «No endurezcas tu corazón» (Deuteronomio 15, 7), el codicioso es un hombre que tiene el alma seca (Sirácida 14, 8-9), pues no tiene compasión (27,1)”.
·         La propiedad privada: a) no es un derecho absoluto e incondicionado (Populorum progresio);  b) todos
los hombres tienen derecho a acceder a la propiedad;  c) la propiedad asegura una autonomía personal y familiar que es ampliación de la libertad humana, condición de las libertades civiles;  d) cuando se habla del derecho a la propiedad privada se piensa, sobre todo, en los que no gozan de ella. 

C.   Los mandamientos son un don de Dios.


v  Cfr. Papa Francisco, Videomensaje, 8 de junio de 2013


·         Los diez Mandamientos son un don de Dios. (…) Dejémonos guiar por estas diez Palabras que
iluminan y orientan a quien busca paz, justicia y dignidad.
Los diez Mandamientos indican un camino de libertad, que encuentra plenitud en la ley del Espíritu escrita no en tablas de piedra, sino en el corazón (cf. 2 Co 3, 3): ¡Aquí están escritos los diez Mandamientos! (…)  No debemos ver los diez Mandamientos como limitaciones a la libertad, no, no es esto, sino que debemos verlos como indicaciones para la libertad. No son limitaciones, sino ¡indicaciones para la libertad!

Vida Cristiana




[1] Cfr. Pentateuco, Eunsa 2ª ed. Agosto 2000, nota  Ésodo 20, 1-21.
[2] Cfr. Sagrada Biblia, Libros poéticos y sapienciales, Eunsa  2001, Nota a Salmo 119; Cf. Biblia de Jerusalén, Desclée de Brouwer Bilbao 1998, comentario al Salmo 119; Cf. El telón de fondo (inédito).


[3] El Monte Sinaí está situado al sur de la Península del Sinaí, al nordeste de Egipto,  y es el lugar donde, según la Biblia (Libro del Éxodo), Dios entregó a Moisés los Diez Mandamientos o el Decálogo, que es una palabra griega que significa “diez palabras”,  que son el “núcleo de la ética del antiguo Testamento y mantienen su valor en el Nuevo Testamento: Jesucristo los recuerda frecuentemente (cfr. Lucas 18,20) y los completa (cfr. Mateo 5, 17,ss).  Los Santos Padre y los Doctores de la Iglesia los han comentado con profusión pues, como señala Santo Tomás, todos los preceptos de la ley natural están incluidos en el Decálogo: los universales,  p.ej. hacer el bien y evitar el mal, están «contenidos como los principios en sus próximas conclusiones», y los particulares que se deducen por raciocinio, se hallan contenidos «como conclusiones en sus principios»” (Summa theologiae, 1-2, 100,3).  (Antiguo Testamento, Pentateuco, Eunsa  2º edición, agosto 2000, Éxodo 20, 1-21)

[4] Cf. Gianfranco Ravasi [4]; Raniero Cantalamessa [4]; Pentateuco Eunsa [4]; Catecismo de la Iglesia
  Católica (CEC).
[5]  v. 2: Yo soy el Señor, tu Dios, que te ha sacado del país de Egipto, de la casa de la esclavitud. 

La Eucaristía (2018). La Santa Misa (9). II Evangelio y homilía. Cristo, mediante la lectura evangélica, hace sonar su eficaz palabra.



Ø La Eucaristía (2018). La Santa Misa (9). II Evangelio y homilía. Cristo,  mediante la lectura
evangélica, hace sonar su eficaz  palabra. Escuchamos el Evangelio para tomar conciencia de lo que Jesús hizo y dijo una vez. Estamos atentos, porque es un coloquio directo. Es el Señor quien nos habla. Si escuchamos el Evangelio, tenemos que dar una respuesta con nuestra vida. Cristo se sirve también de la palabra del sacerdote que, después del Evangelio, pronuncia la homilía. El contexto litúrgico «exige que la predicación oriente a la asamblea, y también al predicador, a una comunión con Cristo en la Eucaristía que transforme la vida». Quien escucha presta «la debida atención, con las correctas disposiciones interiores, sin pretensiones subjetivas, sabiendo que cada predicador tiene sus pros y sus contras. Si a veces hay motivos para aburrirse porque la homilía es larga o descentrada o incomprensible, otras veces, en cambio, el prejuicio hace de obstáculo».

v  Cfr. Papa Francisco, Catequesis, Audiencia General del 7 de febrero de 2018

La Santa Misa - 9. Liturgia de la Palabra. II. Evangelio y homilía

Continuamos con las catequesis sobre la Santa Misa. Habíamos llegado a las Lecturas. El diálogo entre Dios y su pueblo, realizado en la Liturgia de la Palabra de la Misa, alcanza su culmen en la proclamación del Evangelio. Lo precede el canto del Aleluya –o bien, en Cuaresma, otra aclamación– con el que «la asamblea de los fieles acoge y saluda al Señor, quien le hablará en el
Evangelio» 1
Como los misterios de Cristo iluminan toda la revelación bíblica, así, en la Liturgia de la Palabra, el Evangelio constituye la luz para comprender el sentido de los textos bíblicos que lo preceden, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. En efecto, «de toda la Escritura, como de toda la celebración litúrgica, Cristo es el centro y la plenitud» 2 . Siempre en el centro está Jesucristo, siempre.
Por eso, la misma liturgia distingue el Evangelio de las otras lecturas y lo rodea de particular honor y veneración 3. De hecho, su lectura se reserva al ministro ordenado, que termina besando el libro; nos ponemos de pie para escucharla y se hace la señal de la cruz en la frente, en la boca y en el pecho; las velas y el incienso honran a Cristo que, mediante la lectura evangélica, hace sonar su
eficaz  palabra.  

En esos signos la asamblea reconoce la presencia de Cristo que le dirige la “buena noticia” que convierte y transforma. Es un discurso directo el que sucede, como atestiguan las aclamaciones con que se responde a la proclamación: «Gloria a ti, Señor» y «Gloria a ti, Señor Jesús». Nos levantamos para escuchar el Evangelio: es Cristo quien nos habla ahí. Y por eso estamos atentos, porque es un coloquio directo. Es el Señor quien nos habla.
Así pues, en la Misa no leemos el Evangelio para saber cómo fueron las cosas, sino que escuchamos el Evangelio para tomar conciencia de lo que Jesús hizo y dijo una vez; y esa Palabra está viva, la Palabra de Jesús que está en el Evangelio está viva y llega a mi corazón. Por eso, escuchar el Evangelio es tan importante, con el corazón abierto, porque es Palabra viva. Escribe San Agustín que «la boca de Cristo es el Evangelio. Él reina en el cielo, pero no deja de hablar en la tierra» 4. Si es verdad que en la liturgia «Cristo sigue anunciando el Evangelio» 5, se entiende que, al participar en la Misa, debemos darle una respuesta: si escuchamos el Evangelio, tenemos que dar una respuesta con nuestra vida.
Para hacer llegar su mensaje, Cristo se sirve también de la palabra del sacerdote que, después del Evangelio, pronuncia la homilía 6. Recomendada vivamente por el Concilio Vaticano II como parte de la misma liturgia 7, la homilía no es un discurso de circunstancias –ni tampoco una catequesis como esta que estoy haciendo ahora–, ni una conferencia o una clase, la homilía es otra cosa.
¿Qué es la homilía? Es «un retomar ese diálogo que ya está entablado entre el Señor y su pueblo» 8, para que halle su cumplimiento en la vida. ¡La exégesis auténtica del Evangelio es nuestra vida santa! La palabra del Señor termina su curso haciéndose carne en nosotros, traduciéndose en obras, como ocurrió en María y en los Santos. Recordad lo que dije la última vez, la Palabra del Señor entra por los oídos, llega al corazón y va a las manos, a las buenas obras. Y también la homilía sigue a la Palabra del Señor y hace también ese recorrido, para ayudarnos a que esa Palabra del Señor llegue a las manos, pasando por el corazón.

Ya traté el tema de la homilía en la Exhortación Evangelii gaudium, donde recordaba que el contexto litúrgico «exige que la predicación oriente a la asamblea, y también al predicador, a una comunión con Cristo en la Eucaristía que transforme la vida» 9.

Quien predica la homilía debe cumplir bien su ministerio –el que predica, el sacerdote o el diácono o el obispo–, prestando un servicio real a todos los que participan en la Misa, pero también los que escuchan deben poner de su parte.
Sobre todo, prestando la debida atención, con las correctas disposiciones interiores, sin pretensiones subjetivas, sabiendo que cada predicador tiene sus pros y sus contras. Si a veces hay motivos para aburrirse porque la homilía es larga o descentrada o incomprensible, otras veces, en cambio, el prejuicio hace de obstáculo. Y quien dice la homilía debe ser consciente de que no está
haciendo algo proprio, está predicando, dando voz a Jesús, está predicando la Palabra de Jesús. ¡La homilía debe estar bien preparada y debe ser breve, breve!
Me decía un sacerdote que una vez fue a la ciudad donde vivían sus padres, y su padre le dijo: “¿Sabes una cosa? ¡Estoy contento, porque mis amigos y yo hemos encontrado una iglesia donde se dice la Misa sin homilía!”.
Cuántas veces vemos que en la homilía algunos se duermen, otros charlan o salen fuera a fumar un cigarrillo… Por eso, por favor, que sea breve la homilía, pero que esté bien preparada. ¿Y cómo se prepara una homilía, queridos sacerdotes, diáconos, obispos? ¿Cómo se prepara? Con la oración, con el estudio de la Palabra de Dios y haciendo una síntesis clara y breve: no debe
pasar de 10 minutos, por favor.
Concluyendo, podemos decir que, en la Liturgia de la Palabra, a través del Evangelio y la homilía, Dios dialoga con su pueblo, que escucha con atención y veneración y, al mismo tiempo, lo reconoce presente y activo. Así pues, si nos ponemos a la escucha de la “buena noticia”, seremos convertidos y transformados por ella y, por tanto, capaces de cambiarnos a nosotros mismos
y al mundo. ¿Por qué? Porque la Buena Noticia, la Palabra de Dios entra por los oídos, va al corazón y llega a las manos para hacer buenas obras.

1 Ordenación General del Misal Romano, 62.
2 Introducción al Leccionario, 5.
3 Cfr. Ordenación General del Misal Romano, 60 y 134.
4 Sermón 85, 1: PL 38, 520; cfr. también Tratado sobre el Evangelio de Juan, XXX, I: PL 35,
   1632; CCL 36, 289.
5 Const. Sacrosanctum Concilium, 33.
6 Cfr. Ordenación General del Misal Romano, 65-66; Introducción al Leccionario, 24-27.
7 Cfr. Sacrosanctum Concilium, 52.
8 Exhort. ap. Evangelii gaudium, 137.
Ibid., 138.




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