viernes, 16 de marzo de 2018
jueves, 15 de marzo de 2018
Un libro-entrevista de Dominique Wolton: «Politique et société. Rencontres avec Dominque Wolton». El Papa Francisco conversa con un sociólogo agnóstico.
Ø Un
libro-entrevista de Dominique Wolton: «Politique et société. Rencontres avec
Dominque Wolton». El Papa Francisco conversa con un sociólogo agnóstico.
Política y sociedad
Papa Francisco, Dominique Wolton
Encuentro.
Madrid (2018).
312 págs.
21,50 €.
Traducción: M. M. Leonetti.
Papa Francisco, Dominique Wolton
Encuentro.
Madrid (2018).
312 págs.
21,50 €.
Traducción: M. M. Leonetti.
El autor
de este nuevo libro-entrevista con el Papa, Dominique Wolton, presenta su
trabajo como una investigación –a través de un diálogo que da sentido a la
comunicación humana– acerca de la naturaleza del compromiso social y político
de la Iglesia, y de su diferencia con la de un actor propiamente político.
Aborda las grandes facetas culturales de la modernidad, así como problemas
derivados de las desigualdades humanas o del intento de respuesta desde la
llamada teología de la liberación, ensayo fallido y no grato al actual
pontífice, al que presenta como el “primer papa de la mundialización, a caballo
entre América latina y Europa”. Reconoce que, en las doce entrevistas
realizadas en Santa Marta, entre febrero de 2016 y febrero de 2017, “nos hemos
quedado más en el ámbito de la historia, de la política, de los hombres, que en
el de las dimensiones espirituales”.
Tal vez no podía ser de otro modo si se tiene en cuenta
la condición personal de Wolton, nacido en 1947, profesional de la sociología,
especialista en comunicación, discípulo de Alain Touraine, de formación en el
fondo cristiana, pero agnóstico. Dirige la revista Hermès desde
su fundación en 1988, y en ella estudia la comunicación como una actividad
difícil, pero que permite, a través de la negociación, llegar a los demás –a
diferencia de la “com”, que busca la sencillez como medio de manipulación de
los espíritus. Ha publicado antes otros libros-entrevista: con Raymond Aron,
con Jacques Delors, y también con una gran figura de la Iglesia en el siglo XX,
el cardenal Jean-Marie Lustiger.
Si para
Wolton “el humor es un atajo de la inteligencia”, para el Papa, “el sentido del
humor es lo que, en el plano humano, más se acerca a la gracia divina”
El autor ha distribuido
libremente las preguntas y respuestas de sus extensas entrevistas, a lo largo
de ocho capítulos, con títulos expresivos de su contenido: paz y guerra;
religiones y política; Europa y diversidad; cultura y comunicación; alteridad, tiempo
y alegría; tradición y modernidad; destino. Como es natural, el Papa leyó
previamente el manuscrito y, en la última conversación, se pusieron “fácilmente
de acuerdo”. Los textos orales se completan con pasajes de grandes discursos de
Francisco, pronunciados en lugares muy diversos del mundo, desde su elección en
marzo de 2013.
o
Sorprendido por la
cordialidad de Francisco
Las conversaciones reflejan
un clima de franqueza y cordialidad que ha sorprendido positivamente al
sociólogo francés, aunque era consciente de la capacidad humana de Francisco
para conectar con la gente: desde los primeros días “mantuve mi distancia como
investigador, pero su humanidad me impactó”. A la vez –de acuerdo con un rasgo
típico de la cultura francesa–, ofrece una especie de clara síntesis de las
grandes cuestiones de la doctrina social de la Iglesia que preocupan de modo
particular al Papa: con un estilo claro, animado por los detalles propios de
una charla viva y amistosa, con bastante sentido del humor a pesar de la seriedad
de los temas. Si para Wolton “el humor es un atajo de la inteligencia”, para el
Papa, “el sentido del humor es lo que, en el plano humano, más se acerca a la
gracia divina”.
Quizá la personalidad de
Francisco ha desconcertado en parte al sociólogo, que no acierta a describirlo
netamente. Reconoce que le impresionó “su fe, alegría, bondad, modestia y
lucidez”. Destaca también la ponderación y oportunidad con que usa el
vocabulario religioso, hasta el punto de que le parece “un laico en esto”.
Puesto a usar estereotipos, los funde con referencia a
notables familias religiosas históricas: “Desde el punto de vista social, es un
poco franciscano; desde el intelectual, un poco dominico; desde el político, un
poco jesuita... En cualquier caso, muy humano. Probablemente, harían falta
muchas otras cosas para comprender su personalidad...” Me permito añadir que
son quizá precisamente las grandes cuestiones espirituales, que estaban fuera
del propósito científico del diálogo. Aunque Wolton reconoce que “en el Santo Padre
todo procede de la religión y de la fe”: “La mayor lección que aprendí de esas
reuniones –confió a Jean-Marie Guénois, de Le Figaro– es que este
Papa sigue los Evangelios. Solo dice lo que está en los Evangelios”.
En este trabajo hay muy pocas
referencias a cuestiones intraeclesiales, pero, a juicio de Wolton, “Francisco
está obsesionado con la comunión entre todos en la Iglesia. Presta gran
atención al pueblo cristiano para que no se produzcan rupturas. No es un hombre
de conflicto, un hombre de ruptura. Él quiere unir, unir continuamente. Ve las
cosas a largo plazo, confía en el tiempo, con paciencia infinita, sin
enfadarse, con una especie de confianza impresionante”.
o
Las palabras
esenciales
Los planteamientos de fondo
de entrevistador y entrevistado son distintos. Resultan inevitables las que
llama “pequeñas incomunicaciones”. Pero con evidente libertad y apertura de
espíritu, de las que derivan aproximaciones decisivas para abordar los retos de
la mundialización: “La religión cristiana, con su perspectiva universalista,
está preocupada en nuestros días por preservar el diálogo, con esas palabras
esenciales de ‘respeto’, ‘dignidad’, ‘reconocimiento’, ‘confianza’, que se
encuentras asimismo en el corazón del modelo democrático”.
Un reflejo de la confianza en
el diálogo son las diversas propuestas que hace al Papa sobre posibles temas de
encíclicas, aun consciente de la complejidad de los problemas. Así –a propósito
de los retos planteados por la diversidad cultural, la educación y el
conocimiento, o la comunicación humana en la globalidad–, sugiere que hay un
“retraso” de la Iglesia... “Pero si lo pensamos bien, es posible que la Iglesia
no vaya retrasada en estos momentos, ¡incluso puede ser que vaya por delante!”.
Y Francisco responde con sencillez: “Sí, pero yo no sé cómo responder. Es
preciso trabajar sobre ello”.
“La
mayor lección que aprendí de esas reuniones es que este Papa sigue los
Evangelios. Solo dice lo que está en los Evangelios” (Dominique Wolton)
En un momento, después de
páginas recurrentes sobre los problemas de la comunicación, que muchos piensan
equivocadamente que se resuelven con soluciones técnicas, Wolton afirma con
espontaneidad, tras una broma: “Nuestro encuentro es increíble. Usted tiene a
fin de cuentas la misma filosofía humanista y política de la comunicación que
yo. Es algo bastante raro. Cuando usted dice ‘rigidez’, se refiere a lo mismo
que la a-comunicación de que yo hablo. Internet, contrariamente a todas las
apariencias, es rigidez”.
o
Espontaneidad
El libro refleja un diálogo
netamente intelectual, celebrado en sucesivas sesiones, con inevitables
repeticiones y saltos temáticos. Pero se lee con mucho interés, porque está
bien traducido: el estilo refleja la espontaneidad de las conversaciones, en
las que no falta ninguno de los grandes temas que ocupan a la gente realmente
interesada por el futuro de la cultura mundial.
Al final del libro, una
selección atinada de “frases del Papa Francisco” y una síntesis biográfica y
bibliográfica, junto con la información sobre publicaciones de Dominique
Wolton. Pero, propiamente, y como no podía ser de otra manera, el texto termina
así:
Dominique Wolton: ¿Por qué pide siempre que recen por usted?
Francisco: Porque lo necesito... Porque me siento apoyado por la oración del pueblo. De verdad.
Francisco: Porque lo necesito... Porque me siento apoyado por la oración del pueblo. De verdad.
Vida Cristiana
Sumergir el mundo en un amor que lo recree: por Santiago Agrelo
Si en este domingo de Cuaresma alguien me preguntase por la Pascua, por el significado que tiene para mí esta celebración, le diría: Es que Dios pasa haciendo nuevas todas las cosas, y no puedo faltar a la cita con él, pues llevo conmigo un mundo entero que renovar: Guerras en las que mueren hombres, mujeres y niños que no las hacen. Leyes de las que son víctimas hombres, mujeres y niños que no las votan. Decisiones que destruyen la vida de hombres, mujeres y niños que no las han tomado. Egoísmos, envidias, ambiciones, que arrojan al margen de la vida a millones de hombres, mujeres y niños que nacieron con la misma dignidad, la misma grandeza, los mismos derechos y los mismos deberes de quienes son sus verdugos.
Necesitamos sumergir el mundo en un agua que lo purifique, en un espíritu que lo regenere, en un amor que lo recree.
Y en tus manos, Iglesia cuerpo de Cristo, se lo llevas al Creador, al Señor que pasa haciendo nuevas todas las cosas.
Hoy, Iglesia en camino hacia la nueva creación, oirás proclamada la promesa: “Haré una alianza nueva… Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones”.
Cuando la profecía se cumpla, cuando para saber de Dios, tus hijos escuchen los latidos del corazón y, abriendo esa página interior, en ella, como en una tabla de amar, lean la ley de su Dios, entonces, amada, será tu Pascua.
Ahora, mientras caminas, vas repitiendo tu súplica: “Oh Dios, crea en mí un corazón puro”. Mientras te haces cargo de la violencia del mundo, vas gritando tu desvalimiento: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión”. Mientras te haces solidaria con el dolor de las víctimas, vas diciendo humildemente: “Devuélveme la alegría de tu salvación”.
¡Toda tú, Iglesia cuerpo de Cristo, eres hoy un clamor de Pascua!
Y lo eres junto con Cristo, tu Señor.
Unida a él por la fe en su palabra, por la comunión de su cuerpo, con él vas diciendo: “Ha llegado la hora”; es tiempo “de que sea glorificado el Hijo del hombre”, de que sea recreado el mundo, de hacer nuevas todas las cosas.
Ésta es la hora del grano de trigo que cae en tierra y muere y da mucho fruto. Ésta es la hora de los seguidores de Cristo Jesús, que bajan con él hasta la muerte, para ser con él resucitados, renovados, recreados. Ésta es la hora de los hijos de Dios que, sufriendo, aprenden a obedecer.
Si en comunión con Cristo Jesús sus discípulos aprendemos a obedecer, a dar la vida, a amar, si con Cristo Jesús somos “elevados sobre la tierra”, con él estaremos purificando el mundo, regenerándolo, recreándolo, llevándolo hasta la luz gozosa de la Pascua.
Feliz domingo
martes, 13 de marzo de 2018
La fecundidad de la cruz y de la muerte de Cristo. Palabras de Papa Francisco en el Angelus del 5º
Ø La fecundidad de la cruz y de la muerte de Cristo.
Palabras de Papa Francisco en el Angelus del 5º
Domingo de Cuaresma (2015). Jesús
usa una imagen sencilla y sugestiva, la del «grano de trigo» que, al caer en la tierra, muere para dar fruto.
v
Cfr. Papa Francisco,
Angelus, 22 de marzo de 2015
5º Domingo de Cuaresma, Ciclo B
En este quinto domingo de Cuaresma, el evangelista Juan nos
llama la atención con un particular curioso: algunos «griegos», de religión
judía, llegados a Jerusalén para la fiesta de la Pascua, se dirigen al apóstol
Felipe y le dicen: «Queremos ver a Jesús» (Jn12, 21). En la ciudad
santa, donde Jesús fue por última vez, hay mucha gente. Están los pequeños y
los sencillos, que han acogido festivamente al profeta de Nazaret reconociendo
en Él al Enviado del Señor. Están los sumos sacerdotes y los líderes del
pueblo, que lo quieren eliminar porque lo consideran herético y peligroso.
También hay personas, como esos «griegos», que tienen curiosidad por verlo y
por saber más acerca de su persona y de las obras realizadas por Él, la última
de las cuales —la resurrección de Lázaro— causó mucha sensación.
«Queremos ver a Jesús»: estas palabras, al igual que muchas
otras en los Evangelios, van más allá del episodio particular y expresan
algo universal; revelan un deseo que atraviesa épocas y
culturas, un deseo presente en el corazón de muchas personas que han oído
hablar de Cristo, pero no lo han encontrado aún. «Yo deseo ver
a Jesús», así siente el corazón de esta gente.
Respondiendo indirectamente, de modo profético, a aquel
pedido de poderlo ver, Jesús pronuncia una profecía que revela su identidad e
indica el camino para conocerlo verdaderamente: «Ha llegado la hora de que sea
glorificado el Hijo del hombre» (Jn 12, 23). ¡Es la hora de
la Cruz! Es la hora de la derrota de Satanás, príncipe del mal, y del
triunfo definitivo del amor misericordioso de Dios. Cristo declara que será «levantado
sobre la tierra» (v. 32), una expresión con doble significado: «levantado»
en cuanto crucificado, y «levantado» porque fue exaltado por el Padre en la
Resurrección, para atraer a todos hacia sí y reconciliar a los hombres con Dios
y entre ellos. La hora de la Cruz, la más oscura de la historia, es también la
fuente de salvación para todos los que creen en Él.
Continuando con la profecía sobre su Pascua ya inminente,
Jesús usa una imagen sencilla y sugestiva, la del «grano de trigo» que,
al caer en la tierra, muere para dar fruto (cf. v. 24). En esta imagen
encontramos otro aspecto de la Cruz de Cristo: el de la fecundidad.
La cruz de Cristo es fecunda. La muerte de Jesús, de hecho, es una fuente
inagotable de vida nueva, porque lleva en sí la fuerza regeneradora del amor de
Dios. Inmersos en este amor por el Bautismo, los cristianos pueden convertirse
en «granos de trigo» y dar mucho fruto si, al igual que Jesús, «pierden la
propia vida» por amor a Dios y a los hermanos (cf. v. 25).
Por este motivo, a aquellos que también hoy «quieren ver a
Jesús», a los que están en búsqueda del rostro de Dios; a quien recibió una
catequesis cuando era pequeño y luego no la profundizó más y quizá ha perdido
la fe; a muchos que aún no han encontrado a Jesús personalmente...; a todas
estas personas podemos ofrecerles tres cosas: el Evangelio; el
Crucifijo y el testimonio de nuestra fe, pobre pero
sincera. El Evangelio: ahí podemos encontrar a Jesús, escucharlo, conocerlo. El
Crucifijo: signo del amor de Jesús que se entregó por nosotros. Y luego, una fe
que se traduce en gestos sencillos de caridad fraterna. Pero principalmente en
la coherencia de vida: entre lo que decimos y lo que vivimos, coherencia entre
nuestra fe y nuestra vida, entre nuestras palabras y nuestras acciones.
Evangelio, Crucifijo y testimonio. Que la Virgen nos ayude a llevar estas tres
cosas.
Vida Cristiana
Benedicto XVI, Homilía V Domingo de Cuaresma, Ciclo B (2009).
Ø Domingo 5º de Cuaresma (2018). La sed de conocer a Cristo. Compartimos el misterio de la crucifixión, muerte y resurrección del Señor, nos asociamos a su misión si vivimos la imagen que el utilizó: la del grano de trigo que muere y da mucho fruto. Para llevar a cabo el plan divino de la salvación universal era necesario que muriera y fuera sepultado. No bastaba que el Hijo del hombre se hubiera encarnado. Podemos asociarnos a su misión viviendo la imagen sencilla y sugestiva del grano de trigo. Aunque siente el peso de a prueba, mantiene su adhesión filial al plan divino. El itinerario en nuestra vida: dejar que la gracia transforme nuestra voluntad egoísta y la impulse a uniformarse a la voluntad divina. "El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna" (Jn 12,25). "Odiar" la propia vida es una expresión semítica fuerte que subraya muy bien la totalidad radical que debe caracterizar a quien sigue a Cristo y, por su amor, se pone al servicio de los hermanos: pierde la vida y así la encuentra.
v
Cfr. Benedicto XVI, Homilía V Domingo de
Cuaresma, Ciclo B (2009).
29 de marzo de
2009, en la parroquia del santo Rostro de Jesús (Roma).
o
La sed de ver y conocer a Cristo que experimenta
el corazón de todo hombre.
§ El
Señor nos atrae a todos a la altura del amor que es la altura de la cruz.
En el pasaje evangélico de hoy,
san Juan refiere un episodio que aconteció en la última fase de la vida pública
de Cristo, en la inminencia de la Pascua judía, que sería su Pascua de muerte y
resurrección. Narra el evangelista que, mientras se encontraba en Jerusalén,
algunos griegos, prosélitos del judaísmo, por curiosidad y atraídos por lo que
Jesús estaba haciendo, se acercaron a Felipe, uno de los Doce, que tenía un
nombre griego y procedía de Galilea. "Señor —le dijeron—, queremos ver a
Jesús" (Juan 12,21). Felipe, a su vez, llamó a
Andrés, uno de los primeros apóstoles, muy cercano al Señor, y que también
tenía un nombre griego; y ambos "fueron a decírselo a Jesús" (Juan 12,22).
En la
petición de estos griegos anónimos podemos descubrir la sed de ver y conocer a
Cristo que experimenta el corazón de todo hombre. Y la respuesta de Jesús nos
orienta al misterio de la Pascua, manifestación gloriosa de su misión
salvífica. "Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del
hombre" (Juan 12,23). Sí, está a punto de llegar la
hora de la glorificación del Hijo del hombre, pero esto conllevará el paso
doloroso por la pasión y la muerte en cruz. De hecho, sólo así se realizará el
plan divino de la salvación, que es para todos, judíos y paganos, pues todos
están invitados a formar parte del único pueblo de la alianza nueva y
definitiva.
A esta luz comprendemos también
la solemne proclamación con la que se concluye el pasaje evangélico: "Yo,
cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Juan 12,32), así como el comentario
del Evangelista: "Decía esto para significar de qué muerte iba a
morir" (Juan 12,33). La cruz: la altura del
amor es la altura de Jesús, y a esta altura nos atrae a todos.
o
Compartimos el misterio de la crucifixión,
muerte y resurrección del Señor, nos asociamos a su misión si vivimos la imagen
que el utilizó: la del grano de trigo que muere y da mucho fruto.
§ Para
llevar a cabo el plan divino de la salvación universal era necesario que
muriera y fuera sepultado. No bastaba que el Hijo del hombre se hubiera
encarnado.
Muy oportunamente la liturgia nos
hace meditar este texto del evangelio de san Juan en este quinto domingo de
Cuaresma, mientras se acercan los días de la Pasión del Señor, en la que nos
sumergiremos espiritualmente desde el próximo domingo, llamado precisamente
domingo de Ramos y de la Pasión del Señor. Es como si la Iglesia nos estimulara
a compartir el estado de ánimo de Jesús, queriéndonos preparar para revivir el
misterio de su crucifixión, muerte y resurrección, no como espectadores
extraños, sino como protagonistas juntamente con él, implicados en su misterio
de cruz y resurrección. De hecho, donde está Cristo, allí deben encontrarse
también sus discípulos, que están llamados a seguirlo, a solidarizarse con él
en el momento del combate, para ser asimismo partícipes de su victoria.
o
Podemos asociarnos a su misión viviendo la imagen sencilla y
sugestiva del grano de trigo.
§ Aunque
siente el peso de a prueba, mantiene su adhesión filial al plan divino.
El itinerario en nuestra vida: dejar que la gracia transforme nuestra
voluntad egoísta y la impulse a uniformarse a la voluntad divina.
El Señor mismo nos explica cómo
podemos asociarnos a su misión. Hablando de su muerte gloriosa ya cercana,
utiliza una imagen sencilla y a la vez sugestiva: "Si el grano de trigo no
cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Juan 12,24). Se compara a sí mismo
con un "grano de trigo deshecho, para dar a todos mucho fruto", como
dice de forma eficaz san Atanasio. Y sólo mediante la muerte, mediante la cruz,
Cristo da mucho fruto para todos los siglos. De hecho, no bastaba que el Hijo
de Dios se hubiera encarnado. Para llevar a cabo el plan divino de la salvación
universal era necesario que muriera y fuera sepultado: sólo así toda la
realidad humana sería aceptada y, mediante su muerte y resurrección, se haría
manifiesto el triunfo de la Vida, el triunfo del Amor; así se demostraría que
el amor es más fuerte que la muerte.
Con todo, el hombre Jesús, que
era un hombre verdadero, con nuestros mismos sentimientos, sentía el peso de la
prueba y la amarga tristeza por el trágico fin que le esperaba. Precisamente
por ser hombre-Dios, experimentaba con mayor fuerza el terror frente al abismo
del pecado humano y a cuanto hay de sucio en la humanidad, que él debía llevar
consigo y consumar en el fuego de su amor. Todo esto él lo debía llevar consigo
y transformar en su amor. "Ahora —confiesa— mi alma está turbada. Y ¿que
voy a decir? ¿Padre, líbrame de esta hora?" (Juan 12,27). Le asalta la tentación
de pedir: "Sálvame, no permitas la cruz, dame la vida". En esta
apremiante invocación percibimos una anticipación de la conmovedora oración de
Getsemaní, cuando, al experimentar el drama de la soledad y el miedo, implorará
al Padre que aleje de él el cáliz de la pasión.
Sin embargo, al mismo tiempo,
mantiene su adhesión filial al plan divino, porque sabe que precisamente para
eso ha llegado a esta hora, y con confianza ora: "Padre, glorifica tu
nombre" (Juan 12,28). Con esto quiere decir:
"Acepto la cruz", en la que se glorifica el nombre de Dios, es decir,
la grandeza de su amor. También aquí Jesús anticipa las palabras del Monte de
los Olivos: "No se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lucas 22,42). Transforma su voluntad humana
y la identifica con la de Dios. Este es el gran acontecimiento del Monte
de los Olivos, el itinerario que deberíamos seguir fundamentalmente en todas
nuestras oraciones: transformar, dejar que la gracia transforme nuestra
voluntad egoísta y la impulse a uniformarse a la voluntad divina.
Los mismos sentimientos afloran
en el pasaje de la carta a los Hebreos que se ha proclamado en la
segunda lectura. Postrado por una angustia extrema a causa de la muerte que se
cierne sobre él, Jesús ofrece a Dios ruegos y súplicas "con poderoso
clamor y lágrimas" (Hebreos 5,7). Invoca ayuda de Aquel
que puede liberarlo, pero abandonándose siempre en las manos del Padre. Y
precisamente por esta filial confianza en Dios —nota el autor— fue escuchado,
en el sentido de que resucitó, recibió la vida nueva y definitiva. La carta
a los Hebreos nos da a entender que estas insistentes oraciones de Jesús,
con clamor y lágrimas, eran el verdadero acto del sumo sacerdote, con el que se
ofrecía a sí mismo y a la humanidad al Padre, transformando así el mundo.
o
"El que ama su vida, la pierde; y el que
odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna" (Jn 12,25).
§ "Odiar"
la propia vida es una expresión semítica fuerte que subraya muy bien la
totalidad radical que debe caracterizar a quien sigue a Cristo y, por su amor,
se pone al servicio de los hermanos: pierde la vida y así la encuentra.
Queridos hermanos y hermanas,
este es el camino exigente de la cruz que Jesús indica a todos sus discípulos.
En diversas ocasiones dijo: "Si alguno me quiere servir, sígame". No
hay alternativa para el cristiano que quiera realizar su vocación. Es la
"ley" de la cruz descrita con la imagen del grano de trigo que muere
para germinar a una nueva vida; es la "lógica" de la cruz de la que
nos habla también el pasaje evangélico de hoy: "El que ama su vida, la
pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para la vida
eterna" (Jn 12,25).
"Odiar" la propia vida es una expresión semítica fuerte y encierra
una paradoja; subraya muy bien la totalidad radical que debe caracterizar a
quien sigue a Cristo y, por su amor, se pone al servicio de los hermanos:
pierde la vida y así la encuentra. No existe otro camino para experimentar la
alegría y la verdadera fecundidad del Amor: el camino de darse, entregarse,
perderse para encontrarse.
Queridos amigos, la invitación de
Jesús resuena de forma muy elocuente en la celebración de hoy en vuestra
parroquia, pues está dedicada al Santo Rostro de Jesús: el Rostro que
"algunos griegos", de los que habla el evangelio, deseaban ver; el
Rostro que en los próximos días de la Pasión contemplaremos desfigurado a causa
de los pecados, la indiferencia y la ingratitud de los hombres; el Rostro
radiante de luz y resplandeciente de gloria, que brillará en el alba del día de
Pascua.
(…)
(…)
Queridos hermanos y hermanas de
esta comunidad parroquial, el amor infinito de Cristo que brilla en su Rostro
resplandezca en todas vuestras actitudes, y se convierta en vuestra
"cotidianidad". Como exhortaba san Agustín en una homilía pascual,
"Cristo padeció; muramos al pecado. Cristo resucitó; vivamos para Dios.
Cristo pasó de este mundo al Padre; que no se apegue aquí nuestro corazón, sino
que lo siga en las cosas de arriba. Nuestro jefe fue colgado de un madero;
crucifiquemos la concupiscencia de la carne. Yació en el sepulcro; sepultados
con él, olvidemos las cosas pasadas. Está sentado en el cielo; traslademos
nuestros deseos a las cosas supremas".
Vida Cristiana
lunes, 12 de marzo de 2018
V Domingo de Cuaresma (ciclo B) 18 de marzo de 2018
Ø Domingo 5º de Cuaresma (2018). Año B. La parábola del grano de trigo que muere nos ayuda entender a Cristo y también a nosotros mismos, si entendemos el sentido de nuestras vidas. «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto». Los discípulos de Cristo debemos aprender a renunciar a nosotros mismos. Y como sucedió en la vida de Cristo, la renuncia a nosotros mismos encierra un misterio de fecundidad y de resurrección. El Señor interpreta todo su itinerario terrenal como el proceso del grano de trigo, que solamente mediante la muerte llega a producir fruto. Nos encontramos ante la eterna sorpresa de la naturaleza: cuando la cosecha se vuelve amarilla en el verano es cuando se desvela el secreto fecundo de aquella muerte. Que nosotros tengamos el valor de perder nuestra vida para encontrarla. En el ejercicio del sacerdocio ministerial. En el matrimonio y en la familia.
Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Anno B, V Domenica di
Quaresima, Piemme
1996, pp. 90-96; Cfr. Raniero Cantalamessa, jueves, 30 marzo 2006 (Zenit.org).
v
Cfr. V Domingo de Cuaresma (ciclo B) 18 de marzo
de 2018
Jeremías 31, 31-34; Salmo 50; Hebreos 5,
7-9; Juan 12, 20-33
Juan 12, 20-33: 20 Había algunos
griegos de los que subían a adorar en la fiesta. 21 Estos se dirigieron a Felipe, el de Betsaida
de Galilea, y le rogaron: « Señor, queremos ver a Jesús. » 22 Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y
Felipe fueron a decírselo a Jesús. 23 Jesús les
respondió: « Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre. 24 En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y
muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. 25 El que
ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para
una vida eterna. 26 Si alguno me sirve, que
me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve,
el Padre le honrará. 27 Ahora mi alma está
turbada. Y ¿que voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado
a esta hora para esto! 28 Padre, glorifica tu
Nombre. » Vino entonces una voz del cielo: « Le he glorificado y de nuevo le
glorificaré. » 29 La gente que estaba allí y lo oyó decía que
había sido un trueno. Otros decían: « Le ha hablado un ángel. » 30 Jesús respondió: « No ha venido esta voz por
mí, sino por vosotros. 31 Ahora es el juicio de
este mundo; ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera. 32 Y yo
cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí.» 33 Decía esto para significar de qué muerte iba a
morir.
Si
el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo;
pero
si muere, da mucho fruto.
El
que ama su vida, la pierde;
y
el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna
(Juan 12, 24-25)
1. La parábola del grano de trigo que muere nos ayuda a entender a Cristo y
también a nosotros mismos, entendiendo el sentido de nuestras vidas.
v
A) El entendimiento de Cristo
o
Él es el grano de trigo
·
Jesús habló con frecuencia tomando ocasión de
hechos de la vida de los agricultores, que él
transforma en parábolas, en
imágenes, para darnos luz sobre nuestras vidas. Así encontramos en el
Evangelio, junto a la imagen de hoy sobre el grano de trigo, otras en las que
habla del sembrador, del vino, del aceite, de la viña, de la vendimia .... La
imagen del grano de trigo sirve para transmitirnos luz sobre la vida del mismo
Jesús, y también sobre la nuestra. Todas las personas que conocen lo que sucede
en la naturaleza lo saben bien: si el grano de trigo se deja escondido en el
granero, al final se pierde; por el contrario si se pudre cuando se ha sembrado
en el campo, es generada una nueva vida. La simiente se corrompe para poder
convertirse en una nueva planta.
o
Cristo, con su pasión, muerte y resurrección,
cayó en la tierra y dio mucho fruto: la Iglesia o reino de Cristo.
§ La “Iglesia
ha nacido principalmente del don total de Cristo por nuestra salvación”
·
Con su pasión, muerte y resurrección, cayó en la tierra y trajo mucho fruto: ese
«mucho fruto» es la
Iglesia o reino de Cristo, que es su cuerpo místico del que
formamos parte los cristianos y al que
todos los hombres están llamados a formar parte [1],
aunque muchos no lo sepan. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que la
“Iglesia ha nacido principalmente del don total de Cristo por nuestra
salvación”... que “nació del corazón
traspasado de Cristo muerto en la Cruz del mismo modo que Eva fue formada del
costado de Adán adormecido” [2].
Para llegar a la Resurrección, Jesús tuvo que pasar
por su muerte. Él aplicó a sí mismo la parábola del grano de trigo diciendo a
continuación: “El que ama su vida la pierde; y el que odia [odiar es
renunciar a sí mismo en el lenguaje
semítico] su vida en este mundo, la
guardará para la vida eterna” (v. 25). Muerte y resurrección constituyen un
doble aspecto del misterio Pascual,
es decir, del paso de Jesús de la
muerte a la vida: por la muerte nos liberó del pecado, y por la resurrección
nos abrió el acceso a una nueva vida, que es
la participación en su vida [3].
v
B) El grano de trigo nos ayuda también a
entendernos a nosotros mismos y entender el sentido de nuestras vidas.
o
Los discípulos de Cristo debemos aprender a
renunciar a nosotros mismos. Y como
sucedió en la vida de Cristo, la renuncia a nosotros mismos encierra un
misterio de fecundidad y de resurrección.
·
Cfr. Ravasi o.c. p. 93. “Jesús se da cuenta de que debe
pasar a través de la vía oscura de la muerte para
llevar a la humanidad a la vía luminosa de la vida divina.
Sobre su rastro también el discípulo afronta ahora su «hora»[4], la de la muerte, sabiendo sin
embargo que por medio de ella él se asoma a la «vida eterna» que, en el
lenguaje de Juan, es sinónimo de plena y perfecta comunión con Dios. También
Pablo escribe a los cristianos de Roma el mismo mensaje: «Si hemos sido
injertados en él con una muerte como la suya, también lo seremos con una
resurrección como la suya» (Romanos 6,5)”
Además, la muerte a nosotros mismos - a la vanidad,
a la envidia, al odio, al egoísmo, etc. etc.-
deberá
ser acompañada siempre por la esperanza en la vida, en la gloria y en la
resurrección que nos esperan, según la promesa de Jesús: “Si alguno me sirve,
que me siga, y donde yo esté allí estará también mi servidor (Juan 12, 26)”.
o
Podemos tener la impresión de que en la tierra
la energía de la semilla es destinada a apagarse; en efecto, la semilla se
marchita y muere.
§ Sin
embargo, nos encontramos ante la eterna sorpresa de la naturaleza: cuando la
cosecha se vuelve amarilla en el verano es cuando se desvela el secreto fecundo
de aquella muerte.
·
Ravasi
o.c. pp. 92-93: “Con la sugestiva
imagen de la semilla que muere, iniciamos una interpretación
muy original de la parábola de la semilla y del sembrador que
ya había sido narrada por los otros evangelistas. Jesús trata como de liberar
uno de los contrastes más trágicos de la existencia, el de la vida y la muerte.
La semilla se hunde en la oscuridad de la tierra: los comentadores de los
primeros siglos del cristianismo veían en ello una alusión simbólica a la
encarnación del Hijo de Dios en el horizonte tenebroso de la historia. Podemos
tener la impresión de que en la tierra la energía de la semilla es destinada a
apagarse; en efecto, la semilla se marchita y muere. Sin embargo, nos encontramos ante la eterna
sorpresa de la naturaleza: cuando la cosecha se vuelve amarilla en el verano es
cuando se desvela el secreto fecundo de aquella muerte. En otra ocasión Jesús
había confirmado la misma realidad, cuando se paró admirado ante un frondoso
árbol de mostaza, que había nacido de una casi microscópica semilla abandonada
por alguien en la tierra (Mc 4, 30-32). Si la semilla no hubiese caído en la
tierra y no hubiese muerto, habría permanecido estéril y solitaria, porque
solamente nace el fruto a través del sufrimiento y de la muerte. Pablo aplicará
la imagen de Jesús al destino futuro del creyente, que se abre de ese modo a la esperanza de la resurrección: “Lo que tú siembras no revive si antes no
muere; y lo que siembras no es el cuerpo que llegará a ser, sino un simple
grano (1 Co 15, 36-37).
o Jesús
ya ve que se cierne sobre él la muerte, y sin embargo no nos la presenta como
un monstruo devorador.
§ Para
Cristo tiene la fuerza secreta de un parto, encierra en sí un misterio de
fecundidad y de resurrección.
Jesús ya ve que se cierne sobre él la muerte, y sin
embargo no nos la presenta como un
monstruo devorador. Aunque
ella sea tiniebla y laceración, para Cristo tiene la fuerza secreta de un
parto, encierra en sí un misterio de fecundidad y de resurrección. Y bajo esta
luz Jesús formula la grande ley de la cruz: «Quien ama su vida la pierde, y quien odia su vida en este
mundo la conservará para la vida eterna». Quien se agarra a la propia vida
considerándola como una piedra preciosa que hay que ocultar en la escribanía
del propio egoísmo, es como una semilla cerrada en sí misma y estéril. Por el
contrario, es diverso el destino de quien «odia su vida», expresión muy fuerte
y paradójica en el lenguaje semita para
indicar la renuncia a sí mismo: la donación a los demás es creativa, se
transforma en fuente de paz, de vida y de felicidad. Es la semilla muerta que
germina”.
o Hay
situaciones, ya en esta vida, sobre las cuales la parábola del grano de trigo
arroja una luz tranquilizadora.
·
Cfr. R. Cantalamessa o.c.: Hay
situaciones, ya en esta vida, sobre las cuales la parábola del grano de
trigo arroja una luz
tranquilizadora. Tienes un proyecto que te importa muchísimo; por él has
trabajado, se había convertido en el principal objetivo en la vida, y he aquí
que en poco tiempo lo ves como caído en tierra y muerto. Ha fracasado; o tal
vez se te ha privado de él y se ha confiado a otro que recoge sus frutos.
Acuérdate del grano de trigo y espera. Nuestros mejores proyectos y afectos (a
veces el propio matrimonio de los esposos) deben pasar por esta fase de aparente
oscuridad y de gélido invierno para renacer purificados y llenos de frutos. Si
resisten a la prueba, son como el acero después de que ha sido sumergido en
agua helada y ha salido “templado”. Como siempre, constatamos que el Evangelio
no está lejos, sino muy cerca de nuestra vida. También cuando nos habla con la
historia de un pequeño grano de trigo.
2. También en la sociedad actual es necesario
redescubrir el valor de la entrega de
nosotros mismos.
o
Excepto en momentos de emergencia, en nuestra época
hay una mentalidad particularmente sensible a las tentaciones del egoísmo.
·
Juan
Pablo II, Mensaje para la Cuaresma del 2003: “Nuestra época está
influenciada,
lamentablemente, por una mentalidad particularmente sensible
a las tentaciones del egoísmo, siempre dispuesto a resurgir en el ánimo humano.
Tanto en el ámbito social, como en el de los medios de comunicación, la persona
está a menudo acosada por mensajes que insistente, abierta o solapadamente,
exaltan la cultura de lo efímero y lo hedonístico. Aun cuando no falta una
atención a los otros en las calamidades ambientales, las guerras u otras
emergencias, generalmente no es fácil desarrollar una cultura de la
solidaridad. El espíritu del mundo altera la tendencia interior a darse a los
demás desinteresadamente, e impulsa a satisfacer los propios intereses
particulares. Se incentiva cada vez más el deseo de acumular bienes. Sin duda,
es natural y justo que cada uno, a través del empleo de sus cualidades
personales y del propio trabajo, se esfuerce por conseguir aquello que necesita
para vivir, pero el afán desmedido de posesión impide a la criatura humana
abrirse al Creador y a sus semejantes. ¡Cómo son válidas en toda época las
palabras de Pablo a Timoteo: «el afán de dinero es, en efecto, la raíz de todos
los males, y algunos, por dejarse llevar de él, se extraviaron en la fe y se
atormentaron con muchos dolores», (1 Timoteo 6, 10)”.
3. La libertad y la entrega se sostienen mutuamente.
·
Amigos de
Dios, n. 31: “Querría grabarlo a fuego en cada uno: la libertad y la
entrega no se contradicen;
se sostienen mutuamente. La libertad sólo puede entregarse
por amor; otra clase de desprendimiento no la concibo. No es un juego de
palabras, más o menos acertado. En la entrega voluntaria, en cada instante de
esa dedicación, la libertad renueva el amor, y renovarse es ser continuamente
joven, generoso, capaz de grandes ideales y de grandes sacrificios. Recuerdo
que me llevé una alegría cuando me enteré de que en portugués llaman a los
jóvenes os novos. Y eso son. Os
cuento esta anécdota porque he cumplido ya bastantes años, pero al rezar al pie
del altar al Dios que llena de alegría mi
juventud (Salmo 42,4), me siento muy joven y sé que nunca llegaré a
considerarme viejo; porque, si permanezco fiel a mi Dios, el Amor me vivificará
continuamente: se renovará, como la del águila, mi juventud.
Por
amor a la libertad, nos atamos. Unicamente la soberbia atribuye a esas ataduras
el peso de una cadena. La verdadera humildad, que nos enseña Aquel que es manso
y humilde de corazón, nos muestra que su yugo es suave y su carga ligera: el
yugo es la libertad, el yugo es el amor, el yugo es la unidad, el yugo es la
vida, que El nos ganó en la Cruz”.
4. El hombre se encuentra plenamente a sí mismo por la entrega.
v
La actitud de servicio en dos situaciones de la
vida.
o
a) En el ejercicio del sacerdocio ministerial
·
Exhortación
apostólica Pastores dabo vobis, n. 21: “Jesucristo es Cabeza de la Iglesia, su Cuerpo. Es
«Cabeza» en el sentido nuevo y original de ser «Siervo»,
según sus mismas palabras: «Tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido,
sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10, 45). El servicio de Jesús llega a su plenitud con la muerte
en cruz, o sea, con el don total de sí mismo, en la humildad y el amor: «se
despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los
hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo,
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz ...» (Flp 2, 78). La autoridad de Jesucristo Cabeza coincide pues con su
servicio, con su don, con su entrega total, humilde y amorosa a la Iglesia. Y
esto en obediencia perfecta al Padre: él es el único y verdadero Siervo
doliente del Señor, Sacerdote y Víctima a la vez. (...)
La vida espiritual de los ministros del Nuevo
Testamento deberá estar caracterizada, pues, por esta actitud esencial de
servicio al Pueblo de Dios (cf. Mt 20,
24ss,; Mc 10, 43-44), ajena a toda
presunción y a todo deseo de «tiranizar» la grey confiada (cf. 1 Pe 5, 2-3). Un servicio llevado como
Dios espera y con buen espíritu. De este modo los ministros, los «ancianos» de
la comunidad, o sea, los presbíteros, podrán ser «modelo» de la grey del Señor
que, a su vez, está llamada a asumir ante el mundo entero esta actitud
sacerdotal de servicio a la plenitud de la vida del hombre y a su liberación
integral.”
o
b) En el matrimonio y en la familia
El don sincero de sí es el criterio moral de la autenticidad de las
relaciones conyugales y familiares
·
San Juan
Pablo II, Exhortación apostólica Familiaris
consortio, n. 22: “El criterio moral de la
autenticidad de las relaciones conyugales y familiares
consiste en la promoción de la dignidad y vocación de cada una de las personas,
las cuales logran su plenitud mediante el don sincero de sí mismas”.
El don de sí mismo de los esposos es modelo y norma del don de sí entre los
hermanos
·
Exhortación
apostólica Familiaris consortio, n. 37: La familia es la primera y fundamental
escuela de
socialidad; como comunidad de amor, encuentra en el don de sí
misma la ley que la rige y hace crecer. El don de sí, que inspira el amor mutuo
de los esposos, se pone como modelo y norma del don de sí que debe haber en las
relaciones entre hermanos y hermanas, y entre las diversas generaciones que
conviven en la familia. La comunión y la participación vivida cotidianamente en
la casa, en los momentos de alegría y de dificultad, representa la pedagogía
más concreta y eficaz para la inserción activa, responsable y fecunda de los
hijos en el horizonte más amplio de la sociedad.
Vida Cristiana
[1] Cf. Conc. Vaticano II, Lumen
gentium, 3
[2] Catecismo … n.
766
[3] Catecismo … n.
654
[4] Ravasi o.c. p. 92: La «hora»: se trata del “momento fundamental en
el que Jesús levantado de la tierra,
atraerá
a todos hacia sí (Juan 12,32). (…) Juan llama ese momento decisivo la «hora»
por excelencia: «Ha llegado la hora ...». La humanidad, representada
emblemáticamente por los griegos, prosélitos del judaísmo, que deseaban conocer
a Jesús (cfr. Juan 12, 20-23) puede
acceder a esa «hora». Y Cristo, a quienes quieren comprender el significado de
su «hora» les enseña una pequeña parábola y enuncia la ley de la cruz”.
·
Ravasi o.c. pp. 95-96: “Hay dos polos en los que se refleja
el significado de la Hora: por una parte el
morir,
perder la vida; por otra producir mucho fruto, encontrar la vida eterna. (…) Son,
también, los dos rostros de la «exaltación»: (…) «cuando sea levantado de la
tierra, atraeré todos hacia mí. La crucifixión de Cristo es la
señal de su «elevación», en su doble verdad de muerte y de gloria. Sobre la
cruz Jesús es matado como un malhechor; aparentemente es el momento de su derrota,
el más clamoroso fracaso. Pero sobre la cruz se abre ya en el cuarto evangelio
el ingreso de Cristo en la gloria, es ya el momento de su triunfo sobre el mal.
En efecto, como la semilla que, muerta, ha producido la espiga, así Cristo
Crucificado «atrae todos a sí». Toda la
humanidad, emblemáticamente representada en los Griegos como primeros, converge
ahora hacia lo alto, hacia la gloria, hacia la vida, hacia lo eterno”.
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