viernes, 18 de mayo de 2018

Es la hora del no poder, de la no violencia, del martirio: por Santiago Agrelo



Esto es lo que celebramos en el día de Pentecostés: la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia apostólica, y nuestra propia unción por el Espíritu de Cristo Jesús. ¡Somos una comunidad de bautizados por Jesús de Nazaret con Espíritu Santo!
Después de haber escuchado la palabra de la verdad, después de haber acogido el evangelio de nuestra salvación, también nosotros, en Cristo, hemos sido marcados con el sello del Espíritu Santo: “Cristo nos ungió, nos selló y ha puesto su Espíritu como prenda en nuestros corazones”.
Al creyente no lo hace ‘de Cristo’ el credo que profesa, ni los ritos que celebra, ni el código moral por el que se rige; tampoco lo identifica como ‘de Cristo’ la profesión que ejerce o el estado social al que pertenece.
A ti te identifica como ‘de Cristo’ el Espíritu que vino sobre él y que él te ha comunicado, el Espíritu que lo ha movido a él y que te mueve a ti, el Espíritu que te da ese aire con Cristo que todos pueden notar, el Espíritu que hace de ti una imagen viva de Cristo Jesús.
A ti te identifica como ‘de Cristo’ el Espíritu que habita en ti y que has recibido de Dios. A ti te identifica como ‘de Cristo’ el amor de Dios que ha sido derramado en tu corazón por el Espíritu que habita en ti.
“Si alguien no posee el Espíritu de Cristo, no es de Cristo”.
Andad pues según el Espíritu que habéis recibido.
Su fruto es: amor, alegría, paz, comprensión, paciencia, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí.
Tú, Iglesia cuerpo de Cristo, estás llamada a ser comunidad de los que aman como Cristo ama: comunidad de hombres y mujeres humildes al modo de Cristo, hombres y mujeres que son hermanos todos de todos y se hacen siervos todos de todos al modo de Cristo, hombres y mujeres que se hacen últimos entre todos siguiendo de cerca cada uno de ellos los pasos de Cristo.
Tú, Iglesia animada por el Espíritu de Cristo, estás llamada a ser comunidad que desborda de alegría por la gracia con que Dios te ha visitado, por la vida de Dios que has visto manifestada en Cristo y que esperas recibir, por el amor de Dios que permanece en ti, por la esperanza cierta de que, en Cristo, Dios mismo es la meta de tu camino.
Vuelve los ojos a Cristo Jesús, déjate llevar por su Espíritu a los caminos de los pobres, al desierto donde se mueven los hambrientos de justicia, los sedientos de Dios.
Ésta es la hora de los operadores de paz, de los testigos del reino de Dios. Es la hora del no poder, de la no violencia, del martirio… del Espíritu de Jesús en nuestras vidas.
Los idólatras continuarán invocando a sus dioses para alcanzar grandeza, para justificar agresiones, para bendecir crímenes. Los idólatras continuarán prostituyendo las palabras, y hablarán de paz mientras hacen la guerra, mostrarán alegría mientras humillan a los indefensos, declararán de fiesta el día en que roban al pobre y matan al justo. Los idólatras prostituirán la bondad, la de Dios y la del hombre, y se constituirán a sí mismos en medida del bien y del mal.
Apártate de ellos, Iglesia de Cristo.
Pon tus pies en la huella del cordero llevado al matadero, sigue los pasos del cordero mudo, camina tras el cordero que quita el pecado del mundo.
Apártate de la idolatría del poder, de la seducción de la riqueza, de la crueldad de la arrogancia.
Apártate y ama, apártate y alégrate con tu Dios, apártate y habita en la paz que has recibido de Cristo Jesús.
Que donde tú estés, el mundo se sienta bendecido.
Que donde estés, el mundo experimente tu amor, vea tu alegría, goce de tu paz, conozca tu bondad, admire tu paciencia, dé fe de tu lealtad.
Que donde tú estés, vaya Cristo contigo, sople sobre el mundo el Espíritu de Jesús, sientan los pobres sobre sus vidas la dulzura de Dios.
Que donde tú estés, todos reconozcan cercano el reino de Dios.
Feliz día de Pentecostés.

martes, 15 de mayo de 2018

Domingo de Pentecostés 20 de mayo 2018






Ø Domingo de Pentecostés (2018). ¡Jesús es Señor! Jesucristo es el único Señor de nuestra vida. Es necesario tener una escala de valores. Es el reconocimiento de que Jesús es mi salvador, mi maestro, quien tiene todos los derechos sobre mí. Es el Espíritu Santo quien revela a los hombres que «Jesús es Señor». En el Catecismo de la Iglesia Católica. La misión del Espíritu consiste en introducirnos en la grandeza del misterio de Cristo. Cada discípulo confiesa que «Jesús es el Señor» y está llamado a crecer en la adhesión a él. A todos los hombres y a todas las mujeres, estén donde estén, en sus momentos de exaltación o en sus crisis y derrotas, les hemos de hacer llegar el anuncio solemne y tajante de San Pedro, durante los días que siguieron a la Pentecostés: Fuera de Él «no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo, por el cual podamos ser salvos»


v  Cfr. Domingo de  Pentecostés  20 de mayo 2018  

Hechos 2, 1-11; Salmo 103; 1 Corintios 12, 3-7.12-13 o bien Romanos 8, 8-17; Juan 20,
19-23 o bien Juan 14, 15-16.23b-26.

Juan 20, 19 Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: « La paz con vosotros. » 20 . Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. 21 Jesús les dijo otra vez: « La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío. » 22 Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: « Recibid el Espíritu Santo. 23 A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.  
O bien  Juan 14, 15-16.23b-26: 15 Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; 16 y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre. 23 « Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. 24 El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. 25 Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. 26 Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.

1 Corintios 12, 3b-7.12-13: 3 Hermanos: nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino es bajo la acción del  Espíritu Santo.4 Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo; 5 y diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; 6 y diversidad de acciones, pero Dios es el mismo, que obra todo en todos. 7 A cada uno se le concede la manifestación del Espíritu para provecho común. 12 Porque así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, aun siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. 13 Porque todos nosotros, tanto judíos como griegos, tanto siervos como libres, fuimos bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

¡Jesús es Señor!, sino es bajo la acción del  Espíritu Santo.
(1 Corintios, 2ª Lectura de hoy)
La misión del Espíritu Santo
es  darnos a conocer y confesar que «Jesús es el Señor:
esta es la confesión fundamental de la Iglesia,
guiada por el Espíritu Santo.

 


1. «Jesús es Señor». Jesucristo lleva a cabo el señorío de Dios sobre el mundo y sobre la historia. Dos textos de San Pablo.

o   «Vivamos o muramos, somos del Señor. Porque por esto Cristo murió y resucitó: para reinar sobre muertos y vivos».

·         Carta de San Pablo a los Romanos (14,7-9) : "Ninguno de vosotros vive para sí mismo, ni
ninguno muere para sí mismo; pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos; porque vivamos o muramos, somos del Señor. Para esto Cristo murió y volvió a la vida,  para dominar  sobre muertos y vivos".

o   Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo,  y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre

·         Carta de San Pablo a los Filipenses (2, 5-11): “5 Tened entre vosotros los mismos
sentimientos que tuvo Cristo Jesús, 6 el cual, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable  el ser igual a Dios; 7 sin que se anonadó a sí  tomando la forma de siervo, hecho semejante a los hombres;  y mostrándose igual que los demás hombres, 8 se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte  y muerta de cruz. 9 Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; 10 de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, 11 y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre”.
·         El título de Kyrios (Señor), se atribuía típicamente a Dios en la tradición bíblica, y ahora es
referido a Jesucristo, el cual, “siendo de condición divina” tomó “la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres”, y “Dios lo exaltó sobre todo”, “de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble”, y toda lengua proclame “Jesucristo es el Señor”.  Es la profesión de fe esencial del cristianismo.

v  Jesucristo es el único Señor de nuestra vida. Es necesario tener una escala de valores.

                  Benedicto XVI, Catequesis, Audiencia General, 27 de junio de 2012:
·         El himno de la Carta a los Filipenses nos ofrece aquí dos indicaciones importantes para nuestra
oración. La primera es la invocación «Señor» dirigida a Jesucristo, sentado a la derecha del Padre: él es el único Señor de nuestra vida, en medio de tantos «dominadores» que la quieren dirigir y guiar. Por ello, es necesario tener una escala de valores en la que el primado corresponda a Dios, para afirmar con san Pablo: «Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor» (Flp 3, 8). El encuentro con el Resucitado le hizo comprender que él es el único tesoro por el cual vale la pena gastar la propia existencia.
La segunda indicación es la postración, el «doblarse de toda rodilla» en la tierra y en el cielo, que remite a una expresión del profeta Isaías, donde indica la adoración que todas las criaturas deben a Dios (cf. 45, 23). La genuflexión ante el Santísimo Sacramento o el ponerse de rodillas durante la oración expresan precisamente la actitud de adoración ante Dios, también con el cuerpo. De ahí la importancia de no realizar este gesto por costumbre o de prisa, sino con profunda consciencia. Cuando nos arrodillamos ante el Señor confesamos nuestra fe en él, reconocemos que él es el único Señor de nuestra vida.

v  Es el reconocimiento de que Jesús es mi salvador, mi maestro, quien tiene todos los derechos sobre mí.

·         Cfr. Raniero Cantalamessa, El Canto del Espíritu, Cap. XXI, p. 385: “Desde el punto de vista subjetivo -
es decir, en lo que depende de nosotros - la fuerza de esa proclamación está en que supone también una decisión. Quien la pronuncia decide sobre el sentido de su vida. Es como si dijera: Tú eres mi Señor; yo me someto a ti, te reconozco libremente como mi salvador, mi jefe, mi maestro, aquel que tiene todos los derechos sobre mí”.

v  Es el Espíritu Santo quien revela a los hombres que Jesús es Señor.

o   En el Catecismo de la Iglesia Católica

·         n. 152: No se puede creer en Jesucristo sin tener parte en su Espíritu. Es el Espíritu Santo quien revela a
los hombres quién es Jesús. Porque "nadie puede decir: «Jesús es Señor» sino bajo la acción del Espíritu
Santo" (1Co 12,3). (…)
·         n. 455: El nombre de Señor significa la soberanía divina. Confesar o invocar a Jesús como Señor es
creer en su divinidad "Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!" sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Corintios
12,3).
·         n. 683: "Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!" sino por influjo del Espíritu Santo" (1Corintios 12,3).
"Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!" (Gálatas 4,6).
Este conocimiento de fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en contacto con Cristo, es
necesario primeramente haber sido atraído por el Espíritu Santo. Él es quien nos precede y despierta en
nosotros la fe. (…)
·          n.  2670: "Nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!», sino por influjo del Espíritu Santo" (1Corintios 12,3).
Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu Santo quien, con su gracia preveniente, nos atrae al camino de la oración. Puesto que El nos enseña a orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no dirigirnos también a él orando? Por eso, la Iglesia nos invita a implorar todos los días al Espíritu Santo, especialmente al comenzar y al terminar cualquier acción importante. (…)
·         n. 2681: "Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por influjo del Espíritu Santo" (1Corintios 12,3). La
Iglesia nos invita a invocar al Espíritu Santo como Maestro interior de la oración cristiana.

v  4. El Señor se encuentra junto a nosotros con la fuerza del Espíritu Santo. La misión del Espíritu consiste en introducirnos en la grandeza del misterio de Cristo.

                  Benedicto XVI, Homilía 7 mayo 2005 [1]:
§   
  • “De las lecturas de la liturgia de hoy aprendemos también algo más sobre la manera concreta
en la que el Señor se encuentra junto a nosotros. El Señor promete a sus discípulos su Espíritu Santo. La primera lectura nos dice que el Espíritu Santo será «fuerza» para los discípulos; el Evangelio añade que será guía hacia la Verdad plena. Jesús les dijo todo a sus discípulos, pues él es la Palabra viviente de Dios, y Dios no puede dar algo más que a sí mismo. En Jesús, Dios se nos dio totalmente a sí mismo, es decir, nos dio todo. Además de esto, o junto a esto, no puede haber otra revelación capaz de comunicar algo más o de completar, en cierto sentido, la Revelación de Cristo. En Él, en el Hijo, se nos dijo todo, se nos dio todo. Pero nuestra capacidad de comprender es limitada; por este motivo la misión del Espíritu consiste en introducir a la Iglesia de manera siempre nueva, de generación en generación, en la grandeza del misterio de Cristo”.

2. El Espíritu Santo es el manantial inagotable de la vida de Dios en nosotros.

     Papa Francisco, Catequesis de las Audiencias Generales, sobre el Espíritu Santo, 8 de mayo de
     2013

v  El hombre es como un peregrino que, atravesando los desiertos de la vida, tiene sed de un agua viva fluyente y fresca, capaz de saciar en profundidad su deseo profundo de luz, amor, belleza y paz. Todos sentimos este deseo.

o   Y Jesús nos dona esta agua viva: esa agua es el Espíritu Santo, que procede del Padre y que Jesús derrama en nuestros corazones. «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante».


·         Pero quisiera detenerme sobre todo en el hecho de que el Espíritu Santo es el manantial
inagotable de la vida de Dios en nosotros. El hombre de todos los tiempos y de todos los lugares desea una vida plena y bella, justa y buena, una vida que no esté amenazada por la muerte, sino que madure y crezca hasta su plenitud. El hombre es como un peregrino que, atravesando los desiertos de la vida, tiene sed de un agua viva fluyente y fresca, capaz de saciar en profundidad su deseo profundo de luz, amor, belleza y paz. Todos sentimos este deseo. Y Jesús nos dona esta agua viva: esa agua es el Espíritu Santo, que procede del Padre y que Jesús derrama en nuestros corazones. «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante», nos dice Jesús (Jn 10, 10).

v  Cuando decimos que el cristiano es un hombre espiritual entendemos precisamente esto: el cristiano es una persona que piensa y obra según Dios, según el Espíritu Santo.

·         Jesús promete a la Samaritana dar un «agua viva», superabundante y para siempre, a todos
aquellos que le reconozcan como el Hijo enviado del Padre para salvarnos (cf. Jn 4, 5-26; 3, 17). Jesús vino para donarnos esta «agua viva» que es el Espíritu Santo, para que nuestra vida sea guiada por Dios, animada por Dios, nutrida por Dios. Cuando decimos que el cristiano es un hombre espiritual entendemos precisamente esto: el cristiano es una persona que piensa y obra según Dios, según el Espíritu Santo. Pero me pregunto: y nosotros, ¿pensamos según Dios? ¿Actuamos según Dios? ¿O nos dejamos guiar por otras muchas cosas que no son precisamente Dios? Cada uno de nosotros debe responder a esto en lo profundo de su corazón.

v  El «agua viva», el Espíritu Santo, Don del Resucitado que habita en nosotros, nos purifica, nos ilumina, nos renueva, nos transforma porque nos hace partícipes de la vida misma de Dios que es Amor.

o   Este es el don precioso que el Espíritu Santo trae a nuestro corazón: la vida misma de Dios, vida de auténticos hijos, una relación de confidencia, de libertad y de confianza en el amor y en la misericordia de Dios, que tiene como efecto también una mirada nueva hacia los demás, cercanos y lejanos, contemplados como hermanos y hermanas en Jesús a quienes hemos de respetar y amar.

§  El Espíritu Santo nos enseña a mirar con los ojos de Cristo, a vivir la vida
como la vivió Cristo, a comprender la vida como la comprendió Cristo.
·         A este punto podemos preguntarnos: ¿por qué esta agua puede saciarnos plenamente? Nosotros
sabemos que el agua es esencial para la vida; sin agua se muere; ella sacia la sed, lava, hace fecunda la tierra. En la Carta a los Romanos encontramos esta expresión: «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (5, 5). El «agua viva», el Espíritu Santo, Don del Resucitado que habita en nosotros, nos purifica, nos ilumina, nos renueva, nos transforma porque nos hace partícipes de la vida misma de Dios que es Amor. Por ello, el Apóstol Pablo afirma que la vida del cristiano está animada por el Espíritu y por sus frutos, que son «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí» (Ga 5, 22-23).
El Espíritu Santo nos introduce en la vida divina como «hijos en el Hijo Unigénito». En otro pasaje de la Carta a los Romanos, que hemos recordado en otras ocasiones, san Pablo lo sintetiza con estas palabras: «Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Pues... habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos “Abba, Padre”. Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo que, si sufrimos con Él, seremos también glorificados con Él» (8, 14-17).  
Este es el don precioso que el Espíritu Santo trae a nuestro corazón: la vida misma de Dios, vida de auténticos hijos, una relación de confidencia, de libertad y de confianza en el amor y en la misericordia de Dios, que tiene como efecto también una mirada nueva hacia los demás, cercanos y lejanos, contemplados como hermanos y hermanas en Jesús a quienes hemos de respetar y amar. El Espíritu Santo nos enseña a mirar con los ojos de Cristo, a vivir la vida como la vivió Cristo, a comprender la vida como la comprendió Cristo. He aquí por qué el agua viva que es el Espíritu sacia la sed de nuestra vida, porque nos dice que somos amados por Dios como hijos, que podemos amar a Dios como sus hijos y que con su gracia podemos vivir como hijos de Dios, como Jesús. Y nosotros, ¿escuchamos al Espíritu Santo? ¿Qué nos dice el Espíritu Santo? Dice: Dios te ama. Nos dice esto. Dios te ama, Dios te quiere. Nosotros, ¿amamos de verdad a Dios y a los demás, como Jesús?
Dejémonos guiar por el Espíritu Santo, dejemos que Él nos hable al corazón y nos diga esto: Dios es amor, Dios nos espera, Dios es el Padre, nos ama como verdadero papá, nos ama de verdad y esto lo dice sólo el Espíritu Santo al corazón, escuchemos al Espíritu Santo y sigamos adelante por este camino del amor, de la misericordia y del perdón. Gracias.

3. La identidad del cristiano

    Benedicto XVI

v  1. Lo que cuenta es poner a Jesucristo en el centro de la propia vida. Bajo su luz, cualquier otro valor debe ser recuperado y purificado de posibles escorias.

                  Benedicto XVI, 25 de octubre de 2006:
  • “De aquí se deriva una lección muy importante para nosotros: lo que cuenta es poner en el
centro de la propia vida a Jesucristo, de manera que nuestra identidad se caracterice esencialmente por el encuentro, la comunión con Cristo y su Palabra. Bajo su luz, cualquier otro valor debe ser  recuperado y purificado de posibles escorias”.

v  2. Cada discípulo confiesa que «Jesús es el Señor» y está llamado a crecer en la adhesión a él.

                  Benedicto XVI, Discurso en la Inauguración de los trabajos de la Asamblea Diocesana
                 de Roma, 11 de junio de 2007:
  • “El tema de la asamblea es «Jesús es el Señor. Educar en la fe, en el seguimiento y en el
testimonio». Se trata de un tema que nos atañe a todos, porque cada discípulo confiesa que Jesús es el Señor y está llamado a crecer en la adhesión a él, dando y recibiendo ayuda de la gran compañía de los hermanos en la fe. Ahora bien, el verbo «educar», puesto en el título de la asamblea, implica una atención especial a los niños, a los muchachos y a los jóvenes, y pone de relieve la tarea que corresponde ante todo a la familia:  así permanecemos dentro del itinerario que ha caracterizado durante los últimos años la pastoral de nuestra diócesis.

o   Esta es la confesión fundamental de la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo.

Es importante considerar ante todo la afirmación inicial, que da el tono y el sentido de nuestra asamblea: "Jesús es el Señor". Ya la encontramos en la solemne declaración con la que concluye el discurso de san Pedro en Pentecostés, donde el primero de los Apóstoles dijo: "Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hechos 2,36). Es análoga la conclusión del gran himno a Cristo contenido en la carta de san Pablo a los Filipenses: "Toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre" (Filipenses 2,11). También san Pablo, en el saludo final de la primera carta a los Corintios, exclama: "Si alguien no ama al Señor, sea anatema. Marana tha, Ven, Señor" (1Corintios 16,22), transmitiéndonos así la antiquísima invocación, en lengua aramea, de Jesús como Señor. (…)

4. A los cristianos nos corresponde anunciar, en el mundo de hoy, que Jesús es la piedra angular, el fundamento de la vida, el Redentor.

o   A todos los hombres y a todas las mujeres, estén donde estén, en sus momentos de exaltación o en sus crisis y derrotas, les hemos de hacer llegar el anuncio solemne y tajante de San Pedro, durante los días que siguieron a la Pentecostés

·         San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 132,  Homilía El gran desconocido: “A nosotros,
los cristianos, nos corresponde anunciar en estos días, a ese mundo del que somos y en el que vivimos, el
mensaje antiguo y nuevo del Evangelio.
No es verdad que toda la gente de hoy —así, en general y en bloque— esté cerrada, o permanezca indiferente, a lo que la fe cristiana enseña sobre el destino y el ser del hombre; no es cierto que los hombres de estos tiempos se ocupen sólo de las cosas de la tierra, y se desinteresen de mirar al cielo. Aunque no faltan ideologías —y personas que las sustentan— que están cerradas, hay en nuestra época anhelos grandes y actitudes rastreras, heroísmos y cobardías, ilusiones y desengaños; criaturas que sueñan con un mundo nuevo más justo y más humano, y otras que, quizá decepcionadas ante el fracaso de sus primitivos ideales, se refugian en el egoísmo de buscar sólo la propia tranquilidad, o en permanecer inmersas en el error.
A todos esos hombres y a todas esas mujeres, estén donde estén, en sus momentos de exaltación o en sus crisis y derrotas, les hemos de hacer llegar el anuncio solemne y tajante de San Pedro, durante los días que siguieron a la Pentecostés: Jesús es la piedra angular, el Redentor, el todo de nuestra vida, porque fuera de El no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo, por el cual podamos ser salvos (Act IV, 12)”.


5. Estamos llamados a vivir los dones del Espíritu Santo  en los altibajos de la vida cotidiana, para transformar las familias, las comunidades y las naciones.

§  Benedicto XVI Hipódromo de Randwick  (Austrlia), 19 de julio de 2008:

·         “Esta tarde, reunidos bajo este hermoso cielo nocturno, nuestros corazones y nuestras mentes se
llenan de gratitud a Dios por el don de nuestra fe en la Trinidad. Recordemos a nuestros padres y abuelos, que han caminado a nuestro lado cuando todavía éramos niños y han sostenido nuestros primeros pasos en la fe. Ahora, después de muchos años, os habéis reunido como jóvenes adultos alrededor del Sucesor de Pedro. Me siento muy feliz de estar con vosotros. Invoquemos al Espíritu Santo: él es el autor de las obras de Dios (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 741). Dejad que sus dones os moldeen. Al igual que la Iglesia comparte el mismo camino con toda la humanidad,  vosotros estáis llamados a vivir los dones del Espíritu entre los altibajos de la vida cotidiana.
Madurad vuestra fe a través de vuestros estudios, el trabajo, el deporte, la música, el arte. Sostenedla mediante la oración y alimentadla con los sacramentos, para ser así fuente de inspiración y de ayuda para cuantos os rodean. En definitiva, la vida, no es un simple acumular, y es mucho más que el simple éxito. Estar verdaderamente vivos es ser transformados desde el interior, estar abiertos a la fuerza del amor de Dios. Si acogéis la fuerza del Espíritu Santo, también vosotros podréis transformar vuestras familias, las comunidades y las naciones. Liberad estos dones. Que la sabiduría, la inteligencia, la fortaleza, la ciencia y la piedad sean los signos de vuestra grandeza”.




Vida Cristiana






[1] Homilía en la toma de posesión de la Cátedra del Obispo de Roma, en la Basílica de san Juan de Letrán, en la fiesta de la Ascensión del Señor.

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