sábado, 18 de agosto de 2018

Benedicto XVI, Rezo del Angelus, Domingo 19 de agosto de 2012




Eucaristía (2018). El discernimiento de la Eucaristía. Jesús es el Pan de Vida ofrecido en sacrificio por nosotros para darnos la plenitud de la vida. Rezo del Angelus. Benedicto XVI (19 agosto 2012).


EL DISCERNIMIENTO DE LA EUCARISTÍA

v  Cfr. Benedicto XVI, Rezo del Angelus, Domingo 19 de agosto de 2012

Domingo 20 del Tiempo Ordinario, Ciclo B

1.    Jesús revela el significado de la multiplicación de cinco panes y dos peces

v  Dios Padre envió a él, el Hijo, como verdadero Pan de vida, y este pan es su carne, su vida, ofrecida en sacrificio por nosotros.

o   Se trata de «comer su carne y beber su sangre» (cf. Jn 6, 54), para tener en nosotros la plenitud de la vida.

§  Es evidente que este discurso no está hecho para atraer consensos.
El Evangelio de este domingo (cf. Jn 6, 51-58) es la parte final y culminante del discurso pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, después de que el día anterior había dado de comer a miles de personas con sólo cinco panes y dos peces. Jesús revela el significado de ese milagro, es decir, que el tiempo de las promesas ha concluido: Dios Padre, que con el maná había alimentado a los israelitas en el desierto, ahora lo envió a él, el Hijo, como verdadero Pan de vida, y este pan es su carne, su vida, ofrecida en sacrificio por nosotros. Se trata, por lo tanto, de acogerlo con fe, sin escandalizarse de su humanidad; y se trata de «comer su carne y beber su sangre» (cf. Jn 6, 54), para tener en sí mismos la plenitud de la vida.
Es evidente que este discurso no está hecho para atraer consensos. Jesús lo sabe y lo pronuncia intencionalmente; de hecho, aquel fue un momento crítico, un viraje en su misión pública. La gente, y los propios discípulos, estaban entusiasmados con él cuando realizaba señales milagrosas; y también la multiplicación de los panes y de los peces fue una clara revelación de que él era el Mesías, hasta el punto de que inmediatamente después la multitud quiso llevar en triunfo a Jesús y proclamarlo rey de Israel. Pero esta no era la voluntad de Jesús, quien precisamente con ese largo discurso frena los entusiasmos y provoca muchos desacuerdos. De hecho, explicando la imagen del pan, afirma que ha sido enviado para ofrecer su propia vida, y que los que quieran seguirlo deben unirse a él de modo personal y profundo, participando en su sacrificio de amor. Por eso Jesús instituirá en la última Cena el sacramento de la Eucaristía: para que sus discípulos puedan tener en sí mismos su caridad —esto es decisivo— y, como un único cuerpo unido a él, prolongar en el mundo su misterio de salvación.

2.    Al escuchar este discurso la gente comprendió que Jesús no era un Mesías,

como ellos querían, que aspirase a un trono terrenal.

v  Aquellos panes, partidos para miles de personas, no querían provocar una marcha triunfal, sino anunciar el sacrificio de la cruz.

o   Muchos de los discípulos, desde entonces, ya no lo siguieron.

§  El grano de trigo
Al escuchar este discurso la gente comprendió que Jesús no era un Mesías, como ellos querían, que aspirase a un trono terrenal. No buscaba consensos para conquistar Jerusalén; más bien, quería ir a la ciudad santa para compartir el destino de los profetas: dar la vida por Dios y por el pueblo. Aquellos panes, partidos para miles de personas, no querían provocar una marcha triunfal, sino anunciar el sacrificio de la cruz, en el que Jesús se convierte en Pan, en cuerpo y sangre ofrecidos en expiación. Así pues, Jesús pronunció ese discurso para desengañar a la multitud y, sobre todo, para provocar una decisión en sus discípulos. De hecho, muchos de ellos, desde entonces, ya no lo siguieron.
Queridos amigos, dejémonos sorprender nuevamente también nosotros por las palabras de Cristo: él, grano de trigo arrojado en los surcos de la historia, es la primicia de la nueva humanidad, liberada de la corrupción del pecado y de la muerte. Y redescubramos la belleza del sacramento de la Eucaristía, que expresa toda la humildad y la santidad de Dios: el hacerse pequeño, Dios se hace pequeño, fragmento del universo para reconciliar a todos en su amor. Que la Virgen María, que dio al mundo el Pan de la vida, nos enseñe a vivir siempre en profunda unión con él.

VIDA CRISTIANA

Dom. 20 del tiempo ordinario Año B - Proverbios 9, 1-6; Efesios 5, 15-20; Juan 6, 51-58




[Chiesa/Omelie1/Eucaristía/20B18ElDiscernimientoDeLaEucaristía]

Ø Domingo 20 del Tiempo Ordinario, ciclo B (2018). El discernimiento de la Eucaristía. Pedimos al

Señor Jesús el don del discernimiento, para aceptar las palabras que él ha dicho sobre la Eucaristía en el capítulo 6º de San Juan. Efectos de la Eucaristía en nuestras vidas El pan es mi carne. Probablemente, los fariseos tienen la sensación de estar ante un exaltado que no tiene remedio. Pero también entre sus amigos se produce la separación: «Muchos discípulos dijeron al oírlo: Ese modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?». El pan bajado del cielo para dar la vida al mundo: un discurso que los oyentes no entienden: Ellos razonan según la carne, que “no sirve para nada” (Juan 6,63). Jesús, en cambio, orienta su discurso hacia el horizonte inabarcable del espíritu: “Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida”. El auditorio es reacio a las palabras de Jesús y se alejan de Jesús: se consideran personas con sentido común, con los pies en la tierra, por eso sacuden la cabeza y, refunfuñando, se marchan uno detrás de otro; Pero respecto al “pan de vida” Jesús no está dispuesto a contemporizar. 


v  Cfr. Dom. 20 del tiempo ordinario Año B - Proverbios 9, 1-6; Efesios 5, 15-20; Juan 6, 51-58

19 de  agosto de  2018

Juan 6: 51 Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo. » 52 Discutían entre sí los judíos y decían: « ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? » 53 Jesús les dijo: « En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. 55 Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. 57 Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. 58 Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre». 
Proverbios 9 1 La Sabiduría ha edificado su casa, asentó sus siete columnas, 2 inmoló sus víctimas, ha mezclado su vino, preparó también su mesa. 3  Ha enviado a sus criadas y anuncia desde lo alto de las colinas de la ciudad: 4 « Si alguno es sencillo, véngase acá. »Y al falto de inteligencia le dice: 5 « Ven, come de mi pan, y bebe del vino que he mezclado; 6 Deja la simpleza y vivirás, avanza por los caminos del discernimiento. 
Efesios 5 15 Hermanos, mirad atentamente cómo vivís; que no sea como imprudentes, sino como prudentes; 16 aprovechando [redimiendo] bien el tiempo presente, porque los días son malos. 17 Por tanto, no seáis insensatos, sino entended cuál es la voluntad de Señor. 18 No os embriaguéis con vino, que es causa de libertinaje; llenaos más bien del Espíritu. 19 Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor, 20 dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.

Deja la simpleza y vivirás, avanza por los caminos del discernimiento
(Proverbios 9,6) [primera Lectura de hoy]
No seáis insensatos, sino entended cuál es la voluntad del Señor
(Efesios 5, 17) [segunda Lectura de hoy]
“Examinad qué es lo que agrada al Señor”
(Efesios 5, 10)
El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él
(Juan 6,56) [Evangelio de hoy]
Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos
mediante la renovación de vuestra mente,
de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios:
lo bueno, lo agradable, lo perfecto.
(Romanos 12, 2)

1. Qué es el discernimiento.

     Cfr. Wikipedia

v  Es una capacidad del hombre

La palabra “discernimiento” significa “escoger”, en el sentido de seleccionar, separar.  Y viene del latín: de "cernere" que significa "escoger". Se refiere a la capacidad del hombre, de su mente, de distinguir, por ejemplo, entre lo efímero y caduco y lo eterno e imperecedero; entre lo que es real e irreal, etc. 

o   Para discernir se requiere una madurez de la mente que supere la vaguedad.

§    Entre los obstáculos para el discernimiento se encuentran los bloqueos de todo signo: bloqueos emocionales, el individualismo, el egoísmo, el orgullo, la presunción, el fanatismo …
            Los especialistas dicen que es un capacidad distinta de las de comprender, o razonar o analizar, o que, tal vez,  sea el resultado final del uso de estas capacidades. Para el discernimiento se requiere una madurez de la mente, y que ésta supere la vaguedad. Hay muchos obstáculos para llegar al discernimiento, como el estar apegados  - a las personas y a las cosas  (y, por tanto, no estar desprendidos) -, y los bloqueos de todo signo, como podrían ser, por ejemplo, los bloqueos emocionales, el individualismo, el egoísmo, el orgullo, la presunción, el fanatismo, etc. Cuando el hombre está sometido a estas realidades, oscila en sus decisiones continuamente, sin encontrar una solución a los problemas que tenga planteados, sin saber discernir el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto, entre lo que realmente es útil y lo que es perjudicial. Entre lo que es un bien para mí y un bien para los demás. Entre lo que es verdad y lo que es superstición.  El discernimiento huye de los entusiasmos ciegos.

v  El discernimiento sobrenatural

·         Es un don de Dios que nos hace descubrir su presencia, su rostro en nuestra vida ordinaria, su
voluntad.

2. El discernimiento y la Eucaristía


v  Pedimos al Señor Jesús el don del discernimiento, para aceptar las palabras que él ha dicho sobre la Eucaristía en el capítulo 6º de San Juan.


·         Concretamente en el Evangelio de hoy: «El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí
y yo en él» (Juan 6, 56).

o   Efectos de la Eucaristía en nuestras vidas

§    En el Catecismo de la Iglesia Católica
Recibir la Eucaristía da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús.
·         n. 1391: La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la comunión da como
fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: «Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él» (Juan 6, 56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: «Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí» (Juan 6, 57) (…)
Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su vida
·         n. 787 Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su vida (cf. Marcos 1, 16-20; Marcos 3, 13-19); les
reveló el Misterio del Reino (cf. Mateo 13,10-17); les dio parte en su misión, en su alegría (cf. Lucas 10,17-20) y en sus sufrimientos (cf. Lucas 22,28-30). Jesús habla de una comunión todavía más íntima entre él y los que le sigan: "Permaneced en Mí, como yo en vosotros ... Yo soy la vid y vosotros los sarmientos" (Juan 15,4-5). Anuncia una comunión misteriosa y real entre su propio cuerpo y el nuestro: "Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en Mí y Yo en él" (Juan 6,56).
La Eucaristía no cesa de ser ocasión de división
·         1336 El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los
escandalizó: "Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?" (Jn 6,60). La Eucaristía y la cruz son piedras de tropiezo. Es el mismo misterio, y no cesa de ser ocasión de división. "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6,67): esta pregunta del Señor, resuena a través de las edades, invitación de su amor a descubrir que sólo él tiene "palabras de vida eterna" (Jn 6,68), y que acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a él mismo.

§    Esta intimidad y comunión con el Señor es tan profunda que se vive por Cristo como Cristo vive por el Padre. Evangelio de hoy.
·         v. 57 del Evangelio: «Como me envió el Padre, principio de la vida, y yo vivo por el Padre, así aquél que me come vivirá por mí».
·         La eucaristía comunica a los fieles la vida que el Hijo tiene del Padre
§    La Eucaristía nos hace poseer la vida eterna, ya ahora, en germen. Evangelio de hoy.
·         v. 53 «En verdad, en verdad os digo, si no coméis la carne  del Hijo del Hombre y si no bebéis su sangre, no
tendréis vida en vosotros. v. 54: El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día».

§    Un pan necesario para nuestra peregrinación en esta vida
"La Eucaristía es nuestro pan cotidiano. La virtud propia de este divino alimento es la fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros para que vengamos a ser lo que recibimos... Este pan cotidiano se encuentra, además, en las lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los himnos que se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en nuestra peregrinación" (San Agustín, serm 57,7,7)
§    Para mantener vivo en nosotros el amor a Dios y a los hombres, es necesaria la Eucaristía. La comunión frecuente, incluso diaria.
                                      Benedicto XVI, Catequesis sobre san Basilio, 1 de agosto de 2007
La Eucaristía, don inmenso de Dios, protege en cada uno de nosotros el recuerdo del sello bautismal y permite vivir en plenitud y con fidelidad la gracia del Bautismo. Por eso, el santo obispo recomienda la Comunión frecuente, incluso diaria: "Comulgar también cada día recibiendo el santo cuerpo y la sangre de Cristo es algo bueno y útil, dado que él mismo dice claramente: "Quien come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna" (Jn 6,54). Por tanto, ¿quién dudará de que comulgar continuamente la vida es vivir en plenitud?" (EP 93, PG 32, 484b). En otras palabras, la Eucaristía nos es necesaria para acoger en nosotros la verdadera vida, la vida eterna (cf. Moralia 21, 1: PG 31,737).

v  El pan es mi carne (Juan 6, 51)

            Cfr. Romano Guardini, El  Señor, ed. Cristiandad, 2ª ed. 2005
·         pp. 257-259: Jesús ya ha anunciado que él mismo es el «pan» y que comer ese pan equivale a la fe.
Pero ahora el discurso adquiere una literalidad inquietante. En lugar de «yo soy el pan» se dice: «El pan es mi carne». Jesús tiene ante sí a judíos para los que el sacrificio y la comida sacrificial forman parte de su vida cotidiana. No pueden pensar en eso; y entendemos su repugnancia. Pero Jesús no edulcora nada. No diluye lo dicho en una metáfora, sino que lo recrudece:
Juan 6, 53-56: 53 Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. 55 Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.» 

El pan es la carne del Hijo del hombre; la bebida es su sangre. Se repite una y otra vez: «verdadera comida, verdadera bebida». Quien come esa comida y bebe esa bebida, tiene vida eterna ahora, en el tiempo, una vida  interior que ningún poder del mundo puede destruir. Y en su día, resucitará a la inmortalidad bienaventurada. Pero quien rechaza esa comida y renuncia a esa bebida, no tendrá vida en sí. (…)  

o   Probablemente, los fariseos tienen la sensación de estar ante un exaltado que no tiene remedio. Pero también entre sus amigos se produce la separación: «Muchos discípulos dijeron al oírlo: Ese modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?»

¿Qué podemos decir al respecto? Si alguien estuviera ante nosotros y dijera algo semejante, nos llenaríamos de espanto. Y no sabríamos qué pensar, por mucho que se nos hubiera preparado el camino con señales e instrucciones previas. Los fariseos ciertamente no sabían de dónde les venía aquello. No daban crédito a sus oídos. Se indignaron, se horrorizaron; y seguramente también se llenaron de perversa alegría al oír decir a su odiado adversario semejantes monstruosidades. ¡A uno que hablaba así lo tenían en su mano!
La multitud que había hablado al principio ha desaparecido. Probablemente, los fariseos tienen la sensación de estar ante un exaltado que no tiene remedio. Pero también entre sus amigos se produce la separación: «Muchos discípulos dijeron al oírlo: Ese modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?» (Jn 6,60). Quizá ya hace tiempo que no saben muy bien qué pensar de él, pero ahora lo tienen claro. ¡Semejantes discursos ya no hay quien los soporte!

o   El hecho de que las palabras de Jesús sean «espíritu y vida» no significa que haya que entenderlas metafóricamente. Hay que tomarlas a la letra, en concreto, pero «en el espíritu»; es decir, hay que trasladarlas desde la tosquedad de la vida ordinaria al ámbito del misterio, desde la realidad inmediata a la sacramental.

«Jesús, sabiendo que sus discípulos protestaban de aquello, les preguntó: ¿Eso os escandaliza?». Y eso quiere decir: ¿Sois discípulos, o no? ¿Estáis dispuestos a aprender, o queréis juzgar? ¿Estáis preparados para acoger lo que viene a vosotros, a aceptar el único principio desde el que se manifiesta lo que es posible y lo que no lo es, o queréis juzgarlo desde vuestros postulados? Entonces, ¿qué diréis «cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?» (Jn 6,61-62). ¿Qué diréis cuando, por encima de todo lo terrenal, se revele el carácter inefable de lo que vosotros pretendéis poner en tela de juicio? Los que han hablado antes se indignaron porque interpretaron esas palabras «carnalmente». Estaban pensando en lo que han visto siempre en los sacrificios; y ni siquiera han intentado llegar al punto desde el que es posible comprenderlas. Vosotros hacéis exactamente lo mismo. Juzgáis sin estar en la única perspectiva desde la que se puede juzgar: «Sólo el espíritu da vida, la carne no sirve para nada. Las palabras que yo os he dicho son espíritu y vida» (Jn 6,63). La frase no atenúa el sentido. El hecho de que las palabras de Jesús sean «espíritu y vida» no significa que haya que entenderlas metafóricamente. Hay que tomarlas a la letra, en concreto, pero «en el espíritu»; es decir, hay que trasladarlas desde la tosquedad de la vida ordinaria al ámbito del misterio, desde la realidad inmediata a la sacramental. Aquélla tenía que provocar indignación; ésta, en cambio, es sacrosanta realidad divina y, cuando se comprende en clima de amor, se transforma en plenitud infinita.

v  Juan Pablo II, Homilía, Misa de Clausura de la 12 Jornada Mundial de la Juventud.

            Roma, 20 de agosto de 2000  - Juan 6, 51-58

o    El pan bajado del cielo para dar la vida al mundo: un discurso que los oyentes no entienden.

§    Ellos razonan según la carne, que “no sirve para nada” (Juan 6,63). Jesús, en cambio, orienta su discurso hacia el horizonte inabarcable del espíritu: “Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida”.
En esta celebración eucarística Jesús nos introduce en el conocimiento de un aspecto particular de su misterio. Hemos escuchado en el Evangelio un pasaje de su discurso en la sinagoga de Cafarnaúm, después del milagro de la multiplicación de los panes, en el cual se revela como el verdadero pan de vida, el pan bajado del cielo para dar la vida al mundo (cf. Juan 6, 51). Es un discurso que los oyentes no entienden. La perspectiva en que se mueven es demasiado material para poder captar la auténtica intención de Cristo. Ellos razonan según la carne, que “no sirve para nada” (Juan 6,63). Jesús, en cambio, orienta su discurso hacia el horizonte inabarcable del espíritu: “Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida” (ibíd).

o   El auditorio es reacio a las palabras de Jesús y se alejan de Jesús

§    Se consideran personas con sentido común, con los pies en la tierra, por eso sacuden la cabeza y, refunfuñando, se marchan uno detrás de otro.
Pero respecto al “pan de vida” Jesús no está dispuesto a contemporizar. 
Sin embargo el auditorio es reacio: “Es duro este lenguaje; ¿Quién puede escucharlo?” (Juan 6,60). Se consideran personas con sentido común, con los pies en la tierra, por eso sacuden la cabeza y, refunfuñando, se marchan uno detrás de otro. El número de la muchedumbre se reduce progresivamente. Al final sólo queda un pequeño grupo con los discípulos más fieles. Pero respecto al “pan de vida” Jesús no está dispuesto a contemporizar. Está preparado más bien para afrontar el alejamiento incluso de los más cercanos: “¿También vosotros queréis marcharos?” (Jn 6,67).

o   Una pregunta de Jesús que nos interpela también a nosotros

3.“¿También vosotros?” La pregunta de Cristo sobrepasa los siglos y llega hasta nosotros, nos interpela personalmente y nos pide una decisión. ¿Cuál es nuestra respuesta? Queridos jóvenes, si estamos aquí hoy es porque nos vemos reflejados en la afirmación del apóstol Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6,68).

§    Sólo Cristo tiene palabras que resisten al paso del tiempo y permanecen para la eternidad.
Muchas palabras resuenan en vosotros, pero sólo Cristo tiene palabras que resisten al paso del tiempo y permanecen para la eternidad. El momento que estáis viviendo os impone algunas opciones decisivas: la especialización en el estudio, la orientación en el trabajo, el compromiso que debéis asumir en la sociedad y en la Iglesia. Es importante darse cuenta de que, entre todas las preguntas que surgen en vuestro interior, las decisivas no se refieren al “qué”. La pregunta de fondo es “quién”: hacia “quién” ir, a “quién” seguir, a “quién” confiar la propia vida.

Pensáis en vuestra elección afectiva e imagino que estaréis de acuerdo: lo que verdaderamente cuenta en la vida es la persona con la que uno decide compartirla. Pero, ¡atención! Toda persona es inevitablemente limitada, incluso en el matrimonio más encajado se ha de tener en cuenta una cierta medida de desilusión. Pues bien, queridos amigos: ¿no hay en esto algo que confirma lo que hemos escuchado al apóstol Pedro? Todo ser humano, antes o después, se encuentra exclamando con él: “¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”. Sólo Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios y de María, la Palabra eterna del Padre, que nació hace dos mil años en Belén de Judá, puede satisfacer las aspiraciones más profundas del corazón humano.

En la pregunta de Pedro: “¿A quién vamos a acudir?” está ya la respuesta sobre el camino que se debe recorrer. Es el camino que lleva a Cristo. Y el divino Maestro es accesible personalmente; en efecto, está presente sobre el altar en la realidad de su cuerpo y de su sangre. En el sacrificio eucarístico podemos entrar en contacto, de un modo misterioso pero real, con su persona, acudiendo a la fuente inagotable de su vida de Resucitado.

o   La Palabra, que se hizo carne hace dos mil años, está presente hoy en la Eucaristía


4. Esta es la maravillosa verdad, queridos amigos: la Palabra, que se hizo carne hace dos mil años, está presente hoy en la Eucaristía. Por eso, el año del Gran Jubileo, en el que estamos celebrando el misterio de la encarnación, no podía dejar de ser también un año “intensamente eucarístico” (cf. Tertio millennio adveniente TMA 55).
§    La Eucaristía es el sacramento de la presencia de Cristo que se nos da porque nos ama. 
            La Eucaristía es el sacramento de la presencia de Cristo que se nos da porque nos ama. Él nos ama a cada uno de nosotros de un modo personal y único en la vida concreta de cada día: en la familia, entre los amigos, en el estudio y en el trabajo, en el descanso y en la diversión. Nos ama cuando llena de frescura los días de nuestra existencia y también cuando, en el momento del dolor, permite que la prueba se cierna sobre nosotros; también a través de las pruebas más duras, Él nos hace escuchar su voz.
Sí, queridos amigos, ¡Cristo nos ama y nos ama siempre! Nos ama incluso cuando lo decepcionamos, cuando no correspondemos a lo que espera de nosotros. Él no nos cierra nunca los brazos de su misericordia. ¿Cómo no estar agradecidos a este Dios que nos ha redimido llegando incluso a la locura de la Cruz? ¿A este Dios que se ha puesto de nuestra parte y está ahí hasta al final?

o   Celebrar la Eucaristía “comiendo su carne y bebiendo su sangre” significa ofrecer la propia disponibilidad para sacrificarse por los otros, como hizo Él.


5. Celebrar la Eucaristía “comiendo su carne y bebiendo su sangre” significa aceptar la lógica de la cruz y del servicio. Es decir, significa ofrecer la propia disponibilidad para sacrificarse por los otros, como hizo Él.
De este testimonio tiene necesidad urgente nuestra sociedad, de él necesitan más que nunca los jóvenes, tentados a menudo por los espejismos de una vida fácil y cómoda, por la droga y el hedonismo, que llevan después a la espiral de la desesperación, del sin-sentido, de la violencia. Es urgente cambiar de rumbo y dirigirse a Cristo, que es también el camino de la justicia, de la solidaridad, del compromiso por una sociedad y un futuro dignos del hombre.

Ésta es nuestra Eucaristía, ésta es la respuesta que Cristo espera de nosotros, de vosotros, jóvenes, al final de vuestro Jubileo. A Jesús no le gustan las medias tintas y no duda en apremiarnos con la pregunta: “¿También vosotros queréis marcharos?” Con Pedro, ante Cristo, Pan de vida, también hoy nosotros queremos repetir: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68).

o   Vivid la Eucaristía dando testimonio del amor de Dios a los hombres.


6. Queridos jóvenes, al volver a vuestra tierra poned la Eucaristía en el centro de vuestra vida personal y comunitaria: amadla, adoradla y celebradla, sobre todo el domingo, día del Señor. 

Os confío, queridos amigos, este don de Dios, el más grande dado a nosotros, peregrinos por los caminos del tiempo, pero que llevamos en el corazón la sed de eternidad. ¡Ojalá que pueda haber siempre en cada comunidad un sacerdote que celebre la Eucaristía! Por eso pido al Señor que broten entre vosotros numerosas y santas vocaciones al sacerdocio. La Iglesia tiene necesidad de alguien que celebre también hoy, con corazón puro, el sacrificio eucarístico. ¡El mundo no puede verse privado de la dulce y liberadora presencia de Jesús vivo en la Eucaristía!

Sed vosotros mismos testigos fervorosos de la presencia de Cristo en nuestros altares. Que la Eucaristía modele vuestra vida, la vida de las familias que formaréis; que oriente todas vuestras opciones de vida. Que la Eucaristía, presencia viva y real del amor trinitario de Dios, os inspire ideales de solidaridad y os haga vivir en comunión con vuestros hermanos dispersos por todos los rincones del planeta.

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Vida Cristiana


jueves, 16 de agosto de 2018

¡Boza! ¡Boza! ¡Boza!: por Santiago Agrelo

Hace unos días celebrábamos la fiesta de San Lorenzo, diácono –entiéndase: servidor- y mártir –entiéndase: testigo de Cristo y de su evangelio-. Al diácono, la autoridad constituida le pidió que entregase sin demora los tesoros de la Iglesia, tesoros que no le correspondían a la Iglesia sino a la autoridad. El servidor pidió tres días para restituir lo que se le pedía, y, cumplido el plazo, se presentó delante de la autoridad con el enjambre de pobres a quienes servía en el ejercicio de su ministerio. En su diácono, en su Iglesia, Dios se hacía de casa para los pobres. Después de la fiesta del servidor de los pobres, celebramos la solemnidad de la esclava del Señor, la humilde enaltecida a lo más alto del cielo. Y hoy, en el domingo, la palabra de Dios nos sorprende con una paradoja: “La Sabiduría se ha construido su casa… ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado sus criadas para que lo anuncien”. ¿Y a quiénes llevan su mensaje las criadas? ¡A los inexpertos y a los faltos de juicio! Ahora, Iglesia convocada al banquete, fíjate en el pan que la Sabiduría ha preparado, en la bebida de vértigo que ha mezclado: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo… El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. Lo dice Jesús de Nazaret, la Sabiduría que ha puesto su tienda entre nosotros. Es Ella quien, en Cristo Jesús, se nos ofrece. Es Ella, en Cristo Jesús, el pan de Dios para ti. Y fíjate también en quiénes comen y beben a la mesa de la Palabra hecha carne, a la mesa de Jesús de Nazaret. Allí comieron y bebieron –fueron liberados, curados, perdonados- enfermos y endemoniados, mujeres postradas con fiebre y con flujo de sangre o poseídas por espíritu inmundo, leprosos y paralíticos, ciegos, sordos y mudos. Allí comieron y bebieron publicanos y pecadores, y también aquella mujer, la de las lágrimas y los perfumes, que todos conocían en la ciudad. A la mesa de Jesús te sientas tú, allí comen y beben tus hijos, todos bañados en misericordia divina, embellecidos de gracia divina, hermanados por el Espíritu de Dios. Allí aprendes que el evangelio es para pobres, que el reino es de los pobres, que a la mesa de la Sabiduría sólo los pobres se pueden sentar. Allí aprendes que la Iglesia es para pobres, que no hay Iglesia si no es de los pobres, que Jesús y tú sois para los humildes y los hambrientos, para los inexpertos y los faltos de juicio, para desechados, descartados, prescindibles. Sólo ellos cantarán con el salmista: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”. Sólo ellos podrán decir con María de Nazaret: “Proclama mi alma la grandeza del Señor”. Sólo en su corazón y en sus labios es posible el grito de victoria de los pobres: ¡Boza! ¡Boza! ¡Boza! “Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca… Los ricos empobrecen y pasan hambre; los que buscan al Señor no carecen de nada”. Entonces se te llenan de sentido las palabras del Apóstol: “Cantad, tocad con toda el alma para el Señor. Dad siempre gracias a Dios Padre por todo, en nombre de nuestro Señor Jesucristo”. Da gracias, Iglesia cuerpo de Cristo, da gracias por el pan y el vino que el cielo ha preparado para sus pobres, para tus hijos maltratados, deportados, abandonados, despreciados, humillados. Feliz domingo. ¡Boza! ¡Boza! ¡Boza!

martes, 14 de agosto de 2018

Solemnidad de la Asunción de la Virgen María (2018). Homilía de Benedicto XVI (el 15 de agosto de 2011).



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Ø Solemnidad de la Asunción de la Virgen María (2018). Homilía de Benedicto XVI (el 15 de agosto de 2011). María es el arca de la alianza. Significado de arca: acogió en sí la Palabra viva, todo el contenido de la voluntad de Dios, de la verdad de Dios; acogió en sí a Aquel que es la Alianza nueva y eterna, que culminó con la ofrenda de su cuerpo y de su sangre: cuerpo y sangre recibidos de María.


v  Cfr. Benedicto XVI, Homilía (15 de agosto de 2011), en la Parroquia de Santo Tomás de Villanueva (Castelgandolfo)

                  Apocalipsis 1,19; 12,1.3-6.10;  1 Corintios 15,20-26; Lucas 1,39-56.

El Nuevo Testamento nos dice
que la verdadera arca de la alianza es una persona viva y concreta:
es la Virgen María.
Dios no habita en un mueble, Dios habita en una persona, en un corazón:
María, la que llevó en su seno al Hijo eterno de Dios hecho hombre,
Jesús nuestro Señor y Salvador  [1]. 
(Benedicto XVI, de esta homilía)
Queridos hermanos y hermanas:
            Nos encontramos reunidos, una vez más, para celebrar una de las más antiguas y amadas fiestas dedicadas a María santísima: la fiesta de su asunción a la gloria del cielo en alma y cuerpo, es decir, en todo su ser humano, en la integridad de su persona. Así se nos da la gracia de renovar nuestro amor a María, de admirarla y alabarla por las «maravillas» que el Todopoderoso hizo por ella y obró en ella.
            Al contemplar a la Virgen María se nos da otra gracia: la de poder ver en profundidad también nuestra vida. Sí, porque también nuestra existencia diaria, con sus problemas y sus esperanzas recibe luz de la Madre de Dios, de su itinerario espiritual, de su destino de gloria: un camino y una meta que pueden y deben llegar a ser, de alguna manera, nuestro mismo camino y nuestra misma meta.
A. En el Nuevo Testamento la verdadera arca de la alianza es una persona viva y concreta: es la Virgen María. Dios no habita en un mueble, Dios habita en una persona, en un corazón: María, la que llevó en su seno al Hijo eterno de Dios hecho hombre, Jesús nuestro Señor y Salvador.

v  María es el arca   de la alianza porque acogió en sí a Jesús, acogió en sí la

Palabra viva, todo el contenido de la voluntad de Dios, de la verdad de Dios; acogió en sí a Aquel que es la Alianza nueva y eterna, que culminó con la ofrenda de su cuerpo y de su sangre: cuerpo y sangre recibidos de María.

Nos dejamos guiar por los pasajes de la Sagrada Escritura que la liturgia nos propone hoy. Quiero reflexionar, en particular, sobre una imagen que encontramos en la primera lectura, tomada del Apocalipsis y de la que se hace eco el Evangelio de san Lucas: la del arca.  
En la primera lectura escuchamos: «Se abrió en el cielo el santuario de Dios, y apareció en su santuario el arca de su alianza» (Ap11, 19). ¿Cuál es el significado del arca? ¿Qué aparece?
Para el Antiguo Testamento, es el símbolo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Pero el símbolo ya ha cedido el puesto a la realidad. Así el Nuevo Testamento nos dice que la verdadera arca de la alianza es una persona viva y concreta: es la Virgen María. Dios no habita en un mueble, Dios habita en una persona, en un corazón: María, la que llevó en su seno al Hijo eterno de Dios hecho hombre, Jesús nuestro Señor y Salvador. En el arca —como sabemos— se conservaban las dos tablas de la ley de Moisés, que manifestaban la voluntad de Dios de mantener la alianza con su pueblo, indicando sus condiciones para ser fieles al pacto de Dios, para conformarse a la voluntad de Dios y así también a nuestra verdad profunda.
§  Con razón, la piedad cristiana se dirige a María invocándola como Arca de la Alianza.
María es el arca de la alianza, porque acogió en sí a Jesús; acogió en sí la Palabra viva, todo el contenido de la voluntad de Dios, de la verdad de Dios; acogió en sí a Aquel que es la Alianza nueva y eterna, que culminó con la ofrenda de su cuerpo y de su sangre: cuerpo y sangre recibidos de María. Con razón, por consiguiente, la piedad cristiana, en las letanías en honor de la Virgen, se dirige a ella invocándola como Foederis Arca, «Arca de la alianza», arca de la presencia de Dios, arca de la alianza de amor que Dios quiso establecer de modo definitivo con toda la humanidad en Cristo.

B. Maria, arca viviente de la alianza, tiene un extraordinario destino de gloria,

porque está tan íntimamente unida a su Hijo, a quien acogió en la fe y engendró en la carne, que comparte plenamente su gloria del cielo.

v  Dios, eligió a  María como verdadera “arca de la alianza” que sigue engendrando y dando a Cristo Salvador a la humanidad, y nos invita a nosotros a ser, a nuestro modo modesto, «arca» en la que está presente la Palabra de Dios.

o   Somos lugar de la presencia de Dios, para que los hombres puedan encontrar en los demás la cercanía de Dios y así vivir en comunión con Dios y conocer la realidad del cielo.

El pasaje del Apocalipsis quiere indicar otro aspecto importante de la realidad de María. Ella, arca viviente de la alianza, tiene un extraordinario destino de gloria, porque está tan íntimamente unida a su Hijo, a quien acogió en la fe y engendró en la carne, que comparte plenamente su gloria del cielo. Es lo que sugieren las palabras que hemos escuchado: «Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; y está encinta (...). Y dio a luz un hijo varón, el que ha de pastorear a todas las naciones» (12, 1-2; 5). La grandeza de María, Madre de Dios, llena de gracia, plenamente dócil a la acción del Espíritu Santo, vive ya en el cielo de Dios con todo su ser, alma y cuerpo.
San Juan Damasceno refiriéndose a este misterio en una famosa homilía afirma: «Hoy la santa y única Virgen es llevada al templo celestial... Hoy el arca sagrada y animada por el Dios vivo, (el arca) que llevó en su seno a su propio Artífice, descansa en el templo del Señor, no construido por mano de hombre» (Homilía II sobre la Dormición, 2: PG 96, 723); y prosigue: «Era preciso que aquella que había acogido en su seno al Logos divino, se trasladara a los tabernáculos de su Hijo... Era preciso que la Esposa que el Padre se había elegido habitara en la estancia nupcial del cielo» (ib., 14: PG 96, 742). 
Hoy la Iglesia canta el amor inmenso de Dios por esta criatura suya: la eligió como verdadera «arca de la alianza», como Aquella que sigue engendrando y dando a Cristo Salvador a la humanidad, como Aquella que en el cielo comparte la plenitud de la gloria y goza de la felicidad misma de Dios y, al mismo tiempo, también nos invita a nosotros a ser, a nuestro modo modesto, «arca» en la que está presente la Palabra de Dios, que es transformada y vivificada por su presencia, lugar de la presencia de Dios, para que los hombres puedan encontrar en los demás la cercanía de Dios y así vivir en comunión con Dios y conocer la realidad del cielo.

C.   En el Evangelio de  hoy, María, arca viviente, va a ver a Zacarías e Isabel: no

va sola, porque lleva en su seno al Hijo, Dios hecho hombre.

v  Isabel reconoce en María  la verdadera arca de la alianza, diciéndole «a voz en grito»: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (Lc 1, 42-43).

El Evangelio de san Lucas que acabamos de escuchar (cf. Lc 1, 39-56) nos muestra esta arca viviente, que es María, en movimiento: tras dejar su casa de Nazaret, María se pone en camino hacia la montaña para llegar de prisa a una ciudad de Judá y dirigirse a la casa de Zacarías e Isabel.
Me parece importante subrayar la expresión «de prisa»: las cosas de Dios merecen prisa; más aún, las únicas cosas del mundo que merecen prisa son precisamente las de Dios, que tienen la verdadera urgencia para nuestra vida. Entonces María entra en esta casa de Zacarías e Isabel, pero no entra sola. Entra llevando en su seno al Hijo, que es Dios mismo hecho hombre.
Ciertamente, en aquella casa la esperaban a ella y su ayuda, pero el evangelista nos guía a comprender que esta espera remite a otra, más profunda. Zacarías, Isabel y el pequeño Juan Bautista son, de hecho, el símbolo de todos los justos de Israel, cuyo corazón, lleno de esperanza, aguarda la venida del Mesías salvador. Y es el Espíritu Santo quien abre los ojos de Isabel para que reconozca en María la verdadera arca de la alianza, la Madre de Dios, que va a visitarla. Así, la pariente anciana la acoge diciéndole «a voz en grito»: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (Lc 1, 42-43). Y es el Espíritu Santo quien, ante Aquella que lleva al Dios hecho hombre, abre el corazón de Juan Bautista en el seno de Isabel. Isabel exclama: «En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre» (v. 44). Aquí el evangelista san Lucas usa el término «skirtan», es decir, «saltar», el mismo término que encontramos en una de las antiguas traducciones griegas del Antiguo Testamento para describir la danza del rey David ante el arca santa que había vuelto finalmente a la patria (cf. 2 S 6, 16). Juan Bautista en el seno de su madre danza ante el arca de la Alianza, como David; y así reconoce: María es la nueva arca de la alianza, ante la cual el corazón exulta de alegría, la Madre de Dios presente en el mundo, que no guarda para sí esta divina presencia, sino que la ofrece compartiendo la gracia de Dios. Y así —como dice la oración— María es realmente «causa nostrae laetitiae», el «arca» en la que verdaderamente el Salvador está presente entre nosotros.

D.   Nosotros contemplamos a María: ella nos abre a la esperanza, a un futuro lleno

de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra.

v  Seguirlo cada día, incluso en los momentos en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas.

Queridos hermanos, estamos hablando de María pero, en cierto sentido, también estamos hablando de nosotros, de cada uno de nosotros: también nosotros somos destinatarios del inmenso amor que Dios reservó —ciertamente, de una manera absolutamente única e irrepetible— a María. En esta solemnidad de la Asunción contemplamos a María: ella nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día, incluso en los momentos en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas. María, el arca de la alianza que está en el santuario del cielo, nos indica con claridad luminosa que estamos en camino hacia nuestra verdadera Casa, la comunión de alegría y de paz con Dios. Amén.

VIDA CRISTIANA




[1] Nota de la Redacción. En el Antiguo Testamento, el “arca de la alianza” era un cofre, ricamente decorado, que se hizo por mandato de Dios y según su diseño, en el que se guardaban la Tablas de la Ley, tablas de piedra en las que estaban  inscritos los Diez Mandamientos que Dios entregó Moisés en el monte Sinaí. Representaba la presencia de Dios. El arca era el principal objeto que se conservaba en el Tabernáculo o Santuario, llamado también Tienda del Encuentro: lugar móvil, santuario itinerante, tienda especial para adorar a Dios, espacio rectangular de unos 13 metros de largo y 10 de ancho. Esta tienda estaba en medio del campamento donde habitaban en tiendas los israelitas. 



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