sábado, 22 de septiembre de 2018

Un mundo nuevo en nuestras manos: por Santiago Agrelo

Jesús lo llamó “el reino de Dios”, y era algo así como  “un mundo nuevo para una humanidad nueva”.
De ese reino él nos habló. De ese mundo, de esa humanidad, él puso el fundamento. Y nos lo ofreció.
El evangelio de Jesús es el evangelio del reino de Dios.
Quien cree en el evangelio, acepta la posibilidad real de un mundo nuevo, de una humanidad nueva.
El reino de Dios vendrá si le abre la puerta la fe de los creyentes.
El corazón me dice que el proceso de adelgazamiento de las instituciones cristianas, evidente y explosivo en los últimos años, no es el resultado de una crisis de fe sino la revelación de una inconsistencia, la evidencia de una traición. Lo que se ha derrumbado, no es el reino de Dios sino el sucedáneo engañoso con que lo habíamos substituido.
Mucho hemos de agradecer que ese espejismo atroz esté desapareciendo, aunque la verdad nos deje a solas con las arenas del desierto.
Hemos cultivado envidias y rivalidades. Hemos justificado guerras y contiendas. Codiciamos como si no tuviésemos fe. Matamos como si los que mueren no fuesen nuestros hermanos. Llenamos el mundo de crucificados como si Dios no muriese con ellos.
Nos decimos cristianos y, abochornados, constatamos que nuestro mundo en nada difiere del mundo viejo que se supone habíamos dejado para entrar en el de Jesús.
¡El mundo de Jesús!: Un mundo de hijos de Dios entregados en manos de los hombres; un mundo de hijos acogidos a sagrado en el corazón de Dios; un mundo de últimos que han escogido serlo entre todos; un mundo de servidores que han optado por serlo de todos; un mundo de hermanos que acogen incluso a quienes todo lo necesitan y nada pueden devolver.
No hablan mal de Dios quienes se ridiculizan amagando con mancharlo mientras defecan.
Blasfemamos contra Dios nosotros, que hemos introducido en su reino la crueldad, el cinismo, la mentira, la búsqueda del poder, el apego al dinero.
Blasfemamos contra Dios quienes hemos armonizado con la justicia de su reino la guerra, el hambre, el homicidio, el fratricidio, todas nuestras formas de connivencia y de complicidad con la muerte.
Blasfemamos contra Dios quienes hemos recibido de él un mundo nuevo y lo hemos ensuciado con heces nauseabundas del mundo viejo.
Hoy nos sentamos a la mesa con el Señor resucitado. Hoy el Maestro vuelve a instruir a sus discípulos. Hoy comulgamos con el que, siendo el Maestro y el Señor, se hizo siervo de todos. Hoy, en las manos de quienes comulgamos con Cristo, Dios pone de nuevo su reino, su mundo, la humanidad que él ha soñado y de la que Cristo es la cabeza, el primogénito. ¡Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor!
El futuro es de los que se atrevan a creer.
Feliz domingo.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Domingo 25 del Tiempo Ordinario, Año B, 23 de septiembre de 2018.

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[Chiesa/Omelie1/RegnoDio/25B18ReinoDiosAcogidaNiñoPrimeroÚltimo]
  • Domingo 25 del Tiempo Ordinario (2018). El primero y el último de todos. Un gesto singular de Jesús en el Evangelio de hoy: abraza a un niño, para ilustrar una enseñanza difícil. Acoge a un niño, quien, según los parámetros de aquella época, no contaba para nada, era considerado como una criatura marginal e imperfecta que no tiene nada que enseñar: por eso Jesús hizo un gesto que se puede calificar como sorprendente. "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos". El verdadero primero del Reino de Dios es el último del reino de los hombres, es el siervo, el que es despreciado. Los niños, siervos, pobres, despreciados. En el abrazo al niño se manifiesta toda la fuerza de este principio. Los discípulos de Jesús, por el contrario, discutían sobre los diversos grados de su jerarquía futura.


Evangelio según san Marcos 9, 30-37: 30 En aquel tiempo Jesús y sus discípulos atravesaban Galilea; no quería que nadie se enterase, 31 porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará». 32 Pero no entendían lo que decía, y les daba miedo preguntarle. 33 Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa, les preguntó: « ¿De qué discutíais por el camino?». 34 Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. 35 Se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». 36 Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: 37 «El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».

  • Cfr. Domingo 25 del Tiempo Ordinario, Año B, 23 de septiembre de 2018.

Los discípulos “en el camino habían discutido quién era el más importante”
(Evangelio de hoy, Marcos 9, 34)
Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”
(Evangelio de hoy, Marcos 9, 35)
Un gesto singular de Jesús:
Tomando un niño lo puso en medio de los discípulos, lo abrazó y les dijo:
«El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí;
y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».
(Marcos 9, 36-37)
El cristiano debe saber cumplir con alegría su deber de servicio al hombre,
convencido de que tanto en el nivel natural como en el divino
el crecimiento del propio bien existencial se realiza y se articula
con el esfuerzo por el crecimiento del bien de los otros.
(Cfr. San Juan Pablo II, Homilía, 22-IX-1985)

1. Un gesto singular, sorprendente, de Jesús: acoge y abraza a un niño.

Cfr. Marcos 9, 36-37, Evangelio de hoy.
  • A. El niño, según los parámetros de aquella época no contaba para nada.

  • Se podría decir que el Maestro sentía la necesidad de ilustrar una enseñanza difícil con la elocuencia de un gesto lleno de ternura.

Cfr. Juan Pablo II, Homilía, Domingo 24 de septiembre de 2000
  • "Acercando a un niño, lo puso en medio de ellos" (Marcos 9,36). Este singular gesto de Jesús, que nos
recuerda el evangelio que acabamos de proclamar, viene inmediatamente después de la recomendación con la que el Maestro había exhortado a sus discípulos a no desear el primado del poder, sino el del servicio. Una enseñanza que debió impactar profundamente a los Doce, que acababan de "discutir sobre quién era el más importante" (Mc 9,34). Se podría decir que el Maestro sentía la necesidad de ilustrar una enseñanza tan difícil con la elocuencia de un gesto lleno de ternura. Abrazó a un niño, que según los parámetros de aquella época no contaba para nada, y casi se identificó con él: "El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí" (Marcos 9,37). (…)
En el abrazo al niño Cristo revela ante todo la delicadeza de su corazón, capaz de todas las vibraciones de la sensibilidad y del afecto. Se nota, en primer lugar, la ternura del Padre, que desde la eternidad, en el Espíritu Santo, lo ama y en su rostro humano ve al "Hijo predilecto" en el que se complace (cf. Marcos 1,11 Mc 9,7). Se aprecia también la ternura plenamente femenina y materna con la que lo rodeó María en los largos años transcurridos en la casa de Nazaret. La tradición cristiana, sobre todo en la Edad Media, solía contemplar frecuentemente a la Virgen abrazando al niño Jesús. Por ejemplo, Aelredo de Rievaulx se dirige afectuosamente a María invitándola a abrazar al Hijo que, después de tres días, había encontrado en el templo (cf. Lucas 2,40-50): "Abraza, dulcísima Señora, abraza a Aquel a quien amas; arrójate a su cuello, abrázalo y bésalo, y compensa los tres días de su ausencia con múltiples delicias" (De Iesu puero duodenni 8: SCh 60, p. 64).

  • B. El mensaje que transmite el niño.

Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Año B, Piemme 1996, p.286 y 288

  • Por qué es un gesto sorprendente en el Antiguo Oriente

  • El niño: un ser inmaduro, cabezota e irracional
Jesús pasa al gesto simbólico: llama a uno de aquellos niños que, todavía hoy, recorren excitados las plazas y las pequeñas calles de los pueblos palestinos y lo abraza con ternura. Es un gesto un poco sorprendente porque el niño no era muy estimado en el Antiguo Oriente; era considerado simplemente como un ser inmaduro, cabezota e irracional, a quien había que tratar sin dudarlo con el látigo: léase, por ejemplo, el largo párrafo sobre la pedagogía del niño que hay en el Sirácide, sabio bíblico del II siglo antes de Cristo (30, 1-13) 1
Jesús, de modo un poco provocador, invierte la concepción normal según la cual el niño sólo puede ser objeto de educación por parte del adulto; en realidad el joven puede convertirse también en sujeto que tiene un precioso mensaje para transmitir precisamente a aquél que es, por edad, cultura y madurez, superior.
  • El niño: una criatura marginal e imperfecta que no tiene nada que enseñar.
  • Cfr. ibídem, pp.288-89: Para entender bien la fuerza de ese gesto simbólico del Señor, hay que tener
en cuenta que el Señor, utilizando un niño como gesto simbólico para enseñar la sencillez, la humildad verdadera, etc., “echa por tierra una tradición bien consolidada en el antiguo Oriente, donde el niño era considerado como una criatura marginal e imperfecta que no tiene nada que enseñar. Es significativa a este respecto la maldición de Isaías 3,4: «Les daré mozos por jefes, y mozalbetes les dominarán». También es neta la declaración de un antiguo maestro judío, el rabino Jochanam: «Desde los tiempos en que ha sido destruido el Templo, la profecía ha sido arrebatada a los profetas y dada a los locos y a los niños»”.

  • C. Se supera esta visión en tiempos posteriores

  • "La vejez honorable no es la que dan los muchos días, no se mide por el número de los años".
Santo Tomás dice a propósito de quien tiene poca edad: “La edad del cuerpo no constituye un
perjuicio para el alma. Así, incluso en la infancia, el hombre puede recibir la perfección de la edad espiritual de que habla la Sabiduría (4, 8): "la vejez honorable no es la que dan los muchos días, no se mide por el número de los años". Así numerosos niños, gracias a la fuerza del Espíritu Santo que habían recibido, lucharon valientemente y hasta la sangre por Cristo (S. Tomás de A., s. th. 3, 72, 8, ad 2)”.

  • D. Pequeño en la Biblia es sinónimo de «pobre», es decir aquél cuya única fuerza y sostén está en Dios.

Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Ciclo A, Ed. Piemme, novembre 1995, pp. 204-205.
  • El verdadero discípulo es aquel que se abandona en Dios, descartando los cálculos, los intereses mezquinos, los egoísmos, la altanería, la prepotencia, la violencia.

  • Jesús propone a los “pequeños” como modelos «no tanto por la supuesta «inocencia» del niño, que, en
realidad, es siempre una criatura limitada, egoísta, prepotente, una miniatura del adulto, sino en tanto en cuanto el pequeño pone su mano con confianza en la mano de su padre y acoge todos sus dones y palabras. Por esto, si nos os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos (Mateo 18,3).
Por tanto, «pequeño» se convierte en sinónimo de otra palabra clásica en la Biblia, los «pobres», es decir, aquellos cuya única fuerza y sostén está en Dios. A ellos es predicada la «buena noticia» (Cf. Mateo 11,5), y es a ellos a quienes está destinada la bienaventuranza sobre el Reino de los cielos (Mateo 5,3). Ya Isaías presentaba la antítesis a la que Jesús se refirió en su oración entre «pequeños» y «sabios e inteligentes»: «Perecerá la sabiduría de los sabios y la prudencia de los prudentes quedará oculta ... Los humildes aumentarán su alegría en el señor, y los más pobres exultarán en el Santo de Israel» 29, 14.19).
El verdadero discípulo es aquel que se abandona en Dios, descartando los cálculos, los intereses mezquinos, los egoísmos, la altanería, la prepotencia, la violencia. (...) En el Oriente Antiguo, el niño no tenía todavía personalidad jurídica, era casi inexistente, un objeto; pues bien, Jesús lo transforma en un emblema para nosotros los adultos, invitándonos a ser «pequeños» para ser verdaderamente «grandes». Jesús nos invita, incluso, a usar el lenguaje sencillo y espontáneo de los niños cuando nos dirigimos a Dios: Abbá en aramaico significa, como es sabido, «papá» y está en la raíz del original del Padre nuestro. Jesús nos invita a tener la transparencia y la confianza del pequeño para «conocer» verdaderamente al Padre: las elucubraciones de los sabios empalidecen, se paran ante la frontera del misterio, se transforman en especulaciones áridas y orgullosas. Es necesario pedir la sabiduría del corazón, el don que facilita penetrar en las «cosas escondidas», es decir, en el misterio de Dios”.
En esta civilización en la que se exalta al adulto “rampante o trepador” y arrogante, privado de escrúpulos y de moral, que pervierte al niño haciéndolo cada vez más egoísta y prepotente, incapaz de jugar auténticamente, de vivir el estupor propio de su infancia, la oración de Jesús nos propone el verdadero «pequeño» que deberá ser el modelo de su discípulo.

  • E. Niños son todos los hombres necesitados, desvalidos, pobres, enfermos …

Cfr. Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, nota a Marcos 9, 36 - 37.
  • "En este niño que Jesús abraza están representados todos los niños del mundo, y también todos
los hombres necesitados, desvalidos, pobres, enfermos, en los cuales nada brillante y destacado hay que admirar".

  • F. El descubrimiento de la riqueza que viene de Dios

Cfr. San Juan Pablo II, Homilía, 22-IX-1985
  • Jesús nos invita con el ejemplo a una elección concreta del último puesto para servir a los que
han perdido en el tormentoso camino de la vida el sentido de la riqueza que viene de Dios”.

2. "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos".

Marcos 9, 35

  • En el abrazo al niño se manifiesta toda la fuerza de este principio.

"Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos" (Marcos 9,35). En el icono del abrazo al niño se manifiesta toda la fuerza de este principio, que en la persona de Jesús, y luego también en la de María, encuentra su realización ejemplar.
Nadie puede decir como Jesús que es el "primero". En efecto, él es el "primero y el último, el alfa y la omega" (cf. Apocalipsis 22,13), el resplandor de la gloria del Padre (cf. Hebreos He 1,3). A él, en la resurrección, se le concedió "el nombre que está sobre todo nombre" (Filipenses 2,9). Pero, en la pasión, él se manifestó también "el último de todos" y, como "servidor de todos", no dudó en lavar los pies a sus discípulos (cf. Juan 13,14).


3. «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y

después de muerto, a los tres días resucitará».

Marcos 9, 31
Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Año B, Piemme 1996, pp. 284-286.
  • Jesús propone esas palabras, que se adaptan poco a lo que pensaba el pueblo hebreo en aquellos años de dura ocupación romana.

  • El verdadero primero del Reino de Dios es el último del reino de los hombres, es el siervo, el que es despreciado. Los niños, siervos, pobres, despreciados.

En el viaje que lo está conduciendo lentamente a Jerusalén desde Galilea, Jesús propone esas palabras, que se adaptan poco a lo que pensaba el pueblo hebreo en aquellos años de dura ocupación romana. El Mesías tan esperado, en vez de capitanear la ola hirviente de la revolución anticapitalista, se hará solidario con las víctimas, también él será aplastado por el poder: «va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán». Ciertamente Jesús deja caer una chispa de luz en estas tetras palabras al anunciar su resurrección («a los tres días resucitará»). Pero esto a los que le escuchan les parece un sueño, les parece solamente el fantasma de la esperanza, no es un consistente y concreto camino de la lucha por la liberación y por la victoria tan suspirada.
  • El pensamiento de los discípulos
Se dirige a otras fascinantes metas, las de un triunfo político, o tal vez hacia un futuro gobierno con precisas posiciones de poder. (…) Discuten sobre la conquista y sobre los diversos grados de su jerarquía futura. (…) Todos recuerdan la ingenua petición de los apóstoles Santiago y Juan: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda» (Marcos 10, 37).
  • Y la respuesta de Jesús:
Entonces Jesús decide convocarlos a su alrededor a los Doce e inicia una lección estupenda con palabras y también, con el estilo de los profetas, con un gesto simbólico. Sus palabras son lapidarias: el verdadero primero del Reino de Dios es el último del reino de los hombres, es el siervo, el que es despreciado. Sobre estas palabras, en la Iglesia antigua, a partir de Policarpo, obispo de Smirna, llamará a Cristo “el Siervo de todos”, aunque sea «el Señor» por excelencia. Cuántas veces Jesús ha querido comentar su definición del verdadero discípulo y de sí mismo:
«Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos». (Marcos 10, 42-45). «Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros» (Juan 13, 14).




Vida Cristiana





1 Sirácide 30: 1 El que ama a su hijo lo castiga sin cesar, para poder alegrarse en el futuro. 2 El que corrige a su hijo tendrá muchas satisfacciones, y entre sus conocidos se sentirá orgulloso de él. 3 El que instruye a su hijo dará envidia a su enemigo, y ante sus amigos se sentirá satisfecho. 4 Cuando el padre muere, es como si no muriese, pues deja tras de sí un hijo semejante a él. 5 Durante su vida se alegra de verlo, y a la hora de su muerte no siente tristeza. 6 Contra sus enemigos deja un vengador, y para sus amigos un bienhechor. 7 El que mima a su hijo, vendará sus heridas, a cada grito se le conmoverán sus entrañas. 8 Caballo no domado sale bravo, hijo consentido sale arisco. 9 Mima a tu hijo y te dará sorpresas, juega con él y te traerá disgustos. 10 No rías con él y no llorarás con él, ni acabarás rechinando los dientes.
11 En su juventud no le des libertad, ni pases por alto sus errores. 12 Doblega su cuello mientras es joven, túndele las costillas cuando es pequeño, no sea que, volviéndose rebelde, te desobedezca y sufras por él una honda amargura.
13 Educa a tu hijo y dedícate a él, para que no tengas que soportar su insolencia.


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