sábado, 17 de noviembre de 2018

Me saciarás de gozo en tu presencia: por Santiago Agrelo

Hemos llegado a los días finales del Año litúrgico, y la comunidad creyente vuelve la mirada a los acontecimientos últimos de la historia de la salvación. Hoy, a la luz de la fe, la Iglesia contempla la venida del Hijo del hombre “sobre las nubes con gran poder y majestad”. La eucaristía que celebramos es anticipación sacramental de aquel día de consolación que esperamos. El que hoy nos reúne para que escuchemos su palabra y lo recibamos en comunión, en aquel día reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos. El que hoy es pan para nuestro camino, será nuestra vida en la meta alcanzada. El que es ahora nuestra esperanza, será entonces nuestra gloria. Considera, Iglesia amada del Señor, el misterio de la eucaristía que celebras, y vuelve a pronunciar las palabras de tu oración: “El Señor es el lote de mi heredad… con él a mi derecha no vacilaré”. Entra en el amor que te envuelve: Dios es tu herencia; Dios es tu fuerza; Dios es tu Dios… Las palabras de tu oración se han llenado de significado nuevo: “Se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas”. El salmista de la alianza antigua no pudo conocer esa alegría tuya, no pudo experimentar tu gozo, pues él sólo conoció figuras de las realidades celestes que tú puedes gustar hoy escuchando y comulgando. Con todo, tú que gozas con la asombrosa novedad de lo que ya has recibido, suspiras siempre por alcanzar lo que todavía esperas. Tú sabes del que amas, y gozas ya con su presencia; pero lo ves todavía en la penumbra de los signos sacramentales, en el claroscuro de los misterios de la fe, en la soledad del Amor que no es amado. Tú sabes del que amas, y él es ya tu dicha, pero sólo puedes abrazarlo pobre, sólo puedes ser feliz con lágrimas, sólo puedes tener experiencia de esa amargura dichosa, de esa dicha amarga. Y sueñas otro tiempo, deseas otro encuentro, buscas otra dicha: “Me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha”. Por eso, con los ojos puestos en el futuro, oras y trabajas para que amanezca el día en que, finalmente, puedas abrazar sólo hambrientos saciados, y descubras que Dios es la herencia de los pobres. ¡Ven, Señor Jesús!

viernes, 16 de noviembre de 2018

Mensaje de Papa Francisco en la II Jornada Mundial de los Pobres que se celebrará el próximo domingo 33 del Tiempo Ordinario el 18 de noviembre de 2018


Este pobre gritó y el Señor lo escuchó

v  Papa Francisco, Mensaje para la II Jornada Mundial de los Pobres

            Se celebra el domingo XXXIII del Tiempo Ordinario. 18 de noviembre de 2018
1. «Este pobre gritó y el Señor lo escuchó» (Sal 34,7). Las palabras del salmista las hacemos nuestras desde el momento en el que también nosotros estamos llamados a ir al encuentro de las diversas situaciones de sufrimiento y marginación en la que viven tantos hermanos y hermanas, que habitualmente designamos con el término general de “pobres”. Quien ha escrito esas palabras no es ajeno a esta condición, sino más bien al contrario. Él ha experimentado directamente la pobreza y, sin embargo, la transforma en un canto de alabanza y de acción de gracias al Señor. Este salmo nos permite también hoy a nosotros, rodeados de tantas formas de pobreza, comprender quiénes son los verdaderos pobres, a los que estamos llamados a dirigir nuestra mirada para escuchar su grito y reconocer sus necesidades.
Se nos dice, ante todo, que el Señor escucha a los pobres que claman a él y que es bueno con aquellos que buscan refugio en él con el corazón destrozado por la tristeza, la soledad y la exclusión. Escucha a todos los que son atropellados en su dignidad y, a pesar de ello, tienen la fuerza de alzar su mirada al cielo para recibir luz y consuelo. Escucha a aquellos que son perseguidos en nombre de una falsa justicia, oprimidos por políticas indignas de este nombre y atemorizados por la violencia; y aun así saben que Dios es su Salvador. Lo que surge de esta oración es ante todo el sentimiento de abandono y confianza en un Padre que escucha y acoge. A la luz de estas palabras podemos comprender más plenamente lo que Jesús proclamó en las bienaventuranzas: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3).
En virtud de esta experiencia única y, en muchos sentidos, inmerecida e imposible de describir por completo, nace el deseo de contarla a otros, en primer lugar a los que, como el salmista, son pobres, rechazados y marginados. Nadie puede sentirse excluido del amor del Padre, especialmente en un mundo que con frecuencia pone la riqueza como primer objetivo y hace que las personas se encierren en sí mismas.
2. El salmo describe con tres verbos la actitud del pobre y su relación con Dios. Ante todo, “gritar”. La condición de pobreza no se agota en una palabra, sino que se transforma en un grito que atraviesa los cielos y llega hasta Dios. ¿Qué expresa el grito del pobre si no es su sufrimiento y soledad, su desilusión y esperanza? Podemos preguntarnos: ¿Cómo es que este grito, que sube hasta la presencia de Dios, no consigue llegar a nuestros oídos, dejándonos indiferentes e impasibles? En una Jornada como esta, estamos llamados a hacer un serio examen de conciencia para darnos cuenta de si realmente hemos sido capaces de escuchar a los pobres.
Lo que necesitamos es el silencio de la escucha para poder reconocer su voz. Si somos nosotros los que hablamos mucho, no lograremos escucharlos. A menudo me temo que tantas iniciativas, aun siendo meritorias y necesarias, están dirigidas más a complacernos a nosotros mismos que a acoger el clamor del pobre. En tal caso, cuando los pobres hacen sentir su voz, la reacción no es coherente, no es capaz de sintonizar con su condición. Estamos tan atrapados por una cultura que obliga a mirarse al espejo y a preocuparse excesivamente de sí mismo, que pensamos que basta con un gesto de altruismo para quedarnos satisfechos, sin tener que comprometernos directamente.
3. El segundo verbo es “responder”. El salmista dice que el Señor, no solo escucha el grito del pobre, sino que le responde. Su respuesta, como se muestra en toda la historia de la salvación, es una participación llena de amor en la condición del pobre. Así ocurrió cuando Abrahán manifestó a Dios su deseo de tener una descendencia, a pesar de que él y su mujer Sara, ya ancianos, no tenían hijos (cf. Gn 15,1-6). También sucedió cuando Moisés, a través del fuego de una zarza que ardía sin consumirse, recibió la revelación del nombre divino y la misión de hacer salir al pueblo de Egipto (cf. Ex 3,1-15). Y esta respuesta se confirmó a lo largo de todo el camino del pueblo por el desierto, cuando sentía el mordisco del hambre y de la sed (cf. Ex 16,1-16; 17,1-7), y cuando caían en la peor miseria, es decir, la infidelidad a la alianza y la idolatría (cf. Ex 32,1-14).
La respuesta de Dios al pobre es siempre una intervención de salvación para curar las heridas del alma y del cuerpo, para restituir justicia y para ayudar a reemprender la vida con dignidad. La respuesta de Dios es también una invitación a que todo el que cree en él obre de la misma manera, dentro de los límites humanos. La Jornada Mundial de los Pobres pretende ser una pequeña respuesta que la Iglesia entera, extendida por el mundo, dirige a los pobres de todo tipo y de cualquier lugar para que no piensen que su grito se ha perdido en el vacío. Probablemente es como una gota de agua en el desierto de la pobreza; y sin embargo puede ser un signo de cercanía para cuantos pasan necesidad, para que sientan la presencia activa de un hermano o una hermana. Lo que no necesitan los pobres es un acto de delegación, sino el compromiso personal de aquellos que escuchan su clamor. La solicitud de los creyentes no puede limitarse a una forma de asistencia —que es necesaria y providencial en un primer momento—, sino que exige esa «atención amante» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 199), que honra al otro como persona y busca su bien.
4. El tercer verbo es “liberar”. El pobre de la Biblia vive con la certeza de que Dios interviene en su favor para restituirle la dignidad. La pobreza no es algo buscado, sino que es causada por el egoísmo, el orgullo, la avaricia y la injusticia. Males tan antiguos como el hombre, pero que son siempre pecados, que afectan a tantos inocentes, produciendo consecuencias sociales dramáticas. La acción con la que el Señor libera es un acto de salvación para quienes le han manifestado su propia tristeza y angustia. Las cadenas de la pobreza se rompen gracias a la potencia de la intervención de Dios. Tantos salmos narran y celebran esta historia de salvación que se refleja en la vida personal del pobre: «[El Señor] no ha sentido desprecio ni repugnancia hacia el pobre desgraciado; no le ha escondido su rostro: cuando pidió auxilio, lo escuchó» (Sal 22,25). Poder contemplar el rostro de Dios es signo de su amistad, de su cercanía, de su salvación. Te has fijado en mi aflicción, velas por mi vida en peligro; […] me pusiste en un lugar espacioso (cf. Sal31,8-9). Ofrecer al pobre un “lugar espacioso” equivale a liberarlo de la “red del cazador” (cf. Sal 91,3), a alejarlo de la trampa tendida en su camino, para que pueda caminar libremente y mirar la vida con ojos serenos. La salvación de Dios adopta la forma de una mano tendida hacia el pobre, que acoge, protege y hace posible experimentar la amistad que tanto necesita. A partir de esta cercanía, concreta y tangible, comienza un genuino itinerario de liberación: «Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 187).
5. Me conmueve saber que muchos pobres se han identificado con Bartimeo, del que habla el evangelista Marcos (cf. 10,46-52). El ciego Bartimeo «estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna» (v. 46), y habiendo escuchado que Jesús pasaba «empezó a gritar» y a invocar al «Hijo de David» para que tuviera piedad de él (cf. v. 47). «Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más fuerte» (v. 48). El Hijo de Dios escuchó su grito: «“¿Qué quieres que haga por ti?”. El ciego le contestó: “Rabbunì, que recobre la vista”» (v. 51). Esta página del Evangelio hace visible lo que el salmo anunciaba como promesa. Bartimeo es un pobre que se encuentra privado de capacidades fundamentales, como son la de ver y trabajar. ¡Cuántas sendas conducen también hoy a formas de precariedad! La falta de medios básicos de subsistencia, la marginación cuando ya no se goza de la plena capacidad laboral, las diversas formas de esclavitud social, a pesar de los progresos realizados por la humanidad… Cuántos pobres están también hoy al borde del camino, como Bartimeo, buscando dar un sentido a su condición. Muchos se preguntan cómo han llegado hasta el fondo de este abismo y cómo poder salir de él. Esperan que alguien se les acerque y les diga: «Ánimo. Levántate, que te llama» (v. 49).
Por el contrario, lo que lamentablemente sucede a menudo es que se escuchan las voces del reproche y las que invitan a callar y a sufrir. Son voces destempladas, con frecuencia determinadas por una fobia hacia los pobres, a los que se les considera no solo como personas indigentes, sino también como gente portadora de inseguridad, de inestabilidad, de desorden para las rutinas cotidianas y, por lo tanto, merecedores de rechazo y apartamiento. Se tiende a crear distancia entre los otros y uno mismo, sin darse cuenta de que así nos distanciamos del Señor Jesús, quien no solo no los rechaza sino que los llama a sí y los consuela. En este caso, qué apropiadas se nos muestran las palabras del profeta sobre el estilo de vida del creyente: «Soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo» (Is 58,6-7). Este modo de obrar permite que el pecado sea perdonado (cf. 1P 4,8), que la justicia recorra su camino y que, cuando seamos nosotros los que gritemos al Señor, entonces él nos responderá y dirá: ¡Aquí estoy! (cf. Is 58, 9).
6. Los pobres son los primeros capacitados para reconocer la presencia de Dios y dar testimonio de su proximidad en sus vidas. Dios permanece fiel a su promesa, e incluso en la oscuridad de la noche no deja que falte el calor de su amor y de su consolación. Sin embargo, para superar la opresiva condición de pobreza es necesario que ellos perciban la presencia de los hermanos y hermanas que se preocupan por ellos y que, abriendo la puerta de su corazón y de su vida, los hacen sentir familiares y amigos. Solo de esta manera podremos «reconocer la fuerza salvífica de sus vidas» y «ponerlos en el centro del camino de la Iglesia» (Exhort. apost. Evangelii gaudium, 198).
En esta Jornada Mundial estamos invitados a concretar las palabras del salmo: «Los pobres comerán hasta saciarse» (Sal 22,27). Sabemos que tenía lugar el banquete en el templo de Jerusalén después del rito del sacrificio. Esta ha sido una experiencia que ha enriquecido en muchas Diócesis la celebración de la primera Jornada Mundial de los Pobres del año pasadoMuchos encontraron el calor de una casa, la alegría de una comida festiva y la solidaridad de cuantos quisieron compartir la mesa de manera sencilla y fraterna. Quisiera que también este año, y en el futuro, esta Jornada se celebrara bajo el signo de la alegría de redescubrir el valor de estar juntos. Orar juntos en comunidad y compartir la comida en el domingo. Una experiencia que nos devuelve a la primera comunidad cristiana, que el evangelista Lucas describe en toda su originalidad y sencillez: «Perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. [....] Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno» (Hch 2,42.44-45).
7. Son innumerables las iniciativas que diariamente emprende la comunidad cristiana como signo de cercanía y de alivio a tantas formas de pobreza que están ante nuestros ojos. A menudo, la colaboración con otras iniciativas, que no están motivadas por la fe sino por la solidaridad humana, nos permite brindar una ayuda que solos no podríamos realizar. Reconocer que, en el inmenso mundo de la pobreza, nuestra intervención es también limitada, débil e insuficiente, nos lleva a tender la mano a los demás, de modo que la colaboración mutua pueda lograr su objetivo con más eficacia. Nos mueve la fe y el imperativo de la caridad, aunque sabemos reconocer otras formas de ayuda y de solidaridad que, en parte, se fijan los mismos objetivos; pero no descuidemos lo que nos es propio, a saber, llevar a todos hacia Dios y hacia la santidad. Una respuesta adecuada y plenamente evangélica que podemos dar es el diálogo entre las diversas experiencias y la humildad en el prestar nuestra colaboración sin ningún tipo de protagonismo.
En relación con los pobres, no se trata de jugar a ver quién tiene el primado en el intervenir, sino que con humildad podamos reconocer que el Espíritu suscita gestos que son un signo de la respuesta y de la cercanía de Dios. Cuando encontramos el modo de acercarnos a los pobres, sabemos que el primado le corresponde a él, que ha abierto nuestros ojos y nuestro corazón a la conversión. Lo que necesitan los pobres no es protagonismo, sino ese amor que sabe ocultarse y olvidar el bien realizado. Los verdaderos protagonistas son el Señor y los pobres. Quien se pone al servicio es instrumento en las manos de Dios para que se reconozca su presencia y su salvación. Lo recuerda san Pablo escribiendo a los cristianos de Corinto, que competían ente ellos por los carismas, en busca de los más prestigiosos: «El ojo no puede decir a la mano: “No te necesito”; y la cabeza no puede decir a los pies: “No os necesito”» (1 Co 12,21). El Apóstol hace una consideración importante al observar que los miembros que parecen más débiles son los más necesarios (cf. v. 22); y que «los que nos parecen más despreciables los rodeamos de mayor respeto; y los menos decorosos los tratamos con más decoro; mientras que los más decorosos no lo necesitan» (vv. 23-24). Pablo, al mismo tiempo que ofrece una enseñanza fundamental sobre los carismas, también educa a la comunidad a tener una actitud evangélica con respecto a los miembros más débiles y necesitados. Los discípulos de Cristo, lejos de albergar sentimientos de desprecio o de pietismo hacia ellos, están más bien llamados a honrarlos, a darles precedencia, convencidos de que son una presencia real de Jesús entre nosotros. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).
8. Aquí se comprende la gran distancia que hay entre nuestro modo de vivir y el del mundo, el cual elogia, sigue e imita a quienes tienen poder y riqueza, mientras margina a los pobres, considerándolos un desecho y una vergüenza. Las palabras del Apóstol son una invitación a darle plenitud evangélica a la solidaridad con los miembros más débiles y menos capaces del cuerpo de Cristo: «Y si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26). Siguiendo esta misma línea, así nos exhorta en la Carta a los Romanos: «Alegraos con los que están alegres; llorad con los que lloran. Tened la misma consideración y trato unos con otros, sin pretensiones de grandeza, sino poniéndoos al nivel de la gente humilde» (12,15-16). Esta es la vocación del discípulo de Cristo; el ideal al que aspirar con constancia es asimilar cada vez más en nosotros los «sentimientos de Cristo Jesús» (Flp 2,5).
9. Una palabra de esperanza se convierte en el epílogo natural al que conduce la fe. Con frecuencia, son precisamente los pobres los que ponen en crisis nuestra indiferencia, fruto de una visión de la vida excesivamente inmanente y atada al presente. El grito del pobre es también un grito de esperanza con el que manifiesta la certeza de que será liberado. La esperanza fundada en el amor de Dios, que no abandona a quien confía en él (cf. Rm 8,31-39). Así escribía santa Teresa de Ávila en su Camino de perfección: «La pobreza es un bien que encierra todos los bienes del mundo. Es un señorío grande. Es señorear todos los bienes del mundo a quien no le importan nada» (2,5). En la medida en que sepamos discernir el verdadero bien, nos volveremos ricos ante Dios y sabios ante nosotros mismos y ante los demás. Así es: en la medida en que se logra dar a la riqueza su sentido justo y verdadero, crecemos en humanidad y nos hacemos capaces de compartir.
10. Invito a los hermanos obispos, a los sacerdotes y en particular a los diáconos, a quienes se les impuso las manos para el servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-7), junto con las personas consagradas y con tantos laicos y laicas que en las parroquias, en las asociaciones y en los movimientos, hacen tangible la respuesta de la Iglesia al grito de los pobres, a que vivan esta Jornada Mundial como un momento privilegiado de nueva evangelización. Los pobres nos evangelizan, ayudándonos a descubrir cada día la belleza del Evangelio. No echemos en saco roto esta oportunidad de gracia. Sintámonos todos, en este día, deudores con ellos, para que tendiendo recíprocamente las manos unos a otros, se realice el encuentro salvífico que sostiene la fe, vuelve operosa la caridad y permite que la esperanza prosiga segura en su camino hacia el Señor que llega.
Vaticano, 13 de junio de 2018
Memoria litúrgica de san Antonio de Padua

Vida Cristiana

miércoles, 14 de noviembre de 2018

33 semana del tiempo ordinario Año B 18 noviembre 2018





[Chiesa/Omelie1/Vigilanza/33B18EsperaSeñorVigilarTrabajarSantificarTiempo]

Ø Domingo 33 del tiempo ordinario, ciclo B. (2018). La vigilancia en la vida cristiana. El fiel cristiano debe vigilar y trabajar en la espera de la segunda venida del Señor, que juzgará nuestra vida, santificando el tiempo presente. La advertencia de Cristo “velad” se dirige a cada uno de nosotros, para que pensemos en nuestra vida personal. Este modo de pensar es fuente de la verdadera vida interior, prueba de la madurez de la conciencia y manifestación de responsabilidad humana para consigo mismo y para con los otros. Así cada uno de nosotros como cristiano participa en la misión de la Iglesia. La lección de Jesús es doble: la atención al presente y la mirada fija en la meta futura, en la plena y perfecta redención que es el fin y la finalidad del tiempo. Muchos son tentados de cerrarse en el presente, convencidos de que es imposible ir más allá, ascender, perforar la capa opaca de nuestros días frecuentemente absurdos. Otros, por otra parte, se lanzan sólo hacia el futuro, soñando, ignorando los compromisos cotidianos, tendiendo más allá de la cima hasta caer en el engaño, en la fantasía y en la alienación fanática. Como la fecha de la llegada y la plenitud del Reino está escrita sólo en la mente de Dios y en su proyecto de salvación, es inútil proponer los horóscopos o hipótesis de ciencia ficción o de teología ficción.


v  Cfr. 33 semana del tiempo ordinario Año B  18 noviembre 2018

Daniel 12, 1-3; Hebreos 10,11-14.18; Marcos 13, 24-32
cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Anno B Piemme 1996, pp. 330-335; Nuevo Testamento, Eunsa 2004, Marcos 13, 24-27; 28-37.
Marcos 13, 24-32: 24 « Mas por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, 25 las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. 26 Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; 27 entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. 28 « De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. 29 Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que El está cerca, a las puertas. 30 . Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. 31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 32 Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.

ESTAD SIEMPRE DESPIERTOS
 (Lucas 21, 36: Aleluya antes del Evangelio)

1.    El tiempo presente es un tiempo de espera y de vigilia


·         Catecismo de la Iglesia Católica, n. 672: (…) El tiempo presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio (cf Hechos 1, 8), pero es también un tiempo marcado todavía por la "tribulación" (1 Corintios 7, 26) y la prueba del mal (cf. Ef esios 5, 16) que afecta también a la Iglesia (cf. 1 Pedro 4, 17) e inaugura los combates de los últimos días (1 Juan 2, 18; 4, 3; 1 Timoteo 4, 1). Es un tiempo de espera y de vigilia (cf. Mateo 25, 1-13; Marcos 13, 33-37).

v  En los versículos siguientes al texto del evangelio de Marcos leído hoy, hay una llamada de Jesús a la vigilancia para preparar su segunda venida[1].


o   Vigilad: “porque ignoráis cuándo será el momento”; velad “ya que no sabéis cuando viene el dueño de la casa”.

§  “no sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos”; “a todos lo digo: ¡velad!. 
·         vv. 33-37: 33 « Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento. 34 Al  igual que un hombre que se
ausenta: deja su casa, da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero que vele; 35 velad, por tanto, ya que no sabéis cuándo viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada. 36 No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. 37 Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!»]

o   Jesús explicará esta necesidad de vigilar con la mini-parábola de la higuera.

§  En el evangelio de San Mateo (24, 32-35) y San Lucas (21, 29-33) se refiere también esa parábola con la misma finalidad.
·         Marcos 13, 28-29: « De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, sabéis que
el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que El está cerca, a las puertas.

2.    El centro de la descripción de Jesús no está en  una catástrofe cósmica, no está en el fin del mundo, sino más bien en la «venida del Hijo del hombre» que es la finalidad del mundo es decir, la meta hacia la cual se dirige la historia para llegar a su plenitud


v  Hay una distinción entre a) el fin del mundo (destrucción, desaparición del mundo), y b) la finalidad del mundo en cuanto meta hacia la que se dirige: Cristo y su ingreso en la historia.

·         Gianfranco Ravasi o.c. , p. 333: “Sin  embargo, el centro de la descripción de Jesús no está en  una
catástrofe cósmica, no está en el fin [ la desaparición] del mundo, sino más bien en la «venida del Hijo del hombre» que es la finalidad del mundo, es decir, la meta hacia la cual se dirige la historia para llegar a su plenitud” (Ravasi o.c. p. 330).
·         G. Ravasi o.c.,  p. 333 “Hay un doble modo de considerar el adjetivo «último»: se puede entender como la meta
de un itinerario o de una espera, o bien el fin de una cosa, es decir, el último instante de vida. Se trata de la diferencia que hay en italiano entre el fin di una realidad [su finalidad] y su  su fin [su desaparición]. El énfasis de de las palabras de Jesús  recae sobre el fin [finalidad] de la historia, aunque en el lenguaje usado tal vez parece orientarse sobre el fin [desaparición]del mundo” (…).
·         Gianfranco Ravasi p. 330-331: “Jesús remite a un famoso libro apocalíptico del Antiguo Testamento, el libro
de Daniel (7, 13-14), en el que se introducía la aparición gloriosa del «Hijo del hombre que venía en las nubes del cielo para recibir el poder, honor y reino, y para ser servido por  todos los pueblos, naciones y lenguas». Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás. La tradición judía y cristiana ha visto en esta página el ingreso del Mesías en la historia. Y es bajo esta luz que ahora debemos leer el anuncio de Jesús. Cristo ha venido ya al mundo para imprimir un cambio radical  en la historia humana. Ya se ha dado la inauguración del Reino de Dios, cuya realización es, sin embargo, lenta, aunque hay un crecimiento progresivo. Cuando se  llegará a la plenitud, entonces Cristo «entregará a Dios Padre el Reino para que Dios sea todo en todos» (1 Corintios 15, 24.28)”. 

v  La imagen de la higuera: el cristiano debe vivir con los ojos abiertos, como el centinela que escruta los signos del acercarse de Dios.

·         Gianfranco Ravasi p. 331: “Esta actitud está descrita por Jesús  por medio de la parábola de la higuera, una imagen popular
para indicar los cambios de las estaciones: al contrario de la casi totalidad de las otra plantas de Palestina, la higuera pierde las hojas en invierno, en primavera produce los brotes que, al crecer, nos señalan la inminencia del verano y de los frutos. El cristiano debe vivir con los ojos abiertos, no siendo de carácter blando por  las distracciones  o por el goce ciego, no sentado en los márgenes del río de la vida sino como el centinela que escruta los signos del acercarse de Dios, de su venida hasta «las puertas» de nuestras ciudades y de nuestras casas.
Esta irrupción está siempre «cercana» a cada generación, ya sea a la contemporánea de Jesús que a la del lector de todos los tiempos, porque cada uno tiene a disposición solamente este espacio limitado de tiempo para esperar su venida.  
§  Para entender con finura la imagen de la higuera, es necesario conocer el sistema climático de Palestina
·         Gianfranco Ravasi p. 334: “Para entender con finura la imagen de la higuera, es necesario conocer el sistema climático de
Palestina: la vegetación es siempre verde, con la excepción de la higuera que pierde las hojas en invierno. Prácticamente existen sólo dos estaciones, y la primavera es un período muy breve entre el invierno y el verano. Por tanto, la higuera es el único árbol que señala de modo visual el verano con el brote de sus yemas y, enseguida, el calor hace que explote el follaje y estamos en pleno verano. Hay, por tanto, un breve arco de tiempo para observar la primavera y los signos son mínimos, ligados a los tiernos brotes. Dios se presenta así, como una aparición veloz y secreta; hay que tener ojos vigilantes, mente aguda y corazón preparado para acogerlo”.  

v  Pero como la fecha de la llegada y la plenitud del Reino está escrita sólo en la mente de Dios y en su proyecto de salvación, es inútil proponer los horóscopos o hipótesis de ciencia ficción o de teología ficción. 

·         Gianfranco Ravasi o.c., p. 331: Pero la fecha de la llegada y la plenitud del Reino está escrita sólo en la mente de Dios y en
su proyecto de salvación. Es inútil proponer los horóscopos y agitarse frenéticamente con hipótesis de ciencia ficción o de ficción teológica, como suelen hacer también hoy día ciertas sectas apocalípticas. El creyente, que vive atento a los signos de los tiempos,  vive con intensidad y serenidad su presente,  «su generación», guiado  por la Palabra de Cristo que no pasa, en espera de aquella palabra decisiva y definitiva que será pronunciada por Dios en el momento oportuno y solamente conocido por El”.

v  La lección de Jesús es doble: la atención al presente y la mirada fija en la meta futura, en la plena y perfecta redención que es el fin y la finalidad del tiempo.

o   Muchos son tentados de cerrarse en el presente, convencidos de que es imposible ir más allá, ascender, perforar la capa opaca de nuestros días frecuentemente absurdos. Otros, por otra parte, se lanzan sólo hacia el futuro, soñando, ignorando los compromisos cotidianos, tendiendo más allá de la cima hasta caer en el engaño, en la fantasía y en la alienación fanática.

·         Gianfranco Ravasi o.c. pp. 334-335: “La lección fundamental que debemos recoger de este texto que lleva del fin
[como final de la vida] a la finalidad, es doble. En primer lugar es necesario estar atentos, no distraerse en las cosas, inmersos en la banalidad. Las señales que Dios disemina en la historia son minúsculas pero incisivas. (...) La lección se alarga hacia un horizonte todavía más lejano. El cristiano debe, ciertamente, estar siempre atento al presente, al silencioso paso de Dios por nuestros caminos, pero debe tener también la mirada fija en la meta futura, en la plena y perfecta redención que es el fin y la finalidad del tiempo. (...) No es fácil estar en esta cima. Muchos son tentados de cerrarse en el presente, convencidos de que es imposible ir más allá, ascender, perforar la capa opaca de nuestros días frecuentemente absurdos. Otros, por otra parte, se lanzan sólo hacia el futuro, soñando, ignorando los compromisos cotidianos, tendiendo más allá de la cima hasta caer en el engaño, en la fantasía y en la alienación fanática. El verdadero cristiano obra ahora y aquí, en la espera de que su vida florecerá en el después y en el más allá.”  

o   El  fiel no espera el fin del mundo, sino la venida del Señor. Sabe que no termina en el abismo de la nada, sino que florecerá en la plenitud. En este domingo somos invitados a  interrogarnos sobre algunas cuestiones fundamentales.

·         Gianfranco Ravasi o.c. p. 332: “El fiel, por tanto, no espera el fin del mundo sino la venida del Señor. No espera una
catástrofe cósmica sino una recreación de todo el ser en una armonía suprema, no teme el abismo de la nada sino el florecer de la plenitud y de lo eterno. En efecto, hoy en la primera Lectura, del libro de Daniel, hay un horizonte de luz que espera a los justos: «brillarán como el fulgor del firmamento,  como las estrellas, por toda la eternidad» (12, 3). (...) Hoy somos invitados a interrogarnos sobre algunas cuestiones fundamentales: ¿quién somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos, qué sentido tiene la vida y la muerte? Y somos empujados a encontrar respuestas no en los magos ni en los «astrólogos», o en los fanáticos religiosos, sino  en el Evangelio, que nos presenta una meta con luz, conquistada, sin embargo, a través de la paciencia cotidiana, a través de la esperanza, de estar atentos, a través del amor. En aquel día, Dios «hará nuevas todas las cosas y al que tenga sed le dará gratis del manantial del agua de la vida» (Apocalipsis 21, 5-6)”.
           

3.    Sobre el tiempo presente.


v  No podemos perder el tiempo, que es corto. Hay que gastarlo fielmente, lealmente, administrar bien – con sentido de responsabilidad – los talentos que hemos recibido.

·         San Josemaría, Hoja Informativa n. 1, Madrid, Mayo 1976: “Este mundo, mis hijos, se nos va de las manos. No
podemos perder el tiempo, que es corto: es preciso que nos empeñemos de veras en esa tarea de nuestra santificación personal y de nuestro trabajo apostólico, que nos ha encomendado el Señor: hay que gastarlo fielmente, lealmente, administrar bien – con sentido de responsabilidad – los talentos que hemos recibido”.
“Entiendo muy bien aquella exclamación que San Pablo escribe a los de Corinto: tempus breve est!, ¡qué breve es la duración de nuestro paso por la tierra! Estas palabras, para un cristiano coherente, suenan en lo más íntimo de su corazón como un reproche ante la falta de generosidad, y como una invitación constante para ser leal. Verdaderamente es corto nuestro tiempo para amar, para dar, para desagraviar.”


4.    Juan Pablo II: la  importancia del tiempo en la vida cristiana, el deber de santificarlo.

       Tertio millenio adveniente, n. 10.

v  Cristo es el Señor del tiempo

10. En el cristianismo el tiempo tiene una importancia fundamental. Dentro de su dimensión se crea el mundo, en su interior se desarrolla la historia de la salvación, que tiene su culmen en la « plenitud de los tiempos » de la Encarnación y su término en el retorno glorioso del Hijo de Dios al final de los tiempos. En Jesucristo, Verbo encarnado, el tiempo llega a ser una dimensión de Dios, que en sí mismo es eterno. Con la venida de Cristo se inician los « últimos tiempos » (cf. Hebreos 1, 2), la « última hora » (cf. 1 Juan 2, 18), se inicia el tiempo de la Iglesia que durará hasta la Parusía.
De esta relación de Dios con el tiempo nace el deber de santificarlo.
(...) En la liturgia de la Vigilia pascual el celebrante, mientras bendice el cirio que simboliza a Cristo resucitado, proclama: « Cristo ayer y hoy, principio y fin, Alfa y Omega. Suyo es el tiempo y la eternidad. A El la gloria y el poder por los siglos de los siglos ». Pronuncia estas palabras grabando sobre el cirio la cifra del año en que se celebra la Pascua. El significado del rito es claro: evidencia que Cristo es el Señor del tiempo, su principio y su cumplimiento; cada año, cada día y cada momento son abarcados por su Encarnación y Resurrección, para de este modo encontrarse de nuevo en la « plenitud de los tiempos ».

5.    Papa Francisco: la idolatría del acostumbramiento que hace sordo el corazón.

v  La necesidad de dirigir la mirada al final de las cosas creadas, como la Iglesia enseña en estos días que concluyen el Año litúrgico. [2]

o   ¡Hasta las costumbres pueden ser pensadas como dioses! No las divinicemos.

Hay otra idolatría, la del acostumbramiento que hace sordo el corazón. Lo muestra Jesús en el Evangelio (Lc 17,26-37), con esa descripción de los hombres y mujeres de los tiempos de Noé y de Sodoma: comían, bebían, compraban, vendían, sembraban, construían sin preocuparse de nada, hasta el momento del diluvio o de la lluvia de fuego y azufre, de la destrucción absoluta. Todo es habitual. La vida es así: vivimos así, sin pensar en el ocaso de este modo de vivir. Eso también es idolatría: estar apegado a las costumbres, sin pensar que todo acabará. La Iglesia nos hace mirar al final de estas cosas. ¡Hasta las costumbres pueden ser pensadas como dioses! Así es la vida, y así vamos adelante… Pero, así como la belleza acabará en otra belleza, nuestra costumbre acabará en una eternidad, en otra costumbre. ¡Pero estará Dios!
Es preciso dirigir la mirada siempre más allá, a la costumbre final, al único Dios que está más allá, al final de las cosas creadas, como la Iglesia enseña en estos días que concluyen el Año litúrgico, para no repetir el error fatal de volverse atrás, como le pasó a la mujer de Lot, y con la certeza de que, si la vida es bella, también el ocaso lo será. Nosotros los creyentes no somos gente que se vuelve atrás, que cede, sino gente que va siempre adelante. Ir siempre adelante por la vida, mirando las bellezas y con las costumbres que todos tenemos, pero sin divinizarlas, porque se acabarán… Que las pequeñas bellezas, que reflejan la gran belleza, sean nuestras costumbres para sobrevivir en el canto eterno, en la contemplación de la gloria de Dios.

Vida Cristiana





[1] Jesús vino ya una vez (lo celebramos en las fiestas de la Navidad), y en esa su primera venida a la tierra ha inaugurado el Reino de Dios; podemos entrar en ese reino con una vida conforme al Evangelio. En el evangelio de hoy el Señor se refiere a la segunda venida: en la profesión de fe que frecuentemente recitamos en la celebración de la Eucaristía, tal como la hemos recibido por tradición, decimos que creemos en aquel «que subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin».

[2]  Nota de la Redacción de Vida Cristiana: probablemente, se confirmará más adelante, estas palabras de Papa Francisco se pueden encontrar en la homilía en Santa Marta el 13 de noviembre de 2015.  Espero encontrar la fuente donde se encuentra el texto completo. La liturgia es la del viernes de la 32 semana del tiempo ordinario, año I.

San Juan Pablo II, Homilía, Domingo 33 del tiempo ordinario, ciclo B





[Chiesa/Omelie1/Vigilancia/VigilanciaVidaCristianaVeladConcienciaMaduraJPII]

Ø Domingo de la semana 33 de tiempo ordinario, ciclo B (18 de noviembre de 2018). La vigilancia en la vida cristiana. “Velad y orad en todo tiempo, para que podáis presentaros ante el Hijo del hombre”. Homilía de San Juan Pablo II (1979). El Señor nos dirige especialmente una palabra: “Velad”. Que esta exhortación plasme nuestra vida desde sus fundamentos. Que nos permita vivir en la medida plena de la dignidad del hombre, es decir, en la libertad madura. Que dé a la vida de cada uno de nosotros esa dimensión espléndida, cuya fuente es Cristo. Es la prueba de la madurez de la conciencia. Es la manifestación de la responsabilidad para consigo y para con los otros.    


v  Cfr. San Juan Pablo II, Homilía, Domingo 33 del tiempo ordinario, ciclo B

                  Daniel 12,1-3; Hebreos 10,11-14.18; Marcos 13,24-32
                  Parroquia de San Juan Evangelista, Spinaceto (Roma) (18-XI-1979)
                 

v  La necesidad de velar

En la liturgia de este domingo, el Señor nos dirige, especialmente una palabra: “Velad”. Cristo la ha pronunciado bastantes veces y en circunstancias diversas. Hoy la palabra “velad” se une a la perspectiva escatológica, a la perspectiva de las realidades últimas: “velad y orad en todo tiempo, para que podáis presentaros ante el Hijo del hombre” (cfr. Mt 24, 42. 44).
A este ruego corresponden ya las palabras de la primera lectura del libro del profeta Daniel. Pero sobre todo corresponden las palabras del Evangelio según Marcos. Estas palabras afirman que “el cielo y la tierra pasarán” (Mt 13,31) e incluso delinean el cuadro de este pasar, refiriéndose al fin del mundo.
Me permito referirme a las palabras de la Encíclica Redemptor hominis: “El hombre...vive cada vez más en el miedo. Teme que sus productos, naturalmente no todos y no la mayor parte, sino algunos y precisamente los que contienen una parte especial de su genialidad y de su iniciativa, puedan ser dirigidos de manera radical contra él mismo; teme que puedan convertirse en medios e instrumentos de una auto destrucción inimaginable, frente a la cual todos los cataclismos y las catástrofes de la historia que conocemos parecen palidecer” (Redemptor Hominis III,15).

v  Ese “velad” de Cristo, que resuena en la liturgia de hoy en este denso contenido, se dirige a cada uno de nosotros, a cada hombre.

Ese “velad” de Cristo, que resuena en la liturgia de hoy en este denso contenido, se dirige a cada uno de nosotros, a cada hombre. Cada uno de nosotros tiene su propia parte en la historia del mundo y en la historia de la salvación, mediante la partici­pación en la vida de la propia sociedad, de la nación, del ambiente de la familia.

o   Piense cada uno de nosotros en su vida personal.

Piense cada uno de nosotros en su vida personal. Piense en su vida conyugal y familiar. El marido piense en su comportamiento con la mujer; la mujer en su comportamiento con el marido; los padres para con los hijos, y los hijos para con los padres. Los jóvenes piensen en sus relaciones con los adultos y con toda la sociedad, que tiene derecho de ver en ellos su propio futuro mejor. Los sanos piensen en los enfermos y en los que sufren; los ricos en los necesitados. Los Pastores de almas en estos hermanos y hermanas, que constituyen el “redil del Buen Pastor”, etc.

o   Este modo de pensar, que nace del contenido profundo y universal del “velad” de Cristo, es fuente de la verdadera vida interior. Es la prueba de la madurez de la conciencia.

Este modo de pensar, que nace del contenido profundo y universal del “velad” de Cristo, es fuente de la verdadera vida interior. Es la prueba de la madurez de la conciencia. Es la manifestación de la responsabilidad para consigo y para con los otros. A través de este modo de pensar y de actuar, cada uno de nosotros como cristiano participa en la misión de la Iglesia.

v  No podemos cerrar los ojos ante el significado definitivo de nuestra existencia terrena. Debemos vivir con los ojos bien abiertos.

En la Carta a los Hebreos se afirma que Jesucristo “con una sola oblación perfeccionó para siempre a los santificados” (Hb 10,14). Nosotros mediante la fe, vivimos en la perspectiva de este Sacrificio y Único, y lo realizamos constantemente, cada uno por su cuenta y todos en comunidad, con nuestra vida, con nuestra vela.
No podemos cerrar los ojos a las realidades últimas. No podemos cerrar los ojos ante el significado definitivo de nuestra existencia terrena.
“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mc 13,31), dice el Señor. Debemos vivir con los ojos bien abiertos.

o   Este abrir los ojos, favorecido por la luz de la fe, trae también la paz y la alegría.

§  Y nos permite vivir en la medida plena de la dignidad del hombre, es decir, en la libertad madura.
Este abrir los ojos, favorecido por la luz de la fe, trae también la paz y la alegría, como testifican las palabras del salmo responsorial de la liturgia de hoy. La alegría se deriva del hecho que “el Señor es el lote de mi heredad y mi copa” (Sal 16,5). No vivimos en el vacío, y no caminamos en el vacío.
“El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,/ mi suerte está en tu mano./ Tengo siempre presente al Señor,/ con Él a mi derecha no vacilaré./ Por esto se me alegra el corazón,/ se gozan mis entrañas” (Sal 16,5.8.9).
Por lo tanto no tengo miedo de aceptar esta exhortación: “Velad, pues, porque no sabéis cuándo llegará vuestro Señor”, velad “porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre” (Mt 24,42.44).
Esta exhortación plasme nuestra vida desde sus fundamentos. Nos permita vivir en la medida plena de la dignidad del hombre, es decir, en la libertad madura. Dé a la vida de cada uno de nosotros esa dimensión espléndida, cuya fuente es Cristo.



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