sábado, 19 de enero de 2019

Domingo II del Tiempo Ordinario. Ciclo C, 20 de enero de 2019.



[Chiesa/Omelie1/Jesucristo/2OrdC19CanáInvitaciónAcogerJesúsEnNuestrasVidas]
  Cfr. Chiesa/Omelie1/Matrimonio/2ordC13Caná(1)PresenciaJesúsSacramental…]

Ø Bodas de Caná ( Segundo domingo del Tiempo ordinario del 2019). La invitación a Jesús. Aceptó entonces la invitación a una boda y acepta ahora nuestras invitaciones, es decir, está presente en nuestra vida, en nuestras alegrías y preocupaciones. En el curso de su vida y de su actividad terrestre, El debió someterse necesariamente a las condiciones de tiempo y de lugar. En cambio, después de la Resurrección y de la Ascensión, y después de la institución de la Eucaristía y de la Iglesia, Jesucristo de un modo nuevo, esto es, sacramental y místico, puede ser huésped simultáneamente de todas las personas y de todas las comunidades que lo invitan. Para acoger a Cristo  hacen falta dos actitudes: a) la espera/vigilancia y  b) la admiración/asombro.


v  Cfr. Domingo II del Tiempo Ordinario. Ciclo C, 20 de enero de 2019.

Isaias 62,1-5 – Salmo 95 - 1 Corintios 12,4-11 - Juan 2,1-12

Juan 2, 1-12: Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. 2 Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. 3 Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: «No tienen vino.» 4 Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.» 5 Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que él os diga». 6  Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. 7            Les dice Jesús: «Llenad las tinajas de agua.» Y las llenaron hasta arriba.   8 «Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala.» Ellos lo llevaron. 9 Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían  sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio 10 y le dice: «Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora.» 11 Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos. 12 Después bajó a Cafarnaúm con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días.

Jesús fue invitado a una boda con sus discípulos.
Después de la Resurrección y de la Ascensión,
y después de la institución de la Eucaristía y de la Iglesia,
Jesucristo de un modo nuevo, esto es, sacramental y místico,
puede ser huésped simultáneamente de todas las personas
y de todas las comunidades que lo invitan.

1. La presencia de Cristo en nuestras alegrías y preocupaciones. Aceptó entonces la invitación a una boda y ahora acepta nuestras invitaciones y está presente por medio de los sacramentos.

Cfr. san Juan Pablo II, Homilía en la Parroquia de la Inmaculada y san Juan  Berchmans, 20 enero 1980.

v  La invitación a las bodas de Caná.

En el Evangelio de hoy leemos que el Señor Jesús fue invitado a participar en las bodas que tenían lugar en Caná de Galilea. Esto sucede al comienzo mismo de su actividad magisterial, y el episodio se grabó en la memoria de los presentes, porque precisamente allí Jesús reveló por vez primera la extraordinaria potencia que, desde entonces, debía acompañar siempre su enseñanza. Leemos: «Este fue el primer milagro que hizo Jesús, en Caná de Galilea, y manifestó su gloria y creyeron en El sus discípulos» (Jn 2, 11).
Aunque el acontecimiento tiene lugar al comienzo de la actividad de Jesús de Nazaret, ya están en torno a El los discípulos (los futuros Apóstoles), al menos los que habían sido llamados primero.
§  Con Jesús está también en Caná de Galilea su Madre. Incluso parece que precisamente Ella había sido invitada principalmente.
Con Jesús está también en Caná de Galilea su Madre. Incluso parece que precisamente Ella había sido invitada principalmente. En efecto, leemos: «Hubo una boda en Caná de Galilea, y estaba allí la Madre de Jesús. Fue invitado también Jesús con sus discípulos a la boda» (Jn 2, 1-2). Se puede deducir, pues, que Jesús fue invitado con la Madre, y quizá en atención a Ella; en cambio los discípulos fueron invitados juntamente con El.
§  Por vez primera Jesús es invitado entre los hombres; participa en su alegría pero también en sus preocupaciones; cuando faltó el vino para los invitados, realizó el "signo".
Debemos concentrar nuestra atención sobre todo en esta invitación. Por vez primera Jesús es invitado entre los hombres; y acepta esta invitación, se queda con ellos, habla, participa en su alegría (las bodas son un momento gozoso), pero también en sus preocupaciones; y para remediar los inconvenientes, cuando faltó el vino para los invitados, realizó el "signo": el primer milagro en Caná de Galilea. Muchas veces más será invitado Jesús por los hombres en el curso de su actividad magisterial, aceptará sus invitaciones, estará en relación con ellos, se sentará a la mesa, conversará.

v  En el curso de su vida y de su actividad terrestre, El debió someterse necesariamente a las condiciones de tiempo y de lugar.

o   En cambio, después de la Resurrección y de la Ascensión, y después de la institución de la Eucaristía y de la Iglesia, Jesucristo de un modo nuevo, esto es, sacramental y místico, puede ser huésped simultáneamente de todas las personas y de todas las comunidades que lo invitan.

Conviene insistir en esta línea de los acontecimientos: Jesucristo es invitado continuamente por cada uno de los hombres y por las diversas comunidades. Quizá no exista en el mundo una persona que haya tenido tantas invitaciones, Más aún, es necesario afirmar que Jesucristo acepta estas invitaciones, va con cada uno de los hombres, se queda en medio de las comunidades humanas. En el curso de su vida y de su actividad terrestre, El debió someterse necesariamente a las condiciones de tiempo y de lugar. En cambio, después de la Resurrección y de la Ascensión, y después de la institución de la Eucaristía y de la Iglesia, Jesucristo de un modo nuevo, esto es, sacramental y místico, puede ser huésped simultáneamente de todas las personas y de todas las comunidades que lo invitan. En efecto, El ha dicho: "Sí alguno me ama, guardará mi palabra. y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada" (Jn 14, 23).

o   También vuestra parroquia es un Caná de Galilea, adonde está invitado Jesús. Y permanece para aceptar la invitación de cada uno.

Y he aquí, queridos hermanos y hermanas, que tocamos así la verdad más fundamental para cada uno de vosotros, y al mismo tiempo para vuestra parroquia. También vuestra parroquia es un Caná de Galilea, adonde está invitado Jesús. El ha aceptado esta invitación, y permanece entre vosotros. Permanece incansablemente, incesantemente. Permanece en las comunidades para aceptar, en medio de ellas, la invitación de cada uno. Y el invitado viene y se queda.
Meditad profundamente sobre esta presencia de Jesucristo en vuestra parroquia. y en cada uno de vosotros. ¿Sois verdaderamente hospitalarios con El?

2. La presencia de Jesús en nuestra vida a través de los sacramentos, según el Catecismo de la Iglesia Católica.


v  Los sacramentos, como «fuerzas que brotan» del Cuerpo de Cristo, son «las obras maestras de Dios» en la nueva y eterna Alianza.

-          n. 1116: Los sacramentos, como «fuerzas que brotan» del Cuerpo de Cristo (Cf  Lucas 5, 17; 6, 19; 8,
46) siempre vivo y vivificante, y como acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, son «las obras maestras de Dios» en la nueva y eterna Alianza.

v  En los sacramentos, Cristo continúa «tocándonos» para sanarnos.

-          n. 1504: A menudo Jesús pide a los enfermos que crean (Cf Marcos 5, 34.36; 9, 23). Se sirve de signos para
curar: saliva e imposición de manos (Cf Marcos 7, 32-36; 8, 22-25), barro y ablución (Cf Juan 9, 6 s). Los enfermos tratan de tocarlo (Cf Marcos 1, 41; 3, 10; 6, 56), «pues salía de él una fuerza que los curaba a todos» (Lucas 6, 19). Así, en los sacramentos, Cristo continúa «tocándonos» para sanarnos.

3. La presencia de Cristo en el anuncio de la Palabra, en la celebración de los sacramentos y en las obras de caridad.

Cfr. Benedicto XVI, Catequesis sobre la fe, 17 octubre de 2012

v  El encuentro con una Persona viva que nos transforma en profundidad a nosotros mismos, revelándonos nuestra verdadera identidad de hijos de Dios.

Encontramos y conocemos a Cristo, es decir, podemos reconocer su presencia entre nosotros, “a través del anuncio de la Palabra, la celebración de los sacramentos y las obras de caridad. (…) Se trata del encuentro no con una idea o con un proyecto de vida, sino con una Persona viva que nos transforma en profundidad a nosotros mismos, revelándonos nuestra verdadera identidad de hijos de Dios. El encuentro con Cristo renueva nuestras relaciones humanas, orientándolas, de día en día, a mayor solidaridad y fraternidad, en la lógica del amor. Tener fe en el Señor no es un hecho que interesa sólo a nuestra inteligencia, al área del saber intelectual, sino que es un cambio que involucra la vida, la totalidad de nosotros mismos: sentimiento, corazón, inteligencia, voluntad, corporeidad, emociones, relaciones humanas. Con la fe cambia verdaderamente todo en nosotros y para nosotros, y se revela con claridad nuestro destino futuro, la verdad de nuestra vocación en la historia, el sentido de la vida, el gusto de ser peregrinos hacia la patria celestial”.

4. Para acoger a Cristo  - “haced lo que Él os diga” -, se requieren algunas actitudes fundamentales: a) la espera/vigilancia y b) la admiración/asombro. 

Cfr.  Juan Pablo II, Audiencia general del 26 de julio del 2000.

Para acoger a Cristo  - «haced lo que Él os diga» -  san Juan Pablo II señala dos actitudes fundamentales, que son las propias del hombre ante el misterio: la espera/vigilancia  y la admiración o asombro. Transcribo el texto íntegro sobre estas dos actitudes:

v  a) Espera/Vigilancia, porque para el encuentro con el misterio se requiere paciencia, purificación interior, silencio y espera.

o   Tres imperativos que articulan la espera: “Estad atentos, velad y vigilad”.

 “La primera actitud es la espera, bien ilustrada en el pasaje del evangelio de san Marcos que acabamos de escuchar (cf. Marcos 13, 33-37). En el original griego encontramos tres imperativos que articulan esta espera. El primero es: "Estad atentos"; literalmente: "Mirad, vigilad". "Atención", como indica la misma palabra, significa tender, estar orientados hacia una realidad con toda el alma. Es lo contrario de distracción que, por desgracia, es nuestra condición casi habitual, sobre todo en una sociedad frenética y superficial como la contemporánea. Es difícil fijar nuestra atención en un objetivo, en un valor, y perseguirlo con fidelidad y coherencia. Corremos el riesgo de hacer lo mismo también con Dios, que, al encarnarse, ha venido a nosotros para convertirse en la estrella polar de nuestra existencia.
Al imperativo "estad atentos" se añade  [segundo imperativo] "velad", que en el original griego del evangelio equivale a "estar en vela". Es fuerte la tentación de abandonarse al sueño, envueltos en las tinieblas de la noche, que en la Biblia es símbolo de culpa, de inercia y de rechazo de la luz. Por eso, se comprende la exhortación del apóstol san Pablo: "Vosotros, hermanos, no vivís en las tinieblas, (...) porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas. Así pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados" (1 Tesalonicenses 5, 4-6). Sólo liberándonos de la oscura atracción de las tinieblas y del mal lograremos encontrar al Padre de la luz, en el cual "no hay fases ni períodos de sombra" (Santiago 1, 17).
Hay un tercer imperativo, repetido dos veces con el mismo verbo griego: "Vigilad". Es el verbo del centinela que debe estar alerta, mientras espera pacientemente que pase la noche y despunte en el horizonte la luz del alba. El profeta Isaías describe de modo intenso y vivo esta larga espera, introduciendo un diálogo entre dos centinelas, que se convierte en símbolo del uso correcto del tiempo: ""Centinela, ¿qué hay de la noche?". Dice el centinela: "Se hizo de mañana y también de noche. Si queréis preguntar, preguntad, convertíos, venid" (Isaías 21, 11-12).
Es preciso interrogarse, convertirse e ir al encuentro del Señor. Las tres exhortaciones de Cristo: "Estad atentos, velad y vigilad" resumen muy acertadamente la espera cristiana del encuentro con el Señor. La espera debe ser paciente, como nos recomienda Santiago en su Carta: "Tened paciencia (...) hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca" (Santiago 5, 7-8). Para que crezca una espiga o brote una flor hace falta cierto período de tiempo, que no se puede recortar; para que nazca un niño se necesitan nueve meses; para escribir un libro o componer música de valor, a menudo se requieren años de búsqueda paciente. Esta es también la ley del espíritu: "Todo lo que es frenético pasará pronto", cantaba un poeta (Rainer María Rilke, Sonetos a Orfeo). Para el encuentro con el misterio se requiere paciencia, purificación interior, silencio y espera.

v  b) Admiración/asombro, porque todas las cosas, todos los acontecimientos, para quien sabe leerlos en profundidad, encierran un mensaje que, en definitiva, remite a Dios.  

La segunda actitud - después de la espera atenta y vigilante- es la admiración, el asombro. Es necesario abrir los ojos para admirar a Dios que se esconde y al mismo tiempo se muestra en las cosas, y que nos introduce en los espacios del misterio. La cultura tecnológica y, más aún, la excesiva inmersión en las realidades materiales nos impiden con frecuencia percibir el aspecto oculto de las cosas. En realidad, todas las cosas, todos los acontecimientos, para quien sabe leerlos en profundidad, encierran un mensaje que, en definitiva, remite a Dios. Por tanto, son muchos los signos que revelan la presencia de Dios. Pero, para descubrirlos debemos ser puros y sencillos como niños (cf. Mateo 18, 3-4), capaces de admirar, de asombrarnos, de maravillarnos, de embelesarnos por los gestos divinos de amor y de cercanía a nosotros. En cierto sentido, se puede aplicar al entramado de la vida diaria lo que el concilio Vaticano II afirma sobre la realización del gran designio de Dios mediante la revelación de su Palabra: "Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía" (Dei Verbum, 2).

Vida Cristiana



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