domingo, 13 de enero de 2019

El Bautismo del Señor 13/01/19 Ciclo C - Primer domingo del tiempo ordinario.





El Bautismo del Señor  13/01/19  Ciclo C - Primer domingo del tiempo ordinario.
Isaías 42, 1-4.6-7 - Hechos 10, 34-38; Lucas 3, 15-16.21-22

Ø El Bautismo de Cristo. Como Jesús (y como el «Siervo» del que se habla en la primera Lectura), los

bautizados estamos llamados a caminar en la vida en plena y filial obediencia a la misión y a la vocación a la que hemos sido llamados y consagrados por el Espíritu del Señor, por el Espíritu del Padre.


Isaías 42, 1-4. 6-7:  1 Así dice el Señor: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien se complace mi alma. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. 2 No gritará, ni chillará, no hará oír su voz en la calle. 3 No quebrará la caña cascada, ni apagará el pabilo vacilante. Dictará sentencia según la verdad. 4 No desfallecerá ni se doblará hasta que establezca el derecho en la tierra. Las islas esperará su ley. 6 «Yo, el Señor, te he llamado en justicia, te he tomado de la mano, te he guardado y te he destinado para alianza del pueblo, para luz de las naciones, 7 para abrir los ojos de los ciegos, para sacar a los cautivos de la prisión, y del calabozo a los que yacen en tinieblas.»
Hechos de los Apóstoles  10, 34-38: En aquellos días, Pedro se dirigió a Cornelio y a los que estaban en su casa,  y dijo: 34 «En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas. Está claro que Dios no hace distinciones; 35 sino que en cualquier pueblo le es agradable el que le teme y obra la justicia. 36 Ha enviado  su palabra a los hijos de Israel, anunciando el Evangelio de la paz por medio de Jesucristo, que es el  Señor de todos. 37 Vosotros sabéis lo ocurrido por toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan: 38 cómo a Jesús de Nazaret le ungió  Dios con el Espíritu Santo y poder, y cómo  pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.»
Lucas 3, 15-16. 21-22: 15 Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, 16 Juan les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. 21 Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, 22 bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».

El Bautismo de Jesús es uno de los misterios de luz del Rosario

1. El Bautismo de Jesús – comienzo de su vida pública – es un importante misterio de la vida de Cristo que los cristianos debemos contemplar. Juan Pablo II lo propuso como uno de los  misterios de luz, para contemplarlo cuando se reza el Rosario[1] .


Tres aspectos en el Bautismo en el Jordán: a) Jesús, que es inocente,  se hace “pecado” por nosotros; b) Dios Padre lo proclama Hijo predilecto;  c) el Espíritu Santo desciende sobre Él para investirlo de la misión que  le espera.

·         n. 19: “Con los misterios de luz, la meditación se centra “también en algunos momentos particularmente
significativos de la vida pública” de Cristo. “En estos misterios contemplamos aspectos importantes de la persona de Cristo como revelador definitivo de Dios. Él es quien, declarado Hijo predilecto del Padre en el Bautismo en el Jordán, anuncia la llegada del Reino, dando testimonio de él con sus obras y proclamando sus exigencias. Durante la vida pública es cuando el misterio de Cristo se manifiesta de manera especial como misterio de luz: «Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo» (Jn 9, 5)”.
·         n. 21: “En realidad, todo el misterio de Cristo es luz. Él es «la luz del mundo» (Jn 8, 12). Pero esta
dimensión se manifiesta sobre todo en los años de la vida pública, cuando anuncia el evangelio del Reino. Deseando indicar a la comunidad cristiana cinco momentos significativos –misterios «luminosos»– de esta fase de la vida de Cristo, pienso que se pueden señalar: 1. su Bautismo en el Jordán; 2. su autorrevelación en las bodas de Caná; 3. su anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión; 4. su Transfiguración; 5. institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual
       Cada uno de estos misterios revela el Reino ya presente en la persona misma de Jesús. Misterio de luz es ante todo el Bautismo en el Jordán. En él, mientras Cristo,  como inocente que se hace 'pecado' por nosotros (cf. 2 Co 5, 21), entra en el agua del río, el cielo se abre y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto (cf. Mt 3, 17 par.), y el Espíritu desciende sobre Él para investirlo de la misión que le espera.

o   Primer aspecto: Cristo que es inocente, se hace “pecado” por nosotros (2 Corintios 5, 21).

§  Uniéndose a la multitud de pecadores que se acercaban a Juan el Bautista para recibir el bautismo, Jesús hecho semejante a los hombres pecadores – aunque fuese inocente –, se anonadó a sí mismo, y Dios lo exaltó.
·         Los Evangelios nos dicen que se acercaban a recibir el bautismo de Juan, una multitud de pecadores,
publicanos y soldados (Cf Lc 3, 10-14), fariseos y saduceos (Cf  Mt 3, 7) y prostitutas (Cf  Mt 21, 32). Juan el  Bautista predicaba la conversión, el cambio de vida. Y el Bautismo que Juan impartía era un Bautismo de conversión. Los que deseaban cambiar de vida, motivados por la predicación de Juan, eran bautizados por él con agua.  Este bautismo no era como el Bautismo que nosotros conocemos y recibimos como Sacramento, sino que era como la aceptación de ese cambio que ellos estaban dispuestos a hacer en sus vidas.
En efecto, nos dice el Evangelio de San Lucas que la gente al preguntar a Juan qué debían hacer para convertirse, él les recomendaba: el que tenga qué comer, dé al que no tiene; a los cobradores de impuestos les decía que no cobraran más de lo debido; a los soldados, que no abusaran de la gente y que no hicieran denuncias falsas. Y, cuando se arrepentían, se acercaban a Juan el Bautista para recibir su bautismo.
Por eso  llama la atención el que Jesús, el Hijo de Dios, que se hizo semejante a nosotros en todo, menos en el pecado, se acercara a la ribera del Jordán, como cualquier otro de los que se estaban convirtiendo, a pedirle a Juan, su primo y su Precursor, que le bautizara. Tanto es así, que el mismo Bautista, que venía predicando insistentemente que detrás de él vendría “uno que es más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias” (Mc. 1, 7), cuando aparece Jesús en medio de esas personas  se queda impresionado de la petición del Señor, y duda y discute al Señor: “Soy yo quien debe ser bautizado por Tí, ¿y Tú vienes a mi?”(Mt 3,14) . Pero Jesús insiste y recibe el bautismo. San Mateo narra que el mismo Señor explicó a Juan por qué insistía y quería ser bautizado: “Haz ahora lo que te digo, porque es así como nosotros debemos cumplir toda justicia” (Mt 3, 15). Con esas palabras – debemos cumplir toda justicia -, Jesús manifiesta que Él, aunque está libre de todo pecado - al contrario de las otras personas que se acercaban a recibir el bautismo de Juan -, secunda el plan dispuesto por Dios de preparar a su pueblo por medio de los profetas, en este caso por medio de Juan el Bautista, como preparación para la venida del Mesías.
Para los judíos piadosos, el término «justicia» tenía el sentido de «cumplimiento de la voluntad de Dios».
Recordemos que, para los judíos piadosos, el término «justicia» tenía el sentido de «cumplimiento de la voluntad de Dios». El gesto de Jesús de unirse a los pecadores que acudían para recibir el bautismo de Juan, era una manifestación del «anonadamiento» del que habla san Pablo: “se anonadó a sí mismo tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres”(Filipenses 2, 7); es el mismo Pablo quien afirmará que Dios “a quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros” (2 Corintios 5, 21)”, en el sentido de  «lo hizo víctima por el pecado» o «sacrificio por el pecado». San Agustín dice a este propósito: «Cristo no tuvo pecado alguno; cargó con el pecado, pero no lo cometió» (Enarr. In Ps. 68, 1,10). (cfr. Nuevo Testamento, Eunsa, nota a 2 Co 5,21). (Cfr. también CCE nn. 535;536;1224).
Y como una respuesta a esta actitud de humillación de Jesús, que quiere cumplir la Voluntad del Padre, el Padre revela al mundo quién es la persona que había sido bautizada: “Inmediatamente después de ser bautizado, Jesús salió del agua; y entonces se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios que descendía en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz desde los cielos dijo: «Éste es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido»” (Mateo 3, 16-17).
§  Cristo toma la forma del  «siervo» ya profetizado en el libro de Isaías
·         Es necesario, para contemplar mejor este misterio del Rosario y, en concreto, ese «tomar  forma de
siervo» de la carta de Pablo a los Filipenses, que recordemos las predicciones o profecías que encontramos en el Antiguo Testamento sobre el Siervo del Señor. Se encuentran en cuatro pasajes del libro de Isaías: 42, 1-9; 49, 1-6; 50, 4-11; 52,13-53,12, que son llamados los «Cantos del Siervo». En estos textos de Isaías aparece con claridad que, en la historia de la salvación, desempeña una función decisiva un «siervo del Señor» que es como el protagonista en los planes salvíficos de Dios. Acerca de la identidad de ese «siervo» ha habido diversas hipótesis: puede ser interpretado, por ejemplo, como todo el pueblo de Israel o, bien, como un personaje del pueblo.
Precisamente en la fiesta de hoy, en la primera lectura, se recogen la primeras palabras del primer Canto: “Mira a mi siervo, a quien sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma. He puesto mi Espíritu sobre él”. (Isaías 42,1); por ello podemos concluir que la Iglesia en su liturgia identifica ese «siervo» con Jesús. Y se ha escrito que “los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles, sin entrar  en la cuestión sobre la personalidad originaria del siervo, ven en cada uno de los cuatro cantos una profecía que anuncia al Mesías y que se cumple en Jesucristo.”
§  El Siervo fue constituido como luz de los pueblos, y, al mismo tiempo, era un siervo “doliente”, “sufriente”, que cargará con nuestros  pecados.
·         Para llevar a cabo su misión «fue constituido como luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos»
(cfr. Isaías 42, 6-7).  Por otra parte, realizó su misión salvadora de un modo concreto establecido por el Padre: a través del abajamiento, de la obediencia voluntaria y del sacrificio expiatorio. Llevará a cabo su misión no desde el poder, sino como hijo obediente que asume la condición de siervo.  Ya en las profecías fue presentado como un Siervo «doliente» (cfr. CCE  536), como atestiguan los Cantos de Isaías en diversas partes. Veamos dos ejemplos. En el capítulo 50 de Isaías se señalan los sufrimientos del Siervo, para cumplir su misión: “He ofrecido mi espalda a los que me golpeaban, y mis mejillas a  quienes me arrancaban la barba. No he ocultado mi rostro a las afrentas y salivazos” (v. 6).  Y en el capítulo 52:“Muchos se horrorizaron de él, tan desfigurado estaba, que no tenía aspecto de hombre ni apariencia de ser humano” (v. 14), y en el 53: “Él tomó sobre sí nuestras enfermedades, cargó con nuestros dolores,  fue traspasado por nuestras iniquidades, molido por nuestros pecados; por  sus llagas hemos sido curados; fue maltratado y él se dejó humillar, fue herido de muerte por el pecado de mi pueblo; El justo, mi siervo, justificará a muchos y cargará con sus culpas, fue contado entre los pecadores, llevó los pecados de las muchedumbres e intercede por los pecadores” (cfr. vv. 2-12). (Cfr. Sagrada Biblia, Libros proféticos, Eunsa 2002, notas a Isaías 52 y 53). Yahvé explica el misterio del sufrimiento del justo: no sufre por sus propias culpas sino por las de muchos, por los que intercede.

§  ¿Por qué Jesús se mezcla entre la multitud gris de los pecadores que esperan a las orillas del Jordán,  para ser bautizado por Juan?
                                            Cfr. J. Ratzinger  - Benedicto XVI, Jesús de Nazaret
·         (p. 39). “El bautismo [de Juan] comportaba la confesión de la culpas. Era realmente un reconocimiento de los
pecados y el propósito de poner fin a una vida anterior malgastada para recibir una nueva. ¿Podía hacerlo Jesús? ¿Cómo podía reconocer sus pecados? ¿Cómo podía desprenderse de una vida anterior para entrar en una vida nueva? Los cristianos tuvieron que plantearse estas cuestiones”.
·         (p. 40): “A partir de la cruz y la resurrección se hizo claro para los cristianos lo que había ocurrido: Jesús había
cargado con la culpa de toda la humanidad; entró con ella en el Jordán. Inicia su vida pública tomando el puesto de los pecadores. La inicia con una anticipación de la cruz. Es, por así decirlo, el verdadero Jonás que dijo a los marineros: «Tomadme y lanzadme al mar» (cf. Jon 1, 12). El significado pleno del bautismo de Jesús, que comporta cumplir «toda justicia» se manifiesta sólo en la cruz: el bautismo es la aceptación de la muerte por los pecados de la humanidad, y la voz del cielo - «Éste es mi Hijo amado» (Mc 3, 17) – es una referencia anticipada a la resurrección”.
                                           Jesús no sólo es un espectador antes los pecados de los hombres, sino

                                           que con-padece

·         (p. 42): “El bautismo de Jesús se entiende así como compendio de toda la historia, en el que se retoma el pasado
 y se anticipa el futuro: el ingreso en los pecados de los demás es el descenso al «infierno», no sólo como espectador, como ocurre con Dante,  sino con-padeciendo y, con una sufrimiento transformador, convirtiendo los infiernos, abriendo y derribando las puertas del abismo. Es el descenso a la casa del mal, la lucha con el poderoso que tiene prisionero al hombre (y ¡cómo es cierto que todos somos prisioneros de los poderes sin nombre que nos manipulan!). Este poderoso, invencible con las meras fuerzas de la historia universal, es vencido y subyugado por el más poderoso que, siendo de la misma naturaleza de Dios, puede asumir toda la culpa del mundo, sufriéndola hasta el fondo, sin dejar nada al descender en la identidad de quienes han caído”.

                                          Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo

·         (pp. 43-45): “Juan el Bautista, al ver a Jesús, pronunció estas palabras: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo» (1,29). Mucho se ha hablado sobre estas palabras, que en la liturgia romana se pronuncian antes de comulgar. ¿Qué significa «cordero de Dios»? ¿Cómo es que se denomina a Jesús «cordero» y cómo quita este  cordero» los pecados del mundo, los vence hasta dejarlos sin sustancia ni realidad?.
(...)  El canto del siervo de Dios en Isaías 53, 7 compara al siervo que sufre con un cordero al que se lleva al matadero: «Como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca». Más importante aún es que Jesús fue crucificado durante una fiesta de Pascua y debía aparecer por tanto como el verdadero cordero pascual, en el que se cumplía lo que había significado el cordero pascual en la salida de Egipto: liberación de la tiranía mortal de Egipto y vía libre para el éxodo, el camino hacia la libertad de la promesa. A partir de la Pascua, el simbolismo del cordero ha sido fundamental para entender a Cristo. Lo encontramos en Pablo (cf. 1 Co 5, 7), en Juan (cf. 19, 36), en la Primera Carta de Pedro (cf. 1, 19) y en el Apocalipsis (cf. por ejemplo, 5, 6).
(...) La palabra hebrea taljã' significa tanto «cordero» como «mozo», «siervo» (ThWNT I 343). Así, las palabras del Bautista pueden haber hecho referencia ante todo al siervo de Dios que, con sus penitencias vicarias, «carga» con los pecados del mundo; pero en ellas también se le podría reconocer como el verdadero cordero pascual, que con su expiación borra los pecados del mundo. «Paciente como un cordero ofrecido en sacrificio, el Salvador se ha encaminado hacia la muerte por nosotros en la cruz; con la fuerza expiatoria de su muerte inocente ha borrado la culpa de toda la humanidad» (ThWNT I 343s). Si en las penurias de la opresión egipcia la sangre del cordero pascual había sido decisiva para la liberación de Israel, El, el Hijo que se ha hecho siervo —el pastor que se ha convertido en cordero— se ha hecho garantía ya no sólo para Israel, sino para la liberación del «mundo», para toda la humanidad. (...) 
La expresión «cordero de Dios» interpreta, si podemos decirlo así, la teología de la cruz que hay en el bautismo de Jesús, de su descenso a las profundidades de la muerte. Los cuatro Evangelios indican, aunque de formas diversas, que al salir Jesús de las aguas el cielo se «rasgó» (Mc), se «abrió» (Mt y Lc), que el espíritu bajó sobre Él «como una paloma» y que se oyó una voz del cielo que, según Marcos y Lucas, se dirige a Jesús: «Tú eres...», y según Mateo, dijo de él: «Este es mi hijo, el amado, mi predilecto» (3, 17). La imagen de la paloma puede recordar al Espíritu que aleteaba sobre las aguas del que habla el relato de la creación (cf. Gn 1, 2); mediante la partícula «como» (como una paloma) ésta funciona como «imagen de lo que en sustancia no se puede describir...» (Gnilka, I, p. 78). Por lo que se refiere a la «voz», la volveremos a encontrar con ocasión de la transfiguración de Jesús, cuando se añade sin embargo el imperativo: «Escuchadle». En su momento trataré sobre el significado de estas palabras con más detalle”.

o   Segundo aspecto. “La voz del Padre lo proclama Hijo predilecto” (cf. Mateo 3, 17; Marcos 1,11; Lucas 3,22): la identidad de Jesús.

·         La complacencia de Dios Padre en Jesús que proclaman estos tres textos del Evangelio, ya estaba
profetizada en el primer Canto del libro de Isaías (primera Lectura): : «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien se complace mi alma». Se manifiesta la identidad de Jesús; se ha dicho que ser el Hijo de Dios es la identidad más profunda. El Mesías esperado es también el Hijo predilecto, el Hijo amado de Dios. 

o   Tercer aspecto: y el Espíritu descendió  sobre Jesús - unción de Jesús – para ser manifestado a Israel como su Mesías; el descenso del Espíritu Santo sobre Jesús era el signo de que Él era el que debía venir, y el signo de la misión divina que le esperaba. (cfr. las tres Lecturas de hoy). Es revelada la eterna consagración en el tiempo de su vida terrena.

·         Marcos 1,10: “Y nada más salir del agua vio los cielos abiertos y al Espíritu que, en forma de paloma,
descendía sobre él”.  El Espíritu Santo descendió para ungir a Jesús, que, en el lenguaje bíblico, significa consagrar, o dar la investidura y los poderes necesarios para una misión.
·         El Catecismo de la Iglesia Católica,  recuerda que la consagración mesiánica de Jesús manifiesta su
misión divina, y que  la eterna consagración mesiánica fue revelada - inaugurada -  en el tiempo de su vida terrena en el momento de su bautismo por Juan, como explica San Pedro en su  predicación en casa de Cornelio: «Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder» (Hechos 10,38) «para que él fuese manifestado a Israel» (Juan 1, 31) como su Mesías”; el descenso del Espíritu Santo sobre Jesús en su Bautismo por Juan - descenso que había sido profetizado en el Antiguo Testamento (cfr. Isaías 11,2) -  fue el signo de que El era el que debía venir, el Mesías, el Hijo de Dios (Cf Mateo 3, 13-17; Juan 1, 33-34) (cfr. CEC nn. 438; 536 y 1286). 
A este respecto es evidente el testimonio de Juan el Bautista: “He visto el Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y permanecía sobre él. Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar en agua me dijo: «Sobre el que veas que desciende el Espíritu y permanece sobre él, ése es quien bautiza en el Espíritu Santo». Y yo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios” (Juan 1, 32-34).

2. El episodio del Bautismo de Jesús tiene un significado para nosotros

     cfr. Primo Gironi, Battesimo di Gesù- Annuncio, Omelie- Temi di Predicazione, n. 108 nuova

     serie

§  El bautismo para nosotros es una «inmersión» en la muerte (al pecado, al mal y a todo lo que es contrario al Evangelio), para emerger a la vida nueva de los Hijos de Dios.
·         Jesús que se sumerge en las aguas del río Jordán es el mismo Jesús que se «sumergirá» en la muerte en la
cruz. Y el Jesús que sale del agua, es el mismo Jesús de la resurrección y de la Pascua, que sale del sepulcro. Este episodio también tiene un significado para nosotros. El bautismo es una palabra que deriva del griego (bapto/baptizo/, «sumergirse»), que para nosotros es «inmersión» en la muerte (al pecado, al mal y a todo lo que es contrario al Evangelio), para «emerger» a la vida nueva de los resucitados, de los Hijos de Dios. Nuestra vida debe ser, siguiendo el ejemplo de Jesús, una continua adhesión a Dios y a su voluntad de Padre. Como Jesús (y como el «Siervo» del que se habla en la primera Lectura), nosotros estamos llamados a caminar en la vida en plena y filial obediencia a la misión y a la vocación a la que hemos sido llamados y consagrados por el Espíritu del Señor, por el Espíritu del Padre.
§  Cristo realiza plenamente su misión salvadora por medio de su muerte y resurrección. Los creyentes por el bautismo  somos inmersos con Cristo en la muerte para resucitar con él a una vida nueva, se trata del paso de la vida «vieja» a la vida «nueva» en Cristo Jesús.
·         Cristo realizará plenamente su misión por medio del «supremo bautismo» en las aguas simbólicas de su
muerte, de las que sale con la resurrección; diversas veces Jesús habla de su muerte con la imagen de “un bautismo con el que tiene que ser bautizado” (Lucas 12,50), y a sus discípulos - a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo - que le piden “sentarse a su derecha y a su izquierda en la gloria”, les dice que “beberán el cáliz que él bebe y que recibirán el bautismo con el que él es bautizado, pero sentarse a su derecha o a su izquierda no le corresponde concederlo, sino que es para quien está dispuesto” (cfr. Marcos 10, 35-40).
·         “¿No sabéis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús hemos sido bautizados para unirnos a su
muerte? Pues fuimos sepultados juntamente con él mediante el bautismo para unirnos a su muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva” (Romanos 6, 3-4). Por el sacramento del bautismo los cristianos nos unimos a Cristo; cuando se celebra el bautismo por inmersión, aparece con mayor claridad el simbolismo: la inmersión en el agua “sepulta al pecador en la muerte de Cristo” (cfr. Colosenses 2,12) de la que se sale por la resurrección con él (Cfr. Romanos 8,11) como nueva criatura; nacemos a una vida nueva renunciando al pecado.
§  La imagen de la esclavitud y de la libertad, para explicar el contenido de la vida “nueva”.
·         En otros versículos de esta misma carta a los Romanos, san Pablo exhorta a vivir con un estilo de vida
típicamente cristiano que corresponde a la condición de bautizados, usando la imagen de la esclavitud y de la libertad. “Que no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal de modo que obedezcáis a sus concupiscencias (...) gracias a Dios, vosotros, que fuisteis esclavos del pecado,  obedecisteis de corazón a aquel modelo de doctrina al que fuisteis confiados y, liberados del pecado, os hicisteis siervos de la justicia. (...) Ahora, liberados del pecado y hechos siervos de Dios, dais vuestro fruto para la santidad; y tenéis como fin la vida eterna” (Cfr. vv. 12-23). 
§  La vida nueva es el revestimiento de Cristo.
Y a los Gálatas, Pablo les dirá: “Los que habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo”(3,27). Por el bautismo, el hombre se transforma en hijo de Dios y se reviste de Cristo.
§  Para vivir la vida “nueva”, es decir, según el Espíritu, hay que mortificar (morir a  …) las obras de la carne. 
Una de las afirmaciones más claras sobre el paso de la vida «vieja» a la vida «nueva», es expresada por Pablo en su conocido texto a los Gálatas sobre las obras de la carne, el hombre viejo, que hay que mortificar, para vivir según el Espíritu, con sus frutos: “Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras ambición, divisiones, disensiones, rivalidades, borracheras, comilonas y cosas semejantes (...) En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio de sí” (Cfr. 5, 19-23).



Vida Cristiana


[1] cfr. Carta Apostólica «Rosarium Virginis Mariae», 16 octubre 2002, nn. 19 y 21

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