sábado, 15 de junio de 2019

Discurso del Papa Francisco al “Congreso “¡Sí a la vida!” Sábado, 25 de mayo de 2019




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Ø ¡Sí a la vida!. Discurso al Congreso “Sí a la vida” de Papa Francisco (Mayo
2019). Ningún ser humano puede ser jamás incompatible con la vida, ni por su edad, ni por sus condiciones de salud, ni por la calidad de su existencia. Hay una cosa que la medicina sabe bien: los niños, desde el seno materno, si presentan condiciones patológicas, son pequeños pacientes, que no raramente se pueden curar con intervenciones farmacológicas, quirúrgicas y asistenciales extraordinarias, capaces ya de reducir esa terrible brecha entre posibilidades diagnósticas y terapéuticas.

v  Cfr. Discurso del Papa Francisco al “Congreso “¡Sí a la vida!”

Sábado, 25 de mayo de 2019

Señores Cardenales, venerables hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos.
Saludo al Cardenal Farrell y le agradezco sus palabras de introducción. Saludo a los participantes en el Congreso internacional “Yes to Life! Cuidar el precioso don de la vida en la fragilidad”, organizado por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida y por la Fundación “El Corazón en una Gota”, una de las realidades que en el mundo se dedican cada día a acoger el nacimiento de niños en condiciones de extrema fragilidad. Niños que, en algunos casos, la cultura del descarte define “incompatibles con la vida”, y son condenados a muerte.

v  Ningún ser humano puede ser jamás incompatible con la vida, ni por su edad, ni por sus condiciones de salud, ni por la calidad de su existencia.

Pero ningún ser humano puede ser jamás incompatible con la vida, ni por su edad, ni por sus condiciones de salud, ni por la calidad de su existencia. Todo niño que se anuncia en el seno de una mujer es un don, que cambia la historia de una familia: de un padre y de una madre, de los abuelos y de los hermanos.
Y ese niño necesita ser acogido, amado y cuidado. ¡Siempre! También cuando lloran, como ese [aplausos]. Quizá alguna pueda pensar: “Pero, hace ruido… sacadlo de aquí”. No: eso es una música que todos debemos escuchar. Y diré que ha oído los aplausos y se ha dado cuenta de que eran para él. Hay que escuchar siempre, también cuando el niño nos moleste un poco; incluso en la
iglesia: ¡que lloren los niños en la iglesia! Alaban a Dios. Nunca, jamás echar a un niño porque llore. Gracias por el testimonio.
Cuando una mujer descubre que está esperando un niño, se mueve inmediatamente en ella un sentido de misterio profundo. Las mujeres que son madres lo saben. La conciencia de una presencia, que crece dentro de ella, invade todo su ser, haciéndola no ya solo mujer, sino madre. Entre ella y el niño se instaura en seguida un intenso diálogo cruzado, que la ciencia llama cross-talk. Una relación real e intensa entre dos seres humanos, que se comunican entre sí desde los primeros instantes de la concepción para favorecer una recíproca adaptación, conforme el pequeño crece y se desarrolla. Esa capacidad comunicativa no es solo de la mujer, sino sobre todo del niño, que en su individualidad empieza a enviar mensajes para revelar su presencia y sus necesidades a la madre. Es así como ese nuevo ser humano se convierte en seguida en un hijo, moviendo a la mujer con todo su ser a dedicarse a él.

v  Las modernas técnicas de diagnóstico prenatal son capaces de descubrir desde las primeras semanas la presencia de malformaciones y patologías, que a veces pueden poner en serio peligro la vida del niño y la serenidad de la mujer.


o   Sin embargo, hay una cosa que la medicina sabe bien: los niños, desde el seno materno, si presentan condiciones patológicas, son pequeños pacientes, que no raramente se pueden curar con intervenciones farmacológicas, quirúrgicas y asistenciales extraordinarias, capaces ya de reducir esa terrible brecha entre posibilidades diagnósticas y terapéuticas.

§  Por eso, es indispensable que los médicos tengan bien claro no solo el objetivo de la curación, sino el valor sagrado de la vida humana, cuya defensa sigue siendo el fin último de la práctica médica.
En ese sentido, el confort care perinatal es una modalidad de terapia que humaniza la medicina, porque mueve a una relación responsable con el niño enfermo.
Hoy, las modernas técnicas de diagnóstico prenatal son capaces de descubrir desde las primeras semanas la presencia de malformaciones y patologías, que a veces pueden poner en serio peligro la vida del niño y la serenidad de la mujer. La sola sospecha de la patología, y aún más la certeza de la enfermedad, cambian la vivencia del embarazo, dejando a mujeres y parejas en una profunda incomodidad. El sentido de soledad, de impotencia, y el miedo al sufrimiento del niño y de la familia entera surgen como un grito silencioso, una llamada de ayuda en la oscuridad de una enfermedad, de la que nadie sabe predecir el final cierto. Porque la evolución de cada enfermedad es siempre subjetiva y ni los médicos suelen saber cómo se manifestará en el individuo.
Sin embargo, hay una cosa que la medicina sabe bien: los niños, desde el seno materno, si presentan condiciones patológicas, son pequeños pacientes, que no raramente se pueden curar con intervenciones farmacológicas, quirúrgicas y asistenciales extraordinarias, capaces ya de reducir esa terrible brecha entre posibilidades diagnósticas y terapéuticas, que desde años constituye una de
las causas del aborto voluntario y del abandono asistencial al nacimiento de tantos niños con graves patologías. Las terapias fetales, por un lado, y los Hospicios Perinatales, por otro, obtienen resultados sorprendentes en términos clínico-asistenciales y proporcionan una ayuda esencial a las familias que acogen el nacimiento de un hijo enfermo. Dichas posibilidades y conocimientos deben ser puestos a disposición de todos para difundir un enfoque científico y pastoral de acompañamiento competente.
Por eso, es indispensable que los médicos tengan bien claro no solo el objetivo de la curación, sino el valor sagrado de la vida humana, cuya defensa sigue siendo el fin último de la práctica médica. La profesión médica es una misión, una vocación a la vida, y es importante que los médicos sean conscientes de ser ellos mismos un don para las familias que se les confían: médicos capaces de entrar en relación, de hacerse cargo de las vidas ajenas, proactivos ante el dolor, capaces de tranquilizar, de empeñarse en encontrar siempre soluciones respetuosas con la dignidad de toda vida humana.
En ese sentido, el confort care perinatal es una modalidad de terapia que humaniza la medicina, porque mueve a una relación responsable con el niño enfermo, que es acompañado por los empleados y por su familia en un camino asistencial integrado, que nunca lo abandona, haciéndole sentir calor humano y amor.
Todo esto se ve necesario especialmente con esos niños que, al estado actual de los conocimientos científicos, están destinados a morir tras el parto, o en breve espacio de tiempo. En esos casos, la terapia podría parecer un inútil empleo de recursos y un ulterior sufrimiento para los padres. Pero una mirada atenta sabe captar el significado auténtico de ese esfuerzo, dirigido a llevar a cumplimiento el amor de una familia. Cuidar a esos niños ayuda, de hecho, a los padres a llevar el luto y concebirlo no solo como pérdida, sino como etapa de un camino recorrido juntos. Ese niño estará en su vida para siempre. Y ellos lo habrán podido amar. Muchas veces, esas pocas horas en las que la madre puede acunar a su niño dejan una huella en el corazón de aquella mujer que
nunca olvidará. Y ella se siente –permitidme la palabra– realizada. Se siente madre.

v  Desgraciadamente la cultura hoy dominante no promueve esta visión: a

nivel social el temor y la hostilidad ante la discapacidad inducen a menudo a elegir el aborto, configurándolo como práctica de “prevención”.

o   Pero la enseñanza sobre este punto es clara: la vida humana es sagrada e
inviolable y el uso del diagnóstico prenatal con fines selectivos debe desaconsejarse con fuerza, porque es expresión de una inhumana mentalidad eugenésica, que quita a las familias la posibilidad de acoger, abrazar y amar a sus niños más débiles.
§  A veces oímos: “Los católicos no aceptáis el aborto, es un problema de vuestra fe”. No: es un problema pre-religioso. La fe no tiene nada que ver.
Desgraciadamente la cultura hoy dominante no promueve esta visión: a nivel social el temor y la hostilidad ante la discapacidad inducen a menudo a elegir el aborto, configurándolo como práctica de “prevención”. Pero la enseñanza de la Iglesia sobre este punto es clara: la vida humana es sagrada e inviolable y el uso del diagnóstico prenatal con fines selectivos debe desaconsejarse con fuerza, porque es expresión de una inhumana mentalidad eugenésica, que quita a las familias la posibilidad de acoger, abrazar y amar a sus niños más débiles. A veces oímos: “Los católicos no aceptáis el aborto, es un problema de vuestra fe”. No: es un problema pre-religioso. La fe no tiene nada que ver.
Viene después, pero no tiene que ver: es un problema humano. Es un problema pre-religioso. No achaquemos a la fe una cosa que no le compete desde el inicio. Es un problema humano. Solo dos frases nos ayudarán a entender bien esto: dos preguntas. Primera pregunta: ¿es lícito eliminar una vida humana para resolver un problema? Segunda pregunta: ¿es lícito contratar un sicario para resolver un problema? Responded vosotros. Ese es el punto. No ir a lo religioso en una cosa que se refiere a lo humano. No es lícito. Nunca, jamás eliminar una vida humana ni contratar un sicario para resolver un problema.
El aborto nunca es la respuesta que las mujeres y las familias buscan. Más bien son el miedo a la enfermedad y la soledad los que hacen dudar a los padres. Las dificultades de orden práctico, humano y espiritual son innegables, pero precisamente por eso son urgentes y necesarias acciones pastorales más incisivas para sostener a los que acogen a los hijos enfermos. Hay, pues, que
crear espacios, lugares y “redes de amor” a las que las parejas se puedan dirigir, así como dedicar tiempo al acompañamiento de esas familias.
Me viene a la cabeza una historia que i conocí en mi otra diócesis. Había una chica de
15 años con síndrome de Down que quedó encinta y los padres fueron al juez para pedir permiso de abortar. El juez, un hombre recto en serio, estudió el asunto y dijo: “Quiero interrogar a la chica”. “Pero si es síndrome de Down, no entiende…”. “No, no, que venga”. Y fue la chica de 15 años, se sentó allí, comenzó a hablar con el juez y él le dijo: “¿Tú sabes lo que te pasa?”. “Sí, estoy enferma…”. “Ah, ¿y cómo es tu enfermedad?”. “Me han dicho que tengo dentro un animal que me come el estómago, y por eso deben intervenirme”. “No… no tienes un gusano que te come el estómago. ¿Sabes lo que hay ahí? ¡Un niño!”. Y la chica Down dijo: “¡Oh, qué hermoso!”: así. Con eso, el juez no autorizó el aborto. La madre lo quiere. Pasó el tiempo. Nació una niña. Estudió, creció, y fue abogada. Aquella niña, desde que supo su historia, porque se la contaron, cada día de cumpleaños llamaba al juez para darle las gracias por el don del nacimiento. Las cosas de la vida. El juez murió y ahora ella es promotora de justicia. ¡Qué cosa más bonita! El aborto nunca es la respuesta que buscan las mujeres y las familias.
Gracias, pues, a todos los que trabajáis en esto. Y gracias, en particular, a las familias, madres y padres, que habéis acogido la vida frágil  –la palabra fragilidad debe subrayarse–  porque las madres, y también las mujeres, son especialistas en fragilidad: acoger la vida frágil; y que ahora sois apoyo y ayuda para otras familias. Vuestro ejemplo de amor es un don para el mundo. Os
bendigo y os llevo en mi oración. Y os pido por favor que recéis por mí. Gracias.

Vida Cristiana

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