miércoles, 17 de julio de 2019

Homilía de papa Francisco en la solemnidad de san Pedro y san Pablo Sábado, 29 de junio de 2019



Ø Solemnidad de san Pedro y san Pablo. (29 de junio de 2019). Somos llamados a ser  testigos de Jesús con nuestra vida. Sus vidas no fueron limpias  ni lineales. Cometieron grandes errores: Pedro llegó a negar al Señor; Pablo a perseguir a la Iglesia de Dios. Fueron Testigos de perdón. En sus caídas descubrieron el poder de la misericordia del Señor, que les regeneró. Un testimonio que nace del encuentro con Jesús vivo. Un testigo no es quien conoce la historia de Jesús, sino quien vive una historia de amor con Jesús. Que anuncia que Jesús está vivo y es el secreto de la vida.


ESTAMOS LLAMADOS A SER TESTIGOS DEL SEÑOR
CON NUESTRAS VIDAS

Homilía de papa Francisco en la solemnidad de san Pedro y san Pablo
Sábado, 29 de junio de 2019

Los Apóstoles Pedro y Pablo están ante nosotros como testigos. Nunca se cansaron de anunciar, de vivir en misión, en camino, desde la tierra de Jesús hasta Roma. Aquí dieron testimonio hasta el fin, dando la vida como mártires. Si vamos a las raíces de su testimonio, los descubrimos testigos de vida, testigos de perdón y testigos de Jesús.

v  Fueron testigos de vida. Sus vidas no fueron limpias  ni lineales. Cometieron grandes errores: Pedro llegó a negar al Señor; Pablo a perseguir a la Iglesia de Dios.

o   Jesús les llamó por su nombre y les cambió la vida. Se fio de dos pecadores arrepentidos.

§  Nos ama tal como somos y busca gente que no se basta a sí misma, sino que está dispuesta a abrirle el corazón.
Pedro y Pablo fueron transparentes delante de Dios. Pedro se lo dijo
en seguida a Jesús: «soy un pecador» (Lc 5,8). Pablo escribió que
era «el menor de los Apóstoles, que no soy digno de ser llamado
apóstol» (1Cor 15,9).
Testigos de vida. Sin embargo, sus vidas no fueron limpias ni lineales. Ambos eran de índole muy religiosa: Pedro discípulo de la primera hora (cfr. Jn 1,41), Pablo incluso «extremadamente celoso de las tradiciones de los padres» (Gal 1,14). Pero cometieron errores enormes: Pedro llegó a negar al Señor, Pablo a perseguir a la Iglesia de Dios. Los dos quedaron al descubierto por las preguntas de Jesús: «Simón, hijo de Juan, me amas?» (Jn 21,15); «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (Hch 9,4). Pedro quedó dolido por las preguntas de Jesús, Pablo ciego por sus palabras. Jesús les llamó por su nombre y les cambió la vida. Y después de todas estas aventuras se fio de ellos, de dos pecadores arrepentidos. Podríamos preguntarnos: ¿por qué el Señor no nos ha dado dos testigos integérrimos, de expediente limpio, de vida inmaculada? ¿Por qué Pedro, cuando estaba Juan? ¿Por qué Pablo y no Bernabé?

Hay una gran enseñanza en esto: el punto de partida de la vida cristiana no es ser dignos; con los que se creían buenos el Señor pudo hacer bien poco. Cuando nos consideramos mejores que los demás es el inicio del fin. El Señor no hace prodigios con quien se cree justo, sino con quien sabe que está necesitado. No es atraído por nuestra habilidad, no nos ama por eso. Nos ama tal como somos y busca gente que no se basta a sí misma, sino que está dispuesta a abrirle el corazón. Pedro y Pablo fueron así, transparentes delante de Dios. Pedro se lo dijo en seguida a Jesús: «soy un pecador» (Lc 5,8). Pablo escribió que era «el menor de los Apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol» (1Cor 15,9). En su vida mantuvieron esa humildad, hasta el final: Pedro crucificado cabeza abajo, porque no se creía digno de imitar a su Señor; Pablo, siempre aficionado a su nombre, que significa “pequeño”, y olvidado del que recibió al nacer, Saulo, nombre del primer rey de su pueblo. Comprendieron que la santidad no está en alzarse, sino abajarse: no es subir puestos, sino confiar cada día la propia pobreza al Señor, que realiza grandes cosas con los humildes. ¿Cuál fue el secreto que le hizo seguir adelante en las debilidades? El perdón del Señor.

v  Fueron Testigos de perdón. En sus caídas descubrieron el poder de la misericordia del Señor, que les regeneró.

Descubrámosles pues Testigos de perdón. En sus caídas descubrieron el poder de la misericordia del Señor, que les regeneró. En su perdón hallaron una paz y una alegría incontenibles. Con lo que habían hecho habrían podido vivir con sentido de culpa: ¡cuántas veces Pedro habrá pensado en su negación! ¡Cuántos escrúpulos para Pablo, que había hecho daño a tantos inocentes! Humanamente habían fracasado. Pero encontraron un amor más grande que sus fallos, un perdón tan fuerte que curó hasta su sentido de culpa. Solo cuando experimentamos el perdón de Dios renacemos de verdad. Desde ahí se recomienza, del perdón; ahí nos encontramos a nosotros mismos: en la confesión de nuestros pecados.

v  Fueron testigos de Jesús. Un testimonio que nace del encuentro con Jesús vivo.

o   Un testigo no es quien conoce la historia de Jesús, sino quien vive una historia de amor con Jesús. Que anuncia que Jesús está vivo y es el secreto de la vida.


Testigos de vida, Testigos de perdono, Pedro y Pablo son sobre todo Testigos de Jesús. En el Evangelio de hoy les pregunta: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?». Las respuestas evocan personajes del pasado: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Personas extraordinarias, pero todas muertas. Pedro en cambio responde: «Tú eres el Cristo» (cfr. Mt 16,13.14.16). Cristo, o sea, Mesías. Es una palabra que no indica el pasado, sino el futuro: el Mesías es el esperado, la novedad, el que trae al mundo la unción de Dios. Jesús no es el pasado, sino el presente y el futuro. No es un personaje lejano al que recordar, sino a quien Pedro habla de tú: Tú eres el Cristo. Para el testigo, más que un personaje de la historia, Jesús es la persona de la vida: es lo nuevo, no lo ya visto; la novedad del futuro, no un recuerdo del pasado. Así pues, testigo no es quien conoce la historia de Jesús, sino quien vive una historia de amor con Jesús. Porque el testigo, en el fondo, solo anuncia eso: que Jesús está vivo y es el secreto de la vida. De hecho, vemos a Pedro que, después de haber dicho: Tu eres el Cristo, añade: «el Hijo de Dios vivo» (v. 16). El testimonio nace del encuentro con Jesús vivo. También en el centro de la vida de Pablo vemos la misma palabra que sale del corazón de Pedro: Cristo. Pablo repite ese nombre de continuo, ¡casi cuatrocientas veces en sus cartas! Para él Cristo no es solo el modelo, el ejemplo, el punto de referencia: es la vida. Escribe: «Para mí el vivir es Cristo» (Fil 1,21). Jesús es su presente y su futuro, hasta el punto de que juzga el pasado basura ante la sublimidad del conocimiento de Cristo (cfr. Fil 3,7-8).

Hermanos y hermanas, ante estos testigos, preguntémonos: “¿Yo renuevo cada día el encuentro con Jesús?”. Quizá tenemos curiosidad por Jesús, nos interesamos por cosas de la Iglesia o noticias religiosas. Abrimos web y periódicos y hablamos de cosas sagradas. Pero así nos quedamos en el qué dice la gente, en sondeos, en el pasado, en estadísticas. A Jesús le interesa poco. No quiere reporteros del espíritu, y mucho menos cristianos de portadas o de estadísticas. Él busca testigos que cada día le dicen: “Señor, tú eres mi vida”.

v  Testigos vivos de Jesús. Dan testimonio de una vida nueva.

o   Recuperemos en el trato diario con Jesús y en la fuerza de su perdón nuestras raíces.

§  Jesús, como a Pedro, nos pregunta:“¿Quién soy yo para ti?”; “¿me amas tú?”.
Una vez encontrado Jesús y experimentado su perdón, los Apóstoles dieron testimonio de una vida nueva: ya no se ahorraron nada, se entregaron. No se contentaron con medias tintas, sino que tomaron la única medida posible para quien sigue a Jesús: la de un amor sin medida. Se “derramaron en sacrificio” (cfr. 2 Tm 4,6). Pidamos la gracia de no ser cristianos tibios, que viven de medias tintas, que dejan resfriar el amor. Recuperemos en el trato diario con Jesús y en la fuerza de su perdón nuestras raíces. Jesús, como a Pedro, también os pregunta: “¿Quién soy yo para ti?”; “¿me amas tú?”. Dejemos que estas palabras nos entren dentro y enciendan el deseo de no contentarnos con lo mínimo, sino apuntar al máximo, para ser nosotros también testigos vivos de Jesús.

Hoy se bendicen los Palios para los Arzobispos Metropolitanos nombrados en el último año. El palio recuerda a la oveja que el Pastor está llamado a llevar a hombros: es señal de que los Pastores no viven para sí mismos, sino para las ovejas; es signo de que, para poseerla, la vida hay que perderla, entregarla. Comparte con nosotros la alegría de hoy, según una bonita tradición, una Delegación del Patriarcado ecuménico, a la que saludo con afecto. Vuestra presencia, queridos hermanos, nos recuerda que no podemos ahorrarnos ni siquiera en el camino hacia la unidad plena entre los creyentes, en la comunión a todos los niveles. Porque juntos, reconciliados por Dios y perdonándonos unos a otros, estamos llamados a ser testigos de Jesús con nuestra vida.



Vida Cristiana




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