sábado, 3 de agosto de 2019

Domingo 18 tiempo ordinario Ciclo C, 4 de agosto de 2019





[Chiesa/Omelie1/18C16AvariciaIdolatríaVanidad]

Domingo 18 del tiempo ordinario (4 de agosto de 2019), Ciclo C. La avaricia, la idolatría y la vanidad en las Lecturas de este domingo. La avaricia es una idolatría. La idolatría consiste en divinizar lo que no es Dios. La vanidad evoca lo ilusorio de las cosas y la consiguiente decepción que éstas reservan al hombre. Es una enfermedad espiritual muy grave. No sabemos qué será de nuestra vida el día de mañana, porque somos como un vaho que aparece un instante y enseguida se evapora. El Espíritu Santo nos da a conocer el verdadero valor de las criaturas. Pedimos al Señor que custodie nuestros ojos, para que no acojan ni dejen que entren en nosotros las vanidades, la banalidad, lo que sólo es apariencia. Pero queremos pedir sobre todo que tengamos ojos que vean todo lo que es verdadero, luminoso y bueno, para que seamos capaces de ver la presencia de Dios en el mundo.


  • Cfr. Domingo 18 tiempo ordinario Ciclo C, 4 de agosto de 2019

Eclesiastés 1,2; 2, 21-23; Colosenses 3, 1-5.9-11; Lucas 12, 13-21

Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23 ¡Vanidad de vanidades, dice Qohelet; vanidad de vanidades, todo es vanidad! Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado. También esto es vanidad y grave desgracia. Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente. También esto es vanidad.
Colosenses 3, 1-5. 9-11 : 1Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; 2 aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. 3 Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. 4 Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria. 5 En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia la avaricia, que es una idolatría. 9 No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del hombre viejo, con sus obras, 10 y revestíos del nuevo, que se renueva para lograr un conocimiento pleno según la imagen de su creador, 11 para quien no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos.
Lucas 12, 13-21: 13 Uno de entre la multitud le dijo: Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo. 14 Pero él le respondió: Hombre, ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?
15 Y añadió: Estad alerta y guardaos de toda avaricia, porque si alguien tiene abundancia de bienes, su vida no depende de aquello que posee. 16 Y les propuso una parábola diciendo: Las tierras de cierto hombre rico dieron mucho fruto, 17 y pensaba para sus adentros: ¿qué haré, pues no tengo donde guardar mi cosecha? 18 Y dijo: Esto haré: voy a destruir mis graneros, y construiré otros mayores, y allí guardaré todo mi trigo y mis bienes. 19 Entonces diré a mi alma: alma, ya tienes muchos bienes almacenados para muchos años. Descansa, come, bebe, pásalo bien. 20 Pero Dios le dijo: Insensato, esta misma noche te reclaman el alma; lo que has preparado, ¿para quién será? 21 Así ocurre al que atesora para sí y no es rico ante Dios.

AVARICIA
IDOLATRÍA
VANIDAD

1. Según el diccionario, la avaricia es “el afán de poseer muchas riquezas por el solo placer de atesorarlas sin compartirlas con nadie”.

- Es uno de los siete pecados capitales 1. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1866) que “son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios”. En la catequesis se enseña que la virtud que vence la avaricia es la generosidad que se puede definir como dar con gusto de lo propio a los necesitados.

2. San Pablo condena la avaricia, que es una idolatría.

  • Fijar la mirada en las cosas de arriba no impide buscar el pan cotidiano.

  • San Pablo no condena la preocupación por los hermanos.

Cfr. R. Cantalamessa, La parola e la vita, Anno C, ed. Città Nuova 1998, XVIII
Domenica, pp. 305- 306:

  • ¿Qué significa «aspirad a los bienes de arriba y no a los de la tierra»? No significa descuidar
los propios deberes e intereses terrenos (el trabajo, el estudio, la familia, la ganancia honrada); significa buscar estas realidades como «resucitados con Cristo», por tanto, con espíritu nuevo, con intención y estilos nuevos. En efecto, ¿qué es lo que condena san Pablo, acaso el trabajo o la preocupación por los hermanos? ¡Sabemos que no! Condena, como aparece en el mismo texto, «la avaricia, que es una idolatría». Sí, idolatría porque es evidente que el dinero, buscado obsesivamente, por sí mismo, se convierte en dueño, en un absoluto. Es el ídolo de metal fundido del que habla la Biblia, al que se sacrifica todo: el reposo, la salud, los afectos, las amistades y la honradez. El corazón va detrás, «porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón» (Mateo 6,21). Si fijamos la mirada en las cosas de arriba, es decir, en Jesús resucitado, veremos que esto no impide buscar el pan cotidiano y también todo el resto; es más, obrando con más calma, con una esperanza de inmortalidad en el corazón, con menos egoísmo y agitación, sucederá que haremos mejor las cosas de aquí abajo”.

  • El hombre necio o insensato en el Evangelio de hoy

  • Hay algo que podemos llevar con nosotros, que nos sigue más allá de la muerte: no son los bienes, sino las obras.

  • La cosa más importante en la vida no es tener bienes, sino hacer el bien.
  • El Señor llama insensato al hombre rico cuya única preocupación en la vida fue la de “descansar,
comer, beber y pasarlo bien”, después de almacenar muchos bienes para sí. Y le llama insensato, necio, porque no había pensado en que el Señor le podía llamar y ya no sabría para quién serían esos bienes. “Pero Dios le dijo: Insensato, esta misma noche te reclaman el alma; lo que has preparado, ¿para quién será? Así ocurre al que atesora para sí y no es rico ante Dios (vv. 20-21)”.
  • R. Cantalamessa, Passa Gesù di Nazaret, Piemme 1999, 218-219: “Hay algo que podemos llevar con
nosotros, que nos sigue más allá de la muerte: no son los bienes, sino las obras. No lo que hemos tenido sino lo que hemos hecho. Por tanto la cosa más importante en la vida no es tener bienes, sino hacer el bien, porque esto es lo que permanece para siempre. «Bienaventurados los muertos que desde ahora mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, que descansen de sus trabajos, pues sus obras les acompañan» (Apocalipsis 14, 13).
  • B. “Aspirad a los bienes de arriba, no a los bienes de la tierra”

Colosenses 3,2
  • El Señor lo dice en San Mateo con otras palabras: «No amontonéis tesoros en la tierra, donde la
polilla y la herrumbre los corroen y donde los ladrones socavan y los roban. Amontonad en cambio tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre corroen, y donde los ladrones no socavan y roban» (Mateo 6, 19-21).
  • “No es una invitación a despreciar las realidades terrestres – el mundo de abajo - creando una religión de evasión y alienación”.

  • El mundo de abajo es la actitud concreta del rico de la parábola de S. Lucas, y se encarna en el catálogo de los vicios enumerados en el v. 5 de la Carta a los Colosenses.
  • Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Ciclo C, Piemme 1999, pp. 247-248: El sentido de la antítesis
de las palabras de San Pablo “no es una invitación a despreciar las realidades terrestres creando una religión de evasión y alienación. Ese contraste queda más claro si lo formulamos con las palabras de los vv. 9-10: el mundo de abajo es el «hombre viejo», es la «carne», el «pecado» que el cristiano debe dejar atrás porque los ha sepultado en la fuente bautismal (Rm 6, 2-7). El mundo de abajo es la actitud concreta del rico de la parábola de S. Lucas, y se encarna en el catálogo de los vicios enumerados en el v. 5 [de Colosenses], entre los cuales destaca «la avaricia insaciable que es una idolatría». El mundo de arriba es, por el contrario, el «hombre nuevo», el «espíritu», la «gracia» que constituyen la realidad presente de los bautizados. Esta vida nueva que irrumpe en nosotros y que es Cristo mismo (v. 4) está, sin embargo, «escondida» en Dios, y es, por tanto, un misterio. Quien quiere experimentarla, debe creer en ella y amarla porque no se puede entender con los ojos físicos, sino con la iluminación de la fe. Es aquel «tesoro escondido en el campo» por el que «se vende todo cuanto se tiene» (Mateo 13,44)”.
  • Se trata de dar muerte día a día al hombre pecador (hombre viejo), para revestirse del hombre nuevo, re-creado en Cristo.

- Colosenses 3,5: «mortificad cuanto en vosotros es terreno». Biblia de Jerusalén: « La muerte y resurrección, realizadas por el bautismo de manera instantánea y absoluta en el plano místico de la unión con Cristo celeste, ver 2,12ss2o; 3, 1-4; Romanos 6,4+, deben realizarse de forma lenta y progresiva en el plano terrestre del viejo mundo en el que sigue sumergido el cristiano. Muerto ya en principio, debe morir de hecho, “dando muerte día a día “al hombre viejo” pecador que vive aún en él”.
  • El «hombre viejo» es el que se deja dominar por las inclinaciones de la concupiscencia desordenada.
- Colosenses 3,9: “El «hombre viejo» (v. 9) es el que se deja dominar por las inclinaciones de la
concupiscencia desordenada. El discípulo de Cristo, que ha sido renovado y vive para el Señor, posee un nuevo y más perfecto conocimiento de Dios y del mundo, ve las cosas con una perspectiva más alta, con visión sobrenatural, que no es sino «dejarse mover y poseer por la poderosa mano del autor de todo bien” (S. Ignacio de Loyola, Epist. 4 561-562).” (Sagrada Biblia, Nuevo Testamento Eunsa, comentario a Colosenses 3, 5-11).
  • El hombre nuevo, re-creado en Cristo, que es imagen de Dios, vuelve a encontrar la rectitud anterior y el verdadero conocimiento moral
- Colosenses 3,10: «os habéis revestido del hombre nuevo ... según la imagen de su Creador» Biblia de Jerusalén: «El hombre creado, Génesis 1,26+, se perdió buscando el conocimiento del bien y del mal fuera de la voluntad divina, Génesis 2,17+. Desde entonces, convertido en esclavo del pecado y de sus apetencias, Romanos 5,12+, el hombre viejo quedó condenado a morir , Romanos 6,6; Efesios 4,22. El hombre nuevo, re-creado en Cristo, Efesios 2,15+, que es imagen de Dios, Romanos 8,29+, vuelve a encontrar la rectitud anterior y el verdadero conocimiento moral, 1,9; Hebreos 5,14.»

3. La vanidad evoca lo ilusorio de las cosas y la consiguiente decepción que éstas reservan al hombre.

  • No sabemos qué será de vuestra vida el día de mañana, porque somos un vaho que aparece un instante y enseguida se evapora.

- Eclesiastés 1,2: «Vanidad de vanidades». Biblia de Jerusalén: «El término, cuya traducción tradicional “vanidad” en general conservamos, significa en primer lugar “vaho”, “aliento”, y forma parte del repertorio de imágenes (el agua, la sombra, el humo, etc.) que en la poesía hebrea describen la fragilidad humana. Pero la palabra ha perdido su sentido concreto y para Qo (Eclesiastés) únicamente evoca lo ilusorio de las cosas y, en consecuencia, la decepción que éstas reservan al hombre».
- He aquí cómo lo explica el Apóstol Santiago: «Vosotros decís: “hoy o mañana iremos a tal ciudad, pasaremos allí un año, negociaremos y obtendremos buenas ganancias”, cuando en realidad no sabéis qué será de vuestra vida el día de mañana, porque sois un vaho que aparece un instante y enseguida se evapora» (4, 13-14).

4. Los dones del Espíritu Santo: el don de ciencia. Nos da a conocer el verdadero valor de las criaturas.

  • Cfr. Juan Pablo II, El Espíritu Santo con el don de la ciencia, nos lleva a poner en su justo puesto las criaturas. Usar de ellas sin idolatrarlas; sólo para la gloria de Dios.

Rezo del Angelus el 23 de abril de 1989 (publicado en L’Osservatore Romano 30/04/89)

1. La reflexión sobre los dones del Espíritu Santo, que hemos comenzado en los domingos anteriores, nos lleva hoy a hablar de otro don: el de ciencia, gracias al cual se nos da a conocer el verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador.

  • El hombre contemporáneo, ante la multiforme riqueza de las cosas, de su complejidad, variedad y belleza, corre el riesgo de absolutizarlas y casi de divinizarlas hasta hacer de ellas el fin supremo de su misma vida

Sabemos que el hombre contemporáneo, precisamente en virtud del desarrollo de las ciencias, está expuesto particularmente a la tentación de dar una interpretación naturalista del mundo; ante la multiforme riqueza de las cosas, de su complejidad, variedad y belleza, corre el riesgo de absolutizarlas y casi de divinizarlas hasta hacer de ellas el fin supremo de su misma vida. Esto ocurre sobre todo cuando se trata de las riquezas, del placer, del poder, que, precisamente, se pueden derivar de las cosas materiales. Estos son los ídolos principales, ante los que el mundo se postra demasiado a menudo.
  • Para resistir esa tentación sutil y para remediar las consecuencias nefastas a las que puede llevar, he aquí que el Espíritu Santo socorre al hombre con el don de la ciencia. Es la que le ayuda a valorar rectamente las cosas en su dependencia esencial del Creador.
2. Para resistir esa tentación sutil y para remediar las consecuencias nefastas a las que puede llevar, he aquí que el Espíritu Santo socorre al hombre con el don de la ciencia. Es ésta la que le ayuda a valorar rectamente las cosas en su dependencia esencial del Creador. Gracias a ella - como escribe Santo Tomás- el hombre no estima las criaturas más de lo que valen y no pone en ellas, sino en Dios, el fin de su propia vida (cf. S. Th., II-II, q. 9, a. 4).
  • Así el hombre logra descubrir el sentido teológico de lo creado, viendo las cosas como manifestaciones verdaderas y reales, aunque limitadas, de la verdad, de la belleza, del amor infinito que es Dios, y, como consecuencia, se siente impulsado a traducir este descubrimiento en alabanza, cantos, oración, acción de gracias.
Así logra descubrir el sentido teológico de lo creado, viendo las cosas como manifestaciones verdaderas y reales, aunque limitadas, de la verdad, de la belleza, del amor infinito que es Dios, y como consecuencia, se siente impulsado a traducir este descubrimiento en alabanza, cantos, oración, acción de gracias. Esto es lo que tantas veces y de múltiples modos nos sugiere el Libro de los Salmos. ¿Quién no se acuerda de alguna de dichas manifestaciones? “El cielo proclama la gloria de Dios y el firmamento pregona la obra de sus manos” (Sal 18/19, 2; cf. Sal 8, 2); “Alabad al Señor en el cielo, alabadlo en su fuerte firmamento... Alabadlo sol y luna, alabadlo estrellas radiantes” (Sal 148, 1.3).
3. El hombre, iluminado por el don de la ciencia, descubre al mismo tiempo la infinita distancia que separa a las cosas del Creador, su intrínseca limitación, la insidia que pueden constituir cuando, al pecar, hace de ellas mal uso. Es un descubrimiento que le lleva a advertir con pena su miseria y le empuja a volverse con mayor ímpetu y confianza a Aquél que es el único que puede apagar plenamente la necesidad de infinito que le acosa.
Esta ha sido la experiencia de los Santos; también lo fue - podemos decir- para los cinco Beatos que hoy he tenido la alegría de elevar al honor de los altares. Pero de forma absolutamente singular esta experiencia fue vivida por la Virgen que, con el ejemplo de su itinerario personal de fe, nos enseña a caminar “para que en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría” (Oración del domingo XXI per annum).

5. Una breve descripción práctica del vanidoso

Alfonso Aguiló, en interrogantes.net

La vanidad convierte a las personas en rehenes de la imagen que quieren dar a los demás. La vanidad hace estar pendientes de lo accesorio y olvidar lo principal. La vanidad hace perder la compostura a gente supuestamente inteligente, pero que precisamente con eso manifiestan que su discernimiento y su agudeza son escasas, y que su inteligencia se reduce a unos ámbitos muy limitados.
La vanidad suele fundirse con la envidia, porque los jactanciosos, en su carrera por la vanagloria, enseguida se entristecen si ven brillar a otros. Les parece que, de alguna forma, los logros de otros restan protagonismo a su vanidad ansiosa. Tienden a pensar mal de los demás y a hablar mal de ellos. Intentan enemistar a otros con sus siempre numerosos enemigos. (…) Reducen la grandeza del hombre a su propio tamaño, y les gustaría decapitar a la humanidad de todo lo que sobrepase su corta estatura moral. (…)

6. La idolatría en el Catecismo de la Iglesia Católica

  • El primer mandamiento exige al hombre no creer en más dioses que el Dios verdadero.

- n. 2112. La idolatría. El primer mandamiento condena el politeísmo. Exige al hombre no creer en más dioses que el Dios verdadero. Y no venerar otras divinidades que al único Dios. La Escritura recuerda constantemente este rechazo de los "ídolos, oro y plata, obra de las manos de los hombres", que "tienen boca y no hablan, ojos y no ven… "Estos ídolos vanos hacen vano al que les da culto: "Como ellos serán los que los hacen, cuantos en ellos ponen su confianza" (Salmo 115, 4 - 5. 8; cf. Isaías 44, 9 - 20; Jeremía 10, 1 - 16; Daniel 14, 1 - 30; Baruc 6; Sb 13, 1 - Sabiduría 15, 19). Dios, por el contrario, es el "Dios vivo" (Josué 3, 10; Salmo 42, 3, etc.), que da vida e interviene en la historia.
  • La idolatría consiste en divinizar lo que no es Dios

- n. 2113: La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de dioses o de demonios (por ejemplo, el satanismo), de poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del dinero, etc. «No podéis servir a Dios y al dinero», dice Jesús (Mt 6, 24). (…)
- n. 2114 La vida humana se unifica en la adoración del Dios Único. El mandamiento de adorar al único Señor da unidad al hombre y lo salva de una dispersión infinita. La idolatría es una perversión del sentido religioso innato en el hombre. El idólatra es el que "aplica a cualquier cosa en lugar de Dios su indestructible noción de Dios" (Orígenes, Cels. 2, 40).


7. Benedicto XVI sobre la vanidad.

  • La humildad es una virtud indispensable, que protege de la vanidad que cierra el acceso a la verdad.

Cfr. Jornada Mundial de la Juventud 2011 (Madrid), 19 de agosto, Discurso a profesores
universitarios.
En segundo lugar, hay que considerar que la verdad misma siempre va a estar más allá de nuestro alcance. Podemos buscarla y acercarnos a ella, pero no podemos poseerla del todo: más bien, es ella la que nos posee a nosotros y la que nos motiva. En el ejercicio intelectual y docente, la humildad es asimismo una virtud indispensable, que protege de la vanidad que cierra el acceso a la verdad. No debemos atraer a los estudiantes a nosotros mismos, sino encaminarlos hacia esa verdad que todos buscamos. A esto os ayudará el Señor, que os propone ser sencillos y eficaces como la sal, o como la lámpara, que da luz sin hacer ruido (cf. Mt 5,13-15).
Todo esto nos invita a volver siempre la mirada a Cristo, en cuyo rostro resplandece la Verdad que nos ilumina, pero que también es el Camino que lleva a la plenitud perdurable, siendo Caminante junto a nosotros y sosteniéndonos con su amor. Arraigados en Él, seréis buenos guías de nuestros jóvenes. Con esa esperanza, os pongo bajo el amparo de la Virgen María, Trono de la Sabiduría, para que Ella os haga colaboradores de su Hijo con una vida colmada de sentido para vosotros mismos y fecunda en frutos, tanto de conocimiento como de fe, para vuestros alumnos. Muchas gracias.
  • Pedimos al Señor que custodie nuestros ojos, para que no acojan ni dejen que en nosotros entren las “vanitates”, las vanidades, la banalidad, lo que sólo es apariencia.

  • Pero queremos pedir sobre todo que tengamos ojos que vean todo lo que es verdadero, luminoso y bueno, para que seamos capaces de ver la presencia de Dios en el mundo

Cfr. Homilía, en la Misa “In Cena Domini”, 9 de abril de 2011
En un himno de la Liturgia de las Horas pedimos al Señor que custodie nuestros ojos, para que no acojan ni dejen que en nosotros entren las “vanitates”, las vanidades, la banalidad, lo que sólo es apariencia. Pidamos que a través de los ojos no entre el mal en nosotros, falsificando y ensuciando así nuestro ser. Pero queremos pedir sobre todo que tengamos ojos que vean todo lo que es verdadero, luminoso y bueno, para que seamos capaces de ver la presencia de Dios en el mundo. Pidamos, para que miremos el mundo con ojos de amor, con los ojos de Jesús, reconociendo así a los hermanos y las hermanas que nos necesitan, que están esperando nuestra palabra y nuestra acción.

8. Papa Francisco: la vanidad es una enfermedad espiritual muy grave

Cfr. Homilía de la Misa en Santa Marta, 25 de septiembre de 2014
- La vanidad es una enfermedad espiritual muy grave. Los Padres egipcios del deserto decían que la vanidad es una tentación contra la cual tenemos que luchar toda la vida, porque siempre vuelve para quitarnos la verdad. Y para explicarlo decían: es como la cebolla, la coges y empiezas a quitarle capas, y le quitas la vanidad hoy, y un poco de vanidad mañana, y toda la vida arrancando la vanidad para vencerla. Y al final estás contento: he quitado la vanidad, he pelado la cebolla, pero te queda el olor en las manos. Pidamos al Señor la gracia de no ser vanidosos, de ser verdaderos, con la verdad de la realidad y del Evangelio.

Vida Cristiana
1 El número siete fue dado por el Papa San Gregorio llamado Magno, es decir, el Grande. Nació en Roma alrededor del 540, y murió el 12 de marzo del 604. Fue Papa (desde septiembre del 590), y es uno de los Padres de la Iglesia latina. Los pecados capitales son: la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza (Cfr. Catecismo …. n. 1866).

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

Imprimir

Printfriendly