sábado, 23 de febrero de 2019

Imitadores del amor que es Dios: por Santiago Agrelo

Si digo que creo, no me doy una cita con la eventualidad de un enigma, sino que me adentro en un misterio de amor.
Mi fe es fe en el amor.
Y si alguien me recuerda que la fe sólo puede ser fe en Dios, yo le recordaré que el Dios de mi fe es amor.
El salmista lo confesó a su manera, diciendo: “El perdona… él cura… él rescata… él colma de gracia… él es compasivo y misericordioso”.
El Hijo se lo reveló así a un desconcertado Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.
Ese Hijo entregado es la misericordia de Dios que perdona, es medicina de Dios que cura, es fuerza de Dios que libera, es bondad de Dios que nos colma de gracia.
Vosotros, hermanos míos, no sois una secta de ilusos, sino el pueblo del amor que es Dios, un pueblo de redimidos, una comunidad de hijos amados de Dios.
Sólo el amor de Dios da razón de lo que sois.
En ese amor ahonda sus raíces la paz del corazón, la esperanza que nos anima, la confianza con que vivimos.
Sólo de ese amor puede nacer el salmo de alabanza: “Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios”.
Sólo ese amor da razón de nuestra forma de vida.
Todos conocéis vidas de las que es razón el dinero, el poder, la ambición, la vanidad, el fanatismo, el odio: vidas tanto más perdidas cuanto más hayan sido entregadas a la razón por la que se ha escogido vivir.
Y todos, si sois de Cristo Jesús, sabéis que de vuestra vida ha de dar razón el amor.
Éste es el mandato que hemos recibido del que nos amó hasta dar su vida por nosotros: “Que os améis unos a otros como yo os he amado”.
Y por si alguno quisiera pensar que el amor al que somos llamados ha de estar reservado para los de nuestra casa, para los de nuestra fe, el que por todos vivió y murió, quiso que a todos amáramos, quiso que por todos perdiésemos la vida: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian”.
Amar, amar sin medida, amar sin fronteras, como ama el Padre del cielo, como nos amó el Hijo en el que creemos, con el que vivimos en comunión y del que recibimos el Espíritu del amor.
Como creyentes en Cristo, se nos reconocerá por la compasión y la misericordia.
Feliz domingo.

Algunos textos de la S. Escritura sobre el perdón



Algunos  textos de la S. Escritura sobre el perdón

Salmo 103, 8-12
8 El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. 9 No está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo; 10 No nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas. 11 Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre los que lo temen 12 como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos.
Estos versículos sintetizan la inmensidad de la misericordia del Señor (Cfr. Libros poéticos y sapienciales, EUNSA 2ª ed. Abril 2005, nota 103, 7-12).  

Salmo 130, 3-4
3 Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? 4 Pero de ti procede el perdón, y así infundes temor.

Isaías 1, 18
18 Venid entonces, y discutiremos –dice el Señor–. Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, quedarán blancos como nieve; aunque sean rojos como la púrpura, quedarán como lana.

Isaías 43, 25
25 Yo, Yo soy quien borra tus delitos por Mí mismo, y no recordaré tus pecados.

Isaías 55, 7
7 Que el impío deje  su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos; que se convierta al Señor y se compadecerá de él, a nuestro Dios, que es pródigo en perdonar.
            La llamada a la conversión se fundamenta en la bondad de Dios que es pródigo en
            perdonar. (Cfr. Libros proféticos, EUNSA 2002, nota Isaías 55, 6-9).

Miqueas 7, 18-19
18 ¿Qué Dios hay como tú, capaz de perdonar el pecado, de pasar por alto la falta
del resto de tu heredad? Porque no guarda su ira para siempre, y se complace en la misericordia. 19 Volverá a compadecerse de nosotros, sepultará nuestras iniquidades,
y lanzará al fondo del mar  todos nuestros pecados.

Mateo 6, 14-15
14 Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, 15 pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas. Marcos 11,25

Marcos 11,25-26
25 Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas».
26 Mas si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos perdonará vuestras ofensas.

Lucas 6, 37
37 no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados.

Lucas 7, 47-48
47 Por eso te digo: sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco». 48 Y a ella le dijo: «Han quedado perdonados tus pecados».

Lucas 24, 46-47
46 Y les dijo: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día 47 y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.

Hechos 3, 19-20
19 Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados; 20 para que vengan tiempos de consuelo de parte de Dios, y envíe a Jesús, el Mesías que os estaba destinado

1 Corintios 6, 9-11
9 ¿No sabéis que ningún malhechor heredará el reino de Dios? No os hagáis ilusiones: los inmorales, idólatras, adúlteros, lujuriosos, invertidos, 10 ladrones, codiciosos, borrachos, difamadores o estafadores no heredarán el reino de Dios. Así erais algunos antes. 11 Pero fuisteis lavados, santificados, justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios.

Colosenses 1, 13-14
13 Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo de su Amor, 14 por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

1 Juan 1, 9
9 Pero, si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los ecados y nos limpiará de toda injusticia.

1 Juan 2, 1-2
1 Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. 2 Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.



Vida Cristiana

viernes, 22 de febrero de 2019

Domingo 7º del Tiempo Ordinario, Ciclo C. 24 de febrero de 2019




[Chiesa/Omelie1/Misericordia/7C19ElPerdónSedMisericordiososComoVuestroPadre]
Ø El perdón. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. El pecado: si lo reconocemos y
lo confesamos, se convierte en lugar de encuentro con Dios. A los confesores: no regañar en la confesión. Dios no se cansa de perdonar, nosotros nos cansamos de pedir perdón. Aspectos fundamentales: el perdón y la justicia son compatibles; una falsa alternativa; una meta ardua. ¿Perdón o justicia?: una falsa alternativa. La autoridad legítima tiene el derecho y el deber de imponer reparaciones a los desórdenes introducidos por delitos  que lesionan derechos humanos y la convivencia civil.

v  Cfr. Domingo 7º del Tiempo Ordinario, Ciclo C.

24 de febrero de 2019

1 Samuel 26, 2.7-9.12-13.22-23; Salmo 102, 1-13; 1 Corintios 15, 45-49; Lucas 6, 27-38.

Salmo responsorial: Salmo 102, 1-2.3-4. 8 y 10.12-13 (R.: 8a)
R. El Señor es compasivo y misericordioso
1Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. 2 Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.
3 Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; 4 él rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura.
8 El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. 10 no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas.
12 como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos; 13 como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles.
Lucas 6, 27-38: 27 En cambio, a vosotros los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, 28 bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian. 29 Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. 30 A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. 31 Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. 32 Pues, si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. 33 Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo. 34 Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. 35 Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos. 36 Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; 37 no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; 38 dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros».

SED MISERCORDIOSOS COMO VUESTRO PADRE ES MISERCORDIOSO
PERDONAD Y SERÉIS PERDONADOS
(Lucas 6, 36.37)
ÉL PERDONA TODAS TU CULPAS
(Salmo responsorial 103/102, 3)

1.    Una breve referencia sobre la acogida de la misericordia en el Catecismo de la

Iglesia Católica.

·        La acogida de la misericordia exige la confesión de nuestras faltas ( n. 1847)
·        Necesidad del arrepentimiento para acoger la misericordia (n. 1864)
·        Jesús invita a la conversión y muestra su misericordia (n. 545)
·        Las obras de misericordia (n. 2447)
·        La misericordia no puede penetrar en nuestro corazón si no perdonamos a los que nos han  ofendido (n. 2840).

2.   Textos de Papa Francisco sobre el pecado y la confesión, que son lugar de encuentro con la misericordia de Dios

o   Ninguno de nosotros es dueño del Sacramento, sino fiel servidor del perdón de Dios.


v  A. El pecado: si lo reconocemos y lo confesamos, se convierte en lugar de encuentro con Dios.

¡Nada podrá separarnos del Amor de Dios! Ni siquiera los barrotes de una cárcel. Lo único que nos puede separar de Él es nuestro pecado; pero si lo reconocemos y lo confesamos con verdadero arrepentimiento, ese  mismo pecado se convierte en un lugar de encuentro con Él, porque Él es misericordia. (Visita a la Prisión de Poggioreale (Nápoles), 21 de marzo de 2015.

v  B. A los confesores: no regañar en la confesión.

A mí me duele mucho cuando encuentro a gente que no va más a confesarse porque le han regañado. Han sentido que las puertas de la Iglesia se les han cerrado en la cara. Por favor, no hagáis esto. ¡Misericordia!, misericordia! (Ordenación de diáconos, 12 de mayo de 2014).

v  C. Dios no se cansa de perdonar, nosotros nos cansamos de pedir perdón.

Dios que espera, y también Dios que perdona. Es el Dios de la misericordia: no se cansa de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón, pero Él no se cansa. Setenta veces siete: adelante con el perdón. (Santa Marta,  Homilía el 28 de marzo de 2014).

v  D. Cada confesor deberá acoger a los fieles como el padre en la parábola del hijo pródigo: un padre que corre al encuentro del hijo no obstante hubiese dilapidado sus bienes.

Cfr. Francisco,  Misericordiae Vultus, Bula de la convocatoria del Jubileo de la Misericordia (11/04/2015), n.
17.

o   Ninguno de nosotros es dueño del Sacramento, sino fiel servidor del perdón de Dios.

§  Saldrá al encuentro también del otro hijo que se quedó fuera, para explicarle que su juicio severo es injusto. No hará preguntas impertinentes.
Nunca me cansaré de insistir en que los confesores sean un verdadero signo de la misericordia del Padre. Ser confesores no se improvisa. Se llega a serlo cuando, ante todo, nos hacemos nosotros penitentes en busca de perdón. Nunca olvidemos que ser confesores significa participar de la misma misión de Jesús y ser signo concreto de la continuidad de un amor divino que perdona y que salva. Cada uno de nosotros ha recibido el don del Espíritu Santo para el perdón de los pecados, de esto somos responsables. Ninguno de nosotros es dueño del Sacramento, sino fiel servidor del perdón de Dios. Cada confesor deberá acoger a los fieles como el padre en la parábola del hijo pródigo: un padre que corre al encuentro del hijo no obstante hubiese dilapidado sus bienes. Los confesores están llamados a abrazar ese hijo arrepentido que vuelve a casa y a manifestar la alegría por haberlo encontrado. No se cansarán de salir al encuentro también del otro hijo que se quedó afuera, incapaz de alegrarse, para explicarle que su juicio severo es injusto y no tiene ningún sentido ante la misericordia del Padre que no conoce confines. No harán preguntas impertinentes, sino como el padre de la parábola interrumpirán el discurso preparado por el hijo pródigo, porque serán capaces de percibir en el corazón de cada penitente la invocación de ayuda y la súplica de perdón. En fin, los confesores están llamados a ser siempre, en todas partes, en cada situación y a pesar de todo, el signo del primado de la misericordia.

3.    Algunas características del perdón, explicadas con brevedad.

v  Se trata de ver aspectos fundamentales: el perdón y la justicia son compatibles; una falsa alternativa; una meta ardua. 

-          «No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón» (Juan Pablo II, Mensaje para la

Celebración de la Jornada Mundial por la paz, 2002). El perdón no se opone a la justicia, sino al rencor, a la venganza, al odio. El perdón no consiste en inhibirse ante las legítimas exigencias de reparación del orden violado, sino en una recuperación de las heridas abiertas. El perdón y la justicia son compatibles.  


v  ¿Perdón o justicia?: una falsa alternativa

·         Ante hechos indignantes y muy numerosos -  desgraciadamente -  que suceden en la vida,
crímenes y todo tipo de injusticias), que proporcionan indecibles sufrimientos a personas y pueblos, podemos caer en la tentación de preguntarnos: ¿debo perdonar como dice el Señor o dejar de hacerlo y promover que se haga justicia?. La indignación que sufrimos antes determinados hechos objetivamente condenables, nos lleva a estar de acuerdo con lo que un autor ha escrito: “perdonar las ofensas no es fácil, y probablemente no forma parte del código genético de la criatura humana”.
  • Pero plantearnos en términos alternativos el perdón y la justicia es falso, como observa Juan
Pablo II en su Mensaje para la Celebración de la Jornada Mundial por la Paz (1 de enero de 2002).
Se proponen a continuación, de manera esquemática y breve, los puntos que nos pueden ayudar a resolver esa falsa alternativa, según ese documento y algunos otros del magisterio eclesiástico; como se observará se trata de procurar hacer compatible las exigencias de la justicia con las de la misericordia y del perdón. Esto no deja de ser una meta ardua.

v  En breve: el perdón y la justica son compatibles

  • El perdón y la justicia son compatibles. El perdón no se opone a la justicia, sino al rencor, a
la venganza, al odio; se opone al instinto de devolver mal por mal.  La autoridad legítima tiene el derecho y el deber de imponer reparaciones a los desórdenes introducidos por delitos  que lesionan derechos humanos y la convivencia civil. El odio voluntario a la persona es contrario a la caridad. La liberación en el espíritu del Evangelio es incompatible con el odio al enemigo en cuanto persona, pero no con el odio al mal que hace en cuanto enemigo. La enseñanza del Padrenuestro: «como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, nos recuerda que estamos llamados a ser una sola cosa con Cristo. Pero observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de  imitar desde fuera el modelo divino. Sólo el Espíritu Santo puede hacer nuestros los sentimientos de Cristo Jesús.   

v  ¿Por qué perdonar?

            Cfr. Raniero Cantalamessa, Famiglia Cristiana  11/09/05
En aquel tiempo Pedro se acercó a Jesús y le dijo (Mateo 18, 21-35): «Señor ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?». Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase.
¿Pero cuánto perdonar?  
            Perdonar es algo serio, humanamente difícil, si no imposible. No se debe hablar de ello a la ligera, sin darse cuenta de lo que se pide a la persona ofendida cuando se le dice que perdone. Junto al mandato de perdonar hay que proporcionar al hombre también un motivo para hacerlo. Es lo que Jesús hace con la parábola del rey y de los dos siervos. Por la parábola está claro por qué se debe perdonar: ¡porque Dios, antes, nos ha perdonado y nos perdona! Nos condona una deuda infinitamente mayor que la que un semejante nuestro puede tener con nosotros. ¡La diferencia entre la deuda hacia el rey (diez mil talentos) y la del colega (cien denarios) se corresponde a la actual de tres millones de euros y unos pocos céntimos!
            San Pablo ya puede decir: «Como el Señor os ha perdonado, haced así también vosotros» (Col 3,13). Está superada la ley del talión: «Ojo por ojo, diente por diente». El criterio ya no es: «Lo que otro te ha hecho a ti, házselo a él»; sino: «Lo que Dios te ha hecho a ti, házselo tú al otro». Jesús no se ha limitado, por lo demás, a mandarnos perdonar; lo ha hecho él primero. Mientras le clavaban en la cruz rogó diciendo: «Padre, ¡perdónales, porque no saben lo que hacen!» (Lc 23,34). Es lo que distingue la fe cristiana de cualquier otra religión.
            También Buda dejó a los suyos la máxima: «No es con el resentimiento como se aplaca el resentimiento; es con el no-resentimiento como se mitiga el resentimiento». Pero Cristo no se limita a señalar el camino de la perfección; da la fuerza para recorrerlo. No nos manda sólo hacer, sino que actúa con nosotros. En esto consiste la gracia. El perdón cristiano va más allá de la no-violencia o del no-resentimiento.
            Alguno podría objetar: ¿perdonar setenta veces siete no representa alentar la injusticia y dar luz verde a la prepotencia? No; el perdón cristiano no excluye que puedas también, en ciertos casos, denunciar a la persona y llevarla ante la justicia, sobre todo cuando están en juego los intereses y el bien incluso de otras personas. El perdón cristiano no ha impedido, por poner un ejemplo cercano a nosotros, a las viudas de algunas víctimas del terror o de la mafia buscar con tenacidad la verdad y la justicia en la muerte de sus maridos.
            Pero no hay sólo grandes perdones; existen también los perdones de cada día: en la vida de pareja, en el trabajo, entre parientes, entre amigos, colegas, conocidos. ¿Qué hacer cuando uno descubre que ha sido traicionado por el propio cónyuge? ¿Perdonar o separarse? Es una cuestión demasiado delicada; no se puede imponer ninguna ley desde fuera. La persona debe descubrir en sí misma qué hacer.
            Pero puedo decir una cosa. He conocido casos en los que la parte ofendida ha encontrado, en su amor por el otro y en la ayuda que viene de la oración, la fuerza de perdonar al cónyuge que había errado, pero que estaba sinceramente arrepentido. El matrimonio había renacido como de las cenizas; había tenido una especie de nuevo comienzo. Cierto: nadie puede pretender que esto pueda ocurrir, en una pareja, «setenta veces siete».
            Debemos estar atentos para no caer en una trampa. Existe un riesgo también en el perdón. Consiste en formarse la mentalidad de quien cree tener siempre algo que perdonar a los demás. El peligro de creerse siempre acreedores de perdón, jamás deudores. Si reflexionáramos bien, muchas veces, cuando estamos a punto de decir: «¡Te perdono!», cambiaríamos actitud y palabras y diríamos a la persona que tenemos enfrente: «¡Perdóname!». Nos daríamos cuenta de que también nosotros tenemos algo que hacernos perdonar por ella. Aún más importante que perdonar es pedir perdón.

v  La autoridad legítima tiene el derecho y el deber de imponer reparaciones a los desórdenes introducidos por delitos  que lesionan derechos humanos y la convivencia civil.

·         Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2266: “A la exigencia de la tutela del bien común
corresponde el esfuerzo del Estado para contener la difusión de comportamientos lesivos de los derechos humanos y las normas fundamentales de la convivencia civil. La legítima autoridad pública tiene el derecho y el deber de aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito. La pena tiene, ante todo, la finalidad de reparar  el desorden introducido por la culpa. Cuando la pena es aceptada voluntariamente por el culpable, adquiere un valor de expiación. La pena finalmente, además de la defensa del orden público y la tutela de la seguridad de las personas, tiene una finalidad medicinal: en la medida de lo posible, debe contribuir a la enmienda del culpable”.

o   El perdón no se opone a la justicia, sino al rencor, a la venganza, al odio ...  El perdón no consiste en inhibirse ante las legítimas exigencias de reparación del orden violado, sino en una recuperación de las heridas abiertas.

·         cfr. Mensaje, n. 3: “El perdón se opone al rencor y a la venganza, no a la justicia. (...) El perdón
en modo alguno se contrapone a la justicia, porque no consiste en inhibirse ante las legítimas exigencias de reparación del orden violado. (...) pretende una profunda recuperación de las heridas abiertas. Para esta recuperación, son esenciales ambos, la justicia y el perdón.” (…).
·         Catecismo ….. n. 2262: “En el Sermón de la Montaña, el Señor recuerda el precepto: «No
matarás» (Mateo 5, 21), y añade el rechazo absoluto de la ira, del odio y de la venganza.” (...)

o   El perdón se opone al instinto de devolver mal por mal.  Raíz y dimensiones divinas del perdón y razones humanas.

·         Mensaje...., n.8: “El perdón, antes de ser un hecho social, nace en el corazón de cada uno. Sólo
en la medida en que se afirma una ética y una cultura del perdón se puede esperar también en una " política del perdón ", expresada con actitudes sociales e instrumentos jurídicos, en los cuales la justicia misma asuma un rostro más humano.
En realidad, el perdón es ante todo una decisión personal, una opción del corazón que va
contra el instinto espontáneo de devolver mal por mal. Dicha opción tiene su punto de referencia en el amor de Dios, que nos acoge a pesar de nuestro pecado y, como modelo supremo, el perdón de Cristo, el cual invocó desde la cruz: " Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen " (Lc 23, 34).
Así pues, el perdón tiene una raíz y una dimensión divinas. No obstante, esto no excluye que
su valor pueda entenderse también a la luz de consideraciones basadas en razones humanas. La primera entre todas, es la que se refiere a la experiencia vivida por el ser humano cuando comete el mal. Entonces se da cuenta de su fragilidad y desea que los otros sean indulgentes con él. Por tanto, ¿por qué no tratar a los demás como uno desea ser tratado? Todo ser humano abriga en sí la esperanza de poder reemprender un camino de vida y no quedar para siempre prisionero de sus propios errores y de sus propias culpas. Sueña con poder levantar de nuevo la mirada hacia el futuro, para descubrir aún una perspectiva de confianza y compromiso.”

o   El odio voluntario a la persona es contrario a la caridad.

·         Catecismo … n. 1933: (...) La enseñanza de Cristo exige incluso el perdón de las ofensas.
Extiende el mandamiento del amor que es el de la nueva ley a todos los enemigos (Cf  Mateo 5, 43-44). La liberación en el espíritu del Evangelio es incompatible con el odio al enemigo en cuanto persona, pero no con el odio al mal que hace en cuanto enemigo.”
·         Catecismo … n. 2303: El odio voluntario es contrario a la caridad. El odio al prójimo es pecado
Cuando se le desea deliberadamente un mal. El odio al prójimo es un pecado  grave cuando se le desea deliberadamente un daño grave. «Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial...» (Mt 5, 44-45).

Vida Cristiana



domingo, 17 de febrero de 2019

Jesús, las bienaventuranzas y los pobres: por Santiago Agrelo


No las leo si no es a la sombra de la cruz y a la luz del crucificado: “Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios”.
Sólo en esa sombra y con esa luz puedo acercarme al misterio que las palabras encierran.
En esa cruz, condenado a ella, clavado en ella, está un pobre, un hombre al que sólo quedan en propiedad heridas y palabras.
Un día, en el llano, “levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: Dichosos los pobres”.
Otro día, desde lo alto de una cruz, bajando los ojos hacia ti y hacia mí, como quien deja un testamento a sus hijos, nos hizo llegar el eco de aquella asombrosa revelación: “Dichosos los pobres”.
Volví a leer la pasión en el evangelio de Lucas, escudriñé tus palabras, Señor, y tus heridas: Repartiste tu cuerpo como un pan, y con tu sangre sellaste una Alianza nueva y eterna. Dijiste palabras de advertencia a las mujeres que lloraban tu destino de muerte: “Van a llegar días en que se dirá: «Dichosas las estériles, los vientres que no han parido y los pechos que no han criado». Entonces, la gente pedirá a los montes: «Desplomaos sobre nosotros», y a las colinas: «Sepultadnos»”. Pediste al Padre perdón para todos los implicados en la muerte de su Hijo. Hiciste promesas de paraíso a un ladrón sin futuro.
El cenáculo, el camino de la cruz, la cruz, nos devuelven las palabras de la revelación en el llano: “Dichosos los pobres”, y nos invitan a entrar en su misterio: Dichosos los discípulos que comieron el cuerpo entregado del Señor y bebieron la nueva Alianza sellada con su sangre. Dichosos los verdugos que oyeron una súplica de perdón impetrado para ellos. Dichoso el ladrón, crucificado con Cristo, que aquel día entró con el Rey en el paraíso.
Para discípulos, para verdugos, para ladrones, ¡para los pobres!, el Reino de Dios se llama Jesús, y está allí para todos, como un pan y una misericordia. Si tienen hambre, serán saciados; si lloran, reirán. Los saciados, tendrán hambre; los que ríen, llorarán.
“Dichosos los pobres”, porque Jesús –el Reino, el perdón, el paraíso- es para ellos, y ellos lo acogerán.
Y dichoso Jesús, el Hijo que se hizo pobre para ser nuestra riqueza, pues cuando todo lo ha dado, también la vida, conoce la dicha de recibir a los pobres que ha amado: a los discípulos, al jefe de los soldados, a un ladrón… a nosotros.
Hoy, cuando os reunáis en asamblea eucarística, sabréis cumplidas en vuestra celebración las palabras del evangelio: “Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios”. Hoy se os entrega el Señor; hoy es para vosotros su cuerpo y su sangre, su Reino, su gracia, su misericordia, su amor.
Para los otros pobres, nosotros hemos de ser presencia real de Jesucristo el Señor.
Para todos, en Jesús, estamos llamados a ser paraíso, pan y consuelo.
Feliz domingo.





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