sábado, 4 de mayo de 2019

Tangibles como el pan: por Santiago Agrelo


La hora es de pasión.
Es de noche.
Es hora y noche de traiciones y cobardías, ambiciones y miedos, lágrimas y desesperanzas.
¡Pobres discípulos de Jesús! ¡Pobre Iglesia!: Comunidad de ilusos, asamblea ridícula de galileos fatuos, pescadores crédulos ¡y mujeres!
La cruz del amigo, aquella cruz en la que fue clavado el Maestro, el Señor, aquella cruz envuelve en luz negra lo que a los discípulos les queda de la vida.
El Nazareno se ha llevado consigo a la cruz, a la muerte, las esperanzas de todos, y les ha dejado en herencia frustración, amargura y miedo.
El templo mantendrá intactos su velo y sus atrios, la muerte su chantaje, ¡y el corazón sus divisiones!: habrá todavía esclavo y libre, judío y gentil, hombre y mujer, explotado y explotador.
Con aquel Nazareno, en su cruz, no moría una nueva religión sino una nueva creación: moría una humanidad nueva, un mundo de hermanos, un mundo sin fronteras. Moría un sueño.
Pero algo irrumpió en la oscuridad de la noche.
Los testigos dejaron noticia de ello en unas palabras: “No está aquí. Ha resucitado”. Ha resucitado el amigo. Y con él ha resucitado la esperanza.
Luego, aquellos testigos añadieron otras palabras: “El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero”.
En la noche se difunde la noticia: hay mundo nuevo y nueva humanidad.
Aquella es hora y noche de libertad conquistada, de salvación ofrecida, de gracia derramada, de Espíritu desatado sobre la faz de la tierra, de viento celeste que remueve las losas de las tumbas.
Resuena en la noche la voz del Nazareno que pone novedad en las viejas palabras del salmista: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado”.
Oigo la voz de la humanidad redimida que, unida a Cristo su Señor, evoca su propio éxodo desde la muerte a la vida: “Sacaste me vida del abismo; me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa”.
El mundo, la humanidad, las palabras, todo es nuevo si el Nazareno se acerca y lo ilumina con la luz de su presencia, todo es verdadero si Cristo ha resucitado.
Todo, también mi vida y la tuya, mi esperanza y tu esperanza, tu paz y la mía, son nuevas y verdaderas si Cristo vive, si “Jesús se acerca, toma el pan y nos lo da”.
Por eso hoy, los pobres nos reunimos en asamblea eucarística, porque necesitamos extender la mano y recibir el pan de Cristo Jesús, el pan que es Cristo Jesús. Necesitamos comulgar con Cristo resucitado.
Tangibles como ese pan serán para nosotros la dicha, la paz, la esperanza y la vida.
Feliz domingo para todos los moradores del mundo nuevo.


jueves, 2 de mayo de 2019

3º Pascua Ciclo C 5 de mayo de 2019





[Chiesa/Omelie1/Pasqua/3PascuaC19CBúsquedaRostroCristoEsElSeñor]

Ø Tercer Domingo de Pascua, Ciclo C (2019). Jesús es llamado «Señor». Con mucha frecuencia en los evangelios hay personas que se dirigen a Jesús, llamándole “Señor”. Es el Espíritu Santo quien revela a los hombres quién es Jesús. Porque "nadie puede decir: 'Jesús es Señor' sino bajo la acción del Espíritu Santo" (1 Cor 12,3). La afirmación del Señorío de Jesús significa también reconocer que el hombre no debe someter la  libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo. Ciertamente no fue fácil creer. Los discípulos de Emaus y Tomás. Es necesaria una gracia de « revelación » que viene del Padre. Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento auténtico, fiel y coherente de ese misterio. Para reconocer al Señor es necesario ser amigo suyo: los amigos de Dios en el AT y en el NT. También a nosotros se nos une el misterioso Compañero de viaje


v  Cfr. 3º Pascua Ciclo C  5 de mayo de 2019 –

Hechos 5, 27b-32.40b-41; Apocalipsis 5, 11-14; Juan 21, 1-19

cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno C, Piemme 1999

Juan 21 1 Después se apareció de nuevo Jesús a sus discípulos junto al mar de Tiberíades. Se apareció así:
2 estaban juntos Simón Pedro y Tomás, llamado Dídimo, Natanael, que era de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. 3 Les dijo Simón Pedro: Voy a pescar. Le contestaron: Vamos también nosotros contigo. Salieron, pues, y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.4 Llegada ya la mañana, se presentó Jesús en la orilla; pero sus discípulos no sabían que era Jesús. 5 Les dijo Jesús: Muchachos, ¿tenéis algo de comer? Le contestaron: No.6 El les dijo: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y ya no podían sacarla por la gran cantidad de peces. 7 Aquel discípulo a quien amaba Jesús dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Al oír Simón Pedro que era el Señor se ciñó la túnica, porque estaba desnudo, y se echó al mar. 8 Los otros discípulos vinieron en la barca, pues no estaban lejos de tierra, sino a unos doscientos codos, arrastrando la red con los peces.9 Cuando descendieron a tierra vieron unas brasas preparadas, un pez puesto encima y pan. 10 Jesús les dijo: Traed algunos de los peces que habéis pescado ahora.11 Subió Simón Pedro y sacó a tierra la red llena de ciento cincuenta y tres peces grandes. Y aunque eran tantos no se rompió la red.12 Jesús les dijo: Venid y comed. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Tú quién eres?, pues sabían que era el Señor. 13 Vino Jesús, tomó el pan y lo distribuyó entre ellos, y lo mismo el pez. 14 Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos, después de resucitar de entre los muertos. 15 Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis corderos». 16 Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Él le dice: «Pastorea mis ovejas».
17 Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: «¿Me quieres?» y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. 18 En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras». 19 Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme».

(Evangelio de hoy: Juan 21,7)

1.    Con mucha frecuencia en los evangelios hay personas que se dirigen a Jesús llamándole “Señor”.

v  Este título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y esperan de él socorro y curación. 

·         Catecismo de la Iglesia Católica,  n. 448: Con mucha frecuencia, en los evangelios, hay
personas que se dirigen a Jesús llamándole "Señor". Este título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y esperan de El socorro y curación. Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el reconocimiento del misterio divino de Jesús. En el encuentro con Jesús resucitado, se convierte en adoración: "Señor mío y Dios mío" (Juan 20,28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición cristiana: "¡Es el Señor!" (Juan 21,7).  

2.    Otras afirmaciones del Catecismo de la Iglesia Católica sobre la proclamación de que Jesucristo “es el Señor”.


v  Es el Espíritu Santo quien revela a los hombres quién es Jesús. Porque "nadie puede decir: 'Jesús es Señor' sino bajo la acción del Espíritu Santo" (1 Cor 12,3).

quien revela a los hombres quién es Jesús. Porque "nadie puede decir: 'Jesús es Señor' sino bajo la acción del Espíritu Santo" (1 Cor 12,3). "El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios...Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Cor 2,10-11). Sólo Dios conoce a Dios enteramente. Nosotros creemos en el Espíritu Santo porque es Dios.

v  Jesús mismo confirma que Dios es "el único Señor" y que es preciso amarle con todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu y todas las fuerzas (cf. Mc 12,29-30)

todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu y todas las fuerzas (cf. Mc 12,29-30). Deja al mismo tiempo entender que él mismo es "el Señor" (cf. Mc 12,35-37). Confesar que "Jesús es Señor" es lo propio de la fe cristiana. Esto no es contrario a la fe en el Dios Unico. Creer en el Espíritu Santo, "que es Señor y dador de vida", no introduce ninguna división en el Dios único.

v  Sus actos de dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios, sobre la muerte y el pecado, demostraban su soberanía divina

  • n. 447: El mismo Jesús se atribuye de forma velada este título cuando discute con los
fariseos sobre el sentido del Salmo 109 (Mt 22,41-46; cf. también Hch 2, 34-36; Hb 1, 13), pero también de manera explícita al dirigirse a sus apóstoles (Jn 13, 13). A lo largo de toda su vida pública sus actos de dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios, sobre la muerte y el pecado, demostraban su soberanía divina.  

v  La afirmación del Señorío de Jesús significa también reconocer que el hombre no debe someter la  libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo 

  • n. 450: Desde el comienzo de la historia cristiana, la afirmación del señorío de Jesús sobre el
mundo y sobre la historia (Ap 11, 15) significa también reconocer que el hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo: César no es el "Señor" (Mc 12, 17; Hch 5, 29). " La Iglesia cree.. que la clave, el centro y el fin de toda historia humana se encuentra en su Señor y Maestro" (GS 10, 2; 45, 2).  

3. Acerca del reconocimiento del rostro de Cristo.


v  A) La falta de reconocimiento del Cristo resucitado, se da constantemente en las apariciones pascuales: es clamoroso el caso de María Magdalena que confunde a Cristo con el hortelano.

o   Hay que recorrer el camino de la fe, que no está privado de signos sensibles, como el de la pesca milagrosa con sus «153 peces grandes» del Evangelio de hoy.

  • Cfr. G. Ravasi, o.c. p. 118: “La falta de reconocimiento del Cristo resucitado, se da constantemente
en las apariciones pascuales: es clamoroso el caso de María Magdalena que confunde a Cristo con el hortelano.  Por tanto, hay que recorrer un camino diverso para encontrar y reconocer a Cristo glorioso. Ese camino no puede seguir siendo el de la simple costumbre familiar, el de los ojos y los sentimientos, sino que es el camino de la fe. Un camino que, sin embargo, no está privado de signos comprensibles: como en el caso de la pesca milagrosa con sus «153 peces grandes». También en este dato cuantitativo probablemente no se esconden grandes secretos, no obstante las muy agudas y frenéticas  investigaciones de los lectores del Evangelio de todos los siglos, sino, sencillamente, un recuerdo histórico y ocular. Y  es precisamente a partir de este signo cuando la narración  de Juan empieza a orientarse hacia una dimensión más alta y completa. (...) Pedro reconoce a su Señor y se echa al agua y se dirige  hacia él con todo el impulso de su amor”. Cfr. Gianfranco Ravasi o.c. pp. 115-116

v  B) Juan Pablo II, en su Carta Novo millennio ineunte, 6 de enero de 2001

o   Ciertamente no fue fácil creer. Los discípulos de Emaus y Tomás

19. « Los discípulos se alegraron de ver al Señor » (Jn 20,20). El rostro que los Apóstoles contemplaron después de la resurrección era el mismo de aquel Jesús con quien habían vivido unos tres años, y que ahora los convencía de la verdad asombrosa de su nueva vida mostrándoles « las manos y el costado » (ibíd.). Ciertamente no fue fácil creer. Los discípulos de Emaús creyeron sólo después de un laborioso itinerario del espíritu (cf. Lc 24,13-35). El apóstol Tomás creyó únicamente después de haber comprobado el prodigio (cf. Jn 20,24-29). En realidad, aunque se viese y se tocase su cuerpo, sólo la fe podía franquear el misterio de aquel rostro. Ésta era una experiencia que los discípulos debían haber hecho ya en la vida histórica de Cristo, con las preguntas que afloraban en su mente cada vez que se sentían interpelados por sus gestos y por sus palabras.

o   Cómo llega Pedro a la fe

A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, a través de un camino cuyas etapas nos presenta el Evangelio en la bien conocida escena de Cesarea de Filipo (cf. Mt 16,13-20). A los discípulos, como haciendo un primer balance de su misión, Jesús les pregunta quién dice la « gente » que es él, recibiendo como respuesta: « Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas » (Mt 16,14). Respuesta elevada, pero distante aún —¡y cuánto!— de la verdad. El pueblo llega a entrever la dimensión religiosa realmente excepcional de este rabbí que habla de manera fascinante, pero que no consigue encuadrarlo entre los hombres de Dios que marcaron la historia de Israel. En realidad, ¡Jesús es muy distinto! Es precisamente este ulterior grado de conocimiento, que atañe al nivel profundo de su persona, lo que él espera de los « suyos »: « Y vosotros ¿quién decís que soy yo? » (Mt 16,15). Sólo la fe profesada por Pedro, y con él por la Iglesia de todos los tiempos, llega realmente al corazón, yendo a la profundidad del misterio: « Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo » (Mt 16,16).

o   Es necesaria una gracia de « revelación » que viene del Padre.

·          Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento auténtico, fiel y coherente de ese misterio.
20. ¿Cómo llegó Pedro a esta fe? ¿Y qué se nos pide a nosotros si queremos seguir de modo cada vez más convencido sus pasos? Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: « No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos » (16,17). La expresión « carne y sangre » evoca al hombre y el modo común de conocer. Esto, en el caso de Jesús, no basta. Es necesaria una gracia de « revelación » que viene del Padre (cf. ibíd.). Lucas nos ofrece un dato que sigue la misma dirección, haciendo notar que este diálogo con los discípulos se desarrolló mientras Jesús « estaba orando a solas » (Lc 9,18). Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del hecho de que a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: « Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad » (Jn 1,14).

v  C) La comida con sus discípulos (Juan 21,13),  «signo de comunión y de intimidad», es una  experiencia que se repite «cada vez que parte con nosotros el pan eucarístico».

·         Cfr. Gianfranco Ravasi, o.c, p. 116: “Aquella pobre comida de pescadores, a causa de la presencia
extraordinaria del Señor evoca otras cenas, sobre todo aquella celebrada en el cenáculo o aquella con los discípulos de Emaús. Se delinea una dimensión nueva y simbólica que los Padres de la Iglesia frecuentemente han exaltado, entreviendo en aquella comida sencilla y frugal  la alegre Cena del Señor que nosotros celebramos también en este domingo” .

v  D) Para reconocer al Señor es necesario ser amigo suyo: los amigos de Dios en el AT y en el NT:

·         S.A. Panimolle, Amor, en Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, Ed, Paulinas 1990:  c) Los
amigos de Dios. En el pueblo de Dios algunas personas en particular son amadas por el Señor porque desempeñan una misión salvífica y han amado con todo el corazón a su Dios, adhiriéndose a él por completo, escuchando su voz y viviendo su palabra: tales son los padres de Israel, Moisés, los justos, el rey David; se les llama amigos de Dios. / Abrahán es el primer padre de Israel, presentado como amigo del Señor (2Ch 20,7 Is 41,8 Da 3,35 Jc 2,23). Dios conversó afablemente con este siervo suyo y le manifestó sus proyectos, lo mismo que se hace con un amigo íntimo (Gen 18,17ss). También Benjamín fue considerado de tal modo porque fue amado por el Señor (Dt 33,12). / Moisés es otro gran amigo de Dios: hablaba con él cara a cara, lo mismo que habla un hombre con su amigo (Ex 33,11). Moisés fue amado por Dios y por los hombres; su memoria será bendita (Si 45,1); en efecto, él fue el gran mediador de la revelación del amor misericordioso del Señor (Ex 34,6s; Núm 14,18s; Dt 5,9s). También / Samuel fue amado por el Señor (Si 46,13), lo mismo que / David y Salomón (2S 12,24 lCrón 2S 17,16 [LXX]; Si 47,22 Ne 13,26), y lo mismo el siervo del Señor (Is 48,14). Finalmente, todos los hombres fieles y piadosos son amigos de Dios (Ps 127,2).
            En el NT los amigos de Dios y de su Hijo son los creyentes (cf 1 Tes 1,4; 2Th 2,13 Col 3,12), y de manera especial los apóstoles y los primeros discípulos, que son amados por el Padre y por Jesús (Jn 14,21 Jn 17,23). Pero es preciso merecer esta amistad divina, observando y guardando la palabra del Hijo de Dios (Jn 14,23s), es decir, creyendo vitalmente en él (Jn 17,26). En el grupo de los primeros seguidores de Cristo hay uno que es designado especialmente por el cuarto evangelista como "el discípulo amado", es decir, el amigo de Jesús (Jn 21,7 Jn 21,20), que se reclinó sobre el pecho del maestro (Jn 13,23), es decir, vivió en profunda intimidad con el Hijo de Dios, lo siguió hasta el Calvario (Jn 18,15 19,26s) y lo amó intensamente (Jn 20,2-5). ( Diccionario RAVASI 153)

4. Importancia objetiva y subjetiva del reconocimiento de Jesucristo como «Señor».

v  La proclamación de Jesús como «Señor» nos salva. Este conocimiento lo hace posible sólo el Espíritu Santo.

  • Cfr. Raniero Cantalamessa, El Canto del Espíritu (Meditaciones sobre el Veni Creator), PPC
1999,Cap. XXI pp. 377-391: “San Pablo habla de un conocimiento «superior», y hasta «sublime», de Cristo, que consiste en conocerlo y proclamarlo «Señor» (cfr.  Flp 3,8).  Es la proclamación que, unida a la fe en la resurrección de Cristo, nos salva (cfr.  Rom 10,9).  Y este conocimiento lo hace posible sólo el Espíritu Santo:
«Nadie puede decir: "Jesús es Señor", si no está movido por el Espíritu Santo» (1 Cor 12,3).
Cualquiera puede decir estas palabras con los labios, incluso sin el Espíritu Santo, pero entonces no sería eso tan grandioso que acabamos de decir; no nos salvaría.

o   La fuerza objetiva y subjetiva de la afirmación  «Jesús es Señor»

·         Fuerza objetiva
            ¿Qué es lo que hay de especial en esta afirmación, que la hace ser tan determinante?  Podemos explicarlo desde distintos puntos de vista, objetivos o subjetivos.  La fuerza objetiva de la frase: «Jesús es Señor» está en el hecho de que hace presente la historia y en particular el misterio pascual.  Es el resultado de dos eventos: Cristo ha muerto por nuestros pecados; ha resucitado para nuestra justificación; por tanto es el Señor.
    «Para eso murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos» (Rom 14,9).
            Los acontecimientos que lo han preparado están como encerrados en esta conclusión y en ella se hacen presentes y operantes.  En este caso, la palabra es verdaderamente «la casa del ser». «Jesús es Señor» es la semilla de la que se ha desarrollado todo el kerigma y el sucesivo anuncio cristiano.  Con esta proclamación, Pedro concluye su discurso el día de Pentecostés (cfr.  Hech 2,36).

o   Fuerza subjetiva. Es decir, en lo que depende de nosotros,  la fuerza de esa proclamación está en que supone también una decisión.

·    Desde el punto de vista subjetivo - es decir, en lo que depende de nosotros - la fuerza de
esa proclamación está en que supone también una decisión.  Quien la pronuncia decide sobre el sentido de su vida.  Es como si dijera: «Tú eres mí Señor; yo me someto a ti, te reconozco libremente como mi salvador, mi jefe, mi maestro, aquel que tiene todos los derechos sobre mí».
            Este «para mí», es el motivo por el cual los demonios, en los Evangelios, no tienen dificultad en proclamar a Jesús como «Hijo de Dios» y «Santo de Dios», pero jamás dicen: «Sabemos quién eres: ¡eres el Señor!».  En el primer caso, no hacen otra cosa que reconocer un dato de hecho que no depende de ellos y que no pueden cambiar; en el segundo, llegarían a someterse a Cristo, cosa que no pueden hacer.

5. También a nosotros se nos une el misterioso Compañero de viaje

·         Juan Pablo II, Catequesis, Audiencia General del 18 de abril de 2001: “Aunque sea con
dificultad, el camino de Emaús lleva del sentido de desolación y extravío a la plenitud de la fe pascual. Al recorrer este itinerario, también a nosotros se nos une el misterioso Compañero de viaje. Durante el trayecto, Jesús se nos acerca, se une a nosotros en el punto donde nos encontramos y nos plantea las preguntas esenciales que devuelven al corazón la esperanza. Tiene muchas cosas que explicar a propósito de su destino y del nuestro. Sobre todo revela que toda existencia humana debe pasar por su cruz para entrar en la gloria. Pero Cristo hace algo más: parte para nosotros el pan de la comunión, ofreciendo la Mesa eucarística en la que las Escrituras cobran su pleno sentido y revelan los rasgos únicos y esplendorosos del rostro del Redentor.
Después de reconocer y contemplar el rostro de Cristo resucitado, también nosotros, como los dos discípulos, somos invitados a correr hasta el lugar donde se encuentran nuestros hermanos, para llevar a todos el gran anuncio: "Hemos visto al Señor" (Juan 20, 25) ”




Vida Cristiana

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