sábado, 15 de junio de 2019

La Santísima Trinidad: misterio de Dios y de la Iglesia




La Santísima Trinidad: misterio de Dios y de la Iglesia

Pudiera parecer que el de la Trinidad es misterio que concierne a Dios y sólo a Dios. Lo sugería el catecismo de mi infancia que, a la pregunta: “La Santísima Trinidad, ¿quién es?”, respondía: “Es el mismo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero”.
Sin embargo, ese misterio se nos ha revelado, no para que sepamos más acerca de Dios, sino para que conozcamos lo fundamental, lo esencial, lo que cuenta acerca de nosotros mismos.
Aprende a confesar ese misterio con palabras de la revelación: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.
Lo que parece más de Dios, es al mismo tiempo lo más tuyo, pues tú eres el mundo que Dios ama, para ti es el Unigénito que Dios entrega, para ti es la vida eterna que Dios ofrece.
Con verdad podrás decir, mejor aún, puedes cantar con toda la comunidad eclesial: “Bendito sea Dios Padre, y su Hijo unigénito, y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros”.
Y también cantarás con el salmista: “Señor, dueño nuestro, ¡que admirable es tu  nombre en toda la tierra!”
Podrás cantar la gloria de Dios contemplando el cielo y sus maravillas; pero lo harás sobre todo contemplando el cielo que Dios ha hecho de ti, ese prodigio de misericordia que es en la Trinidad santa cada uno de nosotros: “Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”; porque “Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba! Padre”; porque se os ha concedido la gracia del Hijo, el amor del Padre, la comunión del Espíritu Santo”; porque os unge, os habita, os mueve, os guía, os ilumina, os consuela, os empuja y os transforma en cuerpo de Cristo el Espíritu de Cristo; porque Dios ya no es Dios sin vosotros, porque vuestro nombre, lo que vosotros sois, ya se dirá siempre con el nombre de Dios, con lo que Dios es.
La eucaristía que celebras y recibes, Iglesia de Cristo, es el sacramento de tu pertenencia al misterio de la Santísima Trinidad. Comenzarás la celebración en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Luego pedirás al Padre que santifique con la efusión de su Espíritu los dones que has presentado delante de él; se lo pedirás para que esos dones y tú misma seáis transformados, por la fuerza del Espíritu, en cuerpo de Cristo. Así mismo, por Cristo, con Cristo y en Cristo, unirás tu oración de hoy al honor y a la gloria que por toda la eternidad el Hijo tributa al Padre, en la unidad del Espíritu Santo. Y cuando hayas recibido el pan santificado, la comunión sacramental irá diciendo a la mente y al sentido que el Hijo de Dios se ha hecho uno contigo, que tú te has hecho una sola cosa con Cristo Jesús, que os une el mismo Espíritu, y que en Cristo eres para Dios “Iglesia amada en el Hijo más amado”…
En verdad, el de la Trinidad es tu misterio, Iglesia cuerpo de Cristo.

Discurso del Papa Francisco al “Congreso “¡Sí a la vida!” Sábado, 25 de mayo de 2019




[Chiesa/Testi/Vita/ValorHumanoDeLaVidaDiscursoCongresoSíVida”Francisco]

Ø ¡Sí a la vida!. Discurso al Congreso “Sí a la vida” de Papa Francisco (Mayo
2019). Ningún ser humano puede ser jamás incompatible con la vida, ni por su edad, ni por sus condiciones de salud, ni por la calidad de su existencia. Hay una cosa que la medicina sabe bien: los niños, desde el seno materno, si presentan condiciones patológicas, son pequeños pacientes, que no raramente se pueden curar con intervenciones farmacológicas, quirúrgicas y asistenciales extraordinarias, capaces ya de reducir esa terrible brecha entre posibilidades diagnósticas y terapéuticas.

v  Cfr. Discurso del Papa Francisco al “Congreso “¡Sí a la vida!”

Sábado, 25 de mayo de 2019

Señores Cardenales, venerables hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos.
Saludo al Cardenal Farrell y le agradezco sus palabras de introducción. Saludo a los participantes en el Congreso internacional “Yes to Life! Cuidar el precioso don de la vida en la fragilidad”, organizado por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida y por la Fundación “El Corazón en una Gota”, una de las realidades que en el mundo se dedican cada día a acoger el nacimiento de niños en condiciones de extrema fragilidad. Niños que, en algunos casos, la cultura del descarte define “incompatibles con la vida”, y son condenados a muerte.

v  Ningún ser humano puede ser jamás incompatible con la vida, ni por su edad, ni por sus condiciones de salud, ni por la calidad de su existencia.

Pero ningún ser humano puede ser jamás incompatible con la vida, ni por su edad, ni por sus condiciones de salud, ni por la calidad de su existencia. Todo niño que se anuncia en el seno de una mujer es un don, que cambia la historia de una familia: de un padre y de una madre, de los abuelos y de los hermanos.
Y ese niño necesita ser acogido, amado y cuidado. ¡Siempre! También cuando lloran, como ese [aplausos]. Quizá alguna pueda pensar: “Pero, hace ruido… sacadlo de aquí”. No: eso es una música que todos debemos escuchar. Y diré que ha oído los aplausos y se ha dado cuenta de que eran para él. Hay que escuchar siempre, también cuando el niño nos moleste un poco; incluso en la
iglesia: ¡que lloren los niños en la iglesia! Alaban a Dios. Nunca, jamás echar a un niño porque llore. Gracias por el testimonio.
Cuando una mujer descubre que está esperando un niño, se mueve inmediatamente en ella un sentido de misterio profundo. Las mujeres que son madres lo saben. La conciencia de una presencia, que crece dentro de ella, invade todo su ser, haciéndola no ya solo mujer, sino madre. Entre ella y el niño se instaura en seguida un intenso diálogo cruzado, que la ciencia llama cross-talk. Una relación real e intensa entre dos seres humanos, que se comunican entre sí desde los primeros instantes de la concepción para favorecer una recíproca adaptación, conforme el pequeño crece y se desarrolla. Esa capacidad comunicativa no es solo de la mujer, sino sobre todo del niño, que en su individualidad empieza a enviar mensajes para revelar su presencia y sus necesidades a la madre. Es así como ese nuevo ser humano se convierte en seguida en un hijo, moviendo a la mujer con todo su ser a dedicarse a él.

v  Las modernas técnicas de diagnóstico prenatal son capaces de descubrir desde las primeras semanas la presencia de malformaciones y patologías, que a veces pueden poner en serio peligro la vida del niño y la serenidad de la mujer.


o   Sin embargo, hay una cosa que la medicina sabe bien: los niños, desde el seno materno, si presentan condiciones patológicas, son pequeños pacientes, que no raramente se pueden curar con intervenciones farmacológicas, quirúrgicas y asistenciales extraordinarias, capaces ya de reducir esa terrible brecha entre posibilidades diagnósticas y terapéuticas.

§  Por eso, es indispensable que los médicos tengan bien claro no solo el objetivo de la curación, sino el valor sagrado de la vida humana, cuya defensa sigue siendo el fin último de la práctica médica.
En ese sentido, el confort care perinatal es una modalidad de terapia que humaniza la medicina, porque mueve a una relación responsable con el niño enfermo.
Hoy, las modernas técnicas de diagnóstico prenatal son capaces de descubrir desde las primeras semanas la presencia de malformaciones y patologías, que a veces pueden poner en serio peligro la vida del niño y la serenidad de la mujer. La sola sospecha de la patología, y aún más la certeza de la enfermedad, cambian la vivencia del embarazo, dejando a mujeres y parejas en una profunda incomodidad. El sentido de soledad, de impotencia, y el miedo al sufrimiento del niño y de la familia entera surgen como un grito silencioso, una llamada de ayuda en la oscuridad de una enfermedad, de la que nadie sabe predecir el final cierto. Porque la evolución de cada enfermedad es siempre subjetiva y ni los médicos suelen saber cómo se manifestará en el individuo.
Sin embargo, hay una cosa que la medicina sabe bien: los niños, desde el seno materno, si presentan condiciones patológicas, son pequeños pacientes, que no raramente se pueden curar con intervenciones farmacológicas, quirúrgicas y asistenciales extraordinarias, capaces ya de reducir esa terrible brecha entre posibilidades diagnósticas y terapéuticas, que desde años constituye una de
las causas del aborto voluntario y del abandono asistencial al nacimiento de tantos niños con graves patologías. Las terapias fetales, por un lado, y los Hospicios Perinatales, por otro, obtienen resultados sorprendentes en términos clínico-asistenciales y proporcionan una ayuda esencial a las familias que acogen el nacimiento de un hijo enfermo. Dichas posibilidades y conocimientos deben ser puestos a disposición de todos para difundir un enfoque científico y pastoral de acompañamiento competente.
Por eso, es indispensable que los médicos tengan bien claro no solo el objetivo de la curación, sino el valor sagrado de la vida humana, cuya defensa sigue siendo el fin último de la práctica médica. La profesión médica es una misión, una vocación a la vida, y es importante que los médicos sean conscientes de ser ellos mismos un don para las familias que se les confían: médicos capaces de entrar en relación, de hacerse cargo de las vidas ajenas, proactivos ante el dolor, capaces de tranquilizar, de empeñarse en encontrar siempre soluciones respetuosas con la dignidad de toda vida humana.
En ese sentido, el confort care perinatal es una modalidad de terapia que humaniza la medicina, porque mueve a una relación responsable con el niño enfermo, que es acompañado por los empleados y por su familia en un camino asistencial integrado, que nunca lo abandona, haciéndole sentir calor humano y amor.
Todo esto se ve necesario especialmente con esos niños que, al estado actual de los conocimientos científicos, están destinados a morir tras el parto, o en breve espacio de tiempo. En esos casos, la terapia podría parecer un inútil empleo de recursos y un ulterior sufrimiento para los padres. Pero una mirada atenta sabe captar el significado auténtico de ese esfuerzo, dirigido a llevar a cumplimiento el amor de una familia. Cuidar a esos niños ayuda, de hecho, a los padres a llevar el luto y concebirlo no solo como pérdida, sino como etapa de un camino recorrido juntos. Ese niño estará en su vida para siempre. Y ellos lo habrán podido amar. Muchas veces, esas pocas horas en las que la madre puede acunar a su niño dejan una huella en el corazón de aquella mujer que
nunca olvidará. Y ella se siente –permitidme la palabra– realizada. Se siente madre.

v  Desgraciadamente la cultura hoy dominante no promueve esta visión: a

nivel social el temor y la hostilidad ante la discapacidad inducen a menudo a elegir el aborto, configurándolo como práctica de “prevención”.

o   Pero la enseñanza sobre este punto es clara: la vida humana es sagrada e
inviolable y el uso del diagnóstico prenatal con fines selectivos debe desaconsejarse con fuerza, porque es expresión de una inhumana mentalidad eugenésica, que quita a las familias la posibilidad de acoger, abrazar y amar a sus niños más débiles.
§  A veces oímos: “Los católicos no aceptáis el aborto, es un problema de vuestra fe”. No: es un problema pre-religioso. La fe no tiene nada que ver.
Desgraciadamente la cultura hoy dominante no promueve esta visión: a nivel social el temor y la hostilidad ante la discapacidad inducen a menudo a elegir el aborto, configurándolo como práctica de “prevención”. Pero la enseñanza de la Iglesia sobre este punto es clara: la vida humana es sagrada e inviolable y el uso del diagnóstico prenatal con fines selectivos debe desaconsejarse con fuerza, porque es expresión de una inhumana mentalidad eugenésica, que quita a las familias la posibilidad de acoger, abrazar y amar a sus niños más débiles. A veces oímos: “Los católicos no aceptáis el aborto, es un problema de vuestra fe”. No: es un problema pre-religioso. La fe no tiene nada que ver.
Viene después, pero no tiene que ver: es un problema humano. Es un problema pre-religioso. No achaquemos a la fe una cosa que no le compete desde el inicio. Es un problema humano. Solo dos frases nos ayudarán a entender bien esto: dos preguntas. Primera pregunta: ¿es lícito eliminar una vida humana para resolver un problema? Segunda pregunta: ¿es lícito contratar un sicario para resolver un problema? Responded vosotros. Ese es el punto. No ir a lo religioso en una cosa que se refiere a lo humano. No es lícito. Nunca, jamás eliminar una vida humana ni contratar un sicario para resolver un problema.
El aborto nunca es la respuesta que las mujeres y las familias buscan. Más bien son el miedo a la enfermedad y la soledad los que hacen dudar a los padres. Las dificultades de orden práctico, humano y espiritual son innegables, pero precisamente por eso son urgentes y necesarias acciones pastorales más incisivas para sostener a los que acogen a los hijos enfermos. Hay, pues, que
crear espacios, lugares y “redes de amor” a las que las parejas se puedan dirigir, así como dedicar tiempo al acompañamiento de esas familias.
Me viene a la cabeza una historia que i conocí en mi otra diócesis. Había una chica de
15 años con síndrome de Down que quedó encinta y los padres fueron al juez para pedir permiso de abortar. El juez, un hombre recto en serio, estudió el asunto y dijo: “Quiero interrogar a la chica”. “Pero si es síndrome de Down, no entiende…”. “No, no, que venga”. Y fue la chica de 15 años, se sentó allí, comenzó a hablar con el juez y él le dijo: “¿Tú sabes lo que te pasa?”. “Sí, estoy enferma…”. “Ah, ¿y cómo es tu enfermedad?”. “Me han dicho que tengo dentro un animal que me come el estómago, y por eso deben intervenirme”. “No… no tienes un gusano que te come el estómago. ¿Sabes lo que hay ahí? ¡Un niño!”. Y la chica Down dijo: “¡Oh, qué hermoso!”: así. Con eso, el juez no autorizó el aborto. La madre lo quiere. Pasó el tiempo. Nació una niña. Estudió, creció, y fue abogada. Aquella niña, desde que supo su historia, porque se la contaron, cada día de cumpleaños llamaba al juez para darle las gracias por el don del nacimiento. Las cosas de la vida. El juez murió y ahora ella es promotora de justicia. ¡Qué cosa más bonita! El aborto nunca es la respuesta que buscan las mujeres y las familias.
Gracias, pues, a todos los que trabajáis en esto. Y gracias, en particular, a las familias, madres y padres, que habéis acogido la vida frágil  –la palabra fragilidad debe subrayarse–  porque las madres, y también las mujeres, son especialistas en fragilidad: acoger la vida frágil; y que ahora sois apoyo y ayuda para otras familias. Vuestro ejemplo de amor es un don para el mundo. Os
bendigo y os llevo en mi oración. Y os pido por favor que recéis por mí. Gracias.

Vida Cristiana

viernes, 14 de junio de 2019

La Santísima Trinidad: misterio de Dios y de la Iglesia: por Santiago Agrelo

Pudiera parecer que el de la Trinidad es misterio que concierne a Dios y sólo a Dios. Lo sugería el catecismo de mi infancia que, a la pregunta: “La Santísima Trinidad, ¿quién es?”, respondía: “Es el mismo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero”.
Sin embargo, ese misterio se nos ha revelado, no para que sepamos más acerca de Dios, sino para que conozcamos lo fundamental, lo esencial, lo que cuenta acerca de nosotros mismos.
Aprende a confesar ese misterio con palabras de la revelación: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.
Lo que parece más de Dios, es al mismo tiempo lo más tuyo, pues tú eres el mundo que Dios ama, para ti es el Unigénito que Dios entrega, para ti es la vida eterna que Dios ofrece.
Con verdad podrás decir, mejor aún, puedes cantar con toda la comunidad eclesial: “Bendito sea Dios Padre, y su Hijo unigénito, y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros”.
Y también cantarás con el salmista: “Señor, dueño nuestro, ¡que admirable es tu  nombre en toda la tierra!”
Podrás cantar la gloria de Dios contemplando el cielo y sus maravillas; pero lo harás sobre todo contemplando el cielo que Dios ha hecho de ti, ese prodigio de misericordia que es en la Trinidad santa cada uno de nosotros: “Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”; porque “Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba! Padre”; porque se os ha concedido la gracia del Hijo, el amor del Padre, la comunión del Espíritu Santo”; porque os unge, os habita, os mueve, os guía, os ilumina, os consuela, os empuja y os transforma en cuerpo de Cristo el Espíritu de Cristo; porque Dios ya no es Dios sin vosotros, porque vuestro nombre, lo que vosotros sois, ya se dirá siempre con el nombre de Dios, con lo que Dios es.
La eucaristía que celebras y recibes, Iglesia de Cristo, es el sacramento de tu pertenencia al misterio de la Santísima Trinidad. Comenzarás la celebración en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Luego pedirás al Padre que santifique con la efusión de su Espíritu los dones que has presentado delante de él; se lo pedirás para que esos dones y tú misma seáis transformados, por la fuerza del Espíritu, en cuerpo de Cristo. Así mismo, por Cristo, con Cristo y en Cristo, unirás tu oración de hoy al honor y a la gloria que por toda la eternidad el Hijo tributa al Padre, en la unidad del Espíritu Santo. Y cuando hayas recibido el pan santificado, la comunión sacramental irá diciendo a la mente y al sentido que el Hijo de Dios se ha hecho uno contigo, que tú te has hecho una sola cosa con Cristo Jesús, que os une el mismo Espíritu, y que en Cristo eres para Dios “Iglesia amada en el Hijo más amado”…
En verdad, el de la Trinidad es tu misterio, Iglesia cuerpo de Cristo.

miércoles, 12 de junio de 2019

lunes, 10 de junio de 2019

Domingo de Pentecostés 9 de junio de 2019






[Chiesa/Omelie1/Pasqua/Pentecoste/C19PentecostésConocimientoVerdaderaGrandezaMisterioCristoSeñor]

Ø Domingo de Pentecostés (2019). La misión del Espíritu consiste en introducir a la Iglesia de manera siempre nueva, de generación en generación, en la grandeza del misterio de Cristo. Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino es bajo la acción del Espíritu Santo.


v  Cfr. Domingo de  Pentecostés  9 de junio de 2019  

Hechos 2, 1-11; Salmo 103; 1 Corintios 12, 3-7.12-13 o bien Romanos 8, 8-17; Juan 20,
19-23 o bien Juan 14, 15-16.23b-26.
Juan 20, 19 Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: « La paz con vosotros. » 20 . Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. 21 Jesús les dijo otra vez: « La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío. » 22 Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: « Recibid el Espíritu Santo. 23 A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.  
O bien  Juan 14, 15-16.23b-26: 15 Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; 16 y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre. 23 « Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. 24 El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. 25 Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. 26 Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.
1 Corintios 12, 3b-7.12-13: 3 Hermanos: nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino es bajo la acción del  Espíritu Santo.4 Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo; 5 y diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; 6 y diversidad de acciones, pero Dios es el mismo, que obra todo en todos. 7 A cada uno se le concede la manifestación del Espíritu para provecho común. 12 Porque así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, aun siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. 13 Porque todos nosotros, tanto judíos como griegos, tanto siervos como libres, fuimos bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
es  introducirnos en la grandeza del misterio de Cristo.
«Jesús es Señor» (Segunda Lectura de hoy, 1 Corintios 12):
esta es la confesión fundamental de la Iglesia,
guiada por el Espíritu Santo.

 

I. Un aspecto importante del reconocimiento de la grandeza del misterio de Cristo es la proclamación «Jesús es Señor», de la primera Carta de San Pablo a los Corintios (12,3), que se ha leído hoy, solemnidad de Pentecostés.


v  1. «Jesús es Señor». Jesucristo revela y lleva a cabo el señorío de Dios sobre el mundo y sobre la historia.

  • Nuevo Diccionario de Teología Biblica, P. Rossano, G. Ravasi, A. Girlanda, Jesucristo.
ed. San Pablo: “Con el título Kyrios (Señor) la comunidad cristiana reconoce a Jesús resucitado como Señor suyo, entronizado a la derecha de Dios, que revela y lleva a cabo el señorío de Dios sobre el mundo y sobre la historia. (…) Esta misma convicción es la que se deduce de la carta de Pablo a los fieles de Filipos, en donde el título de Kyrios, que se atribuía típicamente a Dios en la tradición bíblica, es referido ahora a Jesucristo, el cual, "teniendo la naturaleza gloriosa de Dios", se sumergió en la historia de los hombres con una total fidelidad, vivida incluso en la humillación extrema de la muerte (Filipenses  2,6-11)”.

o   Es el reconocimiento de que Jesús es mi salvador, mi maestro.

·         San Pablo afirma que ninguno puede hacer esa alabanza sin la acción del Espíritu Santo. Quien
pronuncia esa alabanza es como si dijera: «Tú eres mí Señor; yo me someto a ti, te reconozco libremente como mi salvador, mi jefe, mi maestro, aquel que tiene todos los derechos sobre mí»” (Cfr. Raniero Cantalamessa, El Canto del Espíritu, Cap. XXI, p. 385).

v  2. Es el Espíritu Santo quien revela a los hombres que Jesús es Señor.

o   En el Catecismo de la Iglesia Católica

·         n. 152: No se puede creer en Jesucristo sin tener parte en su Espíritu. Es el Espíritu Santo quien
revela a los hombres quién es Jesús. Porque "nadie puede decir: «Jesús es Señor» sino bajo la acción del Espíritu Santo" (1Co 12,3). "El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios... Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1Corintios 2,10-11). Sólo Dios conoce a Dios enteramente. Nosotros creemos en el Espíritu Santo porque es Dios. La Iglesia no cesa de confesar su fe en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
·         n. 455: El nombre de Señor significa la soberanía divina. Confesar o invocar a Jesús como
Señor es creer en su divinidad "Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!" sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Corintios 12,3).
·         n. 683: "Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!" sino por influjo del Espíritu Santo" (1Corintios
12,3). "Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!" (Gálatas 4,6). Este conocimiento de fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído por el Espíritu Santo. El es quien nos precede y despierta en nosotros la fe. (…)
·   n.  2670: "Nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!», sino por influjo del Espíritu Santo" (1Corintios 12,3). Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu Santo quien, con su gracia preveniente, nos atrae al camino de la oración. Puesto que El nos enseña a orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no dirigirnos también a él orando? Por eso, la Iglesia nos invita a implorar todos los días al Espíritu Santo, especialmente al comenzar y al terminar cualquier acción importante.
 Si el Espíritu no debe ser adorado, ¿cómo me diviniza él por el bautismo? Y si debe ser adorado, ¿no debe ser objeto de un culto particular?. [San Gregorio Nacianceno]
·  n. 2681: "Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por influjo del Espíritu Santo" (1Corintios 12,3). La Iglesia nos invita a invocar al Espíritu Santo como Maestro interior de la oración cristiana.

v  3. En el Ordinario de la Misa hay textos sobre la grandeza del misterio de Cristo. Por ejemplo, en la alabanza o doxología que el sacerdote proclama antes del Rito de la Comunión, elevando la patena y el cáliz.

o   Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre  omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos.

Cfr. Félix María,  Arocena, En el corazón de la liturgia, Palabra marzo 1999, 
pp. 246-261:
            - Por Cristo. «... no debemos presentar a Dios Padre nada si no es por Cristo, a través de Cristo, por medio de  Él” p. 251 [Yo soy el camino ... nadie puede ir al Padre sino por mí .... (Juan 14,6]
            - Con Cristo. «Hacer las cosas por Cristo es poco todavía. No basta hacerlo todo a través de Cristo, sino con Él, en unión íntima con Él. (...) En su alma humana, Cristo posee la plenitud de la gracia santificante. Una plenitud intensiva y extensiva. La gracia santificante que yo poseo ha tenido su origen y su fuente en el alma humana de Cristo. Es gracia “capital”, mana de la Cabeza, que es Cristo. La gracia santificante  que yo poseo se llama, por eso, “crística”. (...) La vida cristiana consiste en hacer todo con Jesús; rezar, discurrir, amar, trabajar, caminar, descansar, divertirse ... Los disgustos, enfermedades, contradicciones, dolores ... sin incorporar a Cristo, carecerían de valor». pp. 251-252
- En Cristo. Hay una gradación. «“Gradación” porque “por” y “con” son algo extrínseco a nosotros, mientras que “en” nos mete dentro de Cristo. Tema muy querido en San Agustín († 430), que nos reconduce a su doctrina sobre el Cuerpo místico de Cristo y el “Cristo total”.  (... ) El “Cristo total” es Cristo más nosotros. (...) Él no está completo sin nosotros. No alcanza su plenitud y totalidad si no somos uno con Él. Incorporados a  Él por el Bautismo somos partes integrantes de su unidad. El cristiano es alter Christus: el cristiano es otro Cristo, y nada más verdadero, pero hay que precisar. “Otro” no significa diferente. No somos otros Cristo distinto del Cristo verdadero. Estamos destinados a ser el Cristo único que existe. Como dice san Agustín, Christus facti sumus (Enarrationes in psalmos, 26,2; BAC, 235, p. 267). (...) La cabeza y los miembros forman el Christus totus, el “Cristo total”. Siendo así, se comprende que todas nuestras acciones se han de realizar en Cristo, identificados con Él.» pp. 252-253.

v  4. El Señor se encuentra junto a nosotros con la fuerza del Espíritu Santo. La misión del Espíritu consiste en introducirnos en la grandeza del misterio de Cristo.

·         Benedicto XVI, Homilía 7 mayo 2005 [1]: “De las lecturas de la liturgia de hoy aprendemos también
Algo más sobre la manera concreta en la que el Señor se encuentra junto a nosotros. El Señor promete a sus discípulos su Espíritu Santo. La primera lectura nos dice que el Espíritu Santo será «fuerza» para los discípulos; el Evangelio añade que será guía hacia la Verdad plena. Jesús les dijo todo a sus discípulos, pues él es la Palabra viviente de Dios, y Dios no puede dar algo más que a sí mismo. En Jesús, Dios se nos dio totalmente a sí mismo, es decir, nos dio todo. Además de esto, o junto a esto, no puede haber otra revelación capaz de comunicar algo más o de completar, en cierto sentido, la Revelación de Cristo. En Él, en el Hijo, se nos dijo todo, se nos dio todo. Pero nuestra capacidad de comprender es limitada; por este motivo la misión del Espíritu consiste en introducir a la Iglesia de manera siempre nueva, de generación en generación, en la grandeza del misterio de Cristo”.

II. El Espíritu Santo es el manantial inagotable de la vida de Dios en nosotros.

     Papa Francisco, Catequesis de las Audiencias Generales, sobre el Espíritu Santo, 8 de mayo de
     2013

o   El hombre es como un peregrino que, atravesando los desiertos de la vida, tiene sed de un agua viva fluyente y fresca, capaz de saciar en profundidad su deseo profundo de luz, amor, belleza y paz. Todos sentimos este deseo.

·         Y Jesús nos dona esta agua viva: esa agua es el Espíritu Santo, que procede del Padre y que Jesús derrama en nuestros corazones. «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante».

Pero quisiera detenerme sobre todo en el hecho de que el Espíritu Santo es el manantial inagotable de la vida de Dios en nosotros. El hombre de todos los tiempos y de todos los lugares desea una vida plena y bella, justa y buena, una vida que no esté amenazada por la muerte, sino que madure y crezca hasta su plenitud. El hombre es como un peregrino que, atravesando los desiertos de la vida, tiene sed de un agua viva fluyente y fresca, capaz de saciar en profundidad su deseo profundo de luz, amor, belleza y paz. Todos sentimos este deseo. Y Jesús nos dona esta agua viva: esa agua es el Espíritu Santo, que procede del Padre y que Jesús derrama en nuestros corazones. «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante», nos dice Jesús (Jn 10, 10).
·         Cuando decimos que el cristiano es un hombre espiritual entendemos precisamente esto: el cristiano es una persona que piensa y obra según Dios, según el Espíritu Santo.
Jesús promete a la Samaritana dar un «agua viva», superabundante y para siempre, a todos aquellos que le reconozcan como el Hijo enviado del Padre para salvarnos (cf. Jn 4, 5-26; 3, 17). Jesús vino para donarnos esta «agua viva» que es el Espíritu Santo, para que nuestra vida sea guiada por Dios, animada por Dios, nutrida por Dios. Cuando decimos que el cristiano es un hombre espiritual entendemos precisamente esto: el cristiano es una persona que piensa y obra según Dios, según el Espíritu Santo. Pero me pregunto: y nosotros, ¿pensamos según Dios? ¿Actuamos según Dios? ¿O nos dejamos guiar por otras muchas cosas que no son precisamente Dios? Cada uno de nosotros debe responder a esto en lo profundo de su corazón.

o   El «agua viva», el Espíritu Santo, Don del Resucitado que habita en nosotros, nos purifica, nos ilumina, nos renueva, nos transforma porque nos hace partícipes de la vida misma de Dios que es Amor.

·         Este es el don precioso que el Espíritu Santo trae a nuestro corazón: la vida misma de Dios, vida de auténticos hijos, una relación de confidencia, de libertad y de confianza en el amor y en la misericordia de Dios, que tiene como efecto también una mirada nueva hacia los demás, cercanos y lejanos, contemplados como hermanos y hermanas en Jesús a quienes hemos de respetar y amar.
El Espíritu Santo nos enseña a mirar con los ojos de Cristo, a vivir la vida como la vivió Cristo, a comprender la vida como la comprendió Cristo.
A este punto podemos preguntarnos: ¿por qué esta agua puede saciarnos plenamente? Nosotros sabemos que el agua es esencial para la vida; sin agua se muere; ella sacia la sed, lava, hace fecunda la tierra. En la Carta a los Romanos encontramos esta expresión: «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (5, 5). El «agua viva», el Espíritu Santo, Don del Resucitado que habita en nosotros, nos purifica, nos ilumina, nos renueva, nos transforma porque nos hace partícipes de la vida misma de Dios que es Amor. Por ello, el Apóstol Pablo afirma que la vida del cristiano está animada por el Espíritu y por sus frutos, que son «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí» (Ga 5, 22-23). El Espíritu Santo nos introduce en la vida divina como «hijos en el Hijo Unigénito». En otro pasaje de la Carta a los Romanos, que hemos recordado en otras ocasiones, san Pablo lo sintetiza con estas palabras: «Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Pues... habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos “Abba, Padre”. Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo que, si sufrimos con Él, seremos también glorificados con Él» (8, 14-17). Este es el don precioso que el Espíritu Santo trae a nuestro corazón: la vida misma de Dios, vida de auténticos hijos, una relación de confidencia, de libertad y de confianza en el amor y en la misericordia de Dios, que tiene como efecto también una mirada nueva hacia los demás, cercanos y lejanos, contemplados como hermanos y hermanas en Jesús a quienes hemos de respetar y amar. El Espíritu Santo nos enseña a mirar con los ojos de Cristo, a vivir la vida como la vivió Cristo, a comprender la vida como la comprendió Cristo. He aquí por qué el agua viva que es el Espíritu sacia la sed de nuestra vida, porque nos dice que somos amados por Dios como hijos, que podemos amar a Dios como sus hijos y que con su gracia podemos vivir como hijos de Dios, como Jesús. Y nosotros, ¿escuchamos al Espíritu Santo? ¿Qué nos dice el Espíritu Santo? Dice: Dios te ama. Nos dice esto. Dios te ama, Dios te quiere. Nosotros, ¿amamos de verdad a Dios y a los demás, como Jesús? Dejémonos guiar por el Espíritu Santo, dejemos que Él nos hable al corazón y nos diga esto: Dios es amor, Dios nos espera, Dios es el Padre, nos ama como verdadero papá, nos ama de verdad y esto lo dice sólo el Espíritu Santo al corazón, escuchemos al Espíritu Santo y sigamos adelante por este camino del amor, de la misericordia y del perdón. Gracias.

III. La identidad del cristiano

      Benedicto XVI

v  1. Lo que cuenta es poner a Jesucristo en el centro de la propia vida. Bajo su luz, cualquier otro valor debe ser recuperado y purificado de posibles escorias.

·         Benedicto XVI, 25 de octubre de 2006: “De aquí se deriva una lección muy importante para
nosotros: lo que cuenta es poner en el centro de la propia vida a Jesucristo, de manera que nuestra identidad se caracterice esencialmente por el encuentro, la comunión con Cristo y su Palabra. Bajo su luz, cualquier otro valor debe ser  recuperado y purificado de posibles escorias”.

v  2. Cada discípulo confiesa que Jesús es el Señor y está llamado a crecer en la adhesión a él, dando y recibiendo ayuda de la gran compañía de los hermanos en la fe.

·         Benedicto XVI, Discurso en la Inauguración de los trabajos de la Asamblea Diocesana de
Roma, 11 de junio de 2007: “El tema de la asamblea es «Jesús es el Señor. Educar en la fe, en el seguimiento y en el testimonio». Se trata de un tema que nos atañe a todos, porque cada discípulo confiesa que Jesús es el Señor y está llamado a crecer en la adhesión a él, dando y recibiendo ayuda de la gran compañía de los hermanos en la fe. Ahora bien, el verbo «educar», puesto en el título de la asamblea, implica una atención especial a los niños, a los muchachos y a los jóvenes, y pone de relieve la tarea que corresponde ante todo a la familia:  así permanecemos dentro del itinerario que ha caracterizado durante los últimos años la pastoral de nuestra diócesis.

o   Esta es la confesión fundamental de la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo.

Es importante considerar ante todo la afirmación inicial, que da el tono y el sentido de nuestra asamblea: "Jesús es el Señor". Ya la encontramos en la solemne declaración con la que concluye el discurso de san Pedro en Pentecostés, donde el primero de los Apóstoles dijo: "Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (AC 2,36). Es análoga la conclusión del gran himno a Cristo contenido en la carta de san Pablo a los Filipenses: "Toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre" (Filipenses 2,11). También san Pablo, en el saludo final de la primera carta a los Corintios, exclama: "El que no quiera al Señor, sea anatema. Marana tha, Ven, Señor" (1Corintios 16,22), transmitiéndonos así la antiquísima invocación, en lengua aramea, de Jesús como Señor.
Se podrían añadir otras citas: pienso en el capítulo 12 de la misma carta a los Corintios, donde san Pablo dice: "Nadie puede decir "Jesús es Señor" sino con el Espíritu Santo" (1Corintios 12,3). Así declara que esta es la confesión fundamental de la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo. Podríamos pensar también en el capítulo 10 de la carta a los Romanos, donde el Apóstol dice: "Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor...".

IV. A los cristianos nos corresponde anunciar, en el mundo de hoy, que Jesús es la piedra angular, el fundamento de la vida, el Redentor.

v  A todos los hombres y a todas las mujeres, estén donde estén, en sus momentos de exaltación o en sus crisis y derrotas, les hemos de hacer llegar el anuncio solemne y tajante de San Pedro, durante los días que siguieron a la Pentecostés

·         San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 132,  Homilía El gran desconocido: “A
nosotros, los cristianos, nos corresponde anunciar en estos días, a ese mundo del que somos y en el que vivimos, el mensaje antiguo y nuevo del Evangelio.
No es verdad que toda la gente de hoy —así, en general y en bloque— esté cerrada, o permanezca indiferente, a lo que la fe cristiana enseña sobre el destino y el ser del hombre; no es cierto que los hombres de estos tiempos se ocupen sólo de las cosas de la tierra, y se desinteresen de mirar al cielo. Aunque no faltan ideologías —y personas que las sustentan— que están cerradas, hay en nuestra época anhelos grandes y actitudes rastreras, heroísmos y cobardías, ilusiones y desengaños; criaturas que sueñan con un mundo nuevo más justo y más humano, y otras que, quizá decepcionadas ante el fracaso de sus primitivos ideales, se refugian en el egoísmo de buscar sólo la propia tranquilidad, o en permanecer inmersas en el error.
A todos esos hombres y a todas esas mujeres, estén donde estén, en sus momentos de exaltación o en sus crisis y derrotas, les hemos de hacer llegar el anuncio solemne y tajante de San Pedro, durante los días que siguieron a la Pentecostés: Jesús es la piedra angular, el Redentor, el todo de nuestra vida, porque fuera de El no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo, por el cual podamos ser salvos (Act IV, 12)”.

v  Estamos llamados a vivir los dones del Espíritu Santo  en los altibajos de la vida cotidiana, para transformar las familias, las comunidades y las naciones.

·         Benedicto XVI Hipódromo de Randwick  (Austrlia), 19 de julio de 2008: “Esta tarde, reunidos bajo
este hermoso cielo nocturno, nuestros corazones y nuestras mentes se llenan de gratitud a Dios por el don de nuestra fe en la Trinidad. Recordemos a nuestros padres y abuelos, que han caminado a nuestro lado cuando todavía éramos niños y han sostenido nuestros primeros pasos en la fe. Ahora, después de muchos años, os habéis reunido como jóvenes adultos alrededor del Sucesor de Pedro. Me siento muy feliz de estar con vosotros. Invoquemos al Espíritu Santo: él es el autor de las obras de Dios (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 741). Dejad que sus dones os moldeen. Al igual que la Iglesia comparte el mismo camino con toda la humanidad, vosotros estáis llamados a vivir los dones del Espíritu entre los altibajos de la vida cotidiana. Madurad vuestra fe a través de vuestros estudios, el trabajo, el deporte, la música, el arte. Sostenedla mediante la oración y alimentadla con los sacramentos, para ser así fuente de inspiración y de ayuda para cuantos os rodean. En definitiva, la vida, no es un simple acumular, y es mucho más que el simple éxito. Estar verdaderamente vivos es ser transformados desde el interior, estar abiertos a la fuerza del amor de Dios. Si acogéis la fuerza del Espíritu Santo, también vosotros podréis transformar vuestras familias, las comunidades y las naciones. Liberad estos dones. Que la sabiduría, la inteligencia, la fortaleza, la ciencia y la piedad sean los signos de vuestra grandeza”.

v  Toda la realidad cristiana, Iglesia sacramental, ascesis, tiene como finalidad transformar al hombre cada vez más en imagen de Cristo. El Espíritu Santo es el iconógrafo, quien dibuja esa imagen. 

o   “Toda la realidad cristiana, Iglesia sacramental, ascesis, tiene como finalidad transformar al hombre cada vez más en imagen de Cristo”.

Comité para el Jubileo del Año 2000, El Espíritu del Señor,  BAC Madrid , 2ª ed. septiembre 1997, pp. 52- 55: “Toda la realidad cristiana, Iglesia sacramental, ascesis, tiene como finalidad transformar al hombre cada vez más en imagen de Cristo. El es el salvador del hombre, no sólo porque lo libera del pecado, sino también y sobre todo porque realiza y perfecciona su ser icónico: éste es el primer objetivo de la encarnación, la «deificación» del hombre. Cuando los Padres quieren definir la naturaleza del hombre, no recurren a la definición aristotélica - «hombre es un animal racional» -, sino a aquella teológica: «él es un ser viviente capaz de ser divinizado» (San Gregorio Naciaceno, Discursos, XLV,7).
La tradición de la Iglesia, oriental y occidental, es unánime al afirmar que aquel que imprime en el hombre la imagen de Dios es el Espíritu Santo. Éste es considerado el «iconógrafo» (aquél que pinta los iconos sagrados) de la imagen de Dios en el hombre para que, mirando a Cristo como modelo, pinte en el hombre la imagen viva del Redentor y, de esta manera, cristifique progresivamente al fiel. El principio es siempre el mismo: Dios se hace presente en el hombre a través de Jesucristo, en el Espíritu Santo; el hombre es imagen de Dios porque está llamado a la comunión con Dios y el Espíritu Santo es quien pone en comunión. Esta unión no consiste en un en un hecho externo o psicológico, sino que transforma al ser mismo del hombre, que ya desde la creación está llamado a esta comunión, que significa «ser llamados a imagen de Dios» a través de Jesucristo en el Espíritu Santo”.

Vida Cristiana





[1] Homilía en la toma de posesión de la Cátedra del Obispo de Roma, en la Basílica de san Juan de Letrán, en la fiesta de la Ascensión del Señor.

domingo, 9 de junio de 2019

«Los pobres son El Señor»: por Santiago Agrelo

Lo dijo Jesús a sus discípulos: “Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros”. Y añadió: “El defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando lo que os he dicho”.
Ésa era la promesa que los discípulos vieron cumplida en el día de Pentecostés, cuando “se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería”.
Y ése es el misterio que celebramos en este día de gracia: la efusión del Espíritu sobre la Iglesia; la unción sagrada de los que son enviados para que lleven la buena noticia a los pobres; una epifanía de lenguas de fuego sobre esos ungidos, sobre los enviados, para que su palabra ilumine las mentes y encienda los corazones de los fieles con la llama del amor.
Ése es el misterio por el que hoy bendices al Señor, por el que aclamas a tu Dios: “¡Dios mío, qué grande eres! ¡Cuántas son tus obras, Señor! La tierra está llena de tus criaturas”. Y tú le darás gloria por siempre, porque la tierra está llena de su gracia, de su sabiduría, de su luz, de su consuelo, de su Espíritu,  de su presencia dulcemente acogedora, regazo de madre para el sosiego de tus pobres.
Ése es el misterio cuya belleza hace romper en tus labios la expresión del deseo: “Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra, manda tu luz desde el cielo, sana el corazón enfermo”.
Ése es también, Iglesia de Cristo, el misterio en el que, con insistencia de pobre, pides participar, pues si es cierto que están abiertas las fuentes del Espíritu para la humanidad entera, habrás de acercarte y beber, habrás de acoger al que pide entrar en la intimidad de tu casa. Por eso dices: “Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo. Ven, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Y ése es el misterio que verás cumplido en la eucaristía que celebras, pues de ti, como de los discípulos de Jesús, en ella se dirá con verdad: “Se llenaron de Espíritu Santo y hablaban de las maravillas de Dios”.  Hoy te llenarás de Espíritu, pues habrás comulgado con la fuente de donde procede, y para siempre hablarás de las maravillas de Dios, porque ha hecho obras grandes en ti el que es Poderoso, cuyo nombre es santo.
Deja que el Espíritu te enseñe a decir: “Jesús”, y a decir “Señor”, y a decir “Jesús es el Señor”.
Si su Espíritu te enseña, “Jesús” será siempre el nombre de tu amado, nombre que, pronunciado, dirá ausencia y deseo, tal vez presencia y consuelo, puede que súplica y esperanza, puede que herida, puede que cielo.
Si te unge el Espíritu, “Jesús” será siempre el nombre que des a tus hermanos, el nombre de los pobres. Sólo si te unge el Espíritu podrás decir: “los pobres son el Señor”.
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