viernes, 23 de agosto de 2019

“¡Vendrán” porque los “atraeré!”: por Santiago Agrelo

      Lo había dicho el Señor por medio del profeta: “Yo vendré para reunir a las naciones”. Y añadió: “Vendrán para ver mi gloria”.
Hoy has oído que Jesús decía en el evangelio: “Vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios”.
Lo dice el mismo que, entrando en la hora del juicio contra el mundo, en su hora, proclamará: “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”.
Vendré –dice el Señor-, para que vengan. Los “atraeré” y “vendrán”.
Considera quién es el que atrae.
Es Cristo Jesús “elevado sobre la tierra”, elevado en la cruz, elevado a su gloria.
Considera cómo atrae con palabras de perdón a quienes lo crucifican; cómo atrae al centurión a que confiese, por lo que ha visto, la inocencia de aquel ajusticiado; cómo atrae a un malhechor, ajusticiado con él, a la verdad y al paraíso.
No te atrae el espectáculo cruel, sino el portento admirable. No te acercas a una zarza devorada por el fuego, sino al hombre Cristo Jesús que en el fuego de la divinidad arde sin consumirse.
Elevado sobre la tierra, te atrae el Señor con lazos humanos, con cuerdas de cariño, como un padre que llama a su  hijo, y todo él –manos, mirada y palabra de ese padre- se hace evidencia de amor para que el hijo eche a andar y dé su primer paso hacia la libertad.
Elevado en la cruz, te atrae Cristo Jesús como atrae la salvación, como atrae la vida, como atrae la paz, como atrae la justicia…
Elevado a su gloria, te atrae el esposo, como atrae el perfume, como atrae el amor: “¡Que me bese con los besos de su boca! Mejores son que el vino tus amores; exquisitos de aspirar tus perfumes; tu nombre, un ungüento que se vierte”.
¡Elevado, te atrae!
Escucha la palabra con que él ilumina el misterio de su glorificación y de tu eucaristía, de su cruz y de tu misa: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros… Éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna… derramada por vosotros.” Escucha y aprenderás cómo te atrae. Te atrae como quien se entrega, como quien te ama, como quien se pierde por ti, como un pan partido para saciar tu hambre, como una copa de alegría preparada para apagar tu tristeza.
¡Elevado, te atrae!
En la cruz, en el altar, te atrae el que te ama.
Feliz domingo.

4 pasos para conversar sobre la fe con tus adolescentes: si no lo haces, ésta se debilita y muere





 

Inicio/Vida y familia

Tener dudas y hacerse preguntas es sano; guardarlas en secreto, no

Ø 4 pasos para conversar sobre la fe con tus adolescentes: si no lo haces, ésta se debilita y muere


Es mejor que los hijos planteen sus dudas de fe que mantenerlas en silencio... hay que generar momentos para hablar -los hijos- de Dios y la fe

No poder hablar de sus dudas acerca de Dios o la religión daña la fe de los jóvenes.
El Fuller Youth Institute, una institución cristiana de EEUU, hizo un análisis siguiendo durante 3 años a 500 jóvenes cristianos practicantes, de 18 a 21 años, sus tres primeros años en la universidad. 
Uno de sus hallazgos fue descubrir que 7 de cada 10 jóvenes practicantes (que aún iban a la iglesia) tenía dudas y dificultades serias respecto a la fe, pero que menos de la mitad de esos jóvenes con dudas hablaba de ellas con un adulto o un amigo.
El estudio mostraba también que los que jóvenes que hablaban de temas de fe, incluyendo dudas, con sus padres y amigos, tenían una fe más madura y firme. 
"Lo tóxico no son las dudas, sino el silencio"
"No hay duda de que lo que es tóxico para la fe no son las dudas, sino el silencio", señalan Kara Powell y Steven Argue, del Fuller Youth Institute, en su libro Growing With.
Powell y Argue constatan lo que otros estudios han señalado: incluso entre jóvenes que han ido a la iglesia toda su vida, se ha perdido la capacidad de hablar de la fe con sus padres y con sus iguales. Lo comparan a un niño, quizá adoptado, que pasó la infancia en un país, pero ahora, en otra cultura ha olvidado el idioma de su país natal. Y eso es grave, porque la fe entra en la vida de forma natural cuando se internaliza con el lenguaje y los comportamientos. 
Los padres dicen en las encuestas que les cuesta hablar de fe con sus hijos porque tienen miedo a decir algo técnica o teológicamente erróneo. O temen parecer ignorantes sobre muchas materias, y así debilitar la fe de sus hijos. 
Powell y Argue responden que "no necesitamos ser teólogos ni supercristianos para hablar con nuestros hijos sobre nuestra fe o la suya".
Dan ideas para intentarlo, porque no hacerlo, el silencio, es mucho más nocivo que una inexactitud o un error teológico: el silencio transmite al joven la idea de que las cosas de Dios son irrelevantes en la vida real, o vergonzantes, o falsas (e hipócritas) o complicadísimas y ajenas.
Empezar a hablar de fe con adolescentes y jóvenes es tan raro como empezar a hablar un idioma nuevo y el inicio puede ser torpe. Pero rápidamente se dan grandes pasos. 
1. Crea espacios para hablar de la fe
Los padres han de crear espacios para conversar con sus hijos adolescentes de cosas importantes, sin regañarles ni pasarles listas de "cosas que has de hacer y no has hecho". Por lo general son charlas de tú a tú, sin otros hermanos alrededor, quizá sólo un padre con un hijo. 
En esas charlas distendidas se habla de los amigos, de política, del amor, de las cosas que pasan. Y de Dios. Un padre puede invitar a un hijo a un helado o a un chocolate, o más adelante a un café, y hablar de estas cosas. O tener la costumbre de dar un paseo, o hablar al ir en coche.
Steven Argue en estos espacios pregunta a sus hijas: "Dime algo que piensas que yo creo y que tú no crees". Nos puede asustar pensar que nuestro hijo piense distinto en temas importantes, pero Argue señala que para crecer en la fe se necesitan "conversaciones honestas con regularidad".
Kara Powell pregunta a sus hijos sobre "sentir", lo que se "siente". No es un examen de teología. "¿Cuándo te sientes más cerca de Dios?", pregunta. Una responde que en la soledad y la naturaleza. Otro que cuando va a la iglesia con sus amigos. La relación entre un alma joven y Dios es muy íntima, distinta en cada persona: los chicos han de sentir que pueden hablar de ello sin ser regañados o castigados. Pero hay que invitarles a hablar con preguntas.
2. Déjalo claro: hacerse preguntas sobre la fe está bien
Hacerse preguntas sobre la fe está bien, tan bien como hacerlas sobre la vida, la muerte, el amor, el bien, qué hacer con tu vida, cómo ser feliz...¡los grandes temas! 
Un chaval puede tener miedo de hacer preguntas en voz altas. El padre puede decir que "la fe a los 16 o 19 años no puede ser igual que a los 8 años; si se ha quedado igual, es como seguir llevando un traje infantil, de marinerito".
Hay que repetirlo: hacer preguntas está bien. En entornos católicos, muchas preguntas se pueden responder acudiendo al Catecismo. Puede ser útil acudir también al YouCat, el Catecismo para jóvenes. 
A veces, las dudas tienen que ver con concepciones muy erróneas sobre Dios o la fe. Si un joven dice "creo que ya no creo en Dios", lo mejor es preguntar "cuéntame más sobre ese Dios en el que no crees". Probablemente era una parodia lejana del Dios cristiano, no el Dios de Abraham, Isaac, Jacob, Jesús y la Iglesia.
Pero probablemente en muchos casos las respuestas simplistas no basten. "Lo dice el Catecismo y punto" no ayuda cuando hay dudas existenciales, vivenciales. Es bueno invitar a seguir hablando del tema con otros adultos, con catequistas, misioneros, personas que aprecian o admiran, otros jóvenes... 
En ReligionEnLibertad es posible contactar, por ejemplo, a sacerdotes blogueros o consultar aquí al padre José Juan Hernández en su Consultorio moral y espiritual.
Tampoco es bueno al tratar con jóvenes hacerles elegir entre dos paquetes cerrados: "o crees todo este paquete, o estás fuera y eres ateo e impío". ¡A corto plazo siempre es más cómodo ser ateo e impío!
Es mejor animar a buscar formas creativas de explorar la fe. Quizá se niega a ir a misa, pero puede aceptar ir a retiros de jóvenes, peregrinaciones, grupos juveniles... Quizá se niega a ir a la misa de tu parroquia, no a otras misas. Hay que evitar el "todo a nada" a esta edad.
3. Los padres han de contar su historia de fe
Decía el antropólogo Mircea Elíade que el primer rito debe ser la recitación del mito, es decir, contar "la gran historia" de nuestra tribu y los dioses. O la de tu familia y Dios. Quizá la contaste a tus hijos cuando eran niños, pero hay que contarla otra vez ahora, pensando en adolescentes y jóvenes adultos.
¿Cómo optaste por Dios? ¿Cómo lo encontraste? ¿Cómo tratabas a Dios en tu juventud y adolescencia? ¿Cómo guió a tu familia, tu historia?
También has de contar en familia lo que Dios hace en tu día a día. Y eso formará parte de la vida espiritual de tus hijos: será su punto de partida, explica Steven Argue.
4. Atento a las distintas edades y fases espirituales: hay 3
Entre los 13 y los 18 años muchos adolescentes están dispuestos a estudiar temas, a leerlos o escucharlos en tutoriales de YouTube o podcasts. Los padres deben animarles a hablar con expertos, leer artículos, escuchar vídeos adecuados... Los padres pueden hacer un seguimiento, preguntarles "qué has aprendido sobre ese tema" y "¿esas respuestas plantean nuevas preguntas?"
Hay que ser pacientes, porque los chicos a estas edades pueden ser muy exigentes y acusar a todos de hipócritas, o de blandos, o de exagerados... De hecho, lo pueden ser hasta los 22 años (o más), y son más tratables cuando ya salen al mundo a empezar a trabajar, hacen decisiones importantes y toman las riendas de la vida adulta.
Cuando jóvenes o adolescentes critican a su familia por temas de fe, puede ser útil animarles a que enumeren también algunas cosas buenas y valiosas de la fe que han visto o aprendido en casa, la parroquia o la escuela: que no se instalen en la queja. ¿Qué cosas aprecian de esa fe?
El joven puede establecerse en la duda. El padre debe reconocer que la duda es algo válido y necesario, pero no para construir la vida sobre ella. Debe animar al joven a explorar más allá de la duda, a buscar nuevas respuestas... y nuevas preguntas.
A partir de los 23 o 24 años los jóvenes ya han logrado algunos éxitos: han aprendido un oficio, ganan algún dinero... y ahora se preguntan qué huella va a dejar su vida en el mundo.Tienen aspiraciones y temores a fallar. Se preguntan: "¿qué va mal en el mundo y  qué puedo hacer yo al respecto?"
Este es el momento de hablar con ellos de la vocación y de las relaciones, en serio, y eso incluye a Dios. ¿Qué quiere Dios de nosotros? ¿Qué dones nos ha dado? ¿A qué nos invita?Los padres, una vez más, buscan conversar, no dar lecciones (aunque pueden contar su testimonio). 
Es también momento de conectar con más adultos con vocaciones y pasiones similares... y hablar con ellos de lo espiritual. 
"Necesitamos la paz y la fuerza que vienen de saber que Dios nos ama a cada uno de nosotros y nos desea una vida plena. Podemos descansar al saber que, así como queremos que nuestros hijos crean en Dios, Dios siempre creerá en ellos. Y en nosotros", escriben Powell y Argue.


Vida Cristiana


Domingo 21 del tiempo ordinario, ciclo C (2019). La salvación está abierta a todos los hombres, aunque la puerta para entrar en el Reino de Dios es estrecha.


[Chiesa/Omelie1/21C19SalvaciónLuchaAscéticaNoPertenenciaExteriorPrivilegiosRazaInstitución]

Ø Domingo 21  del tiempo ordinario, ciclo C (2019). La salvación está abierta a todos los hombres, aunque la puerta para entrar en el Reino de Dios es estrecha. Para salvarse no bastará declararse «amigos» de Cristo, jactándose de falsos méritos porque la verdadera amistad con Jesús se manifiesta en el modo de vivir. Tampoco basta para salvarse ni siquiera el sencillo hecho de haber conocido a Jesús y de pertenecer a la Iglesia. En el hombre, porque es un ser compuesto de espíritu y cuerpo, existe cierta tensión, y se desarrolla una lucha de tendencias entre el «espíritu» y la «carne». La salvación es obra gratuita de Dios, que requiere nuestra colaboración.



v  Cfr. Domingo 21 tiempo ordinario, ciclo C  - 25 de agosto de 2019 

            Isaías 66, 18-21; Lucas 13, 22-30
Cfr. Raniero Cantalamessa, Echad las redes – Reflexiones sobre los Evangelios Ciclo C, Edicep septiembre de 2007, pp. 284-289; Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno C, Piemme 1999, p. 261-267

Isaías 66, 18-21: 18 Yo vengo a reunir a todas las naciones y lenguas; vendrán y verán mi gloria. 19 Pondré en ellos señal y enviaré de ellos algunos escapados a las naciones: a Tarsis, Put y Lud, Mések, Ros, Túbal, Yaván; a las islas remotas que no oyeron mi fama ni vieron mi gloria. Ellos anunciarán mi gloria a las naciones. 20 Y traerán a todos vuestros hermanos de todas las naciones como oblación a Yahveh -en caballos, carros, literas, mulos y dromedarios- a mi monte santo de Jerusalén -dice Yahveh- como traen los hijos de Israel la oblación en recipiente limpio a la Casa de Yahveh. 21 Y también de entre ellos tomaré para sacerdotes y levitas -dice Yahveh.

Lucas 13, 22-30: 22 Y recorría ciudades y aldeas enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. 23 Y uno le dijo: - Señor, ¿son pocos los que se salvan? Él les contestó: 24 Esforzaos para entrar por la puerta angosta, porque muchos, os digo, intentarán entrar y no podrán. 25 Una vez que el dueño de la casa haya entrado y haya cerrado la puerta, os quedaréis fuera y empezaréis a golpear la puerta, diciendo: «Señor, ábrenos». Y os responderá: «No sé de dónde sois» 26 Entonces empezaréis a decir: «Hemos comido y hemos bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas» 27 Y os dirá: «No sé de dónde sois; apartaos de mí todos los servidores de la iniquidad. 28 Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera.29  Y vendrán de oriente y de occidente , del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios.  30 Pues hay últimos que serán primeros y hay primeros que serán últimos.».

 

Y RECORRÍA CIUDADES Y ALDEAS ENSEÑANDO,

MIENTRAS CAMINABA HACIA JERUSALÉN.

UNO LE DIJO: SEÑOR, ¿SON POCOS LOS QUE SE SALVAN?

ÈL LES CONTESTÓ: ESFORZAOS PARA ENTRAR POR LA PUERTA ANGOSTA,

PORQUE MUCHOS, OS DIGO, INTENTERÁN ENTRAR Y NO PODRÁN.
(Lucas 13, 22-24)


1.    La salvación está abierta a todos los hombres, aunque la puerta para entrar en el

Reino de Dios es estrecha.  


·         En la liturgia de hoy, encontramos los textos que nos indican que el Reino de Dios, la salvación, a)
está abierta  a todos los hombres, b) aunque para entrar en ese Reino la puerta es estrecha,  se exige el compromiso personal y la aceptación de las correcciones que haga el mismo Señor:  

-          a) Primera lectura, Isaías 66: Y traerán a todos vuestros hermanos de todas las naciones como oblación a
Yahveh (v. 20); Y también de entre ellos tomaré para sacerdotes y levitas -dice Yahveh (v. 21).

-          b) Evangelio, Lucas 13: Esforzaos para entrar por la puerta angosta, porque muchos, os digo, intentarán
entrar y no podrán. Una vez que el dueño de la casa haya entrado y haya cerrado la puerta, os quedaréis fuera y empezaréis a golpear la puerta, diciendo: «Señor, ábrenos». Y os responderá: «No sé de dónde sois» (vv. 24 y 25). Y vendrán de oriente y de occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios (v. 29).

2. Las palabras de Jesús sobre la salvación


v  Su respuesta a la pregunta «¿son pocos los que se salvan?», no se refiere a «cuántos» se salvan sino a «cómo» salvarse.

o   Jesús quiere educar a los discípulos para que dejen las curiosidades.

§  Esforzaos para entrar por la puerta angosta: su respuesta lleva a reflexionar y, sobre todo, a la conversión.
·         Las palabras de Jesús [«Esforzaos para entrar por la puerta angosta, porque muchos, os digo, intentarán
entrar y no podrán»]  no se refiere a «cuántos» se salvan, sino a «cómo» salvarse. Nos  llevan a reflexionar y, sobre todo, a la conversión. No les revela el número de los salvados, sino el modo de salvarse.  
La salvación es obra gratuita de Dios, que requiere nuestra colaboración: “Nuestra justificación es obra de la gracia de Dios” (Cf. CCE 1996); el verbo «esforzarse» en griego (agonizesthe) indica una lucha, que es, sobre todo, seguimiento personal del Señor.
Se ha escrito que “la fe cristiana concibe la salvación como don gratuito de Dios en Cristo, que exige ciertamente el esfuerzo personal y la observancia de los mandamientos, pero más en el sentido de respuesta  a la gracia que como su causa”.  El Catecismo nos dice (Cf. n. 1992): “La justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo, que se ofreció en la cruz como hostia viva, santa y agradable a Dios y cuya sangre vino a ser instrumento de propiciación por los pecados de todos los hombres”.
·         Raniero Cantalamessa, o.c., p. 285: «Es el mismo planteamiento que advertimos a propósito de la venida
final de Cristo. Las discípulos preguntan cuando tendrá lugar el regreso del Hijo del Hombree. Y Jesús responde indicando cómo prepararse para aquel retorno, qué hacer en la espera (Cfr. Mateo 24, 3-4). Este modo de actuar de Jesús no es raro o evasivo, es simplemente el de uno que quiere educar a los discípulos a pasar del plano de la curiosidad al de la verdadera sabiduría; de las cuestiones ociosas, que apasionan a la gente, a los verdaderos problemas, que sirven para la vida».
·         Todos pueden entrar en la vida eterna, pero para  todos  la  puerta es «angosta, estrecha». No hay
privilegios. La salvación, que Jesús realizó con su muerte y resurrección, es universal e invita a todos al banquete de la vida eterna.  
Pero pone una condición, igual para todos: la de esforzarse por seguirlo e imitarlo, tomando sobre sí, como hizo él, la propia cruz y dedicando la vida al servicio de los hermanos. Por tanto, la condición para entrar en la vida eterna es única y universal.
§  No bastará declararse «amigos» de Cristo, jactándose de falsos méritos porque la verdadera amistad con Jesús se manifiesta en el modo de vivir.
“Entonces empezaréis a decir: «Hemos comido y hemos bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas». Y os dirá: «No sé de dónde sois»  (Evangelio, vv.  26-27). No bastará declararse «amigos» de Cristo, jactándose de falsos méritos porque la verdadera amistad con Jesús se manifiesta en el modo de vivir: se expresa en el amor a Dios y al prójimo, en el compromiso sincero a favor de la reconciliación y de la paz, en el ejercicio de la misericordia, en ser pobre, etc. En definitiva, vivir los mandamientos y las bienaventuranzas de Jesús.  
§  Tampoco basta para salvarse ni siquiera el sencillo hecho de haber conocido a Jesús y de pertenecer a la Iglesia.
·         Raniero Cantalamessa, La parola en la vita, Anno C. Città Nuova 8ª edizione, marzo 1998, XXI
domenica: “En el evangelio de san Lucas parece claro que  a hablar y reivindicar privilegios son los judíos; en san Mateo el cuadro se alarga y estamos ya en el contexto de la Iglesia; son los cristianos quienes proponen el mismo tipo de pretensiones (Mateo 7, 22-23): «Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿pues no hemos profetizado en tu nombre, y arrojado los demonios en tu nombre, y hecho prodigios en tu nombre? Entonces yo les diré públicamente: Jamás os he conocido: apartaos de mí, los que habéis obrado la iniquidad». Por tanto, no basta para salvarse ni siquiera el sencillo hecho de haber conocido a Jesús y de pertenecer a la Iglesia; es necesario algo más». (p. 322). (…)
            Se ponen en evidencia dos modos de estar en la Iglesia: los cristianos que se creen justificados porque pertenecen a la Iglesia, porque son bautizados o porque hacen que sus hijos sean bautizados, o, incluso, porque discuten sobre la religión con los amigos, y los cristianos que viven su fe verdaderamente, que rezan, que colaboran, en lo posible, a la difusión del Reino, que se esfuerzan por amar a sus hermanos (p. 324).

v  Ser cristianos es estar con Cristo

Cfr. Francisco, Catequesis sobre la fe, 10 de abril de 2013. 

o   Ser cristiano no se reduce a seguir órdenes, sino que significa estar en Cristo, pensar como él, actuar como él, amar como Él; es dejar que él tome posesión de nuestra vida y que la cambie, la transforme, la libere de las tinieblas del mal y del pecado.

“No hay que olvidarlo: Dios es siempre fiel; Dios es siempre fiel a nosotros. Estar resucitados con Cristo por el bautismo, con el don de la fe, para una herencia que no se corrompe, nos lleva a buscar aún más las cosas de Dios, a pensar más en Él, a rezarle más. Ser cristiano no se reduce a seguir órdenes, sino que significa estar en Cristo, pensar como él, actuar como él, amar como Él; es dejar que él tome posesión de nuestra vida y que la cambie, la transforme, la libere de las tinieblas del mal y del pecado.
Queridos hermanos y hermanas, a los que nos piden razones de la esperanza que está en nosotros (cf. 1 P. 3,15), señalemos al Cristo Resucitado. Señalémoslo con la proclamación de la Palabra, pero sobre todo con nuestra vida de resucitados. ¡Mostremos la alegría de ser hijos de Dios, la libertad que nos da al vivir en Cristo, que es la verdadera libertad, la que nos salva de la esclavitud del mal, del pecado y de la muerte!
Miremos a la Patria celeste, tendremos una nueva luz y fuerza aún en nuestras obligaciones y en el esfuerzo cotidiano. Es un valioso servicio que le debemos dar a nuestro mundo, que a menudo ya no puede mirar a lo alto, que no es capaz de elevar la mirada hacia Dios.

v  En cualquier caso, nos ha sido revelado que Dios quiere que todos los hombres se salven, como ya se ha visto.  

·         En cualquier caso, nos ha sido revelado que “Dios quiere que todos los hombres se salven” (1 Timoteo
2,4). Y cuando Jesús dijo que era “más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios”, y los apóstoles, tal vez asustados, le preguntaron «entonces ¿quién puede salvarse?», Él respondió: «lo que es imposible para los hombres es posible para Dios» (Cf. Lucas 18, 25-27).
Este es el comentario del Concilio Vaticano II a las palabras de San Pablo a Timoteo que acabamos de citar:
“«Dios quiere que todos los hombres se salven» (1 Tm 2,4), aunque para alcanzar la salvación «los creyentes han de emplear todas sus fuerzas, según la medida del don de Cristo, para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Lo harán siguiendo las huellas de Cristo, haciéndose conformes a su imagen y siendo obedientes en todo a la voluntad del Padre” (Conc. Vat. II, Lumen gentium, 40).

3. Para entrar en el Reino de Dios no basta una pertenencia exterior: a un  determinado pueblo, a una determinada raza, o tradición o institución.

o   No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos.

Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno C, oc. , p. 265-266
·         “Para entrar en el Reino de Dios no basta una pertenencia eclesial exterior y proclamada, como la de
quienes gritan  «Hemos comido y hemos  bebido en tu presencia y tú has enseñado en nuestras plazas». Jesús ha repetido frecuentemente este concepto: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿pues no hemos profetizado en tu nombre, y arrojado los demonios en tu nombre, y hecho prodigios en tu nombre? Entonces yo les diré públicamente: Jamás os he conocido: apartaos de mí, los que habéis obrado la iniquidad (M ateo 7, 21-23). ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? 49 Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. 50 Pues todo el que haga la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre (Mateo 12, 48-50).

o   Al rito se tiene que unir la vida, la religión debe entrar  en la existencia, la oración tiene que unirse con el  compromiso  de la caridad, la liturgia tiene que abrirse a la justicia y al bien.

Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno C, oc. , p. 265-266
§  «Esforzaros» indica (en el original griego) una especia de «agonía», que comporta fatiga y sufrimiento.
« Comer y beber» el Cuerpo y la Sangre del Dios cada domingo, escuchar su Palabra, multiplicar las oraciones es importante pero no es todavía decisivo para la salvación. Porque, como Dios afirma por boca de Isaías,  «yo no puedo soportar delito y solemnidad» (1,13). Al rito se tiene que unir la vida, la religión debe entrar  en la existencia, la oración tiene que unirse con el  compromiso  de la caridad, la liturgia tiene que abrirse a la justicia y al bien. En caso contrario, como constantemente los profetas han reprochado, el culto permanece hipócrita  y es incapaz de salvarnos”. (…)
La imagen que Cristo usa inicialmente es la de la «puerta estrecha». Representa bien el compromiso que es necesario para conseguir la meta de la salvación. El verbo griego usado por Lucas traducido por «esforzaros» es muy sugestivo: agonizesthe indica una lucha, una especie de «agonía» que comporta fatiga y sufrimiento, que implica a todo nuestro ser,  y no sólo a la mente y al corazón. Creer es una actitud seria y radical, no reducible a un mísero signo de la cruz, a una devoción, a una vela encendida. Estas cosas pueden ser solamente señales de una adhesión sufrida, laboriosa, cotidiana.

o   Una decisión personal seguida de una coherente conducta de vida.

Cfr. Raniero Cantalamessa, o.c. p. 286  
·         “Lo que pone en el camino de la salvación no es cualquier título de posesión (no existen títulos de
posesión para un don como es la salvación), sino que es una decisión personal, seguida de una coherente conducta de vida”.  

o   La imagen de la «puerta angosta».

§  El peligro de crearse falsas seguridades
·         Cfr. Mateo 7, 13-14: “Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino
que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que lo encuentran”.
·         Nuevo Testamento, Eunsa 2004, Nota Lucas 13, 22-30: Con la imagen de la «puerta angosta» “se nos
alerta del peligro de crearse falsas seguridades. Pertenecer al pueblo, o haber conocido al Señor y haber escuchado su palabra, no es suficiente para alcanzar el cielo; solo los frutos de correspondencia a la gracia tendrán valor en el juicio divino”.

4. Catecismo de la Iglesia Católica: por qué la vida del hombre es un combate espiritual; en qué consiste.  

o   A través de toda la historia del hombre se extiende una dura batalla contra los poderes de las tinieblas que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día según dice el Señor.

·         n. 409: Esta situación dramática [1] del mundo que «todo entero yace en poder del maligno» (1 Juan 5, 19) (Cf 1 Pedro 5, 8), hace de la vida del hombre un combate:
A través de toda la historia del hombre se extiende una dura batalla contra los poderes de las tinieblas que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo (Gaudium et spes 37,2).

o   En el hombre, porque es un ser compuesto de espíritu y cuerpo, existe cierta tensión, y se desarrolla una lucha de tendencias entre el «espíritu» y la «carne» [2].

·         n. 2516: En el hombre, porque es un ser compuesto de espíritu y cuerpo, existe cierta tensión, y se desarrolla una lucha de tendencias entre el «espíritu» y la «carne». Pero, en realidad, esta lucha pertenece a la herencia del pecado. Es una consecuencia de él, y, al mismo tiempo, confirma su existencia.  Forma parte de la experiencia cotidiana del combate espiritual:
Para el apóstol no se trata de discriminar o condenar el cuerpo, que con el alma espiritual constituye la naturaleza del hombre y su subjetividad personal, sino que trata de las obras - mejor dicho, de las disposiciones estables -, virtudes y vicios moralmente buenas o malas, que son fruto de sumisión (en el primer caso) o bien de resistencia (en el segundo caso) a la acción salvífica del Espíritu Santo. Por ello el apóstol escribe: «si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu» (Gálatas 5, 25) (Juan Pablo II, Enc. Dominum et vivificantem,  55).
§  La vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprime la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia.
·         n. 1426: La conversión a Cristo, el nuevo nacimiento por el Bautismo, el don del Espíritu Santo, el
Cuerpo y la Sangre de Cristo recibidos como alimento nos han hecho «santos e inmaculados ante El» (Efesios 1, 4), como la Iglesia misma, esposa de Cristo, es «santa e inmaculada ante El» (Efesios 5, 27). Sin embargo, la vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios (Cf Concilio de Trento, Sesión 5ª, Decreto sobre el pecado original, canon 5). Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos (Cf  ibidem, Sesión 6ª, Decreto sobre la justificación, c. 16); Conc. Vaticano II, Lumen gentium 40).
§  El hombre esté dividido en su interior. Por esto, toda vida humana, singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas.
n. 1707: «El hombre, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad, desde el comienzo de la historia» (Gaudium et spes 13,1). Sucumbió a la tentación y cometió el mal. Conserva el deseo del bien, pero su naturaleza lleva la herida del pecado original. Ha quedado inclinado al mal y sujeto al error.
De ahí que el hombre esté dividido en su interior. Por esto, toda vida humana, singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas (Gaudium et spes 13,2).





Vida Cristiana



[1] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 408
[2] Por «carne» se entiende el hombre en su condición de debilidad y de fragilidad, de precariedad.

Domingo de la semana 21 de tiempo ordinario; ciclo C – 25 de agosto de 2019.




[Chiesa/Omelie1/21C19Salvezza/JPIISalvaciónElecciónLuchaAmor]

Ø Domingo 21 del tiempo ordinario, Ciclo C. (2019). Homilía de San Juan Pablo II (24 de agosto de 1980). Estamos todos llamados a la salvación y a vivir con Dios, pasando por la puerta estrecha de la renuncia y de la donación de nosotros mismos. La puerta estrecha es, ante todo, la aceptación humilde, en la fe pura y en la confianza serena, de la Palabra de Dios, de sus perspectivas sobre nuestras personas, y sobre el  mundo y sobre la historia; es la observancia de la ley moral, como manifestación de la voluntad de Dios, en vista de un bien superior el que realiza nuestra verdadera felicidad.


v  Cfr. Domingo de la semana 21 de tiempo ordinario; ciclo C – 25 de agosto de 2019.

Homilía de san Juan Pablo II, en Castelgandolfo (24-VIII-1980)
Isaías 66,18-21; Hebreos 12,5-7.11-13; Lucas 13,22-30

o   Todos estamos llamados a la salvación y a vivir con Dios, porque frente a la salvación no hay personas privilegiadas. Todos deben pasar por la puerta estrecha de la renuncia y de la donación de sí mismos.

En el Evangelio Jesús recuerda que todos estamos llamados a la salvación y a vivir con Dios, porque frente a la salvación no hay personas privilegiadas. Todos deben pasar por la puerta estrecha de la renuncia y de la donación de sí mismos. La lectura profética expone con vivas imágenes el designio que Dios tiene de recoger en la unidad a todos los hombres para hacerles partícipes de su gloria. La extraída del Nuevo Testamento exhorta a soportar las pruebas como purificación procedente de las manos de Dios, “porque el Señor, a quien ama, le reprende” (Hebreos 12,6; Proverbios 3,12). Pero los motivos de esas dos lecturas puede decirse que se hallan concentrados en el pasaje del Evangelio.

o   Una lucha vigorosa. La observación de la ley moral.

La interrogación en torno al problema fundamental de la existencia: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” (Lucas 13,23), no nos puede dejar indiferentes. A esa pregunta, Jesús no responde directamente, sino que exhorta a la seriedad de los propósitos y de las decisiones: “Esforzaos a entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos serán los que busquen entrar y no podrán” (Lucas 13,24). El grave problema adquiere en los labios de Jesús una perspectiva personal, moral, ascética. Jesús afirma con vigor que el conseguir la salvación requiere sufrimiento y lucha. Para entrar por esa puerta estrecha, es necesario, como dice literalmente el texto griego, “agonizar”, es decir, luchar vigorosamente con todas las fuerzas, sin pausa y con firmeza de orientación. El texto paralelo de Mateo parece todavía más categórico. Entrad por la puerta, estrecha, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que lleva a la perdición y son muchos los que por ella entran. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosta la senda que lleva a la vida y cuán pocos los que dan con ella!” (Mateo 7,13-14).

o   La puerta estrecha es, en una palabra, la aceptación de la mentalidad evangélica, que encuentra en el sermón de la montaña su más pura explicación.

§  Es el amor lo que salva, el amor que, ya en la tierra, es felicidad interior para quien se olvida de sí mismo y se entrega en los más diferentes modos: en la mansedumbre, en la paciencia, en la justicia, en el sufrimiento y en el llanto.
La puerta estrecha es, ante todo, la aceptación humilde, en la fe pura y en la confianza serena, de la Palabra de Dios, de sus perspectivas sobre nuestras personas, y sobre el  mundo y sobre la historia; es la observancia de la ley moral, como manifestación de la voluntad de Dios, en vista de un bien superior el que realiza nuestra verdadera felicidad; es la aceptación del sufrimiento como medio de expiación y de redención, para sí y para los demás, y como expresión suprema del amor; la puerta estrecha  es, en una palabra, la aceptación de la mentalidad evangélica, que encuentra en el sermón de la montaña su más pura explicación.
Es necesario, en fin de cuentas, recorrer el camino trazado por Jesús y pasar por esa puerta, que es Él mismo: “Yo soy la puerta; el que por Mí entrare, se salvará” (Juan 10,9). Para salvarse, hay que tomar como Él nuestra cruz, negarnos a nosotros mismos en las aspiraciones contrarias al ideal evangélico y seguirle en su camino: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame” (Lucas 9,23).
Es el amor lo que salva, el amor que, ya en la tierra, es felicidad interior para quien se olvida de sí mismo y se entrega en los más diferentes modos: en la mansedumbre, en la paciencia, en la justicia, en el sufrimiento y en el llanto. ¿Puede el camino parecer áspero y difícil, puede la puerta aparecer demasiado estrecha? Como dije ya al principio, semejante perspectivas supera las fuerzas humanas, pero la oración perseverante, la confiada súplica, el íntimo deseo de cumplir la voluntad de Dios, conseguirán de nosotros que amemos lo que Él manda.




parroquiasantamónica.com
Vida Cristiana


miércoles, 21 de agosto de 2019

«Ven, Señor Jesús» por Santiago Agrelo


Cada día, al comenzar la oración de la Liturgia de las Horas, la comunidad eclesial repite una súplica apremiante: Dios mío, ven en mi auxilio. Al decir, “ven”, el orante bíblico pedía la irrupción de la divinidad en su historia, en su contexto vital.
Sobre el hombre vienen, sin que él los llame, el temor y el terror, la desgracia, el sufrimiento y la muerte. De ahí la apelación del creyente al Dios de su vida: “Vendate prisa en socorrerme”. Con Dios vendrá la misericordia y la compasión, la luz y la alegría, el auxilio y la liberación, el juicio y la salvación. Si él viene, vendrán todas las naciones; él las reunirá; vendrán para ver la gloria del Señor.
Habéis oído lo que dice el Señor: “Yo vendré para reunir a las naciones”. Mientras lo oíais, evocabais el misterio de la encarnación, por el que Dios ha visitado y redimido a su pueblo; recordabais la vida de Jesús de Nazaret, enviado por el Padre a las ovejas perdidas de la casa de Israel; pensasteis en la entrega del Señor, en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo Jesús, de quien el evangelista Juan dice que “murió para reunir a los hijos de Dios dispersos”.
Mientras oíais la palabra del Señor que decía “Yo vendré”, hacíais memoria de su venida a vuestra vida. Él os visitó en el bautismo para hacer de vosotros criaturas nuevas, una humanidad nueva de la que Cristo era el Primogénito, el primero de muchos hermanos. Él os visitó para ungir vuestro cuerpo y vuestro espíritu con óleo de alegría y hacer de vosotros los “ungidos-cristos de la nueva alianza”, un pueblo de sacerdotes, profetas y reyes. El que había dicho: “Yo vendré”, os visitó con la unción de su Espíritu Santo para enviaros a evangelizar a los pobres. El que había dicho: “Yo vendré”, viene hoy a nuestra vida, nos visita con su palabra en esta celebración eucarística, nos visita con su Hijo, a quien acogemos por la fe cuando acogemos, escuchando, la palabra de Dios y cuando acogemos, comulgando, el cuerpo y la sangre del Señor.
El que había dicho: “Yo vendré”, dijo también: “Las naciones vendrán”. Y os contáis a vosotros entre los que el Señor ha convocado de entre todas las gentes, para que fueseis su Iglesia una, su Iglesia sin fronteras, su Iglesia católica, el pueblo de su heredad, la asamblea convocada por la fuerza de su gracia, por la fidelidad del Señor a sus promesas, por la misericordia del que es misericordia. Él dijo: “Las naciones vendrán”, y vosotros habéis venido, habéis acudido hoy a la casa del Señor, al banquete de bodas del cordero, a la cena pascual de la Nueva Alianza, a la presencia del que os ha llamado porque es fiel.
Habéis oído la palabra de Dios, y vuestro corazón se llenó de gozo por lo que ya contempláis cumplido en la Historia de la Salvación, en la vida de vuestra comunidad de fe, y en la vida de cada uno de vosotros.
Sin embargo, también halláis en vuestro corazón, junto con la certeza de la esperanza en los bienes que el Señor os tiene reservados, la nostalgia de la manifestación definitiva de la gloria de Cristo nuestro salvador. Pues, siendo mucho lo que la fe nos permite conocer y gozar como ya cumplido, es también mucho, muchísimo, lo que esperamos ver consumado en el futuro, en el último día, en el día de la manifestación gloriosa de Cristo Jesús. Por eso, agradecemos lo que hemos recibido, damos gracias por lo que se nos ha manifestado, confesamos nuestra fe en la última venida del Señor en su gloria, la preparamos con el ardor de la caridad y la fuerza de la oración.
En la historia, en el tiempo, en este tiempo nuestro, se está haciendo realidad ese sueño de Dios que el profeta Isaías nos contó con las palabras de su mensaje: la misericordia de Dios y su fidelidad alcanzan a todos los pueblos, y de todas las naciones llega hasta Dios un canto de alabanza. Es como si por todos los caminos de la casa del Padre estuviesen llegando, no un único hijo que se había perdido, sino caravanas ininterrumpidas de hijos, que vienen días tras día, llenan de alegría el corazón del Padre, y llenan de música la sala de su banquete de fiesta.
Vosotros, queridos, sois los mensajeros que él envía para convocar a los ausentes.  Con vosotros va el que os envía. Id al mundo entero, proclamad el Evangelio, llenad el mundo con la luz de Cristo, trabajad para que se llene de comensales la casa del Padre, llenad el cielo de alegría, adelantad con vuestra fe y vuestro amor la venida del Día del Señor, el cumplimiento pleno del “sueño de Dios”. ¡Ven, Señor Jesús! ¡Feliz domingo!

lunes, 19 de agosto de 2019

Excursión parroquial a las edades del hombre. Del 9 al 10 de Noviembre de 2019


ÚLTIMA HORA :SUSPENDIDA LA EXCURSIÓN



EXCURSION PARROQUIAL
 A LAS
PARROQUIA SANTA MONICA
09-10 DE NOVIEMBRE
VISITAREMOS: Burgos, Sto. Domingo de Silos, Yecla y Lerma.
Precio por persona en doble 155 €
Suplemento individual 35 €
Pensión Completa
Información e inscripciones en:
- Sacristía
- Mail: jesutol@gmail.com





domingo, 18 de agosto de 2019

Bautizados con Cristo para hacer un mundo nuevo: por Santiago Agrelo

Hundidos en el lodo: primero Jeremías, luego Jesús.
Bautizados en la muerte: Jeremías y Jesús, sumergidos en un abismo de rechazo humano, de incomprensión, de odio, destinados a morir.
Crucificados como Jeremías, como Jesús, los emigrantes, siempre los pobres: Empujados a la muerte por la miseria; abandonados a su suerte por nuestro egoísmo; dejados como plástico a la deriva por nuestra indiferencia.
Sus vidas son un grito: “Dios mío, sálvame, que me llega el agua al cuello: me estoy hundiendo en un cieno profundo y no puedo hacer pie; he entrado en la hondura del agua, me arrastra la corriente”.
Jeremías, Jesús, los emigrantes, los pobres: nosotros los vemos como un incordio a las puertas de nuestra abundancia, pero son voceros de Dios, son sus profetas, una alarma activada por el amor de Dios en nuestro mundo de frivolidades, una llamada a la conciencia de los distraídos por si todavía queremos darnos una oportunidad de salvación.
Todos tenemos nuestras buenas razones para el abandono de los pobres al frío de la muerte, pero son las mismas buenas razones con las que dejo a Dios fuera de mi vida, fuera de mi rosario –perverso- y de mi eucaristía –escandalosa- y de mi corazón –petrificado-…
La Iglesia que hoy celebra la Eucaristía sabe que pertenece a Cristo, y hace suya la palabra de Cristo y comulga con su Señor.
Tú sabes que eres un solo cuerpo con Cristo; sabes que tu destino es el de los pobres, el de los profetas, el de Cristo.
Bautizada, olvidada, desechada, crucificada, estás llamada a ser siempre presencia viva de Cristo pobre entre los pobres, pobre tú también y enviada a los pobres como evangelio de salvación.
Habrás de desear ese bautismo por el que pasó Jesús; habrás de desearlo como lo deseó Jesús, habrás de desear con todo el corazón verte entregada con él, seguirlo a él abrazada a tu cruz…
Ese bautismo, esa comunión con Cristo Jesús en su entrega de amor hasta la muerte, es la chispa que encenderá el fuego que él vino a prender en el mundo. Por esa puerta de la entrega amorosa entrará el Espíritu de Jesús que hará posible un mundo nuevo, un mundo hijos de Dios, el reino de Dios, un mundo en el que los pobres podrán decir con verdad –lo podrán decir a una con Jesús-: “Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito. Me levantó de la fosa fatal, de la charca fangosa; afianzó mis pies… aseguró mis pasos… El Señor se cuida de mí”.
Feliz domingo, Iglesia de Cristo. Feliz bautismo en la muerte de Cristo. Feliz comunión con Cristo resucitado.
Imprimir

Printfriendly