viernes, 13 de noviembre de 2020

Que los pobres den testimonio de que estás despierta: por Santiago Agrelo

La liturgia de este domingo pone delante de nosotros las imágenes de la mujer hacendosa, el empleado fiel y cumplidor, el hombre que teme al Señor, en las que todos estamos representados.

Quienes hemos sido incorporados a Cristo Jesús, estamos llamados a ser en su Iglesia la mujer hacendosa, el empleado fiel, el hombre que teme al Señor.

A todos se nos ha dado el huso y la rueca, a todos se nos ha dejado encargados de unos bienes con los que hemos de negociar, todos hemos de trabajar como pide que lo hagamos el santo temor de Dios.

La memoria de la fe va nombrando los bienes que hemos recibido: Por el bautismo nos hallamos hijos en el Hijo de Dios, incorporados a Cristo, sacerdote, profeta y rey.

El bautismo ha hecho de nosotros hombres y mujeres con mirada esclarecida para reconocer a nuestro Señor y Salvador, hombres y mujeres de oído abierto para escuchar la palabra que nos ilumina, hombres y mujeres que, por haberlas experimentado, proclaman las maravillas del Señor, hombres y mujeres en los que ha puesto su morada el Espíritu de Dios.

Por los sacramentos de la fe, el Señor nuestro Dios puso en nuestras manos sus bienes, su reino.

Si preguntas cómo hemos de negociar con los bienes que nos han sido confiados, la palabra del Señor viene en nuestra ayuda y nos recuerda condiciones indispensables para que multipliquemos lo que hemos recibido.

Será necesario el trabajo –“adquiere lana y lino, los trabaja con la destreza de sus manos”-; será necesaria la dedicación, la determinación, el esfuerzo, del que se beneficiarán los de casa y, sobre todo, los pobres; extendiendo su mano hacia el huso, el creyente está extendiendo su brazo al pobre; sosteniendo con la palma la rueca, estará abriendo su mano al necesitado.

Además del trabajo diligente y compasivo, habrá de hacerme compañía el temor del Señor: su ley habrá de ser la luz que ilumine mis caminos.

En el temor del Señor está la bendición, en él hallaremos la abundancia, con él llegará la prosperidad de la Iglesia.

Quien guarda la ley del Señor, permanece en Cristo, da fruto abundante y será bendición para la humanidad entera, porque Cristo permanece en él.

Recuerda, Iglesia esposa, los bienes que hoy recibes: se te confía la palabra del Señor, el Cuerpo del Señor, el Espíritu del Señor, la gracia del Señor.

Escucha, comulga, ama: Extiende la mano a la palabra deseada, sostén con la palma el Cuerpo amado, y que los tuyos y los pobres sientan el abrigo de tu amor; ésa es tu gracia que nunca se pierde; ésa, tu belleza que nunca se marchita; ésa, tu gloria, que nadie jamás te quitará.

Sólo nosotros, sólo cada uno de nosotros puede desperdiciar los bienes que ha recibido y hacerse acreedor a las tinieblas.

De ahí la amonestación, la llamada apremiante a estar vigilantes y despejados, para que el día del Señor no nos sorprenda como un ladrón.

Que los pobres, Iglesia esposa, den testimonio de que estás despierta.


miércoles, 4 de noviembre de 2020

“Mi alma está sedienta de ti” – “Tengo sed”: por Santiago Agrelo

“La sabiduría”, “el esposo”, “mi Dios”: tres nombres distintos para un único amor; tres nombres para un amor que se llama Cristo Jesús.

Si hemos dicho “amor”, hemos dicho pasión, hemos dicho deseo, hemos dicho búsqueda.

Si hemos dicho “amor”, hemos dicho “corazón en vela” aun cuando durmamos: dormidos o en vela, el alma se nos va tras el amado.

Si hemos dicho “amor”, hemos dicho hambre y sed de Cristo Jesús, hambre y sed de la sabiduría, hambre y sed de la presencia del amado.

Madrugarás, Iglesia esposa, madrugarás desvelada por perderte en el abrazo de tu Señor, por la dicha de encontrar al amor de tu alma, y lo encontrarás “sentado a tu puerta”, pues desde siempre está allí desvelado el que siempre te ha amado, el que desde siempre espera que salgas de ti misma y le abras la puerta.

Madrugarás por Cristo Jesús: por el esposo, por la Palabra de Dios hecha carne, por tu Dios.

Madrugarás, porque el deseo se te ha clavado dolorosamente en el cuerpo como se clavan en él la sed y el hambre.

“Mi alma está sedienta de ti, Dios mío”.

Sólo esa sed mantiene vivo el recuerdo de lo que anhelas, sólo la sed de Dios te mantendrá despierta, sólo esa sed hará que estés en vela y preparada para la llegada del esposo.

Porque tienes sed de Dios, buscas escuchar su palabra, como busca la cierva corrientes de agua.

Porque has sido herida de amor, buscas la comunión con Cristo Jesús.

La sed de Dios te llevará entre los pobres, porque en ellos tienes la certeza de abrazar y cuidar el cuerpo de tu amado.

Allí, en la palabra, en la eucaristía, en los pobres, entrarás en el banquete de bodas de tu Señor. Allí lo contemplarás, allí lo bendecirás, allí te saciarás.

Y nunca se apagará tu sed de amar.

 

“Tengo sed”:

La necesidad, mi necesidad, tu necesidad, Iglesia en vela, es animal sediento que clama por el amor y el bien que es Dios: El sumo bien, el todo bien, el todo amor.

Pero también clama el bien, también clama el amor, también Dios es un clamor: “¡Tengo sed!”

Dios sediento, Dios mendigo, Dios a tu puerta llamando.

La fuente que mana eterna, va mendigando esta tierra nuestra para llenarla de vida.

El pan de los ángeles anda en busca de tu hambre de justicia.

La luz de Dios corteja la oscura soledad de tus noches.

El amor tiene sed de ti.

Escucha, contempla, bendice, comulga, sáciate…

Es domingo, y Dios es el todo bien para ti. Entra con él al banquete de bodas.


sábado, 31 de octubre de 2020

Vemos en esperanza nuestra gloria: por Santiago Agrelo

Lo escribió Juan, el vidente de Patmos; lo escribió para una Iglesia sumida en la oscuridad de la prueba, verdadera noche sobrevenida a los fieles ante la demora en el retorno del Señor y la experiencia amarga de la persecución sufrida y de la muerte. Los ojos del vidente fueron para aquella Iglesia los de un testigo del futuro: “Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar… vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos”.

La de hoy es una fiesta para la contemplación, para “ver” la obra de Dios en los hombres, la muchedumbre inmensa de los redimidos, la gloria del cielo.

Hoy, a la luz de la fe, contemplamos el futuro de la Iglesia: la bienaventuranza de los Santos es la nuestra en esperanza.

Hoy la voz de la Iglesia que aún peregrina en la tierra se une en un solo cántico de alabanza a la voz de la Iglesia que ya goza de Dios en el cielo: “¡La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!”

De Dios y del Cordero son la gracia y la misericordia, la justicia y la santidad, la paz, la dicha y la gloria.

Ya sabes de dónde viene la luz que hace blancos los vestidos.

Pero, ¿quiénes son ésos que has visto iluminados por la salvación? “Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero”.

Estos son los que vienen de la noche en la que tú peregrinas; estos fueron Iglesia de los caminos antes de ser Iglesia del cielo; estos fueron y son hijos de la noche e hijos de Dios, pobres a los que Dios regala su Reino, pequeños a los que Dios consuela, pecadores a los que Dios perdona, leprosos a los que Dios limpia, hambrientos saciados de justicia y de misericordia, operadores de paz reconocidos como nacidos de Dios.

Para esta Iglesia que conoce de cerca la noche de su pasión, la impotencia frente a la injusticia, el grito de los pobres, la fatiga de buscar un pan que llevar a la mesa del hambriento, para esta Iglesia que da la vida por poner dignidad, humanidad, respeto y justicia en la vida de los humillados, para ella son las palabras de su Señor, del que es su salvación: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”.

A él, a Cristo, han ido los que hoy contemplas como multitud en la gloria del cielo.

A él, a Cristo, vamos en la eucaristía los que hoy celebramos la salvación que en Cristo se nos ha dado.

A él vamos, en él descansamos, para volver a llevar pan a las mesas y dignidad a las vidas.

Feliz día de Todos los Santos, Iglesia peregrina.

Feliz contemplación de lo que tu Señor prepara para ti, para tus pobres.

Feliz encuentro con Cristo, feliz descanso en Cristo

miércoles, 28 de octubre de 2020

Como niños en los brazos de Dios: por Santiago Agrelo

 En la liturgia de este domingo, las palabras de la profecía suenan a maldición sobre un determinado modo de ejercer el sacerdocio.

El profeta enumera alguna de las cosas que desagradan al Señor hasta el punto de maldecir la bendición de los sacerdotes. Éstos se apartaron del camino del Señor, es decir, hicieron acepción de personas al aplicar la ley, y de ahí se siguió que muchos tropezaran en ella; invalidaron la alianza, haciendo posible que el hombre despojase a su prójimo.

A la profecía le hace eco el evangelio.

Ahora el que acusa es Jesús, y los señalados son escribas y fariseos, que se sentaron en la cátedra de Moisés como maestros del pueblo de Israel.

Éstos son los abusos que Jesús señala: “No hacen lo que dicen”; “lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar”.

Y esos mismos, que nada se preocupan de los demás, andan desordenadamente preocupados de sí mismos: “Todo lo que hacen es para que los vea la gente”. De ahí que exhiban su religiosidad y busquen primeros puestos y asientos de honor, que les hagan reverencias y se les llame maestros.

Hoy, Iglesia cuerpo de Cristo, no se leen esos textos como inútil acusación a muertos, sino como saludable amonestación a quienes ahora estamos escuchando.

Supongo que, en nuestra celebración dominical, nos sentiremos particularmente interpelados los obispos, los presbíteros, los religiosos, todos aquellos que en la Iglesia, por nuestro ministerio, nos hemos sentado de alguna manera en la cátedra de Jesús. Pero harían mal los demás fieles si pensasen que no les concierne lo que aquí han escuchado, pues a todos se dirige la palabra de Dios y para todos es ejemplo Cristo Jesús: en él nos fijamos, de él aprendemos, con él comulgamos.

Escucha, Iglesia cuerpo de Cristo, lo que de sí mismo dice el Apóstol: “Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Deseábamos entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas”.

Y añadió, como quien da una explicación: “Porque os habíais ganado nuestro amor”.

Ahora fíjate en Cristo Jesús: nos dio el evangelio, nos dio su vida, nos dio su propia persona, se nos hizo madre, y no porque lo hubiésemos ganado con nuestro amor, sino porque asombrosamente, sencillamente, hermosamente, él nos amó.

Fíjate y escoge con quien deseas comulgar: con el que despoja a su prójimo, con los que dicen y no hacen, con los que lían fardos y se los cargan a los demás, con los que sólo se buscan a sí mismos, o con el que se abaja por todos, con el que se humilla por todos, con el que se entrega por todos.

Aquí comulgamos con el que se entrega.

Unida a él, pues eres su cuerpo, acallas y moderas tus deseos como un niño en brazos de su madre: como un niño en los brazos de Dios.

Feliz domingo.

sábado, 17 de octubre de 2020

Las gabelas de Dios: por Santiago Agrelo

Muchas veces, para adentrarnos en el misterio de salvación que se celebra en el domingo, hemos pasado por la puerta del salmo responsorial, y hoy también pediremos al salmista que sea él quien nos guíe al misterio donde Dios habita, y a Cristo en quien Dios se nos ha manifestado.

El salmo, por ser oración, tiene la virtud y la gracia de apartarnos de tentaciones moralizantes, y de introducirnos sin demora en la presencia de Dios.

Todos guardamos en la memoria el dicho de Jesús: “Pagadle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. 

El mandato es claro, “pagad”, y el significado también lo es, pues todos entendemos que equivale más o menos a “dad”, “devolved”, “entregad”, “restituid”.

Lo que se ha de pagar “al César”, no es necesario que lo explique yo, que ya hay quien se ocupa de que lo cumpláis y sin necesidad de que os den muchas explicaciones.

Por experiencia sabéis, sin embargo, que el debido cumplimiento de ese «deber con hacienda» no es para vosotros motivo de júbilo, y no suele llevar consigo gritos de aclamación ni cantos de fiesta.

Cosa bien distinta sucede con el “tributo” que pagamos a Dios.

Ahora será el salmista quien nos ayude a comprender.

Recuerda, Iglesia amada del Señor, sus palabras, que hoy son también palabras de tu oración: “Cantad al Señor, contad sus maravillas, aclamad al Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, postraos ante el Señor”…

A ti se te ha concedido conocer la gloria del Señor, has podido admirar sus maravillas, a ti se te ha revelado su grandeza, conoces el poder de su brazo.

Si te fijas en la creación, los cielos y la tierra, las criaturas todas te hablan de quien todo lo sostiene; y todas “pagan tributo de reconocimiento y de agradecimiento” a su Creador: “El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos, el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra”.

Si te fijas en la historia del pueblo de Dios, en su Pascua, en la salvación de la que ha sido beneficiario, hallarás que el Señor “increpó al mar y se secó, los condujo por el abismo como por tierra firme; los salvó de la mano del adversario, los rescató del puño del enemigo… Entonces creyeron sus palabras”, y todos ellos, pagando el tributo debido a su Dios, “cantaron su alabanza”.

¿Has encontrado el camino que lleva desde la experiencia de la gracia al tributo del agradecimiento? Entonces deja ya la mano del salmista y entra, guiada por el Espíritu de Jesús, en el misterio de la Pascua cristiana. El Padre Dios te ha entregado como sacramento de su amor a su propio Hijo. En Cristo has entrado en el mundo nuevo, en el que Dios es Rey; en Cristo has conocido maravillas que nunca habrías podido siquiera soñar: ser morada de Dios y que Dios sea tu morada; ser hijo de Dios y, por ser hijo, ser también heredero; ser templo del Espíritu Santo; llevar sobre ti, como si de tu hacienda se tratase, todas las bendiciones con que el Padre Dios podía bendecirte.

Si conoces lo que eres, conocerás lo que has de tributar: “Cantad al Señor un cántico nuevo”. Siempre nueva es la Pascua de tu liberación, Iglesia de Cristo; siempre nuevo ha de ser tu canto, siempre nuevo ha de ser tu tributo…

Deja la mano del salmista, pero no dejes la mano de aquel con quien vas a entrar en comunión sacramental… Es Cristo quien se te ofrece, es a Cristo a quien recibes, es con Cristo con quien Dios se te da por entero. Todo se te da el que viene a ti. Ahora eres tú quien ha de decidir cuál ha de ser la cuantía de tu tributo… Un tributo de aclamaciones, un tributo de pan para Cristo pobre, el tributo de todo tu ser para quien te amó sin reservarse nada para sí…

Feliz domingo.


miércoles, 7 de octubre de 2020

A todos los que encontréis, convidadlos a la boda: por Santiago Agrelo

“Aquel día” Dios preparará para todos los pueblos un festín, manjares suculentos, enjundiosos, vinos de solera, generosos. “Aquel día” Dios aniquilará la muerte para siempre. “Aquel día” Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros.

“Aquel día”: dos palabras en las que se encierra la esperanza del mundo.

Ahora, tú que has oído la palabra del profeta y has creído, dime si la has visto cumplida.

Tenemos un compañero de camino inseparable de nuestra vida, y es la muerte. Tenemos una compañera que conoce como nadie los secretos de nuestro rostro, y esa compañera son las lágrimas. Y más allá de esa muerte y esas lágrimas que nos siguen con la regularidad de los amaneceres, conocemos otras que son hijas de la violencia, de la crueldad, de la indiferencia, de la injusticia, de la avaricia, del odio…

Vivimos en un mundo en el que, pese a nauseabundos silencios informativos, la muerte y las lágrimas se nos cuelan por las ventanas del alma, y vemos pateras a la deriva con hombres, mujeres y niños muertos de hambre y de sed; vemos a hombres, mujeres y niños enterrados vivos en las aguas de nuestros mares; vemos a hombres, mujeres y niños hacinados en campos de confinamiento que hubieran sido considerados inadecuados para los animales de una granja.

Entonces me pregunto por “aquel día”, por la esperanza del profeta encerrada en “aquel día”, también por la confesión del salmista, que hice mía en la oración de la comunidad: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.

La de hoy es una de esas celebraciones en que la palabra de Dios reclama ser leída, no desde la quietud de los ambones, sino desde el horror de las pateras: “El Señor me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas… Preparas una mesa ante mí… Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida”.

En realidad, si queremos entrar en el misterio de la palabra de Dios, tendremos que proclamarla siempre desde la cruz de Cristo Jesús: “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan”.

Esa cruz es la única cátedra desde la que se puede iluminar el sentido de la palabra de Dios; y Cristo Jesús, el Crucificado-Resucitado, es el único Maestro que te puede introducir en el misterio de esa palabra.

Es Cristo Jesús quien lo dice: “Me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa… Habitaré en la casa del Señor por años sin término”. Y es él quien lo interpreta. Y no lo hace hablándonos de Dios, sino mostrándosenos, y dejando así que veamos lo que hemos de creer, que veamos lo que necesitamos aprender.

En Cristo Jesús vemos que la palabra del profeta y la palabra del salmista y todas las palabras de la revelación han llegado a cumplimiento.

Ahora, Iglesia de Cristo Jesús, si ves cumplida en Cristo la palabra que escuchaste, si en él se declaran cumplidas todas las palabras, tu fe te dice que también se han cumplido para ti que eres su cuerpo; más aún, que están cumplidas para todos los pueblos, pues de todos quiso ser esa Palabra divina que por todos se hizo debilidad, vulnerabilidad, fragilidad, mortalidad; tu fe te dice que Cristo Jesús es el banquete de bodas que Dios ha preparado: Él es el banquete de la vida, de la alegría y de la abundancia para todos los pueblos, un banquete del que sólo quedan excluidos los que a sí mismos se excluyen “porque tienen otras cosas en que ocuparse”.

Dios ha preparado para todos el banquete de bodas de su Hijo. Con arrogancia y desprecio, se negarán a entrar “los que mucho tienen”. Sorprendidos y agradecidos, entrarán los que nada tienen, ya sabes, los expertos en agonías y lágrimas.

Entra, escucha, contempla, comulga y vive.


viernes, 2 de octubre de 2020

Me preguntará por los pobres: por Santiago Agrelo

 Se trata siempre de la relación de Dios con nosotros: de lo que somos para él, de lo que él es para nosotros.

Dos imágenes, la de la viña que Dios cultiva y la de la viña que Dios arrienda, ayudan hoy a entrar en el misterio de esa relación.

Ya sé que la viña de la que habla el profeta, la que Dios cultiva, “es la casa de Israel”.

Pero todo mi ser va diciendo que “viña del Señor” lo soy yo también. Pues si de aquella se dice que “la entrecavó, la descantó, y plantó buenas cepas, construyó en medio una a atalaya y cavó un lagar”; de ésta, de la comunidad eclesial, de cada uno de los que hemos creído en Cristo Jesús, podemos decir con verdad que Dios nos ha cultivado injertándonos en Cristo Jesús: de su savia recibimos energía, de su Espíritu recibimos aliento, de su gracia recibimos sabor, de su ser recibimos la vida.

Y si de la viña que era Israel el Señor esperó que fructificase en justicia y en derecho, de ésta –de mí y de ti- espera que demos como fruto la justicia y el derecho que trajo a los pobres el reino de Dios.

Y en la viña de la que habla el evangelio, la que aquel propietario arrendó a unos labradores, puedo reconocer el reino de Dios que ha sido confiado a la comunidad eclesial para que en él demos frutos de vida eterna.

Considera ahora lo que esos relatos dicen de nuestro Dios: ¡Dios labrador! ¡Dios de jardines de Edén, de tierras prometidas! ¡Dios que tanto nos amó que nos dio a Cristo Jesús, tierra que mana leche y miel, evangelio para los pobres!

El Dios de nuestra fe es labrador incansable de tierras que él ha soñado como un paraíso de abundancia y de justicia para sus hijos.

El canto de amor a su viña es siempre un canto de amor a ti, es siempre un soñar de Dios contigo, con tu justicia, con tu paz, con tu plenitud, con tu divinidad –no voy a retirar la palabra: ¡con tu divinidad!-.

El canto de amor de tu Dios lo puedes oír hoy en la eucaristía que celebras, pues a ti, a un pueblo que produzca sus frutos, se te da hoy el reino de Dios; a ti se te entrega hoy la viña que es Cristo Jesús; en tus manos –lo digo a la comunidad eclesial- el creador de paraísos deja hoy su reino: el derecho, la justicia, la paz, la abundancia, la plenitud que son evidencia de que reino de Dios está cerca; a tu corazón y a tus manos el amor de Dios confía hoy “la piedra que desecharon los arquitectos” y que “es ahora la piedra angular”: Cristo Jesús.

Y eso quiere decir que a tu corazón y a tus manos el amor de Dios confía hoy la suerte de los pobres, piedra siempre desechada por los arquitectos del mundo, piedra que Dios ha hecho cuerpo de su Hijo.

“Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”: Comulgamos con Cristo y con los pobres.

jueves, 17 de septiembre de 2020

“Ábrenos el corazón, Señor”: por Santiago Agrelo

Si nombras lo que buscas, tendrás el nombre de lo que llevas en el corazón.

Si has buscado riquezas, prestigio, grandeza, poder, seguridades, eso hallarás almacenado en lo más íntimo de ti mismo: tus riquezas, tu prestigio, tu grandeza, tu poder, tus seguridades, eso será tu vida, ése será tu reino, ése será tu mundo, eso será lo único que encuentres en tu corazón.

Si así fuere, nada tendrán que ver contigo los que pasan hambre, los obligados a desplazarse para huir del hambre, los que cada día mueren de hambre… No habrá lugar para ellos en ese corazón que ya no es tuyo sino de lo que te ha ocupado y poseído.

Pero si todavía buscas algo más allá del interés económico, del éxito político, de la curiosidad intelectual, si todavía añoras algo más allá de ti mismo, ti todavía sueñas con llegar a ser humano, entonces escucha con atención, porque son para ti, las palabras del profeta: “Buscad al Señor… invocadlo… que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor… a nuestro Dios”.

Se te pide que te vacíes, que te liberes, que saques del corazón los ídolos en que confiabas –riqueza, prestigio, grandeza, poder, seguridad…-, de modo que en ti pueda entrar tu Dios.

Con él vendrán su clemencia y su misericordia, su bondad y su ternura, su perdón y su piedad: Vendrán porque tú necesitas que vengan; vendrán para que otros puedan recibir por medio de ti lo que ellos necesitan.

Vuelvo a escuchar contigo, Iglesia de Cristo, las palabras de la profecía, y el corazón intuye que las podemos entender referidas a Cristo Jesús: “Buscad al Señor”, buscad a Cristo Jesús; “que el malvado abandone su camino” y busque en Cristo Jesús el camino que lleva al Padre; “que el criminal abandone sus planes” y llegue por Cristo Jesús al conocimiento de los designios de Dios. “Buscad al Señor”, buscad a Cristo Jesús, reconoced en él la piedad de Dios y recibid por él su perdón.

Clama, Iglesia de Cristo, clama al Señor para que nos abra el corazón y aceptemos las palabras de su Hijo, para que entremos en el misterio de su Hijo, para que creamos en el evangelio de su Hijo, para que busquemos el reino que viene con su Hijo.

Clama y escucha, clama y contempla, clama y bendice, clama y comulga.

Ahora en tu mundo, en tu reino, en tu vida, en tu corazón, como en el de Jesús, como en el de Dios, entran los excluidos, los desplazados, los hambrientos… pues todos han empezado a ser para ti lo que son para Jesús, lo que son para Dios: hijos muy amados, carne de su amor.

Considera finalmente el misterio que se nos permite vislumbrar a la luz del evangelio de este día: A todas las horas de tu jornada te ha buscado el Señor; a todas las horas ha bajado a la plaza para llamarte a trabajar en su viña. A todas las horas ha bajado y te ha buscado, porque siempre te ha llevado en su corazón.

Recuerda que la viña de Dios es Cristo Jesús y que has sido invitada a ir ella, a trabajar en ella, y que recibirás un divino sea cual fuere la hora en que tu cotidiana necesidad se haya encontrado con la escandalosa generosidad de Dios.

El profeta te había dicho: “Buscad al Señor”. Y tú has descubierto con asombro que desde siempre el Señor te buscaba porque te amaba.

¡Busca a Jesús! ¡Déjate encontrar por él!: te encontrará el amor de Dios, el dolor de los pobres, la verdad de ti misma.

lunes, 14 de septiembre de 2020

AVISOS IMPORTANTES INVIERNO



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 DESPACHO PARROQUIAL: 

Lunes y Miércoles de 17:30h a 19h



CORREO: jesutol@gmail.com


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Cáritas Rivas: 

Cita previa:   caritasrivasvaciamadrid@gmail.com

Teléfono:   680 33 57 38           

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Horario del despacho de catequesis (durante periodo lectivo escolar): Martes y Jueves de 17 a 19 horas.  


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domingo, 13 de septiembre de 2020

Celebración de primeras comuniones durante los fines de semana de Septiembre y Octubre 2020. Cambios en los horarios de Misa

Debido a las celebraciones de las primeras comuniones los fines de semana de Septiembre y Octubre 2020, se ven alterados los horarios de las Misas quedando de la siguiente forma: 

 

- Sábados:        9:30h 

                         20h

 

- Domingos:      9h

                        10h

                                12h (Cristo de Rivas) 

                        13h. 

                        14h

 

Horarios actualizados en: 

 https://misas.org/p/parroquia-de-santa-monica-rivas-vaciamadrid/ 





 

DESPACHO PARROQUIAL :
Si tiene que ir al despacho parroquial debe pedir cita previa en el siguiente contacto:


 

 

martes, 8 de septiembre de 2020

Iglesia, presencia real de un Dios manchado e impuro: por Santiago Agrelo

 Puede que no sean muchos los cristianos que, participando en la eucaristía dominical, se reconozcan miembros de una comunidad de discípulos de Jesús, convocada a un encuentro con su Señor, con su Maestro, para comulgar con él, escuchando su palabra, comiendo su cuerpo y bebiendo su sangre.

Pero eso es lo que se espera que vivamos en cada eucaristía: que aprendamos a Cristo escuchando, que lo aprendamos viendo, que lo aprendamos comulgando.

Esto es lo que hoy podremos escuchar: “No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”; “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado”.

El sabio lo había dicho a su manera: “Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas”.

Y el salmista lo había cantado: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia”.

Nosotros lo hemos escuchado y lo hemos aprendido; pero nos conviene también verlo, por si el ejemplo nos ayuda a pasar del pensamiento a la acción.

Y el mismo Jesús nos deja un ejemplo en la parábola de aquel rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados.

Pero tú, Iglesia discípula, sabes que, más que la parábola, el ejemplo para todos es Jesús mismo, su vida entera: En Jesús, Dios andaba reconciliando consigo al mundo. En Jesús Dios andaba sanando lisiados, cojos, paralíticos, ciegos, sordos, leprosos. En Jesús Dios andaba perdonando a prostitutas y a ladrones, a discípulos cobardes, también a quienes no lo habían recibido, a quienes lo rechazaron, lo juzgaron, lo condenaron, lo crucificaron… En Jesús, Dios bajó entre los necesitados de misericordia y de perdón, los buscó, se compadeció de ellos, comió con ellos, se hizo impuro por ellos, bajó hasta el infierno para que ellos, creyendo, pudieran entrar limpios en el banquete de Dios.

Pero tú no eres sólo Iglesia discípula que escucha palabras de sabiduría divina y contempla ejemplos admirables de divino abajamiento; tú eres también Iglesia cuerpo de Cristo, que comes lo que has escuchado y contemplado, te haces una con ese Dios manchado, Dios amigo de publicanos y pecadores, Dios comensal de hombres y mujeres que nadie tocaría sin correr a hacer una purificación ritual.

Hoy comulgas con Cristo Jesús para ser en el mundo evidencia de la presencia de un Dios manchado e impuro.

Hoy comulgas con Cristo Jesús para ser en el mundo presencia real de Cristo Jesús y ser así evidencia del amor que es Dios.

Escucha, contempla, comulga.

Feliz domingo.

sábado, 5 de septiembre de 2020

A nadie debáis más que amor: por Santiago Agrelo

 ¡Qué sencillo y qué difícil nos lo has puesto, Señor!

¡Es sólo cuestión de amor!

“A nadie le debáis nada, más que amor”.

Yo pensé: tengo que reprender a mi hermano. Y tú me dijiste: no lo hagas si no es deuda de amor.

Yo pensé: tengo que recordar a todos los sagrados preceptos de la ley de Dios. Y tú me dijiste: no olvides que “el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley”.

Yo pensé: no puedo dejar de recordar los principios sobre los que todo se sostiene, las líneas rojas que nadie debiera traspasar, los dogmas que todos debieran profesar. Y tú me dijiste: Todo se sostiene sobre el amor; el amor todo lo traspasa, todo lo trasciende, todo lo sana, todo lo crea, todo lo recrea, todo lo abraza, todo lo redime, todo lo reconcilia y lo diviniza; en el amor se encierran toda la ley y los profetas.

Yo pensé…

Y tú me dijiste: cree.

“Dios es amor”: créelo.

“Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo”: créelo.

“Dios nos ha confiado la palabra de la reconciliación”: créelo.

Dios nos ha puesto de atalaya en los caminos de la humanidad, para que le demos la alarma de parte del Amor.

Hoy comulgamos con Cristo, con el amor extremo de Dios, para amar hasta el extremo a nuestros hermanos.

Feliz comunión con el amor de Dios. Quedamos con todos en deuda de amor.

 

sábado, 29 de agosto de 2020

A ti te necesito, sólo a ti: por Santiago Agrelo

El creyente sabe que Dios no es para él una idea, pues lo ha sentido como fuego que abrasa, como caudal inagotable y limpio de agua que refrigera.

El creyente no piensa en Dios para poder decir de él algo novedoso o admirable, sino que se acerca a Dios para abrasarse en su fuego, busca a Dios para apagar en él la sed, y sólo dejará de agitarse cuando Dios sea para él el aire que respira, la luz que lo ilumina, la dicha que lo posee.

“Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”. Éste es hoy el estribillo de nuestra oración responsorial: Palabras de fe para labios creyentes, palabras verdaderas sólo para quien haya conocido al Señor, para quien haya experimentado su fuerza, su gloria, su gracia y su amor.

“Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”. Las palabras de la oración expresan a un tiempo plenitud y vacío, cercanía y ausencia, conocimiento y búsqueda. El orante –Jeremías, el salmista, Jesús de Nazaret, nuestra asamblea eucarística, la Iglesia entera- madruga por Dios para buscarlo mientras Dios camina con el orante y lo sostiene; tú tienes sed de Dios, aunque todo tu ser está unido a él; tienes ansia de Dios, ¡y cantas con júbilo a la sombra de sus alas! Dios es caudal inagotable de agua, y en su presencia nosotros somos siempre “como tierra reseca, agostada, sin agua”.

“Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”. Las palabras de la oración han puesto a Dios en el centro de tu vida: “Tu amor me sacó de mí. A ti te necesito, sólo a ti. Ardiendo estoy día y noche, a ti te necesito, sólo a ti… Tu amor disipa otros amores, en el mar del amor los hunde. Tu presencia todo lo llena. A ti te necesito, sólo a ti”[1], pues “tú eres el bien, todo bien, sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero”. ¡Plenitud y vacío, cercanía y ausencia, conocimiento y búsqueda!

De ti, Señor, dice tu profeta: “Me sedujiste, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste”. Lo cautivaste, Señor, con el atractivo de tu palabra, lo cegaste con el resplandor de tu belleza, y así lo llevaste a tu luz y a su noche, a tu fuego y a su oprobio, a tu gloria y a su cruz.

Considera la noche del profeta: “Yo era el hazmerreír todo el día; todos se burlan de mí… La Palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día”. Considera la noche oscura de Jesús: “Los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: Tú que destruyes el santuario y en tres días lo levantas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz! Igualmente los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él, diciendo: A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere”.

Ahora ya puedes, Iglesia de Dios, mirarte a ti misma en el espejo de Cristo, pues otra cosa no eres que el cuerpo del Hijo que todavía está subiendo a Jerusalén, a su noche, al sufrimiento, a la muerte, a la vida. Mírate a ti misma en el espejo de los pobres, que otra cosa no son que el cuerpo de Cristo, tu propio cuerpo, subiendo a la noche de sus angustias.

Si estabas sedienta de Dios porque habías conocido su bondad y su hermosura, su gloria y su poder, ahora que has experimentado la noche, la de Cristo, la de los pobres, tu propia noche, eres delante de Dios como “tierra reseca, agostada, sin agua”. Tenías sed, y la noche hizo que la sed te devore, hasta hacer de ti pura sed de Dios.

[1] Versos del poeta sufí Yunus Emre (1238-1320?)

domingo, 16 de agosto de 2020

“Ten compasión de mí, Señor”: por Santiago Agrelo

El evangelio sitúa hoy a Jesús fuera de su tierra, entre paganos, en “el país de Tiro y de Sidón”: El amor lo despojó de sí mismo y lo abajó desde la condición de Dios a la condición de esclavo.

Allí, una mujer, se puso a gritarle: “Ten compasión de mí, Señor”.

La memoria de la comunidad creyente guarda aún el grito de los discípulos de Jesús en la barca sacudida por las olas; y tampoco hemos olvidado la súplica de Pedro que, desde el abismo del miedo y agarrado a su poca fe, había gritado: “¡Señor, sálvame!”

Ahora es una mujer la que, empujada por una gran necesidad y por una fe más grande que su necesidad, se postra ante Jesús para decirle: “Señor, socórreme”.

Más allá de los discípulos y de Pedro con sus miedos, más allá de la mujer con su necesidad, tu fe recuerda que grito y súplica los oyó en otro lugar y evocan en el corazón otro nombre: “A media tarde, gritó Jesús muy fuerte: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Y un instante después: “Jesús dio otro fuerte grito y exhaló el espíritu”.

A ti, Señor del cielo y de la tierra, el amor te hizo semejante a nosotros, te dio una carne de debilidad como la nuestra, un cuerpo de suplicar gritando, de gritar creyendo, de creer confiando.

El amor, Cristo Jesús, te hizo carne compasiva y misericordiosa, evangelio para los pobres, libertad para los oprimidos, luz para los ciegos, resurrección para los muertos, alegría y paz para los amados de Dios.

El mismo amor que por el misterio de la encarnación te hizo pan y salvación para la humanidad, te hace hoy pan y salvación para tus fieles en el misterio de la eucaristía.

Por la encarnación y en la eucaristía, tú, Señor, has hecho tuyo el grito de la mujer –el grito de tu Iglesia, el grito de la humanidad-: “Ten compasión de mí”.

Y es también tuya y de hoy la palabra que llena de esperanza y de alegría el corazón de los pobres: “Que se cumpla lo que deseas”.

 

viernes, 14 de agosto de 2020

Fijos los ojos en el cielo: por Santiago Agrelo

Con la palabra «Ascensión» nombramos el misterio de la exaltación-glorificación de Cristo nuestro Señor; y con la palabra «Asunción» nos referimos al misterio de la exaltación-glorificación que, por Cristo y en Cristo, se ha cumplido ya en la Virgen María, y se ha de cumplir un día en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

Dichosa tú, Virgen María que, por la fe, recibiste en la virginidad humilde de tu seno al Hijo de Dios, y hoy, “envuelta en un manto de triunfo, como novia que se adorna con sus joyas”, eres recibida en la gloria de tu Hijo.

Dichosa tú, Iglesia de Cristo, que en este tiempo de gracia, acoges por la fe la palabra de Dios, recibes el Cuerpo de Cristo, abrazas a los pobres de Cristo, y que un día, bendecida por el Padre, serás acogida por tu Señor en el reino preparado para ti desde la creación del mundo.

“¡Qué pregón tan glorioso para ti, María! Hoy has sido elevada por encima de los ángeles, y con Cristo triunfas para siempre”.

En ti, Virgen María, se nos concede contemplar alcanzada la inmortalidad de la que en la Eucaristía recibimos la divina medicina. Tuya es la gloria de la que es prenda en Cuerpo de Cristo que hoy comulgamos.

Comulgar medicina y prendar, vivir en esperanza, amar, agradecer…

Caminar, fijos los ojos en un cielo que se ha quedado sin fronteras, en un paraíso cuyas puertas, cerradas un día al hombre, se han vuelto a abrir para todos…

Comulgar y caminar como la Virgen María, la más pequeña entre los humildes, la más de todos entre los necesitados, la más de Dios entre los hombres.

Enséñanos, Madre, a hermosear la tierra con un «hágase» a la palabra de Dios, al evangelio que hemos de llevar a los pobres, a la esperanza que nos ha de guiar hasta el cielo.

sábado, 8 de agosto de 2020

Señor, sálvame: por Santiago Agrelo

Porque eres una comunidad creyente, dices: “Piensa, Señor, en tu alianza”; porque eres una comunidad necesitada, dices: “Señor, no olvides sin remedio la vida de tus pobres”. De tu fe y de tu pobreza han nacido las palabras de tu oración: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación”.

Pedimos para nosotros lo que entendimos concedido al profeta Elías en el monte de Dios. Elías, un vencido que, agotada la esperanza, pide a su Dios el descanso de la muerte, es figura que representa y anticipa la soledad de todo creyente, vencido en la lucha por Dios, probado en la ausencia de Dios.

Puede que el profeta esperase el paso de Dios en el viento huracanado, que agrieta montes y rompe peñascos, puede que lo esperase en el terremoto que todo lo sacude con su fuerza, puede que lo esperase en el fuego que todo lo devora, pues suele el abatido y abandonado entender y desear la cercanía de Dios como manifestación inapelable de su poder absoluto; pero el Señor no se agitaba en el viento, no destruía en el terremoto, no devastaba en el fuego. El Señor se acercó suave como un susurro, tenue como una brisa, y así mostró a Elías el rostro de la misericordia, la luz de la salvación.

Al escuchar la narración del evangelio, la misericordia y la salvación de Dios que habíamos pedido, se nos mostraron como cercanía de Jesús a sus discípulos. Considera la situación: El viento contrario, la barca sacudida por las olas y lejos de tierra, la oscuridad de la hora, el miedo a lo desconocido. Considera luego la oración; nosotros dijimos: “Muéstranos tu misericordia y danos tu salvación”; los discípulos “se asustaron y gritaron de miedo”. Considera finalmente la respuesta a la oración, respuesta que, para ellos y para nosotros, llega “en seguida”: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”

El corazón intuye que aquella travesía penosa del lago en noche de viento contrario era figura lejana de cuanto aquellos discípulos, y Pedro en modo particular, habían de vivir cuando Jesús, en los días de su pasión “subió al monte a solas para orar”, y “llegada la noche, estaba allí solo”. Entonces la barca, la comunidad de los que siguen a Jesús, será sacudida como nunca antes lo había sido y nunca después lo será, y Pedro, vencido por el miedo, empezará a hundirse y gritará su oración de lágrimas amargas: “Señor, sálvame”. Para los discípulos y para Pedro la respuesta de Dios llegará “en seguida”, cuando Cristo resucitado suba de nuevo a la barca.

Nosotros, como Elías, como Pedro, como los discípulos, pedimos a Dios su misericordia y su salvación, y Dios nos muestra a su Hijo, a Jesús que sube a la barca, a Cristo resucitado. En Cristo resucitado, Dios anuncia a su pueblo la paz; en Cristo Jesús, la salvación está tan cerca de nosotros que la podemos comulgar; en Cristo Jesús, Dios ilumina con su gloria nuestra tierra.

Puedes recordar, si quieres, el día de la resurrección: “Al anochecer de aquel día… estaban los discípulos en una casa con las puertas atrancadas por miedo a los judíos. Jesús entró, se puso en medio y les dijo: _Paz a vosotros”; puedes recordar aquella noche de fantasmas y viento en el lago, y las palabras de Jesús: “Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”; puedes recordar la inmensa alegría de los discípulos cuando vieron al Señor resucitado; puedes recordar su confesión en la barca, cuando postrados ante Jesús, lo reconocen como Hijo de Dios.

Recuerda lo que otros vivieron en su encuentro con el Señor, recuerda la historia de salvación en la que tú has entrado por gracia, y sabrás lo que hoy vives en la asamblea eucarística de tu día de Cristo resucitado.

Feliz domingo.

domingo, 2 de agosto de 2020

Ver, compadecerse, curar: por Santiago Agrelo

Nuestra celebración comienza con una súplica que es memoria de la Pascua, memoria de una liberación, certeza de la cercanía de Dios a los hijos de su pueblo: “Dios mío, dígnate librarme; Señor, date prisa en socorrerme; que tú eres mi auxilio y mi liberación.

Somos un pueblo que guarda memoria de los hechos de Dios, una comunidad que experimenta la propia necesidad, y que ora animada por lo que recuerda y apremiada por lo que necesita.

Hay diversas maneras de expresar la propia fe y la propia necesidad: “La gente lo siguió por tierra desde los pueblos”. Aquellas gentes siguen a Jesús porque recuerdan sus hechos; lo siguen porque necesitan de él; y ese ‘seguir a Jesús’ es la forma que ellos tienen de ‘pedir a Jesús’. Es ésta una oración que lleva dentro la verdad de la vida, sus preocupaciones, sus amarguras, sus dolores, sus enfermedades; esa oración es un grito sin palabras, una pobreza a la vista, una pregunta clamorosa al silencio de Dios; esa oración no se escucha, se ve; por eso el evangelio dice: “Vio Jesús el gentío”, y tú, al oír esas palabras, entendiste que Jesús acogió la pregunta, vio la pobreza, escuchó el grito, “sintió compasión y curó a los enfermos”.

La secuencia evangélica: “vio, sintió compasión, curó”, evoca la secuencia pascual: “He visto la opresión de mi pueblo, he oído sus quejas, me he fijado en sus sufrimientos, y he bajado a librarlos… a sacarlos de esta tierra para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel”; y trae también a la memoria aquella otra palabra del Señor: “Yo os he visitado y he visto cómo os maltratan… y he decidido sacaros de la tribulación”.

Ahora, aunque es Jesús quien ve, quien siente compasión y cura, nosotros reconocemos que en Jesús es Dios quien ve, quien oye, quien se fija en el sufrimiento de los pobres y se acerca a ellos para librarlos; en Jesús es Dios quien visita a su pueblo y lo saca de la tribulación.

Encontrando a Jesús, los pobres están viviendo una pascua nueva. El pan multiplicado hoy evoca el pan del desierto. Escucha la palabra del Señor, y la reconocerás cumplida en la Eucaristía que celebras: “Oíd, sedientos; acudid por agua también los que no tenéis dinero; venid, comprad trigo; comed sin pagar, vino y leche de balde”.

Esa sorprendente y admirable Pascua que los pobres vivieron con Jesús en las orillas del mar de Galilea era figura de la Pascua que vivimos en Cristo los que hemos creído y hemos sido bautizados en su nombre. En esta Pascua nuestra, Dios nos vio por los ojos de Cristo, nos amó con el corazón de Cristo, nos curó con las manos de Cristo. En esta Pascua nuestra, Dios ha querido ser nuestro auxilio y nuestra liberación, Dios clemente y misericordioso, bueno con todos, cariñoso con todas sus criaturas, Dios con nosotros, Dios que salva.

Hoy, en la Eucaristía, somos nosotros los que buscamos a Cristo y los que encontramos en Cristo la libertad que Dios da. Aquellas palabras del evangelio: “Vio Jesús el gentío, sintió compasión, curó a los enfermos”, describen lo que vivimos en nuestra celebración; también aquí es verdadera la multiplicación del pan de Dios para los hijos de la Iglesia.

Sólo me queda recordar, Iglesia amada de Dios, que eres cuerpo de Cristo, presencia viva del Señor Jesús en el mundo, y que Dios, por tus ojos, continúa fijándose en el dolor de los oprimidos, continúa sintiendo con tu corazón compasión por los afligidos, curando con tus manos a los enfermos y multiplicando con tu trabajo el pan para los hambrientos. Que en ti, como en Jesús, todos puedan reconocer la presencia de Dios, clemente y misericordioso.

Feliz domingo.

viernes, 24 de julio de 2020

No dejes de buscar a Cristo: por Santiago Agrelo

“El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo”. Con la palabra ‘tesoro’, no se indica sólo la abundancia y el valor inestimable de unos bienes, sino también el hecho de que esos bienes abundantes y preciosos están reunidos y guardados.

El Reino de Dios encierra bienes preciosos, riquezas incalculables, “lo que ojo nunca vio, ni oído oyó, ni hombre alguno ha imaginado”, cosas que Dios ha escondido a los sabios y entendidos, y ha revelado a la gente sencilla.

Si encuentras el tesoro del Reino, en comparación con él, todo lo demás que puedas poseer o desear te parecerá de valor insignificante.

Considera cuál es para el rey Salomón el tesoro deseado y pedido: “Un corazón dócil para gobernar al pueblo de Dios”. Ése es un tesoro más estimable que una vida larga, más que las riquezas, más que el sometimiento de los enemigos.

Considera cuál es el tesoro que en su vida ha reunido y guardado el salmista: “Mi porción es el Señor… mis delicias, tu voluntad… amo tus mandatos… tus preceptos son admirables”; y fíjate ahora en los bienes con los que compara su tesoro: “Más estimo yo los preceptos de tu boca que miles de monedas de oro y plata… Yo amo tus mandatos más que el oro purísimo”.

Ese mismo tesoro puede ser llamado Sabiduría: “Yo la amé y la rondé desde muchacho; la pretendí como esposa, enamorado de su hermosura… Si en la vida la riqueza es un bien deseable, ¿que cosa más rica que la Sabiduría que todo lo hace?”

No es éste un tesoro que cause preocupación o desasosiego, no es riqueza que cause temor, pues a sus bienes no llegan ni el ladrón ni la polilla.

Del tesoro que es Dios, su voluntad, sus promesas, proceden sabiduría e inteligencia, luz para gobernar, discernimiento para juzgar, consuelo en la aflicción, dicha en la adversidad, descanso en la fatiga.

Ahora sólo necesitamos descubrir dónde se halla el tesoro del Reino de los cielos.

Escucha las palabras del ángel del Señor a María de Nazaret: “Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin”. Escucha las palabras del mensajero celeste a los pastores del campo de Belén: “Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor”. Escucha las palabras del justo Simeón, cuando en el templo de Jerusalén, tomó en brazos al niño Jesús y bendijo a Dios, diciendo: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto tu sacramento de salvación”.

Si escuchas, entenderás que el tesoro que buscas está en Cristo Jesús. Para la Virgen María, para los pastores de Belén y para todo el pueblo, para el justo Simeón y para todos los que esperan la consolación de Israel, el tesoro de la salvación se halla escondido y revelado en Cristo Jesús. Quien encuentra a Jesús, encuentra al Hijo del Altísimo, al rey eterno, al ungido de Dios; quien encuentra a Jesús, encuentra la salvación que necesita y la alegría que es compañera inseparable de la salvación; quien encuentra por la fe a Jesús, ha encontrado en él la redención, la consolación y la paz.

Escucha todavía las palabras del Apóstol: En Cristo Jesús, “Dios nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales”; en Cristo “tenemos, por medio de su sangre, la redención, el perdón de los pecados”; en Cristo “fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa”. Es como si te dijese: En el campo que es Cristo hallarás todas las riquezas del Reino de los cielos.

Escucha finalmente al mismo Cristo Jesús: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva”; “yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí no tendrá nunca sed”; “yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida”; “yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas… Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí”; “yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre”.

Ya empiezas a intuir que en Cristo hallas todos los bienes de Dios porque Cristo es para ti todo bien y toda bendición. “El que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo”.

No te sorprendas de que, a propósito del tesoro que hallas en el campo, se te diga, “lo vuelve a esconder”, pues son muchas las cosas que en tu relación con Cristo pertenecen al “secreto del Rey”, son muchas las cosas que, al modo de la Virgen María, has de guardar cuidadosamente en tu corazón, son muchas las cosas que habrás de esconder y que sólo al Señor corresponde desvelar.

Ya sólo me queda, Iglesia amada del Señor, salir contigo al encuentro de quien es para nosotros el Reino de los cielos. Hoy, el tesoro que es Cristo lo encontramos en la palabra de Dios que nos ilumina, nos consuela y nos da vida.

Hoy, el tesoro que es Cristo lo encontramos en la asamblea eucarística reunida en el nombre del Señor, asamblea santa, pueblo sacerdotal, en quien el Señor ora, a quien el Señor ama, con quien el Señor camina.

Hoy, el tesoro que es Cristo lo encontramos en la Eucaristía que recibimos, pan de vida eterna y cáliz de eterna salvación.

Hoy, el tesoro que es Cristo lo encontramos en los enfermos que visitamos, en los emigrantes que acogemos, en los pobres a los que con amor acudimos.

Oh admirable comercio: Si das de tu pan a los pobres, habrás dado de tu pan a Cristo, y de Cristo recibirás la herencia del Reino que el Padre Dios ha preparado para ti desde antes de la creación del mundo.

Feliz comunión con Cristo y con los pobres. Feliz domingo.

jueves, 23 de julio de 2020

La confianza se hace abandono: por Santiago Agrelo

Que el bien convive con el mal lo experimentamos dentro de nosotros y lo vemos en torno a nosotros. No parece ser éste, sin embargo, el trasfondo de la parábola del trigo y la cizaña; en ella, más que de la inevitable cercanía entre el bien y el mal, se trata de la cercanía escandalosa entre ciudadanos del Reino y partidarios del Maligno.

La pregunta de los criados al amo: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en el campo?, ¿de dónde sale la cizaña?”, refleja el escándalo que les causa la situación y el reproche nada velado que hacen al dueño del campo.

La última pregunta de los criados: “¿quieres que vayamos a arrancarla?”, describe esa reacción tan de nuestra casa, de nuestra psicología, de nuestra condición humana, que es el impulso a erradicar de inmediato lo que nos estorba, en este caso, gavillas enteras de agentes del mal o de “partidarios del Maligno”.

Sobre ese trasfondo de escándalo, de reproche y de prisas por erradicar, acontece la revelación del designio de Dios: “No hay más Dios que tú, que cuidas de todo”.

Ya puedes, hermano mío, volver a escandalizarte de ese Dios único –no hay otro-, que cuida de su Hijo y de quienes crucifican a su Hijo, cuida de la adúltera amenazada de muerte y de quienes la acusan para matarla, cuida del publicano y del fariseo, del africano pobre y del europeo rico, de los que se ahogan en la miseria y de los que nadan en la abundancia, de quienes mueren abrasados por el sol de Dios en una barca sin pan y sin agua, y de quienes se tuestan al sol para presumir de verano.

Ya puedes volver a escandalizarte de ese Dios único –no hay otro- “que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos”. Tal vez estas palabras escandalosas de Jesús nos ayuden a entender las palabras escandalosas de la Sabiduría que hemos escuchado en nuestra celebración: “Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres”. Tú juzgas con moderación haciendo salir tu sol para todos; tú gobiernas con gran indulgencia haciendo bajar tu lluvia sobre todos.

Hay palabras que pierden el tono del sarcasmo sólo si las pronuncia alguien que sufre, un vencido, un pobre, una víctima, y las palabras que hablan de Dios pertenecen todas a esa familia, también las palabras con las que nosotros hemos orado hoy: “Tú, Señor, eres bueno y clemente… lento a la cólera, rico en piedad y leal”. Palabras-verdad si las dice un crucificado; palabras-sarcasmo si las dice quien se burla de un crucificado. Palabras de fe si las dice un pobre que confía en el Señor; confesión agradecida si las pronuncia quien, de la mano de Dios, ha pasado de la esclavitud a la libertad, del pecado a la gracia, de la muerte a la vida.

Pero todos sabemos que entre aquella súplica confiada y aquella confesión agradecida está la noche oscura de la humanidad que sufre, la noche de las víctimas, la noche de Cristo crucificado; entonces en los labios del creyente sólo quedan palabras de entrega confiada; entonces la confianza se hace puro abandono: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”.

Queridos: No penséis que unos son los que piden esperanzados la salvación, otros los que agradecen porque la han recibido, y otros aún los que han nacido para conocer sólo la oscuridad de la noche. En realidad, cada uno de nosotros experimenta en sí mismo esos tiempos distintos de la fe, y estamos tan familiarizados con ellos que, mientras oramos confiadamente al Señor de nuestras vidas, ya agradecemos como si hubiésemos recibido la salvación que anhelamos, y nos mostramos dispuestos a aceptar con amor de hijos la oscuridad de la noche que puede envolvernos. Y si oramos desde la oscuridad de la noche, entonces la confianza es sólo confianza, el agradecimiento es puro agradecimiento, y el amor es pura gratuidad, humilde semejanza del amor perfecto de Dios.

Sólo la comunión real con el dolor de Cristo y con el dolor de la humanidad puede llenar de verdad y purificar de sarcasmo las palabras de nuestra oración.

Entonces empezarán a tener un profundo significado también para esta asamblea eucarística las palabras de la revelación, que hablan de “juzgar con moderación, gobernar con indulgencia, dar lugar al arrepentimiento, enseñar a ser humano”.

Cristo y los pobres nos enseñan a creer, a orar, a amar. Dios non enseña a ser humanos. Feliz comunión con Cristo y con los que sufren. Feliz domingo.

sábado, 11 de julio de 2020

Una cosecha abundante para el Reino de Dios: por Santiago Agrelo

De la mano, así es como la madre Iglesia nos lleva a gustar el misterio de la celebración eucarística: ella prepara para sus hijos la mesa de la palabra que escuchamos, ella nos ayuda a contemplar las cosas divinas, ella nos dispone para que en la mesa del Cuerpo de Cristo comulguemos comiendo y bebiendo, lo que en la mesa de la Palabra comulgamos escuchando y contemplando.

Tres imágenes ofrece hoy a la mirada de la fe la liturgia de la palabra: la de la palabra que sale de la boca de Dios; la de Dios ocupado en trabajos de labranza; la de la palabra sembrada en el corazón de los hombres.

“Palabra que sale de la boca de Dios” es la palabra creadora que da consistencia al universo, es la palabra de la promesa a Abrahán y a su descendencia, es la palabra de la ley divina entregada a Israel en el Sinaí. “Palabra que sale de la boca de Dios” es la que divide el mar para dar libertad a un pueblo de esclavos, es la que convoca el maná en las mañanas del desierto para saciar el hambre de su pueblo, es la que saca de la roca manantiales de agua para apagar la sed de los rebeldes. “Palabra que sale de la boca de Dios” es la que da esperanza a los pobres, consuelo a los afligidos, fortaleza a los que ya se doblan.

Por su parte el salmista ha propuesto a la mirada contemplativa de nuestra fe la imagen de Dios, labrador solícito de su tierra. Al darnos a su Hijo –en la encarnación, en la eucaristía-, Dios ha preparado para nosotros los trigales, ha regado los surcos, ha igualado los terrones. En Cristo, la acequia de Dios va llena de agua para el mundo entero; en nuestra eucaristía, Dios corona con sus bienes el año de la salvación.

La tercera imagen de esta liturgia festiva hace referencia al destino de la palabra del Reino. Pudiera parecernos una palabra desaprovechada, pues a nadie se le oculta que, sembrada generosamente por el sembrador –los mensajeros del evangelio-, puede malograrse de muchas maneras; pero algo en esa parábola nos está diciendo que aquel ciento por uno y aquel sesenta y aquel treinta que la semilla produce en la tierra buena, compensan con creces la semilla que haya podido perderse caída al borde del camino, abrasada en terreno pedregoso, o ahogada entre zarzas.

Antes, sin embargo, de que consideréis la parábola del sembrador como una promesa de fruto abundante para la siembra del Reino de Dios, creo que a todos nos ayudará gustar de esta narración evangélica y verla como anuncio de lo que estamos viviendo en nuestra eucaristía: la palabra del Reino es sembrada hoy en nuestra tierra, y en la santa comunión recibimos hoy la semilla de la humanidad celeste que es Cristo resucitado.

Es buena la semilla, es cuidadoso el labrador; sólo cabe esperar una cosecha abundante para el Reino de Dios.

Feliz domingo.


domingo, 5 de julio de 2020

Alégrate, canta, bendice a tu Dios: por Santiago Agrelo

Lo vio y lo anunció el profeta: “Mira a tu Rey que viene a ti”.

Mira a tu Rey en el misterio de la encarnación: Entra en la casa de Nazaret, y tu fe se asombrará de ver a Dios hecho hombre en el sí de una doncella, mientras el mundo gira indiferente, gira como siempre, alejándose de sí mismo, y el hombre se afana como siempre en conquistar el cielo. Míralo, virgen Iglesia: Tu Rey viene a ti justo y victorioso, modesto y cabalgando en un pollino de borrica. Míralo, alégrate, canta.

Míralo también en el misterio de su tránsito de este mundo al Padre: alfombra su camino con tu manto, alaba a Dios, pues con Jesús ha venido a tu vida la paz que el cielo te regala. Míralo, alégrate, canta: “Bendito el que viene como Rey en nombre del Señor”.

Considera, virgen Iglesia, a dónde viene tu Rey, a qué posada lleva su camino; y verás que, en Nazaret, en Jerusalén, en la Eucaristía que hoy celebras, “tu Rey viene a ti”: viene a tu condición humilde, a tus pobres, a tus enfermos, a tus duelos, a tu humanidad herida, a tu mundo de esperanzas y deseos, a tu hambre de justicia y de pan.

Él viene pobre a ese reino nuestro: viene en la pobreza de su palabra, una palabra hecha de palabras nuestras; viene en la pobreza de su pan, un pan que es fruto de esta tierra nuestra y de nuestro trabajo.

Y sólo porque él viene, la palabra del profeta, con la fuerza de unos imperativos suplicantes, te invita, virgen Iglesia, a entrar en el milagro de una bienaventuranza que es de los pobres, de una fiesta que es para los hambrientos. El profeta suplica y te invita: Mira, alégrate, canta.

Y ahora escucha el evangelio, lo que te dice “el que viene a ti”, lo que te pide el que ha hecho por ti ese camino que baja del cielo a la tierra, el que se ha acercado tanto a ti que te lleva guardada dentro de él. “El que viene a ti”, pide tu fe. “El que viene a ti”, pide que vayas a él: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré

Escúchalo, cree, comulga

Ve a tu Señor, aprende de  él, abraza su cruz, carga con su yugo…

Él es manso y humilde de corazón: Su yugo es llevadero. Su carga es ligera.

Escúchalo, cree, comulga… Él y tú destruiréis la violencia de la guerra. Él y tú dictaréis la paz a las naciones.

Alégrate, canta, bendice a tu Dios, pues, por la fe, te acercaste “al Rey que viene a ti”, comulgaste con él, y has conocido que es clemente y misericordioso, sabes que es bondadoso en todas sus acciones, has experimentado que es cariñoso con todas sus criaturas.

Alégrate, canta, bendice a tu Dios, Iglesia resplandeciente con la santidad de Dios, Iglesia de enfermos que por la fe han sido curados, de leprosos purificados, de ciegos iluminados, de pecadores perdonados, de muertos resucitados.

Alégrate, canta, bendice a tu Dios, Iglesia de pobres que el Hijo de Dios, haciéndose pobre, ha enriquecido con su pobreza; Iglesia de pobres, enviada a los pobres, Iglesia evangelio de Dios para todos los hambrientos de justicia y de pan.

Alégrate, canta, bendice a tu Dios.

Feliz encuentro con el Rey que viene a ti, Iglesia amada de Dios.


Imperativos suplicantes: por Santiago Agrelo

Lo vio y lo anunció el profeta: “Mira a tu Rey que viene a ti”.

Mira a tu Rey en el misterio de la encarnación: Entra en la casa de Nazaret, y tu fe se asombrará de ver a Dios hecho hombre en el sí de una doncella, mientras el mundo gira indiferente, gira como siempre, alejándose de sí mismo, y el hombre se afana como siempre en conquistar el cielo. Míralo, virgen Iglesia: Tu Rey viene a ti justo y victorioso, modesto y cabalgando en un pollino de borrica. Míralo, alégrate, canta.

Míralo también en el misterio de su tránsito de este mundo al Padre: alfombra su camino con tu manto, alaba a Dios, pues con Jesús ha venido a tu vida la paz que el cielo te regala. Míralo, alégrate, canta: “Bendito el que viene como Rey en nombre del Señor”.

Considera, virgen Iglesia, a dónde viene tu Rey, a qué posada lleva su camino; y verás que, en Nazaret, en Jerusalén, en la Eucaristía que hoy celebras, “tu Rey viene a ti”: viene a tu condición humilde, a tus pobres, a tus enfermos, a tus duelos, a tu humanidad herida, a tu mundo de esperanzas y deseos, a tu hambre de justicia y de pan.

Él viene pobre a ese reino nuestro: viene en la pobreza de su palabra, una palabra hecha de palabras nuestras; viene en la pobreza de su pan, un pan que es fruto de esta tierra nuestra y de nuestro trabajo.

Y sólo porque él viene, la palabra del profeta, con la fuerza de unos imperativos suplicantes, te invita, virgen Iglesia, a entrar en el milagro de una bienaventuranza que es de los pobres, de una fiesta que es para los hambrientos. El profeta suplica y te invita: Mira, alégrate, canta.

Y ahora escucha el evangelio, lo que te dice “el que viene a ti”, lo que te pide el que ha hecho por ti ese camino que baja del cielo a la tierra, el que se ha acercado tanto a ti que te lleva guardada dentro de él. “El que viene a ti”, pide tu fe. “El que viene a ti”, pide que vayas a él: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”

Escúchalo, cree, comulga…

Ve a tu Señor, aprende de él, abraza su cruz, carga con su yugo…

Él es manso y humilde de corazón: Su yugo es llevadero. Su carga es ligera.

Escúchalo, cree, comulga… Él y tú destruiréis la violencia de la guerra. Él y tú dictaréis la paz a las naciones.

Alégrate, canta, bendice a tu Dios, pues, por la fe, te acercaste “al Rey que viene a ti”, comulgaste con él, y has conocido que es clemente y misericordioso, sabes que es bondadoso en todas sus acciones, has experimentado que es cariñoso con todas sus criaturas.

Alégrate, canta, bendice a tu Dios, Iglesia resplandeciente con la santidad de Dios, Iglesia de enfermos que por la fe han sido curados, de leprosos purificados, de ciegos iluminados, de pecadores perdonados, de muertos resucitados.

Alégrate, canta, bendice a tu Dios, Iglesia de pobres que el Hijo de Dios, haciéndose pobre, ha enriquecido con su pobreza; Iglesia de pobres, enviada a los pobres, Iglesia evangelio de Dios para todos los hambrientos de justicia y de pan.

Alégrate, canta, bendice a tu Dios.

Feliz encuentro con el Rey que viene a ti, Iglesia amada de Dios

viernes, 26 de junio de 2020

“Recibir”: por Santiago Agrelo

Queridos: Una clave para acercarnos al misterio de este domingo puede ser la palabra “recibir” o “acoger”; nos la da el evangelio: “El que os recibe, me recibe”; “el que me recibe, recibe al que me ha enviado”.

Lo primero que podemos considerar es el significado de la palabra “recibir”. Recuerdo que, al menos en los tiempos de mi infancia, por mi tierra gallega, para decir que se iba a comulgar, decíamos que íbamos « a recibir». Era una expresión muy hermosa que, de forma sencilla y sugerente, indicaba que «acogíamos al Señor en nosotros, en nuestra vida, en nuestra casa, en nuestra comunidad».

Para la conveniencia social, “acoger” puede ser sinónimo de “admitir uno en su casa a otras personas”; pero todos sabíamos que recibir al Señor, acogerlo, significaba mucho más que admitirlo en nuestra compañía.

En realidad, aquel gesto de “ir a recibir”, implicaba una variedad tan grande de sentimientos que no podríamos en modo alguno enumerarlos. Recibiendo al Señor, se acogía al amigo, al maestro, al esposo, al consejero, al médico, al rey, al sacerdote. Si recibías al Señor, recibías la luz, la resurrección y la vida; recibías paz y perdón; recibías gracia y justicia. “Recibir” implicaba mente y corazón, razón y afectos, alma y cuerpo, y no te sería posible hacerlo con verdad si, además de abrir al huésped las puertas de tu casa, no le abrieses las puertas de tu vida.

También nos damos cuenta de que en nuestra asamblea no estamos hablando hoy de las ventajas que puede tener socialmente la capacidad de recibir a alguien en nuestra casa. Estamos hablando de una hospitalidad que es a un tiempo humana y divina, de la tierra y del cielo, que implica siempre al hombre y a Dios. Tú recibes al profeta, y es Dios quien te visita; tú recibes al justo, y es Dios quien te justifica; tú das un vaso de agua fresca al discípulo pobrecillo, y es el Señor quien te recompensa.

Si es verdad que cada uno de nosotros puede ser quien recibe a los discípulos de Cristo, también es verdad que podemos ser nosotros los discípulos que otros reciben, y que estamos llamados a ser para ellos una “visita de Dios”, una “recompensa celeste”.

No ignoráis, sin embargo, que la deseada visita de Dios a nuestra vida no llega sólo cuando recibimos a sus profetas, a sus discípulos pobrecillos, o a los justos que cumplen su ley. Dios nos visita cuando, como Abrahán, ofrecemos pan, agua y descanso al que va de camino. Dios se me hace tan cercano en sus pobres que puedo darle de comer y de beber, puedo vestirlo, puedo aliviar su enfermedad y mitigar su soledad.

Ahora, queridos, nos damos cuenta de que es necesario ampliar el significado de la palabra “recibir”, pues tenemos la certeza de que, en realidad, siempre significa “dar”. En efecto, empiezas por fijarte en el otro, por darle tu atención, tu interés, y luego le darás de tu pan y de tu agua, le darás afecto y compañía, bondad y misericordia.

Comulgamos con Cristo en el sacramento de la eucaristía y comulgamos con Cristo en el sacramento de sus pobres. En la eucaristía y en los pobres le recibimos a él, y él nos recibe a nosotros. Nuestro corazón sabe que, en esta misteriosa comunión, damos de nuestro tiempo y recibimos eternidad, damos de nuestro pan y recibimos un alimento celeste, damos de nuestra agua y recibimos Espíritu Santo, damos de nuestros vestidos y recibimos gloria de Dios. Por eso, porque damos de lo nuestro y recibimos de Dios, decimos con el salmista: “Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades”. La misericordia que has ofrecido a los pobres, es pura misericordia de Dios para ti. Feliz domingo.

miércoles, 10 de junio de 2020

“Aunque es de noche”: por Santiago Agrelo


Es la fiesta del santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.
El místico escribió así de este misterio: “Aquesta eterna fonte está escondida en este vivo pan por darnos vida, aunque es de noche”.
La misma fe que alumbró la noche del místico nos toma de la mano en este día y nos introduce en el misterio del mismo pan vivo, para que creamos, para que comamos, para que vivamos.
Aquel Verbo que, hecho carne, habitó entre nosotros, de cuya plenitud todos hemos recibido, gracia sobre gracia, en este pan vivo lo acogemos, aunque es de noche.
Aquel Unigénito que el Padre le dio al mundo, medida sin medida de su amor, para que el mundo tuviese vida eterna, en este pan vivo se nos da, aunque es de noche.
Aquella luz que vieron los que habitaban en tierra y sombras de muerte, la misma luz que iluminó los ojos del ciego de nacimiento, brilla para ti en este humilde sacramento, aunque es de noche.
La vida que se anunció en la resurrección de Lázaro y se manifestó gloriosa en la resurrección de Cristo Jesús, ésa es la vida que recibes con este pan del cielo, aunque es de noche.
En este sacramento el Padre te convida, el Hijo se te entrega, el Espíritu te santifica, aunque es de noche.
En este admirable sacramento, el Espíritu Santo nos transforma para que formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu, y seamos así ofrenda agradable a los ojos del Padre, aunque es de noche.
La paz y la salvación que, con el don del Espíritu Santo, el amor del Padre ofreció al mundo entero por la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, en este pan vivo se nos dan, aunque es de noche.
En este pan siempre te espera el que te ama, aunque es de noche.
Y si quieres abrazarlo porque te mueres de amor, porque necesitas decírselo, que le quieres, porque se ha quedado contigo, porque no sabes vivir sin él, entonces abrázalo en los pobres, díselo al oído de los pobres, díselo quedándote con ellos, porque no sabes vivir sin ellos, porque en ellos lo ves a él, aunque es de noche.

sábado, 6 de junio de 2020

Aprender a Dios en Dios: por Santiago Agrelo

Dios es amor. No te conformes con creerlo. Entra en lo que crees: entra en el amor con que te aman, aprende el amor con que has de amar.

Porque es amor, Dios sólo puede ser Uno, pues el amor es vínculo de perfecta unidad. Pero, iluminados por la palabra de la revelación, al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna y única divinidad, adoramos a Dios Padre, con su único Hijo y el Espíritu Santo, tres Personas distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad.

He pedido palabras a la liturgia para decir de lo indecible, para hablar de lo inefable. Pero has de buscar en la memoria de la fe otras palabras que te ayuden a entrar en el misterio que confiesas, a gustar lo que se te conceda conocer, a contar lo que allí se te haya concedido gustar.

No se entra en el misterio de Dios por la fuerza de la deducción lógica, sino por la gracia del encuentro amoroso. Sólo el amor abre el cielo para que oigas y veas, para que conozcas y creas, para que gustes y ames.

Se te ha dado conocer el amor del Padre al Hijo: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”. Se te ha concedido saber del amor que el Padre te tiene a ti: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”. Te han llamado a morar en el amor que has conocido: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor”.

Ya sabes dónde has de aprender a Dios, para conocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar su unidad todopoderosa: a Dios lo aprendemos en Cristo Jesús. Nadie va al Padre, si no va por Jesús. Nadie recibe el Espíritu, si no lo recibe de Jesús. Quien ha visto a Jesús, ha visto al Padre, porque Jesús está en el Padre, y el Padre está en Jesús.

En Cristo Jesús aprendemos este misterio, que no es sólo de Dios, sino que, por el amor que Dios nos tiene, es también nuestro misterio: “Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros”.

A ti, por la fe, se te ha dado beber de la eterna fuente que es la Trinidad Santa, pues el Hijo de Dios salió del Padre y vino al mundo, salió de Dios y vino a ti: creíste en él para salvarte, bebiste en él para tener vida eterna.

A ti, por la fe, se te ha dado volver con el Hijo a la eterna fuente de la que Él ha nacido, de la que Él había salido. Ya no podrás hablar del Hijo de Dios sin hablar de ti, pues Él no quiso volver al Padre sin llevarte consigo.

Considera dónde moras, en qué fuego tu zarza arde ya sin consumirse, en qué infinito caudal se apaga tu sed de eternidad, y deja que el deseo de Dios te mueva hasta que te pierdas en el Amor.

Y mientras no llega para ti la hora del deseo apagado, entra en el tiempo divino de la Eucaristía, y habrás entrado por el sacramento en la eterna fuente que mana y corre.

Allí aprenderás a Dios; allí conocerás la gracia del Hijo, el amor del Padre, la comunión del Espíritu; allí, con Cristo y con los hermanos, imitarás el misterio de la divina unidad, para tener, con todos, un mismo sentir, un solo corazón, un alma sola.

Desde dentro de la fuente llegan a tu corazón palabras para nombrarla: “Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, rico en clemencia y lealtad”.

Imita lo que nombras, y, de ese modo, por la puerta humilde de tu compasión y tu misericordia, los pobres aprenderán en ti el misterio de Dios.

domingo, 31 de mayo de 2020

EL ESPÍRITU DEL SEÑOR VENDRÁ SOBRE TI: por Santiago Agrelo

[Carta circular a la Iglesia de Tánger con motivo de la fiesta de Pentecostés del año 2008]

Queridos: Precisamente cuando nos disponíamos a celebrar la solemnidad de Pentecostés, memoria necesaria de la efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia apostólica, me resultó imposible dirigiros las acostumbradas palabras de exhortación, con las que cada semana me acerco a vosotros para compartir la dicha de la fe.

El Espíritu Santo, fuego de amor divino en la vida de la Iglesia y en el corazón de cada uno de los fieles, es también, por gracia especial de la divina misericordia, titular y patrono de la parroquia de nuestra iglesia catedral en Tánger.

Por este motivo, considero conveniente haceros llegar, aunque sea después de celebrada la solemnidad de Pentecostés, esta carta, nacida del afecto que os tengo y de mi preocupación porque la vida de mi Iglesia se vea iluminada cada vez más por la luz del Espíritu de Jesús, y sea siempre recreada por la fuerza de su amor.



Alégrate, virgen Iglesia:

Aunque sea la memoria de Pentecostés la que nos ha convocado en asamblea litúrgica y en comunión de fe, hoy te admiro, Iglesia amada del Señor, como si fueses tú quien estuviese viviendo una particular anunciación, como si fueses una imagen viva de aquella doncella de Nazaret que un día recibió en su casa el sorprendente anuncio de una inesperada maternidad humanamente imposible. Sorprendidas os deja, a ella y a ti, que Dios se fije en vosotras, pues conocéis vuestra pequeñez; sorprendidas os quedáis porque el cielo os saluda con un mensaje de alegría; sorprendidas os veis porque todo tiene para vosotras sabor de pura gratuidad, -es gracia el mensaje, es gracia la alegría, es pura gracia el don que vais a recibir-, gratuidad que se hace manifiesta en la confesión de la común virginidad, pues si la virgen es madre, el hijo sólo puede ser don, sólo regalo, sólo gracia, sólo misericordia, sólo mirada cariñosa de Dios sobre la pequeñez de su esclava.

No quiero que ignores, amada del Señor, tu condición virginal. Es ella memoria permanente de tu pobreza, de tu condición humilde, de tu disponibilidad ante el Señor. La imagen de la esterilidad, que en el tiempo de las promesas ha sido evocada tantas veces para poner de manifiesto que todo era gracia de Dios y que sólo Dios es el señor de la vida y de la historia, ahora, en el tiempo del evangelio, deja su lugar a la imagen de la virginidad, que será para siempre evocada como sacramento del poder de Dios, confesión de la grandeza de sus obras y de su maravillosa gratuidad. No olvides, amada del Señor, tu condición virginal, pues si recuerdas tu pobreza, tu incapacidad radical para concebir y alumbrar al Hijo de Dios, nunca cesará tu canto de alabanza al que te ha hecho fecunda, te ha engrandecido, te ha enaltecido, te ha enriquecido, te ha embellecido, te ha llenado de gracia y santidad.



No temas; has hallado gracia delante de Dios:

No temas, amada del Señor, la vocación a la que eres llamada. No temas, virgen Iglesia, aunque te veas pequeña, débil, insignificante. No temas, aunque no sepas bien a qué te está llamando tu Señor. No temas, porque, en tu pequeñez, has hallado gracia delante de Dios, y él te pide que le dejes realizar en ti lo que tú sin él no puedes realizar, lo que él sin ti no podría hacer.

Yo sólo deseo recordarte lo que tu corazón ha gustado desde siempre en la intimidad de la fe: que tu Dios está contigo, que tu Dios es rey en medio de ti, que tu Dios se ha apegado a ti con amor fiel, y se ha unido a ti con alianza eterna, y ha venido a ti para ofrecerte en dote su justicia y su paz.

Tú llevas en la garganta el grito de los pobres, en los labios su clamor por la justicia, en el alma su desgarro por el sufrimiento; y vives con los ojos vueltos a tu Dios, pues sabes, porque eres pobre, que todos los pobres han nacido de su amor, y que su amor os nutre de esperanza, y que en ese amor hallaremos un día la gracia que desvele el sentido de lo que estamos viviendo. Mientras tanto, para que a todo vayamos dando sentido desde la fe, el ángel de nuestra anunciación nos recuerda que hemos hallado gracia delante de Dios, y que empezamos a gestar en la oscuridad del hoy la dicha que se ha de manifestar para los pobres en la luz del mañana.



El Espíritu del Señor vendrá sobre ti:

Si ahora me preguntas cómo podrá ser eso, pues conoces muy de cerca tu debilidad, has experimentado de mil maneras los límites de tu condición humillada, y eres tan pobre que ni siquiera puedes tener hijos, entonces te recordaré lo que desde el cielo vas a recibir: El Espíritu del Señor vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra.

Será Pentecostés para ti, y por obra del Espíritu Santo llevarás a Cristo en tu seno. Puede que nadie conozca tu secreto, pero tú sabes que, por la acción del Espíritu Santo, eres Cuerpo de Cristo, presencia viva del Resucitado: lo llevas en la mirada de tus hijos, en sus palabras, en sus manos, en su ternura, en tus sacramentos, en tu memoria, en tus fiestas, en tu danza, en tu silencio, en todo tu ser.

Será Pentecostés para ti, y el Espíritu Santo se hará lenguas de fuego para congregar a la humanidad entera en la unidad de una nueva creación. Puede que nadie conozca tu secreto, pero tú estás llamada a entender todas las lenguas, todos los gestos, todos los signos, y sabes que hombres y mujeres del mundo viejo, sumidos en la confusión, han de entender tu voz que los convoca a un mundo nuevo, en el que la confusión quedará anulada por el fuego de la caridad.

Será Pentecostés para ti, y el Espíritu Santo que viene sobre ti te revelará que Jesús es el Señor. Puede que nadie conozca tu secreto, pero tú sabes, por obra del Espíritu Santo, que Cristo te ha liberado de tus esclavitudes, y que ya no eres tuya, sino del que te amó y se entregó a sí mismo para que fueses libre.

Será Pentecostés para ti, Iglesia amada del Señor, y el Espíritu Santo, que alienta dentro de ti, dará testimonio de que tus hijos son hijos de Dios, y gritará en cada uno de ellos: Abbá, Padre. Puede que nadie conozca tu secreto, pero tú sabes que tus hijos tienen una vida divina, sabes que han nacido de Dios, sabes que han renacido del agua y del Espíritu, sabes que han entrado como hijos en el misterio de Dios y que son amados como hijos en el único Hijo.



Feliz Pentecostés:

Del Padre, por medio de Jesucristo su Hijo, hemos recibido el Espíritu, que hace de nosotros hijos para presentarnos en el Hijo a Dios nuestro Padre.

Amemos al Padre que es puro amor, de quien procede todo don. Del Padre hemos recibido al Hijo, y por el Hijo, se nos ha dado el Espíritu Santo.

Amemos a su divino Hijo, que por nosotros se entregó, para darnos su Espíritu, y, con el Espíritu, el conocimiento de Dios y la vida eterna.

Amemos al Espíritu Santo y pidamos ser siempre dóciles a su divina inspiración, para que él ilumine nuestro corazón y nos transforme por gracia en imágenes vivas de Cristo Jesús.

domingo, 24 de mayo de 2020

Dios es tu cielo… Tú eres el cielo de Dios: por Santiago Agrelo

Celebramos el misterio de la ascensión del Señor, misterio que es de salvación porque es misterio de Cristo Jesús, nuestro salvador, y porque es también misterio de su cuerpo, que es la Iglesia, cuerpo del que somos miembros, comunidad de fe de la que somos parte.

Que no te desconcierte la palabra “misterio”, pues no es nombre que se da a un enigma sino puerta de entrada a una revelación.

Entra y contempla.

Es día de glorificación de Cristo Jesús: “Aclamadlo con gritos de júbilo”.

El Enviado, el que, “siendo de condición divina”, había bajado hasta lo más hondo de la condición humana, hasta la muerte y muerte de cruz, es ahora enaltecido sobre todo, se le da ahora el nombre sobre todo nombre, asciende ahora a la vida misma de Dios.

El que, por la encarnación, vino del cielo para ser de la tierra, el que vino de Dios para ser hombre, ahora, por la ascensión, no vuelve a Dios sin el hombre que es para siempre.

El que vino del cielo para ser nuestro hermano, no vuelve al cielo sin la humanidad que comparte con nosotros.

El que por la encarnación vino para ser tuyo, no vuelve al cielo por la ascensión sin llevarte con él.

Y aun más –lo escucharás en el evangelio de este día-: El que por la encarnación vino para ser nuestro, no vuelve al cielo sin quedarse en la tierra con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.

Entra y contempla tu misterio, Iglesia cuerpo de Cristo.

Contempla la Trinidad Santa, que es tu casa –tu cielo-, pues en ella has entrado con ese Hijo que es levantado hasta Dios, en ella has entrado como cuerpo del Hijo, en ella eres amada con el amor con que es amado el Hijo de Dios, en ella amas con el amor con que ama el Hijo de Dios.

Contempla el misterio que se te ha revelado y sal a la misión que se te ha confiado: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os mandado”.

“Haced discípulos” de Cristo Jesús: haced aprendices de Cristo Jesús, mujeres y hombres bautizados en el nombre de la Trinidad Santa; mujeres y hombres que, por el bautismo, han muerto con Cristo al pecado y han resucitado con Cristo a vida nueva; mujeres y hombres bautizados para que Cristo viva en ellos; mujeres y hombres bautizados para amarse mutuamente y para ser, porque se aman, morada en la que Dios habita –el cielo de Dios-.

Espero, deseo, pido que hoy puedas comulgar con el Hijo que ha sido glorificado a la derecha de Dios en el cielo. Espero, deseo, pido que hoy puedas entonar en la comunidad eclesial el canto de victoria de los redimidos en Cristo Jesús.

Pero, si no pudieres hacerlo, no olvides que no está sin ti en el cielo –a la derecha del Padre- el que quiso quedarse para siempre contigo en la tierra, en la pobreza humilde de tu casa.

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